Asíntota
Capítulo I
Si tomar la decisión correcta me terminará matando, ¿Realmente es la decisión correcta?
Hoy es un día especial, cuando desperté esta mañana en mi oscura habitación me percaté que por algunos agujeros de la puerta de madera cobriza de casi dos metros de altura entraba una brisa perfumada con café recién molido, que enorme placer abrir los ojos en tal momento, vivo junto a mi familia materna, no llega a ser muy numerosa pero sin duda no somos pocos, mi abuela había preparado el desayuno para todos, pero ya no quedaba nadie en el comedor, yo había sido el último en despertarse, comí una manzana y bebí una taza de café, no tenía mucho apetito así que después de saludar volví a guardar reposo en mi cama, habito la última habitación del largo corredor que atraviesa buena parte de la casa por lo que cuando la puerta trasera se abre sirve de puente para que la luz se haga presente en todas las habitaciones pero esencialmente en la mía, con ello supe que la mañana había alcanzado el momento más provechoso para salir a tomar sol, así que decidí ir a caminar por el campo reflexionando acerca de lo que tengo que hacer en la semana que se aproxima, pensaba en ocuparme rápido, completar tareas, entregar trabajos, administrar mi dinero, asistir a ciertos compromisos, pensaba también en Tamara, en este instante quisiera estar junto a ella, nos olvidaríamos de todo, ella pintaría el bosque, los frutos de cada árbol y el cielo, y yo le escribiría poemas, si tan solo fuera posible incluso desearía estar más tiempo con ella que conmigo mismo, pero ese pensamiento fue interrumpido por el grito de una señora, un grito que desgarraba su garganta hasta que terminó por apagar su voz, naturalmente sentí mucha angustia e incertidumbre, corrí lo más rápido posible hasta que llegué a la calle principal, la señora cuyo nombre era Beatriz se hallaba de rodillas con los ojos hinchados y la vista perdida, el vestido blanco que ella acostumbraba a usar los domingos estaba cubierto de sangre, la tela había adoptado cualidad de esponja porque de blanco quedaba muy poco, ahora era más bien similar al color del vino tinto, color que además de estar impregnado en su vestido tal como en la piel se impregna un tatuaje, estaba también en el suelo, mi atención se había perdido memorizando detalles sin importancia de mi alrededor, obviando lo que estaba ocurriendo, hasta que por un breve instante decidí apartar la mirada de los árboles y enfoqué mis ojos en el cuerpo destruido de un recién nacido, se trataba del hijo de Beatriz con apenas dos semanas de vida, fue brutalmente atropellado por un automóvil cuyo conductor también había fallecido con el impacto; la embestida, según comentaron los testigos oculares que desgraciadamente presenciaron el accidente, debió llevarse la vida de los tres implicados, sin embargo Beatriz sobrevivió, de pronto el ojo derecho del bebé se desprendió de su cuenca rodando hasta mis pies, lo miré fijamente y no pude evitar decir –el iris de sus ojos no se ha desvanecido-, Beatriz notablemente molesta y con sus cuerdas vocales sumamente reducidas, con una voz rasposa y el enojo acrecentándose se llenó de fuerza y me gritó –imbécil, ¿No entiendes que de nada me sirve que no haya perdido el azul de sus ojos cuando mi niño está convertido en carne molida?-, me disculpé y volví a casa.
Me tiré al piso en la sala principal, lloré durante un aproximado de casi dos horas hasta que una piedra rompió la ventana que daba a la calle, me levanté mareado y por el agujero de la ventana supe que Beatriz había arrojado la piedra pintada de azul, -espero que nunca olvides el color de los ojos de mi niño, maldito animal-, levanté la piedra del suelo y dije –Se nota que no tuviste el tiempo suficiente para ver los ojos de tu hijo porque esta pintura no se asemeja a su color-, Beatriz rompió en llanto y se fue.
