Entre dientes de oro y plata

Entre dientes de oro y plata

Elifas Sator

14/08/2025

En memoria de Héctor Cortés.

Un paquete de Pop Tarts de 384.9 kcal: 5.4 gramos de proteína; 3.2 gramos de grasas saturadas y 100 miligramos de grasas trans; 69 gramos de hidratos de carbono disponibles; 36.7 gramos de azúcares y 34.4 gramos de azúcares añadidos; 1.1 gramos de fibra dietética; 405 miligramos de sodio y una taza de café de 4 kcal, por la mañana. La creatina se me ha terminado y no he comprado. Me he despertado a las tres con veintiún minutos de la madrugada. Sueños raros. He vuelto al pasado. Al lugar donde trabajé junto a compañeros que no frecuento. Uno de ello, Héctor, ha fallecido. Causas poco claras. Incineración rápida. No testigos, sin funeral. No conozco a su esposa —solo por teléfono— y no pienso hacerlo. Me ha hablado para decirme que Héctor tenía un mensaje para mí —por si él moría—. No lo recuerda, pero dice que lo anotó en algún lugar. No sabe dónde. También dejó mensajes para los demás miembros del equipo. Entre ellos, que ella siempre ayudara a Mario. Los demás, no me los dijo. Deben ser personales.

Siempre creí que su esposa lo envenenaba por medio de la comida que le preparaba para el trabajo. No se la comía. Solo un bocado y después la tiraba. Nos dimos cuenta. A los meses, enfermó y cayó rápido. Una situación misteriosa. Los jefes de la empresa de pinturas dijeron que obtuvo un virus que le afectó el corazón o la espalda. No se ponían de acuerdo. Nosotros, en cambio, pensamos que había adquirido VIH.

Le gustaba salir por las noches al centro de la ciudad. Encontrarse con travestis con falda y lencería sensual de encaje rosa y blanco; brazos fuertes y atractivos bronceados durante el día. Hacerles el amor y regresar a casa para tener sexo con su esposa. Nunca lo miré, pero su amigo Mario contaba que, cuando salían a emborracharse, le platicaba entre líneas que le gustaba este tipo de emociones.

Algunas veces me hablaba desde su cubículo de la oficina —él era el encargado de la sucursal—, para enseñarme lo que miraba en la computadora. «Oye, ¿a poco no te lo cogerías?», decía con una sonrisa pícara. Solo me reía. Pensaba que era una broma. Una de esas donde un grupo de amigos se hacen pasar por el sexo opuesto. Ya sabes. Es recurrente entre amigos. No le daba importancia. Me reía y me alejaba. En el acto, le hablaba a otro compañero para que observara sus fetiches mientras se tomaba el bulto del pantalón que hacía notar su erección. No era broma. Era su gusto. Y lo respetaba. No me incomodaba. Solo me daba risa de que no tuviera complejo de lo que pensaran de él. Nos tenía confianza a ese grado. Era buen jefe y compañero. Pero su esposa, al parecer no pensaba igual. O eso creíamos. Nadie conocía su casa por dentro o a su esposa directamente. Tal vez en fotos. Lo único que si reconozco es su voz, de las veces que hablaba al trabajo para preguntar por Héctor y mientras lo buscábamos para pasarle la llamada, ella nos contaba que la noche anterior, él se había comportado de maravilla en la cama y por eso le hablaba, para decirle que le llevaría una comida especial. Su vida sexual estaba en el conocimiento de todos. A él le gustaba sentirse una máquina del deseo sexual. Incluso, alguna vez comentó, que a veces hacían reuniones secretas en su casa con otras parejas y después, cambiaban a otro domicilio. Y así sucesivamente. Solo podía creer que eran reuniones swingers. Al parecer a su esposa le agradaba esto. Una persona liberal compartiendo cuerpo con un hombre atraído por travestis que compartía a su esposa. Suena bien para una vida fuera de lo ordinario. No supe más. Todo ha sido conjeturas en base a lo que conocí de Héctor, lo que dijeron los jefes de la empresa y las llamadas por teléfono de su esposa — que aún vive con sus hijos de otro hombre—. Héctor, según dijo su amigo Mario, tenía un águila tatuada en el pecho. Símbolo de pertenencia a una pandilla. Se escapó de la unión americana por problemas ante la justicia para rehacer su vida. No tenía apariencia de pandillero, salvo unos dientes postizos de oro y otro de plata que gustaba de presumir con su sonrisa de pervertido sexual y no tenía nada a su nombre. Era su historia.

