Después de un largo viaje, al fin llegué a casa. La primavera ya se hacía notar; las flores comenzaban a despertar y ese olor… ah, cómo me encanta.
Al abrir la puerta, la vi sentada, justo donde recuerdo haberla dejado. Sus cabellos blancos y piel arrugada (los años de la experiencia habían pasado por ella). Se le hizo difícil levantarse, pero no importaban los obstáculos, su princesa estaba de regreso.
Tras muchos años lejos del hogar, al fin mi oportunidad de volver se hacía realidad. Recuerdo muy bien cuando me fui: su abrazo y un beso en la frente fue lo último que recibí de ella. Con mi ausencia, la rutina seguía siendo la misma; los días, meses y años transcurrían, haciéndola cómplice de las canas y arrugas.
Hoy, en esta primavera, estoy de nuevo aquí. No por mucho tiempo, mi visita será corta, pero trataré de disfrutarla y de recuperar todo el tiempo perdido.
Esa misma tarde, recuerdo muy bien verla cocinando mi comida favorita y, por un instante, creí verla bailar, cosa que no hacía desde que mi padre falleció.
Mis lágrimas cayeron en mi mejilla y, ante esa sublime mujer, volví a ser niña. Mi corazón y mi alma olvidaron mis problemas y corrí hacia ella, así como lo hacía cuando por andar en bicicleta me golpeaba la rodilla y lo único que quería era una caricia de mamá.
Cenamos y platicamos por horas, pero ya su edad no le permite pasar mucho tiempo despierta; recuerdo verla cerrar sus ojos un par de veces. Nos levantamos de nuestras sillas y nos fuimos a dormir.
Antes de entrar a mi cuarto, me dio un abrazo, de esos que sientes que te curan hasta el alma, y me dio la bendición.
Así pasaron los días. Ya era hora de regresar a mi vida cotidiana y a estar lejos nuevamente de mi hogar. Lo único que me consolaba era que tenía la posibilidad de estar de vuelta las veces que yo quisiera.
Tomé mi maleta y, con un nudo en la garganta, me volví a despedir. Ya no me abrazó con la misma fuerza que la primera vez, pero su beso en la frente fue con el mismo sentimiento.
Esa misma noche, cuando llegué a casa, mi teléfono sonó. Con voz temblorosa se escuchó del otro lado: «Tu madre ha fallecido». Mis piernas cayeron de golpe y mis rodillas tocaron el suelo. ¿Cómo me iba a imaginar que esa iba a ser la última vez que la iba a ver? ¿Acaso era una broma del destino o simplemente un regalo de la vida por haberme dado la oportunidad de verla por última vez?
La primavera ha llegado nuevamente. La silla está vacía y el olor de las flores ya no lo siento igual.
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