Dejé de prestar atención a lo sucedido, lamentaba profundamente la muerte del neonato, sólo pensar en sus ojos me producía una profunda tristeza como si se clavara un millar de agujas en mi piel, sentía como la sangre en mis venas se iba congelando, mis ojos perdían enfoque, así que decidí ir a tomar aire fresco, subí los escalones que conducen a la terraza, casi no había nubes a excepción de un par, miré como unas hormigas caminaban ordenadamente en fila, unos niños gritaban mientras jugaban fútbol en la calle, de pronto su madre les gritó –niños vengan a la casa, este sol antecede una fuerte tormenta-, los niños obedecieron, las hormigas seguían caminando sin romper el orden de su fila, cayeron las primeras cinco gotas, pasaron cuatro minutos y empezó a lloviznar, tres de los niños estaban pegados a la ventana de su casa con cara de asombro, dos minutos más tarde la llovizna se intensificó, un momento de plena conciencia afloró en mi mente mientras veía como el agua de la lluvia se mezclaba con los rayos del sol figurando una cascada de oro líquido, entonces dije en voz baja –tal parece que al mundo no le importa que haya fallecido el bebé de Beatriz-, tres pares de hormigas habían muerto ahogadas, el resto alcanzó a escapar de la lluvia, los niños en la ventana reían y gritaban más fuerte viendo como entre las montañas se había formado un arcoíris, me asomé al filo de la terraza y vi como la lluvia se llevaba lo poco de sangre que quedaba en el suelo de la calle principal y la conducía hasta la alcantarilla, -el mundo no se detiene- dije, bajé las gradas, sequé mi cabello, me cambié de ropa y escribí en un cuaderno:
18/08/2025
Al inicio no paraba de sentirme mal por la muerte del bebé, incluso lloré, pero algo está cambiando ahora, tengo la extraña sensación de déjá vu, más tarde o quizá mañana vaya a ofrecer mis condolencias acompañadas de mis disculpas a Beatriz por haber sido tan antipático con la muerte de su hijo, mientras escribo esto se apodera de mí las ganas de llorar pero no puedo, por breves instantes siento que el llanto es inminente pero no logro soltar una lágrima, me invaden preguntas, ¿Por qué el mundo es indiferente con un suceso tan trágico?, ¿Mañana volverá a llover?.
Hoy parado bajo la lluvia de sol sentí paz, una paz que está cimentada en un extraño vacío que se aproxima pero que no llega a ser tristeza, tiene virtud de tragedia pero con tintes de poesía alegre, sin embargo no me siento feliz, tampoco me siento triste, aprecio la belleza de la naturaleza, comprendo el dolor ajeno pero al final todo termina por significarme nada, lo entiendo pero no me trasciende, lo siento pero no me cambia, todavía mi espíritu viaja libre sin ser interrumpido tal como el viento, tal como la naturaleza propia del mundo, el planeta sigue girando mientras algunos nacen y otros mueren.
Siento que estoy hablando conmigo mismo a través del tiempo, he tenido esta sensación antes, ahora entiendo que el déjá vu que experimento no se trata de este momento sino del sentimiento que tengo en este momento, el sentimiento que se me presentó parado en la terraza viendo como la sangre del piso se juntaba con el agua que cae del cielo.
Cerré el cuaderno, apagué la luz y me acosté a dormir.
Transcurrió un momento, me desperté desorientado, no sabía qué hora era pero el atardecer poco a poco estaba transformándose en noche, escuchaba las voces de mi familia a través de las paredes así que me levanté de la cama, primero fui a la cocina para tomar un vaso de agua, noté que cada vez las voces eran más tenues y breves, todos estaban en la sala hablando entre sí, me uní a la reunión, todos estaban visiblemente angustiados.
-Buenas noches mamá, ¿Qué está pasando?-, pregunté.
-Hola hijo, esta tarde vino el padre de Beatriz a informarnos que su hija se quitó la vida- respondió.
Hubo un momento de mutismo, nadie se animaba a romper el silencio hasta que dije –es una lástima, mañana después de clases pensaba en ir a hablar con ella-, de pronto Aurora, mi prima, entró por la puerta principal con un ramo de rosas blancas, había regresado de Italia antes de lo previsto, tenía una sonrisa de oreja a oreja y dijo:
–Buenas noches querida familia, ¿Por qué esas caras?, ¿No es acaso hermosa la vida?-
-Sin duda lo es- respondió mi tía Salomé que de casi un brinco se levantó del sillón y abrazó a Aurora, hace casi once meses que no se veían.
La ilusión de ambas influyó en los demás, cambiando la atmósfera del ambiente, de pronto, el suicidio de Beatriz quedó aminorado a una simple nimiedad, toda la familia decidió preparar té de frutos rojos y ponerse al corriente con Aurora, por mi parte me limité a cruzar un par de palabras cordiales, ya daban las once y media de la noche, mis ojos empezaban a sentirse pesados, así que me despedí diciendo, -tu regreso nos acaricia el corazón en el momento idóneo, ojalá pudiera permitirme faltar a la universidad mañana pero lamento que no es así, que gusto volver a verte prima, hasta mañana familia-, caminé hacia mi cuarto y me dispuse a dormir.
Capítulo II
Desperté una hora antes de lo habitual, concretamente daban las 4:00, era una madrugada taciturna un poco luctuosa, hice lo habitual en mi rutina diaria, a diferencia de ayer, hoy fui el primero en levantarse, no desperté a nadie, tenía asuntos que atender, nada fuera de lo común, pero lo suficientemente importantes como para tener que ocuparme de ellos personalmente. Salí de mi casa y, en el camino veía los callejones vacíos y las casas todavía a oscuras, mientras esperaba me percaté que la luna llena que todavía estaba en el cielo se reflejaba en los pequeños charcos de agua que había en la calle.
