Apuntes para la historia de la SGM (VII)

Apuntes para la historia de la SGM (VII)

La Batalla del Atlántico

Recordando las palabras de
Winston Churchill, los historiadores militares consideran que «la
Batalla del Atlántico resultó el factor dominante y determinante de
toda la SGM». Esta afirmación tan rotunda se basa en el
convencimiento de que la defensa y el sostenimiento de las rutas
atlánticas permitieron no sólo la supervivencia británica y
soviética, sino la propia victoria final de los Aliados sobre el
Eje. La llamada Batalla del Atlántico alcanzó su cénit
durante la primera mitad de 1942, coincidiendo con la impunidad de
los submarinos alemanes hundiendo mercantes y petroleros a todo lo
largo del litoral atlántico americano, desde las costas de Terranova
hasta el Brasil, echando a pique más de tres millones de toneladas
de buques en un semestre catastrófico que a punto estuvo de dejar
exánime al Reino Unido y arrinconada la Unión Soviética.

Las denominadas «manadas
de lobos» (Wolfpack), flotillas de submarinos comunicados entre sí
y organizadas por el famoso almirante Karl Dönitz (1891-1980),
máximo responsable del arma submarina y firmante de la rendición
incondicional de Alemania (8 de mayo 1945), centraron su atención en
los petroleros que navegaban desde Venezuela y el golfo de México
hasta Nueva Orleans y otros puertos estadounidenses para detener el
flujo del combustible que alimentaba y lubricaba todas las máquinas
de guerra aliadas. Casi lo logran, y la guerra en el mar a lo largo
de 1942 se cobró miles de vidas y navíos ─más de 1.100 buques─
que sólo los Estados Unidos fueron capaces de reponer.

Imitando las famosas
«flotas de Indias» de la Monarquía hispana, petroleros y mercantes
aliados de todo tipo se reunían en los puertos norteamericanos
cargados de alimentos, municiones, armas y combustibles, para dar el
salto hasta el Reino Unido, de donde a su vez partían las flotas
británicas que navegaban por el Ártico con destino al puerto ruso
de Murmansk. Allí desembarcaban hasta las tres cuartas partes de
toda la producción aliada de municiones, que ayudaron al Ejército
Rojo a frenar su derrota al principio de la guerra y, más adelante,
a tomar la iniciativa. Durante ese año crucial de 1942, Washington
ordenó la construcción de unos ocho millones de toneladas de buques
de todo tipo y al año siguiente, elevaron su producción a más de
14.500.000 de toneladas en bruto, aventajando las pérdidas en casi
once millones de toneladas, incluyendo la guerra del Pacífico contra
los japoneses. Un tipo de buque mercante, la clase Liberty,
que iban artillados y se produjeron en cadena, se hicieron famosos
para satisfacer la Ley de Préstamos y Arriendo suscrita con Gran
Bretaña.

Pero la construcción
naval sólo era una parte de la respuesta aliada; la otra consistía
en reducir la pérdida de barcos neutralizando la amenaza submarina,
la presencia de las minas magnéticas y los torpedos acústicos. Los
científicos aliados desarrollaron nuevos dispositivos detectores
como el Sonar (Sound Navigation And Ranging) y el Radar de
profundidad (ondas de radio que viajan por el agua), además de
reforzar sus convoyes y patrullas con navíos de guerra y aviones con
mayor radio de acción, que partían de sus bases en Terranova, el
Labrador, Groenlandia e Islandia. Por su parte, y para alargar su
permanencia en el mar, las flotillas de sumergibles alemanes
mejoraron sus Schnorkel
para tomar el aire necesario navegando con sus motores diésel
sumergidos a profundidad de periscopio y así poder torpedear a sus
enemigos. Dönitz mando a su encuentro unidades de superficie para
suministrar a las dotaciones, armas, alimentos y combustibles, muchas
de las cuales partían sigilosamente de los puertos españoles de
Canarias y las rías gallegas, con la connivencia del Gobierno de
Franco, además de sus bases en los arsenales franceses de Brest,
Lorient, Nantes, Burdeos o La Rochelle.

Los aliados respondieron
con más destructores, rápidas corbetas, cargas de profundidad y los
pequeños portaaviones de escoltas, los famosos baby
flattops
transportando decenas de aviones
para dar cobertura a los convoyes y los desembarcos de tropas
anfibias que tan buenos resultados dieron en las islas del Pacífico,
además de detectar y hundir a los submarinos alemanes y japoneses.
En esta lucha encarnizada los británicos tomaron ventaja al lograr
descifrar las comunicaciones alemanas basadas en la máquina
encriptadora Enigma,
que les permitió conocer de antemano las posiciones y derrotas de
los sumergibles germanos gracias a la captura de algunas unidades.

Según las cifras que se
manejan en la actualidad, las victorias submarinas alemanas, hasta el
final de la guerra, arrojaron un total de 14.537.000 toneladas de
buques hundidos, lo que demuestra la peligrosidad y eficacia de sus
«manadas de lobos», sin contar las pérdidas, también cuantiosas,
ocasionadas a los aliados por sus navíos corsarios, maestros en el
arte del camuflaje y el ataque por sorpresa, que hicieron famosos a
los comandantes de los buques Komet, Atlantis,
Orion, Thor, Kormoran
y algunos otros, que
mantuvieron en jaque a las flotas aliadas tanto en el Atlántico como
en el Mediterráneo. No obstante, pese al arrojo de los submarinistas
alemanes, el desarrollo del sumergible oceánico Tipo
XXI,
una nave muy adelantada a su tiempo y el
empeño de su almirante, los nazis no pudieron superar los recursos
aliados y a finales de 1944 la Kriegsmarine
quedó neutralizada, perdiendo en un fiordo noruego a su buque
insignia, el acorazado Tirpitz,
de 42.000 toneladas y gemelo del Bismarck,
que fue bombardeado por los Lancaster
de la RAF.

A lo largo de todo el
conflicto, la Batalla del Atlántico
se cobró alrededor de 23.500.000 toneladas de transportes hundidos,
pero para reemplazar estas pérdidas, sin contar las vidas humanas,
los aliados pusieron a flote alrededor de 45.600.000 toneladas de
buques, destruyendo la práctica totalidad de la marina de superficie
alemana más un total de 781 U-boote
(Unterseeboot),
siendo el arma submarina la
que arrojó, en proporción, el mayor número de muertos y
desaparecidos de todas las unidades combatientes por tierra, mar y
aire del III Reich.

La batalla de Midway

En la primavera de 1942,
al mismo tiempo que los alemanes llevaban la iniciativa naval en el
Atlántico, la marea nipona se extendía por las aguas del Pacífico
y su Armada Imperial parecía capaz de imponerse a todos sus
enemigos. Los navíos del vicealmirante Chuichi Nagumo, los mismos
que asestaron el golpe en Pearl Harbour eran los dueños del océano
y después de controlar las islas Andaman, en el golfo de Bengala,
estaban incluso en condiciones de apoderarse de la estratégica base
naval de Madagascar, en cooperación con los franceses de Vichy, y
controlar así todo el Indo-Pacífico. Su ofensiva principal se
centraba, no obstante, en el Pacífico, cubriendo desde la
Aleutianas, en el Norte, hasta el archipiélago de las Fiji, Nuevas
Hébridas, Nueva Caledonia, Filipinas y la península de Papúa en
Nueva Guinea por Sur, con la isla de Midway en el centro, desde donde
podrían amenazar Hawái, Australia y Nueva Zelanda. Pero al intentar
conseguir estos objetivos tan ambiciosos, el Imperio del Sol Naciente
cosechó los primeros reveses de consideración.
Los británicos lograron desembarcar en Madagascar y la batalla del Mar del Coral detuvo por
primera vez la marea de la expansión nipona. Fue un duelo entre
portaaviones que duró del 4 al 8 de mayo de 1942 y en el que los
norteamericanos evitaron que los japoneses desembarcaran en Port
Moreby, en la punta oriental de Nueva Guinea, pese a perder el
portaaviones Lexington y resultar dañado el Yorktown,
mientras que los japoneses lograron retirarse sin grandes pérdidas,
con tan solo un portaaviones averiado, el Shokaku, pero
con sus aviones a salvo en la cubierta de su gemelo el Zuikaku,
logrando asentarse en Toluga y
Guadalcanal. De ahí
que el mando naval japonés se apresurara a descargar su próximo
golpe en mitad del Pacífico, para doblegar de una vez por todas a
sus enemigos norteamericanos. Con ese fin, a finales del mes de mayo
zarpó del Japón y del archipiélago de las Marianas una gran flota
formada por unas doscientas unidades entre las que figuraban ocho
portaaviones, once acorazados, 22 cruceros, 65 destructores, 21
submarinos y más de setecientos aviones de combate y bombardeo a
bordo. La escuadra se dividía en una fuerza de choque encabezada por
los portaaviones al mando del temible Nagumo, otra de desembarco a
las órdenes de Nobutake Kondo, una tercera con rumbo a las
Aleutianas comandada por Boshiro Hosogaya, y el grueso de estas
fuerzas mandado por el jefe de la Armada Imperial, el propio
almirante Isoroku Yamamoto (1884-1943).

