Cazadora de Vampiros L

Cazadora de Vampiros L: los orígenes

Hace 10, 000 años, en la Tierra de los Ángulos

Manua miró a lo alto, en donde se perfilaban las primeras estrellas en el oscuro firmamento. Hacía unas horas que había empezado a sentir las contracciones del parto, y su vientre se abría tratando de expulsar a la vida que estaba dentro de su cuerpo, viviendo con ella.

La chamaina Talma la ayudaba diligente en su dura empresa, aplicándole cataplasmas de hierbas que cumplían eficaces con su propósito, esto es, aliviar su tremendo dolor. Manua estaba regada en sudor y llena de sangre, y las piernas le temblaban debido al gran esfuerzo que suponía dar a luz. Sus amigos, todos los integrantes de la comunidad, las mujeres, los hombres, los niños y ancianos, miraban cómo Talma le sacaba al bebé que ella dio a luz antes de caer exhausta.

Y cuando Talma y el líder de la comunidad, Eide, la trasladaron a su casa y la tendieron en la cama cubierta de pieles, y le trajeron a su niño, [no muchas horas después del parto, sino apenas en unos instantes tras haberse desvelado] que era una niña, pues eso le dijeron y ella se alegró en gran medida, entonces se la pusieron en los brazos y Manua se horrorizó, cayó presa del miedo más absoluto. En sus miembros superiores yacía enroscada una criatura pálida, delgaducha, de pocas carnes blanquecinas, y pelo negro como una noche sin luna rizado y grasiento; sus manitas se movían espasmódicas y parecía que la buscaba, y efectivamente lo estaba haciendo, porque sus uñas largas se aferraron a su pecho. Manua la apartó negando con la cabeza.

—No, ésta no es mi hija. ¡Yo no he parido a semejante monstruo! ¡Mirad! —Señaló sus colmillos, que aunque eran pequeños ya eran bastante prominentes—. Un bebé humano no tendría garras y dientes afilados, ¡yo no quiero a esta cosa horrenda!

—Manua, tranquilízate. Quédate en calma.

Por mucho que Eide intentó hacerla entrar en razón, ella se resistió enormemente y la niña se quedó sin cuidado. Ningún caso le hacía Manua, y la pequeña creció a duras penas, era blanca y silenciosa, y sigilosamente observaba a su madre mientras esta paseaba en el poblado y rezaba con todos los miembros de su tribu. Ella no estaba orgullosa de haberla tenido, y se rehusaba a hablar de ella; rechazándola, negándole todo afecto materno, y por más que la chiquilla la buscaba incesante, Manua la empujaba con violencia manifiesta y afirmaba que la odiaba con todo su corazón.

—Es un demonio maligno, como aquel que me poseyó en las cuevas negras y copuló conmigo, plantando en mi interior su semilla maldita, y por ello sé que esta criatura demoníaca lleva el mal en su sangre. ¡Eres sin duda alguna hija de tu progenitor, un horrible demonio chupasangre! —gritó histérica, y todos se avinieron a creerla, dejando sola a Luc.

Ella se puso muy triste y se alejó de todos ellos y se aisló dentro de sí misma, cuestionándose una y otra vez cuál era el sentido de su mínima existencia durante noches interminables en que nunca fue ni sería amada; y nadie la quería y la amaba y la comprendía y le ofrecía un regazo en el que llorar y desahogar sus penas más íntimas y se sentía incomprendida y caminaba envuelta en un hondo desazón, desesperada, sintiéndose lejos de sí misma y flotaba ingrávida como si nada existiera a su alrededor, ya que se la consideraba un fantasma en su clan provisto de gentes que cazaban bestias peligrosas y con ellas alimentaban a sus niños, con pieles y la leche que obtenían de estas y la nutritiva carne, y arrancaban raíces de los altos árboles en los bosques frondosos y cultivaban ciertas plantas muy fértiles en los verdes valles, y esas mismas personas que la temían rezaban por su alma corrupta y pedían a los dioses que fueran benévolos y se la llevaran por algún accidente y la sepultaran en el fondo de la tierra y así se hiciera justicia, pues ellos no se merecían tener a un terrible ser de las tinieblas rondando entre ellos y robándoles la vitalidad y llenándolos de angustia incesante.

Manua la empujó una vez y le dijo siseando:

— ¡Te odio, te odio, niña estúpida que no hace nada, ni nos quiere ni nos entiende, nunca debiste haber nacido!

Pasó el tiempo y Luce aprendió de sus errores y se enmendó, y entonces ya no hizo tanto caso a su madre, al desprecio que ésta sentía por su existencia, y ya no odió a su progenitora.

Manua murió a la edad de 104 años y Luce le dijo firme y seria de expresión y de porte desgarbado:

—Ya no necesito de tu inexistente calor, madre. Pero te debo las gracias por haberme traído a este mundo. He sobrevivido sin tu permiso, pues no necesito de tu ayuda para vivir, ni que tú me lo prohíbas impedirá que yo haga algo que quiera. Adiós, y que los dioses sean buenos contigo y te lleven al cielo.

Y Manua entendió finalmente que Luce no iba a morir, pues era inmortal, y que encontraría las razones para ser feliz a lo largo de su vida, que con los augurios sería nada menos que longeva, y legendaria, llena de hermosas aventuras y de gente que le daría amor y comprensión.

Siempre la había mirado con miedo, y al borde de la muerte la miró con rabia, y odio, pues ella quería aquello que nunca dio, ni se atrevió a hacerlo ni se arrepintió de no haberla cuidado como una madre, lo que era su deber. No le había garantizado nada, y aun así Luce había enfrentado los peligros del mundo.

Los dioses y la Naturaleza le daban su merecido y en este caso, al mirar a los ojos negros de su única hija, profundos como pozos sin fondo, que leyeron en su alma todos sus pecados inconfesables, supo lo que le aguardaba. Y cerró los ojos y dejó que la muerte la abrazara, y la recibió afable con un largo saludo, como si ésta fuera una vieja amiga. Y emprendió el viaje a la tierra de los muertos, mientras Luce caminaba por el mundo de los vivos y se hacía leyenda. Mirando a las estrellas, ansió tener la luz que estas rezumaban y que de ellas se desprendía, antes de expirar.

Luce continuó creciendo y viajando, y fue feliz de ser ella misma al fin.




CAPÍTULO 1

3799 DC

Estaba lloviendo copiosamente. L azuzó a su fiel caballo Medianoche, para que continuara avanzando. A pesar de la lluvia, ella no tenía frío. El cielo estaba negro y rugían los rayos con sonidos atronadores.

Ella no tenía miedo y prosiguió con su tránsito. Se internó en unas calles sinuosas que desembocaron en una plaza abierta, donde se veían tiendas de ropa, de electrodomésticos y de maquillaje que habían pertenecido a un mundo antiguo, que ahora se había perdido para siempre.

Paró a Medianoche frente a una pantalla en la que se veían imágenes en color, que se movían rápidamente y mostraban a diferentes personas gesticular y hablar entre ellas con viveza.

Los cristales del escaparate estaban rotos, pero el objeto se mantenía intacto dentro del local deteriorado que hablaba de una época vieja, perdida en los confines del tiempo, en la que los seres humanos habían sido dichosos y no tenían que trabajar para los bebedores de sangre que ahora sí los gobernaban a ellos y los machacaban a palos si no obedecían sus estrictas órdenes.

L se quedó mirándolo fijamente, sin pestañear. Medianoche relinchó fuerte y golpeó con sus cascos el desgastado pavimento, lo que una vez se llamó acera en los tiempos en que los hombres habían construido civilizaciones y gobernado sobre la tierra.

—Eso es una televisión. Recuerdo que se conocía por ese nombre —dijo L.

—Ya no importa. Nadie la usa. Nadie puede hacerlo ya. Ninguno de esos estúpidos y despreciables humanos —replicó Manos (el cual era llamado así precisamente porque se introducía en las personas, habitando en sus manos, que le parecían un cómodo refugio, y comía su carne, con lo que sus infortunados huéspedes no sobrevivían, pero L era una criatura tétrica, sobrenatural, y podía rellenar los agujeros de sus manos destrozadas con piel nueva y joven), abriéndose paso entre los tendones de la palma de la mano de ella, la dhampir que lo acogió hacía tiempos desgastados y cuarteados por los eones en su tejido orgánico, refunfuñando el parásito de dudoso e incierto origen a continuación, para dotar de mayores argumentos a su desprecio por la raza humana—: Esos egocéntricos humanos la liaron parda, se confiaron demasiado, se crecieron mucho en su ego y como resultado se han deshecho entre terribles sufrimientos. Ahora son esclavos de los vampiros. Ja. Lo tienen bien merecido.

L no dijo nada. Ciertamente los humanos habían sido muy pedantes y ególatras, y su codicia desmedida los había consumido. Bueno, eso no tenía nada que ver con ella. Se encogió de hombros y decidió continuar avanzando por la calle desierta.

Espoleando a su buen corcel, fue galopando rauda como el viento hasta que llegó al final del lugar, y giró a la izquierda, dirigiéndose entonces a lo alto de la montaña que se destacaba en el horizonte, hacia el norte, donde brillaban las estrellas titilantes y tímidas, pero sin tener que pedir permiso como todas las cosas naturales de este mundo. Los hombres la habían fastidiado enormemente, pues no habían pedido permiso ni disculpas a la Madre Naturaleza cuando se habían dedicado a contaminarla.

Hacía ya más de mil setecientos años que había sucedido el declive, el ocaso del reino de los seres humanos en la Tierra, y habiendo menospreciado su planeta, les llegó el turno de extinguirse, o de ser relegados. L había vivido todo eso, aunque se había quedado en un discreto segundo plano, tan sólo observando cómo caía la humanidad y era sometida bajo el yugo de los inmarcesibles vampiros. L llegó a donde deseaba, a lo alto de la colina donde se erguía un monumental edificio que dominaba todo el promontorio.

El antiguo edificio en cuestión estuvo destinado a ser primeramente un centro de investigación para los humanos, en donde estos desarrollaban sus numerosos experimentos de genética, y luego que estos fueran derrocados, se convirtió en el nuevo centro de experimentación de la altiva raza vampírica conocida como la Nobleza, ya que ésta le robó los descubrimientos a su predecesora.

La naturaleza había vuelto a tomar el control en ese sitio, pues las enredaderas y las demás plantas se habían adueñado de los gruesos muros, tapando las ventanas, y los árboles salvajes dejaban caer sus jugosos frutos. L se apeó del caballo y se dirigió a donde se hallaba la puerta, demasiado oculta por el musgo para verla; la detectó y giró sus goznes oxidados, al entrar, se cuidó de hacer algún ruido que pudiera avisar a los intrusos, pero al comprobar que reinaba el silencio, se adentró libremente, caminando enérgica por los pasillos en calma y completamente silenciosos, envueltos en una manta de silencio sepulcral.

El blanco se había deslucido de las paredes mohosas, y ya no olía a desinfectante en el aire.

L continuó andando varios minutos más, hasta que dio con la puerta correcta. Necesitaba introducir sus datos biométricos, a saber, su huella dactilar o algo similar, para que el dispositivo la reconociera y dejara una apertura el mecanismo por la que pasar. Ya se disponía a acercarse al detector, en el momento en que escuchó el ruido inteligible de pisadas. Alguien se estaba acercando. Pero no podía ser un vampiro, ya que estos eran en extremo sigilosos. Frunció el ceño. ¿Acaso un humano negligente se había escaqueado de su turno de trabajar en el campo y había venido allí, a averiguar algo que escapaba a su entendimiento? Ella no entendía a los humanos puesto que no era uno de ellos, ni tampoco un vampiro. ¿Qué debía hacer? ¿Matarlo, o perdonarlo, u obviar su inoportuna presencia?

El humano se acercó y se quitó el gorro que tapaba su cara a modo de antifaz. Era alto, de hombros estrechos y cuerpo fornido, aunque no demasiado robusto; tenía la fuerza sólida que se esconde en un cuerpo delgado. Sus ojos eran grises, con pestañas cortas, y sus pupilas estaban dilatadas del miedo, su ralo pelo castaño claro estaba desgreñado, y mostraba alguna que otra mecha de un desvaído tono rubio, de niño había sido rubio; su mandíbula era fina y alargada, su nariz recta y no muy prominente, y sus labios ligeramente carnosos se fruncieron en una mueca. Llevaba unos harapos grises y marrones encima, como si fueran una chaqueta, y unos pantalones raídos de un apagado tono negro, además de viejas botas negras, y sus manos recubiertas de callos en su superficie mostraban poca resolución a la hora de empuñar el pesado rifle que traía consigo, pues estaba temblando.

Aun así, L observó que se esforzó por denotar orgullo y valentía, igual que todos los de su especie, al exclamar:

¿Quién eres y qué haces aquí? —estaba aterrorizado y aun así, formuló la pregunta en un tono inquisitivo, sin que se le quebraran las cuerdas vocales.

—Eso mismo iba a preguntarte yo.

L se movió calculadoramente a la derecha, tratando de no asustarlo, pero el hombre movió más el rifle, apuntándola con el cañón.

Su boca balbuceaba unas palabras incoherentes, que no se materializaban.

L lo compadeció. Tenía mucho miedo, eso era lógico. El miedo sólo es una descarga de adrenalina, la reacción que prepara el cuerpo ante lo desconocido y lo que pueda suponer un peligro para el individuo que se siente amenazado. El miedo te aligera, te anima a huir, o a atacar. Por su porte inseguro, y no obstante, arrogante, dedujo que no tendría más de veinte años. Era una cría a la que tranquilizar cuando se encuentra frente a sus peores miedos. No podía permitir que no la dejara hacer su tarea.

—Deja el arma —le aconsejó, pero el joven se alteró aún más y siguió apuntando con la mira, intentando disimular, mediante fútiles esfuerzos, su temblor involuntario—. No te aconsejo que me mates. Algún vampiro que se encuentre en alerta oirá el disparo y vendrá. Y entonces estarás muerto.

¿Qué demonios eres? ¿Un vampiro? ¿Qué estabas haciendo? —él temblaba compulsivamente, y tenía el dedo en el gatillo del arma.

L no dudaba de que el arma estaba cargada. Pero las cámaras seguramente captarían la acción del disparo, y sabía que el muchacho moriría en el caso cien por cien probable de que lo capturaran.

—No soy un vampiro —dijo, moviendo las manos—. Soy un dhampir, un ser fruto de una mezcla, esto es, soy mitad vampiro mitad humano. Y soy una mujer.

Él puso cara de asombro, y bajó un poco el arma.

—Jamás le dispararía a una mujer —afirmó, aunque parecía reacio a creerse la información que ella le había proporcionado.

L se alegró de que tuviera ciertos principios morales.

CAPÍTULO 2

ZAC

L se apostó por detrás de él y antes de que se apercibiera de que se encontraba ahí, tras de su persona, le susurró:

—Será mejor para ambos que te deshagas del arma. Mantengamos una conversación civilizada. Te aseguro que no pienso hacerte daño.

Él dio un respingo y volvió a apuntarla, inflexible, pero esta vez L no transijo y se la arrebató, mandándola al suelo, en donde se quedó estampada.

— ¡¿Qué, qué diablos eres?! —chilló el muchacho presa del espanto, y en sus ojos vio ella que guardaba ganas ocultas de batallar.

—Soy L —respondió ésta de forma educada—. Y tú eres…

El joven se alejó de ella, poniendo una mano delante de su rostro, a fin de protegerse, y dijo:

—No, yo no voy a fiarme de ti. ¿De dónde vienes? ¿Y cuál es tu propósito?

—No te incumbe —dijo L con frialdad—. Podría preguntarte lo mismo a ti. ¿A qué has venido?

Ella sabía que intentaba coger su arma de nuevo y pensaba matarla en vez de salir huyendo con el rabo entre las patas. Tenía agallas, lo reconocía, pero le estaba haciendo perder su preciado tiempo. Así que juntó la mano en un puño y pulverizó el rifle, que se redujo a un montón de cenizas ante la incredulidad que gobernara al muchacho. Éste no se lo podía creer. ¿Qué acababa de suceder? Se volvió a ella, hirviendo de ira y de miedo a partes iguales.

— ¿Qué has hecho? —le preguntó.

—Lo he destruido. ¿Es que no lo ves?

— ¿Cómo? —él estaba ansioso por saber la verdad.

L meneó el cráneo, exhalando un suspiro. Los humanos siempre serían unos curiosos insoportables, daba igual en qué época vivieran. Lo llevaban inscrito en su secuencia de ADN, indisoluble, como si estuviera tatuado a fuego.

—Con magia. Claro, los humanos ya no usan magia en este mundo. Antes había magos, gente que usaba la magia para crear cosas irrealizables hoy día. Cosas que os parecerían absurdas a vosotros los esclavos —constató decepcionada que esos alegres tiempos se habían diluido en el espacio, destruidos por la sed de avaricia del hombre, que seguía tropezando y equivocándose en su lento y torpe camino a la evolución.

—Ya no sabéis lo que son los televisores, las piscinas y los clubes nocturnos —dijo en ese momento, solo para ver cómo el muchacho se quedaba perplejo.

¿Qué son todas esas cosas? —preguntó el joven.

—Objetos y conceptos de un mundo olvidado, del imperio perdido de la humanidad que ya no importa —repuso L con faz inexpresiva.

—No entiendo nada —el muchacho resopló, atolondrado—, pero me suena a cosas legendarias de las historias que me contaban mis abuelos cuando era pequeño. Algo de los años 2050 y siguientes, del deterioro del clima, las epidemias mundiales y los viajes a otros planetas. Me parecen puras fantasías delirantes que no son prácticas en lo absoluto.

—Todo eso es consecuencia de la estupidez humana, por tratar de doblegar a la Madre Naturaleza, y ella le ha dado una lección, quitándole las cosas que le eran preciadas y mostrándole que no estaba evolucionando sino para atrás, lo que se llama involucionar. Las constantes medidas de salvar la Tierra no frenaron el deterioro, y millones de personas murieron en un declive catastrófico, por la mala gestión que hicieron de los recursos que Ella les había brindado. No podéis culpar de vuestra desgracia a otros más que a vosotros mismos. Sois los que habéis talado los bosques, matado animales hasta que se extinguían, llenado de plástico los océanos y quemado las reservas naturales del planeta. Pensasteis, en vuestro furor enloquecedor, que erais los dueños del planeta. La Naturaleza no pertenece a nadie, más que a sí misma. No es de vuestra propiedad en absoluto. Es un organismo vivo y libre (y siempre lo será), y vosotros, los humanos insensibles y egoístas que sois, empezasteis a encadenarla, a torturarla, a infravalorar a la diosa sagrada que dio origen a todas las cosas, a la luz y la oscuridad, y a vosotros como especie por añadidura, y ya se acabó el equilibrio que había regido el mundo. Rompisteis los lazos con ella, y se enfureció sobremanera, por consiguiente. La rechazasteis y tratasteis de dominarla, de que se inclinara a vuestros pies. Habéis recibido el daño proporcional a todo el que habéis dado. Este es vuestro castigo. La Tierra destruida de estos momentos no tiene más remedio que ser gobernada por otros seres, como los vampiros, que le harán más bien que mal. Fuisteis muy egoístas y creísteis que podríais hacer lo que quisierais con la vida sin que esta preparara su contraataque. Sois carne de extinción.

Él la miró enmudecido, sin osar pronunciar palabra alguna en su contra.

—Vale. Ya veo. Eh, bueno, buena historia… Pero… Tú… ¿de dónde vienes y porqué sabes todo eso?

—Tengo muchos más años de los que podrías imaginar. He vivido 100 siglos, o sea, 10, 000 años en edad vampírica. He visto muchas edades de los hombres, he sido testigo de cosas infames que han gestado y otras más bondadosas e interesantes… Y nunca he parado en mi caminar. Siempre he estado ahí, aunque no pudiera ser vista, viviendo en la sombra de las ciudades, pululando en las esquinas de los huecos que encontrara por doquier. Soy una dhampir, una cazadora de vampiros, y aunque ayudo a la humanidad, mis acciones son de carácter desinteresado y deben ser pagadas por un módico precio. Nada más voy a decir, me reservo mis secretos.

—Soy Isaac, pero puedes llamarme Zac. Eh, L. ¿Has dicho que eres un Cazador? —la miró con los ojos como platos, brillando de expectación que saltaba a la vista.

—Sí, lo soy. Cazo vampiros, pero siempre lo hago por un precio, y dudo que tú o tu familia tengáis algo de dinero con lo que pagar mis servicios.

Zac se decepcionó de inmediato.

—Sí, entiendo, en ese caso…

—Voy a entrar a esta sala —dijo L, y se volteó en redondo al otro lado, dejando a Zac con la palabra en la boca.

Apoyó ella acto seguido la uña pálida en la hendidura, con lo cual la pantalla se encendió destilando una fogosa luz de neón, y una voz robótica dijo en el acto:

—Por favor, introduzca sus datos biométricos.

L así lo llevó a cabo, adueñada de la precisión de un autómata, posando su huella dactilar en el detector robotizado, y la puerta se abrió finalmente, dando paso a una sala que estaba llena de frascos, de probetas y demás material digno de un laboratorio de investigación. Zac trotaba detrás de ella, aún en guardia.

¿Qué estás investigando?

L se lo quedó mirando durante unos cuantos segundos. Le recordaba a Mateo, un amigo que había tenido hacía muchísimo tiempo, cuando aún era la Edad Media, y con el que había cazado a una perversa vampira de nombre Carmilla, conocida por su famoso sobrenombre la Dama Roja. Mateo estaba aquejado de una extraña enfermedad degenerativa que lo había dejado postrado en una cama de por vida, pero era muy amable y bueno. Pero Mateo estaba muerto, y con él murió su lejano recuerdo.

Volvió al presente al escuchar la voz algo grave de Zac, que la sustrajo de sus recuerdos más íntimos tras profundizar en ellos, y la devolvió a la realidad extraña y ajena que viviera en esos instantes concretos.

—Sígueme y mantente callado, ¿me harías el favor? —dijo secamente.

El muchacho asintió y tragó saliva, adentrándose en la estancia silvestre, plena en musgo, lianas y más floresta, de paredes desconchadas y ajadas, y muebles que habían sido roídos por los roedores que hacía muchos años se habían apoderado de ese complejo.

CAPÍTULO 3

SOY UNA CAZADORA DE VAMPIROS

Zac observaba atento a L, cómo ella repasaba con los dedos los libros de botánica, de agricultura, y los inspeccionaba tranquila y minuciosamente. Había en ellos dibujos de cosas extrañas, como flores y plantas que ni él ni sus antepasados habían visto jamás, ni verían acaso alguna vez, y fue hacia ella y señalándola con el dedo, indicó una flor que a su juicio era extraña, la cual mostraba cinco pétalos blancos y en el centro, un amarillo intenso. L le sonrió, aunque su sonrisa más le pareció a él una mueca de lo fina que era.

¿Qué es esa planta? —preguntó intrigado.

La dhampir respondió escuetamente:

—Esa flor se llamaba margarita. Se extinguió en el año 2352, como muchas otras especies florales y animales en el mundo que estaban construyendo los humanos gracias a sus máquinas de inteligencia artificial y a las que luego no pudieron controlar. Es una pena, pero así es como se desenvuelve la especie humana, matando y devastando todo lo que se opone a someterse a su control. El ser humano es de carácter invasivo, y ególatra, se cree más listo que ningún otro ser terrestre, y esa actitud la ha pagado cara. Y vosotros, los humanos de ahora, sois los que seguís pagando las consecuencias de los actos impertinentes que llevaron a cabo vuestros desdichados antepasados, sin detenerse a pensar que estaban marchando de cabeza hacia el abismo. Y estas maravillosas criaturas están muertas, y no volverán. —Dejó el libro en un estante y se desplazó rauda a por otros, cogiendo uno en cuyo dorso se leía “Especies que pueblan la Tierra”. —Como este ser, por ejemplo. —L le hizo un ademán a Zac de que se acercara, y este le hizo caso, y ella le enseñó una página descolorida, de tono amarillento por el paso del tiempo, en la que figuraba un esbozo de una criatura peluda, sentada a cuatro patas, con hocico sobresaliente y grandes orejas a sendos lados de su cabeza—. Era llamado perro, y se trataba de un ser extraordinariamente común en la Antigua Época anterior a la hecatombe. Los humanos lo domabais, lo alimentabais, lo llevabais de paseo… Se mantenía pegado a vosotros, y os adoraba… También los gatos se han extinguido… Míralo, ahí está. —Señaló hincando la uña en la hoja, la figura algo difuminada de un gato doméstico, de pelaje atigrado y ojos amarillos, que tenía una larga y sedosa cola, orejas puntiagudas y largos bigotes blancos—. Éste maullaba, se lamía la piel para lavarse, sus ojos veían en la oscuridad, y le encantaba comer pescado y beber leche. Cerró el volumen y lo devolvió a su sitio—. No estoy tratando de juzgar vuestro pasado, sólo constato los estremecedores hechos: que habéis conducido a la extinción a los animales que ni siquiera os hacían daño y eran provechosos para vosotros, y os hacían compañía, convirtiéndose en vuestros amigos.

Zac se sintió invadido por la tristeza y dijo, frunciendo el ceño:

—Supongo que me habría gustado tener uno de esos. Esos… gatos o perros.

L lo miró a los ojos, los suyos eran oscuros como pozos sin fondo, como noches sin estrellas, y Zac no encontró en ellos su reflejo, por lo que parpadeó desconcertado.

—Sí, te habría ilusionado y lo habrías mimado seguramente. Los seres humanos en esa antiquísima época los tenían a miles, y aún antes, en 2050, 2030 o 2019 se los criaba para hacer la función de animales que te acompañaban toda la vida.

Aquí L consideró que ya había dicho bastante y se volvió hacia la puerta. Hizo una seña a Zac de que la siguiera.

Él reaccionó a tiempo de escucharla mascullar:

—Vamos, no podemos quedarnos más tiempo pululando por estos lares. Van a venir vampiros guardianes, y no les haría ninguna gracia verte husmeando.

—Oye, si eras tú la que… —Zac no terminó la frase, pues ella lo cortó en seco con una de sus frías miradas.

Nunca se acostumbraría a semejante mujer. Daba mucho miedo, según su modesta opinión. Salieron y la puerta se cerró a sus espaldas de forma automática. L arrancó a andar a una velocidad pasmosa, Zac se esforzó en seguirla, aunque marchaba jadeante, y sólo avanzaron hasta las escaleras.

—Deprisa —lo instó ella, inflexible; ¿es que nunca se cansaba? — tenemos que salir volando de este lugar.

—Lo dirás por ti –masculló Zac, apoyando las manos en las rodillas y enjuagándose sudor de la frente—. Yo no oigo nada, no hay razón para que estés tan alarmada.

—Sí que la hay —replicó ella, meneando la cabeza en un gesto negativo, sus rizos negros enmarcaron su pálida cara curva, y sus ojos oscuros lo taladraron de chispas que se despedían de estos—. Y más de una. Y son por ti. Porque tú estás presente en este sitio, cuando sabes a la perfección que no deberías.

Zac se irguió, con el rostro cambiado. Le ardían las facciones de ira. Ella no era nadie para decirle lo que tenía que hacer y lo que no, y no pensaba ir tras de ella cual un lazarillo, o un ciego de estupidez.

—Me estás tomando por idiota, y no te lo voy a permitir, ¿me entiendes? —L no replicaba ante la maniobra, sólo su semblante pálido lo miraba, y Zac no podía soportarlo. ¿De dónde había venido aquel maldito fantasma? Ella no se inmutó en lo más mínimo, y él descargó en ella todos sus pensamientos cuajados de pura rabia instintiva y preñada de prejuicios—. Mira, que te quede claro, no voy a seguir tus preceptos, lo que mandes. Lo que sea que quieras decirme, no lo aceptaré. En primer lugar, ni siquiera te conozco, y no estoy dispuesto a depositar mi entera confianza en un desconocido. Y en segundo lugar, tú no tienes ninguna influencia sobre mí, y no puedes plantarte muy digna y pretender mangonearme, no soy tu juguete ni mucho menos. Soy un adulto, y asumo todo el riesgo de mis acciones. A lo mejor planeas llevarme derechito a una trampa o algo, y así que tus amigos vampiros estén contentos. A mí el juego de hacerte la mosquita muerta no me convence. —Apretó los dientes, bufando, y se retiró de ella, gesticulando más aún—. No, esto ha terminado. Nunca hemos tenido ninguna alianza, vete por donde hayas venido o no te vayas, haz lo que te dé la real gana, pero déjame en paz. Estoy en mi derecho de negarme a obedecerte. Eso es todo. Adiós, vampira.

—Cuánta palabrería, cuán buena argumentación sólo para disfrazar una osada rabieta —L le sostenía la mirada, y su tono era ligeramente burlón, pero no estaba profiriendo risa alguna—. Piensa con ese cerebro desarrollado que tienes. Eres un niño asustadizo, y lo comprendo. Mas no oses insultarme de nada, yo pretendía salvarte la vida —sus labios se fruncieron componiendo una despreciativa mueca, y su tono de voz descendió hasta tornarse en un susurro, añadiendo—: Y ya te he contado que mi identidad no es vampírica, sino dhampir, un híbrido de humano y Noble, una criatura a la que muchos temen. No es bueno que me desprecies.

—Y a mí no me gusta que me subestimen —le gritó Zac, L se limitó a pestañear por la corriente de aire cálido que le llegaba a la cara—, me estás tratando como si yo fuera un niño pequeño. Estoy harto de tus oscuras meditaciones. Si quieres seguir con tu rollo de cazadora de vampiros, dime de qué lado estás posicionada. Deja las cosas claras.

L chasqueó los dedos, desapasionada y monótona en contraste con las emociones descarriadas que se desbordaran por el interior de Zac, y musitó:

—Me va a costar mucho convencerte de que soy de los buenos, por lo que veo. Tienes que controlar mejor esa rabia, sale sin ton ni son, y solamente te estás haciendo daño a ti mismo. Contrólala, y todo irá como la seda, te lo aseguro. A ver, sentemos las bases de nuestra relación, yo estoy de tu lado. No tengo nada en contra de los humanos, es más, los protejo por instinto.

—No actúes como si fueras mi madre, L—Zac estaba airado—, porque no lo eres, y no quiero volver a ver…

—Calla. Oigo algo, es una conversación sostenida entre vampiros. Están viniendo.

De un empujón apartó a Zac, mandándolo unos cincuenta metros por detrás de ella, a la pared.

—Uh… —Zac se levantó con la espalda magullada, y, enfurecido como estaba, sus ojos chispeantes se clavaron en Luce, que era el objeto de sus ataques—. Deja de hacerme eso…, maldita tipa rara…

—Estate quieto, se están aproximando. —Oían ahora ambos sus voces en la distancia, y sus pasos amortiguados sonaban cada vez más cerca, señal de que se estaban acercando inexorablemente. Zac se sintió embargado por el mudo y aplastante terror que abrazó sus huesos. L podía oírlos aun a cientos de kilómetros, gracias al agudo oído vampírico con el que había tenido la fortuna de nacer.

Los vampiros, nada más llegar, le gruñeron a L y ella les mostró sus afilados colmillos.

Y sin apartarle la vista a Zac, le dijo firme:

—Quédate ahí atrás, pegado a la pared. Es una orden. Si la desobedeces, te atienes a las consecuencias de perder tu joven vida.

Él iba a replicar en el momento en que la dhampir, rauda como el relámpago que cayese del cielo fulminando todo y a todos, se aprestaba a luchar y hería de forma letal, mortífera, a los vampiros guardianes antes de que éstos siquiera pudieran contrarrestar. Haciendo una gran pirueta en el aire, ante la atónita mirada de Zac, que no cabía en sí del asombro, ella mató a los enemigos, que se evaporaron en segundos; sólo hicieron falta su eficaz resolución y su velocidad endiablada, y unos pasos al vuelo para completar tamaña gesta. Zac creyó que estaba viendo visiones cuando Luce se volvió hacia él, obviando los cúmulos de ceniza que se amontonaban en el frío suelo de baldosas. El hechizo había sido gestado de manera tan rápida que no había llegado a ser captado por sus ojos, no había entrado en su campo de visión. Contempló embobado cómo L se atusaba los cabellos y procedía a mirarlo, se mantenía tiesa y relajada, ya no en guardia como mostrara anteriormente, sino en una actitud tan poco alarmada, natural y calma, que Zac dudaba de si alguna vez había tenido miedo. Para ella matar vampiros era un trabajo rutinario, tan fácil de llevar a cabo como cuando él sesgaba las mieses de trigo y cebada en los campos de las extensas plantaciones de esclavos. Como si lo hubiera hecho todos los días, en cientos de días y años iguales, en que vivía los mismos sucesos, repetidos una y otra vez hasta el hartazgo; sin saber cuándo iba a ser por fin la ocasión definitiva. Cuándo iba a cambiar algo en su vida gris y fea.

—La vida eterna puede ser toda una demoledora congruencia de infinito tiempo. Demasiado tiempo para entender en qué organizarlo y gastarlo; y ésta es sólo una pizca de acción que resquebraja momentáneamente la monotonía de esa vida inmortal. Es más dura de lo que parece. Créeme si te digo que no se trata de ningún regalo —dijo L en voz alta, poniendo voz a los pensamientos desordenados que se encabritasen en el interior demudado y aterido de Zac.

Él entendió que ella le había leído la mente y, sin moverse todavía, se atrevió a preguntar, con su volumen vocal trastornado por el inmenso pavor que sentía:

— ¿Están…, están muertos?

—Sí, los he matado con una estaca de madera que se ha evaporado al solo contacto de sus corazones negros. Y en cuanto la he clavado en ellos, los vampiros se han reducido a cenizas. Anda, levanta y vámonos de aquí.

Le ofreció su mano, limpia y muy pálida, con vetas de venas azuladas surcando toda su palma. No tenía ni una sola cicatriz.

Zac la aceptó a regañadientes y sosteniendo su mirada suspicaz, le comentó a modo de halago:

—Has estado…, genial, o sea, que me encanta que los hayas matado y todo eso…, no sé cómo describirlo, me has salvado la vida. Te debo una, L. —Ella lo taladró con sus ojos inescrutables, en los que no se leía absolutamente ninguna huella de un pasado indescifrable lleno de caminos inciertos que hubo recorrido a través de los interminables siglos. Y Zac se animó a continuar hablando, entusiasmado—. Además, lo has hecho rápidamente y eso me resulta más guay todavía… Creo que eres la caña…—Enrojeció súbitamente al sentirse observado por ella, ser presa de su intenso escrutinio.

L le apartó la mano y se retiró de él, diciendo con voz hueca y atemporal, que se plasmaba en las paredes frente a ellos, como si estuviera contando la historia de alguien cuyo destino en absoluto atañía ni estaba relacionado con el de ella:

—Eran mucho inferiores a mi nivel actual de poder. Ten en cuenta que yo tengo una ingente cantidad de experiencia y de conjuros que he realizado. A la sazón les llevaba a esos vampiros unos cuantos miles de años. Y esa cifra puede marcar la diferencia entre la excelencia y la mediocridad. Bueno, que sepas que esto sólo ha sido pura suerte. Estaba en el lugar adecuado en el instante adecuado. No voy a volver a salvarte el pellejo a menos que me pagues. Y ya que no puedes —una aviesa mueca se frunció en sus labios rosados—, concluyo en que no volveremos a vernos nunca más. Hasta nunca, Zac.

Sin despedirse de él, L enfiló con paso decidido las escaleras de la segunda planta, bajando sola y dejando al muchacho en la estacada, que supo que debía correr bastante en caso de que deseara alcanzar a la dhampir, su tabla de salvación, su válvula de escape en un mundo infestado por vampiros y por humanos esclavizados que ya ignoraban cómo protegerse solos.

—L, espérame, yo no puedo apañármelas por mi cuenta…

La agarró del brazo y ella se giró. Su vestimenta negra absorbía la luz del sol, llenándola del calor de la mañana.

—Está bien, nos despediremos en la puerta. Suéltame —le exigió ella en tono autoritario, y Zac así lo hizo—. No te tomes mucha confianza conmigo, puesto que apenas me conoces.

—Siento haberte ofendido, L —se disculpó Zac con expresión desolada, pues se hallaba desesperado por seguir sobreviviendo.

L cedió como él quería, y lo escoltó hasta que salieron del laboratorio.



CAPÍTULO 4

FAMILIA

Al salir del laboratorio y volver a vislumbrar la cálida y frondosa floresta que se extendía y se multiplicaba impávida ante sus ojos, caminaron unos metros y luego la dhampir, la cazadora milenaria y despiadada de vampiros, que jamás erraba un golpe, la vieja guardia de los caminos menos transitados por los hombres y que se afanaba en protegerlos de todo peligro, se giró hacia el joven miembro de la raza humana con el que se había encontrado aquella mañana y con el que llevara investigando, a su pesar, buena parte de la tarde.

El sol dejaba caer sus rayos fulminantes sobre ellos, y estos sendos individuos, de destinos y personalidades tan opuestas, no sabían ni acaso alcanzaban a imaginar o adivinar que el azar, o la contingencia, lo que rigiera las vidas de los seres en la Tierra, iba a mostrarse caprichoso en extremo y pretendía jugar con ellos como si fueran meras marionetas de cuerda, tirando de sus lazos hasta lograr unirlos para que no se separaran jamás.

Ellos ignoraban aún que iban a entrecruzarse, arañarse y morderse muchas veces, y que se perdonarían y volverían a amarse en infinitos momentos de resplandor y de pasión. Pero aún tales acontecimientos no habían sucedido, y ya que ni siquiera Luce podía trazar augurios de ninguna clase sobre el discurrir de su suerte, pensaba, como era natural, que no tendría que verse obligada a ser sobreprotectora con el chico, puesto que éste en algún momento maduraría y se haría controlador de su propia existencia.

Por lo que se dispuso a marcharse, lo que era una rutina para ella tras haber aniquilado a los vampiros y cumplido con su deber, y lo miró con ojos despiertos y agudos, suspicaces y refulgentes.

—Aquí se separan nuestros caminos —dijo L entonces, esperando la reacción del muchacho, que sobrevino segundos después de haber pronunciado ella aquella frase.

—No, L, no me dejes solo —dijo Zac en un evidente tono de súplica, y la dhampir, aunque no tenía ganas de cargar con los problemas de un niño desconocido, le inspiró mucha pena su voz desesperada y cedió por esa vez—. Por favor, déjame acompañarte hasta que lleguemos a la antigua ciudad de Chicago —añadió mostrando su educación y el respeto y la admiración que albergara hacia ella, lo cual asombró y conmovió a Luce a partes iguales.

—De acuerdo —accedió—, pero no te separes de mí en ningún momento, ¿me has entendido?

Zac asintió y ella lo conminó a seguirla, mientras no le quitaba ojo de encima. Se acercaron a Medianoche y el caballo relinchó mirando a Zac con desconfianza; éste retrocedió y miró a L.

  • ¿Qué le ocurre a este caballo? —preguntó miedoso, oteando alternativamente a Luce y a Medianoche, que piafaba aún sin querer ser tocado ni montado por el muchacho.

—Es Medianoche, mi corcel salvaje y leal, que me ha acompañado durante ocho mil años —dijo L, y mostrándose comprensiva con él, le cogió una mano y lo animó a montarse—: Vamos, no te va a morder. Sólo es un equino, y puede ser amable cuando te coge cariño y confianza.

—Vale… —Zac se aupó en el caballo sin dificultad y L se montó delante de él.

—Agárrate fuerte para no caerte —le señaló ella, y él se ruborizó de vergüenza al darse cuenta de que tenía que rodear su fina cintura con sus jóvenes brazos. Intentó apretarla lo menos posible, y se maravilló ante la visión de la espada antigua que L llevara colgada del hombro, y con la que había librado intensas y sugestivas batallas a cada cual más emocionante—. En marcha.

Mientras cabalgaban, cada uno envuelto en sus íntimos pensamientos, con la dhampir sin necesidad de tomar de las riendas al caballo pues éste era de carácter bravo y envalentonado y no permitía que nadie lo domara, por lo que marchaba solo en su carrera, Manos hizo acto de presencia, asustando a Zac al configurarse y aparecerse en la mano de L, con sus ojillos malvados destellando de negra perfidia y su boca abierta con grandes dientes que lo hicieron temblar despavorido.

  • ¿Qué es esa cosa que tienes en la mano? —musitó Zac en un hilo de voz, intentando apartar su mirada aterrorizada y convulsa de la horrible criatura que emergía del organismo de ella.

—Venga, L, esto ya es demasiado. Que lo salves es una cosa, pero que accedas a llevarlo de vuelta a casa es otra bien distinta… —El parásito, que se había alimentado durante siglos de la sangre y la carne de L, y ésta la había regenerado al instante in motu propio, había estado todo el tiempo concordando con ella en que ambos vivirían en una perfecta simbiosis en que se retribuían el uno al otro y se comunicaban lo que concernía en una relación de tal calibre, estaba repugnado por esta falta de moderación de su comedido huésped, que normalmente no prestaba demasiada atención a las personas, y con más razón si éstas no le pagaban cuando contrataban sus servicios de cazadora de vampiros. Así que espetó al joven, que lo observaba de hito en hito, sanguinolento—: Tal vez deberías sobrevivir por tu cuenta, niño. L ya ha hecho bastantes cosas por tu vida. Permite que vaya a donde le plazca como ha de ser y como será por siempre, hasta el fin de los tiempos infinitos.

L movió la mano, abriendo las uñas afiladas, y Manos se contrajo en un espasmo, frente a un horrorizado Zac, y su faz se torció y turbado, hubo de retorcerse y sumergirse en la masa de las finas hebras que componían el miembro superior izquierdo de la dhampir, y ella, en un intento de tranquilizar a Zac, que aún contenía el aliento pensando en todas las excentricidades que le tenía reservada la dantesca criatura con la que había tenido la desgracia de topar en su camino, le dijo lo siguiente, esforzándose por sonreír.

—Ya se ha ido. No te preocupes, Manos es de fiar, ha vivido siempre conmigo.

—Es aterrador ese algo que se esconde en tu cuerpo, y creo que tú también lo eres, L.

Estaban llegando a la desolada ciudad, lo que una vez fue Chicago, en los bellos tiempos anteriores a la hecatombe que diezmó las poblaciones de los humanos, y L se dio cuenta de esto, pues Medianoche golpeaba sus cascos contra el pavimentado de las calles ruinosas y agrietadas. Ella entornó siniestra los ojos, y las sombras se deslizaron por su semblante, gemebundas, antes de morirse en las primeras esquinas en que hendiera la luz vespertina. El día estaba oscureciendo, y pronto se haría de noche nuevamente. Debía darse prisa en dejar al joven en derredor de la campiña, o éste correría un grave peligro. Ella debía desaparecerse cual la niebla en las escarpadas montañas.

—Han sido muchas, incontables ocasiones en que he sido tentada por la oscuridad, en que la negrura me ha ofrecido sus poderes, y como puedes ver, no los he rechazado siempre, no he desoído en todo momento el llamado de la oscuridad. En otro tiempo, mucho más antiguo que éste, yo hice cosas malvadas y pérfidas, y nunca me he arrepentido de ello, de llevarlas a cabo. He elegido transitar por senderos prohibidos, que me llevan a mundos oscuros y lóbregos, en donde habitan criaturas más extrañas que los pegasos y los parásitos parlantes, y he visitado lugares llenos de recovecos y secretos en donde he tenido que cerrar mi alma, a fin de que nadie pudiera conseguir los conocimientos que guardo celosamente, como una madre protege a su hijo con todo el afecto del mundo. He estado ahondando por incontables edades en los pozos más profundos del saber y del horror magistral, y no he vuelto la cara a las tinieblas por muchos milenios, en que éstas me han servido de provecho y he madurado, y no me he mirado armada de profundo aborrecimiento hacia mí misma. Los seres como yo no poseemos un término medio, solemos centrarnos en los extremos. He renegado de mis ancestros vampíricos y del poder que estos me legaron con el objeto, la secreta finalidad de poder redescubrirme, de encontrar un tipo de redención que no sabía que estaba reservada a los seres de la penumbra, aquellos que acechan en la noche sempiterna, los hijos de la alabada madre oscura que los crió y los urgió a que devorasen a los hombres y se alzasen y dominaran el mundo entero, y he conocido y dominado saberes que no pueden ni podrían jamás ser siquiera imaginados por los seres humanos; no siempre, como comprenderás, he estado exenta de mis propias dudas que me corroían en mi fuero interno; he guardado y cultivado pensamientos violentos y álgidos y he odiado a los seres humanos cuando yo no podía pertenecer a su especie, ni vivir en sus ciudades civilizadas y tranquilas, teniendo que disfrazarme o huir de allí y de todos ellos; la paz nunca me ha permitido quedarme con ella, no la he hallado, pero ahora he optado por seguir un camino intermedio, en que ya no busco respuestas a mis numerosos interrogantes y no trato de ser nada perniciosa ni maligna del todo, y prefiero ser buena y confiable, ayudando a los humanos a protegerse; habiendo estrechado en otras vidas mis lazos con la oscuridad, ahora le doy la espalda y corto mi relación frívola y malsana con mi ancestral linaje de guerreros bebedores de sangre, sin querer ya reunir pieza a pieza los trozos resquebrajados de la sangre oscura que me forma y me define, y habiéndome resistido incontables años al mal, sin sucumbir a él y superando todos mis miedos, vivo para llevar esperanza a la gente, y puedo controlar a la perfección tanto la luz como la oscuridad. Eso es lo que se destaca de mis rasgos, que camino en el medio de todas las cosas, avistando un mundo crepuscular, hecho de sombras y al arrullo tanto de estas como de la luminosidad, y sin ya tener que considerarme una criatura corrupta y ajena a la que nadie entiende ni persigue con frecuencia por su extraña apariencia y sus ademanes poco naturales, digo y reitero que soy una dhampir, y que esa capacidad mía de atribuirme fallos y logros y de adaptarme a los ambientes más tóxicos y lúgubres y propiciar mi supervivencia costosa y dura, es algo que nadie podrá nunca arrebatarme. Y sí, Zac, lo creas o no, estoy orgullosa de ser quien soy. Y lo que soy ante todo. Es mi origen y mi identidad, y no voy a perderlo. Hemos llegado al destino.

Zac atendió a esto, y se bajó de Medianoche, y estando ella dispuesta a irse, le dijo:

—Ya que confío en ti, L, y eres en verdad buena gente y simpática, quisiera que te quedaras conmigo y mi familia a cenar. Será un honor recibirte, no lo dudes.

Ella no titubeó y dijo, claudicando:

—De acuerdo, si insistes, marcho contigo. De todas formas, ya iba a buscar algo de comida.

Y fueron hacia la humilde cabaña en que se apiñaran Zac y sus familiares, y su padre, Adam, un hombre alto y de hombros gruesos y facciones tostadas por el sol severas y estrictas, pero que podían ser cándidas y bondadosas, barbudo y de andar enérgico, y su madre, Evelyn, baja y enjuta, de lacio pelo castaño recogido en un moño y que vestía ropas grises y su cintas y cuyos ojos grises, iguales a los de su hijo, la miraron con pesar y al mismo tiempo con asombro antes de dejarla pasar a la choza, hasta que llegó la hermana menor de Zac, Susan, una chica pequeña, delgada y de caminar recto, rubia y de ojos grandes y castaños, y que forzó una mueca cuando vio a Luce, y no le dio la mano para saludarla, pues era orgullosa y de talante desconfiado. Todos ellos se presentaron con alguna o poca torpeza.

—Me llamo Adam, ella es mi esposa Evelyn, y mi hija menor Susan.

Esta solo se llevaba dos años con Zac, lo que se notaba en el parecido de sus rasgos faciales y en la forma en que movía sus manos. Era tan expresiva como mostrase su hermano, se dijo L, y esperó pacientemente a que la dejaran entrar en su humilde morada.

—Encantada de conocerte —le sonrió afable Evelyn, y se estrecharon la mano.

Zac creyó escuchar al huraño de Manos refunfuñar entre dientes cuando tal escena aconteció.

Susan también lo gestó, a su pesar.

—Hola, soy Susan, la hermana de Zac.

—Me llamo L —dijo ella sin subterfugios ni rodeos—. Soy una dhampir.

Entraron en la casa y se sentaron los cuatro en sendas sillas de paja, el tejado de ésta estaba compuesto por capas de cañas destartaladas por el mal tiempo y los frecuentes tornados que zarandeaban la casa, y la destruían de tanto en tanto, y ésta no tenía en su interior muchos muebles, tan sólo algunas jarras y tinas de agua, varios cubiertos y utensilios viejos de cocina, y una mesa desvencijada y roída por las polillas. No tenían mantas en gran cantidad, y Evelyn hubo de echar más leña al fuego, y empezó a cocinar unas raíces de saeta que sirvió con patatas cocidas y salpicadas de sal, y les supieron deliciosas, e invitó a L a congregarse alrededor de la fogata, aunque ella aseguró que no sentía frío alguno. Adam era un hombre de rudas formas, y de instintos y principios llenos de complejidades, y de creencias elevadas, y todos en su familia creían en Dios, que velaba por ellos, y a pesar de que no tenían un ejército, sino que eran sólo unos puñados de hombres fieles que trabajaban en las minas y los campos, y no tenían ningunas armas más que su hambre atroz y su rabia, no se permitían resignarse y luchaban desaforados, pidiendo continuamente la libertad que sus patronos vampiros se negaban a concederles.

—Y tú, L, en serio eres… ¿Eres una Cazadora? —le preguntó Susan con curiosidad innata, mirándola con detenimiento.

La dhampir no se sintió apabullada por la presión y preparó mentalmente la respuesta a dar, que saciaría a la inquieta muchacha.

—Hija —la paró su padre severamente—, no preguntes indiscretamente. No te hemos educado para eso.

No poseían reyes ni reinas, ni lujo alguno, ni sueños acaso porque para ellos eran irrealizables, pero tal vez, en lo más hondo de ellos mismos, los tuvieran bien escondidos y sepultados.

Una chispa de esperanza aviva la llama que hace arder el espíritu, y L sabía esto, y por ello respondió escueta:

—Exacto, yo soy una Cazadora, por cuanto soy una mezcla de razas, pero soy tan natural como la vida misma, y ejerzo mis deberes mediante un contrato de arrendamiento de servicios; protejo a los humanos cazando a sus enemigos los vampiros, pero no puedo protegeros si no me pagáis.

Claro que no tenían dinero, en el mísero cubil en que retozaran hacinados; sin embargo, tenían deseos de una vida mejor, y Zac dijo acerca de L, mirándola embelesado, halagándola por lo que él pensó que la satisfaría e impresionaría a sus parientes:

—L posee unas grandes cualidades de caza. De un solo tajo de su espada ha aniquilado a unos vampiros guardias que iban a matarme. Y eso no es lo más increíble de ella. Puede desplazarse sin ser vista, y captar sonidos ultrasónicos, y aún hacerse invisible, según me ha contado. Ella me ha sacado de un grave aprieto, salvándome la vida.

—Entiendo —dijo Evelyn, muy calmada por lo que acababa de escuchar, asimilándolo poco a poco; Adam había advertido con sorpresa que ella no olía a caballo ni a cuero ni a excremento de animal aunque había venido en uno. No entendió cómo, pero eso le llevó a corroborar la certera veracidad del relato de su vástago—. Te damos las gracias, L, por habernos hecho el favor de resguardar a nuestro díscolo Zac. —Y lo taladró con su aviesa mirada, incisiva. Apoyó Susan los codos en la mesa y su progenitora siguió hablando—. Gracias, de verdad, y como compensación por haber tenido que aguantar a nuestro rebelde Isaac puedes quedarte una noche.

—Te prepararé un camastro donde puedas acostarte —dijo Susan de golpe, e impelida por la mirada aprobadora de Evelyn, y de Adam, que la instaron a mostrarse servicial, fue a poner un catre rechinante junto al que ocupara Zac, al fondo del cubículo.

—No es necesario, yo pensaba irme en cuanto terminara de cenar…—repuso L, y Zac se cubrió de rubor al saber que iban a dormir muy cerca el uno del otro.

—Compórtate, hijo, ahora estamos en deuda con tu salvadora —le recordó Adam, y junto a Evelyn y su hermana, se dedicó a recoger y lavar los platos.

Zac le pasó a L una manta con la que ella se arropó, y ésta creó una luz fulgurante que se posó sobre las cabezas de ellos, asombrándolos, y les refirió lo siguiente con voz dulce:

—Dormid, humanos, y que tengáis dulces sueños. No habrá oscuridad alguna en ellos, os lo prometo.

—Me gusta ese hechizo —le sonrió Zac, y ella le correspondió.

Y se durmieron, y el silencio se cernía sobre ellos como un depredador avaricioso, y el viento tenue de la noche, aunque salvaje y susurrante, les dejó descansar sin atreverse a molestarlos, cual si hubiera notado la presencia vigilante de L, quien cuidaba de los humanos como si ella no fuera a conciliar el sueño, y su voz calma los acunó en un gélido y mortal abrazo, y las cosas naturales del mundo y de la tierra se callaron, obedeciéndola en el acto, y poniendo fin a la tormenta que resonaba afuera.

CAPÍTULO 5

CRIATURAS DE LA NOCHE

Cuando L percibió que Zac se había levantado, fue a él y le dijo:

—Buenos días, veo que ya estás despierto. La tormenta ha pasado, y tus familiares van a salir a recoger comida para preparar el desayuno.

Él se incorporó, despeinado, y se afanó en lavarse la cara y peinarse y estar lúcido y concentrado en sus tareas matutinas, y le dijo a ella:

—Vale, ahora voy con ellos.

L miró en derredor de ellos y viendo que estaba todo vacío, que no se encontraban los parientes de Zac en la habitación, se atrevió a preguntar, más por cortesía que por curiosidad, aunque esta última también la sentía:

—Me he dado cuenta de que tus abuelos no están. ¿Acaso les ocurrió algo malo?

El muchacho se ensombreció de repente y mientras recogía los catres en que hubieran dormido, le contestó con voz apagada:

—Mis abuelos eran muy buenos y amables, y se sabían todas las historias del mundo, las más fantásticas y fabulosas que haya. Pero fallecieron cuando yo contaba seis años, yo era muy pequeño y aún no comprendía bien el concepto de la muerte. Estaban aquejados de enfermedades cardiovasculares muy dañinas, en concreto una que se conoce como cáncer…, ellos tenían dos tipos diferentes de esto…, y pues, no lo aguantaron y al cabo de poco tiempo de contraer lo se murieron. Se nos fueron. Pero están en el cielo, y eso me alegra. Aun cuando era niño no lo entendía al decírmelo los mayores, y me pasé muchas noches en vela llorando, sin poder conciliar el sueño. Cuando pierdes a alguien cercano a ti, a quien proteges y en quien confías sobretodo, te sientes vacío, y que se te va algo importante de la vida. Bueno, y eso es todo. No me gusta recordar su muerte, prefiero fingir que a lo mejor siguen aquí, aunque no sea verdad.

L le puso una mano en el hombro, haciéndole ver que compartía su dolor y lo comprendía, pero no tenía su misma visión del devenir de las cosas.

—Es lo que hay, Zac. Entender y saber que existe un final es lo que los llevó a aceptar la muerte. Tómalo como una especie de liberación por todos los sufrimientos que estaban padeciendo. Ellos no querían morir, porque nadie quiere, y es lógico, somos seres sintientes y pensantes, mas así fue establecido y ni tú ni yo, por más que nos duela, podemos cambiarlo.

Zac la miró y le preguntó lo siguiente.

  • ¿Tú has perdido a alguien importante para ti, L?

La dhampir nunca hablaba de su pasado, ni de su vida o su razón de existencia, y esta vez, por muy bien que le cayera Zac, tampoco iba a hacerlo. Había aprendido a desconectarse de la gente y de su clase de vida.

—A eso no voy a responderte. He de irme, Zac.

Pero antes de que L cogiera su espada y sus demás enseres, que estaban colocados a unos metros de distancia de donde estaba, llegaron los amigos de Zac, que se llamaban Jacob, el cual como observó L atentamente, era delgado, de mediana estatura y ojos oscuros, que tenía una incipiente barba castaña, Thomas, que era moreno, más bien alto, de elevada estatura, con ojos verdes y prácticamente barbilampiño, y también llegó corriendo con más dificultades David, el cual era de carnes anchas y tenía un poco de barriga, y tenía ojos azules y una cara alegre, aunque no era atractivo realmente. L supo cómo eran nada más verlos.

—Eh, tío, qué tal os va —dijo Tom.

Se dieron palmadas en la espalda.

Entonces Jake comunicó con un semblante muy serio:

—Zac, ha pasado algo chungo. Ha habido un ataque en el norte de la Ciudad.

Y fueron hacia allí. En el momento en que llegaron, la multitud se agrupaba, los hombres, mujeres y niños se miraban entre sí y cuchicheaban llenos de miedo. Al distinguir a L, sonrieron y se sintieron mucho más contentos.

—Eres una Cazadora, ¿no es así?

—Oh, es un Cazador, llevábamos años esperando esto…

Los niños le sonreían entre lágrimas y dos ancianos se le acercaron. L agudizó la vista y vislumbró el desastre, la casa destrozada y bamboleada por el aire que estaba detrás de ellos.

  • ¿Qué ha sucedido? —no le preguntó a nadie en particular.

Zac y sus amigos se mantenían prudentes a unos metros, dejando que L se encargara de todo.

—Un licántropo amenazador casi nos mata a ambos —dijo el hombre mayor, que se llamaba Pedro, y resolló apesadumbrado—: Por la influencia de la luna llena. Fue anoche, y no nos enteramos hasta que lo tuvimos encima. Destrozó nuestra choza, y nos salvamos porque los vecinos encendieron fuego que logró ahuyentarlo.

—Estamos muertos de miedo todavía —añadió su esposa, que respondía al nombre de Isabel, y miró a L con angustia, como pidiéndole una respuesta satisfactoria que los tranquilizara a todos los campesinos asustados que eran y los que se congregaban en el claro—: Tú sabes lo que hacer, ¿verdad? Ya se ha ido… ¿No?

L lo sintió. Su aura negra se encendió y, latente, llegó a sentir al monstruo que acechaba por detrás de la casa.

—Está todavía ahí, ¿verdad que sí? —preguntó Manos.

—Sí, los está acechando —respondió L.

—Tened cuidado —alertó a la muchedumbre—. No os mováis. Está a punto de saltar.

Y en efecto la bestia peluda saltó, abriendo las fauces amenazadoramente, y L le pidió a Zac que le pasara un palo largo y afilado.

—Aquí tienes, L —dijo, y se lo ofreció.

L lo tomó y con su impulso y su gran velocidad atravesó con él el corazón del hombre lobo.

Todos se quedaron asombrados y acto seguido comenzaron a aplaudir fuertemente.

—Deberíamos hacer una fiesta para celebrarlo —proponía Pedro jocosamente, haciéndose oír entre el murmullo de todo el gentío que se había apiñado allí.

Manos engulló el alma del monstruo, a pesar de que no le concedía mucho poder.

—Mm, está decente. Ha sido un buen desayuno.

Zac, al ser testigo de esta acción, palideció y se quedó patidifuso.

Evelyn y Adam se acercaron a donde ella se encontraba, y Zac se le aproximó a su vez, ansioso.

— ¿Quieres quedarte, L? —le preguntó Evelyn, cariñosa—. Nosotros te acogemos con mucho gusto.

—Podrías ser granjera —le propuso Adam, sonriendo—. Seguro que lo harías bien. Estamos maravillados por lo que has hecho. Nos has librado de la muerte.

L se retractó de responder lo que ellos deseaban oír; tenía tareas más relevantes que llevar a cabo.

—Lo siento, pero he de marcharme. Estoy buscando a alguien —dijo ella tras pensarlo con detenimiento.

—Comprendemos, pues. Al fin y al cabo, eres una Cazadora —convinieron ambos, asintiendo en su dirección.

L les dio la espalda, andando hacia el lado opuesto, buscando de nuevo desaparecer.

La gente de esa aldea perdida en medio de la niebla y la oscuridad estaba acostumbrada a que los Cazadores cumplieran con su trabajo y luego se marcharan. Era lo que habían conocido siempre, y ninguno de ellos podría jamás de los jamases cambiar el discurrir de las cosas en ese mundo oscuro.

Zac sintió que le faltaba algo importante, que se quedaba extraviado en medio de la nada, solo y aterido en la oscuridad si ella no se mantenía a su lado, protegiéndolo de los peligros de la noche y de sus terribles criaturas. En ese momento, entendió cuán impotente era por tratar de llegar hasta ella. Conocerla e intentar trabar lazos de amistad con esa mujer mestiza era lo más doloroso y sin embargo maravilloso que le había ocurrido en toda su vida. No estaba dispuesto a dejar escapar la oportunidad de retenerla, aunque fuera por un tiempo breve.

—L, a lo mejor te vendría bien permanecer aquí…

—Zac, hijo, deja las cosas como están. —Adam le dio un toque en el hombro, arrastrándolo fuera del alcance de L—. Así es como se han mantenido siempre. Todo debe estar en el sitio que le corresponde.

—Ella es una Cazadora de Vampiros y nosotros la gente que fue salvada por su bondadosa mano —le refirió Evelyn, su cara enjuta y morena estaba cubierta de lágrimas—. Habríamos muerto si ella no hubiera aparecido. Su papel es rescatarnos y punto. No saques conclusiones precipitadas sólo porque ha cenado con nosotros una noche.

—Pero aun así… —protestó el joven, sacudiéndose, y logrando liberarse del agarre de su progenitor—. Yo creía que ella…, se quedaría…

—Isaac —tronó su padre, llamándolo por su nombre cuando se enfadaba o se molestaba por algún detalle en la actitud de su primogénito—. Vamos a ver, ¿es que no te lo hemos explicado muchas veces? Mírala atentamente: ella es muchísimo mejor que nosotros, poseyendo una fuerza y un talento inmejorables. Unos campesinos humildes como nosotros no pueden pretender convencerla de nada. Ella siempre hará lo que ella desee o crea conveniente.

—Sé que soy un flacucho que no tiene mucha inteligencia, pero eso no me importa. ¿Y qué si es así? ¿Qué esperáis que haga?

—Nada de lo que te vayas a arrepentir luego —le coligió su madre, y los tres se despidieron de los compañeros, volviendo a su chabola.

Aquella noche, como en las sucesivas, Zac soñaría con L, la mítica Cazadora que le había robado el alma y había encadenado su corazón.

CAPÍTULO 6

LO QUE ÉL QUERÍA ALCANZAR

L no estaba por ninguna parte. Y ello lo estaba descontrolando, lo ponía furioso y lograba que se odiara a sí mismo; en suma, Zac se había enamorado de L, puesto que en un súbito resplandor divisó en ella a la mujer más perfecta del mundo, y ahora la estaba buscando con la ansiedad que caracteriza a todo hombre desesperado por conseguir el corazón de su amada.

Aunque eso nunca fuera posible, a pesar de que la historia nunca escribiera su nombre ni las proezas que él pudo o podría llevar a cabo, seguía tratando de prosperar en aquel mundo sórdido y tenebroso al que había venido. No tenía la intención de rendirse, y no lo hizo mientras tanto no lo avisaran de que estaba cayendo de cabeza al abismo negro y profundo.

—Tienes que ayudarme a doblar las sábanas, Zac —le pidió su madre, y constatando que estaba sumido en sus pensamientos, le pasó la mano por delante de las facciones—. Hola, ¿hay alguien ahí, en ese cuerpo?

—Mamá… —Zac se espabiló, y se pasó una mano por la frente, suspirando—: Perdona, es que estaba pensando en lo que hacer más tarde…

—De momento entretente en ayudarme a llevar a cabo las tareas del hogar, ¿de acuerdo? —le replicó Evelyn, y se lo quedó mirando—. Últimamente te comportas de una forma extraña, hijo. ¿Te ha ocurrido algo?

—Qué va, estoy perfectamente —resopló él, y empezó a tender la ropa mojada en las cuerdas—. A veces pienso en el ayer.

—No hace falta que caviles tanto, hombre —le recriminó Susan su actitud introvertida y soñadora—. Tenemos que ponernos manos a la obra.

Habiéndose puesto un pañuelo en sus cabellos rubios, y habiendo arremangado sus mangas, la chica se dispuso a lavar la ropa con una gruesa piedra que estaba recubierta de jabón. El proceso era forzado y lento, y le dejaba callos en las manos como resultado del esfuerzo, pero Susan se desenvolvía primorosamente, porque estaba adaptada al trabajo desde que fuera una niña pequeña. Y Zac la ayudó a remojar los trapos a fin de que no se quedaran pringosos. Adam habíase marchado al campo, con el fin de seguir arando la tierra y que de esta manera tuvieran algo para comer. No había otra forma de asegurar su supervivencia. Y las experiencias vividas pesaban mucho en la mente de Zac.

Transcurridas varias horas, volvió Adam a su mísero hogar, lleno de sudor, pero les sonrió de oreja a oreja.

—Hemos recolectado una mayor cantidad de zanahorias y puerros que el otro día —informó, satisfecho de su labor—. Aaron se ha quedado con las patatas más viejas de la temporada, eso me ha estado comentando.

—Oh, pobre de él, teniendo que alimentar a las pobres María y Hannah, a David y a Joseph, y a su anciana madre también —se lamentó Evelyn, moviendo desoladora la cabeza—. Si tan sólo la buena de Greta no hubiera muerto el año pasado…, dispondrían de una mano que les aliviara el trabajo en la campiña.

—Corren tiempos difíciles, mujer —afirmó Adam en tono de pesadumbre, y puso las hortalizas en la destartalada y quebradiza mesa—. Démosle gracias al Señor de que todavía estamos vivos y en una forma saludable.

— ¿Dónde se ha metido ese tonto? Como lo pille le canto las cuarenta —farfulló Susan, colocada en el umbral.

— ¿Qué es lo que le ha pasado a Zac? —preguntaron sus padres a la vez, yendo junto a ella.