Mientras el reflejo se dotaba cada vez de más nitidez no pude evitar pensar que soy una contradicción en un mundo coherente, pero a veces soy un ser coherente en un mundo contradictorio, cuando descanso bajo el cielo nocturno, acurrucado junto a las estrellas y cobijado por el frío, cierro los ojos e imagino que atravieso un camino llano, simple de abordar, el tiempo transcurre, el sol tímidamente pero sin interrupción se abre paso y cuando por fin logro llegar al destino, despierto y el camino ha cambiado, ahora tiene baches, pendientes pronunciadas y obstáculos pero aun así decido atravesarlo, me aproximo al destino, casi siento palpar la meta pero nunca logro llegar porque cuanto más me acerco en términos de distancia más se prolonga el camino, hasta llegar a la conclusión de que no he avanzado nada.
-como la vida misma- dije.
Llegó el autobús, leí pocas páginas de un libro, a los escasos cuarenta minutos llegué a las puertas de la universidad, el cielo cambió de color, pasó de azul oscuro a un anaranjado intenso, el sol tomó el lugar de la luna, levanté la cabeza y vi llorar a un chica, volteé la mirada y en el otro extremo de la calle había una pareja de ancianos compartiendo un cigarrillo mientras reían a carcajadas, las puertas se abrieron.
Daban ya las 6:30, me senté frente a los espacios verdes, un compañero me preguntó
-Andrés, ¿Sabes algo del maestro?, él siempre es muy puntual, se me hace raro que no nos haya avisado nada-.
-Bueno pero a ti en particular, ¿Qué más te da si no viene hoy?-
-¿Y si le pasó algo?, para serte sincero estoy muy preocupado-
-Ya vendrá.
-¿Te pasa algo?
-No-
-Como digas… supe que la semana pasada saliste con Tamara-
-¿Quién te lo dijo?-
-Tamara, ¿No es obvio acaso?-
-Supongo, ¿Te dijo algo más?-
-Dijo que eres un tipo interesante, un poco pretensioso quizá, pero le gustó conversar contigo-
-Tal vez si se me presenta la oportunidad, la invite a salir otra vez-
-Seguro que lo harás, pero dime, ¿De qué hablaron?-
A decir verdad, la corta conversación con Arturo me había hartado, así que hastiado opté por establecer un límite a sus indagaciones.
-Si ella no te tiene la suficiente confianza como para decírtelo, ¿Qué te hace pensar que yo lo haré?, a todo esto ¿No estabas preocupado por el maestro?, hace más de 45 minutos que debió llegar, ¿Y si lo esperas parado en la puerta principal?-
-Lo haré, pero debo aclararte una cosa y es que Tamara me ha dicho que te lo pregunte-
Se levantó y se fue a paso lento, existe una regla no escrita la cual dicta que si un maestro no llega transcurridos treinta minutos a su respectiva clase, éste no va a asistir, por lo que continué leyendo sentado, pero un ruido tan minúsculo como persistente lo suficientemente molesto como para no percibirse ocasionó en mí un disgusto que luego derivó en una molestia, recordé cuando con Tamara estaba sentado en este mismo sitio hablando sobre varias cosas, la mayoría de ellas eran, en esencia, minucias, pero una frase específica se clavó en mi mente.
Ella me dijo “el ayer y el mañana no existen, disfruta este momento, vive”.
Producto de rebobinar recuerdos dilucidé la conversación entera, pero me centré en lo principal.
-Tamara cuando hablo contigo mi piel se eriza, no te tengo miedo, eres muy agradable pero aun así se acelera mi corazón como si estuviese en peligro, escucho tu voz, veo como tus labios se mueven y siento una taquicardia, cuando tus dedos se entrelazan con los míos, cuando toco tu cabello es difícil diferenciar si estoy en la tierra o volando por el espacio, nada realmente tiene importancia cuando estoy junto a ti porque estar junto a ti me significa toda la importancia del mundo-
-¿Entonces el mundo es importante para ti?-
-Es el lugar en el que habito, naturalmente no puedo ser indiferente-
-Pero el mundo es indiferente a ti-
-Lo es, naturalmente-
-¿Entonces?-
-Yo decido que nivel de importancia le doy, siempre y cuando esta no sea nula-
-Así que naturalmente te gusta romperte el corazón-
-En la medida que yo quiero, porque si el mundo es indiferente a mí, a mis pensamientos, a mis anhelos y esperanzas, mi corazón estará roto evidentemente, pero conforme a mi subjetividad, y justamente conforme a ella puedo decidir si mi corazón se rompe o se curte respecto a esta gran verdad-
-Claro, siempre y cuando aceptes que al mundo no le importas-
-Yo sé que no le importo, realmente no me interesa importarle, lo que trato de decir es que quiero averiguar si este planteamiento calza contigo-
-¿Conmigo?, ¿Qué quieres decir?-
– Digamos que busco saber si tú no compartas la naturaleza del mundo-
-¿Cómo sabes que no la comparto?-
-No lo sé, no me consta, pero lo creo porque el mundo no me responde cuando le cuestiono, el mundo no me deja tocar su mano como lo haces tú-
Hubo un silencio incómodamente necesario para que ambos ordenemos nuestras ideas, Tamara tras una bocanada preguntó
-Y, ¿Cuál es tu naturaleza?-
-Inherentemente soy alguien desinteresado, antipático pero muy pasional busco algo que me genere interés y sentido en esta vida-, respondí
-Entonces, ¿Eres un sin sentido?-, sonrió mientras en su rostro se dibujaba una mirada vacilante pero tierna.
