La noticia de la oposición de López Aliaga a El Frontón resonó en su despacho, iluminado por el resplandor del atardecer sobre el Pacífico. Para él, no era solo un capricho logístico; era un principio. Esa noche, un sobre anónimo aparición en su bandeja. Contenía una sola fotografía en blanco y negro: la antigua cantera de El Frontón, con una X roja marcando un túnel olvidado en los planos oficiales.
Al examinar la imagen con una lupa, descubrió una figura diminuta observando desde las rocas. La silueta inconfundible: Víctor, el temible cabecilla del Tren de Aragua, trasladado en secreto esa misma mañana. La propuesta de la selva era una corina de humo, alguien dentro del gobierno quería ese penal abierto, pero no para encerrar, sino para ocultar.
Rafael Guardo la foto. Su oposición ya no era política; era personal. El verdadero encierro no era de cemento, sino de secretos, y el acababa de descubrir la puerta.
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