—Está muy raro el niño, no sé qué le estará ocurriendo…, es como si estuviera metido de lleno en otro mundo —gimió Evelyn, desolada.

Susan la aferró de sendas manos.

—Madre, no te preocupes, voy a ir a buscarlo.

—No, jovencita, tú te quedas aquí —le mandó su padre—. Yo encontraré a Isaac y me ocuparé de darle un castigo. No puede tener pájaros en la cabeza, eso no se lo permitiré.

En la tarde brumosa aún relumbraban los rayos de sol, mientras el astro refulgente se escondía detrás de las cumbres de las colinas. Ignorante de que sus parientes estaban preocupados por su paradero, Zac llegó a la colina y empezó a subirla rápidamente. El correr le aliviaba el tormento que sentía en su espíritu, a la vez que le preparaba el organismo para llenarse de mayor alegría. Pero en esos momentos Zac no se sintió alegre en lo absoluto. No podía despejar su cerebro atolondrado antes de que ella acabara apareciendo, sumergiéndolo en el cruel hechizo del amor y la pasión desenfrenada y escandalosa, tan irracional que no le daba un solo respiro.

Al terminar de ascender el promontorio, se encontró a Medianoche, el corcel oscuro, y supo que L andaba cerca. El pensamiento predominante en su masa cerebral era encontrarla de nuevo.

Acariciando el lomo del caballo, le dijo suavemente:

—Hola, amigo, nos vemos en otra ocasión. Estás igual de lustroso que cuando te conocí por primera vez. Quisiera verla, si no es mucho pedir. ¿Puedes guiarme a ella, Medianoche?

Al oír su nombre pronunciado por los labios de una persona diferente a su ama, el caballo desconfió al inicio, mas luego convino en hacerlo, pues Zac no era un hombre que guardara malas intenciones, eso había intuido de él. Su aura era muy débil y apenas brillaba, y sin embargo al decir el muchacho que quería ver a L sus ojos apagados habían recobrado su antigua luz y potencia.

Medianoche, fiel ayudante de los que lo trataban como es debido, lo guio a un claro despejado de árboles donde L se había asentado durante un rato.

—Es Zac. Otra vez. Ese chico está colado por ti, amiga —se rio Manos, indolente por la suerte que habría de correr el chico en cuestión.

—Lo sé, pero solo va a tener desesperación —susurró ella, tintados en sombras sempiternas sus pálidos rasgos faciales.

—L —dijo Zac, articulando su nombre con una lentitud exasperante para ella—. No esperaba encontrarte aquí. La verdad es que he terminado antes de trabajar y pensaba ir a verte. Tu caballo me ha guiado hasta ti.

Ella arrugó el ceño, dejando escapar un suspiro. Zac se estaba pasando de la raya.

  • ¿No tienes algo mejor que hacer, chico? Eres muy pesado —se quejó Manos.

Zac se quedó descolocado y miró a L.

—No sé qué esperas de mí, pero yo no voy a quedarme en Oscura Chicago. Tengo otras misiones que realizar.

Se dio la vuelta. Zac corrió detrás de ella, soltando a Medianoche.

Ella se montó en el animal, que relinchó con gran fuerza, y comenzó a cabalgar a un trote suave.

Manos le habló al joven duramente, sus palabras sonaban aceradas y se confundían con los golpetazos que Medianoche propinaba a la hierba blanda y mojada.

  • ¡Escúchame, chaval, ella no te incumbe! ¡No pretendas seguir con esto, es inútil cuánto lo intentes! ¡Eres demasiado insistente y molestas a L, y a mí también! ¡Nunca vas a alcanzarla, a ver si se te mete en esa dura cabeza tuya! Jamás de los jamases vas a estar a su nivel, ¿me has entendido?

Zac pareció muy triste en ese momento, como si el peso de sus desgracias se le hubiera venido encima y lo estuviera estresando al máximo. L se sorprendió sobremanera por lo que él dijo luego. El joven sabía que el ser simbionte que viviera junto a ella tenía toda la razón.

—Soy solo una persona. Lo sé. Y por eso, sé que debería despedirme.

Pero no iba a darse por vencido, porque quería establecer vínculos fuertes con la cazadora de vampiros y no quería que esa historia se deshiciera entre sus manos cual un sueño. Su ropa empapada lo estaba desprotegiendo, por cuanto la lluvia impía calaba en sus huesos, pero le había dolido en el alma que ella rechazara quedarse a su lado.

Ella se volteó impasible y le dijo:

—Es muy tarde, Zac, y se hace peligroso el camino de noche. Vete a casa.

—L, espera un momento, que te pago.

La dhampir se detuvo, muy a su pesar. La noche oscura se cernía sobre el joven humano y él efectuó su acción, osada incluso desde el punto de vista de L.

Le dejó unas monedas y ella lo escaneó y dijo:

—Esto no es suficiente. Solo son 200 dalas.

—Te lo puedo pagar después, no ahora, porque no he reunido las que quedan.

—De acuerdo —concedió L—.Te daré dos días de plazo, y nada más. ¿No puedes manipularme, te ha quedado claro?

Él asintió, feliz de que ella volviera a establecerse a su vera.

—Monta, anda.

Y regresaron, pues, a casa de Zac.

CAPÍTULO 7

EL SUEÑO DE UN HOMBRE

El alba estaba clareando, y el sol iluminó el mundo con su hermosa luz fogosa y radiante.

Zac se despidió de sus padres, Adam y Evelyn, y de su hermana Susan, diciéndoles que iba a trabajar.

—Adiós. Volveré a las ocho.

Se acercó entonces a sus amigos, los hijos de los campesinos que seguían haciendo el mismo trabajo de sus ascendientes, esto es, labrar la tierra día tras día y les dijo, como anunciando que había gestado algo genial:

—Chicos, he logrado persuadir a L de que se quede unos días en Oscura Chicago.

Tom se llevó una mano a la faz, enjuagándose las gotas de sudor que le caían por ese lugar.

  • ¿A la Cazadora? Tío, tú estás loco.

  • ¿Estás intentando hacerte un timador profesional? —le interpeló Jake, y a continuación tomó oxígeno de su inhalador.

Debido a la condición asmática heredada de su madre, desde niño le había costado respirar.

—No, eso no es así. No lo malinterpretéis. Le he dado 200 dalas.

David, el más impulsivo y arrollador de los cuatro amigos que fueran, al oír esta sorprendente declaración hincó la pala en la tierra, farfullando en dirección a Zac.

—Pero serás cabroncete, Zac… ¿Le regalas dinero que necesitamos nosotros para salir adelante a esa mujer? Ni siquiera te lo agradece, a ella no le importamos nada.

—No es cierto lo que dices, Dave, no te alteres —replicó el joven frunciendo el ceño—. Ella me salvó la vida. Y tal vez permanezca en la aldea.

  • ¿Tú te has golpeado la cabeza, colega? —Tom lo agarró de la camisa rajada—. No nos fiamos de ella y ella tampoco de nosotros. ¿Por qué te crees que los Cazadores son tan temidos?

Lo soltó y Zac se fue a coger su azada y su hoz, dando traspiés como si estuviera borracho.

—Esos tipos escalofriantes son muy extraños —agregó Jake, cavando en la tierra—. ¿Qué os parece si cambiamos de tema?

—Éste es mi sueño —dijo Zac, inmutable—. Y no lo cambiaría por nada en el mundo.

Entre murmullos de excitación, los muchachos siguieron trabajando hasta el hartazgo. Caía la noche cuando cada uno regresó a su vasa.

Y al localizarlo, Susan le preguntó, puesta en el umbral con los brazos en jarras:

—Hermano, deberías dejar a esa cazadora en paz.

—No sé a qué te refieres —musitó él, esquivando sus fintas.

Entró a la cabaña, y empezó a quitarse el abrigo y los guantes. Susan se dirigió a él.

—Padre y madre lo dicen por tu bien. ¿De verdad piensas que ella es la mujer que buscas?

Zac no le habló en todo el rato que estuvieron juntos, ni al comer compartió sus pensamientos y reflexiones con sus familiares. L significaba para él el rayo de esperanza que necesitaba. Y nadie se lo arrebataría.

Era el sueño que alimentaba en sus vigilias interminables. Porque todo hombre tiene derecho a soñar.

CAPÍTULO 8

EL CONDE LEE DOYE

El Conde Lee Doye se encontraba sentado en su lujoso sillón de cuero rojo. Llamó a sus sirvientes con un ademán.

—Voy a preparar una reunión importante, que vengan los jóvenes Nobles.

Y los vampiros hicieron acto de presencia, los altos y pálidos Gray y Sombrío, ambos hijos del Duque Doranc, y la hija de actitud reprochable, Tenebrosa, tan malvada como su propio nombre indicaba, su único vástago, y la que se enorgullecía de que su padre hubiera comandado los ejércitos de los siervos en tiempos de la conquista del mundo por el Ancestro Sagrado.

—Buenas tardes, mi señor —dijeron los hermanos, y se inclinaron reverentes, al igual que lo gestó la vampira, levantando los talones.

—Sentaos en la mesa. Bebed todo lo que necesitéis y deseéis.

Lee Doye los invitó a sentarse junto a él a la gran mesa amantelada, roja y oscurecida, que los aguardaba expectante. Los vampiros sonrieron, llenos de gozo. Bebieron sendas copas de sangre, que eran rellenadas por el criado que se mantenía cercano a ellos.
—Esta confluencia tiene el propósito de servir a recordar las memorias de nuestros tiempos ancestrales y gloriosos en que gobernamos sin que nadie se nos resistiera —dijo el Conde con voz aterciopelada.

—Ja, ja, esos estúpidos humanos son nuestros esclavos y siempre lo serán —se carcajeó Tenebrosa, regodeándose en su estatus—. Las bestias únicamente están destinadas a ser aplastadas y dominadas.

—Bueno, no sé si el Sagrado Padre estaría de acuerdo con lo que has parlamentado —le replicó Sombrío a la Noble, y ella fue sombreada por la duda—. Hay que ser implacables, pero tener límites en nuestro trato con ellos.

—Si destruimos a todos los seres humanos no nos quedará a ninguno que dominar, y tendremos que marcharnos a otros planetas —afirmó Gray usando un tono vocal lúgubre y tajante.

—Exactamente. Ellos son nuestro sustento y como buenos patrones, debemos mantener este patronazgo el cual nos reporta tanto beneficio en grandes cantidades. Lo hacemos según las órdenes de nuestro Rey, el Señor de los Vampiros —el Conde movió su copa, que insultó destilando un brillo rojo—. Aun así, no seremos compasivos con los que se saltan las normas del sistema. La vergüenza y los prejuicios les son inherentes. Y los usamos a fin de que no se descarríen por el camino. Por ello triunfamos. Ah, los años 2100 y siguientes fueron los mejores de la Era Vampírica…

—Yo creo que los tiempos han de cambiar —dijo Tenebrosa, contrarrestando el golpe de los otros hacia ella. Sus interlocutores se interesaron, avivados por su firme diálogo—. Es fundamental ser más fuertes y comedidos. No podemos dejar pasar nada por alto.

—Basta de estupideces, Tenebrosa —le espetó el Conde, despreciativo—. Debes corregir tus modales. Esta reunión ha terminado. Yo gobierno en esta mansión. Así que márchate por donde has venido.

Y sintiéndose descartada y humillada, la Vampira Noble se retiró de la mesa, siendo echada de la reunión y marchándose consecuentemente de la mansión del Conde. La luna brillaba tenue en el firmamento, exudando maldad a pesar de su fulgurante belleza.



CAPÍTULO 9
NO TENGO TALES VÍNCULOS

Apareció el sol, y la luz solar que esta estrella despedía iluminó el mundo, calentándolo gracias a su poderoso fuego. L avanzaba por el sendero terroso, a merced del calor fogoso del mediodía, en el instante menos oportuno para ella en que se presentó un nuevo cliente.

— ¿Quién será esa tipa? —inquirió Manos intrigado—. Acerquémonos, a saber lo que nos pide. Espero que no sea un indeseable salteador de caminos.

—La Providencia ha puesto en mi camino un rescatador —dijo la chica entonces, aproximándose a ellos, y se puso la mano en la frente a modo de visera—. Ah, que eres una mujer. Bueno, mejor de algún modo.
—Estoy muy ocupada en este momento. Si no es urgente, te agradecería que me dejaras continuar con mi misión —le refirió L escuetamente.

La muchacha se movió histriónica, arrancando a gesticular con aspavientos, como si se hubiera vuelto loca.

—Por favor, no me abandones… Mira, te explicaré todo lo que necesites. ¿Podemos retirarnos a la sombra? Hace un calor infernal en este sitio concreto.
No había por esos caminos despejados más árboles que uno muy viejo y retorcido, cuyo tronco se había partido al caerle un rayo encima en plena noche tormentosa. L se bajó de Medianoche, estudiando con suma atención a su nueva contratista.
Se trataba de una mujer de baja estatura, a lo sumo algo más baja que L, delgada, de cuerpo bien cuidado y formado, ojos verdes y despiertos y cabello castaño, el cual llevaba lacio y suelto sobre sus hombros desnudos. Lo único que vestía era un camisón blanco, ajado por algunas partes, con las costuras descosidas, y que portaba una mancha de sangre bastante notable justamente en el cuello de la tela.
—Soy Doris Deane, la última de una rica familia de comerciantes de Europa central —le explicó la joven, y se aclaró su aterrorizada vista, tomando aire ansiosamente a fin de continuar parloteando—: y he sido capturada y mordida por el Conde Lee Doye. Él me hizo esta horrible infamia —se retiró el pelo, señalando temblorosa la marca de unos dientes, pequeña pero a pesar de ello visible, lo suficientemente roja y fresca para hacerle entender a L que hacía poco tiempo que habían contaminado y corrompido a la muchacha—. Yo intentaba llegar a la ciudad de River en carro, cuando la noche envejeció y los vampiros me secuestraron. Logré saltar por el balcón antes de que el Conde me cerrara todas las vías de escape.
—En otras circunstancias, ya estarías en un ataúd dormitando como cualquier Vampiro Noble o serías un cadáver —le dijo L lúgubremente, y Doris se echó a temblar, llorando, y se aferró a ella, hiperventilando.
—Te lo suplico, sálvame. Sé que, en tu calidad de Cazadora, puedes lograrlo. Rescátame de las garras de ese perverso Noble.
L se desasió de su contacto, negando con un suave movimiento craneal.
—No puedo prometerte nada. Si has sido víctima de su mordedura más de dos veces, el final está cerca para ti. Quizás sea demasiado tarde para salvarte. Lo lamento. Sin embargo, si tienes dalas, me volveré más amable.
—Por casualidad el dinero vuelve más simpática a la gente, cuando está de por medio todos los líos se apañan —rio Manos, perturbando a la pobre joven, que saltó de un brinco sobre sus pies desnudos, clavándose una serie de espinas en la planta del pie—. El poder y efecto milagrosos de Don Dinero, je, je.
— ¿Eso es… ah, un ser simbiótico? —musitó Doris, santiguándose a continuación—. Virgen María, bendita seas entre todas las mujeres, bendito sea el fruto de tu vientre… ¡Dios mío, y yo creía que lo había visto todo!
Intentó ponerse a rezar, pero estaba tan asustada que le temblaban hasta las pálidas y delicadas manos.
—Tranquila. Si no te calmas, no encontrarás una solución —le recomendó L, cogiéndola de los brazos—. Contrátame, aunque poco podría ayudarme en el estado en que te encuentras. Entiendes que la maldición ha empezado a fluir por tu sangre, ¿verdad? Está arribando a todos y cada uno de los recovecos de tu fisonomía. Es difícil que yo te saque de un problema de este calibre.
—Te daré…, tengo mil dalas —le informó Doris, sacándose del pecho unas monedas doradas, grandes y con los bordes cobrizos—. No me queda nada más de valor. Toma, te contrato. Si me atrapan de nuevo, que seguramente sucederá más pronto que tarde, por favor te pido que te dirijas a la mansión del Conde.
—De acuerdo, Doris. —L se guardó el dinero en el refajo de su larga chaqueta negra, exhortándola a continuación a marcharse—: ¡Aléjate de estos lares! ¡Corre con todas tus fuerzas, puesto que de ello depende tu vida!
¡Muchísimas gracias!
Doris le sonrió, cruzando las manos, y salió corriendo unos segundos después de habérsele ofrendado dicha advertencia.
L, emitiendo un suspiro de hastío, regresó a montarse en Medianoche, y se puso en movimiento.
—Parece que todos los acontecimientos que sobrevienen me llevan, de una manera u otra, de vuelta a ese feudo campesino.
Y observando a Manos meditabunda, le dijo lo siguiente:
—Yo no tengo tales vínculos, Manos. Tú lo comprendes. Después de todo, estamos tú y yo, y siempre nos hemos mantenido juntos.
—Y así permaneceremos, apoyándonos el uno al otro, hasta más allá del fin de los tiempos pretéritos o futuros —le respondió él, soltando una carcajada campechana—. Los demás son sólo gente, L.
—Tienes razón —asintió ella.
No obstante, su corazón pegó un salto en su pecho al evocar lo que le había dicho a Zac.
—No, debo volver a Oscura Chicago. Él me pagará lo que me debe.
Azuzando a su caballo, L corría rauda como el viento con el propósito de encontrarse a Zac.
En cuanto a éste, se había reunido con Tom, David, Jake, y además ese día se había unido al grupo Rebecca, llamada cariñosamente Becky por sus amigos de toda la vida, quien era una chica morena, de elevada estatura, cuyo rostro agraciado estaba surcado de pecas, y a la que le gustaba sobremanera hablar de la costura, de las dotes de cocina que poseía su madre tía Sarah y de lo mucho que estaba avanzando ella en su realización diaria de las tareas que atañían al hogar. Zac la miraba recordando sus delirios pasados.

Cierto era que le había gustado Becky con dieciséis y diecisiete años, pero todavía en esa época lejana era un muchacho al cual las hormonas lo tenían dislocado, y en el presente, comparándola con L, obtenía como resultado que su amiga era la antítesis total de L, siendo todo lo contrario a ella. Tanto físicamente como en personalidad L superaba a todas las mujeres que él hubiera conocido, visto o pretendido alcanzar.

L era fuerte, valerosa, paciente como ninguna, hablaba lo justo y necesario y para aumentar aún más su amor febril hacia ella, le debía el poder mantenerse vivo y coleando.

En resumen, L reunía las cualidades perfectas, en su justa cantidad, de la mujer con la que cualquier hombre habría soñado despierto o dormido, y ella los hechizaba a ellos los hombres, sumiéndolos en el desconcierto. L lo volvía tonto y atolondrado, pero en los ratos que pasaba junto a ella Zac recuperaba la energía y las ganas de vivir.
María, una adolescente de quince años, de cabellos rubios y ondulados, dulces ojos celestes y cara redondeada, que era hija de Joshua, al ser la más menuda y joven del grupo era protegida por los demás.

Becky era hermana menor de Jake, y estaba saliendo a trabajar con David. De esas incursiones en la nocturnidad, protegiéndose mutuamente de los peligros, se habían enamorado. En la aldea, si un chico y una chica se ennoviaban, significaba una promesa de que se casarían en el futuro próximo. Y aunque luego dejaran de quererse, estarían obligados a seguir casados…, hasta que la muerte los separara.
¿Te encuentras mejor hoy, María? —le preguntó Becky, poniéndole una mano en el hombro.
María elevó el mentón para hablarle, consciente de que era demasiado bajita. Eso a veces la frustraba, y se ponía limitaciones.
—Estoy bien, gracias, Becky —le dijo a la aludida, que le sonrió dulcemente.
María tenía desgraciadamente una salud delicada, pues sus huesos eran frágiles y además estaba aquejada de una enfermedad cardiovascular, de forma que su corazón era muy débil, y no bombeaba adecuadamente sangre a los pulmones, con lo que se le complicaba el respirar en demasía, y tomaba medicamentos todos los días desde que cumpliera los dos años. Pese al feo pronóstico que le pusiera el sanador, la chiquilla no había pecado de cobarde, enfrentándose a los pormenores de la vida, logrando así sobrevivir durante todo ese tiempo, cuando otros hermanos suyos, completamente sanos al nacer, habían perecido sin llegar siquiera a abrir los ojos y divisar el mundo aterrador y fascinante, lleno de tinieblas por doquier.
L vino en ese momento, sorprendiendo a la entrañable pandilla. Zac se desquitó de su postura, sonriéndole de oreja a oreja.
—L… Has regresado… Oh, eso es esperanzador.
Ella enarcó una ceja, meneando el cráneo. Sus rizos negros se movieron, flotando en el aire.
—Supongo que me quedan tareas pendientes en este lugar.
Los chicos no fueron tan osados como para acercársele, quedándose respirando acompasadamente, respetuosos y callados como si hubiesen enmudecido.

CAPÍTULO 10
LUCE


Entre ellos surgía un abismo infranqueable que no era capaz de traspasar ni pertrechado de su mayor y más preciada arma: la fuerza de voluntad. Ellos siempre se confrontarían y se morderían para luego separarse de forma definitiva.

María fue la que se le acercó, a pesar de que el aspecto sombrío y oscuro de L, con su vestimenta enteramente negra, su espada antiquísima y sus materiales de caza colgados al cinto le inspiraban un miedo ulterior y potente que le arañaba el raciocinio.
—Hola, soy María. Encantada de conocerte.
Hizo ademán de estrecharle la mano, mas L se desentendió de su intención y los miró a todos en general, examinándolos como si se dispusiera a cortarlos en pedazos calculados hasta el milímetro.
—Bien. Ya os conozco, no necesito más información. —Ladeó la cabeza, fijándose en Becky, que había alzado la barbilla y se mantenía altiva, centrada en parecer de naturaleza más arrojada de lo que fuera en realidad—. A ti no te he distinguido antes.
Se le acercó rauda y precoz, y viendo a Zac a su lado se le arrugó el ceño. Éste se mantuvo férreo y firme al lado de Becky, y la había tomado de la mano. L gestó una mueca dirigida a él en exclusiva. Zac, al no comprender su comportamiento, le comunicó quién era Becky, a pesar de que a L no le importaba lo más mínimo.
—Ella es Becky, una de mis mejores amigos…
Pero L no se molestó en escucharlo. Volviéndose taciturna, en apariencia serena, se fue a Zac y le plantó una uña larga y afilada en el pecho. Zac cambió automáticamente de expresión; se le descompuso la cara, y no sabía cómo eludir su mirada. Mas el hechizo de L era ineludible y su regañina, inevitable. Y él debería haber sido consciente de esto, pues le había provocado a L un malestar incómodo que ella no podía apaciguar.
—No juegues conmigo, niño. ¿Quién te piensas que eres? —enseñándole los dientes, y cernida sobre él, L consiguió lo que quería: que Zac se quedara cabizbajo, sintiéndose culpable. Nadie se sobrepasaba con ella y si lo hacía, pagaba muy caro su atrevimiento—. No dejaré que me saques de mis casillas. Tú no eres nada ni nadie. ¿Te ha quedado claro?
Separada del muchacho, saboreó el efecto que tenían sus duros vocablos. Y Zac entendió al fin que L era una criatura peligrosa y mortífera, mucho más de lo que había querido vislumbrar, y que si traspasaba el límite, sería devorado por las alimañas, volcado su cuerpo inerme en la cuneta. Tragó saliva, asimilando lo que la dhampir le hubo referido.
—Sí, señora. Lo he entendido.
L, habiendo obtenido lo que deseaba, se marchó sin decirles adiós.
—Se ha ofuscado contigo, tío —le dijo Tom, dándole un codazo—. Más te vale ir con cuidado si te topas con ella.
—Una tontería más y te habría asesinado sin ni siquiera dudarlo —constató Jake, sudando copiosamente, alentando debido al respiro que tomó de su inhalador—. Uf, qué mujer tan mala… Tengo escalofríos.
— ¿En serio te gusta ella? —le preguntó Becky, concentrada en su tez paliducha.
—Yo que tú ni me lo pensaba —comentó David—. Ella no es una mujer a la que puedas gastarle bromas. No coquetees más, si aprecias tu vida, claro.
Zac se esfumó, alejándose de sus amigos, y horas más tarde preparó la comida que necesitaba: un poco de pollo, unas tajadas de cerdo cocinado en la hoguera, y unas pocas verduras salpimentadas. Empacó el alimento en un cacharro viejo de plástico y se dirigió directo al arroyo. Su pretensión principal era disculparse con L con la finalidad secreta de que ella siguiera relacionándose con él, y así nunca pudiera marcharse.
—Esto es una completa locura —se rumiaba Zac a sí mismo, en tanto marchaba por el bosque frondoso, y oía el trinar de los estorninos y el canto melodioso de los ruiseñores, y su vista se perdía en las copas verde oscuro de los altos olmos y fresnos—. Voy a quedar como un auténtico idiota. A ella le parezco un maldito empecinado, seguro que sí.
Lamentándose del desdichado discurrir de su destino, y deseando que la Rueda de la Fortuna girase para él por una santa vez, desbrozando los matojos y apartando los espinosos rosales y zarzamoras de su camino atajó por el sendero más corto, el que desembocaba en el corazón del inmenso bosque.
L se estaba bañando en el riachuelo, concretamente oculta detrás de unas piedras estratégicamente posicionadas para protegerla de miradas indiscretas.
—Ese chico es un puñetero mirón, L —la alertó Manos, y ella dejó de lavarse los brazos, moviéndose en el agua.
—Ya lo sé —refunfuñó ella, volteando los ojos.
Su oscuro mirar se clavó en Zac, asaeteándolo a balazos, y él se paró in situ, temiendo que ella actuara, de tan impredecible como fueran sus actos. Levantó las manos, en un gesto nervioso que denotaba disculpa.
—Perdóname, L, de verdad, yo no pretendía…
<<Bueno, contemplarla bañándose es como toparse a un ángel… Y su espalda debe de ser tan tersa… Ah, ella es tan bella…>>
—Sé lo que estás pensando —siseó ella, asediándolo a través de su abrasiva mirada—. Largo de aquí, niño. No quiero soportarte, no nos volveremos a encontrar. ¡Lárgate fuera de mi vista! —sentenció, enfadada.
—L, mira, yo quiero disculparme. ¿Aceptas mi perdón?
Ella hizo ademán de salir del agua. Aun desnuda y sin armas, L le inspiraba a Zac un miedo espantoso, que era incapaz de explicar.
— ¡Date la vuelta y no mires, o juro por lo más sagrado que te mataré! —le espetó, rabiosa como un gato que bufa momentos previos a descargar su ataque sobre el extraño que lo ha tocado sin su permiso.
—Va… vale… No te inquietes, no miraré nada…
L tardó tres minutos aproximados en ponerse la ropa y ajustarse la espada al hombro, pero en el estado de descomunal agitación en que se encontraba y con el miedo adueñándose de él, a Zac le parecieron horas. Una vez hecho esto, L se volvió hacia él más calma.
— ¿Qué quieres, Zac? —lo enfocó, cruzada de brazos.
—Si deseas comer, he traído comida —le dijo el joven, contento de estar con ella al fin solos y en un ambiente tranquilo—. No es para montarse un banquete, pero seguro que te agrada.
—No estoy habituada a alimentarme de lo que toman los humanos —negó ella, rechazándolo por segunda vez desde que se hubieran conocido—. Lo siento, tengo cosas importantes de las que ocuparme. No me obligues a sermonearte.
— ¡Ven, L, te llevaré a un sitio bonito! —sin darle opción a desligarse de su presa, él la agarró suavemente de las manos, y de un empuje delicado la fue dirigiendo al exterior de la floresta.
— ¿Acaso no me vas a soltar, Zac? —le interpeló ella, a punto de estallar, y suspiró resignada—. Bien, dejaré que me lleves allí.
— ¿Qué demonios estás diciendo, L? —Manos hablaba muy rápido, extrañado—. No permitas que te tome a la ligera. Tú no eres ninguna doncella tontina y accesible.
— ¡Déjame ir! —le gritó ella a Zac, saliendo de su embrujo, y se quedó tocando sus propias manos—. ¿Qué me ocurre, Manos?
—Ni tú misma lo sabes, amiga —resopló Manos, airado—. ¡Ese muchacho constituye un insulto a tu magnífica y bien labrada reputación!
—Esta vez le haré caso, Manos. Tal vez estemos equivocados con respecto a él —intervino ella, y convino en sentarse en el prado.
—Es hermoso este lugar –dijo ella, observándolo con suma atención, y agregó, poniendo sus mechones en bucles detrás de la oreja—: Zac, deberías saber una cosa… Me llamo Luce. Solamente me llaman así quienes me conocen de verdad, esto es, muy pocas personas. Normalmente en el ámbito profesional en que me muevo me conocen por L, que suena más enigmático.
A él empezó a palpitarle más rápido el corazón, enviando descargas eléctricas a su cerebro ansioso. Debía actuar antes de que Luce se marchara, difuminándose como un esplendoroso sueño pasajero.
Ya había anochecido y por consiguiente no se vislumbraba nada en dos palmos en derredor. Como el colgante que portara Luce alrededor del cuello exudaba fosforescentes luces azules, Zac podía divisar con facilidad los contornos de su hermosa silueta. Se sentó a su lado, colocado en postura india. Solamente unos metros los separaban, y la noche se tornaría tan romántica y mágica como él lo hubo soñado… Incluso le había preparado una comida especial para ella…, por lo que se pensaba que Luce lo perdonaría y alabaría su esfuerzo… Esas noches en que no durmió, susurrando su nombre sin cesar, su cuerpo perlado de sudor convulsionando bajo las sábanas…, acicalándose para que ella lo encontrara atractivo, pidiéndole a su madre que le cosiera la ropa rasgada y le colocara unos cuantos parches…, toda su puesta en escena no podría haber sido en vano, pues ella le daba significado a su sufrimiento y rellenaba los días huecos en que no tuviera otra cosa que realizar que mirar la oscuridad de sus ojos, y sentir que ella le confería una razón de existencia…, que lo alentaba a desentrañar la belleza que guardaban esos cielos grises y encapotados que siempre hubiera contemplado… Zac no se rendiría jamás, y ella sería suya, y él se encargaría de concederle felicidad eterna.
—Luce…, yo… estaba pensando que…
Sin pensárselo más, obedeciendo a los trémulos impulsos que cuajaban cabrioleando en su ínterin, desnudado por la presencia espectacular de ella, Zac se abalanzó al abismo negro, besándola en la boca, robándole como el ladrón avaricioso que era y el galán que deseaba ser la oportunidad de zafarse de ese beso pretencioso y pasional.
Pero L no iba a dejar que la tocara ni mucho menos. El chavalín era de talante astuto y no carecía de la inteligencia con la cual calcular cuáles eran los momentos adecuados en los que echarle el gancho, mas ella no permitiría que siguiera por esa línea. No le abriría su corazón a un humano arrogante y con demasiada pedantería.
La dhampir lo abofeteó de repente, cortándole la ilusión de un brusco tajo:
— ¡No te atrevas a intimar conmigo! ¡Has ido demasiado lejos! —rugió enfebrecida; entonces se levantó, ofendida al máximo, y echándole sal a la herida le repuso, gélida en contraste con el ardor que hirviera por dentro de Zac, rebalsando sus intestinos:
¡No vuelvas a acercarte a mí nunca más!
Zac comenzó a llorar; al divisarla yéndose, la verdad le echó un jarro de agua fría por encima, y la sal abrió mayormente la herida. Se enjuagó las lágrimas en torno a sus ojos enrojecidos y regresó a su hogar, pesándole la escabrosa realidad de que ella ya no estaba, y jamás volvería a encontrarla.

CAPÍTULO 11
LA NOBLEZA

Era noche cerrada cuando L llegó a la gran mansión propiedad del Conde Lee Doye. En las sombras, sus facciones pálidas se tornaban aún más ensombrecidas y sus labios estaban sellados; pero L no producía ningún sonido o vibración en el aire o en el pavimento, ni siquiera el vampiro de orejas más agudas podría haberla notado. L saltó la reja de alambre, esquivó las plantas con espinas y se encaramó con una suprema y estudiada habilidad al balcón, desde el que aterrizó en el suelo limpiamente. Al abrir los visillos, una alegre chica se fue a abrazarla, abalanzándose sobre ella.
— ¡Gracias al cielo que estás aquí, Cazadora! —Doris se separó de ella y le preguntó, sin abandonar la sonrisa que aún fluía en sus labios blancos— ¿Cómo te llamas, por cierto? El otro día no te lo pregunté, fue una desfachatez y una grosería por mi parte. Perdona mis escasos modales, por favor.
L se resistió a decirle algo de sí misma, sin embargo se trataba de un procedimiento de pura formalidad, así que le contestó a la muchacha.
—Me llamo L.
—Comprendo —asintió Doris, y se presionó las manos contra el pecho—. ¿Ahora cómo escapamos de aquí?
—Yo os ayudaré —intervino Sombrío, haciendo acto de presencia a esas horas tan intempestivas.
—La madre que te parió… —masculló Manos, quedándose tan desencajado como L, sólo que ella nunca lo admitiría—. Así que has traicionado a los tuyos. No nos dirás que amas a esta mujer.
—Realmente la amo —reiteró Sombrío de forma afirmativa, y para recalcar sus graves palabras, tomó a Doris de la mano—. Yo bebo los vientos por esta mujer humana y la protegería aunque me fuera en ello la vida. En todo momento y para siempre.
Le besó la mano y ella se ruborizó.
Sombrío se revolvió su cabello castaño oscuro y miró a la dhampir con unos ojos oscuros en los cuales brillaba la sinceridad.
—Detecto que estás diciendo la verdad —dijo ella—. Después de todo, se explican muchas cosas, entre ellas porqué Doris no tenía más de un pinchazo en el cuello y cómo pudo evadirse de la inmarcesible vigilancia del Conde.
Doris se ensombreció al mirar a la Cazadora y dio un paso adelante.
—Yo… Lo siento mucho, L. Te mentí. Quien me mordió fue Sombrío, y dado que yo lo dejé porque hace tiempo que somos una pareja. Un par de amantes que se quieren con todo su corazón y desean salir de este oscuro antro de terror y pesadumbre. Espero que lo entiendas.
L cabeceó, exhalando aire entre los dientes.
—Sí, no puedo confiar en las apariencias ni en los vocablos de ninguna persona. Todos tenemos razones para encubrir lo que somos o bien lo que hacemos. No os culpo, si estuviera en tu situación yo lo habría hecho sin dudarlo un instante. Bueno, dejémonos de rodeos, que se está haciendo tarde y hay que dejar este lugar.
Y los tres se marcharon, y cuando Doris y Sombrío, a salvo del Conde, le dijeron su adiós a L, enternecidos y agradecidos por su ayuda, ella le habló a Manos mientras regresaban, en medio del incesante y frenético galope de Medianoche.
—Me ha evocado la huida de Charlotte Woodside con el vampiro noble Lord Mercury —musitó, observando al parásito.
—Exactamente. Y mira que ocurrió hace muchísimos siglos ya. Pues como dice el viejo dicho, la historia se repite —argumentó Manos—. Por eso nunca se debe juzgar a un libro por su portada, L. Jamás se debería hacer.
—¿Hay algún problema en que me quede sola, Manos?
—No, porque tú no estás sola, L. Me tienes a mí.
—Gracias, Manos. Eres mi mejor y único amigo.
Y él sonrió, satisfecho. Puesto que era verdadera dicha afirmación, ya que pasando las edades infinitas y los eones, únicamente pervivían Manos, el ser simbiótico que viviera alojado en su mano izquierda, y ella, L, la eterna e invencible Cazadora de Vampiros.

CAPÍTULO 12
LOS SECRETOS DE LAS PERSONAS

Susan se levantó aquella mañana de su catre, se peinó frente al espejo torcido que había frente a la pared descascarillada por la humedad y se calzó los zuecos. Adam estaba afuera de la choza desayunando habas verdes con huevos cocidos y le indicó a su hija que se sentara junto a él.
—Come, Susan. Te vendrá bien.
—Gracias, padre —ella bendijo la mesa y luego comió, como ellos tenían por costumbre.
Había que agradecerle a la Providencia que velara por ti y por tus hijos, al menos eso creía ferviente Adam, pues él era un hombre entregado a la fe cristiana, como lo habían sido su padre y su abuelo y su bisabuelo antes que él. Las creencias les permitían sobrevivir en un mundo hostil, cuarteado de dolores y laceraciones por todas partes. Pero eso constaba de un reverso oscuro: si algo trágico les sucedía, siempre responderían la típica frase de «Dios lo había dispuesto así» o «Pepito está en un lugar mejor», cuando era imposible saber qué ocurre cuando la gente se muere. Y ellos se aferraban a las palabras de los santos y confiaban en la venida de los ángeles. La fe, como la esperanza, es inestable y dudosa y puede perderse en cualquier momento y por cualquier razón.
En lo que atañía a Zac, él estaba rememorando fragmentos de su pasado a fin de que el sufrimiento de haber perdido a L no lo asaltara de nuevo, dejándolo roto y desconsolado.
—Recuerdo la ocasión en que nos metimos en una cueva —dijo David, riéndose— y Jake dijo que saliéramos porque podrían venir los vampiros. Te pusiste a chillar como un auténtico chiflado.
—Claro, porque se transforman en murciélagos y lobos y te chupan la sangre sin piedad —respondió su amigo, al parecer ofendido porque David se lo estaba tomando a risa.
—Yo me acuerdo con todo lujo de detalles del año que encontré la bicicleta herrumbrosa —sonrió Zac, y el color le retornó a la cara al recordar esos cálidos años de su niñez—. Yo estaba montando todo el día, pero mi padre no quería, porque decía que si me hería con ella podría contraer una enfermedad llamada «tétanos», y eso en verdad me asustó mucho.
¿Y os acordáis de cuando vimos ese tren antiguo parado en las vías? —comentó Tom, y los cuatro asintieron al unísono—. Oh, fue genial cómo nos metimos dentro y jugamos fingiendo que éramos los maquinistas…

Ya que a él le gustaba Susan, se alegraba de compartir esas memorias con ella. Y Zac estaba al tanto de esto.

—Eh, chicos —la chica llegó al encuentro de los jóvenes, habiendo recogido la guadaña que le servía con el propósito de quitar las mieses en mal estado—. ¿Sabéis que hubo aviones aquí, hace más de mil años? Seguro que tuvo que ser una pasada volar por el cielo, como las águilas o los halcones. Lástima que ya no quede nadie para contarlo.

Y concluyendo la conversación, se pusieron a trabajar, recogiendo el trigo y la cebada, cereales indispensables en su alimentación, y entonces Zac cayó en la cuenta de que efectivamente L podría recordar todo el mundo que existió en el pasado. A fin de cuentas, ella había visto y conocido de los inventos de la humanidad y de su progresivo decrecimiento y descenso a la cuasi extinción y la esclavitud que vino después.
—L sabe acerca de todo lo que sucedió en el Viejo Mundo —dijo seguro de sus palabras, clavando el tridente en la tierra, con más impetuosidad de la que pretendía en un principio—. Ella me contó que antes los seres humanos teníamos perros y gatos y todo tipo de animales que eran nuestras «mascotas».
—Guau, yo querría haber tenido uno de esos animalitos —prorrumpió Tom con energía.
Susan meneó negativamente la cabeza.
—Zac, tienes una obsesión malsana con esa mujer. Deberías olvidarte de ella, puesto que no la encontraremos más. Te va a corromper y consumir la salud, ¿lo entiendes?
—Yo… Puedo explicarlo… —Cuatro pares de ojos se hincaron amenazantes en su figura reclinada, intimidándolo.
¿En serio que puedes? Me gustaría oír tu maravillosa explicación —dijo una voz suave y melodiosa, de timbre indudablemente femenino y bastante familiar para ellos y sobretodo para Zac.
El joven se giró, nervioso como el conejo que se ha topado con el zorro e intuye por instinto que su depredador lo destripará si da un paso en falso y no se cuela en su madriguera.
—Hola… L… Qué sorpresa verte de nuevo por aquí… ¿Estás paseando? —alzó la vista al cielo, fingiendo un tono casual, pero ya hablaba una octava más bajo, notando que se había equivocado, que había metido la pata en el fango—. Hace un bonito día.
—No me vengas con esa mierda de niño inocente que nunca ha quebrado un plato —le espetó Manos, furibundo—. No finjas que te has quedado desmemoriado, porque te conoces y sabes de lo que eres capaz. Y has enfadado a L, niño.
¿Acaso no vas a tratar de justificar tu comportamiento?

L lo miraba con una dureza tal que Zac quiso que la tierra se lo tragara. Y se decidió a afrontar la verdad.
—Si puedes perdonarme… Te juro que yo no tengo intención alguna de herirte ni nada parecido… Fue un maldito desliz…

— ¿Qué es lo que has hecho ahora, hermano? —resopló Susan, vuelta hacia él.
No obstante, Zac solamente tenía ojos para la Cazadora en ese instante tan angustioso.
—No sé con qué puedo compensártelo…
—No metiendo las narices en mi vida ni mis obligaciones harás lo correcto —le contestó ella, más calmada ya porque el muchacho se había armado de valor y había logrado disculparse—. No te olvides de pagarme lo que te queda.
—Claro que no me olvidaré. Jamás —afirmó Zac, y se acercó a ella, balbuceando emocionado—: Eso significa que… ¿Me has perdonado?
—De momento estamos en paz —dijo L con el idéntico volumen plasmado en sus cuerdas vocales—. Compórtate y no te distraigas de tus labores. El ocio trae vicio al hombre, y que sepas que no dejaré que me ofendas otra vez.

Y ella se marchó, y la aflicción volvió a pesar en el corazón y la mente de Zac, y él se quedó nublado y tieso, temiendo que L no le permitiera traspasar las murallas, los recovecos de su férrea coraza. Aun así, y por muchas trabas que le colocara el destino, se esforzaría por enmendar sus incontables errores y volver a ser una persona en la que la dhampir pudiera depositar sus secretos. Aunque le dolía en el alma que ella hubiera descubierto el suyo.

CAPÍTULO 13
REINA DE LAS TINIEBLAS

L se ocupaba de peinar la lustrosa y abundante crin de Medianoche cuando empezó a llover, como aconteciera prácticamente todos los días. La tormenta se desplazaba por el horizonte, sombreando el firmamento y tapando la ya escasa luz del sol. De esta manera, parecía que la noche se prolongaba eternamente. El caballo relinchaba agradecido e incluso llegó a acariciarle las manos con su cabeza bondadosa. Era tan leal que su vínculo se había vuelto inquebrantable. Aparte de Manos, L sabía que únicamente podía confiar del todo en Medianoche, su corcel procedente del Inframundo. Hacía más de ocho mil años se lo había encontrado vagando por la Frontera, desorientado y famélico, y había sentido compasión por el animal. Además, era más cómodo y rentable arribar de un lado al otro gracias al caballo. Desde entonces nunca se habían separado, y se apoyaban tanto en las buenas como en las malas situaciones. L lo llevó del hocico, delicada y suave, hacia el claro, en donde pastaría mejor, ya que la hierba húmeda era la que más le gustaba.
Cuando la lluvia escampó y el cielo se clareó de nuevo, dando paso al sol flamígero que iluminó el mundo y caldeó la tierra y a las personas, brindándoles renovadas fuerzas con las que enfrentarse a la difícil vida, L se posicionó en el prado e hizo ademán de sentarse. Manos se removió en su mano, apretujando a fin de poder salir a la luz. Trazó una sonrisa deslumbrante en su faz tenebrosa y amarronada.
—Demonios, llevaba un buen rato ahí metido —dijo, sonriéndole—. ¿Y bien? ¿Piensas hacerte la tonta un poco más, o me lo confesarás de una vez?
—No tengo nada que confesarte. No es como si tú no supieras lo que llevo a cabo —coligió ella, frunciendo el ceño—. ¿A sazón de qué viene tu impertinente pregunta? Usualmente eres todo un pedante, un oportunista del montón, pero hoy te encuentro muy irritante.
—Va, ya voy a disparar —rio Manos, moviéndose energético—. Estoy a cien, y sabes bien porqué motivo me emociono, colega.
—No. No compartimos emociones sólo porque estés en mi mano izquierda —replicó L, esquivando su mirada ansiosa y deseosa de desentrañar sus múltiples misterios—. No me molestes, Manos, porque estaré ocupada dentro de unos minutos.
—Nos conocemos de toda la vida, L —repuso el simbionte—. No te pongas a la defensiva ahora. Es tarde para arrepentirse de los sentimientos que cargas. Deja que yo me encargue de ellos; desenrollaré ese complejo hilo que estás tejiendo y te golpearé con la pétrea verdad.
—Bien, di lo que desees. De todos modos siempre lo haces. Y yo no puedo detenerte por más que me ofenda lo que sueltas —masculló la dhampir, colocándose la chaqueta negra tras haberla secado.
—No pienso dejarte a la deriva. Te las apañarías sola si yo no existiera. Pero existo con el fin primigenio de darte apoyo. Y esa misión mía no ha variado en absoluto. —Manos sonaba más serio que nunca, y L comprendió que podría sincerarse con él—. Eres mi amiga, y mi compañera, y como una hija para mí. Te cuido desde que naciste, así que no te encierres en tu concha cual un cangrejo despavorido.
—Estás en lo cierto, Manos —coincidió L, a punto de esbozar una leve sonrisa en sus blancos y perfectos rasgos faciales, aunque para decepción de su inhumano compañero no lo hizo finalmente.
¿Te gusta ese varón humano? —disparó él a bocajarro, completamente socarrón.
—No sé a quién te refieres —masculló ella—. Ya sabes que nunca me he abierto a nadie, sea vampiro o humano.
—Tú y tus evasivas —protestó él, mas no cejó en su empeño de sacarle la verdadera razón de su abatimiento—: L, actúas de una manera demasiado dulce con ese chico. Lo he notado, no soy ningún idiota. Y si crees que me quedaré callado y seré un indiferente al igual que tú, lamento decirte que te equivocas, y mucho. Eres lista, tanto que aturdes a todo el mundo, y he llegado a interpretar apropiadamente tus silencios. Si callas, es porque tienes algo que necesitas esconder. Pero conmigo no hace falta que te comportes así.
—Deja de soltar tu palabrería caustica y agobiante, Manos —ella gestó un ademán con la mano derecha, exasperada—. Ignoro de lo que estás hablando; déjalo de una vez, ¿quieres?
—No quiero, guapita —replicó él, y le dedicó una mirada maliciosa—. Ésta es mi respuesta. No y mil veces no. Ni en sueños pasaría de largo esta alternativa si fuera tú.
—Nadie puede entenderme —bufó ella, mostrando una hilera de dientes albos y regulares, que destellaron con intensidad al refractar en ellos la luz del sol—. Por ello no me junto con nadie. Prefiero alejarme de todos y que todos ellos se olviden de mí. Es lo mejor, expresándolo en términos generales.
—No es bueno para ti que antepongas los demás a ti misma —dijo Manos, fraternal—. De este modo, nunca has podido ser feliz. Yo te ayudo, amiga, si deseas desligarte de la oscuridad.
— ¿Me lo dices a mí, Manos? —inquirió ella, afilando presta las uñas—. ¿Me diriges palabras amables, tratándome como si fuera un ser especial, cuando nadie en este mundo reúne el coraje suficiente para amarme? ¿Estás intentando consolarme porque sostienes que de esta forma se me aligera la carga que llevo sobre los hombros? ¡He plantado cara a todos los horrores habidos y por haber, he resistido contra las embestidas de los vientos más fieros, y he derrotado a las peores bestias por proteger a mis clientes! ¡Me importan más la protección y el bienestar de los otros simple y llanamente porque a nadie le importo yo! ¿Soy malvada, insensible o inalcanzable para ellos?
—L, no es a eso a lo que me estoy refiriendo…
— ¿Seré acaso demasiado terrible para que ellos me acepten y me amen? ¿Piensas que la luminosidad del día puede auxiliarme, sacarme del seno de las sombras, cuando hay ocasiones en que ni siquiera distingo la mano que he extendido? ¡Todo son pasillos oscuros, vampiros, sangre, muerte y misantropía! ¡No puedo apartarme de este trabajo, pues no dispongo de otra forma de ganarme la vida!
—Adam y Evelyn te ofrecieron ser granjera la semana pasada —musitó Manos, sintiéndose desalentado, y ella farfulló.
—Sus buenas intenciones no significan nada. No variarán nada de lo que se mantiene estremeciéndose y dando golpes histriónicos en mi ínterin carcomido por la niebla y la maldad. Todo lo que pude ser…., todo lo que fui…, es lo mismo…. —L se rebulló, echándose hacia atrás sus cabellos negros de bucles—. ¿Y te crees tan convencido de que puedes echarme una mano, tú, sí, tú, el amigo que está en todo momento a mi lado, cuando fui creada desde el origen de las tinieblas y mi propia madre me repudió nada más alumbrarme? No me ayudará tu amistad, Manos. No hay otro camino para mí que seguir matando a los vampiros, inmersa en la negrura del pasado, el presente y el futuro. Sólo hago daño a la gente si me acerco a ella, no puedo evitar que me miren con pavor; estoy enlutada por la perfidia, y ésta forma parte de mi físico y mi espíritu, me conforma, otorgándome una razón de ser. Soy una Cazadora desde su perspectiva —atajó, levantándose apenada— y siempre lo seré.
—Sólo te digo que Zac, ese tipo tan majo que no duda en seguirte a todas partes, tal vez sea la persona que te animará a continuar hacia delante, o a empezar de cero. No es un mal partido.
—Cállate, Manos —le espetó ella, airándose poco a poco—. No defiendas lo indefendible.
¿Te acostarás con él algún día?
Ella volvió a resoplar, afiebrada.
—Oye, estate atenta a mi cambio. Mi reacción hacia él está mejorando ligeramente. Creo que te convendría probar tus artes seductoras con él. Será divertido por una vez.
Zac se les estaba aproximando en ese preciso momento, y L pidió a Manos que se mantuviera silencioso, nada más.
—Cierra la boca —le mandó—. Él se está acercando. No escupas sandeces.
—L, la verdad es que…, ese jovencito me parece interesante. Pero tú, de entre todos los seres de la noche, ¿dejarías que él te desnudara y te hiciera el amor?
Ella lo fulminó con su mirar negro y condensado de furia.
—Tal evento fortuito no sucederá, Manos. Debido a que yo no tengo relación con ellos más de lo estrictamente necesario. Me opongo a inmiscuirme en sus respectivas vidas y dramas.
—Buenos días, L. —Zac le ofrendó una calurosa sonrisa, henchido de felicidad—. Menos mal que ya ha dejado de llover, íbamos a perder la cosecha de boniatos y fresas. Mm, me preguntaba si te apetece ir a mi casa, y damos un paseo, y disfrutamos de la mañana.
—Es una gloria espléndida que tú estés aquí, junto a nosotros — proclamó Manos de sopetón, sobresaltándolos a ambos—. ¿No habrás vuelto a robar en el laboratorio, no, chavalín?
Zac se cubrió de rojo y empezó a respirar pesadamente.
—No, yo no he causado más problemas… Todo va como la seda.
L miró arriba, vislumbrando el cielo de un límpido tono celeste, liberado de las brumas constantes que traían el hedor y la polución a todos los lugares del planeta Tierra. Ella era la reina de las tinieblas, la oscuridad personificada, la siniestra mujer que esparcía el legado del Ancestro Sagrado por doquier, y no se merecía vivir en el lado bueno de la vida. Quizás no era merecedora de nada, como dijera Manua en un tiempo tan remoto que había aparentemente fraguado en los océanos revueltos de su memoria.
—L, cada vez que te veo me cuesta articular algo que suene coherente —dijo Zac, y se rascó la nuca, avergonzado de haberse quedado prendado de ella—. Me siento ridículo comparado contigo. Eres radiante, resplandeces como el sol, y tu hermosura se equipara a la de la luna, que alumbra el mundo envuelto en frialdad. Sé que te irás pronto, pero a pesar de todos los contratiempos me gustaría quedarme cercano a ti, si no es mucho pedir.
—Menudo torrente de pasión ha soltado el chico —se burló Manos, hundiendo aún más a Zac—. A lo mejor os casáis dentro de poco.
—Dicho lo que has dicho, has sido correcto y educado. —L meneó la cabeza, poniendo mayor énfasis a su parlamento. — Gracias por preocuparte por mí, Zac, pero no tienes porqué hacerlo.
— ¿Y por qué no? Si no fuera por tu socorro, estaría fiambre o convertido en un grotesco vampiro —le sonrió él, colocándose a unos metros de la dhampir, que parpadeó, asombrada por su audacia verbal—. Me encantaría ser tu amigo, L.
—O algo más… —rio Manos, tronchándose de risa—. Las segundas oportunidades valen oro. Acepta a este cachorrillo desamparado, mujer.
—Ganáis los dos —zanjó L las habladurías, observando conmovida a Zac—. No oses fallarme, o te haré picadillo.
Y en tanto que regresaban a la aldea, L pensó que a lo mejor el destino le había reservado nuevos y desconocidos placeres para ella.

CAPÍTULO 14

UNA VIDA QUE NO TIENE SENTIDO

Entonces se dirigieron al cementerio, el lugar donde reposaban los muertos y donde los vivos honraban su memoria dejándoles flores en sus tumbas y bellos mensajes de amor y piedad, y allí se encontraron a Evelyn, Adam y Susan, que estaban rindiendo tributo a sus familiares perdidos.

L se acercó a ellos seguida de Zac, y hasta Manos halló el respeto y la prudencia necesarios para guardar silencio y no perturbar la calma de la familia.

L observó las lápidas, piedras grises labradas de forma tosca y ordinaria, que se hallaban enclavadas en la tierra; las constantes lluvias las habían erosionado y desgastado progresivamente, pero aún se leían algunos nombres con clara nitidez.

—Ésos son mis abuelos —le indicó Zac, señalando dos lápidas irregulares que estaban próximas la una a la otra—. Ahora descansan en el reino de los cielos, cobijados por nuestro Señor.

—En el hogar de todas las almas, viven felices para siempre —dijo Susan sonriendo, crédula como todos ellos –según la perspectiva de L-, quienes creían en la existencia de un ser superior llamado Dios.

L leyó la inscripción burda que decía así: James Michael, nacido el 12 de octubre de 3723 y fallecido el 25 de mayo de 3785; y Margaret, nacida el 28 de abril de 3726 y fallecida el 3 de julio de 3785; descansen juntos en paz, y que la familia esté con vosotros.

—Por lo menos mis padres tuvieron una larga vida —resolló Evelyn, levantándose tras haber puesto lirios nuevos a las tumbas, y plisándose los pliegues de su largo vestido negro.

—No así como los míos —murmuró Adam, notando los demás a su alrededor que estaba realmente entristecido—, pues se murieron cuando yo contaba trece años, y tuve que madurar muy rápido para sacar adelante a Sarah y a mis otros hermanos.

—Comprendo —dijo L, mostrándose compasiva; el viento movió sus cortos cabellos negros—. Siempre es duro perder a alguien que aprecias.

Los familiares se juntaron, aproximados a la tumba de otro pariente que L desconocía. Evelyn se arrodilló, quedando frente a la lápida, la cual poseía un nombre mas no fecha de nacimiento ni de defunción, y ese detalle extrañó tanto a L como a Manos.

  • ¿Podría ser…, un hijo suyo? —susurró Manos.

L asintió, sin osar rasgar el silencio sepulcral que se había instalado en torno del espacio.

Susan se aferró a su padre, y Zac se quedó separado, mirando a su madre.

Ella rompió el silencio al ponerse a rezar, susurrando:

—Padrenuestro que estás en los cielos; santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad tanto en la tierra como en el cielo; danos hoy el pan nuestro de cada día; perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, amén.

Y Zac, Susan y Adam rezaron a la vez que ella.

—Esto se está poniendo muy religioso, L —masculló Manos—. No me agradaría tener que aguarles la fiesta.

—Permanece callado y no les arrebates la fe —lo amonestó L—. ¿No ves que es prácticamente lo único que les queda? No es fiable, pero a ellos lo que más les importa es que la muerte y la vida tengan un significado. Y gracias a las falacias lo tienen.

L se centró en la inscripción de la lápida, que esta vez era más corta: John, nacido el 31 de enero de 3794. No ponía nada más.

—Johnny murió ese mismo día, nada más darlo a luz —explicó Evelyn con voz angustiada.

—Fue un parto muy complicado, y al bebé le costó mucho salir —completó Adam la cuestión.

—Creímos que mamá se moría —dijo Susan cruzando una mirada de complicidad con su hermano mayor—. Había perdido gran cantidad de sangre.

—Y al verlo, nos alegramos muchísimo, tal vez demasiado —musitó Zac, con los ojos tristes de un perrillo perdido—. Johnny había nacido muerto.

—La voluntad de Él lo dispone todo, en este mundo y en el siguiente —concluyó Evelyn, negando con la cabeza—. Nuestro hijo y vuestro hermanito se encuentra mejor en la casa de los espíritus.

—No hay manera de que lo podáis asegurar —rebatió L, helándolos por su tono vocal que transmitía fría lógica—. El bebé ni siquiera pudo abrir los ojos y saber a dónde había llegado. ¿Cómo sabéis que está conforme con su muerte?

—Dios conoce el sentido de su existencia —comentó Adam, confortando a su esposa en su abrazo—. Johnny sin duda no estaba preparado para este mundo arduo y negro.

—Es cierto lo que L dice —replicó Zac, volviéndose a ellos—. Él no pudo vivir nada de nada. ¿Y se supone que Dios lo ayudó? ¿Cómo, matándolo? No lo entiendo en absoluto.

—Lo que quería decir —L se puso cercana a Zac, escrutándolo con sus penetrantes ojos oscuros— es el hecho de que vuestro hermano murió de complicaciones en el parto. Seguramente se le enrolló el cordón umbilical en el cuello y fue asfixiado. Pero su existencia, su pequeña vida, tuvo el sentido que vosotros le disteis. Era de vuestra misma sangre, y probablemente él se alegraría de estar junto a vosotros. Tal vez su alma os agradezca lo que hacéis por él todos los días.

—A veces me torturo a mí misma pensando que fui la culpable de que se muriera —sollozó Evelyn, restregándose las lágrimas que resbalaban de su nariz—. Yo lo llevé en mi vientre, y no supe aceptar que él no quería marcharse sino quedarse aquí.

—Éste es el lugar al que pertenecen los cuerpos —les refirió L, siendo materialista en toda regla—. Y en algunas ocasiones excepcionales las almas se mantienen atadas al mundo terrenal.

Ella no reconocía la existencia de Dios como tal, pero el poder divino que regía el universo debía ser, si no lo era, el Ancestro Sagrado.

—Muchas gracias por tu apoyo, L —le agradeció Adam en nombre de la unidad familiar.

Y se marcharon de vuelta al pueblo, ya sintiéndose más aliviados.

CAPÍTULO 15

EL TIEMPO SE AGOTA PARA TODOS

Tres días después de este suceso tan dramático vivido por L, llegaron funestas noticias para Adam, Evelyn, y los chicos, el círculo de amigos íntimos de Zac, Susan, Tom y los demás.

—El viejo Allan se encuentra en buen estado —comunicó Aaron, el amigo de Adam, el cual era un hombre delgado aunque robusto, de ojos marrones y cabello ceniciento, que observó a todos ellos adueñado de un semblante sombrío—. Sin embargo, esta mañana se han encontrado a Joshua sin vida. Dicen los rumores que le ha dado un infarto y se ha quedado exánime. Pero ya sabes cómo son las viejas chismosas: hablan de todo lo que no les concierne.

Se caló la gorra y Adam se fue junto a él, ambos caminaron por el campo.

—Sí, eso es entendible. Cuando sucede una muerte súbita todos queremos saber la causa y las circunstancias que hayan llevado a tal suceso —repuso, meditando—. ¿Estás seguro de que se hallaba en buen estado cuando fuiste a visitarlo ayer?

—Vi que se encontraba perfectamente, doy fe de ello. Estaba cortando leña con Joseph, que lo ayudaba, al llegar yo. —Aaron resopló, abrumado—. Estamos pasando por una mala racha. Primero se muere mi mujer, Greta, y luego temo por la salud delicada de mi madre, Charity. El mundo se vuelve cada vez más terrible.

—Iremos al funeral, amigo —lo reconfortó Adam, esbozando una ligera sonrisa—. No te preocupes, allí estaremos.

L observaba al cortejo fúnebre cargando el ataúd del desafortunado campesino. Habiendo escuchado la conversación sostenida entre Adam y Aaron, se fue aproximando tranquila y prudentemente hacia el grupo de gente que se había reunido aquella tarde. Pero ella no se introduciría en él, sino que se quedaría al margen cual un mero espectador.

Todo el mundo estaba llorando apenado de verdad, o se lamentaba de que Joshua, un hombre sano y fuerte que apenas rondaba los cuarenta años, hubiera dejado de existir. Dejaba sola a su esposa Lía y huérfanos de padre a sus cuatro hijos, David, Joseph, María y Hannah, esta última no pasaba de los diez años. El párroco Terence rogaba a Dios de que lo acogiera en su seno, mientras gruesas nubes tapaban el sol y se escuchaba el aullido estremecedor de los hombres lobo. Igualmente se encontraban presentes en el funeral Zac y sus padres, Adam y Evelyn, su hermana Susan, la otra pareja amiga del difunto, Jonás y Rachel, padres de Thomas y de sus tres hermanos varones, Charlie, Lucas y Robert, todos inferiores en edad a él, además de Jacob y su hermana Rebecca y otro hermano más pequeño, Esteban, que empezaba a entrar en la pubertad, abrazado a su progenitor, Aaron. Además de ellos, los ancianos del pueblo comentaban sobre el accidente, entre éstos se destacaban Allan, padre de Joshua, el cual tenía setenta y cinco años, Charity, que contaba los sesenta y seis años, y Pedro e Isabel, progenitores de Jonás, y que habían alcanzado un mes antes los setenta y setenta y dos años de edad respectivamente, pudiendo vanagloriarse de ser los que ostentaban más longevidad de la aldea entera.

Al disgregarse el conjunto de amigos y parientes de Joshua, L azuzó a Medianoche a que se marcharan.

—Los fallecimientos ocurren en todo momento —rumió Manos—. Es el ciclo de la vida.

—Nadie debe alterarlo —respondió ella, y se dispuso a marcharse.

Zac llegó en ese instante a la cima del bajo montículo en que ella se hubiera posicionado, y le mostró la mano, enseñando las monedas de oro que relumbraron a la luz del sol.

—Aquí tienes, L. Son doscientas cincuenta dalas más.

—Me pregunto cómo las consigues —lo escaneó la dhampir, y él se avergonzó de ello—. ¿Acaso las robas sin decirle nada a nadie? Tarde o temprano te descubrirán, y en el peor de los casos te matarán, como le ha sucedido a ese hombre —añadió, aludiendo al campesino al que acababan de enterrar los vecinos.

— ¿Te refieres a Joshua? ¿No se le paró el corazón?

—Un vampiro lo desangró, Zac —contestó L de manera siniestra—. Algunas personas optan por mentirse (un tremendo error) con el fin de edulcorar la verdad. Pero la realidad es igual para ti o para los demás humanos. El tiempo se agota para todos.

Medianoche piafó, impacientándose; tenía ganas de correr, disfrutando de la fresca brisa que le brindaba el mundo, repleto de verdor a pesar de las lluvias que azotaran a animales y hombres; a pesar de las guerras y la sangre que le hubiese salpicado, él deseaba seguir recorriendo toda la Tierra.

— ¿Y en tu caso esa fórmula de envejecimiento no funciona? —le preguntó Zac directamente.

—Rayos, chaval, resulta que eres más listo de lo que pareces —sonrió burlón Manos, riéndose de él, como le gustara hacer—. Es mega entretenido extorsionarte. Siempre finges que no te enteras, pero lo que te interesa bien que lo tienes aprendido.

—No te metas conmigo —le refunfuñó Zac—. Yo no te he hecho nada malo que yo sepa.

—Te informaré de tus correrías cuando me meta en tu cabeza.

Manos hizo ademán de ir a colocarse en la frente de Zac y él se rebulló, moviéndose inquieto.

— ¡Santa madre de Dios! ¡Eres la leche! —se pasó una mano por la cara, con los ojos como platos—. ¡No tenía ni idea de que podías meterte en mi cerebro! No obstante, no estoy de acuerdo. ¡Un hombre debe poseer uno o dos secretos frívolos!

—Y uno de esos lleva el nombre de L, ¿verdad? —lo pinchó Manos.

Zac se sonrojó hasta la raíz del cabello, y miró al simbionte y a la Cazadora, alternando entre uno y otro.

—No…, eso no es así… Él miente…

Manos se rio de nuevo, y L contrajo la mano izquierda.

—Callaos los dos. Por vuestra culpa me da dolor de cabeza.

—Estamos en deuda contigo, muchacho —dijo Manos alegremente. L le dirigió una mirada fulminante, chispeante de ira—. Bueno, nos has pagado por dos veces. Mucho más de lo que haría un cliente promedio.

Medianoche comenzó a andar espoleado por L, y ella afiló sendas uñas. Zac se llenó de nervios, sintiendo que se quedaba abotargado.

—Dejadlo ya, idiotas.

—Te ascendemos a cliente “vip” —agregó Manos, jugando con los sentimientos de Zac—. Eso significa que puedes acompañar a L siempre que no la molestes ni la pongas en evidencia.

—Me encanta ser vip —rio Zac, y se apresuró a seguir el paso del caballo.

L se dijo que no tenía más remedio que soportar las tonterías de Manos y del joven por un rato. Después de todo, estaba de suficiente buen humor –porque había cobrado un salario aumentado- para estar en su compañía. Y como todas, sería efímera. Puesto que solamente ella era eterna, oscura e inalterable como la antigua e inmensa noche de los tiempos.

CAPÍTULO 16

LUJURIA DE SANGRE

— ¿Te agrada este lado? —le interpeló Zac a L.

—No está del todo mal —respondió ella, y Medianoche se giró, topándose con el muchacho.

—Creo que nos caemos de maravilla —se alegró él, acariciando al caballo, que relinchó expresando su aprobación—. Acampemos, pues.