-Todos lo somos pero pocos lo asumen-
-Yo no, teniendo en cuenta que somos animales sociales, estar con mis seres amados le da sentido a mi existencia, si ellos me aman mi corazón no se rompe-
-Mi corazón tampoco se rompe, pero no porque ame o me amen los demás, simplemente porque yo decido como sentirme respecto a la indiferencia de este mundo-
-Claro, pero las personas a tu alrededor no son indiferentes a ti y tú por añadidura tampoco-
-De eso no estoy seguro pues toda mi vida involuntariamente he experimentado de primera mano la necesidad de alejarme de las personas, siempre he sentido que no estoy hecho para quedarme en un lugar fijo por mucho tiempo-
-Un nómada en toda regla, pues- dijo mientras reía y acomodaba su cabello ondulado detrás de su oreja.
-Sí, un nómada, pero no necesariamente de un espacio físico, puedes estar de forma corpórea en un lugar y tener tu corazón o mente en otro totalmente distinto al mismo tiempo-
-¿Dónde está tu corazón en este momento?
-En tu pecho-, respondí
-Si es así, tu corazón no está roto-
-Pero si no estuviera en tu pecho seguiría sin estarlo-
-Claro, eres un nómada-, dijo con un suspiro de decepción-
-Pero no importa porque en este preciso instante estoy junto a ti…-
Tamara levantó la voz e interrumpió mis palabras, dijo -Andrés, ya no somos nómadas, si bien el ser humano en algún momento lo fue, la realidad es que ahora somos bastante sedentarios, ya no es natural ser así-
-Entiendo a dónde quieres llegar y aunque como tú dices como ser humano ser nómada para mí es algo antinatural, he intentado ser sedentario y en cada ocasión mi hogar se termina quemando, se derrumba, me sacan a patadas o me ofrecen un trato tan deleznable que de cierta manera me veo obligado a mantener y acogerme al modo en el que vivo, radicalizo mi comportamiento indiferente y a veces agresivo, indiferente con los demás, agresivo conmigo mismo, pero no es regla general ni norma inviolable que la agresividad hace más daño que la indiferencia, no es así, de hecho la mayoría de las veces es lo opuesto-
-Tienes que construir tu propio hogar o al menos construirlo con alguien que comparta una idea similar a la tuya porque si eres un nómada estás obligado a moldearte a ti mismo respecto a tu entorno, por el contrario si fueras sedentario tú moldeas el entorno en el que vives-
-De ese modo construiré un castillo y al siguiente día lo derrumbaré, también sé que si planto mil árboles luego los bañaré con gasolina para entonces terminar quemándolos, pero no es porque yo personalmente tenga fijación por ser un destructor, es que justamente destruir es lo único que conozco con exactitud, esto es mucho más complejo de lo que puede aparentar a primera impresión sobre todo para alguien que jamás ha tenido esta particular desgracia que ahora forma parte de mí, soy el portador de esta repulsiva necesidad, propia de alguien cuyo corazón ha mantenido una constante fuga de sangre, recuerdos, gente y sentimientos hasta quedar totalmente vacío y que mantiene su alma en pausa, lo que naturalmente supone la fertilidad de la tierra perfecta para que nazca una planta de fuego, que por su naturaleza marchita las flores de su alrededor, corta con sus espinas la piel de cualquiera que se acerque y devora brutalmente el alma de quien observa como sus hojas rojas arden y cuyo reflejo se cuela en las pupilas de unos ojos ya desesperanzados, con su resplandor acaba convirtiendo los surcos de cultivo en trincheras-
-Pero sigo viva, estoy sentada a tu lado, no me he marchitado, no me has cortado la piel, mis ojos son grandes y coquetos, conservo la esperanza que la planta de fuego intenta osadamente arrebatarme, tu corazón late en mi pecho, quiero que me vuelvas abrazar como hoy lo hiciste, abrázame toda la vida si es posible, tu corazón está vivo, no me quemas, me das calor en este mundo frío e indiferente como tú lo describes, ¿Qué tienes en el pecho que tanto te resistes a entregarte a mí?, ¿Por qué sigues viendo mis ojos con tal asombro?, y aunque te sigas resistiendo, los dos sabemos que mientras más me ignoras dentro de ti va crecido un sentimiento que está dormido, pero naturalmente va a despertar en algún momento-, cuando Tamara concluyó estábamos lo suficientemente cerca como para escuchar la respiración del otro, la aparté unos pocos centímetros para decir:
-Esta planta que te he definido, esta planta de fuego que hace de mi pecho su hogar quizá algún día tome la forma de un cuchillo y termine por asesinarte cuando tú con tu notable valentía un día me abraces tan fuerte con el objetivo de despertar el amor en mí y eso terminará costándote la vida y a mí las ganas de vivir-
-Así que prefieres convertirte en un asesino antes que admitir tu enamoramiento por mí-, dijo mientras sonreía.
