El vestido blanco de Sophie caía como un río de seda bajo la luz de los vitrales. Sus labios, apenas manchados de rojo, dibujaban una sonrisa inocente que contrastaba con la daga aún húmeda en su mano. El salón estaba preparado para el baile de máscaras: candelabros encendidos, rosas frescas, música que parecía suspendida en el aire. Todo un espectáculo de belleza y decadencia, un regalo de su señor, un premio a su obediencia… y a su hambre.
Para los Toreador, la belleza es religión. Pero en Sophie, aquella devoción se mezclaba con un juego cruel:
—¿Qué los hace moverse? —se preguntaba mientras observaba los cuerpos rígidos en el suelo, como muñecos rotos.
—¿Qué pasa cuando les arrancas el corazón? —se reía, infantil, como si se tratara de una adivinanza.
Era curiosidad pura, como la de un niño, pero canalizada a través de la brutalidad de una bestia. Y en ese contraste estaba su encanto: una niña eterna en el disfraz de un ángel, con el alma bañada en sangre.
El portón del salón se abrió lentamente. Su maestro, imponente con su máscara dorada, la observó con un gesto entre ternura y cansancio. Avanzó, tomó con calma la daga de la mano de Sophie y con voz grave pero relajada, como un padre indulgente, le susurró:
—Manchaste tu vestido nuevo otra vez, pequeña. No importa… conseguiremos más juguetes para ti. No es necesario tanto desperdicio esta noche.
Ella bajó la mirada como si hubiera cometido una travesura infantil. Él, con un suspiro pesado, agregó:
—Iré a buscarte libros de anatomía, mi dulce monstruo. Corre al jardín interior y juega allí un rato.
Sophie obedeció con una reverencia ligera, sonriendo de nuevo. Corrió hacia el jardín, sus alas blancas brillando bajo la luz de la luna, mientras detrás de ella, su amo cerraba lentamente la puerta. Por un instante, antes de que las sombras engulleran la escena, se alcanzaban a ver aún los cuerpos en el suelo… junto a los juegos infantiles de Sophie: torres de huesos, muñecas de carne, y flores regadas con un rojo demasiado fresco.
El baile apenas estaba por comenzar.
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