El último suspiro en Ámsterdam

El último suspiro en Ámsterdam

Juan Chas

19/10/2025

Bajo la niebla espesa de Ámsterdam, el río Amstel reflejaba una luna que ya no parecía de este mundo. Al fondo, las luces tenues de los canales se difuminaban como fantasmas perdidos. Elise y Mara caminaban por las calles empedradas, sus manos entrelazadas, pero había algo en el aire que las hacía sentir como si, en cualquier momento, pudieran ser separadas por un abismo invisible.

El amor que compartían era un fuego antiguo, un deseo que se había vuelto peligroso, intoxicante. Cuando se miraban, los ojos de Mara no reflejaban la calidez que siempre había existido entre ellas; en su lugar, había un abismo profundo, una sombra que nunca antes había visto Elise.

«¿Estás bien?», preguntó Elise, deteniéndose bajo un farol, la preocupación en su voz temblando como un eco. Mara no respondió de inmediato. Solo la miraba con una intensidad que la desbordaba.

De repente, el aire se tornó frío, demasiado frío. Elise sintió una presión en el pecho, como si algo invisible estuviera oprimiendo su corazón. Mara dio un paso adelante, acercándose más, hasta que sus labios rozaron los de Elise en un beso húmedo, pero distante.

Elise, sin embargo, no podía dejar de notar la fría dureza en sus brazos, el sudor helado en la nuca de Mara.

«Es el destino», susurró Mara, con una voz quebrada que no era la suya, como si hablara a través de alguien más. «El deseo no perdona. La muerte… nos reclama.»

Elise intentó apartarse, pero Mara la sujetó con una fuerza que no correspondía a su figura delicada. La piel de la mujer se deshacía entre sus dedos como si estuviera hecha de ceniza. La pasión se transformó en horror, el deseo en desesperación.

Antes de que pudiera gritar, algo oscuro surgió del agua, una figura espectral que envolvió a Mara en una sombra espesa, devorándola. Elise intentó liberar su mano, pero estaba atrapada, como si el amor mismo la estuviera arrastrando hacia lo inevitable.

Con un último suspiro, el cuerpo de Mara desapareció entre las aguas, y el silencio de Ámsterdam se hizo absoluto, como si nunca hubiera existido tal pasión, tal muerte.

Elise, sola, miró al río, su rostro pálido y vacío, el eco de un amor que ya no podría recordar, atrapada en el horror que siempre persigue a los que se atreven a desear demasiado.

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