-Trataba de ser poético, obviamente no lo decía en un sentido literal-
-Calma Andrés, lo sé-, Tamara se levantó, me dio un abrazo con todas las fuerzas que sus pequeños y delgados brazos le permitían y dijo, -Ves como no he muerto-, reímos un par de minutos y caminamos hacia la parada de autobús.
Hacía mucho frío, Tamara colocó sus brazos alrededor de mi cuello y su cabeza en mi pecho, el viento soplaba fuerte, dije –El autobús está cada vez más cerca-, levantó la mirada, acercó mi cabeza a la suya y nuestros labios se encontraron por primera vez.
-Si yo no lo hacía, tu nunca lo ibas a hacer-, se despidió.
Había dado rienda suelta a mis recuerdos lo suficiente como para que mi percepción del tiempo se viera alterada, Arturo regresó y dijo –Al final el profesor nunca vino, me he pasado dos horas esperándolo y no llegó-
-¿Dos horas han pasado ya?, siento que fueron apenas cinco minutos-
-Suele pasar, vamos que nos toca la siguiente clase y la maestra es muy estricta cuando de puntualidad se trata-, dijo con notable ansiedad.
-Entonces no la hagamos esperar-, respondí.
Capitulo III
Acabaron las clases, despertó mi curiosidad por recabar dentro del entendimiento intrínseco de algunas personas para constituir una gama más amplia acerca de este problema más que filosófico, natural. Por los pasillos me topé con algunos compañeros, cada uno de ellos, como es evidente, contaba con una perspectiva diferente sobre la vida, Carlos, el primero dijo:
-¿Qué se yo cuál es el sentido de mi vida?, lo único que sé es que estoy ocupado y tengo un montón de trabajo-
-Con eso ya me respondiste- repliqué y continué caminando, mi amiga Estefanía me vio, caminó hacia mí y se acercó lo suficiente como para percatarme del destello de luz que asomaba en sus grandes ojos dando la impresión de inocencia, es como si a través de ellos se pudiera ver la mirada inocente de una niña pequeña, me saludó con un beso en la mejilla y dijo
-¿Cómo estás Andrés?, oye me preguntaba si podrías explicarme el trabajo que la profesora nos encargó para el viernes-
-Pero hoy es lunes-
-Bueno, pero supongo tienes tiempo para ir por un café conmigo, ¿verdad?- respondí que quizá otro día, y me retiré.
Me di cuenta que el lugar en el que iban a velar el cadáver de Beatriz me quedaba cerca, resolví presentarme para dar mis sentidas condolencias, el lugar era demasiado oscuro, arquitectura barroca, y un retrato de Beatriz sosteniendo a su hijo pintado al óleo, adornado por un marco de flores rojas y blancas decía en la parte inferior: “… amado hijo mío, no estoy dispuesta a soportar la ausencia de tus ojos azules como el gran océano de nuestro planeta, la vida sin ti no tiene sentido, espero que la muerte si lo tenga, te buscaré incansablemente mi amor”.
Al fondo del gran salón estaba el padre de Beatriz, lloraba desconsolado con una botella de ginebra en mano, fumando un cigarrillo, un charco de lágrimas a sus pies y una niebla gris de humo por encima de su cabeza, triste y borracho decía a toda persona que se le acercaba para darle el pésame: “Beatriz mi hermosa niña y mi nieto se han llevado consigo mi corazón, déjenme que hoy sea miserable”, en vigor de su respuesta repetitiva decidí abordar al padre de Beatriz de una forma distinta y dije, – ¿Puedo tomar un trago con usted?-
-Claro hombre, tome asiento y le sirvo-, su respuesta no me sorprendió puesto que era de dominio público que el padre de Beatriz sufría de alcoholismo.
-Lamento su pérdida señor, no imagino como debe sentirse usted con una tragedia de tal magnitud, ojalá mis palabras le significaran algo pero naturalmente entiendo que no…-
Me interrumpió y con la voz quebrada manifestó: -Gracias joven pero ya no quiero pensar en mis difuntos, ahora mismo lo que quiero es anestesiar mi mente, esta es mi segunda botella-
-Entiendo., respondí y añadí: -Cada quien es libre de sobrellevar su susceptibilidad como puede-
Lo que dije tuvo un impacto significativo en el padre de Beatriz, Gabriel empuñó la botella vacía, la golpeó contra el piso, ocasionando un estruendo que sacudió a las pocas personas que aún se encontraban en el salón, volteó su mirada y con el semblante totalmente cambiado alcanzó a pronunciar unas breves palabras, -Mi hija se ha suicidado, mi nieto fue reducido a prácticamente nada y por si fuera poco mi cajetilla de cigarros se ha vaciado, no me vengas a hablar de susceptibilidad-
-Entonces hablemos del mensaje que está escrito en el cuadro de sus difuntos-, respondí
-Sí, una frase de la carta que escribió mi hija antes de matarse-, dijo mientras temblaban sus manos.
Entonces comprendí que el efecto del alcohol había pasado, me mantuve al margen, quise levantarme pero Gabriel agarró mi brazo con tal fuerza que sentía como mis venas se hinchaban, se puso de pie, me empujó y con los ojos inundados de rabia gritó:
-¡Ahora ya te reconozco, por tu culpa mi hija se quitó la vida, su sangre y la de mi nieto está en tus manos!-
-No sé de qué está hablando, señor-, dije con serenidad
-Así como lo has oído, tú eres Andrés ¿verdad?-
-Sí, yo soy Andrés y usted el patriarca de una familia muerta, ¿No?-
-Ahora mismo voy a romperte la boca-
-Hazlo, a ver si eso te devuelve a tu hija-
-Incluso ahora mocoso sigues retándome, no sabes de lo que soy capaz de hacer por vengar a Beatriz, tú eres el asesino, gracias a ti ahora los seres que más he amado en el mundo están en un cajón-
-¿Está usted seguro de lo que dice?-
-Sí, tu nombre aparece en la carta de suicidio de mi hija, si tú no la hubieras recriminado por no conocer con exactitud el color de los ojos de mi nieto tal vez ella estuviera viva-
-Me parece que cobardemente intentas atribuirme un error tuyo-
Había recordado con extrema lucidez la conversación que tuvo mi familia aquel día, lo poco que había alcanzado a escuchar a través de las paredes era suficiente para increpar al padre de Beatriz.
-¿Mío?, ¿Cómo que un error mío?-
-Así como lo has oído Gabriel, la única verdad aquí es que tú eres la razón por la cual Beatriz y su hijo están en un cajón, eres un completo ignorante patético borracho, conozco muy bien tu responsabilidad, la conozco incluso mejor que tú, ahora me vas a tener que escuchar-, agarré sus dos brazos y lo obligué a sentarse, su rabia había pasado a ser miedo, sus dientes rechinaban, se presionaba las manos temblorosas contra el pecho y su respiración era cada vez más inútil, pues parecía que en breve iba a desplomarse contra el suelo por encima de los cristales rotos de la botella de ginebra, podía jurar tener la percepción de que sus tripas se disolvieron.
-Ahora bien, Gabriel, tengo entendido que cada domingo ustedes se reunían para compartir el almuerzo, también conozco que siempre te ofrecías para conducir tu automóvil hasta casa de Beatriz para ahorrarle la molestia de desplazarse caminando y a la vez evitar que ella que recién se había convertido en madre haga un esfuerzo innecesario posparto, pero dime ¿Dónde estabas tú?, ¿Por qué Beatriz con el bebé en sus brazos se vio obligada a caminar sola por la calle principal?, voy a evitarte el desgaste mental que te supone recordar lo que te he dicho, tú Gabriel estabas tirado afuera de tu casa inconsciente producto de la bebida, mientras tragabas el licor transparente de la ginebra, mientras el aguardiente se regaba por las paredes de tu cuello chocando con la garganta y quemando tus neuronas, tu hija veía como trituraban a tu nieto, la piel del bebé perdió la coloración, su cabello dorado se apagó manchado de sangre y su ojo derecho rodó hasta mis pies, ahora atrévete a decir que es mi culpa el suicidio de tu hija-
Gabriel había estado escuchado atento, no se animó a soltar palabra, entre los linderos de la prepotencia y la tristeza absoluta encontró seguridad, no volvió a mirarme directamente, como si de un niño pequeño recién amonestado se tratara, dijo de manera muy débil y a regañadientes una pequeña frase que era apenas perceptible para mis oídos.
-Váyase por favor…le ofrezco una disculpa, pero por favor váyase-, hizo con su mano izquierda un ademán confuso.
-Buenas tardes-, dije y me dirigí a la puerta, caminé lentamente, me tomé unos veinte segundos para admirar la hermosa edificación en la que me encontraba, la opulencia dotada de detalles minúsculos pero que, en suma, constituían una hermosa representación barroca mezclando luces y sombras como una composición compleja de instrumentos de viento, continuaba acercándome a la salida hasta que me pareció escuchar como los vidrios rotos de la botella de ginebra rozaban el piso, extrañamente tuve una sensación de mareo, así que me detuve un segundo, fue entonces cuando escuché al padre de Beatriz gritarme -¡Espero estés contento con esto viviendo en tu memoria!-, acto seguido cortó su cuello con el pedazo más grande de vidrio que pudo agarrar, la sangre salía disparada como si de una cascada roja oscura se tratase, pareció estar arrepentido de lo que había hecho porque colocó sus manos sobre el corte mientras su vida era consumida vorazmente, era cuestión de tiempo para que se desangre, me pareció que Gabriel intentaba hablar pero naturalmente no lo logró, la sangre caía sobre los vidrios del piso, parecían rubíes, piedras preciosas, pétalos de rosa con forma de diamante, no había casi nadie en el lugar, los pocos que quedaban estaban horrorizados, lloraban, llamaron a una ambulancia, corrían por el convento como si fuera una pista de atletismo, una señora optó por rezar, encomendar a Dios la intercesión ante tan terrible situación.
