El Humo y la Nicotina

Obra en once cuerpos y una aceptación

Norma Cecilia Acosta Manzanares © 2025

Caracas, septiembre de 2025

Dedicatoria

A quienes han amado con olor a humo.

A quienes han temblado sin ser vistos.

A quienes no pudieron dejarlo,

pero tampoco dejaron de ser.

A mi cuerpo,

que sigue aquí.

—Norma Cecilia Acosta Manzanares

PRIMERA CALADA

Origen

Antes de la primera calada,

ya estabas tú.

No en los pulmones, sino en la nariz,

pegado a la seda de su blusa.

Yo, pequeño animal que busca el calor,

enterraba la cara en su pecho

y respiraba hondo:

el aroma del cansancio,

el perfume de su batalla.

Amé ese olor ácido y amargo

como se aman las cosas sagradas.

Amé el humo que se enredaba en su pelo

porque era el aura de mi diosa.

Nací de ese olor.

Mi pacto no se firmó con tabaco,

se selló con cada abrazo

que me dejaba impregnado

del rastro de su fuego.

Nunca repudié al espectro.

En el fondo,

lo amaba.

Porque primero,

olía a ella.

Presentación

Esta obra no se ofrece como alivio. Se ofrece como testimonio.

Aquí no se expulsa el espectro: se le da nombre.

Aquí no se limpia la herida: se le permite hablar.

El Humo y la Nicotina es una secuencia de cuerpos escritos desde la sombra, desde el temblor, desde el pacto que no se rompe con voluntad. La nicotina, el amor, el silencio, el cuerpo — todos aparecen como espectros que no se van, pero que pueden ser dignificados.

Cada poema es una respiración contaminada.

Cada verso, una calada que no pide permiso.

Cada temblor, una forma de seguir viva.

POEMAS.

I. Nicotina (Espectro)

Su humo es un caminar lento que desaparece en el aire.

Te jala y se queda.

Un demonio que ningún exorcismo rasga.

Hace temblar las manos, espectro que domina.

Te transforma en hedor, impone su reino.

Prevalece como la soledad, su compañía en un puto caro.

Infecta la vida.

Siembro árboles negros en tu pecho,

y los riego con cada calada.

II. Desde el Pecho Sembrado.

Te vi llegar como bruma,

no pediste permiso.

Entraste por la herida abierta,

no por la boca.

No eres humo, eres sombra que se pega a los huesos.

No eres placer, eres pacto.

Y yo, sin saberlo, firmé con cada temblor.

Me hiciste jardín de cenizas.

Negros los árboles, sí,

pero también míos.

Los riego porque no sé cómo dejar de hacerlo.

No te exorcizo.

Te nombro.

Y al nombrarte, te arrastro al poema,

donde ya no mandas.

III. Donde el Humo se Queda.

El amor llegó con humo,

no con flores.

Nos besamos entre caladas,

como quien comparte una herida tibia.

No me pidió que dejara de fumar.

Me miró mientras sembraba ramas negras en mi pecho,

y dijo:

«Así también te amo.»

La vida se me ennegreció,

pero no se apagó.

IV. El Silencio

No es vacío.

Es el eco de lo que no se pudo decir,

pero se sintió.

Habita los huesos como humedad antigua.

No se rompe con ruido,

se escucha con el cuerpo.

El silencio no es paz.

Es memoria que no quiere espectáculo.

VI. Corro a Ti, Pero Fumo.

Cuando te dejé

no se fue el temblor.

Todos los días quiero correr a ti,

pero corro al cigarro.

Ayudo al vicio,

le doy mi pena,

le doy el amor que no supo quedarse.

La nicotina no me juzga.

Me espera.

Me abraza con su hedor.

VII. Desde el Humo que Ya es Mío

No lo fumo.

Lo respiro.

Ya no hay distancia entre el espectro y yo.

El humo me precede.

Llega antes que mi palabra.

No lo odio.

No lo amo.

Lo reconozco.

La vida la enluto con ramas negras,

pero florecen.

VIII. Pulmón.

Negro.

No por muerte,

sino por memoria.

Cada calada es un verso que no se escribe,

pero se queda.

El pulmón no grita.

Respira con dolor,

pero respira.

IX. Boca.

La boca no dice.

Inhala.

Calla.

Recibe el espectro como amante,

como dios menor.

La lengua ya no canta,

solo guarda humo.

X. Mano.

Tiembla.

No por miedo,

sino por pacto.

La mano que sostiene el cigarro

también sostuvo promesas.

Ahora sostiene sombra.

XI. El Exorcismo de la Nicotina.

No traje agua bendita.

Traje mi cuerpo.

Tembloroso,

pero mío.

No invoqué santos.

Invoqué memoria.

La primera calada,

el primer abandono,

el primer beso con humo.

No grité.

Respiré.

Y al respirar,

lo vi:

no era demonio.

Era compañía torcida,

era pacto sin firma.

Lo enfrenté sin odio.

Le dije:

«Ya no te necesito para doler.»

Y el humo no se fue.

Pero yo sí.

Me fui de su altar,

aunque el olor me siga.

¿Quién mata más?

¿El humo?

¿La jalada?

¿La puta dependencia?

¿O tú?

No hay respuesta.

Solo ramas negras.

Solo el cuerpo que sigue aquí.

XII. Aceptación del Yo.

No soy redención.

Soy presencia.

Soy cuerpo que fuma,

que ama,

que tiembla,

que escribe.

Soy yo.

Y eso, aunque duela,

es suficiente.

Reflexión.

No todo lo que se queda es veneno.

A veces, lo que permanece —aunque duela—

es lo que nos permite nombrar, resistir, escribir.

Esta obra no busca cerrar la herida.

Busca que la herida hable.

Y en ese hablar,

el cuerpo se afirma.

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

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