—Aunque no has traído comida, chico —lo regañó Manos—. Qué vergüenza.

—Lo siento, con todo el jaleo del funeral se me había olvidado —se disculpó Zac, pasándose una mano por el cráneo.

—Te sienta bien el traje —lo halagó L, y a él se le aumentó el rubor de las facciones—. ¿Era de tu padre?

—No, de mi abuelo cuando era joven —le contestó Zac, mirándose la chaqueta con la corbata negra y los pantalones negros que llevara puestos, y que contrastaban bastante con la camisa blanca que vistiera debajo del traje—. Me ilusiona ponérmelo, pues me acuerdo de él cuando lo llevo.

—Estás hecho un pincel, comparado con cuando te encontramos —se mofó Manos—. Cáspita, si parecías un mendigo.

—No te pases de rosca, listillo.

Zac arrugó el ceño en su dirección.

L se bajó de Medianoche, dejando que éste pastara apaciblemente, y cogió sus bolsas, en las que guardaba todos sus utensilios prácticos y que le servían de mucha utilidad en sus misiones.

  • ¿Qué vas a comer? —Zac se sentó a su lado, sin quitarle la vista de encima.

L no varió ni un ápice sus rasgos atentos, inamovibles, blancos y perfectos.

—Los dhampires no comemos comida normal —L sacó de la bolsa un saquito de tela anudado con un cordel carmesí, y de él extrajo varias cápsulas transparentes en las que nadaba el inconfundible líquido rojo: la sangre. Ató el saco diminuto y lo guardó en su alforja—. Esto es lo que yo tomo. —Le mostró las cápsulas—. No son pastillas por mucho que lo parezcan. Contienen sangre y plasma sanguíneo.

—Ah… ¿Así que tú, L, bebes sangre también? —inquirió Zac, apropiándose la preocupación y el miedo de su intelecto y de su faz.

—No te inquietes, yo puedo controlarme —la Cazadora meneó la cabeza en un gesto leve—; normalmente no atacaría a nadie. No voy a chuparte la sangre, si eso es lo que te aterra. Pero al ser mitad vampiro, debo alimentarme de sangre con la finalidad de mantener equilibrado mi organismo. Debido a mi alta resistencia, puedo pasarme semanas o meses enteros sin volver a consumir las dosis adecuadas. Estoy acostumbrada a resistir el hambre. —Miró atentamente a Zac, abriendo los labios—: Nunca nadie me había visto tomarlo.

—Si te resulta embarazoso o te incomoda que te mire, dímelo —le sonrió Zac cariñoso y tierno—. Eres una señorita ante todo, L. Y el deber de un caballero es respetar a una dama y cuidarla.

—Te comportas de una manera insospechada en un ser humano —repuso ella, enarcando una ceja—. Das la impresión de que yo no te asusto.

Mientras se tomaba las cápsulas, Zac se abrazó las rodillas, despreocupado.

—No es como si quisieras matarme. Al contrario, me has salvado de la muerte ya en dos ocasiones. Y te estoy infinitamente agradecido, L. Por eso sería raro si me dieses miedo. Lo admito: cuando te enfadas sí que me aterrorizo, en verdad.

Ella se fijó en su cuello, y percibió a la sangre cálida irrigando profusamente las venas, y siendo conducida por estas hasta arribar al corazón, la fuente de la vida junto con el cerebro… Extendiendo los caninos, distendidos sus puntiagudos dientes, L se preparó para saltar sobre Zac…, en el momento en que Manos se manifestó, acudiendo al rescate de su mente turbada.

—L, detente, no te descontroles. —Manos la miraba, inquietado por su momentánea inconsciencia—. No pierdas los papeles. Sabes que podrías matar al chico o esclavizarlo por toda la eternidad.

La dhampir bajó la mirada, jadeante, y le susurró a su amigo:

—Manos, no sé lo que me ha ocurrido.

—Casi te lo cargas, mujer —farfulló él—. Contrólate, o crearemos una tragedia.

—He sentido…, sí, lo he notado. El fragor de su sangre joven y límpida. He deseado con todas mis fuerzas beber de su sangre.

—Han transcurrido cinco años exactos desde la última vez que enfermaste —coligió el simbionte—. ¿No te estará regresando ese maldito síndrome?

—No lo sé —suspiró ella, incorporada—. Zac, lo lamento, pero he de marcharme.

  • ¿Qué? ¿Ya te vas? No, L, quédate. Estaré contigo…

El muchacho tenía la intención de acercársele, pero L lo paró de un agresivo movimiento.

—No te acerques a mí. ¿Lo has comprendido?

—L…, si te he ofendido, perdóname.

Zac veía acongojado cómo ella se separaba de él y se montaba apresurada en Medianoche.

  • ¡He dicho que… me dejes en paz! —le gritó ella a toda potencia, y sus colmillos inferiores y superiores le sobresalieron del labio.

Partió galopando el corcel, y L se fue, dejando afligido a Zac. Ella debía curarse de su lujuria de sangre sin involucrar a una posible víctima.

CAPÍTULO 17

EL SOL ES BUENO PERO QUEMA

Medianoche no se demoró en dejar a su ama y compañera fiel en las lindes de las montañas, unos cuantos kilómetros alejada de Oscura Chicago, en donde peligraría la vida de las personas. Permitir que Zac se le aproximara había sido un crimen imperdonable; sobre todo desde que se diera cuenta de que él la atraía de un modo inexplicable y graciosamente entrañable. La única manera de que los humanos estuvieran a salvo era alejándose de ellos.

El sol la estaba lastrando, su físico se sentía laxo y cansado, y L buscó refugio en la sombra de los viejos robles en la ladera de la montaña. El día lucía precioso y tranquilo, con las avecillas surcando el cielo de un azul bruñido y tonificado y poniendo sus nidos en las ramas de los árboles. L se sentó en el suelo, las piernas le pesaban como si se le hubieran vuelto de plomo o de otro metal pesado, y le costaba horrores mover los brazos. Supo que tenía que enterrarse; no le quedaba otra opción.

—No es seguro que te entierres en este lugar —la avisó Manos—. Hay un montón de fieras que rondan por estos silvestres parajes, y estarás enormemente desprotegida ahora.

—No me queda más alternativa —replicó ella crispando los dientes, rellenándose de tierra húmeda y quedándose poco a poco llena de mayor laxitud a medida que la enfermedad cundía expansiva por su cuerpo, descargando sus múltiples alfilerazos—. Entiendo que ese descontrol que he protagonizado anteriormente se debía a que estoy nuevamente enferma.

—Tranquila, colega —la tranquilizó Manos todo lo que pudo y más—. Puedes con ello, eres más dura de lo que tú misma te consideras.

—Gracias por protegerme —le sonrió ella; fue un trazo débil en su cara pálida cubierta de sudor—. Tú nunca me fallas.

—Jamás, L. Jamás te dejaría sola, es una promesa —murmuró él.

A la mañana siguiente, nada había cambiado. L seguía teniendo laxitud en toda su fisonomía y estar enterrada hasta la barbilla no ayudaba para nada a que su progreso se hiciera efectivo.

Por su parte, Zac la buscaba desesperadamente, preguntando a sus amigos si acaso la habían divisado por alguna parte. Todos lo negaron. Él se estaba desanimando, creía que la había perdido para siempre.

—No, no hemos visto a la famosa Cazadora de Vampiros L —negó Tom, y se cruzó de brazos, estudiándolo—. No comprendo porqué te interesa tanto. ¿Acaso te quitas de en medio para ofrendarle tu dulce compañía?

—Aquí hay mujeres mejores que ella —trató de persuadirlo David, plantando los boniatos y las cebollas. Se sacudió tierra de las manos, alzando el cuello hacia él—. Colega, ya va siendo hora de que la olvides. ¿Realmente ella es tan relevante para ti?

—Lo es, y sospecho que le ha pasado algo grave —refutó Zac el argumento de sus amigos del alma, moviendo sus manos en crispación.

—Deja atrás tus fantasiosas tonterías. Deberías mantenerte lejos de ella, es una mujer peligrosa y que daña a todos los que la molestan. ¿O no recuerdas lo que te hizo? —Jake sorbió de su inhalador, mecánico y calmado—. A nosotros no nos importa lo que le suceda.

—Me da igual lo que digáis —se enfadó Zac, airado por que no lo tomaran en serio.

— ¿Por qué tienes que ir contracorriente? —se quejó David—. Estás tarado, Zac.

—Ella lo ha hechizado, estoy cien por cien convencido s—uspiró Jake, desolado—. Lo ha obligado a beber una pócima del amor o algo por el estilo.

—Es una bruja mala malísima —resopló Tom, haciendo aspavientos a su amigo—. ¿No has caído en la cuenta de que no tiene emociones?

Él, resoplando con viveza, se marchó, dándoles la espalda. El rocío del alba cubría las flores y la tierra de una perlada agua cristalina, y L se mantenía inmóvil, clavada en su sitio, sin que nada alterara el curso de sus días monótonos, convertida en una presa fácil y una inerme mujer que no poseía manera de establecer una férrea defensa. Zac la encontró tras unas horas de vagabundear por el bosque, queriendo desahogarse.

  • ¡L! ¿Estás por aquí, por casualidad? —la llamó, pero nadie respondió.

Desalentado, Zac se rindió a la evidencia de que no hallaría rastro de ella hasta que olió la tierra levantada. Experto en los estímulos y los olores naturales, dado que su crianza había sido totalmente campestre, Zac reconoció el olor de la tierra fresca y la halló, debilitada y sin poder moverse ni un milímetro.

—Por Dios, L, ¿qué te ha pasado?

—Es un milagro que me hayas encontrado —dijo ella, sorprendida— si lo pones en esos términos. Pensaba que nadie me encontraría. Y tú haces lo que ningún otro ser humano se atrevería a gestar.

Zac se agachó, palpando la tierra. Sus uñas cortas se le ensuciaron.

—Todavía está con signos de haber sido mojada. Llovió ayer por la noche. ¿Tú te has mojado?

Corrió hacia ella, tocándole la frente.

— ¡Por todos los santos, si estás ardiendo! —Se levantó, escaneándola preocupado—. Esto no es como la gripe o el resfriado común, ¿a que no? ¿Qué es lo que te aqueja?

—No tienes porqué inquietarte por mi estado —repuso ella calmadamente—. Sé cuidarme sola. Márchate y no vuelvas.

—De eso nada —contraatacó el joven, obstinado, poniéndose en cuclillas, y sin cortarse un pelo, la apuntó con el dedo—. Escucha lo que te digo: has enfermado, y gravemente, además. ¿Qué clase de dolencia es ésta, que te aísla y te obliga a enterrarte?

—Al ser una dhampir, padezco el Síndrome de la Luz Solar —le aclaró L, hablando lenta y entrecortadamente—. Afecta a la mayoría de los dhampires cada tres meses. Por mi experiencia y mi constitución más trabajada suele afectarme una vez cada cinco años. Viene inesperada y cruelmente, ni siquiera Manos puede predecir cuándo acontecerá. Estos periodos de inactividad se prolongan durante semanas o meses. Soy un peligro viviente, no es bueno que me cuides.

—O sea, que es un reverso tenebroso de tu naturaleza mestiza reflexionó Zac—. Voy a cuidarte, lo quieras o no. De día y de noche.

—Eres un ignorante, pues no sabes a lo que te arriesgas —le espetó L, descubriendo sus colmillos albos—. Podría matarte, ¿comprendes?

—Lo importante ahora es cuidarte. El deber de vigilar a los demás es más poderoso que mi propia vida. Como hermano mayor, lo conozco a la perfección. —Zac le plantó un beso en la frente a L, ella abrió los ojos, dilatando sus pupilas rajadas—. Correré ese riesgo. Por ti yo hago todo lo que sea necesario.

—No lo dices en serio —ella contrajo el rostro, gimiente.

No obstante, Zac la cuidó como había prometido, resguardándola del sol, y luchando por ella diariamente, incluso cuando estaba exhausto y hambriento, o cuando debía ir al trabajo.

—Te lo mereces, L. Y aquel que no te ame es un imbécil —dijo él, en la vigilia de una semana después—. Montaré guardia y ni los pumas podrán conmigo.

Sus valientes palabras no escatimaron el hecho de que dos horas después había echado una ligera cabezada, aun así, seguía envarado como un palo, más leal que el perro mejor educado.

L se enamoró de Zac al cabo de ese tiempo, pues entendía que él le había dado todo lo que él poseía pese a que quizás no tenía motivos para llevar a cabo tales acciones solidarias. Ése era el precio de los momentos que vivió con él, y a partir de esa noche, tuvieron un significado.

Y una emoción más grande que L la impulsó, impeliéndola a empezar de cero.

CAPÍTULO 18

TODOS NUESTROS DESEOS

Cuando habían pasado dos días desde este suceso, L, ya recuperada por completo, fue al campo de peonías donde Zac la estaba esperando. Al distinguirse ambos, el corazón les dio un brinco en el pecho, y él le sonrió, y ella lo correspondió esbozando una sonrisa leve, pero que a él le supo más dulce que el mismo néctar de los dioses. Confluyeron sus miradas. Él se había quedado eclipsado por su exuberante belleza; L vestía un vestido blanco, vaporoso y carente de mangas, que mostraba un bonito lazo blanco por la espalda, y sus manos estaban ocultas por unos guantes de encaje negro.

—Estás espectacular, preciosa, con ese vestido —le dijo, y se miró sus propias ropas gastadas y sucintas—. Siento no haberme ataviado con algo más galante.

—Ay, el muchacho se nos está poniendo muy emocionado —se rio Manos a carcajada limpia—. Pillo, tú querías que pasara esto.

—No…, yo no he dicho nada de eso… No lo he planeado…

A él se le subieron los colores, y se sintió secuestrado por la brillante mirada de la dhampir, que parecía leer en su alma a ciencia cierta.

—Lo sé —dijo L, y se fueron acercando el uno al otro, reduciendo la distancia entre ellos—. ¿Qué has preparado?

—Unas velitas para que iluminen el espacio y te sientas cómoda —sonrió Zac, henchido de genuina felicidad—. Y un poco de carne y de fruta para mí; nada especial. Hoy la estrella de la velada eres tú, L.

Ella observó en derredor de su persona, plasmando en su mente la manta sobre la que se sentaría, las velas adornadas con lazos y las luciérnagas que volaban por encima de su cabeza.

—Todo esto lo has hecho tú, ¿no es así? —comentó, aguda y vivaz.

—Exacto. Bueno, sólo he añadido al ambiente de frescor natural las velas y la manta para que puedas sentarte y así no te manches el vestido —contestó Zac, a punto de reventar de lo feliz que se sentía.

—Vale…, y tú… ¿qué harás? —le preguntó la dhampir, agobiándolo con su intenso escrutinio.

—Yo… Me sentaré en el suelo y te miraré —soltó el chico ingenuamente.

—Ni que fueras un perro —se burló Manos—. No nos lamerás, supongo. ¿O te apetece?

— ¿Cómo? —Zac se quedó perplejo—. No, bueno, a lo mejor quieres bailar.

—No acostumbro a bailar con mis clientes —se negó L en principio.

—Pero…, yo soy asimismo tu amigo, L —insistió Zac.

—De acuerdo… Bailemos, pues —convino ella, y añadió en tono serio—: Deposito en ti mi confianza. Baila apropiadamente.

—No te decepcionaré, he estado ensayando hasta extenuarme —afirmó él, digno y orgulloso de sí mismo y de su talento, y se pusieron a danzar al ritmo de sus corazones, con la melodía que marcaban sus almas fervorosas, y se sintieron conectados.

Luego de haber bailado durante cuarenta minutos aproximadamente, Zac se fatigó.

—L, si no te importa que paremos en este punto —le pidió, era palpable su fatiga—. Seguiremos mejor otro día.

—Está bien, ha sido interesante —comentó la Cazadora, y el muchacho se sintió algo decepcionado por su respuesta.

—Esperaba que dijeras algo más… expresivo —murmuró taciturno, y se sentó a su vera—. Me comeré la manzana —y la peló concienzudo y se la comió en dos minutos; a juzgar por el hambre que mostraba L entendió que se había esforzado de lo lindo.

—Muchas gracias por cuidarme —le dijo, intentando ser afectuosa—. Eres una buena persona.

Zac quiso voltearse con el propósito de esconder su rubor.

—Ya… Bueno, hice lo que pude. No soy ningún héroe.

—Eres un hombre magnífico, Zac —le dijo Manos, y éste se sobresaltó—. De verdad de la buena. Estoy sincerándome contigo, colega. Un tipo confiable y sin temor, ese eres tú.

—Gracias, Manos. Trato de ser honesto, aunque no soy la mejor persona que puedas encontrar en Oscura Chicago —farfulló él, levantando una pierna—. En realidad, soy un mentiroso de primera.

—A pesar de todos tus defectos, me has cuidado como nadie lo habría logrado —expresó L su agradecimiento cogiéndole la mano—. Y es una deuda que tendré que saldar algún día.

La tarde dejó paso a una noche umbría en la cual relucían las estrellas y la luna brillaba espléndida sobre el firmamento.

Zac se irguió, decidido a regresar a su cabaña junto a los suyos.

—Tengo que volver, L. O mi padre volverá a soltarme su sermón —dijo, a un paso de incorporarse.

—Espera, no te vayas. Se me ha ocurrido algo que podríamos realizar juntos —repuso ella, esbozando una sonrisa misteriosa que se quedó impresa en la masa cerebral del muchacho—. Se acabaron las sutilezas, te lo propondré en vivo y en directo.

Colocada frente a él, L estaba sonriéndole como nunca antes lo hiciera.

— ¿Qué quieres que hagamos, L?

—Algo divertido, si eres osado para ello.

—L, ¿lo que yo te dije era una premonición de lo que sucedería al final? —Manos se removió, preso de la excitación—. ¡Entonces querías acostarte con él todo este tiempo! Sí, los misterios hacen a una mujer más atractiva y empoderada. ¡Ve a por él!

  • ¿Qué está diciendo?

Zac no entendía –o pretendía no entender- lo que oyó decir a Manos, pero el corazón le bullía a mil por hora, superando a una olla a presión. Manos se desapareció, dejándoles intimidad, y L se puso a desvestirse, desencajando al muchacho.

— ¿A qué esperas? Si quieres hacer algo, simplemente hazlo —ella le sonrió, pícara— ¿O no quieres hacerlo conmigo?

—Veamos, Luce, yo sé cómo va el proceso y tal… Pero…, tengo miedo de fallarte… O sea, nunca he tenido relaciones con ninguna mujer…

—No voy a detenerme porque tú no estés seguro —prorrumpió ella, sacándole la lengua, Zac parpadeó, pensando que veía visiones—; incluso si quisiera parar, ya no podría. El fuego se ha apoderado de mi cuerpo, Zac. Además, es mejor que no hayas yacido con Rebecca. Significa que yo te atraigo más, ¿no?

Y comenzó a contonear las caderas en un sensual baile.

—Oh, Dios mío… —Zac puso los ojos desorbitados, no se creía la insinuación proferida por la dhampir—. Eres la primera mujer que veo desnuda en mi vida…, quiero decir, una chica que no es de mi familia… No sé cómo reaccionar… Y no metas a Becky en medio de nosotros. Si tú me deseas, yo estoy dispuesto a entregarme a ti.

—Pensemos en todos nuestros deseos —susurró ella seductoramente—. Esta noche puedo ser tuya, si tienes el valor de tomarme. Solos tú y yo, amándonos bajo la luna llena…

—Eres la tentación en persona, Luce —se resignó Zac, despojándose sus andrajos—. No puedo resistirme a tus encantos.

Se besaron, entrando sus labios en contacto, ardiendo sus flameantes espíritus, y L se tumbó boca arriba en la manta, cerniéndola Zac con sus brazos musculosos.

  • ¿Sabes lo que debes llevar a cabo? —lo miró, inquisitiva.

Él gestó un suave movimiento afirmativo, perlado de sudor.

—Te dolerá mucho, Luce. Mucho más de lo que imaginas.

—Soy consciente de que el sexo es doloroso, Zac. Y tú eres maravilloso —le rozó la mejilla con la uña, y él se encendió, excitándose en tanto repasaba su cuerpo de pajarillo, de caderas estrechas y pechos pequeños, con la mirada—. Trátame con gentileza, es todo lo que te pido. Sé bueno conmigo.

—Por supuesto, Luce —él la besó delicadamente, y acarició sus pechos.

Tras unos momentos de juego, Zac estaba lo suficientemente excitado como para prepararse para dejar de ser virgen y penetrar con cuidado dentro de su amada.

L se aferraba a la espalda de Zac, gimiendo dolorida, cuando sucedió el acto más doloroso de la cópula; lo arañaba, aferrándose fuertemente, y ambos estaban recubiertos de una pátina de sudor y el ambiente se impregnaba de los vapores del amor; y he aquí que Zac se compadeció de su sufrimiento, y se disculpó con ella, mientras gestaba ese sufriente vaivén:

—Perdóname, amor mío. —Amoroso, la besó en la cabeza—. Lo siento tanto, nena.

—No lo sientas, Zac. Es lo natural —respondió L, y un segundo después apretó los dientes—. Yo debería de sentirlo, porque te estoy arañando.

—Duele, pero puedo soportarlo —respondió él, extasiado, y se fundieron en nuevos besos, ajenos a la sangre que se desparramaba, al cansancio y al frío, entrelazados en una candente espiral, amándose y mordiéndose.

—Ya me voy —musitó él, con cara de culpabilidad, y se apercibió de la sangre que manchaba la manta y de la sustancia pegajosa y blancuzca que estaba disgregada por su cuerpo y asimismo por el de L—. ¿Qué es esto, por la Virgen?

—Eso se llama semen, y lo segregan los machos en el momento del coito —explicó L sucintamente, y trató de incorporarse—. Maldición, me siento inútil.

—Te ayudo a levantarte —dijo Zac, agarrándola de los brazos.

Ella lo besó en la boca, y enredó sus delgados brazos en torno a él.

—Qué desastre —reconoció L, mirando alrededor de ellos.

Se levantó y empezó a vestirse.

— ¿Lo…, lo he hecho como es debido? —le preguntó el joven, relleno de inquietud, vistiéndose a la par que ella—. ¿Aún te duele… ahí abajo? Porque a mí sí.

—Está sangrante y me molesta, por lo que no me pondría a dar saltos ahora. Analizando los pros y los contras, te has portado genial. Y te amo, Zac —le dijo ella, y él enredó los dedos en su pelo.

—Tal vez…, si te apetece…, podemos continuar… —susurró Zac, mordiéndole la oreja.

—Para. No, ya no más amor. De momento he de trabajar —zanjó ella, transmutada de nuevo en la fría mujer que era siempre.

Sólo una cosa se había transformado por completo en su interior: ya no sería capaz de mirarlo con indiferencia.

—Ven aquí.

L abrió los brazos, invitándolo.

Zac zumbaba como la abeja dispuesta a libar la bella flor que abre sus pétalos, invitándola a pasar a su íntimo rincón.

Él se tumbó sobre su regazo y L le rascó la cabeza, tranquila y afectuosamente. Luego le curó las heridas que le hubo infligido en la espalda. Con el fin de perturbar sus momentos de paz, Manos reapareció, propinando a Zac un susto de muerte.

— ¡Ya has conseguido estrenarte, chico! ¡Ten cuidado con desflorar a L, porque si no la tratas bien te comeré! —sus risas estruendosas molestaron a los amantes, que no dudaron en protestarle.

—Él es perfecto, Manos, así que cierra la boca.

—Por fin lo reconoces, amiga. —Manos le habló, con una expectación nada fingida—. Y, cuéntame, ¿se ha sentido bien tu primera vez?

— ¿Era…, tu primera…? —Zac meneó sus cabellos castaño claro, estupefacto—. No me digas.

—Sí, lo era. —L le sonrió cálidamente—. Y la he experimentado contigo, que es aún mejor.

—Oh, Luce… —Se abrazaron, concediéndose apoyo—. Siempre te voy a amar. Te apoyaré y te cuidaré todos los días del resto de mi vida. Te amo.

—Y yo a ti. ¿Volvemos a la aldea?

  • ¡Volvamos para anunciar la estimulante noticia! —canturreó Manos, pero ellos le lanzaron una mirada asesina.

Y el amor triunfó sobre el dolor y las mentiras, demostrándole a L que era la fuerza más poderosa del mundo y que, junto a Zac, daba comienzo su nueva vida.



CAPÍTULO 19
BRUMAS Y CANCIONES AL ATARDECER

L, acompañada por Zac, tan leal como un perro viejo que ha seguido a su amo toda la vida, fue directa a la antigua ciudad de Chicago, que fue arrasada por la contaminación, con los gases tóxicos y las radiaciones que emitían las bombas y los diversos meteoritos que se estampaban contra la Tierra, llevando a la especie humana al borde de la extinción.

Por ello, los únicos signos de vida, aparte de los pocos humanos sobrevivientes a la catástrofe masiva, fueron las aves, sobretodo pequeñas, y los mamíferos y reptiles en su mayoría de pequeño tamaño. La Gran Nobleza se había aprovechado de esta coyuntura, cuando las presas eran más fáciles de retener y cazar, y así habían establecido su liderazgo de crueldad en el mundo entero.
Pasaron por los escaparates de las tiendas de ropa y de zapatos, o de souvenirs; Zac no reconocía nada de ninguna de ellas, hasta que vio una televisión.
— ¡Es un televisor! —exclamó asombrado.
— ¿Qué vas a hacer? —le preguntó Manos.
—Creo que me lo voy a llevar —contestó el joven—. Y de esta manera podré disfrutarlo con mis amigos.
¿Y si no funciona? —aventuró L.

—Por probarlo no pierdo nada —repuso él sonriendo de oreja a oreja.
Entonces la Cazadora lo ayudó, rompiendo el cristal de la tienda para que Zac no se hiriera las manos, y el muchacho lo cogió en peso y fue cargando con él hasta que llegaron a la aldea y los demás lo vieron.
¿Es uno de último modelo? —Tom lo observó al ponerlo Zac en el suelo—. Me gusta.
—Lo mejor será encenderlo —dijo Jake, se traslucía la emoción en su voz—. A ver qué nos cuenta del mundo antiguo.
—Vale. Allá vamos, colegas. Atestiguad la belleza del mundo tecnológico que se fue a pique.
David lo encendió, y entonces la pantalla se llenó de fogosas luces de colores, y ellos parpadearon atónitos.
— ¿Qué demonios es eso? —se sorprendió Susan, acercándose a ellos seguida de María y Becky.
—Qué tontos sois, sabéis bien que esa cosa no nos servirá de nada —refunfuñó Becky.
— ¡Guau! ¡Me encanta eso! ¡Todo lo que se ve es bonito! —comentó la chica rubia asombrada.
Raudamente se sucedieron por sus ojos sucesivas imágenes de anuncios, como uno que decía:
— ¡Compren, compren este genial champú! ¡Es capaz de rizarte el pelo durante semanas! —Un hombre con el cabello negro rizado, puesto en un tupé sobre su cabeza, desplegó una brillante dentadura— ¡Prueben también la eficaz gomina Stylis, te deja el pelo pegado y ya no te lo despegará ni una racha de huracanes!
El tipo se ponía a danzar y unas guapas chicas con minifalda bailaban detrás de él, sin desentonar con la música pegadiza y de ritmo fuerte que sonaba en el cortometraje.
L se sentó en un tronco y se puso a escribir algo que ellos no acertaron a adivinar, tecleando a velocidad endiablada. El portátil despedía haces de luz azul pálido, y cuando la tarde cayó sobre ellos, cernida como un águila o halcón sobre el conejo, los muchachos seguían fijos en el televisor, que transmitía los ecos de un mundo apagado a través de frecuencias inusitadas y discordantes.
—L, nosotros tenemos: Dave tiene veinte, Tom tiene diecinueve así como Becky, Jake cuenta con unos dieciocho años, Susan también tiene dieciocho, yo coincido en edad con Dave, y María es la más joven de nosotros.
—Y nunca habíamos visto algo igual —negó Susan—. En todo nuestro tiempo de vida.
De golpe, la pantalla se tornó borrosa, parándose los anuncios, y la refulgente publicidad dio paso a un escenario más serio y formal, en el cual un hombre trajeado en un elegante ropaje negro, de porte orgulloso y firme, se encaró a una multitud de ciudadanos que lo miraban desde fuera de su palco.
—Hoy, como el presidente de EE.UU, anuncio que se debatirá el nuevo proyecto de nave espacial que será enviada a Saturno… Éste es el grandioso año 2091. Será otro de nuestros grandes éxitos como humanidad: la subsecuente conquista del espacio.
—Eso fue hace muchísimo tiempo ya —constató María.
— ¿Nosotros venimos de ahí?
Zac se giró a L.
Ella levantó la cabeza del portátil y dijo:

—Estados Unidos es el país que existió, al igual que muchos otros, antes del declive. Aunque ahora sólo veáis tierras yermas y despobladas, en realidad era un lugar seguro y democrático. El mismo sitio que pisamos en estos momentos. Los restos de la civilización de los humanos. —Tras activar la lámpara eléctrica a fin de que no se quedaran los jóvenes en la oscuridad, la dhampir añadió en un tono lúgubre—: Lo que se perdió nunca regresará. El sol se ha puesto en su mundo y no verá otro amanecer. Ellos pertenecen a un tiempo diferente.
— ¿Hablas de la Nobleza o de nosotros?
L ladeó la cabeza, sonriendo enigmática.
—Ya me he posicionado del lado de los seres humanos, Zac. Has tardado en darte cuenta de ello.
Él deseó besarla en ese instante, pero estaban todos sus amigos delante, además de su hermana. No quería levantar sospechas. Evelyn y Adam se dirigieron a ellos, y Jake apagó la televisión.
—Hay que trabajar, chicos —les indicó Evelyn—. Vuestros padres nos han dicho que os avisáramos.
—Ya están en el campo —dijo Adam, y resopló al distinguir la tecnología de una época deslustrada por el tiempo—. Dejaos de rememorar recuerdos. Debemos vivir el presente.
Y ellos se marcharon, dejando el artefacto en el sitio en que lo habían colocado. Después de medir la temperatura y la calidad del aire y su nivel de contaminación, L guardó su particular instrumento de sondeo. Zac se aferró a ella, besándola casi con desesperación.
—Zac, no seas tan impulsivo. He dejado claro tus límites.
—Nena, lo siento; pero cuando me miras dulcemente no puedo controlarme —él le acarició el pelo.
—Pues habrás de mantener las apariencias, como hago yo. —L lo besó en la mejilla, poniéndose de puntillas, y luego bajó los hombros—: Ve al trabajo. Nos veremos mañana.
Manos y L oyeron las canciones que cantaban los jovencitos al atardecer, mezcladas con las brumas que pintaban el cielo que se oscurecía poco a poco.

CAPÍTULO 20
TÚ ERES MI ESTRELLA OSCURA

Ella sola es tu diosa, que gobierna sobre tu corazón y rige por sobre todos tus huesos. En la oscuridad, ella te apoya, es la luz que te guía al final del sendero. Ella es tu estrella oscura, a la que nunca debes dejar ir. O si no, la perderás para siempre. Ámala, y compréndela, y respétala y cuídala como el pájaro cuida de su vuelo en la nocturnidad, y si ella también te ama, te corresponderá.

Adam animó a sus hijos a que continuaran escarbando en la tierra con el objetivo de arrancar las malas hierbas.
—Tened siempre cuidado de no arrancar las raíces de las hortalizas —les señaló, como les había enseñado desde que fueran pequeños—. Y Zac, espabila, hijo.
Ante la sola mención de como hubiera sido nombrado, el joven se irguió, tieso como un gato, mirando a sus padres y a su hermana, en tanto se manchaban las manos de remover a conciencia la tierra salpicada de verdor.
—Voy a plantar las cebollas —dijo Evelyn, y gestó una señal que alertó a Susan—. Ayúdame, hija.
¿Dónde estuviste el miércoles? —interrogó Adam a Zac—. Veo que estamos a viernes y todavía no nos lo has contado. No eludas la conversación, Isaac. Sé sincero conmigo, puesto que las mentiras no te ayudan en absoluto. Tu madre y yo —y tanto la mujer como la adolescente observaron quietas a Zac, y él sintió que el corazón le palpitaba fuertemente en el pecho— nos hemos percatado de que estas recientes semanas has estado cuidando más de tu aspecto físico, te has afeitado, te has puesto una ropa más adecuada… ¿Te estás viendo con alguien por las noches? Si estoy en lo correcto, no lo niegues, por favor. Queremos facilitarte las cosas. Si una chica ha conquistado tu corazón, dínoslo. —Adam le palmeó la espalda a su hijo mayor—. Somos tu familia, y siempre te vamos a apoyar. Pase lo que pase. Dinos la verdad.
Zac dudó unos segundos entre decir la verdad u omitirla completamente; pestañeó desconcertado; sabía que sus familiares se olerían algo y sospecharían de sus escapadas nocturnas, mas no esperaba, para ser franco, que lo pillaran tan pronto. ¡No podía contarles que había tenido su primera relación sexual con la Cazadora de Vampiros L! Igualmente ella no desearía que él fuera a contárselo a nadie de momento. Así pues, se decantó por relatarles media verdad, escondiendo la identidad de su querida novia.
—Bueno…, es verdadero que fui en compañía de una chica el miércoles por la noche…
— ¿Quién es ella, pillo? Me sorprendería mucho si se tratara de Becky, después de lo mal que encajasteis —se rio Susan, burlona.
—No te burles de lo que sienta tu hermano, Susan —le dijo Evelyn severa, y la chica se calló en el acto—. No todos tienen la misma suerte en el amor.
—Y son asuntos complicados —dijo su marido, y ambos se estrecharon la mano, reforzando sus lazos maritales y amorosos—. Igual que yo encontré a vuestra madre, por fortuna, vosotros, hijos míos, debéis hallar a aquella persona predestinada para vosotros, y con la que tenéis toda la seguridad de estar el resto de vuestras vidas, más allá de la muerte y el sufrimiento. El Señor conoce lo que sientes, hijo. No lo escondas, Zac.
El muchacho sonrió levemente.
—No puedo deciros más por mucho que quiera… Es algo personal e intransferible.
— ¿Quién te enseñó esas palabras tan difíciles de pronunciar? —inquirió Susan, y se le trabó la lengua al imitar a Zac—. No me sale.
—Yo sé a quién amas tú, hermanita —la pinchó el joven, socarrón—. Es más conveniente para ambos que cierres tu boca, y no hables con esa lengua viperina tuya.
— ¡Isaac, compórtate! —lo regañó Evelyn, y le dio un coscorrón como castigo.
El chico se masajeó la cabeza, donde le había salido un pequeño chichón. Observando a su progenitor, que se había puesto pensativo, arrancó a temblar.
—Así que estabas todo el rato de cortejo. ¿Y a tu dama misteriosa le ha parecido bien? —sonrió, meneando incrédulo la cabeza—. Te estabas haciendo el galante. Aún no me lo creo. Ya estás pensando como todo un hombre. Has crecido tan rápido que no lo he notado. A veces se me olvida que ya no eres un niño de siete años.
A fin de eludir la desagradable charla familiar, Zac les dijo, en cuanto advirtieron de que estaba empezando a chispear, y la lluvia los mojaba:
—Si no os importa, me marcho a coger unos paraguas. Nos harán falta con este tiempo.

—Gracias por ser tan colaborador, Zac —le sonrió su padre, y se abrazaron llenos de cariño—. Vuelve antes de que diluvie.
—Lo haré, no os preocupéis —les prometió él, y salió corriendo, huyendo directamente de los chismorreos que soltaban sus seres queridos acerca de él y de su amada.
Recorrió a toda pastilla el trayecto, de unos dos kilómetros, que lo separaba de la campiña, sorteando los obstáculos del campo a través y cuidando de no resbalarse, hasta que llegó a Oscura Chicago. Para entonces la lluvia no amainaba, sino que se había acrecentado, disparando sus saetas con fuerza, y Zac tiritó de frío. Advirtió que L se acercaba a él, envuelta en la compacta oscuridad.
—Luce, no sabía que estabas por aquí… ¿Haces una ronda de guardia? —se rio, y fue a ella para besarla y acariciarla—. Perdona, estoy totalmente mojado. —Estornudó, y ella se retiró de él—. Voy a pescar un resfriado o una neumonía si sigo bajo este implacable torrente de agua.
—Conozco una manera eficaz de que entremos en calor —le sonrió ella, tomándolo de la mano.
—Ah, así que te refieres a eso… —se exaltó Zac, emocionándose de pensar en el hermoso cuerpo desnudo de L, y en que ambos volverían a brindarse amor.
La Cazadora lo llevó hasta la cabaña. Allí lo soltó, y lo abrazó por detrás.
—Si lo hacemos ahora, deberá ser más rápido. Tus padres no tardarán más de una hora en volver, y eso si cuentan con la ayuda de los vecinos. Les escamará que tú no regreses y se olerán algo, si no has soltado la lengua ya. — Lo miró fríamente—. No te habrás sincerado con ellos, ¿verdad que no?

—Para nada —negó Zac, y L se separó de él, liberándolo de su suave agarre—. Te lo juro, nena, que no les he dicho ni mu sobre ti.
—Mm. Eso no me convence. A mí no puedes mentirme, y a tus padres tampoco deberías. Les has omitido media verdad.
—No te enfurezcas conmigo, Luce —le suplicó Zac gesticulando—. Nuestra relación es secreta; yo seré discreto, te lo prometo. Ahora mejor entremos a casa.
—De acuerdo —masculló ella, y lo siguió.
Tras cerrar la puerta, comenzaron a desvestirse.
¿Estás segura de que es una buena idea? —le preguntó Zac mientras la besaba, recorriendo su físico inigualable con sus dedos amorosos y febriles, y ella se encaramó a él, sonriendo.

¿Hablamos de tus padres, Zac, en vez de centrarnos en nosotros? —L se agarró a su torso y gimió de placer.
—No, claro que no. Sería una estupidez —denegó el muchacho ferviente, y se apoyaron contra la pared, besándose apasionados, dándose electrizantes besos y caricias, y enredándose el uno en el otro.
—Supongo que prefieres que me tumbe —dijo L, y rio campechana ante la incredulidad que se palpaba en el rostro del muchacho—. Oh, Zac, eres tan inocente que me interesas demasiado. Entiendo porqué motivo Manos se burla de ti.
¿Tú también lo harás? —el joven arrugó el ceño, y, cargando a L, farfulló al dejarla en la mesa—. Pesas mucho. ¿Será por culpa de Manos? Ese tipo traga todo lo que pilla.
—Para, Zac. En la mesa no haremos nada —la dhampir frunció el ceño—. Podríamos partirla y si tus padres regresan, ¿cómo se lo explicamos? Ni lo sueñes. No te inventarás ninguna excusa tonta.
—Vale. Tranquila, amor.
Zac, agobiado, se rascó la cabeza.
¡Se me ha ocurrido una idea! —L lo miró, suspicaz—. Eh, no soy un genio como tú, pero nos irá bien. Es factible. Lavé la manta que usamos aquella romántica noche a pesar de las insistencias de mi madre. Nos colocaremos en ella.
—Está bien pensado —ella compuso una sonrisa pertinente—. Me estás dejando satisfecha. No eres tan niño como pareces. Pero esta vez, probaremos algo…, más atrevido.
¿Cómo? —Zac se quedó atónito al ser empujado por L, y acabó cayendo encima de la manta, rodando como una croqueta—. Oh, Dios mío, ¿tantas ganas tienes de maltratarme?
—Te gustará, ya lo verás, querido. —L lo besó, colocándose encima de él, flexionadas sus piernas—. Bien, ya puedo mover las caderas.
—Luce, te amo demasiado. Me vas a volver loco —suspiró Zac, quedándose obnubilado; ambos volvieron a unir sus labios apasionadamente, y sus pieles ardían, hirviendo por el roce del amor. Cogidos de las manos, se amaron hasta que se quedaron extenuados. Zac se detuvo a tomar aliento—. Me fundiré en tu boca una vez más, enredaremos nuestros cuerpos centelleando como el sol al despertar, y al amanecer estaremos besándonos sin parar.
—Oye, eso ha sido genuinamente brillante —se alegró L, y le tembló todo su delgado cuerpo por las vibraciones y descargas eléctricas que lo atravesaron en ese instante, sacudiéndola—. Yo también te amo. Bésame, ámame, tómame como tuya, Zac.
Él se juntó con ella, y ambos alcanzaron el clímax de aquel sensual baile que estaban gestando.
—Se están aproximando, Zac. Apúrate —lo avisó ella, y en ese momento la máquina del amor se fue ralentizando hasta detenerse por completo.
—Hijo, ¿se puede saber qué estabas haciendo? —lo interpeló Adam, al tiempo que abría la puerta y Evelyn y Susan entraban a su vez a la chabola.

Zac, apresurado en ponerse su gastada vestimenta, no había atendido que llevaba la camisa del revés y su cabello estaba alborotado. Se volvió a sus parientes, sudando de puro agobio y angustia. L se parapetó un poco alejada de él. Al contrario que el chico, ella no daba la impresión de encontrarse indispuesta; iba totalmente recta y limpia. Como algunos hombres, él era de reacciones lentas.
—Nada, estábamos L y yo… —al sentirse cercado por sus miradas inquisidoras, no podía articular las palabras correctamente, y L acudió a su rescate, como solía suceder.
Recogíamos paja con el fin de alimentar a mi caballo, Medianoche —dijo ella, y les indicó el montón de paja, característicamente amarilla—. Y Zac estaba colaborando conmigo.
—Justamente eso. —Él se enjuagó el sudor frío que le resbalaba por la frente, y cruzó una mirada cómplice con la Cazadora—. Ya está.
—Comprendo todo —asintió Adam, mirando a L—. Muchas gracias por ayudarnos, aunque no hacía falta.

De nada —respondió ella en tono naturalmente calmo—. Ya me marcho —agregó, rehuyendo las candentes miradas que el muchacho le lanzaba.

¿No quieres quedarte a cenar, L? —Evelyn le ofrendó una cándida sonrisa—. Sólo por esta noche, y mañana seguirás con tus misiones.

Apabullada por las constantes miraditas de su amante, L se decidió a no declinar la sugerente invitación.
—Sí. Gracias por ser tan amables —repuso, y les sonrió sin mucho esfuerzo. Agarrando a Zac, le susurró gélida—: No hagas idioteces. ¿Te queda claro? Nada de tocamientos inapropiados.
—Por supuesto…, amor —él adornó su cara con una sonrisa forzada.
La noche los recibió con su manto de fulgurantes estrellas, y ellos, separados, se sumieron cada uno en sus respectivos pensamientos.

CAPÍTULO 21
LA MUJER QUE TÚ VES

Evelyn, a la mañana siguiente, saludó a L, y se ocupó en tender la ropa, ayudada por Susan, quien siempre le echaba una mano en tales quehaceres matutinos. Zac y su padre Adam estaban despiertos asimismo, y realizaban el desayuno. Ellos no podían ganarse la vida de otra forma.

El sol se irradiaba sobre ellos, irrigándolos como la sangre al sistema nervioso del cuerpo. L tampoco podía hacer otra cosa que matar seres de la noche constantemente; no podía escapar de ese solitario y quejumbroso estilo de vida.

La fresca brisa de la mañana, que traía un vago olor a ceniza y carbón, se suspendía sobre ellos, rellenando los huecos que no hubieran tapado y sumiendo a L en la incertidumbre de no saber qué haría de su vida en esos momentos, pues amaba a un hombre, y como era algo que nunca le había ocurrido, desconocía cómo actuar en tal caso.
— ¿Ya no serás la mujer combativa que has sido siempre, desde los inicios de tu vida inmortal? —le dijo Manos, rumiando inquieto—. Eso me pone de los nervios, colega. Se supone que tú y yo no tenemos nada que nos relacione con ellos. Pero estás dejando que ese chico infeste tu cabeza y tu corazón. ¿A cuál de ellos harás caso? Sabes que no puedes dedicarte a otros oficios. Los desvaríos no son buenos, afectan a tu rendimiento y tu integridad.
—Todavía no sé de qué modo actuar, Manos. Estoy pensándolo. Me estoy dejando la piel en hallar una solución. Y por más que me pese, lo que Zac hizo junto a mí nunca debió pasar. Fue un error, y soy la culpable de haber agrandado la herida. —L se observó las manos, y afiló las uñas blancas, que se alargaron dos centímetros más—. Mírame. Soy un engendro de piel transparente al que su madre rechazó al ser alumbrado; tal vez la gente tenga razón.
—Tú nunca admitirías tales cosas disparatadas —repuso Manos susurrante—. Eres mejor y puede que peor que ellos, L, pero ése es el sentido de tu existencia.
—No soy apta para amar ni cuidar a nadie —se resignó la dhampir, y sus ojos negros refulgieron de secreta ira, que reposaba en el fondo, como el poso del vino—. Jamás debí darle falsas esperanzas. Éste no es el lugar en el que debo estar. No me quedaré engañándolo y prometiéndole lo que nunca podré cumplir.
— ¿Le vas a decir que lo abandonarás? ¿Así de sopetón? —replicó Manos—. No es como si me preocupara el chaval, no de verdad, porque no lo conozco tanto como para que despierte en mí sentimientos de ternura, pero ¿no es mucho pedir que se lo digas más suavemente? Y en otro sitio, no tan cerca de su familia. Se hundirá y tú cargarás con la culpa. Como pasa con todo.
—Debo hacerlo de una vez. Lo he pensado mientras ellos dormían —le replicó L al simbionte—. Créeme, es lo más beneficioso para los dos. No estoy a la altura de lo que él piensa. No soy la mujer de sus sueños, ni él es adecuado para mí. Le haré daño, pero se lo diré, y con el tiempo se recuperará.
—Calibrando lo que ha pasado antes —musitó Manos—, no le hará ninguna gracia. Pensará que se te ha cruzado el cable y dirá algo así como: “Oh, por Dios, Luce es bipolar. ¿Por qué no me lo habías dicho? Que te daban altibajos emocionales de vez en cuando. Santa Virgen de los Milagros, me has engañado, encima que te he rezado cien veces más o menos…” Tu abandono no es de extrañar, pero lo dejará hundido en la miseria.
—No estoy deprimida, idiota —contraatacó L, mostrando sus colmillos—, ni él es un zopenco que sea incapaz de desarrollar esta posibilidad por sí mismo. De momento no se lo ha planteado porque está eclipsado por mí —se apuntó al pecho con la uña—. Y eso es lo que debo llevar a cabo: desbaratar y rasgar esta telaraña, para que Zac pueda ser feliz con la fémina que se merece, y que ella le dé lo que yo no puedo ofrendarle: completa seguridad.
—Tal reflexión es una falacia, L. Y no te pongas tan abrasivamente tú, ya sabes a lo que me refiero —alegó Manos, revuelto en su mano izquierda—. Te dije que no lo subestimaras y lo dejaras ir. Ésta debería ser la vida con la que estés por fin complacida.
—No, eso no es cierto.
L se dio la vuelta al notar que Zac se acercaba a ellos, y Manos se silenció, rumiando sombrío.
—Buenos días, cariño. Es realmente placentero verte todo el tiempo —el joven la tomó de las manos y besó la derecha, Manos carraspeó, enturbiado—. Me dedico a ti en cuerpo y alma, pídeme lo que desees, que yo te lo concederé. Por cierto, ayer estuvo fantástico lo que hicimos… —la besó de golpe, ávido de amor, pero la Cazadora lo apartó de un empellón.
—Zac, no empieces. —Su volumen se volvió tirante, distanciado y seco—. Tenemos que cortar esto de raíz. Y debe ser de inmediato.
— ¿De qué estás hablando? —él la observaba, preocupado.
—Sobre lo que sucedió ayer entre nosotros… —L se recogió las manos tras la espalda, adoptando una actitud más seria y frívola—. No fue intencionado, sino fortuito. Yo no quería…, es decir, no debo permanecer en este lugar, contigo ni nada de eso. Parto hacia otras tierras baldías, en la búsqueda incansable de monstruos que derrotar.
—No me pidas que me olvide de ti. —Zac la asió del brazo—. Eres fenomenal, y no te dejaré marchar. Nunca jamás.
—Yo no soy la mujer que tú ves —negó ella—. Sino la Cazadora de Vampiros L.
¿Y te conformarás con el nombre que otros te dieron ignorando lo que eres? —el muchacho movió el cráneo, insistente—. No, Luce, tú eres mucho más que una leyenda viva. Eres una chica fuerte, valiente, considerada, culta, genial, bella, templada, solidaria…, no solamente la coraza que te pones para engendrar mayor misterio.
—Tienes razón —le dijo ella a Zac—. Perdóname por haberte dicho algo tan duro.
—No te preocupes, soy de hierro cuando se trata de protegerte y de cuidarte —le sonrió él, y se dieron un nuevo beso—. Te quedarás aquí, ¿no?
—Sí —asintió L, y se cogieron de las manos—. Caminaré a tu lado, te apoyaré en todo, y de este modo olvidaremos las penas y alimentaremos la hoguera de nuestro amor, uno que no posee condiciones.
El tiempo con ella le pareció a Zac infinito, especial y único, como si hubieran transcurrido años en vez de doce minutos, como había pasado en realidad. Pero era cuestión de tiempo que ella se marchara, porque nada, ni siquiera el amor, era eterno en ese mundo cruel y marchito.

Sin embargo, estar con ella compensaba todas las penurias y el dolor, y equivalía a tener el sol de cara, luminosa y magnífica era L, y Zac se sentía a salvo, y lleno de felicidad.

CAPÍTULO 22
COSAS QUE NOS ENVUELVEN

Manos le dijo a L:
—Al final, has tomado esa decisión tan importante.
—He decidido quedarme un poco más. ¿Te parece bien?
—Me parece estupendo —respondió la criatura simbiótica, prácticamente dando saltos en su mano—. Tengo deseos de vigilar los pasos del pequeño Zac. Estoy seguro de que se convertirá en un hombre capaz de proteger a los niños que algún día podréis engendrar. Y en el término de su vida, que augura será longeva, hablaré del humanismo que tenía y de su benevolencia, y no me arrepentiré de haber confiado en él. Él no desperdicia su tiempo con otra mujer que no seas tú, L. Así de incomparable eres. Y él lo ve claro. Eres la mejor cazadora y compañera que he conocido nunca.
—Gracias, Manos, por tus conmovedoras palabras —L sonrió, emocionándose progresivamente—. Vamos a reunirnos con Zac.
Junto a David, Thomas, Jacob y Rebecca se encontraba Zac, recogiendo chatarra en la profundidad del valle pedregoso.
—Estamos encantados de que estés con nosotros, L —dijo Jake—. Eres una buena mujer. Lamento haber pensado que eras mala.
—Somos unos humanos cabezones —farfulló David—. No podemos dejar de darle vueltas a la cabeza. La gente es así de desconfiada con lo que no comprende.

—La gente teme a la muerte porque no puede comprenderla —dijo L, siendo filosófica de nuevo—. No pretendo daros una lección, pero la vida y la muerte tienen un significado. No son estados paralelos, sino que se mantienen interconectados. Ambas dimensiones están juntas, y se retroalimentan como una simbiosis mutua. No podéis campar a vuestras anchas sin cavilar en estas profundas reflexiones. Eso es lo que he aprendido a través de mi larga experiencia en mi camino.
— ¿No estarás haciendo diferentes tretas para una estrategia que estás elaborando? —dijo Becky, y L dibujó un amago de mueca en su rostro bello e inmutable—. Apenas nos conoces y aún así te pones a darnos tus enseñanzas. No laves tu imagen. Eres una Cazadora, nada más.
—No le faltes el respeto a L —respondió María a Becky, y ésta se rebulló, ofendida—. No te indignes, Becky. —La chica tosió, y se arremangó el vestido—. Por favor, entiende que ella nos está haciendo un gran favor.
—Discúlpate con ella —le pidió Zac a Becky, y ella se quedó desencajada.
—No es necesario, Zac —ella lo paró, imperturbable, aunque la rabia desfilaba por dentro de ella—. No te rebajes a su nivel.
—Di que lo sientes, amiga —la azuzó Tom—. No está bien que la sigamos juzgando. Ella podría irritarse, y eso no nos gustaría a ninguno.
—Lo lamento por mi mala actitud —se disculpó Becky.
—Noto que se han subido demasiados humos por aquí —rio Manos, haciendo acto de presencia, y su voz chillona, unida al detalle de que su boca estaba repleta de dientes de navaja, espantaron a los muchachos, excepto a Zac, que suspiró de resignación.
— ¿Qué es eso, por la Virgen Santísima? —gritó María, y temblorosa debido al miedo que la infestaba, comenzó a santiguarse.
Los demás también lo hicieron, salvando a Zac.
¿No te inspira miedo el bicho ese? —musitaron unos aterrados Jake y Tom.
Zac salió en defensa del simbionte, esgrimiendo un reguero de valentía.
—Se llama Manos, y no es maligno. Os juro que no os hará daño.
—De acuerdo —dijo David, fijándose con toda su flema en Manos—. Nos hemos enterado. Intentaremos no molestarle, Señor Parlante.
—Soy un parásito en sentido estricto —barbotó Manos—. Estoy con L desde que tengo memoria. Así que somos como hermanos.
—Ese término es más o menos correcto —repuso la Cazadora—. Somos amigos, y nos hemos apoyado en todos los siglos y edades. Vivimos conviviendo en un equipo, compenetrados.
—Incluso te he salvado la vida, colega —añadió él siendo fanfarrón—. Más de una vez. Pero esa es una larga historia que no contaremos ahora.
—Volvamos a casa —dijo Zac, acercándose a L, y ella le sonrió con afecto, no obstante continuaron disimulando.
Era vital que no lo descubrieran sus amigos hasta que no hubieran afianzado la relación. Las experiencias que vivían juntos fortalecían sus lazos, y estos se tornaban inquebrantables.

CAPÍTULO 23
DESOLACIÓN Y SUFRIMIENTO

El mundo era un lugar oscuro y desolador, lleno de sufrimiento. Así era como L lo había visto en todo su longevo caminar, envuelta en las tinieblas poderosas, siempre a merced de ellas. Cuando la niebla se levantó del cielo, descubriendo al brillante sol que relucía firmemente, L percibió la presencia de un extraño. Le dijo a Manos que no le daba la impresión de que fuera un vampiro…, al menos no del todo.
—No transmite las mismas vibraciones que los Vampiros Nobles —le comunicó, envarada—. Sopeso que tampoco forma parte de la guardia del Conde. Aunque podría estar camuflándose como uno.
— ¿Me estás diciendo que sospechas que se trata de un nuevo Cazador? —la interpeló Manos, no dando crédito a lo que escuchaba de la dhampir—. Ambos sabemos que precisamente los Cazadores escasean en número, y los Nobles los sobrepasan bastante. Me resulta raro que uno de ellos se encuentre por estas inmediaciones.
—No consiste en una coincidencia o en un evento casual que él se halle por esta zona, cercano a las aldeas diseminadas por la Frontera —prosiguió L con sus cábalas, sin cejar en su empeño de descubrir y destapar la verdadera identidad del misterioso Cazador—. Debe de estar buscando algo concreto.
¿Y si acaso buscase lo mismo que tú, L? —Manos saltó, sonriendo abiertamente—. A lo mejor hemos encontrado un aliado portentoso que nos prestará su fuerza y su energía.
L se rebulló y lo miró, presa de la inquietud.
—No podemos saberlo con certeza. El optimismo no nos dará la posibilidad más acertada. En rigor, los Cazadores somos seres solitarios, centrados únicamente en erradicar a la Nobleza, entregando nuestras vidas y nuestras espadas en pos de esa misión, y al no buscar intereses propios, nos alejamos constantemente de las ciudades y los problemas de los hombres, desentendiéndonos de ellos; y siguiendo esta línea de lógica, lo más natural para nosotros es quedarnos ocultos en las sombras, agazapados, esperando a que la presa dé un paso en falso; por lo tanto, no deseamos apreciar a los seres humanos puesto que vivimos sólo para ser contratados por ellos, a fin de dar caza a las criaturas tenebrosas, hijas de la noche, de la oscuridad lúgubre, la cual nos conforma a nosotros asimismo. Cuando la noche cae, comienza la caza. Ése es nuestro lema fundamental, grabado a fuego en nuestro cerebro. No necesito tener tapujos con nadie, ya que no supone mi sustento ser amable con los humanos. Como tú bien dices, somos Cazadores, y ello significa que no nos dieron opción de elegir al crearnos. Nos inculcaron lo que debíamos ser, y debemos dejar atrás nuestros sentimientos, desenterrar las emociones que nos volverían vulnerables. No podemos mostrar signos de debilidad absolutamente en ningún momento. —L siguió susurrando en tono frío y antinatural—: Lamentablemente para nosotros, el único camino que se nos ha permitido hollar es el del horror y la penumbra, donde la violencia prolifera por todas partes, al asedio del mal infinito que nos controla y nos tiene bailando en la palma de su mano. Sí, amigo mío, no erraste en tu razonamiento. Yo llevo mi oscuridad conmigo, viaja a todos los lados, cruzando océanos y desiertos, enraizada en el fondo hueco de mi corazón. Por eso me decidí a convertirme en una Cazadora.
—Yo te apoyaré por siempre —la apoyó Manos—. Si necesitas que te consuele, puedes llorar frente a mí; entiendo tu pesadumbre. Te has adaptado, a pesar de que no sea la vida que deseabas en los albores de tu tiempo.
L se resintió, alertada al notar que Zac se dirigía a ella, encaminado a llenarla de besos cálidos y apretujarla entre sus brazos. Él, con sus ojos repletos de amor, le sonreía brillándole las facciones, proclamando que su juramento de amor sería eterno.
—Sólo quienes han perdido algo relevante se transforman en Cazadores, como les sucediera a Mateo, las hermanas Beauchamp y los hermanos Boyer —musitó L, y Zac se quedó parpadeando, ya que no podía escuchar nada de lo que estaban conversando—. Los recuerdos de sufriente dolor se difuminaron a tiempo, ya apenas retorno a la opacidad oscura de mis días pasados. Se disgregan los trozos de mi ser, y yo me pregunto quién soy. Las consecuencias de haberme dispuesto a serlo son devastadoras. Pero no puedo regresar atrás, ya es demasiado tarde. Yo perdí la oportunidad de lamentarme… Cuando el mundo y ella, especialmente ella, me negaron el calor que podrían haberme brindado… Y nunca podré recuperar la juventud, y hacer uso de mi gentileza para lograr que todo se modifique y se vuelva halagüeño.
—Estás conmigo, nena, y yo nunca te abandonaré —Zac la reconfortó en su tierno abrazo y ella, conmovida, lo rodeó, estrechándolo hacia sí—. Por cierto, ¿de qué estabais disertando?
—Hemos sentido una extraña presencia —le contestó Manos—. Ignoramos de quién se tratará en esta ocasión. Al parecer está escondiendo su aura y un gran porcentaje de su poder.
—No pueden ser Tepes ni el Barón Baasz —negó L, moviendo la cabeza.
— ¿Ésos quiénes son? —preguntó Zac, curioso.
—Mis hermanos por parte de padre —respondió L—. Unos tipos malvados que será mejor que no conozcas. Yo personalmente los detesto. Me he enzarzado en peleas con ellos varias veces.
—Dejémoslo así —se resignó Manos, desalentado—. Esperemos que sea más cañero y bueno que los otros guerreros de la noche.
—Mi teoría personal es que es un tipo que se dedica a cuidar a los humanos en vez de matarlos —dijo Zac, teorizando—. Aunque es mi humilde opinión, y puedo hallarme errado. No tengo ni idea de cómo son los Cazadores en realidad, aparte de ti, Luce.
Ella se apercibió de la frecuencia del Cazador, que se hallaba muy lejos y al mismo tiempo cercano a ella, y éste sonrió, satisfecho de haberse aproximado a su objetivo. Él no sería parado en su cometido. Lo hacía por el bien común, además de para limpiar su nombre.

Parecía un vampiro, pese a que no fuera sino el hijo rechazado del Rey Vampiro, el malvado Ancestro Sagrado, el vástago inmortal del dios oscuro que adorara la Nobleza. Él era ni más ni menos que el segador oscuro de los Nobles, esforzado en asesinarlos y erradicarlos desde dentro; eliminaría a su letal enemigo de la Tierra, volviéndola de nuevo un vergel de paz y tranquila belleza, en el que brillarían las estrellas sobre la cúpula celeste.

El Cazador que no portara un nombre estaba rescatando a las personas, aún sin llegar a descubrirse, encubierto bajo un alias, actuando con falsedad, así no descubrirían los vampiros su complot. Deseaba con todo su corazón toparse por fin con su familiar, la legendaria Cazadora de Vampiros L.

CAPÍTULO 24

DOPPELGÄNGER

L estaba en el bosque, bañándose sola de nuevo. Se secó, se vistió y se dispuso a marcharse. Cuando salió de la floresta, Zac llegó a su encuentro, perspicaz y fervoroso, sonando alegre.

—Hola, querida.

—Hola, Zac.

Él intentó darle un beso, pero ella lo apartó de forma delicada.

—Ahora nada de eso, Zac. Tengo que seguir trabajando —se montó en Medianoche, y el caballo empezó a relinchar de repente y se encabritó, alejándose del muchacho.

— ¿Qué mosca le habrá picado? —se inquietó Manos—. Nunca se había asustado de un humano y menos de Zac, que lo trata tan bien.

—Ignoro lo que le sucede al pobre —dijo el chico con inocencia—. A lo mejor está nervioso por los doppelgängers. Hay nuevos incidentes que están siendo provocados por ellos, aprovechándose de las lluvias torrenciales. Muchas aldeas han sido arrasadas.

—Sabes mucho sobre eso, al parecer —lo escaneó L, y él se sobresaltó, nervioso.

—Me lo han contado Tom y David esta madrugada —aclaró.

L cabalgaba en Medianoche, taciturna, mientras Zac se mantenía a su mismo ritmo.

—Podría consistir en otra de las perversas maquinaciones del Conde —caviló, y observó en ese instante a Zac—. ¿Te encuentras bien? Te noto algo distraído, como si estuvieras abstrayéndote por algo.

—Yo estoy perfecto —el joven mostró una amplia sonrisa. L no se inmutó ni un ápice—. De veras que no exagero.

— ¿No deberías encontrarte trabajando en el campo, ayudando a tus camaradas? —le preguntó Manos, relleno de intriga—. No paras de escaquearte de tus tareas, pillín.

—Oh, en cuanto a eso… Se me había olvidado. —Zac se propinó una palmada en la frente—. Bueno, aligeremos para regresar al pueblo, que se nos hará tarde.

Y caminando la tarde envejeció, y las luces vespertinas se tornaron en los tímidos destellos de las estrellas. Zac en ningún momento atendió al caballo, ni pretendió acariciarlo o brindarle algún aperitivo, como solía gestar. L estaba extrañada, como Manos, por su inusual actitud.

—Parece diferente —murmuró Manos—. En un sentido peliagudo.

—Algo le ocurre —afirmó L—. Debemos lograr que lo suelte.

—Para los interrogatorios yo soy un hacha —se alardeó la criatura simbiótica—. Los desplumo a todos en menos que canta un gallo. Venga, colega, lo haré como debe ser.

Ella asintió enérgicamente, pues confiaba en él de todo corazón.

—L, ¿sabes que hoy estás más hermosa que nunca antes? —al joven le brillaron los ojos con un fulgor distinto, como si se hallara extrañamente exaltado.

Se habían apostado a la vera del camino, junto al muro de piedra que estaba cubierto por hiedras trepadoras, y la luna ya iluminaba la noche, bella y fulgurante.

La Cazadora lo acribilló con su oscura mirada en la que pulsaba la ira, encogiendo a la figura que se mantenía frente a ella.

—Luce es como me llamas siempre.

—Claro, es verdad. —Zac parpadeó, descolocado—. Es que…

  • ¿También has sido víctima del olvido en esta ocasión?

L desenvainó su espada y el arma destelló rutilante, cortando de una tajada la densa oscuridad en torno a ellos.

Zac no se movió ni un centímetro, y ella lo apuntó inflexible con su instrumento.

—Tú no eres Zac —sentenció la dhampir, descubriendo la mentira, y la fisonomía del muchacho se meneó espasmódicamente, abombándose y desintegrándose.

—Vaya, tu inteligencia y tus ataques basados en la precognición no son para ser subestimados. Con sólo una palabra mal pronunciada por mi parte te has dado cuenta de que no era tu amado. Resuelves fácilmente toda clase de engaños.

El doppelgänger se manifestó en toda su plena malevolencia; era una criatura muy repulsiva, de carne translúcida y miembros delgaduchos que se deformaban, retorciéndose y alargándose a voluntad, espantosamente finos y quebradizos, como las patas de una araña.

—Tus farsas no funcionan conmigo —terció L, airada—. Zac es insustituible, y nadie podrá arrebatármelo jamás.

—Parece ser que mi señor el Conde Lee Doye no se equivocaba en sus deducciones, sabe a lo que atenerse con respecto a ti —siseó sibila la criatura tornasolada, sus ojos eran dos llamas encendidas, queriendo arrasarlo todo—. Te has aliado con los repugnantes humanos, estúpidos seres inferiores.

Los chicos se acercaron en ese momento, y Zac corrió a donde se parapetaban L y el doppelgänger.

— ¡No te atrevas a aproximarte, Zac! ¡Él quiere matarte! —lo avisó ella.

— ¿Se volverá mi doble?

Aterrorizado, Zac reculó volviéndose hacia atrás, respirando entrecortadamente.

  • ¡Tu muerte será brutal! —le chilló Manos al doppelgänger— ¡Por habernos encolerizado a L y a mí!

Y entonces, de unos tajos equilibrados y meticulosamente medidos, lanzándose fiera sobre el cambiador de formas, L lo mató rápida y furiosamente. El Conde Lee Doye pagaría el precio por haber traspasado los límites; ella no dudaría en mancharse las manos de la sangre de sus viles y míseros sirvientes, seres malignos que adoraban las tinieblas.

—Todo se ha solucionado, cariño. Estás bien ahora. Estoy junto a ti —dijo L con voz dulce, y Zac se abrazó a ella, temblando como un pollo—. Nunca me dejaría engañar por un tipo imbécil que se hizo pasar por ti.

—No pasa un solo día, una sola hora, en que no piense en ti —dijo Zac, con el rostro congestionado, y se besaron, y los demás dieron un respingo por esta osada acción—. No soportaría perderte.

— ¡Qué agradable notición! —exclamó David— ¡Menuda suerte!

—No me lo creo —masculló Tom—. Aunque así quedan muchas cosas explicadas, aunque no justificadas. Tus escapes en las horas de trabajo y todo ese rollo que nos soltabas.

—No entiendo cómo habéis llegado a ser pareja —se sorprendió Jake—. Pero me alegro por vosotros, que es lo que importa.

—Santa María Virgen —resolló Becky, y su sorpresa era mayúscula, al igual que la de los otros—. ¿Qué diablos nos hemos perdido?

—Vuestro plan no se estropea, ya entiendo porqué —rio Susan, alegre—. Habéis formado un dúo que no se puede equiparar a ninguno.

—Os deseo la mayor felicidad del mundo —sonrió María, cariñosa—. Que vuestro amor perdure para siempre y por sobre todas las dificultades.

—Muchas gracias por apoyarnos, chicos —les agradeció Zac—. Sois unos excelentes compañeros.

—Volvamos a Oscura Chicago; la noche se volverá más peligrosa —los alertó L.

El cielo se volvió negro en tanto regresaban a la aldea. Mas ya el mundo era menos frío y desesperanzador, debido a que L se ocupaba de resguardarlos.

CAPÍTULO 25

EL PUÑO DE ACERO

Al despertarse, Zac se juntó con sus padres para desayunar y todos bendijeron la mesa recitando las oraciones acostumbradas.

Evelyn anunció entonces:

—Iremos al campo, ya que es lunes. Vuelta a empezar.

—La misa de ayer me dejó la cabeza como un bombo —se quejó Susan, y su padre la amonestó, diciéndole esto:

—Hija, no te quejes de lo que hace el padre Terence, pues él se dedica a apoyarnos y a subirnos la moral para que no estemos afligidos todo el tiempo.

—Ya lo sé —masculló Zac—, pero no me gusta que no podamos sentarnos. Tenemos que permanecer de pie todo el rato, y eso es bastante cansino.

—No hay suficientes sillas para todos —replicó Evelyn—, y recordadlo, mis niños; siempre os decimos que hay que dejar espacio a los mayores. Ellos han sufrido mucho más que vosotros.

<<No lo creo>>, pensó Zac con pesadumbre. Ellos no habían tenido que vérselas con una Cazadora de Vampiros enrabietada, estando obligados a aguantar sus sermones y sus repetidas ausencias. Su padecimiento no era superfluo.

—Bueno, es fundamental trabajar. Sin ocio no existe el vicio, muchachos —su padre se levantó de las sillas desvencijadas y los conminó a hacer lo propio—. Mucha obra por delante nos espera hoy.

Zac, con una profunda decepción adueñándose de su ser por no poder pasar su tiempo con L, su amada chica, la añoró mucho más de lo que querría admitir. Persiguió los recuerdos en los que ella reía y lo besaba, devolviéndole su cariño a borbotones. No entendía porqué la vida era tan injusta con él. ¿Acaso no se merecía tenerla por siempre a su lado? Dios no tenía nada que ver en eso, ¿o tal vez sí? En realidad no lo sabía, así que se apresuró a ayudar a sus padres, encaminándose junto a ellos al campo de trabajo, como tuvieran por costumbre.

L se acercó a la familia a despedirse de Zac.

—Debo realizar una tarea importante —le dijo, y le sonrió, acariciando su mejilla sin barba—. Volveré en un momento, tienes mi palabra.

—Ah, vale. ¿Adónde vas? —le preguntó él, y fue Manos el que le respondió, suplantando a L en este caso.

—A machacar a un vampiro muy peligroso, chaval. Quédate en casa si te sientes asustado.

—Oye…, lo cierto es que no soy ningún mequetrefe ni un cobarde —replicó Zac, molesto por la osadía del simbionte y sus perseverantes burlas hacia su persona. Le dirigió a L una sonrisa plena en dulzura—. Mucha suerte, nena. Te estaré esperando.

Ella cabeceó delicadamente y se marchó, esfumándome como un cometa al atravesar el cielo, rauda y dejando una estela de esperanza y brillantez tras de su elegancia.

Zac volvió a enfocarse en sus deberes, pensando que todo marcharía como debía, porque su querida dhampir era indestructible e imbatible, y los enemigos se arrepentirán de entablar una batalla contra ella.

La Cazadora llegó puntualmente a la mansión del Conde Lee Doye. Estaba atardeciendo y la noche permitía que los vampiros se refugiaran en ella y bebieran la sangre directamente de las gargantas de niños y jóvenes inocentes, espantados por su crueldad. Había un destino aciago esperándolos. Pero ella era famosa por su renombre, además de por salvarlos de una suerte terrible que tenía ansias de devorarlos inmisericorde. El Conde notó su paso tranquilo y deslizante, similar al del río bordeando la cuenca con el fin de arribar al profundo mar salado, y le sonrió burlón desde su sillón de fieltro, afuera en el jardín, sentado calmadamente. Estaba esperándola, como evidenciaba su porte altivo y arrogante a las claras. Manos susurró que ese tipo era demasiado creído de sí mismo.

El Conde se acicaló su largo cabello rubio y atendió a que sus ropajes rojos y grises no fueran sacudidos por el caprichoso viento nocturno. Cruzó la mano izquierda en su regazo, mientras aún sostenía en la otra la copa vacía y sus ojos fieros, de un gris oscuro, traducían todo lo que su dueño no estaba dispuesto a decir en palabras. Descubrió los dientes, sonriéndole como si se supiera vencedor de una lucha que no habían librado todavía y de las siguientes que acontecerían en el futuro. A pesar de que se sentía profundamente intimidado por la oscura aura de la dhampir.

—Me alegro de que pudieras venir, mujer conocida como L. Ojalá pudiéramos sentarnos y tomar una copa en reconocimiento a tu largo y agotador viaje, pero me temo que ninguno de los dos está en condiciones de hacerlo. Lo menos que puedo hacer es que tu muerte sea fácil. ¿O debería decir tu destrucción?

L sacó la espada de la vaina tras desengancharla, enhiesta, y sus ojos fulguraron con un intimidante brillo rojo.

— Muerte o destrucción…, esa es una distinción propia un humano. Cualquiera de las dos está bien, pero, ¿crees realmente que puedes hacer eso con nosotros?

—Ni en mil años nos matarías, sanguijuela del demonio —se jactó Manos—. Jamás de los jamases estarás preparado para detenernos.

El Noble se incorporó, le ardían los ojos de gélida ira que se condensaba en su organismo corpulento.

—Acallaré a esa estúpida babosa impertinente que vive contigo —los taladró a ambos con los ojos, siseando como las serpientes que se arrastran con sigilo a fin de hincar sus dientes venenosos, rezumando malignidad—. Se acabaron vuestros jueguecitos. No te permitiré que me humilles más.

—Lo mismo digo.

L arremetió contra él, cortándole la garganta, y chorros de sangre salieron de su herida, pero el Conde se recompuso a ojos vistas, y estalló a carcajadas que se diseminaron por el espacio, sardónico y convulso.

—No puedes matarme con eso. Me he dado cuenta de lo volátil que es la suerte.

Tras regenerarse, sesgó el aire en torno a L, asestando su golpe mortal, que habría matado a un vampiro común y corriente, de la virulenta explosión que lanzaba; sin embargo, L fue más veloz que él y se propulsó al otro lado del vergel, rajando a su contrincante en dos partes idénticas.

Lee Doye se regeneró lentamente, porque estaba herido de gravedad, y L se quedó pegada a la pared, deslizándose como una lagartija. Su habilidad de trepar y escalar superficies era extraordinaria, y así observaba cada movida astuta del Conde y podía pararla en seco.

Desplomándose en el suelo, el Vampiro Noble se irguió sobre sus codos.

—Ja, ésa ha sido una notable jugada. Podrías haberme matado perfectamente. Pero te estás reservando una fracción importante de tu poder y tu fuerza, ¿no es así? He dado en el clavo, pues. El destino es estrambótico, y nos lleva por caminos oscuros, hollando ciudades despobladas y caídas a trozos. Nadie está a la vista, y no parece que los humanos puedan recuperarse pronto. Sin embargo, hay algo en ellos que ha capturado tu corazón y ha cambiado tu mentalidad de forma objetiva. ¿Qué será lo que ha hecho doblegarse al mítico puño de acero?

L, con los ojos chispeando de furia, lo quemó con su mirada que derretiría el más duro de los metales.

  • ¿Quién sabe? —continuó Lee Doye su monólogo—. Conozco a algunos de esos muchachos. He bebido de la sangre de unos pocos niños y jovencitos de esa aldea. Son extremadamente dulces los sabores de los corderitos perdidos. Me alientan a matarlos más, sin detenerme nunca.

  • ¡Malnacido! —le gritó L—. Te mereces todo mi odio.

—Supe gracias a la información que trajo mi último doppelgänger (sí, el que asesinaste ayer) que estabas acompañada de un varón humano, de estatura promedio, ojos claros, pelo castaño. Nada destacable del ganado humano que ya ha desfilado frente a mí, pero tú has sacado algo de él que lo hace especial. —El Vampiro Noble se irguió, encarado a L, y su mirar rezumaba pura malignidad—. Lo destrozaré. Tomaré su sangre, su carne y estrujaré sus órganos y tú no podrás impedirlo. Ni por muy excelente Cazadora que te creas que eres. Desangraré a tu querido Isaac ante ti, y todo tu mundo idílico de fantasía se vendrá abajo.

L entendió que no era una provocación, sino una amenaza. El Conde las estaba pronunciando, cada una de sus sórdidas palabras, revestido de una acidez y una frialdad inhumanas, que hacían entender a la dhampir que no había escapatoria para Zac si él lo capturaba en sus crueles garras.

—No comprendo cómo te has quedado con ese muchacho inútil y estrafalario que se morirá cualquier día de estos —declaró el Noble, gestando una despreciativa mueca que relumbraba en su rostro blanco—. Eres una traidora a tus obligaciones, L. Has dado la espalda a los principios que son sagrados para la Nobleza. Y por ello, si no puedo destruirte a ti, mataré al hombre que amas.

De improviso, y sin que pudiera prepararse, L saltó sobre él, derribándolo y hundiendo la daga en sus facciones. Ella lo derrocaría para probar que sus seres queridos estaban seguros gracias a ella.

  • ¡No lo harás! ¡Nunca le tocarás un solo pelo de su cabeza! ¡Lee Doye, yo te mataré con mis propias manos!

L se separó de él, que empezaba su regeneración. Las plaquetas se configuraron y todo su sistema corporal se restauró enteramente. No descolgaba su sonrisa de su cara cuarteada y ensangrentada. Los gajos se resbalaban de las cuencas oscuras donde antes hubieran estado posicionados los órganos oculares.

—No me detendrás, L. Se trata de mi particular venganza contra una Cazadora insolente que ha conseguido mosquearme.

—El que estoy mosqueado a tope soy yo —dijo Manos atropelladamente—. Hijo de perra. Nos las vas a pagar bien caras.

—Espero con ansias el desenlace de esta cruenta guerra —dijo el Conde, reverente, y se marchó.

—Se ha ido con el rabo entre las patas —farfulló Manos, enfadado—. Maldito sea… Lo estrangulo, juro que lo estrangularé la próxima vez que lo encontremos. Ni tan siquiera me sabría apetitosa su alma, qué fastidioso tipo.

—Deberemos proteger a Zac más que nunca —susurró L, y se volteó a todo correr—. Estaré con él día y noche, para que ni el Conde ni sus secuaces se acerquen a él o a su familia.

Y se difuminaron, desapareciéndose del espacio rápidamente, y los intestinos de L estaban por primera vez en su vida revueltos, pues estaba agobiada por la suerte de su amado Zac.

CAPÍTULO 26

JAMÁS TE OLVIDARÉ

“Nos abrazamos y nos unimos, y desde entonces hemos estado siempre juntos. Desde aquella vez, en que hicimos el amor al raso, bajo las estrellas, y desde mucho antes, yo lo supe. Que la amaba con toda mi alma, y que ya no podría vivir sin ella. En una vida sin Luce, nada tiene sentido. “

Becky miró a David.

  • ¿Te encuentras bien?

—Sí, cariño, de verdad —asintió él, y se dieron un beso rápido.

Los demás se estaban acercando. Jake regaba las cebollas y las patatas con agua, y Tom se encargaba de rellenarle el cubo.

—Eh, tortolitos, no os quedéis ahí pensando en vuestros asuntos —los incitó este último—. Tenemos muchas cosas que realizar.

—Ya vamos, no os preocupéis —dijeron los jóvenes enamorados a la vez, y se rieron, y sus risas alcanzaron el cielo.

Se estrellaron sus carcajadas de auténtico jolgorio con la vacía sensación que pugnaba en el interior de Zac, quien detuvo a L al disponerse ella a irse nuevamente a parajes inhóspitos y naturalmente terribles.

  • ¿Adónde me has dicho que ibas?

—Que voy —lo rectificó ella, casi fulminándolo con la mirada, se pasó una mano por la cara y suspiró largo y tendido—. Tengo que marcharme a comprar unos útiles de caza que me hacen falta y además provisiones de comida. Ya me quedan pocas dagas.

—Bien. En ese caso, voy contigo. En todo momento estaremos juntos, Luce —dijo el muchacho, y se besaron, pero ella despegó los labios antes que él.

—No, Zac. No quiero que corras peligro. No puedes acompañarnos dado que el mundo de la Frontera es muy peligroso.

—Estoy al tanto de eso —rebatió Zac su argumento, cruzado de brazos—. He ido cuando era pequeño a cazar con mi padre a los bordes de los campos que se extienden más allá de mi visión, pero nunca he pasado por los lindes.

—Allí es donde se ubica la Valla —dijo L—. Los transportistas encinchan caballos oscuros y viven en esos lares. No son una muchedumbre, pero sobreviven como pueden.

— ¿Podría hacerte compañía? —le preguntó Zac, presionando en la llaga. L movió la cabeza, denegando su ofrecimiento. Él emitió un largo suspiro de pesar—. Nena, no soy tan débil como aparento. Puedo hacer lo que sea si tú me lo pides.

—Te pido que te quedes, Zac. —L lo agarró de las ropas y lo besó con amor vibrando en cada poro de su piel—. Es lo único que me importa. Respeta mis decisiones, por favor.

—Entiendo…

El joven se sacudió la pasión de encima y trató de ser razonable, pero le costaba horrores dejarla ir.

Los chicos se les aproximaron, y María le tendió a la Cazadora un puñado de monedas dala.

—Son poco más de veinte —le explicó—. Pero será suficiente para proveerte de todo lo que necesitas.

—Muchas gracias —les dijo la dhampir—. Os lo agradezco, chicos. Sois muy buenos. Compraré comida para vosotros también. Y medicinas, si encuentro las que son importantes para vosotros.

—Muchas gracias a ti, L. —Susan guardaba intenciones de abrazarla, y L no se resistió, aunque puso cara de agobio por que una persona la estuviese abrazando—. No sé qué haríamos sin ti. Oye, tranquilízate, que no te vamos a matar.

Los jóvenes se rieron debido al comportamiento extravagante de la Cazadora. Ella se quitó las pelusas que se le habían quedado adheridas a sus vestiduras negras y aguantó aquel pesaroso bochorno.

—Yo tampoco soportaría que me abrazaran si llevo miles de años solo —se hizo oír Manos, hermanándose con las voces que se ahuecasen en el ínterin demudado de L, arrastrando ecos que hablaban de su vida enmarañada y salvaje en el mundo de las sombras—. Somos seres esperpénticos y raros, y no se nos da bien socializar. Lo siento, mas no avanzamos en ello. Qué remedio, si somos de esta manera. Ya es tarde para cambiarse.

—Adiós, chicos —dijo L, mirando a Zac con ardor rayando en sus facciones lechosas.

Él le sonrió lo más galante que pudo, y ella se dio media vuelta, abandonando a los pequeños rescoldos de la humanidad.

—Aunque no te decidas a volver después de todo, yo jamás te olvidaré —le susurró él, a fin de que los demás no oyeran su confesión plagada de lágrimas y dolor—. Aunque me case con otra mujer y tenga hijos con ella, tú serás siempre el amor de mi vida, Luce. Tú eres mi hogar, la estrella que me guía en la noche, y no me marcharé de tu lado sin importar cuántas diatribas me descargues.

—No lo hagas más difícil de lo que ya es —rezongó ella, y se desasió de su apretón, dejándolo deshecho—. Eres el hombre que más aprecio y por eso no dejaré que te lances a los brazos de la muerte. Espérame, querido. Regresaré pronto.

L se marchó como solía hacer, dejando tras de ella los deseos, las pulsaciones descontroladas y los lamentos del único hombre por el que su corazón había latido, anunciando un amor verídico, y las incrustaciones de cristal laceraban su alma, y ella estaba dolida, pues prefería olvidarlo de una vez por todas y pensar que no lo había conocido. Eso le ahorraba todo el temblor involuntario. Nunca debió haberse involucrado tanto con los humanos, transgrediendo así las rígidas leyes y fijos principios morales que la habían transmutado en una Cazadora.

CAPÍTULO 27

ELLA QUE NO ESTÁ

SIEMPRE EN UN MISMO LUGAR

Doris y Sombrío caminaban por el camino extenso que los conducía a la región de los humanos, con la intención clara de refugiarse de los Vampiros Nobles, que los perseguían, a uno para ejecutarlo por alta traición, y a la otra para matarla y terminar de esta cruenta manera con todas sus esperanzas y sueños, cortándolos de raíz. Ellos no podían estar a salvo en ninguna otra parte, mientras no se hubieran alejado lo suficiente de los perversos acólitos del Rey Vampiro, el antepasado sagrado que regía por sobre la Gran Nobleza.

—Mira, querido, es L —señaló la joven a la figura que iba montada a caballo—. ¡Nos la encontramos otra vez, qué fortuna la nuestra!

—Sí, querida mía —dijo Sombrío, alegrándose porque el destino se estuviera desenrollando de ese modo—. Las cosas ya no toman un cariz tan preocupante como antes. Si nos ayuda la prestigiosa Cazadora de Vampiros L, nosotros no tenemos nada que temer.

Aferrada a su amado, Doris vio a L y ésta los percibió a ellos. Se les aproximó tranquilamente. Medianoche relinchó gozoso al saberse cerca de aliados.

—A buenas horas, mangas verdes —terció Manos—. Volvemos a vernos, asociados de otro tiempo. Estáis un poco menos oscuros que la noche que nos sombrea a todos.

— ¿Qué hacéis yendo a pie por estos lugares alejados de toda salvación? —se extrañó L.

—Me he quedado corto de recursos —admitió Sombrío, resollando del pavor que lo inundaba—. Y queríamos salir a escape hacia la otra punta de la Tierra, lamentablemente eso no pudo ser al final. Todos nuestros planes de huida se han truncado, y ahora estamos huyendo hacia lo desconocido, sin que nadie nos ayude.

—Le rezo a Dios Todopoderoso para que Él, con su Sagrada Voluntad, nos conceda auxilio —dijo Doris apenada, en un arranque de volición—. ¿Podrías por favor indicarnos dónde está Nevada?

—Se halla en las montañas de lo que antiguamente fue Estados Unidos, es decir, lejos de donde os encontráis ahora mismo, puesto que Chicago está más al norte en la región de Illinois. Bueno, os deseo mucha suerte en vuestro viaje. Si me disculpáis, debo irme con el fin de realizar ciertas tareas.

—Muchísimas gracias, L —le dijeron al mismo tiempo Sombrío y Doris, agradecidos, y le dejaron espacio para que pasara.

Y L se marchó, cruzando los caminos angostos y oscurecidos, pasando por las antiguas ciudades de lo que fuera el estado de Texas, como Houston, San Antonio…, También pasó por Colorado, y la ciudad de Kansas, y el estado de Utah, atravesando la desolada y ruinosa ciudad de Salt Lake City.

CAPÍTULO 28

IGNORANCIA

L siempre había sostenido, tras innumerables bosquejos y apreciaciones insulsas, que los humanos eran unos idiotas empedernidos, y esa visión suya la compartía Manos, el cual había estado junto a ella en todo momento; en las buenas y en las malas circunstancias, como reza el dicho; pero Zac constituía una curiosa anomalía que ellos no eran capaces de descifrar, y L no podía divisar la forma del futuro a través de su clareada mirada, en la que se transparentaban todos sus sentimientos y pensamientos, así de impredecible era él entre todos los hombres que ella hubiera conocido o tratado. L nunca se abrió a ningún ser humano con anterioridad a establecer una relación de tipo amoroso con el joven esclavo, pero éste episodio extraordinario era la novedad de su vida, en la que todo discurría con quieta monotonía, empañando los cristales como las gotas de lluvia al caer, mojando el mundo y refrescando la vida con su suave contacto.

—Dime, Zac —le indicó al llegar él a ella—. Sé que hay un ruido en tu cabeza que no te deja tranquilo. Cuéntame qué te ocurre.

Él se la quedó mirando, sorprendido de que hubiera regresado a la aldea antes de lo que hubiera previsto en sus cálculos.

  • ¿Ya has obtenido todo lo que te era indispensable?

—Sí —le respondió la dhampir de modo escueto, y lo escrutó intensamente—. ¿Acaso te ocurre algo malo?

—No, no es nada.

Él se azoró, indeciso.

—Zac, sabes que puedes contarme lo que te preocupe. Somos compañeros.

—Casi uña y carne, como L y yo antes de que tú aparecieras —dijo Manos—. Estoy agradecido contigo, chaval. Has logrado que L cambie y entienda que existen cosas realmente importantes en esta vida.

—Me gustaría ir contigo a las demás aldeas de la Frontera, nena —dijo Zac—. Si no te molesta.

—Claro que no me molestas, Zac. En absoluto —dijo ella—. Pero debes entender dónde están tus limitaciones. No te arriesgues a tales acciones impulsivas.

—Pero, Luce… Yo…, te conozco…

Ella, al cerciorarse de que había rizado el rizo, pretendió aleccionarlo por lo que había hecho.

—Yo soy mucho más grande y milenaria que todas tus generaciones juntas —le rugió, con el ceño fruncido—. No te atrevas a decirme lo que puedo y no puedo hacer. He de conservar mi trabajo y priorizar mis necesidades sobre todo lo demás. No te comportes como un niño, Zac.

Él sacudió sus cabellos castaños, enrojeciendo de la ira que se apropiaba paulatinamente de su intelecto.

—L, no deseo que lo comprendas mal. No malinterpretes mis intenciones. Yo no pretendo controlarte, estoy en mis cabales y sé que tú eres mucho mejor de lo que yo jamás seré. Pero no me apartes, dejándome al margen todo el tiempo; me hace sentir anulado y me hundo sin que tú puedas salvarme.

—No consiste en mi deber acudir a tu rescate por culpa de tu negligencia —se enfadó la Cazadora, mostrándole sus colmillos afilados, logrando que Zac se asustara y retrocediera—. No voy a sacarte las castañas del fuego. No soy la niñera de nadie, ¿sabes? Aprende a resguardarte a ti mismo de los problemas en los que te metes, y conoce las consecuencias de tus temerarios actos. Soy una mujer independiente y ocupada, no la fantasía que te hayas montado en tu cráneo de chico inmaduro y pueril.

El muchacho la observó con los ojos tristones, como si ella fuera su ama y se dispusiera a sacrificarlo porque no le quedaba más opción. Sin embargo, la rabia lo llenó por dentro al creer que L lo estaba despreciando e infravalorando, sin desear que él colaborara con ella.

—No me hables de esa manera —le espetó de repente, hablando en un tono más alto—. Te he ayudado con muchas cosas.

—Más he tenido que ayudarte yo —rebatió ella, y ambos atendieron a que los amigos de él los estaban mirando de hito en hito, presenciando tan acalorada discusión. L afiló sus largas uñas, vuelta hacia Zac—. Al parecer nunca sabes a qué atenerte cuando tratas conmigo. Te lo diré bien claro. No te atrevas a ponerme en evidencia. Sólo eres un bebé humano al que encontré hace unos días. No entiendes nada de lo que significa ser un Cazador. Si no sabes cómo funciona el mundo, mejor será para ti que te encierres en tu cuarto a meditar. No estás hecho a la medida de esta dura prueba que es la vida.

  • ¿Me estás insultando? No, Luce, yo he dado la cara por ti… No estoy de acuerdo en lo que dices sobre mí…

Zac quiso chillarle, le estaba hablando prácticamente desconsolado.

—Tal vez conocerte ha sido el peor error que he cometido en mucho tiempo —masculló L, acercándose a Medianoche, sus ojos refulgieron acerados como el hielo más puro—. Ya te advertí que no podrías controlarme jamás. Y aún así tienes la desfachatez de decirme que me amas. Quizás todos los humanos no sean unos farsantes, pero la mentira es lo único que veo en ti.

El muchacho se tragó el dolor y las parrafadas que L soltaba, acongojado.

—No, nena, yo no quiero sacarte de quicio… Nos conocemos y nos amamos, ¿no es así? Incluso estuviste conforme cuando anuncié nuestra relación formalmente. Amor mío…

Zac trató de asirla de los brazos, pero L desenvainó su espada.

—No soy una mujer con la que se pueda jugar —siseó, su alma estaba en llamas, y su rostro contrito le heló al muchacho la sangre en las venas—; si crees que puedes recomponerte estás equivocado. Un error fatal el que cometes si me faltas el respeto.

  • ¡Dale su merecido, L! —chilló Manos con desidia.

Zac se sentía compungido, y le flaqueó la voz al decirle:

—Cariño, yo no te haré daño jamás… Tú lo sabes…

  • ¡Tú no me conoces! —gritó ella, sus ojos eran dos agujeros negros, feroces y absorbentes—. Ninguno de vosotros sabe quién soy. No entiendes nada por lo que he pasado. Nunca llegarás a saberlo. Mis secretos se quedan conmigo. Y dentro de mí morirán.

—Luce, yo… Perdóname por haberte menospreciado…

—Cállate —lo cortó ella de un tajo seco—. Habla y te mataré.

Inflexible, lo apuntó con la espada hasta montarse en el caballo. Zac supo que se esfumaba de su vista para siempre. Abrumado por el dolor, agachó el cráneo. La mirada ardorosa de L lo punzaba férrea, quemándolo como un hierro al rojo vivo.

—Si vuelves a cruzarte en mi camino —lo amenazó la Cazadora— sufrirás el destino que más temes.

Y se fue definitivamente, y al abandonar a Zac a su suerte L se condenó, porque más tarde entendería que había juzgado equivocadamente al joven.

Gimoteando lastimero, Zac se fue hundiendo en las brumas del mar tormentoso hasta desaparecer, ahogado por la tremenda pena. Había perdido a la mujer que más había amado, y su corazón estaba quebrado en trozos desiguales que nunca jamás volverían a pegarse.

Estaba pereciendo, y no sería rescatado por la hermosa muchacha de naturaleza inmortal, pobladora de sus sueños proféticos, heraldo del mal e integrante de las filas del reino de las tinieblas. Enamorarse de la esencia de la maldad, de una mujer que era la encarnación de las sombras, tenía su costoso precio. Y ése era que te robaba el alma, las ganas de vivir y te sumía en la noche perpetua y asesina.

CAPÍTULO 29

EN LA FRONTERA

“Nunca he pretendido ni pretenderé engañarla ni ser distinto, porque Luce me ha demostrado que me ama tal y como soy, y estoy muy feliz de que lo haga. Nos lo contaremos todo, para conocernos mejor, antes, durante y después del sexo, y éste es un gesto que expresa a la perfección nuestra unión inquebrantable, nuestra conexión allende el tiempo y el espacio, y sueño que le construyo un reino, un castillo verdadero, con mis manos desnudas y mi sangre y mi dolor, y cada sonrisa y lágrima de alegría que ella derrame me hará ver y entender que vale la pena amarla, y sufrir y arriesgarse por ella. Ella es el motivo de mi resistencia. Nunca la abandonaré, ni en mil años me lo plantearía. Un mundo sin Luce es un desierto sin agua, un cielo sin estrellas, un universo sin galaxias, y jamás podría vivir en tal desolación. No, si ella no está en él, yo ni tan siquiera concibo allí mi sola existencia. Ella es la principal razón de porqué aguanto sufrimientos y torturas indecibles y terribles. Si tú te vas, amor mío, yo iré al cielo buscándote, y no regresaré hasta que te haya hallado.”

Zac se metió en la tina, lavándose y quitándose costras de piel sucia y muerta al rasparse profusamente con las manos, y se miró y tenía los dedos cubiertos de sangre. Así, entendió que estaba envuelto por la neblina, y que nunca jamás podría escapar de la oscuridad que helaba sus huesos y lo deshacía, mientras era preso del terror y del olvido. Se lavó el pelo habiendo usado el escaso jabón del que eran poseedores en su calidad de esclavos y salió, dejando espacio a su hermana para que se bañara.

—La próxima vez no tardes tanto, hermano —lo reprendió ella, y se fijó en su aspecto decaído—. Levanta esa moral. Así no vas a ninguna parte.

—Vamos a comer, niños —los avisó Evelyn, y se sentaron a la mesa.

Zac rezó a Dios con mala gana. Todas sus oraciones acabarían en saco roto. A partir de ese fatídico momento en que L lo había dejado atrás, toda su vida había dado un giro irreversible, y sus heridas no podían ser curadas. Trabajó sin descanso, pero el vacío se agrandaba dentro de él, y el sufrimiento no lo dejaba dormir; y sus sueños se convirtieron en pesadillas.

Cuando sus amigos lo encontraron una semana después, estaba sentado en el muro de piedra al lado del camino.

  • ¿Qué estás haciendo, colega? —le preguntó Tom, y todos lo examinaron, la mar de intrigados—. Y dinos porqué te has perdido la misa del domingo.

—Hoy ya es martes —repuso Jake— y has estado desaparecido desde entonces. Espero que tengas una buena explicación que darnos.

—Luce ya se ha ido, y no regresará jamás —dijo Zac, y las lágrimas bordearon las cuencas de sus ojos, a punto de evadirse y derramarse—. Mi vida no tiene significado si ella no impregna de color mis días marchitos.

—Suenas como alguien que ha perdido su fe —rezongó David—. Debes de olvidar a esa mujer.

—Estás fatal, amigo —constató Becky, fijándose en el cuerpo excesivamente delgado del muchacho—. Se te marcan las costillas; ciertamente te estás quedando en los huesos. ¿Cuánto hace que no comes?

—Dios no me devolverá a mi amada Luce —rumiaba Zac, con la mirada perdida en algo que estaba más allá de la carne y de lo divino—. Ella afirmó que me odiaba…

  • ¡Serás imbécil! —Susan llegó llorando, y al personarse sobresaltó a los demás, que brincaron del susto—. ¡No puedes simplemente deprimirte y no hacer nada! ¡Papá te dijo que no te quedaras de brazos cruzados!

—Luce le dio un significado a mi vida —persistió Zac, y se deshizo del agarre de Susan—. Tú no podrías entenderlo. Ella era mis amaneceres y mis atardeceres. Si ella no está, no soy capaz de respirar.

—Te has vuelto loco —suspiró tristemente Tom—. Pero te alimentaremos y te sostendremos a pesar de eso.

—Mi cuerpo es sólo un cascarón vacío. Ya no puedo amar a nadie —musitó Zac, mirándolos con una frialdad considerable, como si el dolor de los demás no fuera comparable al suyo.

—Esa Cazadora te ha robado el alma, amigo mío —se lamentó Jake, tomando aire de su inhalador, y éste chirrió de una forma extraña y espeluznante—. Ay, maldición, se ha estropeado.

  • ¿Te faltará aire ahora? —se inquietaron ellos, poniendo caras preocupadas.

—No demasiado, pero no podré correr ni andar muy rápido —respondió el joven, agobiándose.

Por su parte, L se acordaba de Zac en todo momento. Habían transcurrido ya dos semanas más desde que lo dejara plantado en Oscura Chicago.

—He sido cruel, Manos. Tal vez demasiado con él. Me he sobrepasado.

—El chico se lo merecía por haberse portado mal contigo —replicó el simbionte—. Nadie puede ponerte barreras ni control, L.

—Ya. No obstante en este caso Zac ha sido amable y cariñoso conmigo en extremo —ella se estremeció, y le dijo a Medianoche que girara.

— ¿Te vas a dirigir a esa aldea? Pero…

Manos, disidente, la atacó con sus dudas.

—Nada de peros —contraatacó ella—. Zac no se merecía tales crueldades de mi parte. No me lo puedo perdonar.

Y cabalgando a toda prisa, L avanzó hacia el pueblo. Zac esperaba, sin esperanza alguna, a que ella regresara. Una figura se recortó contra el horizonte sombrío, y el caballo anunció su reaparición. Zac alzó la cabeza, y el sol emitió sus rayos rojos, coloreando el cielo de carmesí. L saltó del corcel, acercándose a Zac. El chico no levantó la vista, aún inseguro de que fuera ella.

— ¿Eres…, tú, Luce?

—Soy yo, querido.

Ella le acarició las mejillas, y ese momento fue perfecto.

Zac dejó que las lágrimas corrieran por su rostro, dislocadas, y las bebió, degustando su salado sabor. Nunca la vida le hubo parecido tan agridulce.

—Tranquilo, estoy aquí contigo. Nunca debí dejarte solo. No me iré, es un juramento.

Ella le acarició la cabeza, y Zac se reclinó sobre su pecho, llorando como una fuente.

L lo acunó como si fuera un niño, inundada de amor que la hacía más poderosa y menos cínica.

—Luce… Mi amor…

Ella lo consoló, sumamente amorosa, y no le importó nada más en esos instantes. Ni los otros Cazadores, ni la Nobleza o que los seres humanos que no fueran tan buenos como Zac la despreciaran. Si ella lo había recuperado, entonces todo era posible. Inclusive que el amor triunfase en el mundo perverso y tenebroso creado por su malvado padre, el Ancestro Sagrado.



CAPÍTULO 30

EL FIN DE LA HUMANIDAD

“Cuando Zac no está, me siento tan sola que la tristeza me hiere hondamente, y lo echo tanto de menos que recuerdo cada expresión de su cara al verme, cada lunar que tiene en sus facciones y más detalles pequeños, las fibras de sus cabellos alborotados, los músculos de sus brazos al contraerse los tendones, y noto que mi amor por él se acrecienta hasta alcanzar cotas inimaginables. Cada vez que nos besamos, es la sensación eléctrica de ser tocada por un rayo, y sus caricias son suaves como suaves sólo son las nubes en el cielo, y si él me estrecha en sus brazos, siento que vuelo, que de verdad puedo volar, y soy tan fina y ligera que nada me enturbia y estoy sumida en una calma perfecta. Y mi cuerpo se calienta, y ardo tanto que creo que voy a estallar, por el fuego que me consume por dentro al amarnos el uno al otro en un torrente de desenfrenada pasión. El amor es una actitud ante la vida que te da una perspectiva única, y te hace sentir genial, indescriptiblemente bien, y aunque a veces me pelee con Zac, y discutamos por tonterías y nos enfademos, no puedo cansarme de mirar a sus ojos y de que él me diga lo bella que piensa que soy; porque lo amo, y sé que siempre lo amaré y él me amará a mí, y no puedo pensar en otra cosa, no puedo pretender que sea el odio lo que me impulse a hacer mis tareas, porque ahora mi motivación es el frenesí que me embarga en cada ocasión en que sus manos me recorren enteramente, y mi piel se llena de escalofríos, y estoy ardiente, y nunca podré enfriarme mientras él siga explorando mis secretos y desenterrándolos. Cuando él me mira con sus ojos claros, me noto desnuda, me despojo de toda armazón que me haya hecho, y existo con el único propósito de estar cercana a él. Espero que jamás me deje, pues no podría soportarlo.”

Luego de un rato en que hicieron el amor y se desencadenaron sus hermosos y floridos deseos, L le puso freno a sus pasiones, y ya habiéndose incorporado, dejó que Zac durmiera.

—A pesar de que hayáis discutido, no te perdonaste el dejarlo en la estacada —dijo Manos—. Eso es anormal viniendo de tu parte, amiga mía.

L se puso su traje de terciopelo negro entero y puramente oscuro y que le daba un aire de señora que asistía a un evento fúnebre, o asimismo un espantapájaros que vigilara marcial los campos, y observando a Manos, le respondió lo que pensaba, recalcando con énfasis sus palabras.

—Ahora él me ha perdonado —susurró, y su sonrisa le trajo luminosidad a su cara blancuzca—. Por fin puedo sentirme en paz.

—Estoy contento de que tú seas feliz —sonrió Manos—. Sin género de dudas Zac es un hombre asombroso.

Becky se había desplazado hacia el arroyo a recoger agua en un cántaro, y no se sabe si fue por las casualidades de la vida o por obra de un ente retorcido; el caso es que la chica campesina, que era muy dada a espiar lo que no le atañía a su persona en ningún aspecto, enfrascándose en temas ajenos, miró por las oquedades que había en los matorrales, discerniendo a Zac tumbado, en pleno proceso de dormir, y a la Cazadora de pie, puesta unos metros de él. Entendió que Zac y ella se habían reunido y habían…, bueno, ya se entiende lo que habían hecho.

La muchacha, dando un traspié, se fue reculando hacia atrás, amedrentada por el feroz mirar de L, que traspasaba su alma y la deshilachaba.

—Tú no deberías estar en este lugar —la amedrentó L, acuchillándola valiéndose de sus ojos vampíricos y malvados.

—No…, yo… —Becky no era sabedora de que L podía leer en su mente, así que se armó de valor y trató de explicarse, frenética, copada por el miedo—: Perdóname, por favor, yo no pretendía…

—Lárgate de aquí —ordenó L, molesta por que una metomentodo como Becky hubiera perturbado su locus amoenus.

Cuando la jovencita se marchó correteando como un conejo despavorido, Manos se volteó hacia su compañera.

— ¿Seguro que no tendrá pesadillas esta noche? —la interpeló Manos—. Oh, mierda. Podría haber desplegado mi flamante bravuconería. En la vida se olvidará de nosotros.

—Peor para ella. —L se volvió hacia Zac, pues éste ya se desperezaba—. Los problemas de Becky no me interesan lo más mínimo.

El joven bostezó, y, enrollado en la manta como estaba, no podía moverse. Rio felizmente, atrapado por la inamovible mirada de la Cazadora.

—Cariño, prométeme que no volverás a irte. —Se acicaló sus despeinados cabellos—. Me moriría de tristeza.

—Jamás se repetirá ese triste momento —le prometió ella, pero sus ojos fulguraron, exudando una friolera de rabia notable que se arremolinó en torno del desnudo muchacho—. Date prisa, que tenemos que irnos para que nadie sospeche y te regañe. Además —señaló su bolsa de herramientas— tengo cosas pendientes.

Zac se quedó observándola con extrañeza, apoyándose sobre los codos. El aire alrededor de ellos se había tornado frío y malicioso.

—Te formularé una sola pregunta.

Ella lo escudriñó, respirando pacientemente.

—Di, Zac. Que sea rápido, puesto que no puedo permitirme perder el tiempo.

  • ¿Me estás usando?

Ella se congeló, como si no entendiera la pregunta, pero meneó la cabeza en un sobrio gesto.

—No. Nunca haría tal villanía.

—No puedo creerte. —Zac, levantado, comenzó a ponerse los calzoncillos y los pantalones, y después la camiseta rajada y polvorienta. Fruncido su entrecejo, parecía desolado, mas también en guardia—. Tú misma me dijiste que no puedes confiar en nadie. Así que tomaré nota de tu consejo.

Ajustándose las ropas, Zac pasó por delante de ella.

— ¿Qué te ocurre? —ella le cortó el paso, colocada como un estoque frente a él.

—Déjame pasar. —Zac pronunció las palabras que desestabilizaron tanto a L como a Manos—. No puedo fiarme de ti ni de ese simbionte.

Tras recoger sus escasas pertenencias, se marchó, haciéndoles el vacío.

  • ¿Éste está majara o qué? —Manos se sentía frustrado—. No nos presta la debida atención. Que no nos venga con el cuento de que se siente estafado. Los hombres humanos son unos imbéciles de tomo y lomo.

L suspiró y se replegó sobre sí misma, aislada del mundo exterior.

Días más tarde de este suceso que los colmó a ambos de incertidumbre, L caminaba con Medianoche a su lado por la ladera de la montaña. Zac ascendía velozmente y se los encontró de pronto. Sin esperárselo, se rebulló, y la manzana que llevara en la mano se le cayó y fue a aterrizar donde estaban los cascos del caballo. Éste la olió y la mordisqueó; al saberle dulce y jugosa, se la zampó en un abrir y cerrar de ojos.

—Maldita sea. Esa manzana era mi desayuno.

El muchacho se mordió los labios, evadiendo adrede la mirada de L.

— ¿Me estás evitando? —lo interrogó ella, inquisidora.

  • ¿Qué? No, para nada —Zac hizo aspavientos frenéticos—. Hay tareas que me urge llevar a cabo. Tú no eres la única que hace sus deberes, matando vampiros a diestro y siniestro.

L reunió toda la calma y la paciencia del mundo para contestarle.

—Yo no he sacado ningún tema a colación.

—Da igual —refunfuñó Zac en tono despreocupado—. Tus asuntos no me conciernen. Eres una Cazadora, ¿no? —la taladró con sus ojos grises, fríos y duros como piedrecillas en la orilla del río—. Olvídate de mí. Eso se te da fenomenal.

L se quedó pasmada, y pestañeó varias veces seguidas.

—Zac, no te confundas. Yo no pretendo mangonearte.

—No te escucharé más —rugió él, furioso con ella—. Me piro.

Y se dio la vuelta, bajando por la ladera como un jabalí dispuesto a soltar su berrea y a cortejar a la hembra más apropiada.

—Por mí se puede ir al infierno —soltó Manos, rabioso—. Que le den por saco a ese tipo. El fin de la humanidad está cerca, y con esta payasada estoy más convencido de su inminente desastre. ¡Que se extingan todos esos hijos de puta!

—Espera, Manos, no des rienda suelta al odio —lo paró L—. Démosle una segunda oportunidad. Solamente es un crío que tiene que desembarazarse de su berrinche.

—Y uno que se atreve a meterte mano y luego te deja tirada como una braga —se aceró Manos—. Estoy hirviendo por todo mi cuerpo. Soy más viejo que la ropa interior de su tatarabuelo, y por mis dientes que lo castigaré tanto que se arrepentirá de haber nacido. ¡Yo lo mato, lo mato, por mi estirpe, aunque no tenga! ¡Lo castigaré, a ese insolente niño!

L se posicionó bajo unos limoneros, y tomó su alimento periódico. Gracias a él sus penas se soliviantarían un poco.

—Voy a dormitar —dijo a Manos—. Avisa por si aparece alguno.

—Mataré a Zac como que me llamo Manos —siseó éste, cogido por la rabia.

Sorprendentemente, la suerte de L dio un giro repentino, porque cuando inspeccionaban el bosque la encontraron los amigos en el claro.

—Está dormida —dijo Zac patidifuso—. Ahora que lo pienso, nunca la había visto dormir.

L había apoyado su espalda contra el tronco del árbol, y su pecho bajaba y subía rítmicamente, mostrando su respiración, además de que sus ojos estaban cerrados, señal inequívoca de que estaba reposando. Su sueño era muy ligero, de todos modos, y como cabría esperar en una Cazadora, ya que debía encontrarse alerta por intrusos o bestias que la acecharan; por lo que se despertaría en breve.

—Que duerma de vez en cuando no quiere decir que sea inofensiva —razonó Jake.

— ¿Qué harás, hermano mayor? —quiso saber Susan—. Yo me iría lejos de ella, por si acaso.

—Su espada podría cortarnos en dos —apuntó horrorizado David—. Deberíamos marcharnos cuanto antes.

—Me acercaré a ella —respondió Zac, resolutivo—. Y me disculparé por haberla enfurecido.

—A ver si no te raja la cara… —terció Tom, llevándose las manos a la cabeza.

—No pongáis el grito en el cielo —dijo Susan—. Zac es más listo de lo que todos creemos. O puede que más tonto.

—Largaos, venga. Ya estáis tardando —los empujó él a marcharse, y ellos pusieron pies en polvorosa.

El joven se sentó frente a la Cazadora.

—Truenos y centellas, te ves tan linda cuando duermes… —Se golpeó la cabeza a sí mismo, mascullando—: Qué estúpido he sido… Un verdadero patán. Seguramente ella me odia. Estoy fuera de juego.

  • ¿Qué haces tú mirándome?

L se despertó justo a tiempo, y Zac se sobresaltó, de forma que se preparó para echar a correr.

—No te he tocado, ni se me ha pasado por la cabeza —negó él, y su voz nerviosa traslucía su sinceridad—. Sólo te estaba contemplando.

—Sucio humano asqueroso —tronó Manos—. Yo hoy te aniquilo. Tus huesos crujirán con horrendos sonidos.

—Déjalo —lo detuvo L—. Me voy.

De sopetón una oleada de recuerdos la asaltaron, viniendo a ella, y escuchó la voz de Manua, que le apretaba los tímpanos, rebalsando en su masa cerebral:

  • ¡Te odio, te odio, niña maldita! ¡Eres un horrible engendro de la oscuridad! ¡Ni me toques con tus malvadas garras, no te atrevas a ello! ¡Nunca debiste haber nacido!

Como una sombra moribunda, un pálpito que se escuchaba siniestro en su corazón la condujo a distinguir a Zac cual un humano supersticioso plagado de miedos que asimismo la odiara y la discriminara. Era un tormento que nunca podría acabarse. Se trataba de su calvario personal. Su caustico pasado retornaba con el fin de aprisionarla y de hacerle el disfrutar de la vida un sueño imposible. Nunca lograría ser un igual a sus ojos. Ellos la condenaban, juzgándola como un monstruo horripilante, y ella había aprendido a odiarse y lacerarse a sí misma, huyendo desesperada del dolor, creyendo que las mentiras la ayudarían. Lo había meditado en su soledad, avergonzada de ser una mestiza; lo había rumiado cuando estaba sola, durante demasiado tiempo. Y ninguno de esos humanos, por más voluntarioso que dijera ser, la salvaría de su propia oscuridad.

—Mira, creo que no me he portado bien contigo. Acaso te pedí algo a cambio que ahora no recuerdo —dijo ella en un susurro.

—Sí, esas maravillosas 450 dalas —se alegró Manos.

—Luce, por favor, perdóname… Lo lamento tanto…

  • ¡No te acerques a mí! —ella lo apartó de un empellón fuerte, propinado con celeridad, y Zac pestañeó, sin creerse su audaz y artera respuesta. L se sombreó, gimiente, y sollozó, muerta de frío—. Está bien si me odias… ¡Yo también me odio mucho!

Su rostro lechoso, contrayéndose en un espasmo de dolor, y su cuerpo que temblaba martirizado traducían su sufrimiento; y llorando a lágrima viva, L se fue corriendo aprisa, y se montó en Medianoche.

  • ¡Espérame, Luce! Deja que te explique…

Zac fue a por ella, intentando alcanzarla, y se agarró a la silla del equino.

—Ya te dije que por ti correría el riesgo que hiciera falta. Me equivoqué al subestimarte. Espero que me perdones algún día. Lo siento. A veces me olvido de que tienes muchos más años que yo y puedes hacer lo que quieras con cualquier persona…

—Tú no eres cualquiera, Zac —replicó ella, sollozante—. Eres mi compañero, mi amigo, mi mitad. Sin ti estoy perdida, y ahora lo comprendo. No estoy dispuesta a perderte.

—Luce… —sonrió él tímidamente, y ella se bajó del caballo oscuro y se abrazaron.

Aunque algún día se produjera el mismísimo apocalipsis que trajera la destrucción total a la Tierra, ellos se mantendrían juntos, y su amor florecería por siempre, allende la muerte y los dolores terrenales.

CAPÍTULO 31

¿Y CUÁL ES SU FUTURO?

“No puedo respirar, me ahogo en el llanto; soy incapaz de pensar en la perspectiva, en el aciago futuro que me esperaría en un mundo en que tú no existieras. Estoy llorando, porque no imagino una vida sin ti. Hasta que te conocí, estaba incompleta. Necesitaba tu otra mitad para darme forma, y forjarme completa. Y ahora, sé que no viviría careciendo de tu persona, Zac.”

—Pese a que el mundo a nuestro alrededor cambie de forma invariable o drástica, seguiremos juntos —dijo L a Zac, mientras se cogían de las manos y se daban besos, irradiando pasión y calidez.

— ¿Y si el futuro se vuelve incierto? —se preocupó él.

—No pasará nada en tanto permanezcamos unidos. Derrocaremos a todos los males.

L iba a sentarse en el suelo, pero Zac se ofreció a hacerle un favor.

—Nena, me sentaré yo primero y tú encima de mí, si te apetece.

—Me pondré delante de ti —dijo ella—. Hazme un hueco.

Y así se quedaron, besándose y amándose con el ardor de la roja pasión que corría por sus venas.

—Deja que yo me lleve tu dolor y te brinde felicidad —él la besó en la cabeza, entretenido en enredar los dedos en su pelo, quedándose L protegida por su físico—. Te amo con tanta locura que me va a estallar el corazón.

—Cuidado, que no te vaya a dar una taquicardia —rio Manos—. No hay médicos por estas colinas, ni tampoco en tu estimado pueblecito.

—Es verdad —dijo Zac, y se abstuvo de comentar algo más, silenciándose a fin de que la dhampir pudiera trabajar con su portátil, el cual había puesto ella sobre sus rodillas.

—No se debe mezclar placer con trabajo —dijo L, y la pantalla de su instrumento vibró despidiendo la fosforescencia propia de las luces—. Pero esta vez no te llevaré la contraria, cariño. Sólo os pido a Manos y a ti que no empecéis a parlotear.

—No habrá desmadres de ninguna clase —prometió dignamente Manos—. Lo prometemos con nuestra palabra como prueba.

—Apuesto a que tú hablas más que yo —se rio Zac, y ambos se miraron, reconociéndose como afines.

Por otra parte, Becky guio con pasos sigilosos a María al sitio en el que se habían apostado ellos concretamente. Las dos chicas espiaron a los amantes, cuidando de no ser descubiertas.

—No es de buena educación meterse en los asuntos de los demás —coligió María con inquietud manifiesta—. Debemos irnos, Becky. Antes de que armemos un gran lío.

—Mírala, si es más estoica que una piedra, vaya —farfulló su interlocutora—. Ni mira al pobre chico. Qué pena que nuestro amigo esté derrochando su tiempo con ella.

María se quitó el pelo rubio de los ojos, que le dificultaba la vista, y se fijó en su amiga.

— ¿Te molesta que ella sea la novia de Zac? Yo los veo de maravilla, me parece que compaginan. Personalmente opino eso.

—Nuestras opiniones pueden diferir, pequeña María —soslayó Becky rechinando la mandíbula—. A mí esa tipa me da mala espina.

  • ¿Estás celosa…, o es algo distinto?

María la miró de soslayo, sonriendo burlonamente. Becky se movió, alborotando su largo cabello castaño.

— ¡No se trata de esa tontería! No me seas boba, María. Sabes que los príncipes no existen. Los cuentos de hadas son irreales. Si no, ya habría venido un guapo príncipe a rescatarte de la enfermedad, y no lo ha logrado.

—El médico pronosticó que yo únicamente viviría dos años como mucho —reiteró María, y volvió a toser—. Pero heme aquí, enterita y todo.

—Se te comerán los licántropos como hables de más —la regañó Becky, aviesa—. Nos estamos yendo hacia otros derroteros.

— ¿Y eso qué importa? —se rebeló María, segura de su poder de disertación—. A lo mejor su unión es un milagro de Dios. L es la salvadora que todos esperábamos desde hacía muchos siglos. Permíteme que te apunte una cosita: déjate de minucias y enfréntate a la verdad: son felices, y debemos dejarlos vivir. Vámonos.

—Me quiero asegurar de que puede protegerse de esa bruja —apostilló Becky—. No me seas aniñada, María. El amor verdadero es inexistente, o si no mis padres no se habrían peleado todos los días.

—Se peleaban porque poseían diferentes puntos de vista —respondió María osadamente, y se encogió de hombros—. No es nada más que física y química. Los polos opuestos se atraen, Rebecca.

—Uf, así me llamaba mi madre cuando me soltaba su zapatazo —tembló Becky, y se incorporó—. Ag, de estar tanto rato arrodillada me duelen las piernas.

—Te lo dije —los ojos azules de María se le pusieron volcados, como dos platillos rodantes—. A ti es a la que se llevarán los doppelgängers como no nos apresuremos. Y tu mala circulación te está matando lentamente, te lo aseguro.

— ¿Quieres cerrar ese pico, canario? —bufó Becky—. Eres exasperante si deseas persuadir de algo que te interesa. Pasando a otro tema: ¡qué fuerte me parece que Zac, ese ingenuo, se haya enamorado de ella!

—Venid aquí y contádnoslo a la cara, si tenéis arrojo —zanjó L sus susurros, erguida totalmente, y las chicas se espantaron—. Acercaos. No voy a comeros.

— ¿Qué significa esto? —preguntó Zac, mirándolas estupefacto.

—Yo se lo advertí a Becky —contestó María acusadoramente, y se recogió el cabello en un moño improvisado, abanicándose a posteriori—. No le parecieron buenos mis consejos y me desoyó deliberadamente. No es mi culpa, que lo sepáis.

—María…

Becky la asesinó con la mirada, pero L estaba enfocada exclusivamente en ella.

  • ¿Tienes algún problema conmigo? Porque estoy al corriente de que María no lo tiene. Ella no quiere meter las narices donde no la llaman. Al contrario que ella, tú sí. Habla de una vez…, o calla para siempre.

Enfrentada a la Cazadora, Becky salivó sus labios y confesó con ímpetu:

—Yo solamente quería proteger a Zac de ti.

—Tus nimiedades se han acabado. —L distendió sus colmillos hacia la joven, que deseó retroceder y pirarse—. Zac puede tomar sus propias decisiones; no está incapacitado, así que deja que haga su vida. Odio a las personas que tratan de controlarlo todo.

L puso los brazos en jarras y Zac se les aproximó, intentando calmar a Becky.

—No sigas por ahí, Becks. Es un camino farragoso.

—Sobre todo para ti, ratita miedosa —sonrió L tétricamente; Becky estaba descompuesta y bajó la mirada—. Yo no asesino a la gente, ése no es mi trabajo; pero te juro por mi estampa que liquido sin ningún remordimiento a los que me hablen con petulancia. Tú no serás la primera ni la última mujer que se lleve mi aborrecimiento de regalo.

—Me…, me marcho —titubeante, Becky fue agarrada por María, quien tironeó de ella, llevándosela consigo.

—Lo sentimos, de verdad. —María gestó una reverencia en dirección a L—. Perdona estas ofensivas declaraciones de Becky; es una chiquilla asustada.

—Al final María resulta ser más madura que Becky —repuso Manos—. Cuán complejos son los seres humanos. Su fin se mueve en aguas cenagosas, a una profundidad insondable. ¿Y cuál es su futuro?

—Uno que compartiré sin dudarlo con el hombre que amo —L y Zac se abrazaron—. Es entendible que te hayas quedado en shock. Al ser una Cazadora, no me expreso sirviéndome de la suavidad que se esperaría. Los Cazadores somos deficientes en nuestras emociones.

—En ese caso, yo te enseñaré cómo se manejan los sentimientos —dijo Zac, y se fundieron en otro abrazo.

Nunca era tarde para variar, y dejar de ser el inexpresivo muñeco que servía a las tinieblas.




CAPÍTULO 32

PLEGARIAS A UN DIOS INEXISTENTE

Vladislaus era un hombre alto, delgado, bien constituido, y como todos los dhampires masculinos, poseía una acentuada belleza debido a su piel clara, sus cejas finas y rectas, sus labios carnosos y su nariz no muy prominente. Ese detalle se unía al hecho de que su belleza era inigualable, al igual que la de su hermana L la Cazadora de Vampiros. Su piel era clara como la nieve, y su pelo era negro y rizado y lo llevaba recogido en una coleta la mayor parte del tiempo. Vladislaus era un enérgico Cazador que se había metido de lleno en la misión de salvar a los humanos, de forma que llevaba muchos siglos engañando a la Nobleza y a sus estúpidos sirvientes, que nunca eran lo bastante listos para pillarlo un fraganti. Y si lo descubrían como un dhampir, él se encargaba de matarlos.

—Ve para este lado —le ordenó el guardia a Vladislaus—. Hay que asegurarse de que esos malditos ladrones no entran de nuevo.

  • ¿Acaso han vuelto a robar? —preguntó él en tono desinteresado.

—Bueno, la última vez una Cazadora se coló y mató a nuestros tres compañeros. Había un joven humano merodeando por aquí. Al Conde no le agrada que ellos metan las narices en sus asuntos, tú ya me entiendes.

—Sí. —Vladislaus miró al vampiro, y entonces desenvainó su espada refulgente de brillo plateado—. La verdad es que a nadie le gusta que hurguen en sus cosas, es lógico. Qué se le va a hacer. —La sangre del vampiro manchó sus ropas y él sonrió con burla—. Estoy aquí para cazaros, no para aguantaros.

Se fue silbando tranquilamente, mientras seguía deshaciéndose de los vampiros que pululaban por el laboratorio. Al arribar a la quinta planta, se encontró con el silencio y supo, gracias a su oído sobrenatural, común en los dhampires, que había alguien más allí. ¿Lo atacaría, manifestándose como el enemigo? El tipo estaba escondiendo su poder. Vladislaus agarró el arma, preparado para responder con un agudo ataque letal.

L se configuró frente a él, casi levitando de lo rápido que andaba. Su rostro normalmente inexpresivo se varió, y enarcó una ceja observando impávida al joven dhampir. Éste esbozó una sonrisa satisfecha en su delicado rostro, cincelado como el marfil.

Sus oscuros ojos chispearon de alegría y de emoción, fervorosa y enérgicamente. Sus dientes alineados a la perfección destellaron con pálidos brillos; eran albos y afilados como los de un vampiro, a pesar de que él no lo fuera. Al menos no enteramente. Y la Nobleza estaba al tanto de su sangre mixta.

—Me encaja que estés por aquí. ¿Haciendo algún recado importante, L?

—Ese tío no será… Hostia… Los giros que da el destino —farfulló Manos, sorprendido.

—Tú eres el hijo de Tina —dijo L, y era una afirmación insoslayable—. El que aún no había nacido en ese entonces. Mi medio hermano.

—Exactamente —aplaudió él la veracidad de sus intensas palabras—. Me llamo Vladislaus. Puedes llamarme Vlad, si gustas.

  • ¿Estabas salvando humanos? Te escondes como yo percibí hace un tiempo —dedujo ella, sin quitarle sus ojos serios de encima.

—Eso es, hermana mayor. Te estaba buscando. —L no dio la impresión de alegrarse por eso—. No a fin de matarte, sino con ganas de unirme a tu campaña. He trabajado con otros cazadores de bestias, pero nunca con otro dhampir como yo. ¿Qué dices a mi propuesta? No te parecerá del todo razonable, supongo. Los Cazadores somos bien avenidos y reservados con nuestros intereses.

—No pensaba charlar contigo en estos momentos —repuso L—, pues debo realizar mis tareas. Pero ya que estás en condiciones de establecer un acuerdo, hablemos. Tácitamente podemos decirnos lo que el otro desea saber. Una lo sabe, en el fondo siempre sabe que es preferible no toparse con los rivales. Suelen llevarte la contraria.

—Yo soy tu hermano pequeño —respondió Vladislaus, y la miró como si fuera a suplicarle—. Albricias, incluso tienes a un simbionte. Qué pasada. Nunca había conocido a uno. Me presentaré.

—Ya sé quién eres, muchacho —dijo éste—. Mucho gusto en conocerte, soy Manos. O Mano Izquierda, como lo prefieras.

—Te llamaré por tu nombre corto —se ilusionó Vladislaus—. Me encanta poder hablar con vosotros, sois geniales.

—Muchas gracias —respondió la Cazadora—. Bueno, vayamos al grano. Me gustaría que me contaras un poco cómo ha sido tu vida hasta este momento. Qué batallas has librado y cómo te has sentido al respecto.

—Sólo cuando pierdes algo importante para ti te das cuenta de que la vida no es infalible. Yo perdí a mi madre cuando aún era un niño según mi naturaleza mestiza, y entonces me decidí a vengarme de los vampiros. El odio y el dolor por haber perdido a mi familia me motivaron a convertirme en un Cazador. En algún momento de mi vida, empecé a rescatar a la gente hasta que se volvió una misión más grande y significativa que yo mismo.

—Entiendo. Yo te confirmo que así es como asimismo me he sentido yo. Vacía y perdida en algunas estaciones de mi existencia. Afortunadamente, ambos hemos dejado atrás esa época.

—Siento mucha pena por los hombres —dijo el dhampir—. Creen en ese ser celestial al que llaman Dios. Le rezan plegarias a un dios inexistente, ya que el único que existe es el Ancestro Sagrado. Muchas veces la fe es lo único que los impulsa a sobrevivir, aferrándose con desaliento a la vida, tratando de arrancarle pedazos que no sepan a dolor, sangre y lágrimas.

—Sí, el Antepasado Sagrado no conoce ninguna clase de piedad, como su oscuro desfile de cambiadores de formas y de licántropos desalmados, asesinos que se dedican a asolar el mundo; él rige en la penumbra, gobernando inclemente sobre la Nobleza y sobre los esclavos que ha hecho y que continúa haciendo. —L ladeó la cabeza, parecía estar impresionada, aunque jamás admitiría tal cosa—. Eres exactamente igual en apariencia a nuestro padre, pero no posees su crueldad.

—Doy gracias a mi madre por haberme criado como lo hizo —dijo Vladislaus con nostalgia.

—Recuerdo a Tina. Yo le salvé la vida. Fue una chica muy valerosa y fuerte.

L le sonrió.

—Me alegra escucharlo de ti.

—Sin embargo, no todo son halagos. Todavía eres un niño dhampir que necesita crecer y aprender a protegerse más. Vendrás con nosotros.

Y junto a L, Vladislaus se adentró en las hermosas profundidades del mundo de los se

CAPÍTULO 33

Y NUESTRO AMOR PERDURARÁ POR SIEMPRE

La Cazadora no tardó en presentarle a Zac a su hermano Vladislaus. Zac se quedó algo extrañado. Miraba a Vladislaus sin salirse de su asombro.

—No tenía ni la menor idea de que había otros Cazadores por estos páramos desiertos —dijo, y lo examinó minuciosamente—. Te pareces mucho a L.

—Somos hermanos —contestó Vladislaus, y se rió ante el asombro que era palpable en el joven—. No, yo soy más joven en edad. Rondo los tres mil quinientos años.

—Por la Virgen María —resopló Zac—. Es injusto que no podáis envejecer.

—Así somos los seres mestizos. —Vladislaus se encogió de hombros, desaforado—. Vivimos lentamente todo, pero nuestro problema muchas veces es que no sabemos o no podemos apreciar bien el sabor de la vida. Todos morirán antes que nosotros, y por eso decidimos no abrirnos con ellos. Tal vez no sea lo más acertado, pero no tenemos otra opción.

—Tal vez antes te hubiera dicho que llevabas la razón, pero ya no creo lo mismo que tú.

L se juntó a Zac, y Vladislaus asistió atolondrado a un espectáculo nunca antes visto por sus ojos.

—Ya comprendo de qué va todo esto. Estáis unidos como una pareja, y vuestros vínculos emocionales son muy fuertes.

—Me emociona saber que tú has conocido muchas cosas —le dijo el muchacho—. Por cierto, mi nombre es Isaac. Aunque mis amigos y familiares siempre me han llamado Zac.

—Encantado de conocerte, Zac —dijo el dhampir—. Yo soy Vladislaus, pero puedes llamarme Vlad. Así era como me llamaba mi querida madre. —Y volviéndose hacia la dhampir, arguyó—: Hermana, lo cuidaremos entre los dos.

—No hables de esa manera tan pueril —dijo L en tono serio—. Ya deberías haber pasado la etapa de niño.

—Y la he pasado —repuso él—. Pero a veces me olvido y empiezo a gastarle bromas ligeras a la gente. Soy muy propenso a relacionarme con las personas si se da la ocasión. Y este chico me resulta particularmente agradable.

—Muchas gracias —sonrió Zac, y se sintió emocionado—. Bueno, vamos andando y te enseñaré la aldea. Es poca cosa, mas somos simpáticos, sobre todo con los Cazadores. A ellos les debemos el poder sobrevivir día a día. Te guiaré diligente por mi hogar.

Y siguiendo a Zac, Vladislaus fue admirando las chozas hechas con cañas y barro. Cuando llegaron a casa de Aaron y Greta, salieron los muchachos a congregarse a comer. Estaban comiendo un delicioso caldo de pollo con arroz. De pronto, tanto Vladislaus como L notaron la presencia siniestra de los vampiros.

—Hoy es el día de la cosecha —constató Aaron, y esperó a que Jonás y Rachel se le acercaran—. Oídme bien, no podemos dejar que los niños salgan a la calle.

—Ya es muy tarde para eso —negó Jonás—. Los chicos se han ido a la plaza, y además los guardias ya han salido a buscarlos.
—Oh, no… Mis niños…. ¿Qué pasará con Rebecca, Jacob y Esteban?

Rachel, gimiendo angustiada, fue sostenida por su marido.

—No hay que ponerse en lo peor, mujer. Piensa que no se llevarán a nuestros niños ni a sus amigos.

— ¡Vamos corriendo a la plaza! —gritó Zac, y se giró a su amada—. Luce, ahora me sucederá algo muy malo… Tengo miedo.

—No te preocupes, Zac —le dijo ella al amedrentado muchacho, y lo abrazó con ternura—. Yo voy a protegerte en todas las circunstancias. Y nuestro amor perdurará por siempre.

La noche cayó tenebrosamente sobre ellos y se encontraron la plaza terrosa desierta. No se veía a los niños por ninguna parte. Estaban en el campo. Y no estaban preparados para ser cosechados y recolectados como los g

CAPÍTULO 34

LA COSECHA

Los guardias vampiros se llevaban a todos los niños y jovencitos de entre siete y veinte años para emplearlos para la recolección asidua de sangre humana, lo cual acontecía en primavera y en invierno, es decir, dos veces al año.

La cosecha era tan nefasta que apenas quedaba gente joven en el pueblo debido a la avaricia de la Nobleza, y por ello sus familiares eran acuciados a engendrar más hijos, tratando de reproducirse más rápido de lo que sucedían las recolecciones, de forma que eran vistos como si fueran conejos más que personas. No les quedaban más opciones que entregarse a la fe y las oraciones, a merced siempre de los volátiles y caprichosos Nobles.

L y Vladislaus detectaron a los chicos, a Tom con sus hermanos pequeños, que se agarraban a él despavoridos, a Rebecca cogiendo a María de la mano, a Esteban y Hannah abrazándose a David, presos del espanto más absoluto, a Jacob junto a su hermana, respirando con dificultad, pues carecía de inhalador ya que se le había quebrado.

  • ¡Poneos todos en fila! —mandó el primer guardia.

El segundo se reía de los niños, rodeándolos con su caballo cyborg, que era más metálico que viviente, puesto que no piafaba ni se movía apenas.

—Están demasiado escuálidos —resopló el segundo vampiro—. Malditos sean, no les gustarán al Conde ni a los invitados.

—Por lo menos tenemos que traerles algunos —dijo el otro, y se acercó a donde estaba Joseph, el hermano menor de David, que era un chiquillo tímido y apocado—. Mírame a los ojos, rata. Nosotros somos lo único que verás. Me llevo a este.

— ¡No! ¡¡No os lo llevéis!! —gritaron David y los demás, pero el caballo se encabritó enfadado y ellos retrocedieron—. ¡¡Piedad, es mi hermano!! ¡¡Llevadme a mí!!

—Tú eres una rata fofa —le escupió el otro guardia, haciendo una mueca—. Y el inútil a tu lado está enfermo —añadió señalando a Jake—, así que su sangre está contaminada. Los otros renacuajos son esqueléticos, no nos servirán de nada.

—Ésta me parece que está en buena forma —dijo su compañero, observando malicioso a María—. Nos llevaremos a estos dos de momento.

Tiró de María, y ella se soltó del agarre de Becky.

— ¡¡NO!! —chillaron sus amigos, angustiados, y los niños empezaron a llorar usando toda la potencia de sus pulmones.

—Este ratón tan ruidoso se va a callar —dijo un tercer guardia, apareciendo de golpe en escena, y sus homónimos se volvieron a él, contentos de que hubiera aparecido. El vampiro le rozó la mejilla con la uña a Esteban, provocándole un corte superficial, y el niño se encogió sobre sí mismo, quedándose mudo del terror que sentía—. Dejemos a los demás, los restantes no tienen valor. Te intercambio a esta ardilla huesuda por la cría.

  • ¿Cómo? ¿Piensas hacerle algo perverso? —el guardia no se rio ante la pasividad que mostrara su colega en el oficio. De acuerdo, te la cambio por el niño. Pero no te cebes en ella. Sabes bien que a nuestro señor le desagradan en extremo las presas usadas.

María fue sostenida por el tercer guardia, que poseía una descomunal fuerza, y la muchedumbre se disgregó, confundida y apaleada. No les quedaban esperanzas con las que resistirse a ese doloroso golpe. Ellos no podían hacer nada para cambiar el mundo tal cual era.

—Zac, no seas tan osado como para hacerlo —lo avisó L, pero él se adelantó igualmente, aunque más que presumir de su valentía, quería realizar un movimiento desesperado.

— ¡Cogedme a mí en lugar de a…! —se calló de golpe, y sus amigos de toda la vida lo observaron con el ceño fruncido, enrojecidos los bordes de sus ojos de tantas lágrimas que habían derramado.

— ¿A quién vas a elegir? —le preguntó el último guardián, y lo asaeteó con su oscura mirada—. Es demasiado cruel tener que escoger a uno. No puedes tomar tal decisión, ¿verdad que no?

— ¡Me ofrezco voluntario! —chilló Zac apretando los puños tan fuerte que le dolieron las manos—. Estoy sano, al contrario que ella —indicó a María con el mentón—, y tengo más sangre almacenada en mi cuerpo que el pequeño Esteban. ¡Me sacrificaré por ellos!

  • ¿Cuántos años tienes?

El guardia lo miraba con una crueldad tal que Zac deseó evadir su mirar, en el que pulsaban relampagueos inconstantes de un pérfido brillo rojizo. Se preguntó en ese momento dónde estaría Vladislaus, ya que había desaparecido cuando llegaron al pelado campo.

— ¿Qué estás diciendo, Zac? —se angustió Tom, mirándolo—. Estamos desamparados, y nadie nos salvará. No empeores más la situación.

— ¡Joder, no trates de hacerte el héroe ahora! —David y Becky se abrazaban, y éste se enjuagó los mocos que le caían por la nariz—. ¡Eres un idiota del copón, un zopenco de amigo!

— ¡Huye antes de que te capturen, por lo que más quieras! —le chillaba Jake a plena potencia, mientras tranquilizaba fútilmente a los chiquillos, que lloraban sin control ni cese alguno.

—Tengo veinte años exactos —dijo Zac levantando su rostro—. Los cumplí el 6 de enero del año 3799.

L se fue a por él, librándolo de la muerte, y sus ropajes negros ondearon en el viento. Montado en Medianoche, Zac se encaró a ella.

— ¡Déjame que haga algo útil en mi puñetera vida! ¡No quiero ser un cobarde!

—Estás pecando de ingenuo y de impetuoso —ella lo zarandeó, gritándole a la cara, ya que era el único modo de que Zac entendiera su mensaje—. ¡No puedes salvarlos a todos, Zac! ¡Yo también desearía rescatarlos, mas no puedo en todo momento! ¡Ésa es la amarga verdad! Dejemos que el destino selle su suerte.

Ellos se alejaron, así como los otros jóvenes, puestos a salvo por los pelos, y el tiempo pasó y Vladislaus dejó a María en un cuarto oscuro lleno de cadáveres por todas partes, mientras se ocupaba de salvar a Esteban y le decía:

—Niño, vuelve con tu familia.

—De acuerdo, señor.

Esteban salió corriendo, salvando su vida y cambiando su destino. En cuanto a Joseph…., Vladislaus mató a su asesino, pero el muchacho no podría ser salvado jamás. Sus ojos azules se le habían puesto vidriosos, su tez estaba lívida y ya no tenía pulso, dado que estaba indefectiblemente muerto. El Cazador le cerró los ojos, se limpió la sangre como pudo y fue a buscar a María.

La chica temblaba como una hoja, y al notar que el vampiro se le acercaba casi convulsionó, escurriéndose apoyada en la pared.

  • ¿Vas…, vas a matarme? ¿Ha llegado mi hora?

Vladislaus se quitó el uniforme gris de guardia, descubriendo sus ropas negras.

—No. Soy un dhampir. Llámame Vladislaus.

— ¿Eres un Cazador de Vampiros como L? —interpeló María con los ojos aguosos.

—Exacto —asintió él, y su belleza deslumbrante la dejó cautiva, secuestrada momentáneamente en su mirada oscurecida y misteriosa—. Eso es cuanto soy. Ven, dame la mano. Te ayudaré a levantarte y te aseguro que escaparás de este antro.

—Vladislaus… Ajá. Te estoy infinitamente agradecida —susurró ella, estremecida por su cálido contacto—. Me llamo… María. Sólo María.

—Entiendo.

Vladislaus le sonrió, revelando así sus blancos dientes de perla, y ella se quedó reticente, observando el lugar sucio y dejado.

— ¿Qué es este sitio?

—Aquí llevan a los chicos capturados —dijo Vladislaus en tono monocorde—. Ninguno puede salvarse. Sin embargo, tú hoy serás la excepción, al igual que Esteban.

— ¿Y mi hermano Joseph? ¿Qué ha sido de él?

La adolescente lo miró con unos límpidos ojos azules que a él le recordaron a la mirada de su dulce madre.

—Lo siento —dijo el Cazador sucintamente, y le dejó espacio a fin de que se aproximara al cuerpo inerte de su hermano mayor, que yacía en una esquina, siendo pasto de la oscuridad y la niebla—. No he podido rescatarlo, he llegado tarde. —Esto era una mentira total, porque había elegido a María en vez de a su hermano, ya que ella le producía unos densos y prohibidos deseos—. Aún no lo comprenderás, ya que es pronto para que tu magna herida cicatrice. Te transmito el más sincero pésame por él.

—No puede ser… —María, sollozando entre temblores dados repetidamente, se aferró al cuerpo sin vida de Joseph—. Lo siento, Jo, lo siento tanto… Yo debería estar muerta…, porque yo soy la que es más débil de nosotros… ¿Por qué te has ido? ¿¡Por qué!? ¡¡Debí ser yo a la que mataran!! ¡¡No merezco esta prieta vida mía, no merezco continuar hollando este estrecho sendero!! ¡¡Jo, no sé qué hacer sin tu compañía!! —Se cubrió las facciones con las manos, sollozante, al tiempo que hiperventilaba— ¡¡No quiero vivir!! ¡¡Después de todos los esfuerzos que he hecho, elijo morir!!

—No pienses en esos términos, te acabarás derrumbando, criatura —Vladislaus la agarró delicadamente de la cintura y la alzó—. Eres delgadita, justo como me esperaba. Escúchame atentamente. Tenemos que marcharnos.

Enternecido por el llanto de la muchacha, al cogerla en volandas le sonrió:

—Te protegeré en cualquier circunstancia, no temas. De todos modos, sólo eres una niña humana. Alégrate de seguir viva. Es lo que tu hermano Joseph hubiese querido.

—Él siempre decía que si lo llamaba Jo se convertiría en una chica —sonrió María, las lágrimas aún se deslizaban a raudales por su rostro perfilado de muñeca—. No quiero ser tachada de llorica, es que tengo un miedo atroz por los desangramientos y todo eso.

Vladislaus abrió la ventana.

—Comprendo tus temores. Deberás enfrentarte a muchos el resto de tus días. Agárrate a mí y no mires abajo, saltaremos a la azotea. Tienes que confiar en mí. ¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —dijo ella con convicción, y entonces Vladislaus saltó.

María, aferrada a su cuello, cerró los ojos, y él no la dejó caer en ningún momento.

—Muy bien. Eres una buena chica —él se mostró satisfecho, y le acarició la cabeza—. Me alegro de poder conocerte, bonita.

Ella se ruborizó, desnudada por su intensa mirada preñada de secretos insondables que nunca habían sido confesados, y pensó en que Becky se había equivocado de lleno. Sí que había acudido un atractivo príncipe a salvarla… El estómago se le llenó de mariposas que revoloteaban apresuradamente, y el traicionero y despiadado amor se enraizó dentro de ella, instalándose en su alma, y su físico tembló de notar el contacto de él… Ah, pero María debía atenerse a las consecuencias de enamorarse…., con todo el dolor que ello conllevaba. Porque Vladislaus no era un hombre mortal, y ella desconocía si podría enamorarlo de alguna manera. Aunque, como le sucediera a Zac, no era una mujer que se rindiera a intentar las cosas, y los retos la energizaban.

—Veo que le estás cogiendo cariño —musitó L a Vladislaus—. Algo insólito en un dhampir. ¿O la estás cortejando?

—Dinos de una vez lo que planeas llevar a cabo con ella —se rio Manos—. Detrás de tu bella cara de angelito se esconden tus deseos más bajos y naturales, ¿no es así? A nosotros no puedes engañarnos.

—No es eso… —Vladislaus detectó que Zac se acercaba a él y lo miraba, alertado—. Eh, no os pongáis en contra mía…

—Me ha salvado la vida —enunció jubilosa María—. Le estoy muy agradecida.

—Dirijámonos a la sala farmacéutica —dijo L, ordenando que la siguieran, y bajaron tres plantas hasta arribar a la estancia correcta—. Aquí guarda la Nobleza todos los medicamentos que les requisó a vuestros antepasados. Cogeremos sólo lo que nos sea imprescindible, nada de tonterías ufanas.

Zac y María alargaron la mano, cogiendo de las cajas medicinas y diversos medicamentos, como ansiolíticos, antibióticos e hierbas como la manzanilla, el té negro…, que escaseaban en su hogar.

—Tomaré algunas medicinas para las familias —dijo María, y las colocó en la bolsa que Vladislaus le ofreció—. Muchas gracias, Vlad, eres muy amable.

—Faltaría más —le dedicó él una radiante sonrisa, y el corazón de ella se derritió, atrapado para siempre—. Es fundamental ser bueno y gentil con las damiselas.

—Hay muchos tesoros acumulados en este sitio. Me llevaré éste —Zac cogió un inhalador—. Luce como nuevo. Le valdrá a Jake.

L los exhortó a darse prisa porque las cámaras los captarían.

—Vamos, hay que marcharse ya. Zac, deja eso —le ordenó, pero él se había fijado en la ametralladora.

—No puedo irme sin estar armado —él agarró firme la ametralladora—. Está muy chula. Además, se trata de un arma que dispara sin parar. Ésas son las mejores.

Manos se burló de él, diciéndole:

—Tienes el mismo gusto para las armas que para las mujeres. Siempre escoges a las que no puedes manejar.

  • ¿Me estás provocando? —replicó Zac, mientras cargaba con la pesada arma.

Vladislaus le dijo:

—Supongo que estás acostumbrado a robar. Eres el mismo tipo que se metió la otra vez en el edificio.

Zac se sonrojó y bajó la cabeza. Los cuatro juntos regresaron a casa, sanos y salvos.

CAPÍTULO 35

EL SEGUNDO GUERRERO

Mi amor perdido….,

Está esperándome

Bajo el sauce llorón…

Iré a por él…,

Y le revelaré mi amor…

Y en la noche estrellada,

Mientras la luna

Extiende su resplandor,

Yo le diré:

No quiero más magia

Que tus besos de fuego,

Llenos de pasión,

Deslizándose por mi piel

Oh, mi amor extraviado,

Espérame bajo el sauce llorón…

No quiero más magia

Que tus besos de hielo

Sumergiéndome

En la eterna pasión…

—cantaba María, mientras se bañaba.

Vladislaus la observaba bañándose tranquilamente, en tanto ella no lo notaba en lo absoluto. Razonó en que no cometía un crimen si nadie lo pillaba y lo reprendía. Rio malvado, recostado contra la suave hierba verde. Si tan solo pudiera resbalar sus dedos bajo su corsé, acariciando su tersa piel…., entonces no le importaría matar a los vampiros todos los días. Se estaba cansando de la agobiante rutina monótona, y María suponía el aliciente que lo impulsaba a continuar. Se estaba llenando de deseos por ella, aunque jamás lo confesaría. En ese sentido sí se parecía bastante a su progenitor, pues nada ni nadie en este mundo impedía que él consiguiera lo que deseaba. Y esta vez todo discurriría conforme a su plan.

Los estorninos y los otros pájaros cantores trinaban cantando a la vida, y María se salió del agua y se colocó una toalla alrededor del cuerpo, escondiéndolo a posibles miradas indiscretas. Pero tal vez fuese demasiado tarde… Pegó un bote al distinguir a Vladislaus, quien estaba reclinado aposta, sonriente, y dándole vueltas a una moneda entre sus dedos, como una especie de juego.

—Oh, por Dios… ¿Me estabas observando?

—No, cómo puedes pensar que yo haría tal desfachatez —Vladislaus la escaneó con sus ojos oscuros como pozos sin fondo, como la negrura imperante en el universo cuando se moría una estrella, y se carcajeó cuando ella lo escudriñó con el ceño fruncido—. No estés preocupada, pollito. No pienso herirte. Jamás.

—Yo no soy un pollito, pero tú eres un zorro artero —sentenció ella, y le dio la espalda—. Lárgate ahora mismo. No pienso cambiarme delante de ti, patán.

—Espera un momento, no te sulfures. —El Cazador negó con la cabeza, y siendo un inconformista como era, no podía dejar ir la oportunidad de conquistarla—. Perdóname, criatura. No pretendía ofenderte.

María bufó, recogiéndose el cabello trigueño en un moño, como acostumbrara. Aún no se decidía a mirarlo a los ojos.

—Oh, claro que no. Y se supone que tengo que creer que estabas vigilando a un vampiro imaginario en lugar de devorarme con la mirada en el lago, estando yo como Dios me trajo al mundo.

—Te juro que no volveré a cometer el error de invadir tu privacidad —Vladislaus se salivaba los labios, observándola frenético, queriendo atrapar los fluidos que se escaparan de ese cuerpo rosado y virginal—. Ya me marcho y no te molestaré más.

María, haciendo acopio del valor que cabía en su pequeña envergadura, lo apuntó con un dedo, yéndose hacia él.

—Tu verdadera pretensión era salvarme para que yo me quedara prendada de ti. Y así poder desnudarme y revolcarte conmigo en este prado, sin que no pudieran saberlo mi padre y mi abuela, o alguno de mis amigos. Entonces conseguirías deleitarte conmigo. —Vladislaus estaba atónito oyendo la acusación de esa chica tan arrojada. Ni el propio Manos con toda su labia lo habría hecho mejor—. Y cuando ya hubieras jugado lo suficiente conmigo, te cansarías de mí y me dejarías abandonada a la intemperie.

—No pretendo hacerte cosas malas —en verdad sí quería introducirse en ella con fervor, reflexionó lascivo, pero la niña se lo estaba poniendo complicado, así que de momento debía refrenar sus bestiales impulsos—. Por favor, créeme. De verdad que no lo deseo.

—Eres de lo peor que hay —siseó María, y su faz se le puso temblorosa, congestionándose—. No hallaré paz estando cerca del Diablo. No eres un buen Cazador, sólo es la tapadera que tienes… Ay, mis sueños no sirven para nada… No creas que soy de la vieja escuela y me casaré contigo en un futuro. No, yo pensaba que el amor auténtico existía… Y tú no eres sincero como L. Me has decepcionado enormemente.

—Sí que soy benigno, y te lo puedo demostrar —a Vladislaus le estaba costando, pero la atraería a su terreno. Después de todo, él era mucho mayor que ella, y estaba bien versado en la ciencia, las artes plásticas, las matemáticas y sobre todo las artes seductoras. Tenía que ponerle el cebo adecuado y en un santiamén ella sería suya—. ¿Sabes que eres preciosa, incluso cuando lloras? Una linda muñequita rubia —le acarició la mejilla con su larga y pálida uña, y ella no se rebulló, hipnotizada—. Te pareces a mi madre Tina. Ella era delgadita y poco espigada, como tú. Y tus ojos son tan azulados como el mar, y el cielo sin nubes. Deja que me disculpe, te lo pido por favor —gestó una reverencia hacia ella.

—Aunque la mona se vista de seda, mona se queda —repuso María, y retiró su mano de sus facciones sonrojadas—. Mira, deja las manos quietas, ¿me harás el favor? No te he dado permiso para que me toques. Si fueras un caballero, lo sabrías. No te comportes cual un galán con el fin de atraerme, no te valdrán tus galanterías conmigo. No soy tan indefensa como parezco. —María arrancó una flor marchita del césped y se la echó, el dhampir se quedó helado—. Vete a por otras flores, abejita. No me fiaré de ti.

—Tienes tus razones, pollito —Vladislaus, sintiéndose despechado, se entristeció—. Aun así…, quiero que sepas esto. Yo puedo sentir, y tan profundamente como cualquier otra persona.

—Pero no eres un varón humano —María se levantó, sus ojos llameaban—. Tan sólo entre tus brazos podrías aplastarme. No estoy deseosa de yacer contigo. Por una parte, porque me has engañado, y por otra puesto que únicamente tengo quince años. Te llevas el rapapolvo como Dios manda. Se acabó tu farándula, guapo. Déjame sola.

  • ¡María!—la llamó Becky, y se paró, clavándose estupefacta en Vladislaus—. ¿Ves? Te lo dije, David. Los guaperas son los peores.

— ¿Qué le estabas haciendo a mi hermana, monstruo? —David se dirigió a toda mecha hacia él, hirviendo como un volcán a punto de entrar en erupción—. Ibas a forzarla, ¿verdad? No se puede confiar en un timador de tu calaña. ¡Márchate y nunca vuelvas!

—Te explicaré todo lo que ha pasado…

Vladislaus puso las manos ante David, en un gesto de clara disculpa.

—Todavía eres un niño dhampir que no sabe controlarse —resopló L, agarrándolo y tirando de él con violencia—. Discúlpate con María.

—Lo siento, pequeña, no era mi intención verte desnuda ni nada…

María se encaminó a él, y de golpe lo abrazó. Todos se quedaron embobados, y L liberó a su medio hermano de su agarre.

—Te perdono, Vlad. Te permito rectificar tu comportamiento. Y no te atrevas a levantarme las faldas —añadió, retorciéndole la ropa negra.

Él la observó extasiado por su dulzor innato y su gran capacidad de perdonar. Aquella muchacha inesperadamente indómita había logrado excitarlo como pocas féminas, y eso lo llevaría directo a ella, y a desentrañar el misterio rosáceo que se situaba entre sus piernas, armándose de paciencia y de eficaz amabilidad.

—Muchas gracias, pajarito. Estoy aquí para servirte.

—Qué zalamero eres… —L volteó los ojos, suspirando—. Arreglemos el desastre que has ocasionado.

Se marcharon de vuelta al pueblo, y en ese instante se encontraron a Tom, Jake y a Zac con Susan y sus padres.

—Ha venido una extraña mujer —dijo Adam—. No sabemos quién es ni lo que quiere.

—L, habla tú con ella —le pidió Evelyn—. Si puedes hacernos ese favor… Te lo agradeceríamos mucho.

— ¿Quién será? —preguntó Manos.

—Afirma ser una bruja —dijo Zac—. No sé, suena bastante sincera.

—De brujas y dhampires va todo esto —comentó L—. Veamos qué nos dice.

—Parece humana. Y es muy guapa, ya me entendéis —agregó Tom.

  • ¿Estás diciendo que es más bella que yo? —se ofuscó Susan, y ambos comenzaron a discutir.

Jake se separó de ellos, acercándose a los Cazadores. Eleanor se volteó a verlos. Era una mujer de mediana estatura, aproximadamente medía lo mismo que L, y tenía ojos fieros y de color verdoso, en tanto que su cabello pelirrojo era corto y se arremolinaba en torno de ella. Sus hermosos rasgos eran pálidos, pecosos, y su nariz no desentonaba en su cara, siendo pequeña y fina, y sus labios rosados se abrieron, despegándose; vestía un largo traje negro con una capa echada sobre los hombros, y calzaba unos zapatos planos. Sus pechos redondos y delicados se apretaban contra la tela, intuyéndose la sombra de unos pezones. En realidad, quien más había intuido esto era Jacob sin ninguna duda, encandilado por aquella hermosa presencia femenina, y como fuera preso de su hechizo, le estaba costando respirar y se agarraba a su inhalador, insuflándose aliento para no caer desmayado. Eleanor se trataba de la clase de mujer con la que él se casaría y tendría hijos, de no ser tan flaco, temeroso y torpe.

Al parecer a Eleanor le había atraído ese tipo de hombre, porque se acercó a él, ignorando a todos los demás.

Acarició su mejilla imberbe con sus dedos delgados y ágiles, y dijo, intencionadamente seductora:

—Te has afeitado, por lo que veo. —Jake no se inmutó, recorriendo su cuerpo curvado y repleto de feminidad con los ojos—. Eres una lindura, niño. A lo mejor querrías divertirte conmigo… Ah, no. Debes estar preparado. —Jake sentía que ya no podía alentar; el amor cruel se desparramaba por su organismo, infestándolo. La hechicera se fijó en su inhalador—. ¿Me dejas que lo tome? Un segundo, querido.

—Sí…., señorita… Mi nombre es… Jacob…, pero llámeme Jake, si le apetece…

Jake actuó como un robot, dándoselo en el acto.

—Una perfecta tecnología de la antigua era. —El muchacho estaba babeando y ella se rio—. Ja, ja. Me gustan los chicos de tu talante. Normalmente yo les rompo el corazón. Estoy emocionada, y me alegra haberte conocido, Jake —le plantó un beso en la mejilla, devolviéndole el inhalador, y él creyó que el corazón se le salía del pecho de lo rápido que bombeaba—. No obstante, no he venido expresamente a buscar un marido. A pesar de que tal vez ya lo haya encontrado —tras sonreír de nuevo, ella lo hechizó por completo.

Jake no era capaz de reaccionar con cordura. Eleanor se giró, encontrándose a L de frente.

—No seduzcas a todo aquel que te encuentres, bruja —masculló.

—Somos mujeres a las que los hombres no pueden ni plantearse controlar —Eleanor emitió un largo suspiro, y su mirada se aceró, al tiempo que su negra aura se expandía, condensándose en el ambiente—. Soy Eleanor, la Bruja de la Vanagloria. —Su lacio cabello rojo, blanco en algunas puntas, fue ondeado por la suave brisa de la tarde—. Y tú eres la Cazadora de Vampiros L. No vengo a reverenciarte, sino a presentarte mis respetos y ofrecerte mi ayuda.

—No necesito que te unas a mí ni a Vladislaus —dijo L en discordia—. Nos las apañamos bien solos.

— ¿Con tantos vampiros y licántropos y una aldea entera que proteger? —Eleanor alzó una ceja cobriza, y distendió sus dientes perlados—. Me temo que es demasiado trabajo hasta para ti, L. Unamos nuestros poderes y facultades en la lucha ardua contra un enemigo común. No pido beneficios como compensación.

—Ella lleva razón, hermana —intervino Vladislaus—. Gracias a su ayuda nuestro progreso y el de Oscura Chicago será notable.

—Bien, ¡me quedo! —exclamó la bruja contoneando las caderas, y se abrazó a la nerviosa L—. ¡Nos haremos grandes amigas!

L entendió que, por más que le pesara, debería aguantar a Eleanor, porque ya no serían rivales, sino amigas y compañeras de batalla.

CAPÍTULO 36

LOS HUMANOS VS LOS VAMPIROS

Mientras Vladislaus se encargaba de entretener a los humanos contándoles chistes y correrías pasadas en sus aventuras, L entrenaba reforzando sus habilidades de caza, su puntería y su destreza junto a Zac. Había convenido con Eleanor que su compañera ayudaría a los campesinos a sembrar los tomates, las calabazas y las otras verduras y frutas, en tanto ella se ocuparía de marchar a la Valla a recolectar armamento para los aldeanos y que de este modo se prepararan todo lo posible para la cruenta guerra que estaba por venir, en la que sacrificarían sus futuros y sus vidas.

Zac comía manzanas mientras ella repasaba los planos.

—Ya te has comido cinco.

Él se encogió de hombros.

—No me he enterado. De todas formas, tenía hambre. Oye, nena —susurró, y al levantarse, la miró— tengo ganas de una cosa contigo.

Ella enarcó una ceja.

—Ah, ya lo sé. Si pareces mi sombra. Me sigues a todos lados.

—Como un perro faldero —se rio Manos.

Zac no hizo caso y se volvió a recoger la basura. Al regresar junto a L, le dijo en ese momento:

—Luce, tu hermano me ha suplantado para contar chistes él. Me ha arrebatado todo el protagonismo.

—No te sientas celoso de él —L lo besó—. Después de todo, tiene que cumplir con su papel, como hago yo, y Eleanor asimismo. Tus celos son innecesarios y además te hieren. Yo te amo. Por cómo eres. Preferiría ser como tú. Para entenderte. Zac, contigo siempre hago una excepción. Eres una compleja red de excepciones que alguien teje sin descanso para ponerme a prueba. Y elegí amarte. Ámate más a ti mismo. ¿Sabes? , nadie me había hecho enfadar nunca y había salido ileso, nadie me había hecho sentir mal tras tomar una decisión, incluso dudo de mí misma a veces. Y no puedo olvidarme de ti. Cuando te desesperas, yo también lo hago. —Se abrazó a él, justo como recordaba que hizo Tina—. Vladislaus está en deuda conmigo porque yo salvé a su madre de una muerte certera cuando no era más que una muchacha, al igual que tú. Y no hagas ninguna teoría tuya, no quiero oír conjeturas descabelladas ahora. —Zac la besó en los labios—. Y sí, te amo, Zac. Y podemos hacer lo que quieras juntos.

—Perfecto.

Él se emocionó, y ya pareció menos cansado y decaído.

—Si quedarme a tu lado alivia tu alma atormentada por las dudas, no te inquietes, porque aquí estoy, y estaré cuando me necesites. Aunque tienes que saber cuidarte a ti mismo.

L empezó a desnudarse. Zac la paró.

—No, nena, no voy a obligarte a nada que no quieras hacer. Sé que deseas consolarme, pero no uses tu cuerpo. Yo no quiero controlarte, no soy ese tipo de persona. No deseo convertirme en un hombre que te hace daño o te humilla; no lo hagas, por favor. Tú eres mi hogar, y donde tú vayas, yo iré contigo, hasta el fin de los tiempos, y ni siquiera la muerte podrá nunca separarme de ti.

Juntaron sus manos, y se sentaron en el suelo, ella acurrucada por él.

—Está bien. Me ha parecido interesante lo que has dicho.

—Es cierto lo que digo porque lo estoy sintiendo en mi pecho. Tales aristas de cristal, como tus ojos, son capaces de helar y perforar el corazón de un hombre que se ha entregado a ti en cuerpo y alma. Luce, yo te amo y te amaré siempre, con toda la intensidad que pueda reunir. Solo me importa procurarte felicidad y diversión a intervalos. No seré una carga, te lo prometo. Y aunque sea sólo un ser humano, pongo todos mis esfuerzos en estar a la altura de tus expectativas. Porque… Mi único poder es encontrarte.

Zac se puso a orinar detrás de unos matorrales y se sentó en la hierba.

— ¿Recuerdas cuando nos conocimos, Luce?

—Estabas lleno de miedo y además pensabas matarme —respondió ella, y lo observó burlona.

Zac hizo ademanes exagerados con las manos, como hacía cuando se predisponía a mentir.

—No, eso no es verdad. O sí… —enrojeció, dudando de si ser deshonesto o ser sincero.

—No importa. Yo también te iba a matar por lo pedante que eras —se rio ella, y se acurrucó contra él, que la contemplaba asombrado—. Reconozco que has mejorado. Eres un hombre leal a aquellos que amas, Zac. Y siempre lo serás.

Se quedaron dormidos bajo la luna que se quedaba con sus deseos y sus íntimas vivencias.

Al salir el sol anunciando un nuevo día, L ensillaba a Medianoche y Zac se despertaba lento. Soltó un bostezo y se quedó despeinado a observar los movimientos de la Cazadora.

—Vete preparando —lo alertó ella—. Nos dirigimos a la Valla.

  • ¡Qué mega guay es eso! —sonrió Zac, y se desperezó de sopetón, brincando como un niño con zapatos nuevos—. No tardo nada.

Dos minutos más tarde, Zac estaba peinado y vestido decentemente, según su visión de campesino. Pasaron junto a sus familiares y amigos.

— ¿A dónde os dirigís? —les preguntó Aaron.

—A la Valla —contestó Zac—. Compraremos legumbres, carnes y cosas nunca vistas por nosotros los campesinos. Será una buena compra. Soy el ayudante de Luce, nunca mejor dicho.

—Si te quedas calladito y quietecito, todo marchará como la seda —dijo Manos.

—Os daremos 2.000 dalas —dijo Adam, y le tendió a L el saco de monedas dala—. Mucha suerte. Y tened cuidado por los caminos.

—Lo tendremos —repuso la dhampir, y meneó la cabeza alertando a Vladislaus y a la bruja—. Cuidad de ellos.

—Lo haremos —dijeron Vladislaus y Eleanor al unísono, y cruzaron una mirada de complicidad, reconociendo que eran amigos.

  • ¡Cuidaos, queridos míos! —clamó Evelyn, y todos se despidieron con la mano.

El caballo partió al galope, surcando las inmensidades terrosas de los páramos desérticos y yermos, hasta que llegaron a la Valla y el silencio se transformó en una bulliciosa multitud que se desenvolvía presurosa por doquier, colapsando el espacio. Zac miró la imponente muralla que se levantaba ante él con atisbos de sorpresa y de alegría verídica; nunca había vislumbrado una pared tan vasta, dura y alta, pareciendo que se elevaba hacia el cielo; relleno de éxtasis, él creyó a pies juntillas que esas gentes que vivían en lo alto del mundo estaban protegidas por Dios.

—Son afortunados —comentó al pasar la reja, que cayó tras sus espaldas con un ruido sordo—. Pueden vivir mucho mejor en esta fortaleza.

Había muchas personas yendo y viniendo por aquel lugar desconocido, tenderos vendiendo sus productos en la plaza atestada, carros llevados por bueyes o mulos, tipos cargando grandes bolsas de monedas doradas, pero L se movió bifurcando en las calles, en zizag a fin de esquivar a la marabunta de gente que podía toparse en su camino, sin pegarse a ella, como el agua con el aceite. Zac se esforzó en plasmar en su memoria todo cuanto estaban filtrando sus ojos y llevando al cerebro.

—Esa afirmación es plausible en cierto modo —reiteró L—. No viven cómodamente ni de lejos. Los tiempos del lujo han pasado sin remedio, dando paso a épocas sombrías de decadencia y terrores oscuros que se deslizan constantes por debajo de vuestros pies. Concebidos los mutantes y desperdigados a lo largo y ancho de la Tierra, siembran la desidia y el escozor por donde pasan, saqueándolo todo; consisten en terribles bestias de rapiña que sirven a la Nobleza, pero no hay nada noble en lo que llevan a cabo. Son como codiciosos cuervos de grandes alas que ya no desean solamente limpiar el mundo de desolación, sino llevarse todos sus frutos y su sangre en el proceso. La raza humana ha dejado atrás de sí un bélico invierno marcado por guerras nucleares, aun así, su futuro no puede calificarse de esperanzador. Sostengo dos ideas contrapuestas dentro de mi ser, o eso era anterior a conocerte, Zac. —Él la observó y parpadeó, conmoviéndose por sus palabras—. Ahora, declaro la guerra a la Nobleza y me desligo para siempre de ella. —Se aprestó a bajarse del corcel y le indicó severamente—: No hables más de lo que te diga yo. Finge ser un simple cliente que he traído. No inventes excusas raras, y no toques los artículos de las tiendas.

—A la orden, mi capitana —dijo él, y sonrió emocionado de veras—. Vaya, si estamos compenetrados. Ya caminamos al idéntico ritmo. ¿Verdad que sí? —al notar que ella no le hacía ni caso, se distrajo y se cayó del caballo.

—Cuidado con las distracciones —L lo agarró del brazo, de forma que evitó el accidente. La expresión de su faz blanca era seria, aunque su tono traslució la burla que emanaba de ella—. Y tú eres más perezoso que yo, que lo sepas.

—Incluso las tortugas centenarias caminan más rápido que tú, guapito —lo regañó Manos, y él se irguió tieso y abrumado.

—Ya me callo…, ya…

—Es conveniente que lo hagas; uf, hablas por los codos —protestó el simbionte.

En tanto dejaba que los dos se enzarzaran en una ñoña disputa, L entró a la tienda de Gérard Gogreit. La campanilla sonó, y un hombrecillo rubicundo salió de detrás del mostrador frotándose las manos.

—Bienvenida, L. —Se puso los anteojos, escaneando a Zac—. Un cliente novedoso, ¿eh? —Arrugó su cara rolliza al ver cómo iba vestido—. Por mi madre, si va hecho un pordiosero. ¿Te parece si lo cambio de ropas? Huele peor que un león muerto.

Zac iba a quejarse, pero la dhampir lo detuvo, acuciándolo a templarse.

—Ven aquí, muchachito —Gérard efectuó un ademán hacia él—. ¿Cómo te llamas?

— ¿Yo? —el joven pestañeó, y al final dijo—: Isaac, señor.

—Un nombre religioso —musitó Gérard—. Tu familia debe de ser agricultora.

—Mm… Sí, señor. Provengo de Oscura Chicago. Cultivamos la tierra desde hace muchísimos siglos —respondió Zac.

L esperó a que el interrogatorio terminara.

—Y lo que os queda —barbotó el tipo con desdén, y antes de que L lo ensartara en un pincho moruno, se fue a Zac—. Te voy a tomar unas medidas, chaval. Mon Dieu, que se passe t-il entre eux? Cést un garçon très interessant. Très bien, Isaac.

— ¿Qué ha dicho? —inquirió Zac, mirando a L.

—Qué pena que no hables francés, muchacho —se rio Gérard—. Yo soy descendiente de franceses que escaparon hacia la Valla buscando alimento y seguridad. Oh là là! Viva la France! Soy sastre además de regente de una tienda de ultramarinos. Vendo a la gente todo lo que necesitan. —Concluida su tarea de tomarle las medidas, Gérard enrolló el metro y se volvió hacia L—. Lo mejor será que se lave. Tiene suciedad de una semana por lo menos. Cést jolie la vie! La vie est belle. Et vous, voulez vous apreciér le petit Isaac, chasserese?

—No hace falta que uses silogismos, Gérard —matizó ella—. Me doy perfecta cuenta de lo que quieres decir. No se trata de eso.

—No lo niegues. —Gérard empujó a Zac a que se dirigiera al aseo—. Voilá le toilette. Te haré una oferta especial y te descontaré lo que valen sus nuevas prendas. —Volviendo a empujar a Zac, lo amonestó, y a éste le dio miedo, a pesar de que le llegaba por el hombro—: Muévete, chico, no te quedes como un pasmarote.

Una vez que Zac se hubo aseado y colocado una ropa más apropiada, L le informó a Gérard de sus adquisiciones:

—Verás, necesito legumbres y carne roja y blanca, dame de la más reciente. —El vendedor se caló las gafas y anotó en su libreta lo que ella le pedía—. Y me es relevante contratar a tus mercenarios. Los más expertos y fuertes que tengas.

—Me siento como un dandi —se regodeó Zac mirándose al espejo, echándose el pelo hacia atrás—. ¿Tú qué opinas…?

Affaires de l´amour, mm… —Gérard, como Zac en un momento previo, fue apabullado por la mirada airada de L—. De acuerdo, no me meteré en tus asuntos. Pero controla al chaval, habla de más y eso no te beneficia.

—Zac, mantente reservado —lo conminó ella a acercarse, y él así lo hizo—. No estropees todo lo que hemos logrado hasta ahora.

—Se me han acabado las legumbres, L. Desolé et touché. Pero tengo buenas noticias: Jefferson y sus hombres vienen dentro de tres días. Les informaré de que tú deseas contratar sus servicios.

—Aquí tienes por tu trabajo —L le tendió una moneda aristócrata, que refulgió brillantemente entre la luz y las sombras—. Volveré dentro de 72 horas.

—Ve a la tienda de Julia y Alfred —le aconsejó Gérard, a pesar de que no hacía falta; mas deseaba obtener la simpatía de Zac—. Y, jovencito, espero que estés feliz de haberte vuelto un galante caballero.

—Muchas gracias, señor. Me agrada la gente simpática —dijo Zac, pero fue cortado en su charlatanería por L, que lo arrastró de los brazos hacia fuera—. Para, me haces daño… ¡Au, qué dolor!

—Debemos ir a por la comida —le informó ella, y lo comandó a seguir con el teatro—. Hazte el tonto, e ignora lo que ellos te comenten. Son buena gente, pero les agradan los forasteros. Y tienes que prometerme que en el camino de regreso no pronunciarás una sola palabra.

—Sin comentarios —prometió él, corriendo para alcanzarla—. Soy un hombre honorable, y cumplo mis promesas.

—Con Zac la eficiencia no es una posibilidad —se quejó Manos lastimoso—. Ojalá fuera mudo.

—Buenos días, L —dijo Julia sonriéndole; era una mujer bajita, rechoncha y de cara de papa—. Qué alegría que nos reencontremos. Oh, traes a un cliente adinerado.

—Tiene tanto dinero como yo vergüenza —murmuró Manos por lo bajini.

—Es cierto, las apariencias no lo son todo —se abrumó el joven.

—He de disponer de legumbres, hortalizas y toda la carne de vacuno y de ave que puedas reunir —recitó L de corrido—. Por favor, es para mucha gente.

—De acuerdo. Lo tengo todo. Ayer me llegaron los últimos doce cargamentos, por suerte. —Sonrió Julia a Zac—. Os daréis un banquete. —Descubrió los sacos y se los pasó a L, y ella le brindó el dinero—. Gracias por tus compras, L. Nos sustentas a todos. Aunque no puedo aceptar dinero de alguien a quien estimo tanto.

—Como periodista, estoy orgulloso de mi talento y mi fortuna. ¿Puedo sacar una primicia? —parloteaba Alfred, dando conversación a Zac—. ¿Tú eres un amigo de la Cazadora de Vampiros L?

—Eso no es gracioso —siseó L, barruntando desidia—. Zac, marchémonos.

—Yo soy un hombre suertudo, sabe usted —rio el joven—. Luce es mi…

— ¡Oh, vamos a publicar el notición más grande del milenio! — se emocionó Alfred, pero tanto Julia como L lo asaetearon a flechazos—. Lo pondremos en letras negras en el título… ¡La gran Cazadora…! —tosió y rebobinó, soltando veloz—… ¡La legendaria Cazadora de Vampiros L se ha enamorado!

—Me encanta ese título. Y debe poner mi nombre. Isaac —dijo Zac soñador, pero L le propinó un codazo en las costillas y se lo llevó a rastras de la tienda.

  • ¡Adiós, señores! ¡Volveremos en otra ocasión! —anunció él.

Y no se equivocaba, porque sus senderos volverían a cruzarse al cabo de una temporada.

CAPÍTULO 37

GUERRA SIN CUARTEL

Todo el mundo estaba tranquilo, caminaba y reía, incluso los niños jugaban en las calles, pero L notó un temblor de tierra, el suelo fue violentamente sacudido al caer la bomba.

  • ¡Todos a cubierto, poneos abajo de algo, ya! —gritó la Cazadora para protegerlos.

Zac fue a ella y se tropezó y cayó encima de L.

—Quítate de ahí, Zac. No te quedes sonriendo estúpidamente, haz algo.

  • ¿Qué ha sido eso? —preguntó Thomas, y todos vinieron a la carrera.

—Ha sido espantoso —dijo Becky.

—Creí que moría —dijo Jake.

Y aspiró de su inhalador.

David sacudió desolado la cabeza.

—Los vampiros nos van a matar.

L miró hacia la montaña, de la que salía un denso humo negro. El aire se hacía irrespirable, y transmitía partículas flotantes de piedra compactada y fuego que ardía brillante.

—Han bombardeado el laboratorio, han destruido todas las medicinas y comida que estaban guardadas allí —dijo Luce seria.

  • ¿Por qué han hecho algo tan radical? —se intrigó Zac.

—Porque han descubierto al ladrón —respondió ella, y apoyó su uña en el pecho del chico—. Y ese eres tú. Por culpa de tu codicia está ocurriendo esto, en parte sabes que es verdad.

Sus amigos se quedaron perplejos y David acertó a preguntar:

  • ¿Tú seguías robando?

Y Susan saltó:

  • ¡Hermano mayor! Te dije que era peligroso que lo siguieras haciendo, ¡pero no me hiciste caso!

  • ¡A ninguno de nosotros! —dijo Jake, y le rehuyó la mirada—. Ahora entiendo por qué tenías esa ametralladora.

  • ¿Cuándo pensabas contárnoslo? —Thomas lo abrazó con su ira—. Lo has fastidiado todo, colega.

L Lo atravesó con su oscura mirada.

—Voy a atender a los heridos, vosotros marchaos de la plaza.

—Nos has defraudado, Zac —dijo Becky, y ellos se fueron en grupo.

L atendió a un hombre que se desangraba.

  • ¿No puedes salvarlo? —interpeló el chico.

—No —negó ella—. Este hombre va a morir, porque no puedo detener su sangrado. Sólo su dolor por un momento. —Le dijo al hombre, que gritaba llamando a su familia—: No te preocupes, pronto te dejará de doler. Todo va a estar bien. No, no sobrevivirá.

Se levantó y se fue andando. Zac la siguió. Ella se volteó a él.

—Entiendo que lo has hecho por el bien común, pero eso no justifica tus acciones criminales. Has puesto en un peligro enorme a la gente que amas y a ti mismo también. Por tu negligencia, estas son las malas consecuencias. Comprenderás que les costará un tiempo sobrellevar toda la decepción que les has causado.

—Luce, perdóname. Lo siento tanto, yo no quería llegar a esto, no sabía que la Nobleza iba a soltar una bomba en el pueblo… Todos han sido heridos por mi culpa…

Se abrazó a ella, llorando. L lo dejó estar.

De repente Zac se separó y se volvió, muy serio.

  • ¿Adónde vas ahora?

—Al riachuelo. Voy a estar un rato solo con mis pensamientos, reflexionando.

Ella se dispuso a acompañarlo.

—No quiero hablar.

La Cazadora se sentó a su lado, mientras oían el fragor del agua del río y contemplaban la corriente pasando a lo largo de su vista.

—No hace falta que hables. Sólo haz lo que sientas que necesitas para calmarte.

—Muchas veces tú eres la única que me sostiene. La única persona que logra que me perdone por todo el mal que he obrado.

L le sonrió, besándolo en la mejilla.

—Tranquilo, si quieres podemos bañarnos juntos, si eso te consuela.

—Sí, muchísimo.

A Zac se le iluminó la cara, y la miró al levantarse ella.

—Ya sabía yo que tramabas algo, pillo.

Se besaron. Luego él la abrazó cuando se vistieron y se predisponían a regresar a la aldea, pero la dhampir notó algo y lo apartó de un empujón. Repentinamente un tajo cortó a Luce en dos.

—¡¡Luce!! ¡¡No!! —chilló Zac dolorido, destrozado.

La visión de su amada derrumbarse ante él le robaba la vida, como si le estuvieran taponando los pulmones unas manos invisibles. Ella se regeneró en un momento tras beber su sangre y se preparó para aniquilar al vampiro, que se reía de ellos.

  • ¿Qué tal si despedazo a tu amante? —se mofaba el vampiro.

L, vuelta hacia él, le gruñó como una fiera y de un tajo de su espada lo decapitó y lo hizo pedazos, y el vampiro se tornó en cenizas delante del aterrado Zac, que hipaba entre lágrimas temblorosas.

—Ya está, estoy bien.

Lo abrazó.

—Estás viva. No sé si me fascina más que te hayas revivido tú sola o que hayas matado al Vampiro tras un segundo. O ambas cosas. Pueden ser las dos. —Sonrió y metió los dedos en el pelo rizado de la dhampir, y la besó en la cabeza—. No sabría cómo reaccionar si te perdiera, Luce. Me volvería loco.

—Lo más probable es que eso me pase a mí, ya que en esta ocasión tú eres el ser mortal. Yo no puedo morir. Sólo puedo ser destruida un momento. Pero Manos me ha ayudado a revivir.

—Por supuesto que sí —prorrumpió Manos—. Somos geniales, y siempre lo hemos sido. Pero, ¿aquí no hay gato encerrado, L? Quiero decir, siempre te han atacado a ti. Las cosas como son.

—No —repuso ella—, han herido a Zac, o lo han intentado. En todas las ocasiones: en el laboratorio, antes en el bombardeo, y ahora, todos iban a por ti, Zac. —Lo miró preocupada—. Ah, ahora lo entiendo. Sé a por lo que iban los vampiros guardianes y el doppelgänger. Pretendían herirte a ti para causarme más daño, porque yo soy vulnerable cuando estoy contigo.

Se acordó de las tenebrosas palabras dichas por el Conde Lee Doye.

  • ¿Eliges ser vulnerable cuando estamos juntos? Si es así, nena, entonces yo seré fuerte para protegerte.

Zac la besó en la boca, y volvieron a casa cuando la noche era joven y fresca.

CAPÍTULO 38

LOS SEÑORES DEL CAOS

Jonathan vivía en Oscura Springfield, la aldea cercana a la que fue la antigua y dichosa ciudad de Springfield, que también se encontraba en el estado de Illinois, y él se desempeñaba como médico de la misma. Atendía a los heridos en su cabaña y se ocupaba de certificar la muerte de los más enfermos, personas con cánceres terminales que no tenían posibilidad de ser salvados. La medicina no era una disciplina trabajada por los campesinos, de forma que los médicos y enfermeros eran muy pocos en número, y normalmente en los pueblos diseminados por las montañas no había ninguno. Si tenías la suerte de haber estudiado medicina, y conocías los secretos del cuerpo y el funcionamiento de los músculos y las venas y podías curar a tus familiares y amigos, entonces la esperanza tal vez iluminara tu vida. Para Jonathan el trabajo significaba el sustento, y los problemas se atenuaban y se solucionaban a medias si se encargaba de atender a sus vecinos en rondas cuadriculadas. Había mucha gente con sarampión, o con gripe, o que se rompía una pierna o tenía enfermedades congénitas como la diabetes, y hasta ahí podían hacer efecto los medicamentos. Jonathan se desenvolvía tan eficaz como podía ser, pero no era un dios y no era capaz de salvar a aquellos que iban a cruzar dentro de poco el umbral de la mortandad. En su mundo oscuro y preñado de incertidumbre los médicos no eran héroes, por más que las personas desesperadas se empeñaran en verlos como tales. Así pues, así se desarrollaba su vida. Era muy asidua su asistencia, y apenas le dejaba tiempo para ir al cementerio y ponerles unas flores a su madre y a su hermano mayor, a los que había perdido en una epidemia de cólera que se había producido hacía tres años y medio.

Jonathan era un hombre de elevada estatura, a lo sumo medía un metro ochenta y uno centímetros, su constitución era más bien delgada, poseyendo músculos más desarrollados en la cabeza que en el cuerpo debido a que prefería estudiar antes que dedicarse a labrar la tierra, y por fortuna para él sus compañeros no lo molestaban con sus comentarios ya que era el único médico de Springfield. Usaba gafas desde bien niño y sus problemas de visión lo habían transmutado en un hombre inseguro, que sólo creía en lo empírico, lo que podían divisar sus ojos, por lo tanto no se decantaba por la religión y no era un devoto creyente; además de que temía bastante a los Nobles porque éstos amenazaban la paz del mundo y según sus prácticas creencias no hacían nada bueno para sostener el sistema y estaban arruinando el planeta Tierra.

Recién inaugurado abril, Jonathan se desplazaba en una noche oscura de vuelta a su humilde cabaña. Había ido a recoger ciertas hierbas medicinales que le hacían falta a fin de aplicarlas a sus mejunjes, los que posteriormente daba a sus vecinos, pero no esperaba que su suerte diera un giro tan irreversible y funesto. Porque Tenebrosa, oscura como su propio nombre anunciaba, una vampira rubia, cuya apariencia era frágil e inocente y cuyas carnes eran blancuzcas, que estaba ataviada con un largo y sedoso vestido rojo, percibió a su presa acercándose, y en medio de la nocturnidad era fácil atraparla. Así que se abalanzó rápidamente sobre él, pillándolo desprevenido.
Jonathan se revolvió, sus enseres cayeron a pocos metros de su persona y la Vampira Noble se aferró a su cuello, aspirando su aroma y su sudor, y él temió por su vida.

—Ahora serás mi mascota preferida, humano. —Ella entrecerró sus ojos rojos y despiadados—. Me das mucho apetito. Deja que sorba tu sangre. De todos modos, sólo eres una cosa que puedo usar como me plazca.

Lo besó en el cuello, hundiendo sus afilados dientes en la piel, rasgando la carne y logrando que él emitiera un aullido de dolor. Tenebrosa degustó la cálida sangre que se incrustaba en sus labios pálidos y se pasó la lengua por ellos.

—Estoy excitada —dijo, y se apretó exultante contra él—. No estés aterrado, aún no voy a matarte. Jugaré contigo hasta que mueras.

Mientras se carcajeaba, Jonathan entendió que estaba condenado, y que su alma jamás hallaría la salvación, pues sería vilmente deshilachada por la mirada negra de mortandad que poseyera esa hermosa mujer.

—Vamos, no te quedes quieto como una piedra —lo conminó Tenebrosa, mientras observaba todo su cuerpo—. Tengo ganas de sentir placer. Te usaré para eso, mascota. No te quejes, Jonathan —lo besó en la mejilla, pasando sus largas uñas por su rostro descorazonado, arañando sus facciones temblorosas, y empezó a contonearse encima de él—. Deshazte de esos harapos que vistes y dame tu amor. Tienes que hacer lo que hacen todos los hombres.

Jonathan se levantó, todavía temblando, y Tenebrosa despegó los labios, enseñando sus blancos colmillos luminiscentes.

—Quiero ser amada. Me gustaría tener esta experiencia contigo, guapo. Ja, llevas esas lentes que les sirven a los humanos que no pueden ver nada.

Se las arrebató entonces, y se puso a bambolearlas entre sus dedos pequeños y delgaduchos.

—Las necesito —musitó Jonathan en un hilo de voz—. Para darte lo que deseas.

—Oh, lo sé —Tenebrosa se reía de él, en tanto el hombre notaba que su espíritu se hundía, deshaciéndose dentro de sí mismo—. No me gustan los tipos ciegos ni enfermos. No obstante, posees algunas cualidades sobresalientes. Haré la vista gorda por esos detalles tuyos. Tu sangre es sabrosa. Y tus caricias habrán de ser mejores. No oses decepcionarme.

Tenebrosa se apoyó contra la pared, deslizándose al suelo. Jonathan se erguía delante de ella, preparado para seguir viviendo. Incluso si eso implicaba copular con una repugnante Noble.

—Ah, sí… Eso es lo que yo quería… Eres maravilloso… Serás mío por toda la eternidad…

—Tienes que abrir las piernas —le dijo Jonathan—. Si no lo haces me será imposible penetrar en ti.

—No me mandes nada, ratón —Tenebrosa lo agarró de la espalda, empujándolo a ella, y abrió las piernas a regañadientes, quitándose los refajos de la tela suave que estorbaban a la vista, desequilibrando a Jonathan, y urgiéndolo a liberar la oxitocina en su sistema corporal—. Te lo diré sólo una vez. Sírveme. Puedes adentrarte en mí, y descifrar mis códigos secretos.

Empujando con virulenta fuerza, metiéndose en el interior delicado y rosado de la vampira, ella aferrada a su espalda, a punto de gemir como si fuera una doncella humana, él sintiendo que se llenaba de un inadecuado y repentino placer, desflorando a la joven Noble, ambos alcanzaron el clímax, uniéndose y separándose con cada embestida, descubriendo él los secretos del sexo, amándola con rabia y odio florido, y ella se quedaba llameante; febrilmente lo observó durante un largo rato, tendida en el suelo, rendida a sus encantos masculinos.

Hasta que se marchó desapareciendo como la niebla que siempre hubo sido, preguntándose desasosegada porqué dichoso motivo ese don nadie le había hecho sentir tales pasiones innombrables.

En cuanto a Gray Doranc, le preguntó al Conde Lee Doye si sabía el paradero de Tenebrosa.

—No la he visto en unos días y me ha extrañado sobremanera.

—Ni me viene ni me va dónde está mi hija —repuso el Conde, bebiendo de su copa rellenada hacía unos momentos—. Los asuntos privados de mi hija no me conciernen en absoluto, debido a que ella ya es una vampira adulta.

—Eso es comprensible, señor —dijo Gray.

—No la busques; no tiene caso. Estará jugando con algún desafortunado humano por algún lado —sonrió el Noble, y en efecto así era—. Lo habrá marcado con un Beso de Vampiro, volviéndolo su esclavo eterno.

Jake se había juntado con Eleanor en el campo de rosas que estaba situado al noroeste del pueblo.

—Siempre me han gustado las rosas —dijo Eleanor, acariciando una con la yema de los dedos—, pues son bellas, jóvenes y tienen espinas, como me pasa a mí. Significan pasión y fatalidad. Simbolizan a una mujer pasional que sabe ganarse la vida sin necesidad de apoyarse en un hombre.

—Yo… Soy el varón más mayor de los dos hijos que hay en mi familia, superando en edad al pequeño Esteban, pero incluso Rebecca es más ruda y vigorosa que yo. Uso este inhalador desde que tenía los dos años porque mis pulmones son muy débiles y cualquier día pueden fallarme.

—Estar obligado a vivir mediante respiración artificial es un dilema —resopló Eleanor, volviéndose hacia él, y tomando sus manos—. Comprendo tu dolor y las frustraciones que conlleva ser más débil que el resto. A mí me sucedió al contrario cuando la gente supo de mis poderes. Mis padres y hermanos se alejaron con pavor de mí, temiendo que los matara con magia negra, y al final me quedé sin nadie en mi entorno; me habían abandonado por sus prejuicios y temores infundados. Pero así es la vida. —Eleanor miró al cielo cobrizo de la tarde, y sus ojos verdes fulguraron; sus flagrantes cabellos de fuego eran movidos por el viento—. Te compadezco, Jake. Sin embargo, te ofrendaré gratis este consejo: no esperes nada de nadie. Si quieres ser mejor de lo que eres, lucha por hacer realidad tus deseos. Batalla en la vida como si fueras invencible. No dejes que te paren, incluso si no llevas la razón. Debes alcanzar la madurez en tu espíritu a fin de no quedarte atrás. Los dejados atrás son los que más se lamentan después. Saca provecho de tu debilidad y fortalece tus puntos débiles. Ser vulnerable no significa ser inútil, pero no pienses que Dios te ayudará siempre y reforzará tus huesos y tu cerebro. Únicamente tú lograrás tus propias victorias. Tu familia te apoya, claro que sí, pero ellos no saben lo que tú sientes. Aunque creas que puedes ser feliz, la felicidad no se compra ni se vende, así como los cuerpos tampoco pueden cambiar. Todos nacemos con una maldición y una bendición al mismo tiempo. Sé fuerte y enfréntate a tus demonios.

—Muchas gracias por apoyarme moralmente, Eleanor. —Jake le dirigió una sonrisa, cándido y hechizado por su salvaje belleza—. Pero esas bellas palabras son un efecto placebo: aunque me ayuden a olvidarme un momento del dolor, seguirá mi dolencia ahí, y nunca podré desquitarme de ella. No puedo competir en velocidad, potencia y agilidad ni siquiera con David, porque en ocasiones me asfixio al correr. Tú no lo entenderías nunca.

Ella se acercó a él, rozando su cara con las uñas.

—Oh, querido mío… Debes subir de autoestima, ganar confianza en ti mismo. Creer en lo que puedes llevar a cabo. Cada ser humano es especial y diferente a otro, y estás provisto de aptitudes que aún no has descubierto. ¿Qué tal si las pruebas conmigo? Nadie puede obligarte a hacer algo que no desees.

—Eso díselo a mi padre —farfulló Jake, y se quedó atontado al verla desnudándose.

Las ropas oscuras de la bruja cayeron a tierra, y ella le sacó la lengua al chico, moviendo sus caderas en un rítmico baile lleno de sensualidad y erotismo.

—Demuéstrame que eres bueno en amar. ¿Estás dispuesto a yacer conmigo? ¿Me amas o me rechazas? Yo te elijo a ti. Ámame si tienes el valor que se requiere para ello. Estamos solos tú y yo, querido… Y la naturaleza es testigo de nuestro amor…

—Eh, vale. Sí, quiero estar contigo. Ahora y siempre —Jake se aproximó a ella, estrechándose ambos, abrazándose y besándose con ardor manifiesto y fervor incontenible, y Eleanor se tumbó en la hierba humedecida por las constantes lluvias. El muchacho se desnudó no sin cierta reticencia—. Eso duele, ¿estás segura?

—Completamente —repuso Eleanor, y se mordió los labios—. Tócame donde quieras, Jake.

—Eres excepcionalmente bella, Eleanor. La mujer más hermosa que conozco. Aun así, yo no estoy a tu nivel. Y temo que me castiguen… Si mi padre se entera de esto…

—No seas tonto —ella lo instó a insuflarle su calor, y él enterró las manos en sus pechos lechosos y redondeados—. Te lo he propuesto porque sé que en estos instantes tus familiares están trabajando y no se apercibirán de nada. No te pongas más límites. Confío en ti, puesto que eres amigable, sosegado, tímido y dulce. Yo te amo.

—Yo también te amo —dijo él, respirando pesadamente mientras hacían el amor.

Juntaron sus manos y se amaron hasta que no quedó gota de sangre en sus cuerpos, y la luna atestiguó la consumación de su sagrado amor.

CAPÍTULO 39

OSCURIDAD

L le indicó a Jefferson al llegar él junto a sus mercenarios de que instruyera a los jóvenes de Oscura Chicago en el arte de la guerra, para que pudieran defenderse por sí mismos.

Jefferson, quien era ni más ni menos que un tipo bastante alto, de hombros anchos y espalda fornida, fortalecido a base de mucho entrenamiento durante muchos años, se quedó pensando en lo que la Cazadora le había ordenado. Miró a Becky, a María y a Jake, mirando en sus caras todo lo que ellos no decían.

—Esos tres son los más débiles —dijo tras juzgarlos, y ellos se pusieron nerviosos—. No sé qué debo realizar.

—Entrénalos en combate cuerpo a cuerpo, en disparar flechas y en colocar trampas —dijo L, y añadió con vigor—: En tiempos de guerra, toda defensa es necesaria. Hay que prepararlos para todas las situaciones de peligro que pueda haber. Yo me ocuparé de las chicas y los niños, junto a Eleanor, y Vladislaus y tú os encargaréis de los muchachos. Hazme ese favor, si no es mucho pedir.

—De acuerdo —dijo Jefferson—. Estoy a su disposición, señora L.

Se fue junto a los jóvenes, y les pasó a los tres dos pistolas y un rifle.

—A ver si sabéis manejaros con estas armas. Aprenderéis a cargarlas y descargarlas. —Zac, Tom y David cruzaron una mirada de interrogación—. Tranquilos, será paso a paso. Tenéis que interiorizar los conceptos. A ti te sienta bien el rifle —comentó hacia Zac, observando cómo el joven lo rellenaba de nuevas balas—. ¿Acaso has usado uno antes?

—Digamos que sí —sonrió Zac—. Es una larga historia que preferiría no contar ahora.

Sus amigos farfullaron, envidiando su suerte.

—Eso no vale, tío —protestó Tom—. Yo también quiero un arma más potente.

—Ese Jefferson te ha echado el ojo, y te está tratando con favoritismo y predilección —se quejó David.

—Recordad lo que os digo: apretad el gatillo con lentitud, y separad los pies al efectuar el disparo. La potencia del golpe os echará hacia atrás. Apuntad a este lugar —Jefferson dio un toque a la plancha de madera—, y cuidaos de apuntar a vuestros compañeros. No disponemos de chalecos antibalas para todos, y no deseo ningún desafortunado incidente. La señora L se enfadará con vosotros si os descontroláis.

Ella, mientras tanto, les daba arcos y flechas a los chiquillos, como Hannah, Esteban, María, Becky, Jacob, Charlie y Lucas, que estaban exaltados y expectantes. Susan asistía a la explicación que le brindaba Eleanor sobre la aplicación de las trampas, y los padres de los muchachos, como Evelyn y Adam, Aaron, Lía, Jonás y Rachel, escuchaban estupefactos lo que se estaba desenrollando ante sus ojos.

—Las flechas van a volar hoy, amiga —dijo Manos—. Éste es el primer espectáculo que veo con niños en mi vida.

—No tenses la cuerda fuerte —señaló Vladislaus a María, y sus manos se cerraron sobre las suyas, y su aliento se desparramó por su cuello—. Las emociones se desplazan a las cuerdas del arco y lo moldean. Si tienes ira dentro, se reflejará en la tensión de las cuerdas y la flecha no dará en el objetivo. —Colocó la saeta directamente sobre la diana de un disparo certero—. Concéntrate en tu presa. Dibuja su rostro en su mente.

María tiró potente del arco, y las flechas se hincaron rectas en la diana.

—Muy bien gestado, María —la alabó L—. Te volverás una arquera diestra.

—Serás mejor que yo —rezongó pesarosa Becky.

  • ¿Cómo lo has hecho? —se interesó Vladislaus.

—He dibujado tu cara de zorro en mi cabeza —María se dio un toque en la sien, y le sacó la lengua al congelado Cazador—. Eres desagradablemente pegajoso conmigo.

—Bueno… Ahora soy tu profesor —rebatió él, susurrándole al oído con voz melosa, desplegando sus artes de seducción—: Puedo hacer lo que quiera contigo, nena.

Rodeó su cintura de avispa con los dedos, y a la jovencita le enfermó su contacto, de manera que se volvió, sonrojada a más no poder.

  • ¡Estate quieto o te acribillo a saetazos!

La flecha fue lanzada, surcando el aire por encima de la cabeza de Vladislaus, que era diez centímetros más espigado que Zac, el cual ya había estirado un poco gracias a los diversos entrenamientos, y se clavó en un roble por detrás de ellos.

—Ya estás preparada para defenderte de los vampiros, pequeña —rio Eleanor, y ambas juntaron las palmas de sus manos—. Choca esos cinco; pronto serás más imbatible que Vladislaus.

—A mí me estáis dejando a un lado —refunfuñó Zac, disparando el arma, pero L se acercó a él y se besaron.

—Lo haces perfecto, querido —comentó, y se rio—. Vamos a ganar esta guerra.

—Claro que derrotaremos a esos asquerosos vampiros —dijo él, volviéndose más seguro de sus potenciadas habilidades.

En cuanto a la Valla, en ella se desarrollaba una escena de tipo amoroso. Una joven de belleza sobrenatural, espléndida e incomparable, le sonreía a un joven pelirrojo llamado Jude, que era bondadoso, confiado, generoso y como todos los hombres de esta condición, se rendía con facilidad a la encantadora mujer que deseaba entregar sus beldades a él, aunque fuera por una inestable noche.

  • ¿Volverás algún día?

Jude, con sus cabellos fogosos en punta, miró a Selene con deseo pulsando en sus rasgos faciales.

—Sí, algún día —dijo ella, y meneó sus cabellos negros y largos, que se ondularon recortados contra la blancura imperante en su hermosa faz—. Regresaré a por ti, amor.

Ella era una dhampir, y eso significaba que era experta en engañar a los hombres y en seducirlos, y esta vez todo acontecería como lo hubo planeado. Jude esperaría inútilmente a que ella regresara, porque en su lenguaje, «algún día» quería decir: «Nunca volveremos a vernos, desgraciado». Los hombres eran seres estúpidos y predecibles a los que se atraía con una bonita sonrisa y unas copas de vino, a pesar de que ella bebía pocas veces.

Selene se fue sin despedirse, en busca de su familiar, que se había establecido en una remota aldea humana. Había sido una niña tonta, porque los humanos solamente debían servirlos a ellos, los seres de las tinieblas… Los señores de la sombra, que gobernaban el reino de la noche…

Tenebrosa le dijo a Jonathan, al aparecerse en su cabaña:

—Sabes que no puedes matarme. Y nunca podrás tener la libertad, porque algo que nunca se ha tenido no puede recuperarse. Disfrutaré de ti, humano, y beberé tu sangre cálida y jugosa… Porque soy insaciable, y lo quiero todo en esta vida…

Y Jonathan, viéndose reflejado en su abrasadora mirada, supo que no existía mayor oscuridad que su rojo fluctuante de sangre, el abismo negro de sus ojos.

CAPÍTULO 40

QUISIERA PODER DECÍRTELO ALGÚN DÍA

Tenebrosa sabía bien para lo que la había destinado su padre, el perverso Conde Lee Doye. Desde que nació, había estado supeditada a él, obedeciéndolo en todo lo que le comandaba. La exhortaba a que se acostumbrara a matar y despreciar a los humanos, y a maltratarlos como los borregos sumisos que eran. Los seres humanos se lamentaban de su desgracia, pero ella no podía afirmar que era feliz tampoco, pues sobrevivía a todo lo que le ponían como obstáculo, escapándose de las garras de su progenitor y volviendo a ser encarcelada por la rígida Nobleza; su propio nombre envolvía la oscuridad que la alentase, desparramándose en su físico muerto, y procurándole una razón de existencia. Pero ella no creía que asesinar a los niños tuviera un motivo más que el de proveerse placer infinito e irracional, y nada la sacaría del mundo de las tinieblas en el que fue subyugada, ahogándose en su negligencia pesarosa y en sus temblores, siendo una raquítica chupadora de sangre que devoraba los corazones y las mentes de las personas, más avariciosa de lo que en su día habíase propuesto ser. No le quedaba otra que andar por el sendero espinoso, esquivando los haces de luz que despedía ese astro refulgente que tanto hubo odiado. Había nacido para ser una asesina, y en el fondo de su ser encadenado al abismo, quemándose por causa de las cadenas de plata, ella intuía que no se merecía la calidez que pudiera arrebatarle a la humanidad, y por lo tanto su padecimiento no minaba.

Miró a Jonathan a los ojos, los suyos eran marrones y tranquilos, como una balsa que se rebalsa en el mar tormentoso y negro. Lo besó en la boca, y se fue desnudando con parsimonia. Su cuerpecillo blanquecino, con venas translúcidas surcándolo, no era demasiado pomposo, ni atractivo por su excesiva palidez y sus huesos de pajarillo, de forma que no conseguía excitar a Jonathan lo suficiente, mas Tenebrosa no era una vampira arrogante porque sí y se valía de su lengua arrojadiza y de sus besos furtivos, con los que lograba lo que se hubiese propuesto, y no cabían excepciones. Quizás sus senos fuesen más pequeños de lo que le gustase a un hombre de treinta años, ya habiendo madurado y habiendo visto mujeres desnudas, pero eso no la preocupaba en demasía. Sólo necesitaba sentir el calor de la vida…, en forma de movimientos gráciles y bien avenidos, como las manos cuarteadas de él acariciando su piel y chupando de sus senos…, antes de que la gracia la abandonara, y deseara volver a tomar sangre, extirpándosela de sus arterias. Alguien debió matarla hace mucho tiempo…, un Cazador de Vampiros debería haberla liquidado con el fin de que no desolara más el mundo… Tenebrosa reflexionaba taciturna sobre esto, encaramada a Jonathan, al que se le empañaban las gafas, y el roce de sus pieles los conducía a hervir por dentro y por fuera, y ella gemía de deleite… Cuando las furiosas embestidas cesaron y él dejó de sentirse en su ínterin, Tenebrosa retornó a ser una vampira sombría y desangelada, vacía y mustia como las flores que se marchitan. Sin él ya no podía ser ella misma, y el precio de la verdad era desorbitante.

—Buen chico —acarició la mejilla de Jonathan, y él acabó de ponerse sus ropas rajadas y se enfocó en ella, enfriado al máximo. Tenebrosa hizo ademán de darle un beso, mas luego se arrepintió. ¿Por qué amarlo, si consistía en una mascota, y nada más que eso? No debía reservarle ningún tipo de beneficio, o si no él la manipularía y se vería obligada a matarlo. Los hombres humanos eran astutos en situaciones de vida o muerte—. Largo de aquí. ¡Vete fuera de mi vista, ya!

—Está bien —convino él, rezongando, y sin volver a articular una sola palabra quiso marcharse por donde hubo aparecido, sin embargo el destino no le concedió tiempo.

Gray Doranc rugió hacia Tenebrosa Doye, al parecer enfadado por lo que había vislumbrado.

—Así que estabas entretenida fornicando con este mísero humano —hirvió de ira, y pendiente de escanear a Jonathan, se rio burlesco de ella—. ¡Zorra de mierda! ¡No sirves para nada! ¡Ni como decoración! ¡Ni tan siquiera eres tan inteligente como para elegir a los monigotes apropiados!

Jonathan, temiendo que lo matara también por considerarlo un estorbo, agarró su maletín, en donde portaba sus instrumentos médicos y quirúrgicos, y se aprestó a gestar su huida, a escaquearse raudamente. Tenebrosa se volvió hacia Gray, sonriendo feroz y felinamente.

—Inténtalo —le replicó, declarándolo armada de desafío—. No puedes acabar conmigo, pues soy más poderosa de lo que tú jamás serás.

—Te voy a destrozar —chilló Gray, decapitándola en el acto a base de un ataque marcial dado con rabia impoluta.

El sanador se quedó impactado, congelándose en el lugar; la cabeza de Tenebrosa desfiló a lo largo de sus ojos. A pesar de que se supone que al fallecer ves la vida pasar ante ti, la Noble no vio nada de esto ni de lejos. Porque ella nunca se había sentido viva. Su cráneo ajado se unió a su cuerpo descabezado y destripado, y ella se recompuso a una velocidad escalofriante, espantando a Gray, y reiterando que en efecto estaba dotada de un nivel superior de Resurrección de Vampiro. También la sangre de Jonathan, de la cual se había alimentado de nuevo, le confería energías renovadas, con lo cual pudo resucitarse a sí misma.

  • ¿Decías algo, pestilente Doranc? —se irguió Tenebrosa, flamante, aunque estaba prácticamente desnuda y cubierta de heridas que se afanaban en cicatrizar, más rápido o lento dependiendo de lo grandes que fuesen—. Te mostraré la verdadera muerte, hijo de perra.

Afiladas sus largas uñas albas, Tenebrosa se catapultó hacia su enemigo, hiriéndolo con un golpe mortífero y letal. Gray se tambaleó, decayendo; ella no lo dejó regenerarse y defenderse, ya que la había herido, por lo que fue a rematarlo, sonriendo perversamente, y echada sobre él, de unos zarpazos agudos atravesó su pecho, arrancándole el corazón, y los chillidos de sufrimiento del otro Noble transmitieron su final, y fueron lo único que escuchó Jonathan, de lo velozmente que se hubo desarrollado la pelea callejera y novelesca. Pero él no guardaba deseos ardorosos de contar lo que había sucedido, pues estaba aterrorizado, y deseaba desaparecer de la faz de la tierra.

El Vampiro Noble rival de Tenebrosa, anteponiéndose a ella, la arañó en la espalda, cortando su columna vertebral, y ella lo mató, terminando así lo que había empezado; Gray se volvió cenizas que se esparcieron al viento y ella se arrastró sobre sus entrañas, desoladoramente debilitada, frunciendo su rubio entrecejo. Trató de incorporarse y se cayó de lado. Rodando sobre sí misma, palpándose su frío cutis, Tenebrosa estaba a un paso de dejar de existir; y adivinaba que Jonathan buscaba que pereciera, ahorrándose décadas de esclavitud y de penitencia.

—No has muerto —constató él, colocándose las lentes emborronadas en el puente de su nariz—. Creía que te habías difuminado por fin, pero no lo has hecho.

Y contrarrestando cualquier nefando desenlace, y yendo contra sus principios morales –los cuales la impelían a aniquilar a los humanos-, Tenebrosa se había interpuesto entre él y el Noble, impidiendo que Gray Doranc lo secuestrara, y salvándolo de una muerte certera. Jonathan comprendió, absorto en sus reflexiones, que las apariencias engañan al cien por cien. Ella era más valiosa y buena de lo que ella misma se creía, y también la más impredecible de las hembras con las que él se hubiese topado jamás.

—Es difícil matar a un Noble —respondió Tenebrosa, y notó cómo se le pegaban las partes quebradas de su empalidecida fisonomía; al discernir tal panorama, Jonathan recobró el juicio, salido de su momentánea y efímera euforia—. Solamente los Cazadores expertos pueden gestar tal heroicidad. Dejando de lado ese escabroso tema, no te ilusiones. No dejaré que vivas si yo estoy ausente.

— ¿Qué demonios eres? —inquirió el hombre, tragando saliva—. Me inspiras un profundo miedo que soy incapaz de poner en palabras.

—Todo en mí niega la muerte —dijo Tenebrosa, juntando sus piernas, azorada por la mirada rapaz del hombre—. Hay escasos Nobles que sobrevivan a un descabezamiento; afortunadamente yo me cuento entre ellos. Al ser una no muerta, no puedo ser asesinada, aunque sí destruida de facto mediante el sol, el ajo, la plata…, y los artefactos utilizados por los Cazadores de Vampiros.

—Me gustaría estudiarte —confesó Jonathan en los postreros momentos de haber estado dadivando, confuso y atormentado por el dolor—. Y saber más de ti. Por qué no mueres y todas las características que te convierten en una integrante de la Nobleza.

—Gracias por ser tan amable conmigo —ironizó Tenebrosa, luego de ello distendió sus caninos vampíricos, que fulguraron luminosos—. No pienses que puedes utilizarme porque soy débil ahora. Jamás de los jamases me matarías.

—Voy a cogerte… —Jonathan, temeroso de ella, estaba tiritando, muerto de miedo, mas ella le sonrió, cariñosa, invitándolo a que la alzara en vuelo al extender los brazos hacia ese particular individuo—. Tendré cuidado, no te preocupes.

— ¿No te aterra morir, querido? —le preguntó la vampira, jugando con sus sentimientos y sus fútiles esperanzas.

—Sí, pero tú supones el Santo Grial, la razón por la que sabré cómo se compone la Tierra y cuál es el origen de los vampiros —contestó él mientras marchaban de camino a su casa.

Tenebrosa se carcajeó indolente, llevando una mano a su mejilla, haciendo un puchero infantil.

—Nunca sabrás quién es el Ancestro Sagrado. Ese conocimiento no te está reservado a ti…, ni a mí para variar.

—En ese caso…, ardo en deseos de descubrir tu naturaleza secretista y tus pensamientos ocultos —repuso Jonathan, besando pícaro su oreja; al depositarla en la camilla y ponerle las cinchas en los brazos sonrió llenándose de gozo, y encendió la máquina a través de la que medía las pulsaciones, controlaba la tensión y los latidos cardiacos.

— ¿Qué pretendes hacerme, Jonathan? —Tenebrosa se giró, indecisa, y se mordió otra vez el labio inferior, apresada por el nerviosismo, moviéndose adelante y atrás como un carrusel; todo le daba vueltas—. Sé gentil, querido. Ah…, ah… ¡No! ¡No me pongas eso!

—Quédate quieta, no te muevas —pidió él, y comenzó a farfullar al entender que la vampira no le haría caso—. No puedes cambiar. Eres una hija de las sombras, al fin y al cabo —dijo suspirando, y colocó una manta por encima de ella, tapándola, a pesar de que ella no tenía frío pues era una mujer maldita.

—Bien, me tomarás el pulso y ya está… —Tenebrosa lo escudriñaba atenta, y pareció temblar al ser tocada por sus manos—. Oh, cariño, no me ignores… No lo soporto… Jonathan…, hay algo relevante que he de contarte…

—Cálmate, mujer. Te tomo el pulso y te quito las correas —el médico, atemorizado pese a que la había amarrado, se puso el aparato de auscultar alrededor del cuello y le tomó las pulsaciones; tras unos segundos mirando la pantalla, parpadeó sin poder creérselo—. Los números son exactos. Es cierto. Careces de pulso. Tu corazón no late nada. Oye, ¿qué me querías revelar?

—Quisiera poder decírtelo algún día —dijo ella, incorporada, y se montó en él, colocándose aviesa en sus piernas, Jonathan no opuso resistencia—. Espero que me perdones…, he entrado en razón…, y podríamos empezar de cero…

Lágrimas de sangre corrieron a raudales por su rostro, y Jonathan la abrazó, brindándole su vitalidad y su energía.

—Bueno…, no es mal plan… Después de todo…, sólo nos tenemos el uno al otro… Seré infiel a todo en lo que creo…, y decidiré que no quiero dar fin a nuestra relación… Tenebrosa, no te vayas ahora…

—Éste es el sueño de mi vida. Estaremos juntos hasta el fin de los tiempos, y yo te ofrendaré mi protección y mi candor, puesto que te amo —sonrió ella alegremente.

Jonathan añadió entonces, encendiendo su corazón melancólico:

—Eres la diminuta luz trémula de la que carecía, y hoy y el resto de mis días te entrego mi corazón, para que lo cuides y lo guardes —le besó la mano derecha—. My little shimmer, I love you.

Y ambos se abrazaron, y fueron iluminados por el amor que regó sus cuerpos, cambiándolos y mejorándolos.

María se abrazó a Vladislaus, y él la besó en la frente.

—Te perdono, Vlad. Quiero estar contigo para siempre.

—Yo también, pollito —le dijo él, y la cogió en volandas, María rio, sonrojándose, y él disfrutó de sus risas sinceras—. Me he reinventado, y seré tu caballero leal, y te amaré por siempre. Ni siquiera la muerte podrá separarnos, amor mío.

En cuanto a Eleanor, Jake sentía que ella le robaba el aliento cada vez que sus ojos vívidos lo miraban, parándole el corazón. Puesta a horcajadas sobre el joven, la hechicera rio, y él inventó un camino invisible sobre sus caderas. Si por él fuera, se quedaría con ella por más que le perjudicase. Eleanor era el veneno que se le había metido en el alma, y asimismo el antídoto que lo curaba.

Ella se recogió el cabello rojo detrás de la oreja.

—Yo siempre te cuidaré, querido… —se dieron besos eléctricos y fogosos, y el pecho de Jake le ardió como nunca.

—Y yo a ti, nena… Te haré feliz, te lo prometo —susurró él, y se entregaron al amor que no tenía limitaciones ni reglas.

CAPÍTULO 41

EL MUNDO DE LAS SOMBRAS

Selene arribó a Oscura Chicago en el momento exacto en que anochecía. El sol se ponía en su cenit y la gélida noche reaparecía, alertando a los seres humanos de los peligros a los que se exponían si permanecían en la calle, a merced de los espantosos licántropos y los voraces y engañosos cambiadores de formas. Selene anduvo con su vestido blanco, cubriéndose las pantorrillas para evitar el frío y recogiéndose los bordes de la tela a fin de que no se manchara del barro que abundaba en las callejuelas tórridas y enfangadas de la aldea, en la que no se veía ni un alma a esas horas tan intempestivas. Todo el mundo se había recogido en sus chabolas, ocupado en rezar plegarias a Dios, y no había percibido que el dios que gobernaba sobre ellos y la Nobleza era de otra índole, indudablemente más malvado y tétrico de lo que ellos creían y estaban prestos a asegurar.

La mujer se acercó al corcel oscuro que sabía fue nombrado Medianoche, y el animal se separó de ella, piafando instintivo. Dado que su primitivo instinto de conservación estaba muy acentuado, Medianoche se mantenía apartado de las bestias que a la sazón juzgaba más horribles, criaturas grotescas que pervivían arrastrándose cual sierpes, abrigados por las sombras del Inframundo, cantando odas a la noche primigenia y a su maligno creador, progenitor de todas y cada una de ellas.

Zac se aproximó al caballo, y le inquirió:

  • ¿Qué es lo que ocurre, amigo?

Éste no podía hablar, pero entre señales corporales le contestó lo que era necesario que oyera. Selene estaba presente, y eso no significaba nada bueno. Se avecinaban tiempos oscuros. La luz de la luna despedía reflejos siniestros, iluminando parcialmente la figura rectilínea de la dama mestiza, quien sonrió abiertamente.

— ¿Luce? ¿Qué hacías ahí? No me has avisado —dijo él, acercándose a ella, sin percatarse de nada raro.

— ¡Aléjate de ella, Zac! —gritó L en ese instante, saltando al vacío, y se parapetó entre ambos, fulminando a Selene con la vista—. No te interpongas entre nosotros, pérfida mujer de las tinieblas.

—Ah, L, has cambiado mucho —Selene movió espasmódica su larga melena negra, y su boca se contrajo, formando el rictus de una afilada mueca espinosa—. Ahora incluso confías en un rastrero insecto de su tamaño. No deberías haberte vuelto tan confiada. Parece ser que gracias a tu poder oculto estás capacitada para cambiar tu destino. Qué suerte la tuya.

—Tú no pintas nada en esto, maldita —L la asesinaba con sus ojos enlutados de ira—. No jugarás con los inocentes mientras yo los proteja.

—El pobre me ha confundido contigo —dijo Selene, encogiéndose de hombros—. La confusión es irremediable. En verdad, no me hubiera importado que me besara…

— ¿Quién es ella, Luce? —preguntó Zac, observándolas sin poder fingir que no sentía estupor—. Es idéntica a ti. Vaya, si es que sois iguales. Nunca me habías contado que tenías una hermana.

  • ¡Te marcharás ahora mismo! —siseó la Cazadora, rugiente, y se abalanzó sobre su gemela.

Ésta esquivó sus estocadas, posicionándose en el tronco de un árbol. Bajó a tierra, con los ojos llameándole como teas ardientes.

—Ella es mi hermana gemela —la dhampir señaló a Selene, que se les acercaba cantando por lo bajo—. Una belleza cruel que adora servir a la oscuridad del mundo. Pero estamos enemistadas —declaró, tratando de cercenarla con su espada; Selene se volteó, poniéndose bocabajo, y le lanzó una patada que L evadió por poco; arremetió contra ella con la virulencia de un huracán, cortando su torso en dos mitades, y Selene se presionó la herida, que se le regeneró en un pestañeo— por un evento que sucedió en el pasado. Asimismo, somos distintas en personalidad. Yo no soy como ella, y ella no puede compararse conmigo. Es detestable y mentirosa.

—Ag, eso ha sido demasiado fastidioso. —Selene se estiró como un gato, y se pertrechó, riéndose al notar el rostro sudado de Zac—. No tengas miedo de mí, niño, sino de ella. Te está utilizando. Te abandonará dentro de poco, no lo dudo. Ella es así de traicionera.

—No te preocupes —le dijo L a Zac—. Nunca escuches los vocablos de la serpiente —añadió al voltearse a la sombra que se proyectaba oponiéndose a ella, rezumando falsedad por todos los costados—. Enfréntate a mí, hermanita.

— ¡Mátala de una buena vez, colega! —chilló Manos—. ¡Selene no se merece estar alentando y sobreviviendo!

—El mundo de las sombras no es para todos los que son vampiros o mezclados —parlamentó Selene, atacando a L con púas venenosas; desgraciadamente para ella, su oponente, exactamente igual a ella, siseó como una víbora y contraatacó, tirándole de los cabellos, rellena de odio punzante, y Selene quedó postrada en la tierra, gimiendo.

—Conocer en lo que nos diferenciamos nos llevó a convertirnos en enemigas al final —continuó explicándole L al joven, que se había quedado espantado—. Ha llegado tu fin, L falsa.

—La muerte y la vida no son opuestas —dijo Selene, levantándose aparentando estar recompuesta y acicalándose su larga cabellera oscura—. Igual que la mentira y la verdad, se superponen y se entremezclan. Tú y yo…., sí, somos hijas de la misma madre, siendo una misma, y nuestros destinos se conectan en estos hilos destejidos de una tela universal. Simplemente odias asimilar que somos lo mismo. La oscuridad y la luz mezclándose, la personificación de la batalla ancestral entre la luz y las tinieblas.

—No pienso repetírtelo —L la arañó con sus uñas, y Selene se rio histéricamente—. Lárgate y no regreses.

— ¿Qué hizo él por ti? —indagó curiosa Selene, reabriendo las viejas rasgaduras—. El amor es hipocresía envuelta en pañuelos de seda. ¿Me dirás que te cuidó cuando nadie más se atrevió? No, eso es imposible e impensable para nosotras y para los otros seres vivos. El mundo se rige por la ley de la retribución. Si alguien no te da lo que mereces, la relación se deteriora y se parte. Así pues, no puede existir el amor incondicional, porque no pedir nada a cambio vuelve todos los lazos insostenibles. Se trata de los eslabones que se cimentan, componiendo la majestuosa cadena del universo. Y nadie escapa a esas normas, pues restringen los movimientos de los seres y las cosas en el espacio exterior y aquí en el planeta Tierra, la casa de los terrícolas. Nos imbuimos por la sangre negra que nos define y nos supedita a la negrura…, esclavizándonos por siempre jamás.

—No huyas de la realidad —la reprendió L, soltándola inmediatamente después de que su hermana hubiera expresado su nostálgico pensar, y su adversaria se masajeó el rostro dolorido—. Acepta que el amor mueve el mundo. Tal vez no desees atender a que estás sola y mugrienta, pero ésa es la verdad. El puño más fuerte que existe. La bofetada más dura que puedo darte.

Selene abrió los ojos, y sus pupilas negras se dilataron entre espasmos intermitentes, y se sumió en sus oscuras meditaciones.

—No lo entiendo… ¡No comprendo nada! —chilló, dando la falsa impresión de que iba a echarse a llorar.

  • ¿No te da lástima, Luce?

Zac miraba a la otra dhampir, destrozado. Eran idénticas en todo, suaves y misteriosas, fuertes y oscuras. Exactamente similares la una a la otra, como dos gotas de agua.

La Cazadora, sin transigir en su argumento, permaneció impasible, apuntando a su hermana con la espada.

—Aprende las lecciones de la vida y la moraleja de la historia, niña —le recomendó Manos a la mujer frívola y ensombrecida—. Se nos concede la oportunidad de mejorar y de redimirnos. Debemos apreciar lo que es realmente importante, dejando de machacar a los inocentes.

—Puedes fingirlo y reconocerlo en la gente, pero tú nunca sentirás el amor, ni sabrás cómo se origina —dijo L cerrada en negociar, y Selene rechinó los dientes, centrada en evaporarse como si nunca hubiera existido, y de este modo se marchó, dejándoles un agridulce sabor que olía a mortandad y soledad infinitas, cuajadas de penas y desazón.

Zac se abrazó a L, dudando de si compadecerse de Selene o bien seguir los dictados de Manos y su amada Cazadora, que no escatimaron precauciones contra ella. El mundo de las sombras era, pues, un lugar tenebroso donde reinaban el caos y la insidia.

CAPÍTULO 42

EL HIELO EN TUS OJOS

L le dijo a Zac en ese momento:

—Mira, si afinas el oído, llegarás a escuchar el silencio.

—Vale. Lo afino entonces.

Zac aguzó el oído, pero no oyó nada fuera de lo normal.

—No escucho nada.

  • ¡Exacto! —sonrió burlona la dhampir—. ¡Porque eso es el silencio!

El muchacho se quedó enfurruñado, frunciendo las cejas.

—Manos y tú os habéis reído de mí.

—No protestes, colega —se rio el simbionte burlonamente—. ¿Creías que ibas a desarrollar poderes de repente? ¿Que te saldrían alas del hombro? No existe tal cosa como los hombres araña; los seres humanos son las criaturas más indefensas que hay en la Tierra.

— ¿Vosotros habéis visto algún dragón?

—He luchado contra varios —respondió L—. Son como los dinosaurios pero tienen alas. Y no escupen fuego por la boca, contrariamente a lo que dicen las leyendas sobre ellos.

—Tú eres la mejor Cazadora de Vampiros que existe, nena —la halagó él, y se sonrojó cuando ella le obsequió un beso sincero—.
Bueno, Vladislaus también es muy bueno en las cacerías.

—Supongo que es así, porque no todos los dhampires son iguales. Vladislaus, Selene (mi gemela) y yo somos los más fuertes y excelentes de los mestizos de humano y vampiro. Las más ambiciosas creaciones del Ancestro Sagrado.

— ¿Quién es ese tipo? —se interesó Zac.

L no iba a responderle, pues era un tema delicado.

—De ese tipo, como dices, no te hablaré de momento. Es un asunto complicado.

—Mejor no recordarlo —dijo Manos.

—L, el hielo en tus ojos se ha derretido. Se está desvaneciendo cada vez más —dijo Zac—. Me siento orgulloso de hacerte feliz.
—Eh, chicos, dejaos de temas amorosos ahora —intervino Vladislaus, irrumpiendo en medio de ellos, y sesgando su conversación—. Hay que planear tácticas de ataque con los aldeanos.

—Sí, vamos a ponernos manos a la obra —dijo L, separándose del chico.

—No quiero ponerme a ello… —rezongó Zac desganado.

Pero hubo de realizarlo, a su pesar. Los chicos se reunieron, junto a sus padres, sus hermanos y los ancianos de la pequeña localidad que fue denominada Oscura Chicago por sus antecesores.

L se subió a lo alto de un estrado de madera que habían colocado para ese fin, y su voz férrea se escuchó por sobre los bramidos del viento furioso, arracimada sobre los corazones y las mentes de los aldeanos.

— ¡Debemos ser fuertes!

— ¡Debemos resistir! —agregó Eleanor a voz en grito, puesta a su lado.

— ¡Debemos combatir a los vampiros! —exclamó Vladislaus.

— ¡Levantaos y luchad! —los animó la Cazadora, y todos alzaron el puño, blandiendo sus armas.

— ¡Decid con nosotros: no seremos denegados!

— ¡No seremos pisoteados! —clamaba Eleanor.

— ¡No nos negarán lo que es nuestro por derecho!

Vladislaus y la hechicera se enfebrecían, calentando sus mentes y asimismo las de los campesinos con el fragor de la batalla.

— ¡Es hora de que seáis libres! —anunció L— ¡Porque sin libertad y fraternidad no hay futuro para la raza humana!

Había llegado el momento de la revolución, y los tambores de la guerra atronaron en toda esa área despejada, encomendando a la gente a llenarse de ira. La ira es buena, porque te impulsa a hacer cosas. Y los esclavos debían liberarse para sentir que eran personas nuevamente, y que no estaban más bajo el yugo vampírico, la ganchuda zarpa de la Gran Nobleza.

CAPÍTULO 43

POR TI ME ARRIESGARÍA A TODO

—Entraremos por este lado —L clavó la uña curva en el punto que estaba señalado con una cruz en el mapa—. Debemos hacer historia, y marcar la diferencia. Habrá un antes y un después. El primordial objetivo del proyecto que estamos liderando es, objetivamente, liberar a los seres humanos y proclamar sus derechos como seres vivos. Lo demás viene solo y sin demasiado esfuerzo. Ahora vayamos a lo que nos ocupa. El laboratorio consta de ocho plantas. A primera vista, es mucho que controlar, pues es poseedor de 1.500 cámaras dispuestas en los pasillos, en cada recoveco. Tenemos que infiltrarnos y apagar las cámaras, cuantas más paremos en su funcionamiento mejor —sacando de su bolsa negra unos botes de spray, L los puso en la mesa—. Sé que esta misión parecerá divertida a los más traviesos, pero es importante que no os distraigáis y la hagáis adecuadamente. Isaac, Thomas, David, Jacob, Susan, María, Rebecca, Hannah, Esteban, Charlie, Lucas y Robert. Vosotros debéis pintar las cámaras, y lograr inutilizarlas. Por supuesto, gracias a su tecnología la Nobleza las restaurará rápido, pero esa maniobra nos dará tiempo de sobra para meternos en su edificio privado y matarlos desde dentro. Ésta es una operación muy relevante. Nada de enseñar vuestras supuestas dotes artísticas —se los lanzó y ellos los atraparon al vuelo, quedándose extrañados.

—Así que… ¿les pondremos negros sus artefactos de espionaje? —preguntó Zac, ladeando la cabeza en dirección a L.

—Tal acción se llama sabotear su sistema —sonrió Vladislaus, respondiéndole en lugar de L—. Será lo más emocionante y memorable que hagáis en esta misión.

—Bien. Los equipos están dispuestos —dijo L—. El equipo A, compuesto por Jefferson, Piper, Vladislaus y Eleanor, además de otros siete guerreros expertos, se dirigirá a las tres primeras plantas. Vuestra misión será desactivar los monitores y todo el control de la sala de mando, de forma que las cámaras no puedan ser reactivadas.

—Mientras les damos caña a esos hijos de perra —asintió Jefferson, y se pasó una mano por su cráneo desprovisto de pelo—. Sí, me parece fenomenal.

—Nos los cargaremos a todos, L. No lo dudes ni por un segundo —dijo Manos, y ella cruzó las piernas sobre su asiento.

—Los equipos B y C, compuestos por los aldeanos más mayores y los jóvenes que acabo de mencionar, se dirigirán a destruir las cámaras espía y luego se unirán al grupo A. Estad atentos, poned los cinco sentidos en llevar bien a cabo vuestras tareas. Y por favor, no os separéis de las escuadras, tenedlo presente.

Zac se acercó a ella, y besándola le dijo:

—Sabes que lo haré, nena. Por ti me arriesgaría a todo.

—Lo sé, Zac.

L se levantó, abrazándolo, y los murmullos de sus compañeros fueron remitiendo poco a poco hasta apagarse por completo. La dhampir se volvió a sus oyentes, poniéndose profesional de nuevo.

—Hoy voy a explicaros la ley de los tres estados del hombre. El proceso de evolución de la humanidad.

Ella explicó a continuación:

—Ésta es la ley de las tres edades. La ley que habla de la evolución intelectual de la humanidad. Los hombres han estado de manera inevitable obligados a pasar por la siguiente evolución. Primero, hubo una era en la que se adoraba a los dioses, o sea, un Estado teológico; segundo, fue erigido un Estado metafísico, abstracto u ontológico, en que la gente renegaba de servir a las deidades y se centraba en la ciencia; y finalmente hubo una tercera edad, en la que se construyó un estado cuyo objeto de adoración sería la ciencia, esto es, un Estado de ciencia positiva o de positividad racional. En la primera Edad, el hombre siente la necesidad ineludible de averiguar sin éxito algunos aspectos que son radicalmente inaccesibles al entendimiento humano, es decir, el ser humano muestra su preferencia por estudiar cuestiones que son verdaderamente insolubles, y para ello utiliza agentes sobrenaturales para intentar explicarlas (de manera que es conocida como la infancia intelectual de la humanidad). La segunda Edad tiene en común con el primer Estado que intenta averiguar la íntima naturaleza de los seres, el origen y destino de todas las cosas así como el modo esencial de producirse los fenómenos. La segunda Edad es considerada un puente entre la primera y la tercera. La etapa de emancipación intelectual se produce en la tercera Edad, porque el hombre ya abandona el empeño de estudiar cuestiones inaccesibles y se centra en la observación. En esta última Edad, toda ley, todo enunciado, que no se corresponda ni directa ni indirectamente con un hecho observado no puede ofrecer ningún sentido real, inteligible; es decir, no tiene valor científico alguno, porque para que uno lo tenga, se tiene que corresponder con la observación de los hechos (proceder experimental estricto). Esto es circular, lo que significa que al fallar la edad científica, regresamos al principio, a la primera Edad.

Finalizada su aclaración, todos los beligerantes fueron a dormirse, tratando de conciliar el sueño, y con la finalidad de reponer fuerzas para el día siguiente, en que se introducirían en las causticas batallas contra las criaturas ahijadas por la noche.

CAPÍTULO 44

MAGOS Y DHAMPIRES

Eleanor se giró a encarar a Vladislaus.

—Bien, sacaré mis barreras y las expandiré —de un fuerte golpetazo desplegó sus poderes, que empezaron a fluctuar en el ambiente, y los vampiros se abalanzaron sobre ella, pero la barrera mágica los repelió a tiempo, dejándolos hechos trizas—. Se ve que funciona como debería. Hay que dejarlos fritos y totalmente aniquilados.

—Soy famoso por mi eficacia en todo el mundo —dijo Vladislaus, desenvainando su espada—. Los mataremos a todos, y se lamentarán de haber nacido. No nos molestarán más. No tendremos piedad alguna con esos repulsivos seres de la noche, chupadores de sangre que no paran de asolar nuestra preciada Tierra.

Así pues, dando rápidas estocadas a diestro y siniestro y ayudados por la magia, que era una herramienta amplificadora en las manos de esos cazadores y brujos experimentados, Eleanor y su amigo y contraparte Vladislaus no tuvieron ningún problema en liquidar a los vampiros que los atacaban de tanto en tanto, limpiando el mundo de su infecta suciedad.

Por su parte, los muchachos de la aldea de Oscura Chicago, reforzados por la seguridad que confería el grupo, se apiñaban apretujándose, y le devolvieron a L los botes de pintura acrílica tras haberlos usado.

—Ya hemos terminado, Luce —le dijo Zac—. Vamos a reunirnos con Jefferson y los demás.

—No os olvidéis de las recomendaciones que os he ofrendado —repuso ella—. Vuestra vida pende de un hilo en todo momento; no empeoréis la situación a base de quedaros mirando algo o pensando en que deseáis regresar a casa. Todo a su debido tiempo. Distraerse y fallar en esta misión está fuera de lugar —les indicó, hablando en un tono incuestionable, grave y tonificado.

Zac y sus amigos asintieron y se dispusieron a marcharse, volteándose y echando a correr, pero Susan se quedó, permaneciendo parada unos instantes frente a L.

— ¿Qué se supone que haces, niña? —la reprendió Manos—. No deseo echarte una regañina.

—Nos hablas como si fuéramos soldados —dijo la chica, y L pestañeó, expulsando aire entre los dientes—, cuando solamente somos unos niños que todavía no han madurado lo suficiente como para enfrentarse a la muerte. No nos aliviarás la carga que llevamos en el corazón.

—Nadie lo hará jamás —atajó L, cortando de un tajo su resoplido; Susan parpadeó, mordiéndose el interior de la mejilla—. Pase lo que pase, es tu deber sobrevivir y superar las estrecheces que te pone la vida. El destino se puede torcer y quebrantar, pero si te tuerces por entero, no podrás enderezarte cuando lo desees. Yo sólo existo para sacar las verdades a flote, para rescataros una vez de los enemigos; en la siguiente ocasión en que te encuentres frente a la bestia será tu determinación y tu voluntad las que jueguen un papel principal, las únicas que cuenten en este duro juego de supervivencia. No hay nada más liviano y perecedero que la esperanza, que es muy similar a la fe. Las cosas que te dices a ti misma cuando te colocas frente al altar de la iglesia; las falacias que crees que te auxiliarán, empujándote a que plantes los pies en el suelo y confrontes los desvaríos de esta naturaleza la cual nos ha dado origen a todos. La oscuridad perdura eternamente, y te digo que las mentiras te ayudan a tragar un poco el dolor, mas no te lo arrebatarán. Esos escenarios incompletos y utópicos con los que sueñas al cerrar los ojos; te sonríes en mitad del sueño y al despertar, te vuelves pequeña como una hormiga, devuelta sin contemplaciones a la lógica y a la vez absurda realidad, el mundo material en el que alientas, saltas, corres y te quejas. Las farándulas por experiencia no salvan al hombre, como a un enfermo el que le asegure el médico que se repondrá y saldrá adelante, a pesar de que vaya a morir finalmente. No embrollaré más la cuestión: los cuentos no valen, son una pérdida de tiempo —su mirada oscura destelló en la nocturnidad que se acaparaba del espacio—. Conviértete en una adulta, prescindiendo de las mentiras y las verdades edulcoradas.

—Entiendo en parte lo que me estás refiriendo —contestó Susan, molesta por su gélido discurso, el cual desechaba tozudamente las emociones—. Pero no te comportas como la mujer que se enamoró de mi hermano. ¿Tú no lo amas, L? Suenas tan fría que pareces no ser capaz de amar a nadie. ¿Lo amas, o lo utilizas?

L la traspasó con su mirar negro e infinitamente compacto, como la oscuridad más profunda y verdadera, y Susan sintió que se le congelaba el torrente sanguíneo.

—Zac no sólo es mi amigo, también es mi confidente y mi amante, a él le he confiado todos mis secretos y él es el que me da calor en las noches frías y me apoya cuando me siento triste. Es más que un hombre para mí, ¿lo entiendes? Bueno, no espero en realidad que lo entiendas, pero que sepas que no dejaré que muera, jamás de los jamases me voy a contentar con que su vida siga el rumbo marcado por el caprichoso destino. Y tu Dios —señaló a Susan—, aquel al que todos rezáis hinchando vuestras rodillas en tierra y clavando los ojos en el cielo, no existe. Si acaso existiera no habría permitido la cuasi extinción de toda su raza, aunque ya veo que no piensas así y acaso no lo harás nunca, como crédula miembro de la humanidad que eres. Albergar fe o no albergarla es una decisión que los individuos deben tomar individualmente, no es algo obligatorio. No es un mandato.

  • ¿Por qué no crees en Dios? —inquirió Susan con la voz crítica.

Se había hecho más alta en todo ese tiempo, y ya no parecía una niña asustada e insegura que la miraba con la indecisión enmarcando su rostro. Ahora la miraba con desafío, como si estuviera cuestionando los miles de años de aprendizaje y esfuerzo de la dhampir. Como si su naturaleza mortal fuera la justificación de que había que recurrir a seres inmateriales para que los auxiliaran moralmente y los sostuvieran, explicándoles lo que ellos los humanos no entenderían ni sabrían jamás, porque les estaba vetada esa vía de conocimiento de lo sobrenatural.

L se encogió frívola de hombros.

—Hubo un tiempo en que yo misma fui venerada cual un dios. Un ser de la oscuridad venido de los más remotos abismos del caos. El ser al que llamáis Dios es solo el inexorable tiempo, que siempre nos pasa de largo, nos ignora, y se ríe de nosotros porque somos inferiores a él y cambiamos, y envejecemos a un ritmo muy rápido según su percepción imperturbable. Si yo no he muerto aún, es debido a que todavía no ha llegado mi hora. Y me gustaría vivirla junto a Zac, sí, lo que sea que me quede de tiempo. Resguárdate del peligro; no te demores en ello.

Marchó, pasando de largo a una desconcertada Susan por toda la perorata que le había soltado, adentrándose en las tripas replegadas y turbadoras del laboratorio heredado por la Nobleza. Ella no podía derrochar tiempo en discutir con una adolescente que ponía en tela de juicio sus experiencias y su flexibilidad.

CAPÍTULO 45

LA MUERTE VA EN TU BUSCA

Jefferson miró a Zac, y le palmeó el hombro a fin de que el muchacho le prestara atención.

—Chico, ¿en qué piensas? No te abstraigas, no tenemos tiempo para pensar. Los comandos de la señora L son órdenes para nosotros.

—Claro, yo cumpliré todo lo que ella me diga…

Zac se ruborizó por la sonrisa que le dirigió el mercenario.

—Ja, ja. Ni de coña pienso lo mismo que tú, chaval. No hay que doblegar a las mujeres ni tampoco dejarse doblegar por ellas —terció Jefferson, y le pasó su rifle de francotirador—. Ya está cargada, colega. Disparará a los vampiros guardianes en todo su torso. Es prácticamente infalible.

— ¿Y ella? —quiso saber Zac—. ¿Qué hará Luce?

—Las acciones de un dhampir son desconocidas para mí, así como para la mayor parte de los seres humanos —Jefferson exhaló un suspiro, y procedió a ajustarse los cinturones donde llevara las granadas de mano—. La señora L va a lo suyo, ella lo prefiere así. La enfurece sobremanera que los fanfarrones interfieran con su trabajo. No seas cotilla, chaval. —Se volteó a sus compañeros, señalándoles los pasos a seguir—: Bien, iremos todos a la derecha. Sigilosos como el viento al pasar. No os detengáis hasta que alcancemos el final del pasillo. Las armas deben estar cargadas de antemano.

L se hizo tangible en ese momento, alegrando a Zac.

— ¡Luce! —sus manos exudaban sudor por los guantes grises y agujereados. Notando esto, se los quitó, guardándolos en los bolsillos de su chaqueta grisácea—. Estoy tan nervioso que creo que me pondría a pegar tiros en un segundo.

—Mantén la cabeza lúcida y la sangre fría —le aconsejó ella, y se aprestaron a besarse; su brillantísimo amor opacó los murmullos de los espectadores de tan maravillosa escena, los cuales se tornaron en ininteligibles para ellos—. Voy a por el Conde Lee Doye. No les quites el ojo de encima, sobre todo a este guasón —acarició la mejilla de Zac, él se puso risueño y se llenó de exaltación. L se mantuvo fija en el mercenario jefe—. Cumplid con lo que hemos acordado.

—Así lo haremos, señora —dijo Jefferson, accediendo a vigilar a los jóvenes, que se sonreían y se miraban como pillos momentos previos a hacer sus trastadas.

—No te separes de tus compañeros en ningún momento y no esgrimas ninguna excusa —ordenó L a Zac, y él obedeció en el acto, dócil como un perro bien amaestrado.

—Sí, lo he comprendido, Luce. No te voy a decepcionar.

Ella se volatilizó en el aire cargado de oxígeno y de expectaciones heterogéneas y variadas, como un surtido de comida rápida, y Jefferson les fue indicando a sus subordinados y colegas que no se durmieran en los laureles.

—Mirad a todos lados, puesto que estos repugnantes vampiros pueden aparecerse por cualquier esquina.

Por su cabezonería, Zac se arriesgó a cambiar los planes de los caza-monstruos.

—Inspeccionaré ahora por la derecha —dijo, y todos lo miraron fijamente, entendiendo que iba directo al lado opuesto.

—No, tú te quedas con nosotros, lumbreras —se negó Jefferson tajantemente—. No vaya a ser que te maten.

—Por favor, Jefferson, déjame continuar la investigación por esa parte. Será solo un momento.

—Está bien —transijo el hombre, suspirando—. Te esperamos aquí.

La cuadrilla se quedó a unos metros. Zac subió una planta y entró en un ala deshabitada, en la que la prolífica humedad y las plantas habían arraigado un vergel en las paredes mohosas y corroídas. La puerta automatizada se abrió al ser tocada por el joven, y él entró a la habitación. Un silencio de ultratumba retumbaba en sus tímpanos, reventándolo y aturdiéndolo.

  • ¿Hola? ¿Hay alguien aquí?

Nadie le respondió, así que se salió de la estancia.

La puerta se cerró de un golpe sonoro a su espalda, con lo que se puso en alerta. El letrero descolorido decía lo poco que Zac pudo leer: sala 94, estudio y experimentación. Empuñó el rifle, girándose y oyendo los latidos de su corazón desbocado; mentalizándose de que, si un vampiro se presentaba ante él, lo acribillaría a disparos. Y como hubiera mejorado su puntería y sus reflejos, se sentía en forma y contento de poder asegurar el éxito.

Sin embargo, una presencia se fue a cortarlo, veloz y siniestramente.

  • ¿Qué demonios…?

Desafortunadamente no pudo decir nada más, porque fue herido con una letalidad y una fuerza prodigiosas que lo levantó y lo elevó sobre su propio peso. Al sentir el golpe impactando contra su persona, Zac se estampó contra la pared blanca al ser violentamente despedido hacia atrás por el rozamiento; su cuerpo se resintió y la sangre empezó a manar a chorros incesantes de su corte, producido en la zona del estómago, la cual era un área corporal muy delicada. Se estaba enfriando a una velocidad pasmosa, por lo que no le quedaban muchas esperanzas. La muerte que hubiese eludido tantas otras veces se personificó, estando frente al muchacho desamparado el rostro sonriente y malhadado del Conde Lee Doye.

Zac oyó sus ásperas y recrudecidas palabras, en tanto se le impregnaban las ropas de sangre que se ennegrecía y tiritaba, enfermándose de la frialdad que se adueñaba de su físico malherido.

—Ahora morirás, niño hiperactivo. Al fin tu sangre cálida manchará la tierra, y tu carne mortal será devorada por los gusanos y las ratas. Yo la lameré y la disfrutaré, y más cuando se vuelva añeja… ¡Éste es el fin de tu periplo, idiota! Todas las odiseas que ha sufrido L por ti serán en vano. No eres importante.

Como medida eficaz de lidiar con el dolor, Zac huyó de la realidad; su cerebro se apagó, desconectándose por unos momentos, quitando el interruptor de encendido, por tanto se sumergió en la niebla horrorosa de la inconsciencia. Nada más regresar en sí, unos minutos después, observó los ojos sangrientos del Noble que lo asediaba con su examen crítico y desgarrador. El dolor era tremendo, y lo quemaba y lo dejaba en carne viva; apretando los dientes, no aguantó más y profirió un largo aullido. El Vampiro Noble lo agarró de los cabellos, zarandeándolo e intentando someterlo. Sonreía cruelmente.

—Estoy hastiado de jugar al gato y al ratón; pero me satisface corroborar que has caído en la trampa que te puse. Te he apuñalado con tu propia hoz, la que usas para segar los campos —Zac, dándose cuenta de que era verdad, se retorció del padecimiento que estaba atravesando; pero cuanto más se movía, tanto más se clavaba la hoz en sus entrañas, descarnándolo profundamente, y desorbitó los ojos, resollando—. Sientes que ardes en el infierno, ¿verdad? Nada mal para un pecador. Eso es lo que eres, Isaac. Un maldito hijo de puta. Te estás matando a ti mismo, idiota. —Zac volvió a aullar y la sangre manchó sus facciones empalidecidas, cuajando en ellas—. Escúchate, escoria; sueltas en verdad los gañidos de un animal que está siendo conducido al matadero. Esta tortura compagina con tu trastorno obsesivo compulsivo y lo que es desternillante, encaja con tu exuberante y desquiciado carácter. Me deleitaré oyendo tus gritos de agonía, mientras languideces y te transmutas en polvo. Del polvo naciste y a él regresarás. Tu miserable existencia es fútil. Eres una piedra en el camino, una hoja que aplasto con la punta del zapato. ¿Acaso te convences a ti mismo de que L se molestará en salvarte? ¿O que tu Dios lo hará? —Zac sostuvo su acerado mirar, meneándose histriónico, y al toser escupió gajos de sangre y saliva entremezcladas, lo fulguraron sus vampíricos y malignos ojos—. Dios no existe en este mundo. Al menos, no el ser divino y piadoso que se compadecería de tu pecaminosa alma, mancillada por la vileza y la bajeza de la pena y la criminalidad. Cuando la muerte va en tu busca, nada puede impedir que te recoja en su abrazo. Como hombre mortal, estás destinado a morir. Si no lo entiendes, ése es tu problema. Sabías que tu fin estaba cerca; es inevitable que mueras. Y será en una forma tan burda y terrible, destripado como un vulgar cerdo, porque eso es todo lo que le espera a un ladronzuelo que se atrevió a robarme mis pertenencias. —El Conde no le daba a Zac la impresión de sentirse enfurecido, sino frívolo como la hiel, y lo miraba con cinismo imperando en sus blancos rasgos—. ¿Qué eres, Isaac? ¿Un cordero descarriado, un ángel sin alas o un simple sacrificio?

—Sólo soy un ser humano —susurró Zac al tiempo que se helaba todo su ser, desde la cabeza hasta las puntas de los pies, pero no se amedrentó, contrariando al Conde, y tuvo el coraje de mirarlo a los ojos—. Las sabandijas como tú no me dan miedo. Luce me ha guiado, ayudándome a enfrentarme a la hostilidad con todas sus caras, y si tengo que aguantar tu mirada, la aguantaré. Pero eres insoportable; hablas demasiado.

—Tu Dios está muerto —siseaba el Conde Lee Doye, tirando de sus cabellos hasta que logró arrancarle varios—. Solamente pervive el Ancestro Sagrado, el Shinso, el Rey Vampiro, el dueño de unos pérfidos y penetrantes ojos del color de la sangre. No eres merecedor de la vida.

—Ni tú de espetarme nada, papanatas —rebatió Zac, enardeciéndose; temblaba de frío y se le secaba la boca, pero aun así se confrontó al Noble—. Cállate de una vez.

El frío remojaba sus huesos a medida que perdía sangre, y los miembros se le fueron adormeciendo.

—El sueño de la razón cría monstruos —espetó L, rajando al Conde—. Hallaré paz si tú te mueres, Lee Doye.

El aludido comenzó a regenerarse, sonriente, y Manos se encabritó, botando espasmódicamente.

  • ¡¡Demos su merecido a esa sanguijuela, L!! ¡¡Aplastémoslo, asesinémoslo!!

Ella avanzó, sus ojos despedían chispas rojas y su aura negra pulsaba afiebrada, mientras gruñía a su enemigo, absorbiendo su sangre. Quería matar, pues lo llevaba en los genes. La pelea pospuesta acababa de retomarse, y la tragedia se desenrollaría. El Velo de la Verdad había caído…, y ya no tenían validez los misterios…, porque debía salvar a su querido Zac, empequeñeciendo todas las dificultades y enfrentándose al mismo destino.

CAPÍTULO 46

DESAFÍA AL DESTINO

—Naturalmente, tú posees una cautivadora belleza que no tiene rival en este mundo, por lo que se me ocurrió la brillante idea de dañar a tu amado campesino. Sostenía que debía ser excepcional si había conseguido enamorarte —se regocijó el Conde, mostrándose altanero e insultante porque creía que tenía ventajas, pero L no había revelado el resto de sus ases bajo la manga—. Para ser honesto, él resulta ser bastante decepcionante. No comprendo cómo arriesgarías tu vida y tu profesión por él.

L rememoró las palabras que le dijera Charlotte Woodside hacía más de seis mil años:

“L, no puedo creer que nunca te hayas enamorado. Nunca lo entenderías a menos que te enamoraras, como a mí me ha sucedido. No hay escape para la pasión que se desperdiga por mis venas, enrojeciendo mis pómulos, enalteciendo mi corazón, y descontrolando mi cuerpo. Espero que algún día encuentres a tu media naranja, y seas feliz y dichosa con la persona que estimas. El ser amado y el hecho de que te amen o tú ames no se escoge, porque lo tienes o no lo tienes. Con tu encanto, muchos hombres suspiran por ti, pero tú no has encontrado ninguno que merezca tu cariño. Deseo que obtengas el amor. Es un sentimiento fantástico e incomparable, una actitud poderosísima que cambia tu perspectiva ante el discurrir de la vida.”

—Porque yo lo amo —afirmó, y era intachable su aplomo.

—No te permito salvarlo —negó el Conde—. Porque tu amor es fantasioso y estúpido, un inservible cuento de hadas.

Se trataba de una encrucijada, un ultimátum. L sabía que le quedaba poco tiempo, así que lo apuró para salvar a Zac, que se estaba muriendo al estar herido de gravedad, concretamente en la zona del vientre. Su vida dependía de su infalible destreza y rapidez, las cualidades que ella siempre mostrara.

Pero en esta situación tan delicada L estaba perdiendo la calma por vez primera, se estaba descontrolando, y además el Conde Lee Doye, chapado a la antigua, la estaba desquiciando por su charla sin sentido y sin aprecio hacia los humanos.

—Sus vidas son tan efímeras, momentáneas y aburridas; ellos simplemente son así de irracionales y no tienen que ser nada en especial. Acaso te preocupa que un simple e inútil humano pierda su sangre, y su cuerpo y su alma en tareas vanas cuando pueden sernos útiles a nosotros los vampiros los que somos indudablemente superiores a ellos en todos los aspectos imaginables. Somos eternos, inmutables e infinitamente más bellos que los pedantes humanos.

  • ¡No me hables de eternidad! —gritó L, y viendo que Zac se moría, lo golpeó más fuerte y lo derrotó.

Las cenizas del Noble fueron diseminadas y borradas por el viento que se colaba por la ventana abierta de par en par. La sangrienta pelea había terminado al fin.

Entonces he aquí que fue a Zac y le dijo, destrozada por el dolor y la incertidumbre:

—Resiste, amor mío, mi querido Zac, aguanta, sé que tú puedes salir de esta, vamos, no es nada, voy a curarte, ¿me oyes? No te desmayes, ¿entendido? —le curó la mejilla y se la rozó con las uñas, y él parpadeó acto seguido y sonrió hacia ella débilmente—. Tú puedes con ello. Eres muy fuerte y vas a resistir estas heridas. —Puso las manos en su vientre entrelazadas y susurró con voz queda un hechizo antiguo que se llevaría parte del dolor y lo mantendría despierto—. No te duermas, Zac, cariño, no lo hagas. Vamos, tienes que estar despierto un rato, antes de que lleguen los demás y te lleven a la enfermería, y el médico te cure.

El sufrimiento le desgarraba las entrañas, se las dejaba colgando descarnadas y rotas, y su corazón estaba mortalmente quebrado y apolillado por todas partes por las aristas del amor y del horror de desconocer si iba o no a perder a su amado hombre. Ni tan siquiera una guerrera inmortal de su calibre como ella podía predecir si Zac viviría o en este caso moriría.

Zac le sonrió, sus ojos estaban vidriosos.

—Me alegro de haberte conocido, Luce. De verdad que eres una mujer maravillosa, y te amo con locura, y no me arrepiento de dar mi vida por ti, de acudir a tu rescate; ni una sola vez lo haría y huiría si puedo salvarte de los peligros que hay ahí fuera. ¿Sabes?, soy tuyo en cuerpo y alma, y espero que me perdones por haberme sacrificado por ti y lo entiendas, amor mío, eres mi sol, mi vida, mi todo en este mundo oscuro y lleno de desesperación. Me has traído la felicidad y me has hecho un mejor hombre, un humano bueno y razonable que ahora te da las gracias por haberlo amado. Si naciera en otra vez, no dudaría en arriesgarme a morir y a matar, si tú me lo pidieras, nena. Por ti haría lo peor y lo mejor de las obras.

Ella se echó a llorar al verlo debatirse entre la vida y la muerte. Las lágrimas corrían calientes por su rostro, surcando sus enrojecidas mejillas.

—El conde Lee Doye ha muerto —anunció al bajar las escaleras, acercándose a sus amigos, y Vladislaus, Eleanor, Susan, Tom, David y el resto se fueron a abrazarla, pero ella los paró.

—Eres increíblemente impresionante, L —dijo Eleanor.

—Nos has vuelto a salvar —se alegraron los muchachos, y ella se secó las lágrimas que habían cubierto su rostro apenas unos minutos antes.

— ¿Has estado llorando? —le preguntó Becky.

—No, no es nada. Estoy bien —dijo, y a fin de esquivar sus fintas se dio media vuelta, dejando a sus amigos y conocidos con la palabra en la boca.

Siempre le había supuesto una difícil empresa exteriorizar sus emociones, pero se estaba dejando arrastrar por la corriente al fondo de un cenagoso lodazal. Dejó a sus compañeros mascullar, se fue adentro de la enfermería y aunque Jonathan, que habíase presentado media hora anterior a este suceso, trató de detenerla ella lo ignoró, entrando como una exhalación en el cuarto, y acto seguido se puso al lado de Zac, que estaba inerte en la cama, apenas si respiraba. Tenía vendas y esparadrapo en los brazos y le habían colocado una máscara de oxígeno. Luce se la quitó sin pensarlo ni un segundo y lo besó apasionada en los labios. De repente Zac abrió los ojos y sonrió, fue como si ella le hubiera insuflado el aliento de la vida, cual una deidad que alienta a sus hombres creados y moldeados desde el barro, y los insta a moverse y a ser, y a pensar por sí mismos.

—Vaya, eso ha estado fenomenal.

L apretó su mano y le dijo:

—Ya no volveré a irme nunca más, Zac. Me quedo contigo para siempre.

Él intentó erguirse, mas ella con un ademán logró que se detuviera en seco.

—Eso es genial, Luce. Ya me siento mucho mejor.

Y ambos se rieron despreocupados, mirándose con inmenso amor. El amor que había roto las cadenas que circunvalaran a L. El amor que le había dado significado a su vida monocromática, eterna e inalterable, después de tantísimo tiempo en el devenir de los océanos de su destino, en el vaivén de las olas de un mar negro que constituía, según Zac, la mirada de sus ojos intensos y llenos de secretos.

Cuando Susan, Adam y Evelyn entraron en la estancia a visitar a su hijo y su hermano, respectivamente, se encontraron a L sentada en la silla, de brazos cruzados y en actitud marcial. Zac dormía acostado en la cama.

—Has aparecido raudamente, L —dijo Evelyn—. Qué sorpresa.

—Nos olvidamos de que eres la vigilante en las sombras —se rio Susan.

—Llevo aquí toda la noche, cuidando de él —L se fijó en Zac, y habló lacónica como ella fuese—. Me quedaré con su hijo, señores.

— ¿Por el resto de su vida? —se sorprendió Adam, y su mujer y él se observaron asombrados.

—Tienes que trabajar en tu tono de voz, suena como si fueras un espectro. —Susan se palmeó la frente tras suspirar, pero fue a L y la tomó de las manos—. Yo te enseñaré a modular las cuerdas vocales y mostrar mejor tus sentimientos.

—Nos quedamos, ¿eh? —Manos chascó la mandíbula—. Esto sí que es suerte, L, y de la buena. Ya nos asentamos, dejando de ser nómadas. Me mola una cómoda viva sedentaria.

—Viviremos con sencillez, no te esperes nada lujoso —respondió la Cazadora.

Jonathan le comunicó:

—Isaac se despertará en un momento. Os dejo, familia.

—Adiós, Jonathan —Adam le estrechó la mano—. Muchas gracias por tu cuidado.

—De nada.

Jonathan se marchó, con Tenebrosa esperándolo al salir de la choza, y partieron juntos en un largo y bello viaje. L rumiaba que la Noble tal vez fuese la hija del Conde Lee Doye. Le extrañaba que no hubiera matado al médico. Zac se despertó, y rasgó sus pensares más extremos y sombríos.

— ¿Te encuentras bien, hijo? —cuestionó Evelyn, y Adam y ella besaron a su primogénito.

—Hermano, estás recuperado —sonrió Susan, y se fundieron en un abrazo agradable y vibrante.

—Eres duro como el acero, colega —se exaltó Manos—. Somos felices de verte despertar.

—Estaré junto a ti —dijo L, mirándolo amorosa—. Y nunca te dejaré.

Se cogieron de sendas manos, y por fin ella sería feliz, pues había encontrado una familia que se había ganado su afecto y asimismo ella viviría en paz con ellos para siempre.

46B FINAL ALTERNATIVO EN QUE SUCEDE LA MUERTE DE ZAC

L fue junto a Zac, le sacó la guadaña con mucho cuidado, moviéndose suavemente, y le dijo con la voz sacudida por la templanza:

—Todo estará bien, ya lo verás. Te vas a recuperar. No lo dudo. Tú eres increíble.

Él la miró a los ojos y ella agarró su mano pringosa, y la apretó con fuerza contra sí. Las lágrimas brillaban en la cuenca de sus ojos, y pugnaban por evadirse.

—Luce, no me dejes aquí solo. No te marches nunca.

—Jamás lo haré. Siempre estaré a tu lado. Tu dolor se irá pronto, Zac.

Él asintió y susurró, con la voz quebrada por la tristeza, y ronca por la tos áspera de su garganta:

—No me mientas. Soy consciente de que me estoy muriendo. Quiero que sea rápido, y que tú me sostengas, amor mío.

L le dirigió una cálida sonrisa, y lo besó en la boca, que estaba llena de sangre. Zac escupió y su físico sufrió un espasmo y tiritando, hubo de quedarse quieto, mientras la vida lo abandonaba, de un tirón y sin decir adiós, su alma se fue de su carne prieta, y partió hacia el más allá, o la Nada, o la inmensidad de la oscuridad negra y terrible.

Al comprobar que no respiraba, y su corazón se había parado, L contrajo los músculos del rostro y le depositó un tierno beso en la mejilla helada. Acto seguido, le cerró los ojos. No volvería a despertarse.

—Ha muerto —anunció levantándose, tan estoica como acostumbrara a ser.

Su timbre monótono contrastaba vivamente con la guerra de vívida rabia que se fraguaba en su interior atormentado. Pero se mordió los labios y hubo de superar el sufrimiento, sobreponerse a la desdicha. Se tragó las lágrimas y las ganas de gritar, conteniéndose, clavándose las uñas en la palma de las manos, hasta que se pusieron en carne viva y sangrante, y el líquido oscuro cayó ensuciando el suelo. Pero a L no le dolió nada de esto. Tan sólo el presenciar aterrada y demudada cómo Zac se moría, y ella no había podido hacer nada para salvarlo, para impedir que diera su último aliento en medio de la oscuridad y se entregara a la muerte codiciosa que buscaba tenerlo para ella. Había cortado lazos con los humanos, por y para siempre, mediante un dolor tan agudo que martilleaba en su cabeza como nada lo hubiera logrado. Ella había perdido el control. Y el hombre que había amado ya no era nadie, y se desharía entre la niebla de los muertos. La vida en toda su plenitud había dejado de importarle. Ya se había convertido, de nuevo, en la legendaria e imperturbable mujer sombría que fue una vez, en otra época y en otros tiempos.

Se dio media vuelta, dejando a los demás abatidos y destrozados, y preguntándose porqué se marchaba. No necesitaban ninguna explicación, ni ella una excusa para desaparecer.

— ¿Adónde vas, hermana? —preguntó Vladislaus, volviéndose sorprendido hacia ella, como si le pidiera explicaciones.

—Me marcho. He cumplido mi tarea —contestó ella sin siquiera volverse, y los dejó inmersos en el desconcierto.

Una vez que Zac se hubo ido, lo supe. No tenía nada más que ver con ese lugar.

Pero nunca habría imaginado que su pérdida se sentiría tan profunda y tan horrible.

Me siento rara, y lo añoro. Añoro su compañía y sus risas. Él me daba la calidez que nunca habría creído que querría.

El mundo se vuelve tan frío y tan vacío como era antes.

Y estoy llena de dolor, pero me niego a expresarlo.

Mi silencio es la señal de que todo se ha acabado al fin.

No tengo porqué permanecer aquí con ellos.

Sin Zac, nada es lo mismo, y ahora lo sé.

Y me cuesta aceptar la dura verdad.

Él se ha ido, y jamás regresará.

Zac está muerto, pero su recuerdo aún me hace sonreír débilmente.

Me alejo de todos, de Oscura Chicago, del mundo de los hombres. Esa tierra gris que lo vio nacer.

Ahora Zac sólo vive en mis recuerdos.

Cierro los ojos y él sigue ileso.

Continúo avanzando a lomos de Medianoche, mientras me adentro más en la oscuridad de mi propio corazón.

Zac murió en el laboratorio del Conde Lee Doye, con una hoz clavada en el estómago.

Cuando lo pienso, quiero llorar.

Aunque no debería hacerlo.

Esta soledad me pesa, pues cuando estábamos los dos juntos nunca me sentía así. Es un amargo sentimiento que se agarra a mi cuerpo, y a mi confuso intelecto.

Pero debo ser más fuerte, por el amor que le profesé. Por el amor que él sintió por mí.

Su vida sirvió para acercarme a los demás, pero su muerte me recuerda que no puedo ser otra cosa. Ante su tumba, cubierta de lirios blancos, le digo que siempre lo recordaré, por mucho que me duela que ya no esté vivo. Manos dice que nos vayamos de aquí, y le hago caso, como es natural.

La lluvia cae, fina y gélida, como siempre ha hecho.

Muchas cosas han pasado. Muchas cosas han cambiado.

Al encontrarlo, ya no me sentía una criatura solitaria.

Él era mi destino, y ahora es los pasos de mi camino, que se alza frente al horizonte incendiado, como el rojo de la sangre que manaba de su cuerpo sudoroso, tiñendo sus órganos de fulgurante carmesí.

Él era el sueño de mi vida, sin embargo, no pudo quedarse, y venir conmigo.

Ya no vuelo, porque él no está a mi lado, y no espero nada de nadie.

A pesar de todo lo malo, tomaré su sufrimiento y se lo quitaré. A pesar de todo lo bueno, Zac sólo era humano, y al igual que ellos, tenía un final incierto.

Más allá de las lágrimas, me consuela saber que me esforcé en hacer feliz al único hombre que hube amado alguna vez.

Regreso al presente.

Y cazo vampiros en la noche eterna, a través de los milenios, rápida como una centella.

La caza ha comenzado.

Y yo sé quién soy.

Soy la Cazadora de vampiros L.

Deja que pase de la ficción a la leyenda.

LA CONVERSACIÓN DE L Y EQUIDNA

CAZADORA DE VAMPIROS L II

TRAS EL FINAL ALTERNATIVO

EN UN MUNDO SIN ZAC, ESTO OCURRIRÍA PARA L

L irrumpió en la estancia, donde Equidna estaba sentada tranquilamente en la mesa.

—Sabes que no podemos desligarnos del destino, L. Tu amado Zac tuvo que hacer caso a su destino, estaba obligado. Era el suyo y el de nadie más.

—Pero no tenía porqué morir en ese lugar ni en ese momento.

—No, estás equivocada. En el fondo lo sabes, por más que te duela. Una siempre lo sabe. El destino es una fuerza irrefrenable que nos arrastra de una forma inexorable hacia un punto determinado, y no nos podemos escapar de él, es como un hilo que no se puede cortar. No puede ser cambiado. Algunas personas lo llaman suerte, otras azar o Providencia. No existe tal cosa como el azar. Todas nuestras vidas están regidas por esa energía cruel conocida como el destino. Es el camino trazado en nuestra vida desde que nacemos, nos marca, y está dibujado sobre nuestra piel. Y no puede ser variado en absoluto.

—No, claro que se puede cambiar el destino.

L se sentó a la mesa con ella.

Equidna sonrió, y con las manos entrelazadas, respondió sin inmutarse un ápice:

—Lo miras desde la perspectiva equivocada. Hay que verlo como si fuese una fina línea que decide todas y cada una de nuestras acciones. Zac murió siendo humano, y es lo que fue y lo que sería antes de existir. Tú tampoco puedes dejar de ser una Cazadora. Así es la vida. Igual que yo soy una bruja codiciosa y malvada. Por mucho que intentes cambiarte, al final es en vano. Seguimos haciendo lo que siempre hemos hecho, en un sentido predeterminado desde el inicio de todas las cosas. El mundo está configurado con un fin y un origen, y siempre lo será el destino. A cumplirlo estamos destinados. El ladrón sigue robando, el asesino sigue matando y así sucesivamente. Tú seguirás cazando. Incluso nuestros pensamientos y sentimientos están ya establecidos por ese dios todopoderoso llamado destino. No hay cabida, pues, para el libre albedrío.

—No comparto tus creencias, Equidna.

—No te pido que las compartas, L, ni que acaso las creas. En este mundo, los débiles y los fuertes eligen creer en aquello que resulta favorable para ellos, y desechan aquello que no les agrada. Pero el destino es ineludible, y causa muchas desgracias el no llegar a ser capaz de entender algo tan simple como eso. La gente se desespera y muere tratando fútilmente de desafiarlo. Él nos vence, en todo momento. No deberías olvidarlo. Somos sólo sus marionetas, sus piezas en un tablero de ajedrez que él diseñó a conciencia en los principios del tiempo y del universo mismo. No es bueno soñar. Los sueños no hacen bien al hombre, sino que lo ilusionan pensando que conseguirá lo que es inalcanzable para él. En suma, son una tapadera para descargar sus miedos y tragedias varias. No sirven de nada, no tienen utilidad alguna. No ayudan a nadie, pues el destino no los ha creado, sino que surgieron de la imaginación y la mente convulsa de las personas y los otros seres vivos. Soñar sólo te ha traído sufrimiento.

—Yo le pongo identidad al destino, y está hecho a base de mis propias decisiones. Yo tomo las riendas de mi vida. Y la relación que Zac y yo establecimos no fue un sueño. Mi amor por él fue real.

—Entiendo. Eso significa que yo también puedo cambiar mi destino. Mi irremediable curso. Gracias, eso me alienta a continuar avanzando y aprendiendo. He obtenido mayor poder y sabiduría de los que imaginaba lograr en mucho tiempo. Y ese hombre al que amaste, él no se ha desvanecido. Zanjada por fin nuestra filosófica discusión de tipo intelectual, quiero decirte una cosa. Me encantaría ir contigo en tus viajes, y conocer más del mundo que me rodea.

CAPÍTULO 47

NO HAY DESESPERACIÓN NI

ESPERANZA EN UN MUNDO VACÍO

Año 3801 D.C

Todo había vuelto por fin a ser sereno y pacífico como lo fuera antaño, cuando la Nobleza y sus terribles secuaces no gobernaban sobre la humanidad, al menos no directamente, y por ello la gente vivía feliz y hacía su vida normal. En la pequeña aldea de Oscura Chicago, de apenas cuatro mil habitantes, se estaba desarrollando un escenario muy importante para la protagonista de esta historia.

Zac se removió, y Susan le protestó a voz en grito.

  • ¡Te he dicho que no te muevas, hermano! ¿Cuándo me harás caso? No tienes remedio —le clavó un alfiler más en la tela del traje y Zac se rebulló incómodo, pues le había dado en el costado—. Sabes que te pasa por moverte demasiado. Vas a reventar las costuras, y tendré que volver a cosértelo.

—Estoy tan feliz que creo que explotaré de alegría —sonrió él, y se peinó en el espejo sus cabellos alborotados—. Supongo que ninguno de nosotros se imaginó jamás esto. ¡Voy a casarme con la Cazadora de Vampiros L! Ni yo mismo me lo creo.

Y se echó a reír, alborozado, mientras Susan se ocupaba de ajustarle la corbata.

—Bien, ya estás preparado con tus mejores galas. Volveré a sentarme en las sillas, y te esperamos ahí. No tardes, o la novia te alcanzará.

Se rio pícara, y Zac se apresuró entonces a llegar al altar de la iglesia, siguiendo la advertencia de su hermana a pies juntillas. La iglesia en cuestión era un lugar estrecho y de pequeñas dimensiones, construida a base de adobe y con un techo de madera más resistente a las lluvias y la cal, y su capacidad de aforo era muy reducida, teniendo solamente espacio para cien personas. Sus padres, sus amigos y los padres y hermanos de éstos lo observaron admirados. Eleanor y Vladislaus le saludaron cuando pasó a su lado.

—Me enorgullece que seas mi hijo —manifestó Adam, y le dio un gran abrazo—. Vas a casarte, muchacho. Hazlo con honor.

—Mi niño…. Ya eres todo un hombre.

Evelyn lo besó en las mejillas y retornó a su sitio correspondiente. Los demás murmuraban el aspecto impecable y reluciente que presentara el joven. Terence le hizo una señal a su mujer, quien asistía a la bella ceremonia junto a sus hijos, de que iban a esperar a la llegada de la novia.

—Ella no tardará en aparecer —le dijo el pastor al joven—. Si estás nervioso no te preocupes, es algo normal. Un matrimonio es una unión sagrada propiciada por Dios.

Poco después, L apareció, y todos se quedaron observándola extasiados, y alabaron su delicado aspecto. L se retiró el velo blanco y se puso a caminar hacia el altar. Su vaporoso vestido blanco de encaje ondeaba suave, y su cara lucía sonrosada. Como era costumbre en las bodas, el padre de la mujer que se disponía a desposarse debía llevarla del brazo hasta el sitio señalado, pero al no tener L un progenitor (por lo menos ellos desconocían su entera y catastrófica existencia) fue Adam el que se ofreció a conducirla con mucho gusto. Una vez al lado de su amado, L le dio un toque en el hombro. Zac se giró y fue deslumbrado por su natural y casta hermosura.

—Eres radiante como el mismo sol, Luce. Reluces en la mañana transmitiendo toda tu luz.

  • ¿Te volverás un poeta ahora? Nada mal para un principiante —se rio Manos, haciendo acto de aparición en la mano enguantada de L.

—Me alegro de verte, Manos —le sonrió Zac.

—Por nada del mundo me perdería un evento tan relevante para vosotros —dijo el simbionte.

—Escuchemos al padre Terence, querido —dijo L, y ambos se volvieron al sacerdote, en tanto Susan les daba los anillos a los novios.

—Buenos días a todos, estamos aquí para celebrar la gloriosa unión entre Isaac y L —los miró a ambos, y empezó a recitar con solemnidad—: Isaac, ¿aceptas a esta mujer como tu esposa, para amarla y cuidarla, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?

—Sí —afirmó Zac vehementemente.

Terence observó a L y procedió a repetir el mismo discurso.

—L, ¿aceptas a este hombre como tu esposo, para amarlo y cuidarlo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?

—Sí —afirmó L.

—Por la gracia de Dios que me ha sido concedida, yo os declaro marido y mujer —clamó Terence, y cabeceó hacia Zac—. Puedes besar a la novia.

Y se besaron febrilmente, y todo el mundo estalló en vítores y aplausos.

Salieron de la iglesia, mientras Susan, María y Becky les lanzaban pétalos, y L le lanzó su ramo de flores a Eleanor, y ella se quedó muy contenta y besó a Jake, que también se emocionó pensando en su futura celebración. Todos los felicitaron y les desearon lo mejor. Incluso Gérard Gogreit, Julia y Alfred estaban asistiendo, y se reunieron con ellos en el posterior banquete en el centro del pueblo.

—Ya sabía yo que no me equivocaba —se regocijó Gerard—. C´est le amour. Oh Mon Dieu! Que seáis felices para siempre.

—Estáis hechos el uno para el otro —dijo Julia alborozada—. No tengo palabras.

—Voy a redactar la noticia más famosa del milenio —se emocionó Alfred, y Zac asintió vivamente—. ¡L y Zac han contraído matrimonio!

Durante la fiesta, todos comieron, bebieron y bailaron llenos de gozo, y L incluso levantó a Zac en peso, y él se asustó un poco, lo que propició las burlas de sus amigos.

  • ¡Madre mía! —exclamó David—. ¡Cuánta fuerza tiene esta mujer!

—Te has casado con una chica mil veces más fuerte que tú —suspiró Tom—. Yo que tú tendría cuidado de sus cachetadas.

—Yo creo que Zac es libre de estar con quien quiera —dijo Jake acudiendo a defenderlo, y besó a Eleanor en los labios y ella sonrió, agarrada a él—. Ya es mayorcito para que tengamos que decirle las cosas.

—Estoy muy feliz por vosotros —dijo María, y Vladislaus la abrazó con amor—. Tengo el presentimiento de que un día yo también me casaré.

—No lo dudes, mi pajarito —se rio Vladislaus—. Yo estoy presto a darte la felicidad.

L se sentó a la mesa con su esposo, y empezó a beber whisky.

  • ¿Eso qué es? —preguntó Zac, y ella le enseñó el contenido del vaso.

—Una bebida alcohólica llamada whisky. Éste se denomina Whisky León Salvaje y es muy potente. Es un obsequio de la gente de la Valla como agradecimiento por mi ayuda. No te conviene beberlo si no estás experimentado, o te hará sufrir pesadillas.

—Mejor tomo agua —dijo Zac, declinando la oferta—. Puedes beberte mucho de eso, ¿verdad? Eres extraordinaria después de todo.

—Me gustaría hacer un concurso de bebidas —expresó L su pensar, y puso un tierno beso en la faz del chico—. Ahora mismo me encuentro en un buen estado de ánimo.

—Sería un honor disputarse el premio con la Cazadora de Vampiros L —dijo Jefferson sonriendo abiertamente, y tomó asiento junto a L. Zac los observaba estupefacto—. Y más aún en el día de su boda. Vayamos a ello. ¿Quién aguantará más, tú o yo?

—Si me desafías, atente a las consecuencias. —L le pasó la botella—. ¡Atención a todos los presentes, ésta es la inauguración de un concurso nuevo! Mi palabra es firme, Jefferson. Atrévete a retarme.

—Me atrevo —admitió el mercenario, y se pusieron a beber de forma compulsiva—. Aunque llegaré a la mitad que tú seguramente.

Todos asistían con la boca abierta al descarado reto, y sorprendía bastante ver a L riéndose mientras bebía más rápido y mayor cantidad que Jefferson, y le tomaba la delantera a pasos agigantados. A Manos le divertía sobremanera el alcohol, y finalmente L ganó al hombre por veinte botellas de whisky que se había bebido a palo seco y Jefferson se había quedado solamente en cinco. Sin duda L era una mujer contra la que ninguna otra podía rivalizar en fuerza y grandiosidad, y Zac se sentía afortunado de que ella lo amara.

En cuanto a Selene, encontró a Jude unos meses más tarde de su reñida lucha contra L, y cuando él le demostró que la quería sin reservas ni limitaciones, entendió la riña que le había echado su gemela, pues la ley de la retribución se puede no cumplir si te enamoras, y como mucha gente se enamorase en todo el mundo, Selene comprendió al fin que gracias al amor se podía hallar la felicidad pura y verdadera, puesto que no hay barrera que lo frene ni dolor que lo supere, siendo una energía más poderosa que cualquier otra.

CAPÍTULO 48

HISTORIA DE HACE MILES DE AÑOS

Escenas de una guerra impía, año 1334

L caminaba por el Inframundo, el cual era un lugar desolado y tétrico, hecho a base del sufrimiento de las miles de almas que pululaban por él, atrapadas en un infinito ciclo de muerte. L agarró su espada por la empuñadura, y la blandió con tenacidad frente a ella. Encendió su presencia oscura y su aura se expandió, latiendo convulsamente.

  • ¿Escuchas a alguno de esos repulsivos Nobles? —le preguntó Manos a L, pero ella negó con la cabeza.

—No. De momento no he notado nada fuera de lo usual.

Siguió moviéndose por el oscuro espacio, horadando la oscuridad y mimetizándose a ratos con ella; gracias a su aura sobrenatural L podía pastorear a las criaturas más peligrosas, sentir la energía del mundo y la de los seres vivos. Sus grandiosos poderes le permitían asimismo conversar con los espíritus, y con sus seis o siete sentidos amplificados desde su nacimiento era capaz de descubrir al ser más sigiloso, detectar lo que no poseía orden y escuchar el silencio. Manos siempre decía que ella sola como criatura era otro asunto, y tal vez tuviera razón. El caso es que incluso a ciegas durante una larga temporada L había liquidado a los enemigos que arremetieran contra ella, y estos no notaban que se morían hasta percibir que eran cortados en dos.

Así pues, manteniéndose alerta, la Cazadora se fue desplazando con constancia por el sombrío hogar de los seres de la noche. Ciertas criaturas eran luminiscentes, porque su biología les permitía despedir haces de luz incandescentes que se desplazaban iluminando las rocosas cavidades de aquellas cuevas milenarias. Otras eran más similares a equinos, con ojos rojos y feroces y largas patas que los impulsaban a correr más de doscientos kilómetros por hora, mientras que otras pervivían flotando y saltando en el ambiente, más parecidos a alienígenas de aspecto viscoso y de dudosa procedencia. Quizás fueran parientes de Manos, quién sabe. El caso era que su estilo de vida era simbiótico, por lo que no podían sobrevivir en soledad, dejados por su cuenta, y debían buscarse un huésped duradero al que aferrarse.

En medio de las sombras, practicando sus dotes de mimetismo, L se ocultó de los amenazadores caballeros sombríos, también conocidos como caballeros espectrales, seres vestidos de negro por entero que iban montados en caballos del Inframundo. No tenían hueso alguno, de forma que sus rostros se veían más como una especie de masa nebulosa y oscura que parecía querer absorberlo todo. Eran los vigilantes del seno de las sombras, y vigilaban que nada se saliera de control. Al igual que la mayoría de los espíritus, se trataba de entidades lúgubres y hostiles, que no aceptaban ninguna clase de ayuda y que se desentendían de entablar relaciones con los demás. Se dividían en cuadrillas de ocho o bien nueve individuos, y se aproximaban hostilmente a todo aquel que les suscitase bastante desagrado. L sopesaba que eran fabricaciones creadas por el Ancestro Sagrado para establecer algún tipo de norma en aquella caótica negritud, pero no lo podía asegurar con total certeza. Los caballos oscuros de los caballeros espectrales piafaron sombríamente y éstos se fueron acercando a donde la dhampir se mantenía oculta.

—Matemos a esos despreciables tipos —dijo Manos, y se rebulló en su mano izquierda—. Nunca me han gustado los fantasmas.

—Son manifestaciones de almas que fueron encadenadas a la oscuridad hace milenios —respondió L, y desenvainó su espada, lo cual alertó a los caballeros, quienes le gruñeron desairados—. No pueden ser salvados, porque ellos mismos no lo desean.

—Tú… Eres una maldita Cazadora… —susurró siseando el caballero que era el líder de su grupo—. No conseguirás lo que quieres… Ésta es una guerra impía contra ti.

Sin responderle, L se abalanzó sobre él, cortándolo de un golpe seco y mortal. El caballero espectral se evaporó en segundos y sus compañeros se dispusieron a atacar a L; ella esquivó sus golpes dados sin ton ni son y los mató sin albergar compasión alguna por ellos, destrozando de paso varias cordilleras en ese espacio alterno y radicalmente diferente al mundo de la superficie. De todos modos, eran una parte del séquito que componía el ejército de su insidioso progenitor, el Antepasado Sagrado, y a través de combatirlos incansablemente pretendía llegar hasta esa omnipotente figura.

De repente se hizo el silencio. Inclusive todos los demás entes se habían callado, sobrecogidos por el temor que ella les inspiraba.

—Parece que hemos terminado por hoy —se rio Manos.

—No cantes victoria todavía —masculló L, y se volteó, estirando el cuello, y notando unos pasos apergaminados que se acercaban a ella en ese instante concreto—. Vienen a por mí. Los Nobles.

  • ¡Malditos sean por sobre todos los Nobles! —rugió Manos enardecido—. ¡Matémoslos, L! ¡Ahoguémoslos en su propia sangre negra!

Los Vampiros Nobles, reconocidos como sus enemigos naturales, la cercaron, prestos a acorralarla y a cercenarle la cabeza. L esquivaba sus múltiples y malignos ataques, sin embargo la superioridad numérica era un factor importante en esta ecuación. Los vampiros la superaban en número, siendo cinco, y además uno de ellos, profiriendo horribles carcajadas chillonas, atacó a Manos, desintegrándolo en el acto. L se miró la mano, que se le estaba derritiendo. Manos no reapareció, y hubo de danzar en un baile mortal con vampiros, sabiendo que era ella o los Nobles. No les dejaría ganar esa batalla, ni siquiera la guerra. El aire se llenó de partículas de sudor y de gotas de sangre que cuajaban rojizas encharcando sus blancos rasgos. Sabía que nadie podría llevarse su dolor ni liberarla de los problemas. Sólo podía confiar en ella misma. Se resintió, siendo lacerada y brutalmente mutilada por las mordidas de los no muertos. Éstos la mordieron, desmembrándola a continuación, y L fue reducida a polvo, a una sombra de sí misma; había sido asesinada, por tanto, y los filetes, los pedazos de su carne surcaron el aire, más veloces que las alas de los pájaros. Había sido destrozada de nuevo, por fortuna ya estaba acostumbrada, y podía recomponerse. Otro de los Nobles procuró aumentar sus desgracias recitando el antiguo hechizo de la Sangre Azul, que consistía en una energía azulada que drenaba su fuerza vital poco a poco, matándola horriblemente. Inclusive bajo los efectos de este cruel conjuro y sin poder contar con el socorro de Manos, L demostraría a la larga que era capaz de revivirse a sí misma en un caso necesario. No se demoró en salir de los cuerpos de los Nobles perfectamente revivida. En diez segundos exactos lo había conseguido. Se ocupó de rajar a los que quedaban con su espada, que se expandió provocándoles un corte infinito. Las cenizas fueron esparcidas y disgregadas por el viento.

Manos se resucitó a sí mismo luego de un día, regenerándose tenazmente, estirándose y componiendo una mueca en sus facciones marrones.

—Uf, he estado demasiado tiempo fuera de juego. ¿Estar tanto tiempo muerta te volvió tan loca? Porque a mí sí que me desquicia. ¿O fue porque todos esos repugnantes Nobles volvieron, apestando a sangre, y trataron de matarte otra vez? ¡No soportes tantas humillaciones! En cualquier caso, tu resurrección fue completada con gran éxito. No te has malogrado, por lo que veo. ¡Una regeneración a ese nivel es espléndida! ¡Si tuviera que escoger una palabra para describirlo, sería BRUTAL!

—Ya deberíamos irnos —dijo L, y se colgó la espada al hombro tras haberle limpiado la hoja—. Hemos estado demasiado tiempo en el Inframundo.

—No te vayas aún, hermana… —dijo una voz cantarina, y una mujer exactamente idéntica a L la agarró de los hombros, apretándoselos con fuerza—. No oses ignorarme.

— ¡Tú! —exclamó L, y la atravesó de parte a parte, la muchacha se resistió a su empuje y en su lugar se echó hacia atrás, caída en el suelo—. Eres L falsa. Mi reflejo oscuro. Pero tú no eres yo.

—Claro que lo soy, estúpida. Serás insolente —la gemela rechinó los dientes, y la pateó en la lívida faz.

L se levantó y le cortó los brazos y le aplicó sendas descargas de dolor hasta que la otra se detuvo.

—Nunca serás más de lo que das la impresión de ser. No puedes llegar hasta mí. No eres nada ni nadie.

La apuntaba con la espada, y la segunda dhampir, igualita a ella en todo lo que estuviera relacionado con la apariencia física, se rio suavemente. Su voz de contralto se acabó transformando en una risa histérica y descalabrada; arrastrándose, tratando de regenerarse, miró a su hermana.

—Me agradaría que me llamaras Selene. Suena egoísta que me pusiera un nombre si no soy nada, pero es así como me desenvuelvo. No somos opuestos, L, ni contrarios en tal caso. Somos una y la misma. Simplemente te da vergüenza admitir que estoy en lo cierto.

—Conoce cuál es tu lugar —le espetó L agresivamente—. No te metas en mis asuntos. Tu único pecado es existir. Vuelve a la mugre de la que hayas salido.

—No me hables de esa manera. —Selene trazó una aviesa mueca en su boca, que se curvó de una manera fiera—. Tú me dejaste abandonada en aquel laboratorio. Donde nacimos tú y yo. Solamente tú recibiste el amor de nuestro padre. Es una injusticia en toda regla. ¿No crees que eso me da derecho a odiarte?

—No nacimos juntas. No te conozco, y nunca he sabido de ti. ¿Por qué habría de creer en tus falsedades?

— ¡Somos gemelas, L! —Selene extendió los brazos, y se carcajeó indolente, llevada por la fiebre del poder—. ¡Debemos unirnos a fin de someter el mundo de la superficie a nuestra voluntad! ¡Gobernaremos eternas y esplendorosas en la noche de los milenios! ¡Pues ambas tenemos ese vínculo! ¡Vamos, únete a mí en mi gloriosa causa! ¡Somos lo mismo, por mucho que te niegues a reconocerlo!

—Comprendo lo que dices. —L denegó con el cráneo, rechazándola, y Selene descolgó el rictus de una mueca desgajada en su pálido cutis, y su largo cabello negro tapó parcialmente su perfecta tez—. Pero no lo comparto en absoluto. Piérdete. Espero que jamás volvamos a coincidir. Si me buscas, me encontrarás armada hasta los dientes. Y te daré caza como a un burdo vampiro más.

Selene se desapareció, semejando la niebla del mundo, y L continuó haciendo sus tareas acostumbradas, esto es, cazar a la Nobleza.

Muchos años después, L caminaba por una ciudad muerta.

Ésta es una historia de hace mucho tiempo, cuando la humanidad todavía atravesaba el revuelto y belicoso periodo histórico de la Edad Media. Ésta es la historia de una ciudad muerta de nombre Galo, que fue arrasada por la Nobleza y sus malévolos esbirros y tornada en un lugar sin amor, paz ni prosperidad, tan vacío de significado que la gente solo tenía ganas de morirse, porque ni los niños jugaban en las calles y nadie encontraba fuerzas para sonreír. Todo en Galo se caía a pedazos hasta que L se presentó en esa aldea en el momento más oportuno para ello. Recientemente había hablado con un mercader de nombre Xavier Gillespie, el cual le había contado acerca del mal estado de la polis, habiendo venido a menos. La economía no funcionaba y no venían nuevos viajeros a rellenarla y trabajar en ella. Necesitaba suministros. Xavier se lo contó todo ayudado por la frivolidad y la gentileza que conceden tanto el alcohol como el dinero. Manos solía afirmar que las monedas o la previsión de poder tomarlas volvía a la gente benévola, y se abría entonces como un libro. En resumidas cuentas, Xavier les habló de L a las gentes de Galo, y éstas se quedaron hechizadas.

“L… Debo haber escuchado tu nombre ciento una veces en el pueblo de Galo. Le pregunté a ciento una personas quién era el Cazador de Vampiros más poderoso. Oh, la mirada de felicidad en los rostros de los idiotas cuando hablaron de ti. Cómo hablaban de tu belleza, tu físico, tu espada y el aire sobrenatural que te rodeaba…, y ni una sola vez entre ciento una dejaron de mencionar tu nombre.”

Al oír tan sorprendente declaración, L se dirigió a Galo sin derrochar su tiempo. Si necesitaban que los rescatara, ella lo haría. Así era como se ganaba la vida, de todas formas. Se topó con un hombre alto, delgado y de pelos canosos, que estaba metido en una larga túnica grisácea y fumaba en pipa. Su espesa barba blanca se movía adelante y atrás y al divisarla sonrió. Sus acerados ojos celestes la escudriñaron atentos.

— ¡L! ¡A buenas horas llegas! ¡Todos están deseosos de conocerte! ¡Pasa adentro del local! ¡Se desmayarán y se volverán locos en cuanto te vean! —se rio, y soltó espesos anillos de humo que se fueron volatilizando—. Los humanos son unos niños predecibles, ¿no te parece?

—Plutón —pronunció L lacónicamente, mirándolo a los ojos—. A pesar de lo que soy, tú no te muestras intimidado ni hechizado.

—Querida amiga —respondió el mago encogiéndose de hombros—, soy lo bastante viejo para que eso me ocurra ya. No tendría oportunidades contigo. Nadie puede conquistarte. Me encantaría conocer al hombre que un día logrará que tú lo ames, pero es un sueño imposible.

Le abrió la puerta con su mano nudosa, y L se encaminó dentro de la taberna. Todos los hombres enmudecieron nada más atisbarla en toda su magnificencia y maldad. Plutón se encargó gustoso de hacer las presentaciones.

—Bueno, en todo caso, seguro que conocéis a mi amiga aquí. ¡El maldecir más guapa en la frontera, una cazadora de primer índice de la Nobleza, apóstol de los sueños de los demonios, y toda la belleza de la oscuridad en la humana forma! Qué reputación tiene, ¿eh? ¿Aún queréis que salgamos junto a ella? Os lo advierto, mi amiga L puede dividir un rayo láser en dos.

Sonaba lo suficientemente provocador como para que se echaran a temblar, pero ellos susurraron su nombre con la mente perdida en la contemplación de toda su magnífica belleza. No obstante, L se resistía a dejarse seducir por los varones, y aunque se había sentido atraída por algún varón bello a lo largo de sus viajes, normalmente dejaba que Manos comentara, poniendo voz a su pensamiento. Plutón y ella se sentaron a la mesa y pidieron jarras de whisky y de cerveza. Nada más terminarse su plato de chuletas de cerdo, Plutón se limpió las manos y le hizo su particular petición a L.

—Como ya habrás visto, la gente en Galo lo está pasando fatal. Se mueren de hambre y de pena, y como mago afanado en gestar buenas obras no puedo permitirme quedarme de brazos cruzados. Me gustaría saber si puedes ayudarlos a salir de la miseria, L. Si eres tan amable.

—No me agrada que se me queden asuntos pendientes, y es intolerable para mí albergar una deuda con nadie —dijo ella, meneando su larga cabellera oscura—. Dicho esto, te ayudaré. Con una sola condición —alzó su dedo índice, y su afilada uña blanca relució en la semioscuridad—. Que no me des paseos por ahí. Únicamente cumpliré mi deber y luego me marcharé. ¿Qué has pensado llevar a cabo?

—En el subterráneo del ayuntamiento de la ciudad se halla ubicada la mayor bodega de aprovisionamiento que tenga la Nobleza por estas regiones —respondió Plutón—. Allí guardan una cantidad notable de monedas aristócratas. Yo, que sé manejarlas, me proveeré de ellas con el fin de comprarles a esta buena gente su libertad y sus derechos.

—Y te hace falta que yo te acompañe para desactivar las medidas de seguridad, ¿no es eso? —apuntó L perspicaz.

—Exacto. Has sabido leer en mi alma. A lo que vamos, es nada más que un acto motivado por la buena fe. Nada peor o mejor que la imprudencia de un viejo que chochea. —Plutón rio y aspiró de su pipa de madera—. No te lo pido como amigo, sino como un hombre desesperado.

—Vayamos, pues. No hay tiempo que perder —accedió L, y se marcharon de la taberna.

Veinte minutos más tarde, estaban ambos frente a la gruesa puerta de seguridad. L, armándose de entereza, desencajó los goznes y la puerta se abrió con un chirrido. Entraron sigilosos. Debían sustraer los víveres con rapidez o los guardias se darían cuenta de su intrusión. Plutón observó detenidamente todos los artefactos del futuro que guardaba la codiciosa Nobleza, apilados unos sobre otros. Desde aviones enormes con motores inmensos hasta helicópteros cuyas hélices eran tan fuertes y rápidas que cortaban el viento, y un poderoso tanque militar, nunca antes vislumbrado por un ser humano, fue observado por el anciano mago.

—Me alegro de haber alcanzado los dos mil años de genuina existencia —sonrió alegremente Plutón, sin parar de fumar—. Aunque ya estoy en el umbral de mi vida.

Se aprovisionó de cuantas monedas dala pudo reunir, y miró cómo L cogía el tanque y lo aplastaba con sus propias manos.

—Qué churro de tanque has hecho —se quejó Plutón—. Esa cosa nos podía haber cubierto las necesidades. Lo has aplastado como si fuera mantequilla. Esas manos finas tuyas no encajan con tu descomunal fuerza.

—Sólo servía para matar —sentenció L, y sus ojos negros se volvieron rojos por unos instantes—. Larguémonos de este horrendo sitio.

Plutón se lo agradeció a L al finalizar la jornada, estrechándole la mano pese a las reticencias de la Cazadora.

—Muchísimas gracias, L. Te lo agradecemos de corazón. —Xavier Gillespie se unió a él, sonriéndole a L—. No planeamos volver a reencontrarnos, así que, ¡larga vida a la Cazadora de Vampiros L!

  • ¡Que nunca se apague su leyenda! —gritó emocionado Xavier, y juntos se rieron en cuanto ella se marchó, difuminándose a las luces carmesíes del ocaso.

—Una mujer extraña, ¿no es verdad? —comentó Xavier.

—Cuidado con eso, amigo —le avisó Plutón, y fumador empedernido que era, no despegaba los labios de su pipa—. Ella te está oyendo, y se puede molestar. Nunca le desagrades a una mujer que te sobrepase en poder. A fin de cuentas, ella es una mujer que ha vivido por más de tres mil años. Existirá aun cuando tu descendencia se haya muerto, y existirá mucho después. Nadie puede matarla, nadie puede anularla, pues ella es más fuerte que toda la raza humana.

Y con estas palabras reverberando en sus oídos, L esbozó una sonrisa débil y continuó su camino, hollando un país oscuro, atravesando un sendero oscuro, viviendo por y para siempre, fuera de los márgenes del tiempo y las fugaces existencias de los mortales incautos.

CAPÍTULO 49

ENTRE NEBLINAS Y MONTAÑAS

Caso Shelley, año 1427

L arribó al pueblo de Shelley montada en su oscuro caballo del Inframundo, al cual había nombrado Medianoche. Shelley era un pueblo pesquero, de proporciones pequeñas y diseminado por las cumbres de las colinas hasta llegar a tocar un puerto estrafalario en el que había dispuestos algunos veleros de mediano tamaño. Las gentes que poblaran Shelley eran analfabetas, por lo que tan sólo conocían el trabajo rudo y la pesca, y no sabían cuál era la mejor manera de interactuar con extraños. A pesar de todos los inconvenientes que L podía enumerar de ellos, habían escuchado hablar de ella, y sabían de numerosas proezas hechas por su mano, de forma que se decidió a acercarse a ese pueblucho perdido en medio de las montañas, cercado por la inmarcesible niebla.

Se aproximó a la taberna más concurrida de la ciudad. La noche había caído tenebrosamente sobre los habitantes del pueblo, y se aprestaban a refugiarse en sus garitas. La Cazadora entró en el lugar, atestado de gente, con todos riendo y bebiendo de sus jarras de vino o de cerveza con inusitada alegría y jovialidad. Al reconocerla, se quedaron mudos y espantados, no obstante el respeto los acució a mirarla con admiración. L se acercó con paso lento y acompasado a una mesa, y de golpe una mujer se envalentonó y le dirigió la palabra.

  • ¿Vienes por Cecilia, la chiquilla huérfana?

Debería haber sido una afirmación más que una pregunta, ya que L nunca dejaba casos sin resolver, pero le contestó de todas maneras.

—Eso es. Según los rumores, fue dejada a las afueras del pueblo como sacrificio.

Los miró acusadora, y ellos agacharon la cabeza y sus cuchicheos aumentaron. L se puso en una postura intimidante, enardecida.

—No es mi intención acusar a nadie de nada, mas encuentro pruebas muy sólidas contra la actuación de varios vecinos. Ayer por la tarde dejasteis a la chiquilla en el extrarradio…, a merced de las fieras y de otras sórdidas criaturas nocturnas.

—No queríamos, de verdad —balbuceó un hombre barbudo, y gesticuló como solían hacer ciertos humanos cuando se ponían nerviosos—. Esa pobrecilla…, se escapó de un orfanato y se fue a dar vueltas…, no supimos cómo tratar con ella…

L gestó un enérgico gesto que los acalló en el acto.

—No me son necesarias vuestras explicaciones. No seáis imbéciles y dejaos de mentirme. Yo descubro los engaños. Voy a salvar a Cecilia y me daréis el dinero en cuanto nos veáis entrar por la puerta.

L no les dijo adiós, volteándose y saliendo del umbrío local. No estaba desmoralizada ni preocupada, porque sabía cosas que los seres humanos ignoraban. El alcalde de Shelley, un hombre fortachón y de cara simple, liso y llano como un prado, de ideas antiguas y racistas, se le confrontó, poniéndose frente a ella.

—No es necesario que salves a esa niñita —barbotó, molesto, y escupió en el suelo—. Cecilia no tiene padres ni otros familiares cercanos y no hay futuro para ella. ¿Qué haría en este apacible pueblecito? Nada bueno, eso te lo puedo asegurar.

—Eres el alcalde, me imagino —dijo L, fijándose en el traje negro que el hombre se plisó nervudo—. Bien, yo haré lo que debo. He de rescatar a esa niña, lo quiera o no. No me importune y déjeme realizar mi trabajo.

—Tú no eres una mujer bondadosa —le espetó Albert Murtock con agresividad—. Si lo fueras, no tratarías de llevarte el alma de mis conciudadanos. Menuda falta de respeto, hm. No estoy para nada contento. Las mujeres no deben dedicarse a los oficios que les están reservados a los hombres.

  • ¿Eso es lo que dice el derecho natural? —L enarcó una ceja, cruzada de brazos, y Murtock se tambaleó, azorado—. Que sepa que está errando, y con creces. No soy amable con quienes se atreven a interferir con mi trabajo o ponen en duda mis principios. Soy una mujer, sí, y ante todo soy una Cazadora de Vampiros. Me inquieto por la seguridad de mis clientes. Y Cecilia es una de ellos.

Lo pasó de largo, sin darle tiempo a replicarle, yendo directa a por la muchacha que estaba a la intemperie, sola y aterida, dejada como sacrificio a los vampiros.

La noche se erguía con ansias de devorar todo, animales, personas y cosas en el mundo, en el momento en que L se encontró por fin a la jovencita. Ésta tenía el pelo castaño claro revuelto alrededor de su cuero cabelludo y vestía unos harapos grisáceos y marrones encima de su cuerpo tembloroso. Sus ojos de un tono castaño estaban aguosos, preñados de lágrimas incontenibles, y se volvió ansiosamente al percatarse de que era observada. En efecto, lo era, y al notar la presencia calmante de L sonrió débilmente, gestando un máximo esfuerzo por levantarse. Le temblaban las piernas, y aun así se puso en pie como pudo.

— ¿Eres la Cazadora de Vampiros L? —le preguntó eclipsada.

—La misma —contestó L sucintamente, y la examinó de arriba abajo—. Llevas todo el día afuera, a merced de la naturaleza. Tienes signos de deshidratación aguda. Tu suerte es que no hayas perecido aún.

—Soy Cecilia —le dijo la adolescente, que aparentaba como mucho unos doce o trece años—. Tengo quince años. Los cumplí hace dos días, y me sentía dichosa de estar en Shelley, donde puedo alimentarme y jugar, pero a algunos aldeanos no les caigo bien, así que me echaron a la calle al relatarles mi escape del orfanato. —Se enjuagó las lágrimas saltarinas—. Gracias a Dios que has venido. Le he rezado muchísimo con la esperanza de que alguien viniera a rescatarme, y parece que no ha sido en vano. Ahora podré volver a casa.

L le dijo la verdad, por más dura que ésta fuera, puesto que traicionaría su moralidad si la engañaba edulcorando la situación.

—Nunca has tenido una casa, para empezar.

—Pero hay gente en el pueblo que me acepta y me estima —rebatió Cecilia, frunciendo su ceño.

—No es tan bonito como lo pintas. Yo estoy adaptada a los desprecios y los comentarios plagados de desidia, y te contaré lo que debes saber. El mundo no es un lugar bueno. Y aunque tú lo seas, eso no significa que los demás vayan a serlo contigo.

—Antes creía que iba a morir… —Cecilia tembló, y se estremeció de frío—. Pensaba que si en verdad abandonaba este mundo, iría a un lugar mejor. Cálido y bello como en mis sueños. Quería congelarme en pos de que mi deseo se cumpliera… Quiero viajar a un sitio donde no existe la muerte ni el mal, ni hay pérdidas ni dolor, y soy amada por todo el mundo… Allí no hay sangre o tristezas.

—Ese mundo ensoñador no existe —repuso L gélidamente, y Cecilia se miró sus pies amoratados, señal inequívoca de que se le habían congelado—. El único mundo que tenemos es este. Te parecerá absurdo y todo un muestrario de crueldad, y aun con ello has de cargar en tu fuero interno. Soporta las penas y trata de alzarte y de vivir con dignidad. Ahórrate las lágrimas; llorar no te hará más fuerte. Los débiles y los soñadores son pasto de las bestias en este mundo cruel. Si quieres sobrevivir, debes hacerte más fuerte. Eso es todo. Te sacaré de la noche.

—Muchas gracias. —Cecilia se sorbió los mocos y se fue junto con L—. De verdad que se lo agradezco, señora L. Le debo mi vida.

—No te molestes en agradecérmelo. —L movió la cabeza—. En realidad no puedes depender de nada más que de tus fuerzas.

Volvieron a la taberna, en donde L dejó a la chica, le fue entregado el dinero, y luego se enfrentó a Murtock en el exterior, donde abundaba la noche. El alcalde se había avituallado con diez hombres, que observaron a L con ferocidad manifiesta.

—Dale una lección a ese cobarde de mierda —azuzó Manos a L—. Demuéstrale de lo que eres capaz, colega.

L se encendió, enervándose poco a poco, y se dispuso a cazar a los alguaciles tratándolos como presas en vez de como personas. Al fin y al cabo, ellos la habían subestimado. Y pagarían muy caro tal osadía. L se alzaba encumbrándose sobre ellos, atrapó a tres de los hombres de Murtock y les rajó el cuello impía y demoledora. No le importaba nada de lo que pensaran. Si no se disculpaban con ella probarían el agrio sabor de la muerte.

Murtock fue reculando, aterrado de pies a cabeza, y se arrodilló, implorando piedad. Los demás alguaciles fueron a por L, a ver si la pillaban desprevenida. Le lanzaron saetas como perdigones voladores, era una lluvia súper fuerte, pero L les arrojó un montón de abrojos, de matas de hierba venenosa, que los confundieron y les hicieron fallar el tiro. Deseaban atraparla más que a nada. No lo consiguieron, desgraciadamente, ya que la dhampir saltó sobre sus figuras y al tiempo que enarbolaba su espada les abrió los cráneos maquinalmente.

—No puedes jugar conmigo —siseó L, atendiendo a que Murtock le suplicaba piedad—. Si te metes en mis negocios, pierdes la vida.

El alcalde lo entendió y se fue corriendo despavorido. L emitió un largo suspiro y se marchó por donde hubo venido. Podía entablar un trato con los seres humanos, siempre que no fueran unos idiotas de tomo y lomo.

Manos dijo en tono sarcástico y con socarronería:

—Bueno, esto parece que no puedes creer todos los rumores que hablan de personas desalmadas y frías, nuestra querida L ha demostrado una vez más su eficacia: incluso diría que se ha quitado el sombrero con esta caza. Parece que no he perdido mi habilidad para juzgar criaturas. Ella estaba sufriendo por su pobre cliente. Ja, ha sido una buena jugada.

Travesía hacia el Mar del Norte, año 1506

Manos le dijo a L en ese momento:

  • ¿Por qué no nos embarcamos en alguna aventura? Creo que nos vendría bien descansar un poco.

—Sabes que he de realizar ciertas misiones —le dijo L—. Pero tienes razón, amigo mío, vayamos a buscar algo de paz.

Y se dirigieron entonces a Budapest, donde la Cazadora sabía que salía un barco hacia el océano Pacífico. Se apiñaba la multitud en el muelle, a la espera de que el barco llegara. L se mezcló entre la gente tratando de pasar desapercibida. Un niño arrancó a llorar al ver cómo su flauta se le había roto, y se agarró a las faldas de su madre.

—Mira, mamá. Se me ha roto.

—No molestes ahora, Piotr. No seas egoísta y recuerda que tenemos que coger este barco para llegar hasta casa. Compórtate, hijo.

L se compadeció del pobre niño y se acercó a él.

—No te preocupes, te ayudaré. Voy a arreglarla. —En unos segundos se la arregló y el instrumento no dio la impresión de haberse quebrado nunca. El niño estaba asombrado—. Aquí tienes, pequeño.

—Muchas gracias, señorita —le dijo la joven madre, de apenas veinticinco años.

L se separó de ellos y observó al buque que estaba llegando a puerto. El capitán, seguido del contramaestre, les señaló a los tripulantes que podían subir a bordo.

—Estamos preparados para empezar la travesía, señor —dijo el contramaestre, y el capitán, un hombre húngaro, asintió.

—Ya hemos dispuesto todo lo necesario para los tripulantes. Espero que se sientan cómodos y disfruten de su viaje por mar.

Los pasajeros se colocaron en sus correspondientes habitaciones, y como el barco era de pequeñas dimensiones, sólo tenía una capacidad de aforo para treinta personas. L no se integró en la tripulación en todo el tiempo que duró el viaje marítimo, que fue aproximadamente de una semana. Cundió una fuerte tormenta en el mar que lo alborotó, y la gente se preocupaba en extremo. L también notó que no era una tormenta normal; era como si las fuerzas de la naturaleza se hubiesen aliado para no dejar navegar tranquilamente a la Sirena Dorada. Subió a la proa donde el capitán azuzaba al timonel.

—Estoy virando todo lo que puedo, señor —respondió este con signos de hallarse angustiado—. Pero es inútil, las olas nos quieren arrojar al agua. Es como si hubiéramos enfurecido a la mar.

—No me lo explico —dijo el capitán apesadumbrado—. Llevamos tres días y noches completas y la tormenta no amaina. Intento que no entremos en su centro, mas parece que nos está llevando ahí contra nuestra voluntad.

—No se inquieten, yo solucionaré este problema —les dijo L, y ellos la atendieron—. Dígale a sus segundos que cuiden de los tripulantes y no les permitan salir arriba bajo ningún concepto. Si no los detengo, el barco será revolcado por unas perversas criaturas que usted ha imaginado y visto únicamente en sus sueños difusos.

—Comprendo. Nos pondremos manos a la obra. Nuestro destino está en sus manos; confío plenamente en que usted puede salvarnos. Muchas gracias por su ayuda.

El capitán señaló al contramaestre y al timonel que se marcharan abajo y él mismo se marchó a cuidar de los pasajeros y tranquilizarlos, así como a sus subordinados, respetando la decisión de L.

Ella miró a todos lados, esperando a que aparecieran los seres abisales del mar profundo e inexplorado que eran desconocidos para el común de los mortales.

Las nereidas se hicieron presentes rebullendo a Manos, y L las escaneó detenidamente. Se trataba de un grupo de mujeres de piel verde aceituna, escamada y resbaladiza, cuyos ojos eran negros y estaban recubiertos de una pátina brillante, y cuyos dientes eran pequeños y tan afilados como los de una navaja. Sus manos palmeadas se pusieron en el suelo, y encorvadas sobre sí mismas, le gruñeron a la dhampir.

La mayor de aquellas terribles mujeres marinas, hijas de los dioses oceánicos y belicosos, líder indiscutible de sus hermanas, atravesó a L con sus oscuros ojos.

—Eres la Cazadora de Vampiros L. Hasta en las profundidades ignotas del océano hemos escuchado sobre ti y tus heroicos actos. Oh, quizá seas mucho más antigua y poderosa que nosotras, pero no puedes doblegarnos.

L lo sabía bien. Las nereidas se caracterizaban por ser unas criaturas indomables y crueles que no se sometían a nadie. Vivían para disfrutar de su libertad, y no tenían señor o amo por encima de ellas.

—Me llamo Nea, si eso te importa.

—Soy fiel a los protocolos —repuso L—. Y bien, me gustaría que me aclararas a qué habéis venido exactamente. Soy amable con aquellos que no tratan de humillarme. Y también con los que no devoran a seres humanos inocentes.

—Vaya, no quiero meterme en peleas innecesarias —sonrió Nea descubriendo sus blancos y regulares dientes, alineados a la perfección en su mandíbula—. Si no te hemos descuartizado aún, es porque conocemos de lo que eres capaz. Pero mis hermanas no están contentas de que te metas en nuestro camino. Nuestra única pretensión es matar unos cuantos humanos y saborear sus corazones y vísceras aún calientes; aparte de eso, no queremos molestarte.

Nea se apoyó sobre sus piernas, y sus largos mechones de cabello verde oliva taparon su torso desnudo. Las otras nereidas rieron con una risa histérica, como la de una hiena, manteniéndose tiesas por todos los movimientos de la dhampir.

—Podemos hacer un trato —dijo L—. Y será justo, te doy mi palabra. Si ambas sacamos beneficios, te dejaré marchar. Si, por el contrario, insistes en matarlos, tendré que asesinarte.

—Dime qué tipo de acuerdo sería —siseó Nea, y sus colmillos refulgieron ferozmente en la oscuridad del mundo.

—Un contrato de trabajo —especificó L—. Vosotras me informáis de todo lo que suceda a lo largo y ancho de los mares y yo al mismo tiempo os garantizo que estáis bajo mi protección.

Nea se echó a reír, aunque L ya lo predecía.

  • ¿Para qué necesita una cazadora tan potente como tú que nosotras la informemos de las cosas que ocurren en el mar? No es tu terreno precisamente.

—Exactamente por eso me vendría de perlas vuestra sabiduría ancestral —contestó L.

—Estoy considerando tu oferta. —Nea se recogió el cabello lacio y oscuro detrás de su oreja escamosa—. Reconozco que me resulta la mar de tentadora. —Esbozó una amplia sonrisa y empezó a menearse con impetuosidad—. Estoy de acuerdo en ofrecerte mis conocimientos. Y tú a cambio nos protegerás. Ahora y dentro de varias eras.

—Es una promesa —dijo la Cazadora—. El trato está cerrado.

—Bien. Me quedaré con hambre y olvidaré las suculentas carnes que se hallan en este lugar flotante —dijo Nea, y con risas escuálidas sus iguales le susurraron que deseaban desaparecer.

Nea hizo un sutil movimiento craneal hacia L, tan salvaje y primigenio como fuera su hermoso cuerpo del que se exudaba una maldad antigua como el mundo, y se zambulló en las aguas negras y turbias, dejando que el barco remontara sobre el curso de las olas. Así, de esta manera tan arriesgada L había logrado salvar a otros clientes y superado ese punto de inflexión, porque ninguna otra bestia podía oponerse a ella.

CAPÍTULO 50

RITUALES SANGRIENTOS

Lo Divino y lo Profano, 1588

Cuando Tina tenía diez años, debido a los azares del destino, y como además era una niña curiosa que gustaba de jugar en la calle, fue secuestrada por un Vampiro Noble llamado Marqués Venessiger, y éste la llevó a su fortaleza privada, la cual era denominada Castillo Gravinia. Desgraciadamente la chiquilla no pudo escapar del castillo debido a la estricta vigilancia que ponía el Noble, y se mantuvo allí encarcelada durante ocho largos y ásperos años, presa de la inquietud y el pavor.

No hacía más que rezar a Dios para que acudiera algún salvador, y he aquí que para su fortuna llegó un comerciante de nombre Benny Viper, el cual era un hombre delgado, de mediana estatura, de pelo castaño claro largo hasta los hombros y que portaba el clásico atuendo de un comerciante: esto es, una larga túnica de vivos colores y un gorrito verdoso a juego con su ropa. Benny no era demasiado fuerte, ni demasiado valiente ni un escalador nato, ni tenía talento con el que esgrimir armas y salvar a la gente, pero sí poseía un oído muy agudo y podía escuchar, si se concentraba, los sonidos de la naturaleza y conversar con los animales, a los que adoraba, de forma que escuchó llorar a la chica desde abajo, y se armó de audacia a fin de ayudarla.

Tina se asomó a la ventana y distinguió a un hombre joven que le hacía aspavientos con las manos. Extrañada, quitó los cerrojos y trató de abrir la veranda; se ayudó con una pinza del cabello y consiguió que las herméticas puertas se abrieran y salió al balcón.

  • ¡Eh, pequeña! —Benny se estaba dejando la voz en pos de que ella lo escuchara, y no fue en balde, pues Tina lo escuchó alto y claro— ¡Espera, que voy a liberarte de esa prisión!

Entonces, con arrojo y garbo, Benny le lanzó una larga sábana colorida que Tina atrapó entre sus dedos temblorosos. Instintivamente supo que tenía que bajar y se agarró a la sábana y se deslizó como si fuera la tela un tobogán, y Benny la recibió sonriente. Tina le devolvió la tela y le sonrió, aliviada.

— ¡Estupendo! —dijo Benny, y le señaló su carro de cargo, en el que portaba todas las telas que esperaban a ser vendidas—. Súbete y nos marcharemos al galope, muchacha.

—Muchas gracias, señor —dijo Tina al sentarse a su lado, y Benny ensombreció su clara mirada—. Usted me ha rescatado, es todo un héroe.

—Llámame Benny, soy solamente unos pocos de años mayor que tú. ¿De dónde vienes? —le interpeló, una vez que conoció un poco más sobre ella y hubieron recorrido unos siete kilómetros de trayecto.

—Provengo de Barnabas —respondió la muchacha, y sus ojos, uno verde y el otro azul, se estremecieron de pavor, al tanto que se mesó sus rubios cabellos—. No me creo que haya escapado con vida de ese horrible lugar.

—Barnabas está a unos cincuenta kilómetros de donde nos encontramos —dijo Benny con gravedad, y señaló las estrellas que refulgían en la noche—. Aun si nos guiamos por las constelaciones, tardaremos 3 o 4 días, como mínimo. Eso si no somos asaltados por los ladrones que se apostan a la vera de los caminos. Tendremos suerte si no nos desvalijan. Conozco a tu familia —añadió, estudiando el rostro de la adolescente—. Tu padre es panadero, si no me falla la memoria. Debemos llegar en ese tiempo a Barnabas, o tu familia se marchará de la ciudad.

— ¿Cómo es eso? —se angustió Tina—. ¿Es que ya no me buscan?

—Creen que estás muerta —dijo Benny—. Lo siento, de verdad que es triste pensarlo, pero muchos no piensan de forma optimista.

Por el camino, pasados más de veinte kilómetros, Benny rumiaba si contratar a los hermanos Boyer.

—Son unos cazadores de bestias muy sagaces y forzudos —le explicó a Tina—. Seguro que nos protegerán.

Sin embargo, los hermanos Boyer no dieron signos de vida, y Benny y la chica se desanimaron. La oscuridad los atrapó en su grueso manto, amenazadora. No obstante, sucedió que se toparon con L, quien iba a la misma ciudad que ellos por motivos de trabajo. Benny se emocionó al encontrársela de nuevo.

—Ella nos auxiliará, no estés preocupada —le dijo a Tina, y su carromato se aprestó a acercarse a L, que dio muestras de sentirse algo incomodada.

Los hermanos Boyer aparecieron de sopetón por una esquina del sendero, sorprendiendo a Benny.

— ¡Seréis malnacidos! —los insultó éste—. ¡Os había tomado por salteadores!

—No te mees en los pantalones, amigo —dijo Quincey, riéndose, y Morris sonrió a Benny burlonamente—. Somos nosotros.

—Venimos siguiendo a L —explicó Morris—. Desde hace unos cuantos tramos.

—Eso ya lo sabía —refunfuñó ella—. No sois tan silenciosos como os creéis.

Tina se presentó a L diciendo:

—Hola, soy Tina. Tú eres la gran Cazadora de Vampiros L, ¿verdad que sí?

—Lo soy —le contestó ésta—. Y tú eres Tina, la niña que fue secuestrada por el Marqués Venessiger.

El grupo se metió en la profundidad del Bosque Negro, un lugar terriblemente negro y maligno en que moraban criaturas de índole primigenia y perturbadora. Nadie salía vivo de allí, pero los cazadores y Benny Viper tuvieron la esperanza de lograr salvar sus vidas, porque L estaba con ellos, protegiéndolos. L percibió que la niña estaba embarazada, o bien podía estarlo. Tampoco había que ser un lince para enterarse, pues le daban mareos continuados y jaquecas, y perdía el rubor de las facciones; y se enfurecía sobremanera si los hermanos Boyer le contaban chistes. L redujo las distancias con ella, mirándola al haberse puesto la joven en la hierba.

—Estás encinta, con toda probabilidad —le comunicó, y Tina no derramó por un pelo el té que se estaba bebiendo—. Habrás notado los cambios que se han producido en tu cuerpo en las últimas semanas, ¿no?

— ¿Sospechas que me ocurre algo como eso? Yo creía que estaba enferma —se asustó la jovencita, poniéndose pálida como la cera.

—Sospecho que algo raro te ocurre en estos momentos —dijo L, cerrando los ojos—. Todavía no te daré un pronóstico cien por cien válido.

Más tarde de los eventos acaecidos en el Bosque Negro, L llegó a deducirlo sin temor a equivocarse. La niña estaba, pues, desarrollando una nueva vida en su interior. Las preguntas se agolpaban en su mente. ¿Quién fue? ¿Cómo fue que la forzó? Y más importante, ¿por qué? Normalmente los Nobles no embarazaban a las mujeres humanas, sino que depredaban en ellas.

Sus dudas deberían esperar a ser resueltas, puesto que se vislumbró en el horizonte la silueta del Desierto Viviente, un sitio peliagudo cubierto de dunas donde habitaban los Hombres Inmortales, asesinos caníbales que, se decía, se vestían mediante la piel de sus víctimas.

Benny al principio quiso contratar a los hermanos Boyer, pero cambió de opinión y contrató a L en su lugar.

— ¿Por qué nos haces esto, tío? — protestó ruidosamente Quincey—. No es justo, somos tus leales amigos y te estamos protegiendo.

— ¿No nos vas a contratar? —Morris lo sacudió de los hombros, violento—. Después de todo lo que nos hemos arriesgado por ti.

—Sois bastante pesados, colegas. —Benny arrugó el ceño, defendiendo su postura—. Prefiero contratar a L. Ella no da la lata, en cambio vosotros sí.

—Demonios —mascullaron ellos, y se retiraron.

—No —se negó L, lo que desilusionó a Benny y desmoralizó a la pobre Tina—. He de terminar unas gestiones relevantes en la ciudad.

Coincidencia o no, un único camino llevaba hasta Barnabas, y los otros acabaron siguiéndola de todos modos, logrando que los protegiera de los peligros del Desierto Viviente. A lo largo del viaje, Tina sintió curiosidad por que L fuera una dhampir y por lo que podría tener que enfrentar. Al principio, L ignoró a los curiosos, pero finalmente se entusiasmó con la chica, sintiendo su necesidad y teniendo una buena razón para su curiosidad. Aprovechó esta oportunidad para aprender lo que pudo sobre lo que ocurrió a cambio de la información que pudiera proporcionarle acerca de ella y los dhampires en general. Por lo que entabló sendas conversaciones con la joven, y le dejó muy claro a lo que se enfrentaría en el futuro.

—Dado que es “su hijo”, el niño será de todo menos un dhampir ordinario —le dijo, tras haber recabado los datos sobre el Marqués Venessiger, habiéndose comportado Tina de una manera más honesta y comunicativa—. Debió de ser atroz lo que te hicieron. Mas quédate tranquila, porque te regresaremos a tu familia y ya estarás a salvo.

Luego de tres días, el grupo llegó a Barnabas y Benny Viper envió a Tina de regreso con su familia, tal y como hubo prometido. Desafortunadamente, su presencia no fue bienvenida y se escapó de ellos. A lo que L se sorprendió de que Tina diera con ella en plena noche gélida, sola y al borde del congelamiento.

— ¿Qué haces merodeando por aquí? —la interpeló.

—Busco…, busco un refugio seguro —murmuró la chica, temblando y tiritando a más no poder.

L suspiró resignada y la dejó pasar a su cabaña, que tenía alquilada con el fin de residir temporalmente en ella, mientras obraba sus misiones.

—Pasa, pequeña. Te vas a congelar si te quedas fuera.

—Gracias, L, de verdad.

Tina entró y esperó a que L cerrara la puerta detrás de ella.

—Siéntate —le dijo la dhampir—. Te daré una manta.

Y la arropó afablemente con una. Tina se quedó sentada en el sofá, ya mostrando una expresión más relajada.

—Te estoy inmensamente agradecida por el favor que me has hecho, L —le sonrió la muchacha—. Sin tu ayuda me habría muerto de frío, y temo por la vida del bebé. ¿Tú no tienes frío?

—No te preocupes por mí, yo estoy bien. Lo importante es cuidar de tu salud y la del niño.

—Te comportas como si fueras mi familia —dijo Tina, y se entristeció de repente—. De hecho, haces lo contrario de lo que ellos harían. Mis padres y tíos se horrorizaron cuando regresé y les conté que estaba embarazada. En cuanto lo supieron, me retiraron la palabra, y decidí escaparme de Barnabas esa misma noche en que llegué.

—Ahora que te encuentras mejor, tienes que contarme todo lo que sepas. Todos los sucesos que recuerdes que has vivido entre las paredes del castillo Gravinia. Tómate tu tiempo.

—Bueno, cuando el Marqués me raptó, me durmió con un hechizo soporífero, y estuve mucho tiempo durmiendo. Cuando desperté, habían pasado unos días y estaba en una habitación espaciosa, lujosa y tétrica, llena de sombras. Me traían sus silenciosos siervos la comida todos los días, y también la bebida, y la reponían si escaseaba, de modo que no me permitían acompañarlos o seguirlos en ningún caso. Nunca logré que el Marqués me dejara salir a menos que fuera al baño o al balcón, que cerraba inmediatamente al caer la noche, para evitar mis posibles intentos de fuga. El Marqués no venía en todo momento, y yo me hallaba en completa soledad, y no poder hablar con nadie me angustiaba sobremanera. Sólo una vez me escabullí y entré en el salón, donde vislumbré entre asustada y asombrada muchos retratos de vampiros importantes, creo que eran Nobles anteriores al Marqués, pues estaban muy limpios y brillantes. Él me pilló y me volvió a encerrar. Crecí poco durante esos años de tormento, y llené mis almohadas de lágrimas incesantes. Pero no me rendí, y no perdí la esperanza de que alguien algún día viniera a rescatarme, y al final y por fortuna, sucedió lo que ya sabes. Como el Marqués tardaba semanas enteras en volver al castillo, me hice con las llaves de mi cuarto en un momento en que lo distraje parloteando y me escapé aprovechando su ausencia. Sabía que mi suerte no duraría mucho, y mis excusas eran en verdad inválidas, así que agoté mis horas de aburrimiento leyendo libros antiguos, y repasando las motas de polvo de los antiguos muebles en aquel salón desierto, a excepción de mi persona. Y entonces fue cuando me tropecé con él, en ese instante en que lo vi, y nuestros ojos se cruzaron. Dado que había asimilado que mi captor no retornaría en un tiempo bastante largo, me sobresaltó su llegada. No me lo esperaba, y él aceleró mi corazón, pero no en el sentido romántico que una le atribuiría. Él no era un vampiro vulgar, sin embargo, no se trataba del caballero heroico y amable que yo había imaginado en mis noches de vigilia. Mis esperanzas se evaporaron de un soplo cuando él se aproximó a mí, y comprendí intuitiva que me había equivocado de lleno. Jamás podría escapar de su mirada de honda y densa oscuridad. Era tan profunda y tan terrible como el mismo mundo, y la noche palidecía comparada con la inmensidad de sus ojos negros… Y recordé el retrato que había contemplado anteriormente en ese lugar, el de un vampiro más poderoso que cualquier otro… Había sido una ilusa, y había olvidado que él me vigilaba…, que nunca obtendría la ansiada libertad… Él imponía con su sola presencia…, pero no estaba siempre…

—Entonces, no estabas sólo siendo controlada por el Marqués, ¿no?

—No… Había otro, observándome en todo momento… Era más alto que el Marqués, y más regio… Nunca vi su rostro, pero… Tenía los ojos rojos ardientes. Como joyas en llamas… Eso estaba dibujado en el cuadro…

  • ¿Qué tipo de ojos eran? —preguntó L, sin preguntar en absoluto qué tipo de hombre era.

Tina respondió en un segundo:

—Ojos de un rojo brillante y penetrante…, rojos como rubíes refulgentes… Ojos que parecían beberme, en cuerpo y alma… Todo lo que tenían que hacer. Lo que hizo fue echarme un vistazo…, y luego ni siquiera pude pensar… Ahora que lo pienso, eran algo así como los tuyos. Me pregunto por qué es así. Oh, ahora lo sé… Porque parecían terriblemente tristes…

L frunció el ceño, y se echó hacia atrás en la silla. El relato de Tina confirmaba lo que ella había sospechado desde el principio. Que era él, el Ancestro Sagrado, el operante en las sombras, el que había plantado su semilla en esa niña, haciéndola portadora de un nuevo dhampir, un mestizo de su linaje extenso y primigenio.

—Si es verdad todo lo que has narrado, Tina, en ese caso sabemos bien lo que te hizo. —L se levantó y le apoyó una mano en el hombro a la joven, ésta la miró sorprendida, pidiéndole una respuesta a sus numerosos interrogantes—. Él abusó de ti, ¿no es eso cierto? Y tú ni siquiera pudiste defenderte, pobre de ti… ¡Ese maldito bastardo!

Tina la observaba sin comprender. Los ojos de L refulgieron enlutados por la rabia.

  • ¿Qué es lo que fue, L?

—El niño que llevas en tu vientre es su hijo, ya no me cabe la menor duda —afirmó la Cazadora, y se retiró del lado de Tina, que procedía a procesar la información paso a paso—. Y por lo tanto, no será un dhampir ordinario. No te preocupes, los niños dhampires, en general, suelen ser bastante considerados, aunque hay excepciones, naturalmente. El tuyo tardará en madurar unos nueve meses y diez días, y sabrás que es un dhampir en las semanas donde se dan las primeras indicaciones. El niño será débil a la luz del sol, y deberás hidratarte y alimentarte en exceso, pues él se nutrirá de tu sangre y el calor de tu cuerpo, y es peligroso quedarte sin comer durante largas franjas horarias. Por lo demás, deberás cuidarlo como si fuera un bebé humano, no obstante, no escatimes gastos en cuidarte tampoco a ti, es esencial que estés fuerte y sana para aguantar este periodo. Él va a cambiar tu vida provocando un gran impacto en ella, te lo aseguro. En fin, supongo que hemos hablado suficiente. Ya es tarde, y la noche va envejeciendo. Te traeré algo de cenar y te acostarás y dormirás, no te inquietes, mañana ultimamos tu partida y el resto de cosas pertinentes. Duérmete, y procuraré que tengas dulces sueños, Tina.

Mientras ambas se despedían, L obsequió a Tina con un boleto de carruaje que debía llevarla a otro país, inclusive a otro continente, a salvo del Ancestro Sagrado y sus temibles esbirros, y antes de darle la espalda L le sonrió con afecto.

Unas pocas semanas después de haber acontecido el rescate de Tina, L se dirigía a la costa, a las dunas arenosas de la playa, a fin de proveerse de la información necesaria que podían darle las nereidas. Encontró a Benny Viper sonriendo ampliamente. Éste se tocaba su cabello claro, ya más corto de lo que fuera en otro tiempo. L lo miró de reojo, sopesando lo que le diría.

—Me hacía falta un cambio de imagen —dijo Benny, aunque L no le había hecho ninguna observación—. Los hermanos Boyer dicen que estoy más fresco y más viril… No sé si me entiendes. —Enrojeció—. No quería decir eso. Perdóname.

—No hay nada que perdonar. No me has ofendido —dijo la dhampir—. ¿Qué es lo que quieres, Benjamin?

—Nada en especial. Sólo me gustaría acompañarte a tus tareas. Podría servirte como asistente.

—No necesito ayuda de nadie —repuso L, cortando su buena disposición—. Además, voy a reunirme con gente peligrosa. No te convendría acercarte.

—Por favor, L. —Benny juntó sus manos, implorándole—. No haré ruido, te lo juro. Seré más sigiloso que una serpiente y más mudo que un pez.

—Tú te lo has buscado —le dijo L alzando una ceja—. Te convertirán en tu presa en menos que canta un gallo.

Benny la miró sin entenderla, pero no se arredró y la siguió. Pisando la playa, se descalzó, despojándose de las babuchas.

—Guau. No me habías dicho que ibas a nadar. Yo no sé, y mi hermano Otto (que es nueve años mayor que yo, dicho sea de paso) no se ha molestado en enseñarme. Qué dura es la vida.