-Esperemos que Dios no permita que Gabriel muera el día de hoy-, dijo mientras sostenía con sus manos un crucifijo.
-La ambulancia no tarda en llegar-, dijo un joven
-Solo Dios puede salvarlo-, replicó la señora
Discutieron mientras el tiempo no se detenía, los rayos del sol todavía apuñalaban los ventanales, realmente nada cambió, desde mi perspectiva todo seguía igual, la única diferencia es que en el lugar ya no habían dos sino tres muertos.
Decidí esperar un poco más, el tiempo se iba consumiendo, transcurrido un cuarto de hora llegó la ambulancia, los paramédicos sin chistar confirmaron lo que yo ya sabía.
-Ha muerto-, dijeron mientras recogían el cuerpo inerte del piso, lo subieron a una camilla y se lo llevaron al hospital más cercano.
En el piso se había formado una silueta, la observé un momento y me marché, tomé el autobús directo a casa, en el camino el sol se escondió debajo de unas nubes negras, se escuchaban truenos lo que significaba que se aproximaba una tormenta, había mucho tráfico, llamé a mi madre para que no se preocupe por mi demora.
Faltaba mucho recorrido para llegar a mi destino así que resolví escribir una carta para Tamara, porque lo que ocurrió recién no fue suficiente para ocupar mi mente lo necesario como para dejar de pensar en ella, ¿Qué más da si Gabriel se ha suicidado?, yo no lo obligué a hacerlo, tampoco incité a que lo haga, tengo claro que sobre mí no recae ningún tipo de responsabilidad, y si lo hace, verdaderamente no representa lo suficiente como para atribuirme por completo el hecho de que ya no esté vivo.
Las gotas de lluvia eran bruscas, golpeaban con fuerza las ventanas, el autobús estaba casi vacío, así que escribí:
19/08/2025
Tamara
Lo que busco es lograr que cuando me leas sientas lo que siento cuando te escucho hablar, me revelas puntos de vista que no había contemplado antes, cuestionas mis certezas, enalteces mis virtudes, tomas la forma de un ave que me picotea para que yo también me anime a volar, apuñalas artísticamente y sin piedad mi corazón pero no para hacerme daño sino para recordarme que aunque sienta dolor, ese mismo dolor demuestra que estoy vivo, luego te encargas de que mis heridas cicatricen, yo por mi parte quiero plasmar la figura de un cuchillo ardiente al fuego vivo que queme tu piel y rompa los huesos de tu tórax hasta hacerte llorar de felicidad, producir en ti una explosión de éxtasis que perdure por el resto de tu vida, quiero ser la llave que abra la puerta de tu alma, despertar tus instintos, pero debo admitir también que cuando estoy junto a ti siento que me acerco con un esfuerzo sobrehumano, me aproximo y corto grandes distancias, recorro enormes extensiones de desierto para regocijarme en las aguas del mar, veo como desde el horizonte aparece una larga línea azul, se trata del océano, corro con todas mis fuerzas mientras escucho el sonido de las olas, siento como la brisa del mar viaja a través del viento, quedan pocos centímetros para llegar a la costa pero súbitamente pierdo control sobre mis piernas, caigo sin fuerzas en la arena, lucho desmesuradamente por ponerme de pie, aprieto los dientes, aprieto los puños y grito, pero poco a poco siento como me evaporo, siento mareo y mis ojos se rinden ante tal suplicio hasta que finalmente pierdo la consciencia, por decir lo menos…
Dejé de escribir, sentía mis ojos pesados, el cansancio era muy notable, la ruta parecía interminable, primero cerré los ojos para descansar, respiraba lento, haber escrito esa pequeña carta me funcionó para gestionar mi estado anímico, sentía mucha tranquilidad y sin darme cuenta me quedé dormido.
Pasaron casi tres horas y media, ansiedad, cansancio e incertidumbre tomaron control sobre mí, cuando desperté empecé a cuestionarme varias cosas, trataba de recordar como razonaba cuando era niño, ¿Por qué de repente la vida me sabe a poco?, quiero vivir, me gusta la vida, pero ¿Qué sentido tiene desvivirme buscando un significado?, admiro mucho a quienes entregaron toda su razón de ser a la fe, es como aceptar ciegamente pero con plena certeza de que tomaron la decisión más viable porque cuando terminen abandonando este planeta serán reconocidos en el paraíso, pero esa idea no termina por llenar este vacío, soy un hombre parado ante un gran abismo si me termino decidiendo por saltar seguramente estaré cayendo por la eternidad, entonces a eso como lo llamamos, ¿Cielo?, ¿Infierno? O quizá ¿Purgatorio?, supongo que la respuesta depende de cada uno, algunos podrían encontrar en ese planteamiento una terrible tragedia y eterna desgracia monótona pero otros encontrarán consuelo y paz.
