En un mundo donde las notificaciones nunca descansan y los relojes parecen avanzar más rápido de lo normal, surge una corriente que está ganando terreno: el slow living o “tiempo lento”. Lejos de ser una moda pasajera, este estilo de vida propone recuperar el control del día a día y priorizar la calidad por encima de la cantidad.
Cada vez más mujeres adoptan rutinas que valoran lo esencial: preparar un desayuno sin prisas, caminar sin auriculares para escuchar la ciudad, leer un libro físico antes de dormir, cultivar plantas o incluso dedicar diez minutos a la respiración consciente. Estos pequeños gestos nos recuerdan que la vida no necesita correr para ser plena.
El “tiempo lento” no significa abandonar responsabilidades ni huir del progreso. Se trata de elegir con intención: en lugar de diez reuniones improductivas, una conversación significativa; en lugar de consumir sin pensar, elegir productos locales y con propósito; en lugar de llenar la agenda, dejar espacio para lo imprevisto.
La gran lección detrás de esta tendencia es que desacelerar no es perder, es ganar perspectiva. Al bajar el ritmo, escuchamos mejor nuestro cuerpo, conectamos de manera auténtica con quienes nos rodean y descubrimos que el verdadero lujo no siempre está en lo material, sino en disponer del recurso más escaso: el tiempo presente.
Incorporar esta visión puede empezar con pasos sencillos: un desayuno sin pantalla, un paseo breve al aire libre o una pausa consciente para agradecer lo que tenemos. No es necesario esperar vacaciones para vivir con calma; basta con elegir, cada día, un instante para respirar.
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