Ella tejía sus alas con hilo de estambre, contemplaba el horizonte a través de la jaula con la puerta abierta.
Soñaba con sentir el aire, quería un par de fuertes alas, no había un rumbo, solo deseo.
Una mano gigante la acompañaba, tarareaba canciones para ella, acompañándola en cada puntada.
Después de muchos soles y demasiadas lunas, las alas estaban completas.
Había llegado el momento de partir, pero la mano gigante le pidió que esperará unos días más.
Una nublada mañana le dijo: «Extiende y prueba tus alas, aprende a volar.
Ella se paro en el borde de la jaula, vió la inmensidad del futuro, de lo incierto, el corazón latía lleno de euforia.
Volteo a ver su mano compañera, sonrió y se hecho a volar.
Batió las alas una, dos, tres hasta diez veces, dando vueltas por el lugar.
Una enorme gota de lluvia mojo el extremo de un ala, haciendo que perdiera equilibrio, pero Ella se resistió, no dejo de intentarlo una y otra vez.
Hasta que la lluvia volvió pesado el estambre y ya no se pudo elevar más.
La mano gigante llegó para levantarla y la devolvió a la jaula abierta.
Ella duró inconsciente siete días, pero lo sintió como si fueran años, al despertar se revisó, ya no había alas. «se estropearon con la lluvia», le dijo su mano amiga.
La tristeza la llevo a dormir más, hasta que la mano gigante se acercó para despertarla.
Le llevó el desayuno, un carrete con plumas y lazo de cuerda.
«Puedes volver a intentarlo, anda, vuelve a tejer tus alas mientras tarareo canciones para acompañar tus puntadas.»
Addis Désirée.
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