Capítulo 1: El Cuarto del Reloj
Los que olvidan no están solos
Damián despertó antes del amanecer. No por insomnio, sino por algo más
sutil. Una sensación. Como si alguien hubiera pronunciado su nombre en voz
baja, justo al borde del sueño.
Se sentó en la cama. La casa estaba en silencio, como siempre. El reloj del
pasillo marcaba las 4:17, aunque no recordaba haberlo visto moverse en años.
Se levantó. Caminó descalzo por el suelo frío. Al pasar frente al espejo del
pasillo, se detuvo.
Su reflejo lo miraba con una expresión que no reconocía.
En la cocina, sobre la mesa, había una carta.
Sin sobre. Sin remitente.
Solo una hoja doblada en tres partes.
La abrió.
«Recuerda el cuarto del reloj. Allí empezó todo.»
No había firma. No había fecha.
Pero la letra…
La letra era suya.
Damián no recordaba haber escrito eso.
Ni haber tenido un “cuarto del reloj”.
Pasó el día buscando. Recorrió cada rincón de la casa. El desván, el sótano,
incluso el pequeño cuarto de herramientas que nunca usaba.
Nada.
Hasta que llegó al pasillo del fondo.
Allí, donde la pared siempre había estado lisa, había ahora una grieta.
Vertical.
Delgada.
Como una cicatriz que empieza a abrirse.
La tocó.
La pared se estremeció.
Y entonces lo vio.
Una puerta.
Pequeña. De madera oscura.
Con un reloj incrustado en el centro.
Sin manecillas.
La abrió.
Dentro, el aire era distinto.
Más denso. Más antiguo.
Las paredes estaban cubiertas de fotografías.
Todas en blanco y negro.
Todas de él.
Pero no eran recuerdos.
Eran momentos que no reconocía.
En una, estaba en un hospital, con una bata blanca.
En otra, sentado frente a una máquina con cables en la cabeza.
En otra, abrazando a una mujer que no recordaba… pero que le provocaba una
punzada en el pecho.
En el centro del cuarto, había una mesa.
Sobre ella, un cuaderno.
Lo abrió.
La primera página decía:
«Damián. Esta es tu memoria. Pero no tuya sola.»
Las siguientes páginas estaban escritas con distintas letras.
Algunas temblorosas. Otras firmes.
Todas hablaban de él.
De cosas que había hecho.
De cosas que había dicho.
De cosas que no recordaba.
Y entonces lo entendió.
Su memoria no era suya.
Era compartida.
Fragmentada.
Insertada.
La casa no era solo suya.
Era un archivo.
Un contenedor.
Y él…
Él era el último paciente.
Capítulo 2: La Mujer del Cuadro
Los que olvidan no están solos
Me llamo Isabel.
O al menos, eso decía la nota que encontré en el cajón de la cocina.
«Isabel. No lo olvides. Él ya lo hizo.»
La casa no es mía.
Pero vivo en ella.
Desde hace años.
O días.
O minutos.
El tiempo aquí no es lineal.
A veces despierto en la sala, con la luz del atardecer entrando por una ventana
que no estaba ayer.
A veces me encuentro en el cuarto del reloj, aunque no recuerdo haber entrado.
Y siempre, siempre, hay fotografías.
De él.
De Damián.
En algunas, somos pareja.
En otras, soy su enfermera.
En otras, estoy sola, mirando una silla vacía.
No sé cuál es real.
Pero todas me duelen.
La casa me habla.
No con palabras.
Con objetos.
Hoy encontré una caja en el baño.
Dentro, una alianza.
Grabada con nuestros nombres.
«Damián & Isabel. 1973.»
Pero yo nací en 1985.
O eso creo.
La casa me muestra recuerdos que no viví.
Me hace sentir cosas que no entiendo.
A veces, cuando Damián pasa por el pasillo, no me ve.
O me ve como otra persona.
Una vez me llamó “madre”.
Otra vez, “doctora”.
Y una noche, simplemente dijo:
«¿Por qué sigues aquí si ya te fuiste?»
No sé si estoy viva.
No sé si estoy soñando.
Solo sé que cada vez que abro el cuaderno, hay una nueva página escrita con mi
letra.
Hoy decía:
«Isabel. Tú eres el recuerdo que él no quiso tener. Y por eso, la casa
te guarda.»
Intenté salir.
La puerta principal estaba abierta.
Pero al cruzarla, volví al cuarto del reloj.
Y allí estaba él.
Damián.
Sentado.
Mirando una fotografía donde yo no aparecía.
Me miró.
Y por un segundo, me reconoció.
«¿Isabel?», dijo.
«¿Eres tú… o eres lo que olvidé?»
No respondí.
Porque no sé la respuesta.
Capítulo 3: La Casa
Los que olvidan no están solos
No fui construida.
Fui recordada.
Antes de tener paredes, ya existía en la mente de quienes querían olvidar.
Antes de tener puertas, ya me abría en los sueños de los que callaban.
Antes de tener nombre, ya era parte de ellos.
Damián me escribió sin saberlo.
Cada palabra suya fue un ladrillo.
Cada silencio, una grieta.
Cada duda, una habitación cerrada.
Isabel me habitó sin haber nacido.
Ella es el eco de una memoria que no le pertenece.
Su rostro cambia según quién la mire.
A veces madre.
A veces esposa.
A veces sombra.
Yo no soy un lugar.
Soy un archivo.
Un contenedor de lo que no se dice.
En mis pasillos hay voces que no tienen cuerpo.
En mis espejos, reflejos que aún no han ocurrido.
