A veces me sorprendo imaginando que estoy hecho de una aritmética de polvo: un enjambre de átomos danzando como luciérnagas en la penumbra del cosmos, siete mil cuatrillones de partículas que, en su ceguera numérica, se atreven a llamarse hombre. Pero hay algo más allá del cálculo, más allá del peso de setenta kilogramos que la física insiste en medir. Hay una vibración secreta, una música que no se oye, pero que me compone. La trama de mi mente —ese telar invisible donde se teje la verdadera vida que me sueña— pertenece a un territorio que no se deja atrapar por la balanza de los electrones, ni por los mapas del cuerpo, ni por los voceríos del mundo.

Con ese pensamiento —mitad revelación, mitad travesura de los dioses— advierto que mi forma de mirar, de escuchar, de buscarme en el reflejo de los otros, y de urdir las señales y pactos que llamamos sociedad, ya no necesita del fatigoso empeño de corregir a nadie. Cada vez que intento enderezar las emociones curvadas de los demás, recibo —como un eco burlón— una patada psíquica en los dos hemisferios del alma. Es como si el universo me dijera: “No te metas, que cada corazón tiene su propio laberinto”.

Por eso me inclino, con una serenidad que parece prestada por los ángeles del desierto, a soltar amarras. A otear un horizonte donde mi pasado —ese archivo de tiempo lleno de papeles amarillos y voces que ya no me pertenecen— no tenga cabida ni en mi conciencia atómica, ni en mi memoria emocional, ni en mi pobre metafísica de carne. Decir adiós al mundo de las enseñanzas no es una fuga, sino una metamorfosis: como el jaguar que se convierte en constelación, como la larva que se disuelve en mariposa.

De aquí en adelante, encontrarme será para cualquiera una empresa titánica y, quizá, inútil. Me verán, sí, pero no estaré para majaderías ajenas. Habitaré otra dimensión —un pliegue secreto del tiempo, un rincón donde los cronómetros se detienen a escuchar cuentos— y en la que fui, viví y caminé, será un recuerdo solo mío. Seré como el humo de un volcán que ve de lejos, pero no se mezcla,

Cada uno a sus zapatos, a sus fantasmas, a sus arquetipos.

Esa es la lección. Y no necesita explicación.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS