Cora, con su pelaje revuelto y un solo ojo que brillaba con una inteligencia infinita, era la guardiana secreta de la casa de la familia de Isabel. Su oficio era seguir a Celia, a Marco y, sobre todo, a la niña de la casa. Era una perra sin raza, adoptada después de llegar un día buscando comida, y se había ganado el corazón de todos.
Pero un día, las voces de los adultos se volvieron graves. La familia se iba a vivir a la capital, donde Marco trabajaría como profesor, pero el apartamento era demasiado pequeño para Cora. A pesar de las lágrimas de Isabel, la decisión estaba tomada. El día de la mudanza, la dejaron en un refugio, un lugar lleno de jaulas y ladridos tristes. Cora sentía un nudo en el estómago, un dolor que no había conocido nunca. Su corazón de perra se encogió al ver la mirada triste de Isabel. Ambas se quedaron con la imagen de la otra, sabiendo que el adiós era definitivo.
El refugio era ruidoso y aterrador. Los perros eran rudos y la maltrataban por ser diferente. Una noche, Cora, con el corazón en un puño, decidió escapar. Encontró la fuerza para saltar la cerca y correr hacia la oscuridad. Afuera, en la calle, se topó con Neno, un perro callejero grande y rudo, pero con una nobleza escondida en su mirada. Se hicieron amigos inseparables. Cora descubrió un mundo nuevo, lleno de peligros y de libertad. Juntos, pasaban las noches bajo las estrellas y se escondían del ruido de la ciudad.
Con el tiempo, Cora y Neno se convirtieron en padres de tres cachorros. Pero la vida en la calle era muy dura. Una noche, un camión los asustó, y Neno, intentando proteger a su familia, se perdió en la confusión. A pesar de buscarlo por todos lados, Cora no volvió a verlo. De un momento a otro, se encontró sola, con sus cachorros débiles y temblorosos. Dos de ellos no aguantaron el frío ni el hambre. Cora, con el corazón roto, lloró por Neno y por sus hijos perdidos. Le quedaba solo un cachorro, que llamó Nerón.
Cora sabía que no le quedaba mucho tiempo. Estaba débil y su cuerpo ya no le respondía bien. Con las últimas fuerzas que le quedaban, tomó a Nerón en la boca y lo cargó por las calles, bajo la lluvia, buscando un lugar seguro. Caminó hasta que vio una casa pequeña y acogedora, con un aroma a hogar que le recordaba a la vida que había dejado atrás. Con mucho cuidado, dejó a su cachorro en la entrada y se escondió detrás de un arbusto, con su único ojo lleno de lágrimas.
Observó a un niño, que salió a la puerta, sorprendido. El niño vio a Nerón, temblando de frío, y lo tomó en sus brazos, protegiéndolo de la lluvia. La imagen de su hijo a salvo, en un hogar cálido, fue el último recuerdo feliz de Cora. Con el corazón en paz, se fue caminando, ya sin fuerzas, hasta que encontró un lugar tranquilo para descansar por última vez, sabiendo que su hijo tendría la vida que ella siempre soñó.
Nerón, el cachorro de un solo ojo, fue adoptado por esa familia, quienes le dieron el amor y la seguridad que Cora nunca pudo tener. Él creció rodeado de cariño, y nunca olvidó el amor valiente de su madre, que lo había salvado de un mundo de tristeza para darle un futuro lleno de esperanza.
Preguntas para reflexionar:
¿Crees que Cora tomó la decisión correcta al dejar a su hijo en la puerta de la casa? ¿Por qué?
¿Qué significa para ti tener un hogar?
Si tuvieras que darle una voz a Cora, ¿qué diría sobre el amor de una madre?
Autora: Naiz Francia Jiménez D’arthenay
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