Gaza, en las ruinas del alma

Llora la tierra, y el viento arrastra

nombres que ya nadie nombra.

Bajo un cielo quebrado de fuego,

Gaza se duerme sin sombra.

La luna no alumbra los muros,

ni las calles de polvo y ceniza.

Cada paso es huida sin rumbo,

cada niño un milagro sin prisa.

Las bombas no caen, desgarran,

y no preguntan quién llora.

En las cunas vacías del miedo,

la muerte se queda y devora.

Pan y agua… ya leyendas,

como cuentos de abuelas que fueron.

La sed es una espada en la boca,

y el hambre un verdugo sin freno.

Hombres, mujeres, ancianos,

sus rostros se esfuman en llamas.

Y el mundo, mirando a lo lejos,

con su vergüenza en pijama.

Orquestaron masacres de acero,

aniquilación con bandera.

La sangre, sin himno ni patria,

se vuelve silencio que espera.

Cada día huyen del fuego,

con los ojos clavados al suelo.

Pero el horror, como sombra,

los sigue al confín del destierro.

Gritan los muros heridos,

gritan los árboles mudos,

y el cielo, cansado de muertes,

llora en sus nubes los lutos.

Oh Gaza, jardín devastado,

tu gente es semilla y estrella.

Aunque el mundo te cierre los ojos,

tu dolor arde y no se despeja.

La casa que me cobijó ya no existe,

es polvo, es ceniza, es memoria partida.

Las paredes que guardaban mis sueños

se han abierto en heridas que nunca se cierran.

Cada esquina del barrio respira metralla,

cada calle conoce el nombre del miedo.

El aire se llena de un trueno de hierro,

y hasta el silencio tiembla bajo las bombas.

Caminar es cruzar un campo enemigo,

abrir la puerta y no saber si vuelves.

El hambre se sienta a mi mesa vacía,

la sed me corroe con lengua de fuego.

Quiero pedir ayuda, pero el eco responde,

no hay manos tendidas, solo sombras que miran.

El mundo se viste con ojos cerrados,

y yo me desvanezco sin voz ni esperanza.

Sobrevivo con fuerzas que no alcanzo,

un latido cansado que aún se resiste.

Aunque me arrebaten mi techo, mi suelo,

mi alma, rota y mínima, sigue de pie.

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