El
plan de Yamamoto era simple: A partir del 2 de junio Hosogaya
atacaría las Aleutianas como una operación de distracción,
mientras que el resto de la escuadra convergería sobre la isla de
Midway, de soberanía estadounidense y punto de partida para la
invasión de Hawái. El 4 de junio, los aviones de Nagumo
bombardearían las instalaciones defensivas y el día 5, Kondo
invadiría el pequeño atolón semicircular que yace en el centro del
Pacífico. En el caso de que la flota norteamericana contraatacara,
los poderosos y rápidos acorazados de Yamamoto, fuera del alcance de
la aviación americana, caerían sobre ella y la aniquilarían. El
plan de Yamamoto, como en Pearl Harbour, buscaba de nuevo la sorpresa
para el logro de sus objetivos, pero esta vez sus enemigos no andaban
a ciegas y su servicio de inteligencia había conseguido descifrar el
código naval japonés, proporcionando al almirante Chester W. Nimitz
(1885-1966) la información que necesitaba para tomar con acierto sus
decisiones estratégicas.

Después
de reforzar la isla de Midway con cuantos aviones, hombres y
artillería disponía, Nimitz organizó dos escuadras en torno a los
tres únicos portaaviones con los que contaba. La primera, al mando
del contraalmirante Raymond Spruance, con los portaaviones
Enterprise y Hornet,
escoltados por seis cruceros y once destructores. La segunda,
comandada por el contraalmirante Frank J. Fletcher, quien ya había
participado en la batalla del Mar del Coral al mando del Yorktown,
reparado en un tiempo récord y escoltado por dos cruceros y seis
destructores.

Según
lo previsto, las fuerzas de Hosogaya atacaron el 2 de junio Dutch
Harbour, en las Aleutianas, y el día 3 fueron avistados los
portaaviones de Nagumo a unas doscientas millas al noroeste de
Midway. Aviones bombarderos y torpederos despegaron de Midway el 4 de
junio para atacar a la escuadra japonesa seguidos por los cazas para
interceptar a la aviación enemiga. Pero los anticuados aparatos
Grumman de la US Navy
no podían competir con los rápidos Mitsubishi Zero
─uno de los mejores cazas de toda la SGM─ y Kawasaki
Hien
nipones, que rompieron el
cerco y demolieron la isla, barriendo del cielo a todos los aviones
torpederos y cazas americanos antes de que pudieran causar un solo
impacto en los buques japoneses. Pero los pilotos norteamericanos
atacaron con tanta bravura que atrajeron sobre sí a los cazas y la
artillería antiaérea enemiga, dejando libres a los bombarderos en
picado del Enterprise
para atacar a los portaaviones Kaga
y Soryu, al tiempo que
los del Yorktown
dejaban al buque insignia de Nagumo, el portaaviones Akagi,
convertido en una ruina llameante. Mientras tanto, el único
portaaviones que le quedaba a Nagumo, el Hiryu,
lanzó sus aviones contra el Yorktown
y lo alcanzó con bombas y torpedos dejándolo fuera de combate. En
represalia, los bombarderos en picado procedentes del Enterprise
dejaron al Hiryu
escorado y envuelto en llamas, listo para que lo hundieran los
destructores enemigos. Dos días después, el Yorktown
correría la misma suerte
mientras era remolcado por el destructor Hammann.
Ambos fueron hundidos por un submarino nipón, el I-168,
al mando del comandante Tanabe.

Después
de una batalla que duró tres días seguidos con sus noches,
Yamamoto, con sus mejores portaaviones hundidos, suspendió el
combate y ordenó la retirada de su escuadra. Pese a que Hosogaya
tomó Attu, Kiska y Adak, en las Aleutianas occidentales el 7 y 8 de
junio, el máximo responsable de la Armada Imperial sufrió la mayor
derrota naval en la historia japonesa. Además de sus portaaviones y
los mejores pilotos escogidos, perdió alrededor de 275 aviones y más
de 3.500 hombres. Pero lo más amargo, fue que salió derrotado
frente a una escuadra muy inferior a la suya. Paladeando esa
victoria, el almirante Nimitz contabilizó la pérdida de unos 150
aparatos y algo más de trescientos hombres, además del mencionado
Yorktown y su
destructor de escolta, pero Midway continuó en poder del gigante
norteamericano.

En
la actualidad, la mayoría de los historiadores coinciden en sostener
que Midway resultó ser la derrota más decisiva del Japón y el
momento más crítico de la guerra naval en el Pacífico. Con ello se
ponía fin a la amenaza nipona y a partir de entonces la iniciativa
del conflicto pasaba en exclusiva a manos de los Estados Unidos.

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