La tetera silbaba en la cocina mientras Clara hojeaba un álbum viejo encontrado en el desván. Las fotografías, amarillentas y torcidas por el tiempo, mostraban rostros desconocidos sonriendo frente a una casa idéntica a la suya. En una esquina, su propia silueta infantil parecía mirarla desde la penumbra del retrato, aunque nunca recordaba haber posado para esa imagen. Cerró el álbum con un escalofrío, convencida de que la luz tenue deformaba su percepción.
El reloj del pasillo marcó las tres. Un golpe seco resonó desde el desván. Clara subió despacio, arrastrando la linterna que apenas iluminaba el polvo suspendido en el aire. El álbum yacía abierto sobre el suelo, en una página que antes no existía. En ella, la misma escena: ella, en la escalera, sosteniendo la linterna. Detrás, una sombra más alta, borrosa, casi humana.
Sintió un aire frío recorrerle la nuca. Giró bruscamente. Nada. Solo el murmullo del viento entrando por una grieta del techo. Bajó los escalones sin mirar atrás, pero el álbum seguía allí, esperándola. Desde la portada, su propio rostro la observaba, ahora adulto, con la misma expresión que llevaba en ese instante: miedo y certeza. Afuera, el reloj volvió a marcar las tres.
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