Hay preguntas que no buscan respuesta, sino resonancia. Esta es una de ellas. Porque la realidad —esa palabra que creemos sólida como roca— se deshace entre los dedos cuando intentamos definirla. ¿Es lo que vemos, lo que sentimos, lo que calculamos? ¿O es, acaso, lo que imaginamos?
Los números imaginarios nacieron como herejía matemática, como criaturas prohibidas en el templo de lo racional. Fueron bautizados con un nombre que los condenaba al exilio: “imaginarios”, como si fueran sombras, espejismos, delirios de un álgebra febril. Y, sin embargo, como todo lo que se margina por incomprensión, guardaban un secreto.
Al aceptarlos, el universo pareció abrir una puerta oculta. De pronto, lo invisible se volvió herramienta. Lo que no existía en el mundo tangible comenzó a describirlo con precisión asombrosa. Corrientes eléctricas, ondas cuánticas, señales que viajan por el aire como susurros de otro mundo… todo eso se sostiene en la arquitectura de lo imaginario.
La física moderna, esa alquimia de partículas y probabilidades, se apoya en funciones que no podrían existir sin la unidad imaginaria. La electrónica, la teoría de control, la aerodinámica… todas ellas danzan al ritmo de números que no se pueden ver, pero que gobiernan lo visible.
Incluso en las matemáticas puras, donde la belleza se mide en simetrías y transformaciones, los números complejos son la llave que abre el cofre de las señales, los sonidos, las formas. La transformada de Fourier, la de Laplace… nombres que suenan como conjuros, como fórmulas de un saber antiguo que revela lo oculto.
Así, lo “imaginario” se volvió más real que lo real. No por su existencia física, sino por su poder explicativo. Como los sueños que revelan verdades que la vigilia no se atreve a mirar. Como los mitos que, sin ser ciertos, contienen la esencia de lo humano.
Los números imaginarios nos recuerdan que lo ilusorio puede ser fundamento. Que lo invisible puede sostener lo visible. Que la realidad, quizás, no sea más que una ficción bien construida —una novela cósmica escrita con símbolos que solo algunos saben leer.
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