En la costanera de Salto, el río parecía arrastrar cansancio en vez de agua.
El sol se iba doblando detrás de Concordia, y la brisa tibia traía olor a naranjo mezclado con humo de moto.
Gervasio estaba sentado en el murito, las manos hundidas en los bolsillos, mirando al Uruguay como si esperara que le contestara alguna pregunta.
—¿Y vos qué mirás tanto, che? —le dijo Roque, arrimándose con paso lento, arrastrando las ojotas contra el cemento.
—Nada… o todo. El río es traicionero, viste. Parece quieto, pero te va llevando.
Roque se rió con desgano.
—Ta, dejate de filosofía barata. Vos siempre con esas cosas… ¿No te cansa pensar tanto?
Gervasio no lo miró, apenas alzó un hombro.
—Me cansa más no pensar.
Se quedaron un rato en silencio. Atrás, la ciudad encendía de a poco sus luces: los bares del centro, los altoparlantes de cumbia reventando la esquina, alguna moto con escape libre haciendo de gallo.
Roque se acomodó junto a él y sacó un termo medio abollado.
—¿Querés un mate? Está medio lavado, pero sirve.
—Dale. Total, todo está medio lavado últimamente.
Roque le alcanzó la bombilla, y mientras Gervasio cebaba, agregó:
—Dicen que el puente nuevo va a traer más laburo. Que capaz hasta se mueve algo en la zona.
Gervasio sonrió de costado, con esa ironía que le caía sola.
—Siempre dicen lo mismo. El puente, la represa, el turismo termal… Y al final seguimos igual: esperando algo que nunca llega, como si Salto fuera una sala de espera eterna.
Roque lo miró de reojo.
—Bo, vos estás cada vez más parecido a Onetti, ¿sabías?
Gervasio soltó una carcajada áspera.
—Y vos cada vez más a Benedetti, siempre con la fe puesta en la gente.
Roque encogió los hombros.
—¿Y qué querés? Uno tiene que creer en algo. Sino… ¿pa’ qué?
El viento levantó un poco más fuerte, como queriendo meterse en la charla.
Los dos callaron otra vez, mirando el agua marrón del río, cada uno aferrado a su manera de estar en Salto: uno descreído, el otro empecinado en creer.
Al rato, Roque dijo bajito, como si le hablara más al río que a su amigo:
—Igual… yo qué sé… capaz algún día Salto nos sorprende.
Gervasio chupó la bombilla y se quedó pensativo, con la mirada perdida en las luces de la otra orilla.
—Capaz, sí. Pero mientras tanto, vamo’ a seguir tomando mate, que es lo único que no falla.
Y los dos se rieron, con esa risa mansa y resignada que se estira en la costanera cuando la noche empieza a cerrar.
FIN
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