Las nereidas se manifestaron sombrías, y los lamentos del joven se transformaron en chillidos.

— ¡Mujeres del mar! —chilló copado del terror—. ¡No puedo creérmelo! ¿¡Qué es lo que está pasando?!

—Oh, mirad lo que tenemos aquí, chicas. Un jugoso humano de escasa edad. —Nea se carcajeó, insensible como la bestia malévola que era, y se acercó reptando hacia Benny, que temblaba a punto de convulsionar—. ¿Nos lo has traído como recompensa?

—No forma parte del trato —zanjó L—. No lo toques.

—Tú no eres nadie para decirme lo que hago o dejo de hacer —le gruñó Nea, furiosa, y se echó encima de Benny, contoneándose sensualmente. Sus largas uñas se desplazaron por su aterrada cara, y Benny se fijó en lo hermosa que era ella—. No, tranquilo, seré buena contigo. Mi nombre es Nea. ¿Cuál es el tuyo? —se separó de él, librándolo de su mortal agarre—. Me he quedado prendada de ti. Me gustas, querido —lo besó en la boca y Benny se incorporó entre traspiés, dando trompicones en repulsa.

—Haz lo que te venga en gana —se resignó L—. Cuento contigo para que mantengas el mar libre de secuaces de la Nobleza.

—Yo…, creí que me mataría —farfulló un estremecido Benny, y Nea tiró de él hacia ella, volviendo a besarlo.

—Te llevaré conmigo al mar —le susurró—. Y tendremos muchos hijos…, porque haremos el amor todo el día.

—Es una propuesta seductora —admitió Benny, y soltó una risa nerviosa—. Lamento decírtelo, mas me decantaría por quedarme en tierra firme. No soy buen nadador, y me ahogaría en el océano.

—Yo te protegeré —prometió Nea, y se sentó encima de él, echándolo sobre la arena—. Por siempre. Me interesas mucho.

—Te amo, a pesar de que parezca un poco rápido —dijo Benny, y se fundieron en besos apasionados—. Quédate conmigo, Nea.

—No tengo todo el día —coligió L, hastiada de su numerito de temática amorosa—. Idos a otra parte a engendrar hijos y tal.

Nea se quedó finalmente junto a Benny Viper, y las nereidas continuaron sirviendo a L, por lo que todos quedaron conformes.

CAPÍTULO 51

LA MARCHA DE LOS MUERTOS

L contra la Duquesa Mariam

y el Señor Oscuro, año 2778

L estaba reunida con la Nobleza, y los Vampiros Nobles miraron cómo ella se subió al techo y entonó la canción del dhampir.

Esto fue lo que cantó L:

Mira, ahí camina altivamente.

¿No vas a venir a conocerme?

Un dhampir, un dhampir viene,

Y la gente tiene terror.

Un cazador de vampiros,

Un ser nefando

Anda entre los hombres.

Llamas a los demás,

Para que vayan contigo.

Si ves a un dhampir venir,

Sabrás que el mundo se está acabando.

Yo sé muchas cosas, algunas aterradoras.

Yo he vivido mucho tiempo,

y tengo inmensa sabiduría.

Sé que se acerca tu final.

Lo presiento.

Puedo hablar con la muerte,

puedo distinguir su blanca faz.

¿No vas a ir

A mi lado,

No vas a partir,

Antes de que

Sea demasiado tarde para ti?

Un cuervo vuela bajo

En la noche oscura

Bajo los árboles muertos

Cuelgan miles de secretos

Los muertos pueblan

el mundo al otro lado

No hay gente viva

En el más allá

Si cruzas el río negro

Ya no volverás

No quedan esperanzas

En un universo

Donde se mueren

Las estrellas

No hay belleza

En un cielo sin luna

El sol no fulgura más,

Lo ocultan las nubes

Y las brumas tapan

La Tierra y sus gentes

Cosas terribles suceden

Al caer la noche.

Cuando la luz

Se haya ido,

Será el imperio

De la oscuridad.

Hay seres horribles

A los que debo servir.

No tengo alternativa,

Pues de eso he de vivir.

No me esperes, y

No sigas mi camino.

Mi destino es indescifrable,

Y mi alma es

Más oscura que la pez.

Si te hechizo

Con mi negritud,

Dejarás de ser tú mismo.

Cosas extrañas ocurren

Al anochecer.

Bajo un cielo tintado de rojo

Estoy dejando de ser.

No sabes quién soy,

Pero yo me conozco.

Un dhampir como yo

Es un ser aterrador.

Un dhampir, un dhampir

Tiene su propia oscuridad.

Tras milenios y eones,

Bajo la luz rosada,

En un mundo renovado,

Yo te conoceré.

En un mundo más hermoso

Que este,

Otrora unas épocas pacíficas

Yo te conoceré.

Se trataba de una canción antigua que cantaban los niños de los pueblos al discernir a L. Todos se quedaron momentáneamente eclipsados por su voz melodiosa. La Duquesa Mariam bebió de su copa, dejándola vacía. Observaba a L con un brillo malicioso en su mirada.

Lo cierto era que L odiaba la clase de vida que llevaba la Nobleza, pues la consideraba miserable y decadente. Guardaba mucho odio contenido hacia ellos. Por cuanto lo estaba traduciendo en su canción. Y la duquesa sabía de esto y se lo comunicó al Conde Verde. Éste le otorgó a la Duquesa una nueva habilidad nominada «doblar el espacio», consistente en impelir a que el espacio se pliegue sobre sí mismo (o una tecnología novedosa, no se especifica) con la que ella pudo capturar a L en una sala negra, hecha de puntos y curvas de luz, para que mantuviera un sesudo diálogo con él, sin embargo L escapó de la habitación gracias a que Manos le dio el poder a L de atravesar este espacio cerrado reuniendo los cuatro elementos conocidos.

Al no haber funcionado esta táctica, el Conde Verde le indicó imperioso a la Noble y a su amigo y servidor el Señor Oscuro que emplearan otras y previniesen el escape de L. Si no realizaban adecuadamente sus deberes, responderían ante él por todos sus fracasos. Agobiado, el Señor Oscuro se volteó hacia su ama.

—Necesito una respuesta satisfactoria —dijo ella.

—Mi señora, nada me agradaría más que dársela.

—Dijiste que fue asesinada, ¿no es así? —inquirió la Vampira Noble con sus ojos condensados de rabia.

El sirviente agachó la cabeza, abrumado por el pesar.

—Sí, su excelencia —respondió con un tono de alivio, no debido a la pregunta de la mujer en sí, sino porque ella se había molestado en preguntar.

—Para L, lo sé, eso simplemente no es posible —rebatió la Duquesa Mariam en un timbre vocal desangelado.

—Excelencia, hemos hecho cuanto hemos podido. Hicimos uso del cañón solar y la Nada —murmuró el Señor Oscuro, completamente abatido.

—Podrías aplastar toda la Vía Láctea y aun así sería en vano. Ella sobreviviría —dijo ella con resignación.

El Conde Verde, quien los estaba oyendo, montó en cólera y los urgió a ocuparse de liquidar a L definitivamente.

—Si no lo hacéis, ¡os mataré yo mismo! ¡Asesinadla de una vez! —Enfocado en el Señor Oscuro, le instigó fiero—: Romnz, mátala. Usa tu poder si es necesario.

Romnz, apodado como Señor Oscuro, a pesar de la grandeza de su apodo era un mero sirviente de la Nobleza. Vestía enteramente de negro, sus ojos y cabello eran negros como el azabache y sus facciones eran blancas, desprovistas de vida. Se inclinó, reverenciando a su superior.

—Lo haré, mi señor. Cumpliré mi deber.

L salió disparada de uno de los ascensores ultrarrápidos de la mansión del Conde Verde, llegando al jardín exterior, un vergel dispuesto milimétricamente. La Duquesa instó al Señor Oscuro a sacar su poder oculto.

—No se sienta ofendida, señora —le dijo a ésta, que estaba en guardia—. No lo llevo a cabo por odio ni nada. No tengo otra opción en realidad.

Desplegó sus miembros, extendiendo sus extremidades infinitamente, cual si éstas fuesen cuerdas o nudos entrelazados, y eran pegajosas y de una textura gelatinosa, como un flan recubierto de caramelo. L le regaló una mueca y lo cortó en dos mitades, lacerando sus brazos y piernas. Romnz se regeneró con la habilidad de una lagartija. Mientras tanto, L no concedía tregua a la Noble, hundiéndola a través de sus golpes.

La cabeza se le desprendió a Romnz, no obstante como colgaba de una de sus cadenas, sus finísimos hilos de piel, no se le cayó del todo y se quedó aguardando el golpe de gracia que le propinara L. Estaba preparado para desvanecerse. Siempre lo hubo estado. Dejó atrás su nombre, su verdad y sus deseos propios para servir a los Nobles. Al ser un doppelgänger, no podía sino renunciar a todo, incluso a los disfraces, y mostrar su verdadera forma, transparente y blancuzca como un cristal. Ninguna otra cosa le daba ánimos, le impelía a sacrificarse por honor a aquello en lo que creía.

L, asombrando a sus dos oponentes, liquidó a la Duquesa Mariam.

  • ¡¡Maldito engendro del demonio!! —gritó la Duquesa enrabietada, mirando a Romnz— ¡¿Dejarás que la muerte se deslice sobre mí?! ¡¡Te mataré!!

Se evaporó en el aire como una pesadilla pasajera y evanescente, y L miró a Romnz, abandonado todo rastro de mordacidad en su persona.

—A pesar de que eres un ser nada fiable por naturaleza, no me hiciste daño ni trataste de denigrarme. Te dejaré vivir.

—Tú nunca perdonas a tus enemigos, L —dijo el sirviente—. No me des tu piedad ahora. No soy merecedor de ella.

—Considérate suertudo de poder seguir viviendo —repuso ella, dándole la espalda—. No has elegido ser mi enemigo.

  • ¿Y si lo eligiera? —aventuró él.

L lo asaeteó con sus oscuros ojos.

—En ese caso, morirás. No ofrendo compasión a mis adversarios.

Y L se marchó rápidamente, y Romnz se quedó cavilando en lo que la Cazadora le había referido.

“La sellé en un espacio que no existía. Nadie, ni siquiera un Noble entre los Nobles, había escapado nunca. Sin embargo, la Duquesa Mariam no lo creía. Dijo que L de todas las personas no sería asesinada por gente como yo. Subimos a bordo del escudo de luz y nos dirigimos al lugar donde la había contenido. Y allí nos enteramos de que había escapado. No se puede comprender lo milagroso que es eso. Pero mientras nos apresuramos a regresar al castillo, nos encontramos con ella. Aunque yo logré escapar, mi señora fue derrotada y L dejó que la muerte se deslizara lentamente sobre ella.”

CAPÍTULO 52
EL PADRE DE TODOS
LOS BEBEDORES DE SANGRE

Sed de Sangre: L contra Tepes, el Barón Baasz
y el Ancestro Sagrado, año 3212

El destino a veces propicia batallas inesperadas mas llenas de ardor, y la Cazadora de Vampiros más famosa de todos ellos, grande y majestuosa, se dispuso a confrontar a sus perversos parientes. L era más fuerte que Tepes, por lo que superaba con facilidad sus poderes, y por esto lo derrotaría sin que le supusiera mucho esfuerzo.
L se mimetizó con la oscuridad, lo que impidió que Tepes la sintiera en un principio. Ese poder era conocido como «manipulación de la oscuridad». Además de este ataque, también se impulsó a utilizar la Luz de Creación, un tipo de ataque que se servía de la luz solar más pura con la finalidad de bloquear y romper toda clase de hechizos y defensas, incluso los más oscuros y potentes.
El siguiente poder que usó L fue el «Milagro de la Luz Rojo Sangre», un poder monumental que era descrito como una luz roja como la sangre que destellaba de los ojos de L.
Podía destruir por completo el estadio de regeneración avanzada al que hubieran llegado la mayoría de los Nobles.
Podría consistir en una forma evolucionada del poder primitivo Luz de Creación; lo más probable era que L lo hubiera conseguido evolucionando o lo poseyó todo el tiempo y nunca tuvo ganas de usarlo simplemente.
La fuerza sobrehumana de L la ayudó a esquivar los ataques furibundos de Tepes y a propiciar que pudiera escudarse gracias a que Manos también se ocupaba de parar sus fintas, dadas con rabia y odio incrementados al doscientos por ciento, y de esta manera cuando Tepes la propulsó más o menos a la velocidad de la luz estaba en un estado de masa casi infinita.
Por otra parte, la velocidad sobrehumana de L la auxilió, impulsándola a superar la increíble velocidad que mostrara Tepes, lo cual ya es mucho decir. Su extrema durabilidad se estaba poniendo a prueba por su medio hermano, quien la estrelló en las paredes del espacio infinitesimal. L no decayó, y se enfrentó al propio Barón Baasz, que era pálido y de ademanes lánguidos y parsimoniosos, de rasgos blancos y ojos oscuros como los suyos y los de Tepes, también conocido por su fiero sobrenombre «Rey Rojo». Ellos se aprestaron a asesinarla con destreza y sin albergar una sola mota de piedad en ellos.
—Ahora vas a perecer —le dijeron, y se rieron socarrones—. Te vas a enterar del daño que podemos hacerte.
—Estate tranquila, colega, yo te echaré una mano, nunca mejor dicho —se rio el simbionte, y les gruñó a los dhampires, que se quedaron alelados—. Os vais a arrepentir de haberme convertido en vuestro enemigo.
L los desbarató, desequilibrándolos, y ellos se volvieron cenizas y polvo. L pisó los restos de los dhampires que hubieron sido hermanastros suyos.
L llegó a donde estaba la fortaleza del Ancestro Sagrado, que era ni más ni menos que un inmenso castillo negro y polvoriento. Entró en una estancia no iluminada por ninguna lámpara, en la que había puesta en el suelo una radiante alfombra roja, y el Ancestro Sagrado, el malvado dios oscuro que le había dado origen a ella y a miles de otras criaturas, se configuró fluctuante, inmerso en la satisfacción más plena.
—Al fin has llegado, mi hija. Mi único y gran éxito. L. La Cazadora de Vampiros más famosa de la Frontera —dijo el dios adueñado de suma solemnidad, y extendió sus brazos de gigante—. Ven y confróntame.
—He venido por las respuestas que he estado buscando toda la vida —respondió L alzando su espada hacia él.
¿Quieres saber por qué razón te creé? La respuesta es muy simple. En verdad, tú eres el único de mis experimentos que ha sobrepasado mis expectativas. Tú has durado más que ningún otro. Y por eso, hija mía, tú serás quien acabe con la decadencia de mi raza, la suprema Nobleza, sobre este planeta llamado Tierra. Eso es todo.
L se enfrentó a él. El Antepasado Sagrado bien podía ser descrito como algo enorme que se alzaba ante ella, más profundo que la oscuridad. Claramente era un gigante. L podía distinguir botas del tamaño de una casa, tobillos firmes y pantorrillas musculosas. Las rodilleras y los muslos que deberían haber estado por encima de esto eran uno con la negritud, recortándose en las nieblas turbulentas del mundo, ecos de un ser millones de años más antiguo que cualquier otro. Con una risa que sacudía montañas y el mismo océano inmenso, el coloso lucía una chaqueta del color de la negrura. Su pecho sobresalía como un enorme risco, y L hizo otro salto fuera de él. Una poderosa mandíbula apareció a la vista. Los labios eran como lápidas toscamente labradas. Por encima de una repulsiva nariz aguileña, estrechas rendijas de ojos se manifestaban a ambos lados. Los irises oscuros y las pupilas tenían un brillo cristalino, reflejando a la hermosa joven que había venido al ataque. Su altitud era de aproximadamente diez mil metros. La noche también se extendió en todas direcciones encima de él, opacando todo lo demás. El cabello del gigante se onduló como ondas, rizándose como la espuma sobre la superficie de las olas. Semejaba un ser compacto, de oscuridad infinitamente apretujada en su espacio, pero también un ente volátil y disperso, capaz de escurrirse como el agua y colarse por una rendija de la pared que hubiera agrietado la humedad. El coloso se rio malignamente de su hija.
L finalmente consiguió herirlo. El Ancestro Sagrado se tambaleó sobre su monumental figura pétrea, pestañeando con sus pesados párpados, sin poder creerse lo que le había sucedido. ¡L, su propia hija, había sido la única criatura en miles de años de su longeva existencia que lo había dañado! L se separó de él, deslustrando su orgullo. Y lo dejó desencajado, preguntándose si al final se quedaría solo y olvidado. Él no deseaba que su labor terminara. Realmente no quería, porque su función principal era vigilar que se cumpliera y respetara el orden natural. Cayó la noche y L se marchó al rechazar a su progenitor, dejando una ominosa oscuridad reluctante, confundida; sin embargo, ella estaba orgullosa de ser quien y como era.

CAPÍTULO 53
NOSOTROS SOMOS LOS HUÉSPEDES TRANSITORIOS
Año 3.803 D.C

Era un día muy especial en las vidas de L y de Zac, su esposo. Todos sabían en Oscura Chicago que L se disponía a dar a luz a los niños que hubiera engendrado junto con el muchacho. En cuanto al futuro padre de los niños, se encontraba, como era de esperar, muy angustiado y nervioso.
—Nunca he vivido esto antes —le dijo Zac a sus padres mientras se movía de un lado para otro en su cabaña—. ¿Creéis que lo haré como se debe?
—Creemos que serás un padre estupendo —dijo Evelyn, y lo abrazó con todo su cariño.
—Ya que eres un marido estupendo, no nos cabe ninguna duda de que lo harás de maravilla —dijo Adam—. Estamos tan exaltados y nerviosos como tú, hijo.
Cuando L notó que dos nuevas criaturas se desarrollaban conjuntamente en su interior, tanto ella como Manos se preocuparon al principio, y L se quejó de que no pudiera ser útil conforme el embarazo avanzaba, y los dolores aumentaban; pero gracias al amor infinito de Zac y toda la ayuda que le prestaban sus amigos no decayó y los bebés continuaron desarrollándose. Hasta que llegó el momento en que decidieron nacer, entrar en el mundo del exterior de la placenta de su madre y vislumbrar todo en su extensa magnitud y terror. En la cabaña de Rebecca, las mujeres se habían agrupado y lavaban a L con mantas húmedas, tratando de deshacerse de la sangre que se acumulaba cuando ella había roto aguas, hacía dos horas y media. L estaba inquieta, porque el parto era un asunto complicado para una dhampir, un ser sobrenatural como ella, y por lo tanto escuchaba los consejos que le daba Evelyn, su suegra, que se había desplazado hasta el lugar y la estaba atendiendo según las directrices que marcara Eleanor, a la que asistían María y Becky. Susan apareció corriendo, cargada de más toallas, y se puso en cuclillas y le secó el sudor de la frente a L.
—Todo estará bien —le dijo a la Cazadora, y ella asintió y se meneó por las contracciones, alfilerazos de dolor que se desparramaban por todo su cuerpo—. Lo haces genial.
—Más toallas, necesitamos que L no pierda mucha sangre o se agotará —dijo Eleanor, y miró a su amiga, mientras se tocaba su propia tripa—. Por los dioses, yo no sabía que esto podía doler tanto. Pero seguro que es maravilloso.
—Nada está exento de sufrimiento en este mundo —comentó su interlocutora, en tanto apretaba los dientes y acuciaba a los niños a que salieran y uno de ellos por fin lo hizo, y fue recogido por Evelyn.
—Ahora te vas a recuperar —le aseguró Becky, y observó al bebé, que era acunado dulcemente por su abuela.
—Felicidades, L. Es un varón sano y fuerte —le dijo María sonriendo alegremente.
—Qué buenas sois, chicas —dijo Manos—. Supongo que ya nos queda esperar a que venga el otro.
—Ya viene —dijo Eleanor mirando con ojo clínico a L—. Y será la niña en este caso.
La pequeña no tardó más en salir que su hermano, tan sólo un minuto más, y todas respiraron aliviadas al comprobar que lloraba con fuerza después de haberle dado un golpecito en el trasero.
—Tienes niño y niña —sonrió Susan—. Al igual que yo, L. Qué afortunada eres.
—Dejadme cogerlos —pidió L, y como tenía todo el derecho a pedirlo ya que era la que los había dado a luz, ellas se los tendieron en los brazos a la vez.
Estaban envueltos en mantas y tenían caritas sonrosadas, mas pálidas como la suya, y L sonrió de alborozo. Zac pudo pasar a la tienda.
—Se encuentran ahí —le dijo Eleanor.
Vladislaus acompañó a Zac.
—Tengo que conocer a mis sobrinos —manifestó con alegría.
—Claro que sí, hombre —dijo el joven, y besó a su esposa y a los bebés en la cabeza—. Son tan bellos, Luce, que me quedo sin halagos que decirles.
El niño era de cabello y ojos oscuros como su madre, pero la niña había heredado el pelo claro de Zac y sus ojos grises, y lo miraba atentamente.
¿Puedo cogerla? —le preguntó él, y ella estuvo de acuerdo.
—Con mucho cuidado —lo avisó María—. Son muy frágiles.
Tom, David y Jacob, seguidos de Adam, entraron para conocerlos. Los niños eran ya toda una celebridad. El pueblo entero esperaba poder verlos y celebrar su nacimiento. Era un acontecimiento insólito en Oscura Chicago.
—Se llaman Marius y Lilian —dijo L.
—Ya lo habíamos decidido —explicó Zac, y les enseñó los bebés a sus amigos.
—Pero qué tenemos aquí… Si son la cosita más linda que he visto.
Adam le mostró su nieto Marius a su hija y a los demás, y todos pusieron caras de estar encantados. Vladislaus se tronchaba de la risa.
—Estos pequeños van a ser tan guapos que todos se quedarán hechizados, hermana —le dijo a L—. Llevamos en la genética esta belleza inigualable, eso está claro.
—Me los comería de lo bonitos que son —dijo Jacob—. Y son tan suaves que parecen peluches. Ay, qué graciosos.
—Me agrada que todos los recibáis con orgullo —dijo L—. Son sangre de mi sangre, y los amo tanto que daría mi vida por ellos.
Zac y ella se volvieron a besar.
—Ya están preparados para todo —dijo David, señalando sus uñas, temeroso—. Vienen con garra.
Y ellos se echaron a reír. Era el momento de sentir la excelsa felicidad y disfrutar del regalo que te concedía el presente.
Unos días más tarde, tras acostar a los niños y que Zac durmiera del agotamiento, L no podía conciliar el sueño. Algo resonaba en su mente, muy insistente. Era la voz de su progenitor, el terrible Ancestro Sagrado. Él no paraba de decirle con su voz tenebrosa y de timbre grave: «Nosotros somos los huéspedes transitorios, L.» Ella se levantó perlada de sudor, bufando como un gato acorralado. Comprobó que Marius y Lilian dormían en su cuna y Zac estaba tranquilo. Se sentó en el borde de la cama y suspiró. Creía que había sido un mal sueño, pero no era así. Él la estaba persiguiendo. La acechaba con ganas de atacarla.
—Acabemos con esto —le dijo a Manos.
—Sí, démosle por saco a ese hijo de perra —dijo el simbionte, y en medio de la noche L se despertó y se preparó totalmente, decidida a terminar de librar la guerra que empezó hacía mucho tiempo.
Esta vez sería la definitiva. Nadie ponía un dedo sobre su familia y si se atrevía a ello, lo pagaría muy caro. Puesto que su amada familia era intocable.

CAPÍTULO 54
OIGO TU VOZ LLAMÁNDOME

Cuando L se levantó aquella mañana, vio que las flores se abrían esplendorosas y flotaba en el aire una suave esencia a comida recién hecha, y esto era porque Zac había preparado el desayuno, y llevado a los niños en sus cunas fuera de la modesta cabaña en la que vivían.
—Te lo has currado bastante, colega —dijo Manos, oteándolo todo bastante sorprendido—. Sí, señor, esto está muy lujoso; cualquiera diría que vives a cuerpo de rey.
—Tampoco es para tanto —matizó Zac, y sonrió a los bebés al mecerlos en la cuna tranquilamente—. Sólo es para que Luce y los niños puedan sentirse cómodos.
—Ya que estamos hambrientos, comamos, pues. —L se sentó a la mesa y se tomó sus cápsulas, como hacía cada dos o tres semanas a lo sumo—. ¿Has alimentado a los niños?
—Sí, les he dado un biberón, por si tú no querías darles leche materna. Sé que puede ser molesto para ti —contestó él mirándola.
—No, para nada que lo es. —L tomó sus manos entre las suyas, hablándole afectuosamente—. A mí no me molesta darles de mamar. El problema es que…
Desvió la mirada, dejando la frase sin terminar, y el joven se apercibió de que algo raro le ocurría a su amada.
— ¿Te encuentras bien? Ayer te levantaste muy temprano. ¿De verdad que no te ocurre nada grave?
—Claro que no, Zac. Estoy bien. Y nuestros preciosos hijos también, lo que es una verdadera alegría —repuso ella, y lo besó en la frente al levantarse.
—Si tienes algún conflicto interno, no dudes en hacérmelo saber. Sabes que siempre te ayudaré y lidiaré con lo que te suceda. No soportaría verte sufrir; o bien que trates de ocultarme tu dolor con el fin de no preocuparme. Ya nos prometimos que no habría más secretos entre nosotros.
—Lo sé, Zac, lo sé. —L tensó los músculos de los brazos, y sus uñas se afilaron—. Pero entiendo tu perplejidad. Te estoy volviendo loco con tanto secretismo por mi parte. Y la pregunta que me harás es inevitable. Vamos, di. Formula tu cuestión.
Zac frunció el ceño, cruzando sus manos.
—No quiero herirte… Jamás querría hacerte algo malo, nena, pues nunca me lo perdonaría…
—Pregúntamelo, Zac. Ya conozco esa mirada en tus ojos.
Él se aclaró la garganta, carraspeando antes de preguntarle. Un hondo silencio de sepulcro, con la tensión acumulándose en las partículas y las volutas del aire, serpenteaba cerniéndose sobre ambos.
—Estoy un poco…, escamado, tú ya lo entiendes. Nunca me has hablado de tu padre o tus hermanos, y eso lo asumo. Incluso interiorizo que no es tan raro que puedas llevarte mal con ellos. Sin embargo, nunca me has hablado de tu madre. De cuál fue tu relación con ella. Eso es cuanto me gustaría conocer.
—Soy hija del Rey Vampiro y de una mujer mortal llamada Manua. Hace más de nueve mil años, yo viví en la Tierra de los Ángulos.
—Hm. Así que ésa era tu madre. Y tu padre… ¿era un Rey Vampiro? —se sorprendió Zac, enarcando las cejas—. No lo capto para nada.
—Se llama el Ancestro Sagrado —explicó Manos con voz quejumbrosa, como si se hallara lastimado—. Te pediría como amigo que apenas lo nombres. A L y a mí nos estremece el recuerdo débil de su existencia o la sola mención de esa entidad. Como tal, es un ser horroroso que se halla en un nivel infinito, mucho más insalvable que el nuestro. Un humano nunca debería conocerlo. Jamás llegarías a atisbar totalmente el alcance de su figura divina. Lo siento, muchacho, pero esto es todo lo que podemos decirte.
¿Qué fue lo que ella, Manua, te hizo, Luce?
Zac clavaba su mirada preocupada en su esposa, y L no pudo evadirla. Se ensombreció notablemente al tiempo que respondía a su pregunta.
—Mi madre siempre me odió, Zac. Nunca fue capaz de amarme. En mis primeros siglos de vida sufrí mucho por ello, pero al cabo de un tiempo entendí su actitud asustadiza. Es lógico temer aquello que desconoces. Yo no la culpo.

—No, Luce, amor mío —él le acarició la mejilla—, no creo que tu madre tenga una excusa válida con la que excluirte del afecto materno que te debía. Ella no hizo lo correcto. No te cuidó ni te protegió. Tuviste que hacerlo sola. Eso me apena demasiado. Pero no te preocupes, porque nunca dejaré que lo cargues todo tú, mi vida. Estoy aquí, para lo bueno y para lo malo. Siempre te he admirado, eres una mujer fascinante. Y quien se atreva a tenerte miedo o a insultarte, se las verá con mis puños rabiosos.

—Gracias, Zac. —Ella lo besó en los labios, amorosa—. A veces me siento insegura por la crianza de los niños. No sé si lo estoy haciendo bien. Quizás sea fría o poco cercana.

—Como yo te veo, no eres así en absoluto —negó él, y L se abrazó a su marido, acurrucada por el cálido contacto de los fuertes brazos de Zac—. Es una maravilla poder vivir contigo. Y pienso acompañarte toda la vida. Tú y yo estamos hechos el uno para el otro. Y nuestros niños son la prueba de que eres una espléndida mujer llena de amor, y yo me considero afortunado de ser tuyo. Ahora y siempre. Hasta el fin de los tiempos.

—Oh, Zac, eso ha sido muy bello —sonrió ella.

—Por fin te he arrancado una sonrisa. Anda, vamos a dar una vuelta.
Justo unos pocos minutos después, se reencontraron con Selene, que estaba junto a Jude, y sostenía a su pequeña hija Fe, aproximadamente de la edad de Marius y Lilian. Fe era pelirroja como su padre, pero su rostro bello y pecoso era un calco del de su madre, con sus mismos ojos negros y su belleza sobrenatural.
—Ésos son mis sobrinos —sonrió Selene, y miró a Jude—. Querido, ya tenemos más niños de los que hacernos cargo.
L dejó que se acercaran a los mellizos y Zac y ella a su vez acariciaron a Fe.
—Qué linda niñita —dijo Zac, y se presentó a Jude—. Soy el marido de Luce. Y tú el de su hermana gemela. Somos unos hombres suertudos.
—Y que lo digas, colega —se emocionó el pelirrojo, y empezaron a hablar animados.
Distanciadas de ellos, las hermanas dhampir se confrontaban midiéndose con la mirada, reticentes.
—Te apoyaré en tu empresa, hermana —dijo Selene—. Tienes que prometerme que olvidarás los viejos rencores.
—Está bien —convino L—. Hagamos un alto al fuego.
—Ya podéis enterrar el hacha de guerra, hermanas mías —dijo Vladislaus riéndose, mientras hacía acto de aparición seguido de María, llevando en sus brazos musculosos a Nyx, su hija, quien era idéntica a él en aspecto físico excepto porque poseía los ojos azules y cálidos de la joven campesina—. Un gusto conocer a tu hijita y a tu marido.
—Igualmente —sonrió afable Selene, y se fue hacia María.
—Hola. Encantada de conocerte, soy María —dijo ella, y animó a L a unirse en un abrazo con ella y su gemela—. ¡Un abrazo fabuloso para las tres!
—Venga, será divertido. Mientras duró, al menos —se rio Vladislaus—. Apuesto mi honor a que hay una reconciliación, Manos.
—No estoy tan seguro de eso —masculló éste—. Creo que se tirarán de los pelos, Vlad. No estamos en territorio seguro. No deseo presenciar una pelea de gatas.
Al terminar las florituras, los presentes se reunieron y L habló alto y claro.
—Nos aliamos con la finalidad de derrotar a un enemigo común —anunció, fijada en sus hermanos—. Los demás deberéis quedaros en casa, a salvo, y esperar a que retornemos. Es lo único que pedimos. Por favor, no insistáis en ser los héroes por un día. Únicamente nosotros, al ser hijos del dios oscuro, podemos derrocarlo.
—Tú te unes a nuestra causa, ¿verdad que sí? —inquirió Selene a Vladislaus.
—No lo dudes ni por un segundo. —Él descubrió sus dientes blancos y perfectos—. Le vamos a partir la cara a ese pedante.
María dijo entonces:
—Estamos de acuerdo Jude y yo en quedarnos aquí. Cuidaremos de los niños, no os preocupéis.
Vladislaus la besó y Selene fue envuelta en un reconfortante abrazo del pelirrojo. Zac se volvió hacia L.
—No, nena, yo insisto en ir contigo. Iría junto a ti al fin del mundo si hiciera falta.
—Es indispensable que te quedes, Zac. Escúchame. Estoy bien porque tú estás conmigo, haciendo mi vida mucho más dulce y suave de lo que debería ser. Gracias a ti puedo vivir un sueño de perpetua felicidad. Así que, por favor quédate junto a mí y no me abandones. Ya no soporto estar sola, lejos de tu cálida presencia, amor mío. Yo soy carne de tu carne y sangre de tu sangre, nuestros cuerpos se han conectado de un modo impenetrable y somos ya un mismo ser, único en sus cualidades sobresalientes. Yo soy la luz de la verdad y el camino lo abres tú, querido, e iremos de la mano si tomas mis dedos y los besas con afecto. Por la eternidad caminaremos en compañía uno del otro, fuera de la oscuridad, bajo la luna y las estrellas. Mi alma, mi cuerpo, mi ser, es todo tuyo, y asimismo tú formas parte de mí, y no podemos separarnos. Vayamos juntos hasta el fin de los tiempos, atravesando el universo, el origen infinito de la existencia. Y por ello, no me arriesgaré a perderte. Pues tú eres irremplazable.
Le presionó las manos contra su torso, despidiéndose de él. Mas Zac, famoso por su terquedad, seguiría trazando su anhelo de perseguir lo imposible. De alcanzar lo inalcanzable. Así que la cogió de los brazos y le espetó lo que pensaba.
—No es mi pretensión lucirme ni darte la tabarra, pero comprende que quiero estar a tu lado para brindarte mi apoyo. Las emociones que necesitas para ser una persona. Si me ignoras, estarás incompleta. Sólo pretendo ofrendarte la fuerza necesaria para luchar.
—Es arriesgado lo que quieres —farfulló L—. Una osadía estúpida y un deseo egoísta. Aun así, te lo permitiré. Mantente al margen y no intervengas en ningún momento. Te mantendré fuera del peligro.
—Gracias, nena. Eres magnífica —sonrió él, feliz de haberse salido con la suya.
Vladislaus le colocó a Zac un brazo alrededor de los hombros.
—Te falta sentido común. ¿O es que te mueres de ganas de conocer a tu…, suegro? En realidad bromeo, no se le puede llamar así.
—Puede que sean ambas cosas —respondió Zac, y se ruborizó intensamente.
—Llegó la hora de la revancha —dijo Manos con voz solemne—. La batalla se ha reanudado. Comienza una impía guerra.


CAPÍTULO 55

EL ORIGEN DE LAS TRAGEDIAS Y LOS SUEÑOS

El sol se escondió tras las montañas en el momento en que llegaron los hermanos mestizos, dos de ellos Cazadores de Vampiros, a la fortaleza del Ancestro Sagrado, anteriormente descrita. Vladislaus y Selene se quedaron alertas por si aparecía algún enemigo inesperado, pero L les dijo que en su día había dejado a Tepes y al Barón Baasz bastante debilitados y molestos, con lo que no había una alta probabilidad de que se aparecieran por allí.

—Entremos —dijo L, y no se detuvieron en admirar los detalles de las enormes estancias que poseyera el palacio, excepto Zac, pero Vladislaus lo cogió del cuello de su abrigo y se lo llevó.

Zac no protestó en tanto caminaba tratando de ser muy silencioso, como hacían los dhampires, aunque no tenía punto de comparación con ellos.

—Esperad un momento, me estoy cansando.

Se enjuagó el sudor de la frente y miró a su alrededor, encontrándose la angustiosa oscuridad por todas partes, impenetrable y dura como una telaraña cuyo artífice era súper poderoso, mucho más de lo que jamás hubiese imaginado.

—Nos quedan unos minutos para arribar a la sala en la que nos batimos en duelo —dijo L.

Nada más aparecerse, el Ancestro Sagrado fue percibido por ellos justamente porque deseaba ser sentido por sus oponentes. Se personó, esto es, se hizo un ser de carne y hueso, volviéndose un vampiro de porte regio y elegante, que medía un metro noventa y llevaba puesto un traje rojo sangre; portaba un anillo de rubí en su dedo índice que le daba una apariencia más aristocrática. Sus salvajes ojos, un mar de sangre pura y revuelta, se hincaron en Zac a través de su enmarañada barba negra. Había una mezcla de salvajismo, de elegancia y de brutalidad en su mirada, que logró que el muchacho se quedara clavado al sitio, con la mirada fija y perdido en el contemplar al horror primigenio del universo vuelto carne.

—Habéis acudido al fin, mis queridos huéspedes transitorios. Estoy contento de que hayas traído a tu hombre, L. —Su mirada relumbró terriblemente, dejando una quemazón en el interior aterrado de Zac—. Veré si es lo bastante fuerte como para resistir el relato que he de contaros. Pues bien, ésta es una historia antigua, que sucedió en los albores del tiempo. En los comienzos del tiempo y del espacio, gracias a la tecnología del Big Bang pude crear el universo desde la Nada, y fueron surgiendo las estrellas y los planetas poco a poco. Todo sucedió en un lapso de millones y millones de años, lo cual es muy lento y tedioso. Para mí como dios me condicionó a esperar y a convertirme en una criatura paciente que buscaba cómo producir nueva vida paso a paso. “En primer lugar, yo deseaba dar origen a las presas y los depredadores, pues entre ellos y la cadena de concatenación que los unía con otros seres a su vez debían de equilibrar la balanza, de establecer el orden natural del mundo. Encontré que el planeta Tierra era un lugar habitable dentro de lo que cabe, cuya atmósfera protegía mejor de las radiaciones solares, por lo que desperdigué a los primeros vampiros sobre su superficie. Lamentablemente, eran débiles y no duraron demasiado, tan sólo unos cuantos centenares de años, lo que a mi visión privilegiada se trataba de un resultado escasamente valioso, siendo entendido como más bien pobre. Como los recursos terrestres abundaban, puse a otros habitantes más grandes y potentes que estos últimos. Serían tan enormes que llegarían a alcanzar las cumbres de las montañas y a navegar por los anchos mares, devastando su profundidad y socavando la tierra. Nacieron los gigantes, a los que denominé de esta manera pues eran colosales, y ellos fueron cincuenta mil en número, pero progresivamente menguaba su descendencia. Erigieron y levantaron numerosas pirámides para adorar a sus falsos dioses, los que ellos identificaban con la Madre Naturaleza. Me enfurecí con ellos y mandé un diluvio universal. Duró 50 días y 50 noches. Destruyó toda la vida en la Tierra, y el mundo hubo de resetear, de empezar desde cero. Creé a los saurios, los cuales eran gigantescos reptiles que se mataban entre sí por rivalidad manifiesta; estaba contento con su desarrollo pero apareció un asteroide que estaba en curso de colisión con la Tierra. Intenté desviarlo y lo logré, no obstante estalló en el planeta hace 65 millones de años. Más tarde de eso, creé a los pequeños mamíferos cuya sangre encontraban más jugosa los chupadores de sangre, y por ello los dejé vivir y fueron evolucionando sin parar, tras eras y eones. Por tanto, los pequeños seres humanos que decayeron tras bajar de los hombros de los gigantes se fueron convirtiendo en unos humanos que sabían utilizar la tecnología y se volvían más sabios y fuertes, y gracias a ellos la Nobleza pudo prosperar.

—No entiendo de qué va todo esto —masculló Zac.

  • ¡No lo mires ni le hables!

L lo arrastró consigo, y el Antepasado Sagrado se giró hacia ellos sonriendo de oreja a oreja.

—Os he narrado el origen completo de los gigantes y de la Nobleza a fin de que luchéis contra mí, hijos míos. Sois carne de mi carne.

—Vamos a derrotar al origen de todas las tragedias y los sueños —sentenció L, anteponiendo las acciones desmedidas e imprudentes de Zac y protegiéndolo con su cuerpo.

La sonrisa del Ancestro Sagrado se fue difuminando hasta oscurecerse y rizarse, transformándose en el rictus de una sesgada mueca.

CAPÍTULO 56

CORTANDO EL UNIVERSO MISMO

—No es una buena idea que os enfrentéis a mí —dijo el Ancestro Sagrado, llegando hasta Zac, y congelándolo con su oscura mirada—. Lo sabéis mejor que nadie. Yo soy Uno y soy Todos. La vida y la muerte, el camino de la Verdad. El origen del universo y de vuestras vidas. Vais a causaros un sufrimiento innecesario y superfluo.

  • ¡Zac! ¡¡Corre con todas tus fuerzas!! ¡¡Y no lo mires a la cara!! —le chilló L a pleno pulmón, y él fue agarrado por Selene y lanzado al lado opuesto de la sala.

El Ancestro Sagrado era una presencia malévola y fluctuante. Estaba en todas partes, pero tampoco en ninguna parte. Estaba presente y ausente al mismo tiempo. Uno no podía percibir la naturaleza de su forma, ser o contorno, o no lo podía entender. Era algo que estaba más allá de las capacidades mentales de un ser humano, común y terrenal. Drácula era una existencia malvada y aplastante, arrolladora y temible; más similar a una fuerza de la naturaleza como un terremoto o un tsunami, que a un auténtico vampiro. Superaba en todas sus habilidades a los Nobles, estando en una clase insuperable. En la cúspide de la pirámide, él se erguía gobernando a la Nobleza, y proclamaba que era el amo y señor de la tierra, y que regía sobre todos ellos.

Por este motivo Zac había sido congelado in situ, cernido por el implacable dios del odio universal, dándole la oportunidad sin saberlo de hacer explotar su mente y destruirlo por completo. Asimismo podía hacer uso de los Registros Temporales para sacarlo de la esfera espacio-temporal y lograr que desapareciera para siempre de los registros de la historia. No se sabe qué perseguía exactamente Drácula en esta ocasión. A él también le asombraba que L se hubiera arriesgado a traer a su marido, teniendo en cuenta cuáles eran las circunstancias.

  • ¿No vais a salir corriendo despavoridos, diminutos niños estúpidos? —siseó, extendiendo los brazos, y L y Vladislaus se lanzaron hacia él, cortándolo en dos partes perfectas y equilibradas, cual los gajos de una naranja.

Ante el asombro de Zac, y la inquietud que se desparramó sobre Selene y los Cazadores, Drácula se recompuso a la velocidad de la luz y se palpó su chaqueta, cerrándosela con parsimonia. Daba la impresión de ser un ente ilusorio, una mera ilusión, más que un ser existente en el plano de lo real y lo material.

—Terminemos con la cháchara —gestó un violento ademán con la mano, revelando sus afiladas garras—. Sé que podéis hacer más que un juego de los vuestros. Matadme, si es que sois lo suficientemente poderosos. Venid, niños míos.

—Quédate apartado —le recomendó Selene a Zac, y se aprestó a batallar en esa danza mortal preñada de sangre y de lágrimas—. Aquí no cuentas en nada. ¿Lo has captado?

—Lo entiendo —dijo Zac—. Os deseo mucha suerte.

Atendió a cómo la dhampir se juntaba con sus hermanos, y se prestaban sus fuerzas para descargar sendos ataques consecutivos. Drácula era la oscuridad manifiesta que levitaba sobre el mundo y lo cubría con su sombra. Pensaban que podían detenerlo, y por esto eran unos ilusos. Su capacidad destructiva era universal, y además él podía moldear el mundo a su capricho, adaptándolo conforme sus deseos variaban o evolucionaban sus criaturas de las tinieblas. Por su parte, sus adversarios sostenían que, habiendo nacido de la negritud, era harto complicado desligarte de ella, pero, ¿quién aseguró que no se podía luchar contra ella? No perdían nada por intentarlo. Lucharían con autoconfianza y arrojo por encima de todas las cosas.

Drácula sonrió burlón cuando percibió que tanto Vladislaus como L se le aproximaban por detrás. Los dos sostenían sus espadas y sus dientes estaban apretados.

— ¡¡A mi señal!! —gritó L a su hermano, y éste hizo un gesto de asentimiento.

  • ¡¡Vamos a ello!! —expresó el dhampir, y se rebulleron al notar que su progenitor se giraba a ellos y los repelía, activando su aura, la cual llegó a todos los rincones de la habitación, lamiendo las esquinas.

L decidió probar con otra alternativa; usaría su poder de “Libre Albedrío” a fin de escapar a la influencia del Destructor de la Realidad, un horrendo hechizo que estaba poniendo en práctica su padre en ese mismo instante, por lo que se aprovecharía de ese sesgo temporal y le brindaría a sus hermanos lo que estos necesitaban, es decir, ahorraría tiempo para que ellos hirieran a Drácula, justo como habían planeado usando la telepatía.

—Nunca me derrotarás, L.

Drácula observó a Zac.

—Ni aunque uses a ese pequeño amigo tuyo al que veo que le tienes tanto aprecio.

  • ¡Maldito bastardo! ¡No oses hablar de él con esas palabras tan mezquinas! —se enfadó ella, encarándolo.

Él se encogió de hombros, mostrando un semblante despreocupado a pesar de que sus enemigos se estaban enervando frente a él.

—No me importan tus diatribas en ningún sentido. No puedes hacerme daño con tu capacidad destructiva. Ni aunque alteres la realidad lograrás escapar de mi influjo. Puesto que asimismo se halla dentro de ti, enraizado en tu hueco interior; no puedes escaparte de lo que eres, hija. Ni tampoco lo hará tu desgraciado hermano Vladislaus. El niño que engendré gracias a Tina. Me sorprende que no te molestes siquiera en entenderlo. ¡Nosotros somos la sombra, la oscuridad misma! ¡Nosotros dominaremos el mundo y lo destruiremos!

Vladislaus le espetó agresivo:

—No estamos de acuerdo contigo. No nos agrada nada de lo que predicas tercamente. No te quiero ni aunque lleve tu sangre.

—La maldición es lo que os hará retroceder. El tiempo dirá si llevo razón o bien me equivoco —dijo Drácula en un siseo, y Zac se quedó ralentizado, respirando afanosamente—. De momento considero que estamos perdiendo el tiempo de una manera lamentable. Aunque luches cortando el universo mismo, L, no vas a ganar. Nunca lo conseguirás.

—Tú y yo nunca vamos a interaccionar —chilló Manos hacia Drácula disidente—. ¡Me repugnas, viejo asqueroso!

—Yo también te di la vida a ti, simbionte —articuló el dios, y ellos se quedaron rígidos—. Te convendría no insultarme.

  • ¡Carguemos contra él ya! —expresó Selene desesperada.

Era la única maniobra que les quedaba. Unirse y luchar los tres juntos. Así que fueron a por él, tratando de atraparlo, lo cual fue inútil en todos los sentidos, pues Drácula pateó fuertemente a Vladislaus, lanzándolo a estrellarse contra la pared.

A Zac no le dio tiempo a comprobar si Vladislaus se encontraba bien, ya que Selene fue cogida por Drácula con rigor y brutal fuerza.

—Tú no me interesas, niña. ¡Eres una inepta, y no vales para nada!

La zarandeó con crueldad, enviándola unos cien metros por detrás de él. Selene se quedó tendida bajo los escombros, sin dar señales de seguir viva. Vladislaus la sacó de debajo de los detritos y ella se sacudió, moviéndose a rastras.

—Es inútil cuanto intentéis dañarme —sentenció Drácula, y su mirada de oscuridad brilló perturbadora—. Éste es el amanecer de la negrura, y yo seguiré siendo el Rey de Reyes, que gobierna sobre la Nobleza.

Sus hijos lo observaron desangelados, hechizados por su maligna influencia; estaban en su misión de unir todas las piezas, pero para eso necesitaban información de primera mano. L se volteó, mirando al abismo de vuelta. Y éste le devolvió la mirada, amenazador, ya que era el dios malvado, el Antepasado Sagrado, regidor de sus días en la penumbra, el señor del imperio de la oscuridad y de la niebla, lleno de tenebrosidades, de vampiros y doppelgängers. L plantaría cara a sus demonios del pasado, y se alzaría victoriosa. De ello dependía el futuro de sus seres queridos.

CAPÍTULO 57

CORAZÓN TELEPÁTICO

Drácula miró a L con ganas de escucharla. L, apercibiéndose de esto, se atrevió a preguntarle sobre sus enemigos del pasado, en especial Carmilla la Roja.

  • ¿Cuánto sabes acerca de Carmilla?

Drácula respondió en un tono suave, bajo y fluctuante como el agua, como si no pretendiera provocarle más sufrimiento y su hija fuera una alumna curiosa y disciplinada a la que quisiera enseñarle nuevas lecciones exclusivas.

—Esa perversa dama era mi compañera en los gloriosos tiempos en que yo aún me mantenía como señor y rey de los vampiros, y gobernaba sobre la Gran Nobleza. Ella se mantuvo a mi lado durante mucho tiempo, hasta que al final le tomé cariño y mantuvimos una relación amorosa. Pero me empezó a cansar todo su parloteo sin sentido, pues Carmilla quería cambiar el mundo por entero y ponerlo a su imagen y semejanza, y además es que maltrataba en demasía a los esclavos; y yo me oponía a esto, como es natural. Llegamos a enzarzarnos en acaloradas disputas y a desear la muerte del otro. Yo eliminé sin arrepentirme a esa desagradable mujer, no había quien la aguantara, por lo que traté de deshacerme de ella cuando estaba dormida en su ataúd. Y le clavé varias estacas en el pecho, y sin embargo la muy condenada sobrevivió. No entiendo cómo lo logró, y me escama en muchas ocasiones.

—Ella me contó la otra versión de la historia —replicó L—. Cómo te volviste demasiado inaguantable para ella.

Drácula contuvo su rabia y expelió aire de su boca, hablando sosegado de nuevo.

—Una historia tiene siempre dos versiones. Nunca sabrás cuál es la oficial. De todos modos, dejando de lado este escabroso pasado mío, hablemos ahora de ti, hija. —Se enfocó en L—. Te contaré todos los detalles tal cual se sucedieron, sin omitir nada, ya que todo es de suma importancia. Bien, tú naciste en el año 1.090 A.C, en el laboratorio de investigación y experimentación que yo dirigía en esa remota época, y fue gracias a que embaracé a una mujer mortal nombrada Manua, si la memoria no me falla (y afortunadamente no es así), por lo que encontré el contenedor adecuado que albergaría la nueva vida que se desarrollaría en la Tierra, la cual iba a equilibrar el orden natural de las cosas y trataría de proteger a los desvalidos e indefensos seres, deteniendo de esta forma el declive de la Nobleza, que parecía inevitable. Tú eras la mezcla perfecta de un humano y un vampiro, y por ende estoy muy orgulloso de ti. Tú has sido y siempre serás mi único éxito.

L desenvainó su espada, apretando sus dientes, y conminó a sus hermanos a aproximarse.

—Ya no danzaré más en la palma de tu mano, padre. Ahora me declaro en rebeldía y te reto a un combate.

—Sólo uno de los dos se tendrá en pie. Si tú o bien yo, lo vamos a averiguar.

Drácula se adelantó unos pasos, haciendo caso omiso a Vladislaus y a Selene. Se disponía a atacar a Zac, que estaba paralizado de miedo, pero L reaccionó raudamente y lo salvó, llevándoselo a la otra esquina de la estancia.

—Quédate aquí. Yo lucharé contra él.

Zac asintió sin pronunciar una sola palabra y L se preocupó por esto.

—Eres un auténtico prodigio, hija mía. Será un honor luchar contra ti. De todos modos, es lo que siempre has querido. Tu existencia es la única de entre todos los hijos que he creado que no es fútil.

Selene y Vladislaus se llenaron de arrojo, reuniendo sus escasas fuerzas, y contraatacaron lanzados como balas sobre él, pero Drácula era más potente en fuerza y poderío, como es lógico, y los cortó con la violencia de un huracán, moviéndose como un cohete, socavando sus esperanzas y dejándoles unas nulas posibilidades de ganar. L se levantó de golpe, afiebrada, rabiando de ira; en tanto el rostro del dios se llenaba del rojo de la furia y sus ojos se convertían en dos agujeros negros, que se aprestaban a absorber y desbrozar pérfidamente toda la materia a su paso.

CAPÍTULO 58

LA AUREOLA DE UN ÁNGEL

L debía cortar las cadenas, desbaratar los hilos, y así dejar de ser el muñeco encadenado, apresado por la negrura. No quería que sus tentativas fueran en vano, porque muy lejos de allí toda su familia, la de verdad, la que no estuviera ligada a ella por lazos de sangre, la esperaba para celebrar el éxito de su misión. Así que siguió luchando y se incorporó a pesar de que fueran numerosas las veces en que cayera, y alertó a los otros dhampires y protegió a Selene por vez primera, aunque nunca antes hubieran congeniado y se hubieran querido como las hermanas que eran. Utilizando la manipulación de la oscuridad, ocultó todo lo que pudo a Vladislaus y a su gemela bajo su manto cuidando de que Drácula no los hiriera, pero éste tenía otro objetivo. Se fue hacia Zac, malintencionado, y Manos puso el grito en el cielo.

  • ¡Hay que salvarlo, L! ¡Pretende absorber su mente!

—Jamás se lo permitiré —siseó ella, y se puso ante Zac, pero éste le contestó.

—No pasa nada, amor mío, sólo quiero hablarle a tu padre. Él quiere hacerme una pregunta.

—Exactamente —dijo Drácula, y L evitó por poco que Zac lo mirara a los ojos, tapando su cara con su brazo—. Una pregunta personal, muchacho, es la que voy a formularte. ¿Cómo lograste enamorar a mi hija L? ¿De qué modo la engatusaste? Porque seguramente tuviste que hacerlo. No, con toda probabilidad, tienes algo muy turbio detrás de esa cara de cándido. Vamos, suéltalo de una vez. Ella de entre todas las mujeres nunca se enamoraría de un pánfilo mequetrefe como eres tú.

Sintiéndose insultado mas sin osar replicarle, Zac rumió cual sería la respuesta correcta a darle. Finalmente le dijo la verdad, sencillamente. Podía darse con un canto en los dientes de seguir vivo. No podía observar al abismo negro a los ojos o le estallaría la psique, y anotando eso en su mente aterrada Zac se fijó en el cabello negro de L, contestando con relampagueos inconstantes de memoria.

—Pues bien, le confesaré que yo era un maldito entrometido que no dejaba de perseguir a su hija. Era un acosador, en el más duro sentido de la palabra. Le decía vocablos bonitos y halagadores esperando recibir su amor a cambio. La verdad es dura, mas es mejor que una mentira dulce y piadosa. Prefería ser abofeteado a reconocer que no podía alcanzarla. Manos me puso los pies en la tierra, y no obstante, yo no me rendí. Luce tiene algo hermoso y atractivo en ella que me sedujo sin remedio. Al final, la cuidé por su Síndrome de la Luz Solar o algo así, y ella se quedó conmigo. Pero ella, que es mucho más buena, generosa y fuerte de lo que ella misma se cree, podía haberse marchado perfectamente. No lo hizo. Y eso fue porque tomó la decisión de quedarse junto a un tonto como yo. Lo que usted dice es cierto. No puedo compararme con ella; ni en un millón de años podría ser su igual. Al fin y al cabo, sólo soy un ser humano débil, temeroso, y que tiene fecha de caducidad. Aun así, no me rendiré por más difícil que me lo ponga usted. Incluso si Dios no existe en este mundo, yo no podría vivir en un lugar en el que Luce no existiera. Somos una familia. Hemos pasado por muchas cosas malas juntos, y las hemos superado. Las discusiones no son lo peor de todo. Lo que quiebra una relación es la falta de confianza. Si Luce creyó en mí lo suficiente como para permanecer junto a mí, entonces puedo barrer todos los peligros que se metan en mi camino, hasta puedo ser sobrehumano. Siempre persigo su halo, intentando que no me deje atrás. Estar con ella es lo mejor del mundo, y creo que usted nunca lo entendería, porque no comprende en realidad, siendo tan omnipotente, omnipresente y omnisciente, lo que es saber que eres inferior a la persona que amas. Pero no ser capaz de entender a quien amas es el peor miedo de todos.

—Hm. Buena disertación, chico. Me has aclarado algunas dudas. Ahora bien, tú quieres a tus hijos, Marius y Lilian.

Zac le contestó mecánicamente, como si fuera un autómata más que una persona.

—Sí, señor. Yo amo a mis hijos y a mi mujer por sobre todo y estoy dispuesto a entregar mi vida por ellos. Por siempre los consolaré si están apenados y respetaré sus decisiones. Inclusive si he de sumergirme en el mundo de las sombras, repleto de sordidez y de oscuros juramentos de sangre, tenga por seguro que lo haré, señor.

—Está claro que no hay que dar nada por sentado, ni siquiera a un débil humano como el que tú estimas, L.

Drácula sonrió, y empezó a reírse a carcajadas.

—Te felicito, Isaac, por todos tus logros. Eres lo bastante valioso y relevante como para conseguirlo. Has tomado el corazón y el alma de mi hija, y lo has cambiado todo en su interior. Te aplaudiría, pero todavía me escuecen las viejas heridas.

Zac seguía prácticamente sometido a su voluntad, y L le espetó que lo dejara en paz.

—Libéralo ahora mismo o te seguiremos machacando.

—Os he estado vigilando todo este tiempo, Isaac. Y me he quedado sorprendido con la reacción de L. Nunca pensé que se abriría a un vil humano, un ser rastrero de tu calaña inmunda, y sin embargo no llevaba la razón. L, hija mía, tú eres la esperanza de la Nobleza y más que eso, de toda la vida en este planeta, y debes rescatarlo de la oscuridad. Con tu resplandor potenciado por el amor de Isaac, serás capaz de matar la oscuridad que quede anidada en ti. Has logrado cambiar tu destino de una forma irreversible y ya puedes ser feliz. De manera que os dejaré tranquilos. Si deseas que lo respete, sea. Respetaré a Isaac y no lo mataré. Yo también estoy exhausto después de tanto hablar; además, considero que ya habéis tenido suficiente plática.

Drácula cerró los ojos, suspirando, y su aura ensanchada se fue reduciendo a cero hasta que se quedó en una rendija, en un trozo fragmentado de sí misma, y se desvaneció en el aire simulando ser un suspiro quejumbroso. L no se relajó. Él le inspiraba una alta desconfianza, y era incapaz de no repelerlo y odiarlo. Si había pretendido embaucarla y borrar a Zac de los Registros Temporales, desmigajando su historia, todo ese tiempo, al fin las piezas encajaban y el puzle cobraba sentido. Zac había convertido a Drácula, sin saberlo, en su archienemigo. Puesto que él era el único hombre que había conseguido que L variara su suerte. Y por este motivo el Ancestro Sagrado le profesaba un odio tal que quería aniquilarlo con toda su alma.

Sin embargo, la Cazadora se interponía, presta a arañarlo en su faz malévola y espetarle que, si hería a su amado, ella lo golpearía tanto y con tanta furia que sería transmutado en polvo. Ambos lo sabían bien. Cuál era el desenlace de la tragedia. Dos actores matándose unos a otros. El fin del mundo y del tiempo comenzaba en ese pedestal, donde se cimentaban las obras que L hubiera llevado a cabo en su extensa vida. No se detendría hasta que él cesara de gestar tales masacres y de variar el universo a su antojo. Se arrepentiría de haberla puesto en su contra, pues L se alzaba sanguinolenta en la noche de los milenios, combatiéndolo incansable, persiguiendo su turbador rostro y mostrándole todo su desprecio.

CAPÍTULO 59

LA LUZ DE TU SONRISA

—Vamos, continúa luchando contra mí. Ésta no es sino la tarea que te preparé en secreto.

L abrió los ojos, desequilibrada.

  • ¡Has puesto en riesgo a mi marido por tus malditos deseos egoístas!

—Soy un buen maestro para aquellos que están dispuestos a aprender —repuso Drácula simplemente, y observó despreciativo a Selene—. Ella, al contrario que tú, no tiene nada que la haga especial. No posee tu don de salvar a los demás y de alegrar sus corazones en el momento oportuno. En cambio, tú, L, eres la mezcolanza exitosa entre la luminosidad y las sombras, y significas la lucha ancestral entre la luz y las tinieblas. Haz que esta batalla acabe hoy.

—Estoy harta de luchar contra ti —declaró L, y se acercó a sus hermanos—. Y todo porque me repugnas, en cualquiera de tus formas. Odio todo lo que eres y lo que te empeñas en ser. Nunca me convencerás de que vuelva a ponerme del lado de la Nobleza. El tiempo de la servidumbre se me acabó hace mucho. Y no me agrada que no tomes en consideración a mis hermanos.

Vladislaus le preguntó:

  • ¿Cómo vamos a ganarle?

—No podemos —jadeó Selene angustiada—. Él está más allá de nuestras posibilidades. Pero nunca perdonará nuestra afrenta.

  • ¿Nos dejarás ir? Ya no pienso seguir esa vía oscura —respondió L, y Drácula suspiró resignado.

—Muy bien. Si eso es lo que te da la felicidad, bienvenido sea. Dejaré que os marchéis, y probablemente no volvamos a vernos. Tu ética y tu capacidad de amar sobrepasan la de todas las criaturas que conozco, así que te perdono y os dejo ir.

—Tal es lo que deseo —afirmó L, y abrazó a Zac, que fue liberado de sopetón de la voluntad maligna del Ancestro Sagrado, y parpadeó desconcertado.

  • ¿Qué acaba de pasar? —le preguntó a L—. Me siento muy agarrotado y adormecido, como si hubiera estado metido de lleno en un sueño.

—En cierto modo lo has estado —le dijo la Cazadora, y animó a Vladislaus y a su hermana gemela a seguirlos, y salieron de la habitación.

Y se marcharon sin mirar atrás, contentos de poder seguir viviendo. El cielo azul se coloreó de rojo, tintado por el ocaso.

CAPÍTULO 60. EPÍLOGO

Y estaremos juntos para siempre jamás

Aquella tarde, seis meses después de la batalla, los amigos, junto a los Cazadores y a la bruja, se habían reunido a vislumbrar la hermosa aureola que dejaba tras de sí el atardecer que se perfilaba en las brumas, colmándolos de gran dicha.

—Lo mejor es disfrutar de la vida y ser felices —apuntó Tom.

—Y vivir en el presente y conocer el futuro —añadió Jake, cogiendo a su hija más pequeña de la mano, quien era pelirroja como Eleanor.

—Todos deberíamos poder dejar atrás el pasado —dijo David.

—Cuando la conocí pensaba que era un ángel —farfulló Zac—. Y mirad a qué he llegado ahora.

—Es una absoluta alegría ser madre o padre —sonrió María, besando a Nyx y poniéndola en la hierba.

La pequeña fue sostenida por Becky, la cual también se llenó de felicidad.

—Sí, es lo más dichoso que puede pasarte en la vida. Estoy como loca cuidándolos y tomando de sus manitas en todo momento.

—Una vez que lo tienes y lo sostienes en tus brazos, ya no hay placer comparable a ese —dijo Susan.

—Los hombres van después de los hijos —rio Eleanor, y las chicas se rieron con ella, mientras que los chicos mascullaron—. Incluso se ponen celosos de sus propios hijos.

—Eso no es verdad —rebatió Jude—. Sólo es que queremos ser tratados igual.

—La maternidad es un regalo que hay que saber apreciar —dijo Selene, y todos observaron a Nyx y a su prima Fe jugando a la par, contentas y preciosas—. Nunca cambiaría por nada la luz que ella me ha dado.

—La familia es lo más importante —dijo Vladislaus, y se estiró con la gracia de un gato, y besó a María en los labios—. Y es fundamental conservarla por sobre todo.

Zac se despidió de ellos en ese instante, atendiendo a que charlaban animadamente. Al llegar al campo, L se giró hacia él.

—La luz de tu sonrisa es lo más hermoso que existe sobre la tierra —dijo Zac, y ella le sonrió y se abrazaron.

—Me gusta mucho. Éste es un buen halago. Pero no te olvides de ellos —dijo L.

Lilian, ataviada con un bonito vestido blanco carente de mangas y unos zuecos, llegó corriendo hasta su padre, enseñando sus blancos dientes puntiagudos. Marius la siguió, silencioso como lo fuera L. Ambos se agarraron a su padre.

  • ¡Papá! ¿Verdad que vamos a ver un mundo mejor que éste?

—Algún día lo veréis —les aseguró Zac, y ellos se revolcaron por la hierba verde de la pradera.

—Y tú estarás con nosotros, ¿a que sí? —le inquirió Marius.

Los dos niños lo miraron con ansiedad patente en sus hermosos rasgos infantiles. Zac se mordió el labio, dubitativo, y finalmente contestó lo que ellos querían oír.

—Claro que sí, mis niños. Estaremos juntos por siempre.

—Y todos cuidaremos de todos —dijo L, e hizo un ademán a los niños, que se les acercaron, y los cuatro se fundieron en un abrazo pleno de amor—. Ni tan siquiera la muerte puede separar a aquellos que se aman.

Zac la miró, ambos tomados de la mano, y pensó que era y sería muy feliz a su vera y a la de sus pequeños tesoros. Marius y Lilian continuaron con sus juegos, y aguardaban a divisar un mundo pacífico, florecido en verdades, multicolor, perlado de alegrías y donde no existieran los padecimientos ni la Nobleza matara a las personas. L se acordó de la antigua canción que hubo cantado hacía más de mil setecientos veinte años, y entendió que ésta había dado en el clavo. Había conocido al hombre capaz de cambiar su manera de ver el mundo y que la había ayudado a alcanzar la felicidad.

—Miremos al horizonte del nuevo mundo, L —le dijo Manos—. Un mundo donde podemos ser amados y amar a otros, y estar en paz con todo el mundo.

El sol se ponía en el cielo, y la noche era joven y tibia. L sonrió de alborozo, porque se sentía verdaderamente afortunada. El amor, esa fuerza inconmensurable e ininteligible para el Ancestro Sagrado, había destruido sus prisiones hechas de mentiras, sus prejuicios y sus temores, y por ello ya no necesitaba nada más que estar por siempre junto a su familia. Dejando de ser, al fin, la ignominiosa empero ilustre Cazadora de Vampiros L. Bajo las estrellas, la verdad resplandecía, y podía tocar la felicidad con sus dedos. Estaría junto a los que amaba por y para siempre, y más allá del fin del tiempo, y del origen mismo de la vida.

FIN DE CAZADORA DE VAMPIROS L

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