Al morir, al parecer con desnutrición y dolor, fue incinerado rápido, como dije anteriormente. No hubo funeral ni misa ni nada que se haya ofrecido en su memoria. Cuando un cuerpo es asesinado gradualmente con algúna clase de veneno, debe ser incinerado rápido para no dejar sospechas. Aunque tampoco sabemos si hubo autopsia. Claro, eso ya es un tema personal entre su familia. Bueno, era su esposa e hijos adoptivos y una hermana que le sobrevivía. No tenía padre y su madre murió tiempo antes de algún tipo de cáncer.

Pasaron meses y no supimos más. Solo que era una bacteria que lo aniquiló. Pero, su esposa, según fuentes, dijo que después de que Héctor saliera del hospital por una recaída que tuvo, fueron a comer mariscos y de ahí comenzó a caer más rápido. A los días murió. Una situación extraña. Aunque dicen que los mariscos y los medicamentos no se llevan. No estoy seguro. Pero las leyendas urbanas pueden tener razón cuando lo crees así. La subconsciencia te traiciona si no sabes tu pasado.

Tiempo después llegué a soñar con él. Me dijo que estaba bien. Se miraba joven y con la misma sonrisa. Desapareció. En los siguientes meses, mientras usaba Badoo para buscar alguna cita online de bajo presupuesto, me llegó un mensaje de una persona con el nombre y foto de Héctor: «Hola, saludos desde el más allá», rezaba la frase. Inmediatamente dejé la computadora y salí corriendo de donde estaba sentado y concentrado pensando a quien invitar a salir. No quise regresar a la computadora, pero era una curiosidad llena de miedo. Lo que hice fue acercarme lentamente y presionar el botón de apagado del equipo sin mirar el mensaje del monitor. Estaba helado. No podía pensar claro. Quizás era él, intentando darme una señal de que todo fue un engaño o que su espíritu seguía cerca de mí, pidiendo ayuda; tal vez su esposa tenía acceso a su cuenta y quería hacer creer que todo era como parecía: una muerte por enfermedad cuando la culpable era ella. Es común que el asesino tenga este tipo de prácticas para manipular la escena del crimen y su esposa, lo hacía casi a la perfección. No tenía claro el por qué, pero mi intuición me decía que ella lo había envenenado. No soportaba la promiscuidad transexual de su esposo y era mejor eliminarlo y hacer creer a sus compañeros de trabajo que fue una enfermedad mortal que lo llevó a la tumba. Tal vez sea eso y estoy pensando mal. Tuvo algunas cirugías, según comentaron. Pero nada certero, porque en las fotos que su esposa publicaba en las redes sociales, salía hincado rezando. Un recién operado de la espalda hace difícil que se pueda parar o hincarse para rezar. En la imagen se miraba demacrado; acabado por la extraña enfermedad. ¿Un virus, SIDA, químico o alguna otra causa? Solo queda en la consciencia de esos travestis y su esposa. Justo anoche, después de 15 años, soñé con él mientras trabajábamos en ese viejo lugar donde preparábamos pinturas para los hogares y las industrias de la ciudad, atendíamos clientes y pasabamos la mayor parte de nuestros días entre personas que llegaba al local; la chica de limpieza nos saluda un día más; el chofer sale a entregar mercancía; el almacenista llegando tarde; el gerente siempre atento a lo que hacemos, pero sin decirnos nada; el olor del glicol que brotada de los envases una vez abiertos para agregar los colorantes y lograr las mezclas; Mario tomandose unas cervezas a escondidas en el almacen y culpando a otro compañero de los botes tirados; el murmullo de la gente; la pantalla que llenaba de colores y tendencias las mentes vírgenes de los clientes buscando como gastar su dinero y sentirse innovadores. Su rostro joven y sonriente, vistiendo una camisa color rosa salmón y sus dientes de oro y plata brillando frente a todos. Me dio gusto verlo y darle una palmada en la espalda. Se veía bien. Estaba descansando. RIP Héctor. Buen colega de trabajo y amante de los travestis.

Título: Entre dientes de oro y plata

Autor: Jose A. Padilla


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