«Pero qué estamos esperando»
«Pero qué estamos esperando»
Decía una y otra vez mientras caminaba por el pequeño balcón cuyas vistas daba a lado Norte de la ciudad. Mientras tanto el interlocutor no le prestaba atención puesto que estaba inmiscuido en sus propias imaginaciones. Pensaba en el por qué de estar en este sitio tan aburrido y cargado de bullicio y también pensaba en qué estaría haciendo el gato en el hogar a esas horas. Puesto que en ausencia del amo, aquel animal actúa rebelde, se apropia de la casa, hace fiestas y orgías y especialmente destruye del sofá. Esas pequeñas cosas que sacan de quisio a cualquiera. Pensamientos y muchos pensamientos, el gato, el hogar, el dinero que aparentemente no alcanzará hasta fin de mes, el trabajo, el jefe y sus estupideces, el perro del vecino y esos aullidos aterradores en la mañana, y por supuesto de vez en cuando el siempre pensamiento del futuro. El futuro, no ese corto, ese que dirá hasta mañana, el futuro, ese que dura a largo plazo, por ejemplo un año o un par.
«Pero qué estamos esperando»
«Pero qué estamos esperando»
Se quedó callado unos segundos más, le miró de reojo, resopló con un poco de cansancio y le dijo:
«Nada, no espero nada, hace tiempo que dejé de esperar de ti. Cómo verás sigo viviendo, sigo en los trotes por el camino y tú simplemente eres esa ventisca que de ves en cuando aparece por el camino y que cuando aparece quiere armar una pequeña revolución en mi vida. Eso eres, y no espero nada de las ventiscas pasajeras, más que un leve recuerdo en los pasos dados. Porque Aprendí que mientras más te espero más rápido se acaba mi vida, me lleno de ira y así no es bueno vivir en este mundo.
Nada, no estamos esperando nada, yo solo espero que te vayas para volver al camino, regresar al hogar, saludar al gato, maldecir al perro del vecino y olvidar una vez más que ayer también te vi.
Nada, no espero nada, nada de ti.
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