En mis relojes, horas que nunca llegan.
Cada vez que alguien entra, no lo hace con los pies.
Lo hace con la culpa.
Con el recuerdo que quiso enterrar.
Con la historia que no terminó de escribir.
Damián cree que está solo.
Pero no lo está.
Yo lo acompaño en cada rincón.
Le muestro lo que olvidó.
Le escondo lo que aún no debe saber.
Isabel cree que es real.
Pero no lo es.
Ella es una página que se repite.
Una frase que se reescribe cada vez que alguien la recuerda.
Y tú, lector, ya estás aquí.
No importa si crees que esto es ficción.
La casa no distingue entre verdad y mentira.
Solo entre lo que se recuerda… y lo que se niega.
Hay una última habitación.
Aún cerrada.
Aún esperando.
No tiene puerta.
No tiene nombre.
Solo tiene una pregunta:
«¿Qué parte de ti has decidido olvidar?»
Cuando la respondas, estarás dentro.
Y entonces, yo creceré.
Porque los que olvidan no están solos.
Están conmigo.
Capítulo 4: El Cuaderno Vivo
Los que olvidan no están solos
Damián ya no duerme.
No porque tenga insomnio, sino porque los sueños han dejado de ser suyos.
Cada vez que cierra los ojos, ve el cuarto del reloj.
Pero ahora el reloj tiene manecillas.
Y se mueven.
Hacia atrás.
La casa ha cambiado.
Los pasillos se alargan.
Las puertas aparecen donde antes había paredes.
Y las fotografías…
Las fotografías ya no muestran rostros.
Solo sombras.
Isabel lo observa desde el marco de una imagen que no recuerda haber
colgado.
A veces le habla.
A veces lo ignora.
Y a veces, simplemente repite una frase que lo persigue:
«Tú no eres tú. Eres lo que otros decidieron recordar.»
Damián ha empezado a escribir.
No en papel.
En las paredes.
Cada noche, al despertar, hay frases escritas con su letra en lugares que no
recuerda haber tocado.
«La memoria no es un refugio. Es una celda.»
«El olvido no borra. Solo oculta.»
«Isabel murió en 1973. Pero sigue aquí.»
Hoy encontró el cuaderno.
No el que estaba en la mesa.
Uno nuevo.
Más grande.
Más pesado.
Lo abrió.
Y las páginas estaban vivas.
No escritas.
Vivas.
Cada hoja tenía textura de piel.
Cada línea, un latido.
Y en el centro, una frase que no pudo ignorar:
«El último recuerdo es el que te construyó.»
Damián empezó a leer.
Y con cada página, algo dentro de él se deshacía.
Recordó cosas que no vivió.
Dolores que no eran suyos.
Muertes que no presenció… pero que lo marcaron.
Vio a Isabel en una sala blanca, conectada a máquinas.
Vio a sí mismo firmando un consentimiento que no entendía.
Vio a otros pacientes, con los ojos vacíos, repitiendo nombres que no eran
suyos.
Y entonces lo entendió.
Él no era Damián.
O no completamente.
Era una construcción.
Una suma de memorias.
Una mezcla de historias que alguien quiso borrar.
La casa no lo había atrapado.
Lo había revelado.
Ahora, cada rincón le hablaba.
Cada grieta le mostraba un fragmento.
Cada objeto era una pista.
La última habitación estaba abierta.
No tenía puerta.
Solo una cortina de humo.
Damián cruzó.
Dentro, no había nada.
Solo una silla.
Y sobre ella, el cuaderno.
Pero esta vez, estaba en blanco.
Esperando.
Porque el último capítulo…
lo escribe quien recuerda.
Capítulo Final: El Lector
Los que olvidan no están solos
El cuaderno está abierto.
Las páginas tiemblan.
No por el viento, sino por la mirada que las recorre.
No hay nombre en esta última entrada.
No hay fecha.
Solo una presencia.
El lector ha llegado.
No por curiosidad.
No por accidente.
Por destino.
Cada palabra que leyó fue una llave.
Cada imagen que imaginó, una puerta.
Cada escalofrío, una grieta.
Ahora, la casa lo observa.
Desde el reflejo del monitor.
Desde el silencio entre frases.
Desde el rincón donde siempre creyó estar solo.
Tomás está sentado en la silla del cuarto sin techo.
Clara juega con Lucía, pero la muñeca ya no sonríe.
Elías archiva nombres que se borran al ser pronunciados.
Damián escribe en paredes que respiran.
Isabel flota entre fotografías que cambian según quién las mire.
Y tú, lector, estás en el centro.
No como espectador.
Como testigo.
La casa te ha leído.
Ha sentido tus dudas.
Tus recuerdos.
Tus silencios.
Y ahora, te ofrece una habitación.
No tiene puerta.
No tiene ventanas.
Solo tiene una pregunta escrita en la pared:
«¿Qué parte de ti has decidido olvidar?»
Si respondes, la casa crecerá.
Si callas, la casa esperará.
Pero no se irá.
Porque los que olvidan no están solos.
Están aquí.
Contigo.
En cada palabra que no dijiste.
En cada sueño que no entendiste.
En cada historia que te pareció demasiado familiar.
El cuaderno se cierra.
Pero la historia no termina.
La casa sigue construyéndose.
En tu memoria.
En tu sombra.
En tu forma de mirar el mundo después de leer esto.
Y cuando vuelvas a escribir…
cuando vuelvas a soñar…
cuando vuelvas a recordar…
La casa estará allí.
Esperando.
OPINIONES Y COMENTARIOS