Me bajé del autobús, ya había llegado a mi destino, mi casa estaba a unos setecientos metros, mientras caminaba veía como un pájaro negro con un perfil muy definido volaba alto entre los árboles más viejos, varias luciérnagas brillaban como estrellas intermitentes a una altura media, el cielo se pintó de un azul oscuro muy intenso, comprendí que la tormenta había sido tan fuerte que provocó cortocircuitos, pocas eran las casas que contaban con iluminación de velas sumamente débiles, cuando llegué al puente donde transitan los autos que cortan camino para llegar a la autopista, observé en la esquina opuesta a una mujer con el cabello corto hasta sus hombros, su piel parecía ser reflectante por lo blanca que era, usaba botas, falda y unos lentes oscuros, portaba también un collar de plata y en sus manos sostenía una pequeña libreta con un bolígrafo verde, faltaba poco para el anochecer, nunca antes la había visto, calculaba que tendría mi edad, agitó su mano derecha en símbolo de saludo y como si fuera un imán sentí una fuerza que me atrajo hacia ella, crucé la calle sin percatarme de que un automóvil se aproximaba a una velocidad considerable, pasó rozando mi chaqueta, en realidad estuve a pocos centímetros de ser impactado, pero de cerca realmente me sentí atropellado por la presencia de esa chica.
-Debes mirar a los dos lados cuando cruces, puedes terminar convertido en carne molida-
-¿Quién eres?-
-Angie, y tú eres Andrés-
-Sí, ¿Cómo lo sabes?-
-Digamos que eres conocido de mis conocidos, sabía que tarde o temprano íbamos a hablar, vamos en la misma universidad, te he visto mucho por este barrio, era inevitable, hasta creo que nos hemos tardado en cruzar palabras-
-Es extraño porque yo nunca te he visto-
-Ya noté que eres en extremo despistado-
-Un poco, tal vez-
-¿Un poco?, estuviste a punto de morir hace prácticamente nada-
Mientras escuchaba a Angie, atrás de ella se asomó un gato negro de ojos amarillos y una mancha blanca en su pata delantera.
-…como sea, un gusto conocerte-
-¿Qué haces aquí sola a esta hora sin más compañía que ese gato negro?-
-Con que ya apareció mi guardián-
-Así que es tu guardián-
-Así es, toda mi vida desde que tengo memoria ese gato me ha seguido a todos lados, y por alguna razón que desconozco nunca envejece, mi madre dice que cuando ella era una niña también veía exactamente al mismo gato negro de ojos amarillos y una mancha blanca en su pata delantera, como sea… ¿Cuál era tu pregunta?, ah, sí, la razón por la que una chica como yo está a esta hora parada en este puente, pues no quisiera agobiarte contándote mi vida pero, en resumen, digamos que este lugar me inspira, aquí me siento viva, encima no hay electricidad, así que vine para escribir poemas-
-¿Me dejas leer alguno?-
-No, apenas es la primera vez que hablamos y ¿Ya me quieres ver desnuda?-, dijo a modo de broma pero con un tono serio.
-Entiendo, yo soy más de escribir en prosa, los versos no se me dan tan bien-
-¿También escribes?-
-Sí, de hecho siempre traigo conmigo un pequeño cuaderno-
-¿Me lees algo?-
-Prefiero no-
Caminamos juntos por el borde del puente, las farolas en la calle se encendieron simultáneamente, la acompañé hasta su casa, ella continuaba hablando pero era como si lo hiciera en otro idioma, no podía concentrarme en sus palabras, el sonido de sus botas era casi como escuchar una detonación atómica, una vez en la esquina de la intersección en la calle donde se encontraba su casa de forma imprevista agarró mi mano, fue entonces cuando dejé de prestarle atención a los detalles de mi alrededor, mi reacción natural fue soltarla, mudo la miré a los ojos, unos hermosos ojos verdes, tenía la impresión de estar levitando, volví a sentir esa extraña atracción por acercarme hacia ella, había olvidado su nombre, pero verdaderamente no me importaba en lo más mínimo, la abracé, ella besó mi cuello, aproveché para sustraer su pequeño poemario, me despedí, había sido un momento agridulce, pues mientras mis manos acariciaban su espalda y sus labios tocaban mi cuello pensé en Tamara tal como piensa un montañista en la cima de una gran montaña que parece no tener fin, ahora tengo la impresión de estar a medio camino, entre continuar ascendiendo en una enorme montaña con la esperanza de algún día llegar a lo más alto o dejar de depositar mi sentido en un ascenso que no me conduce a nada y mejor aprovechar que todavía no estoy lo suficientemente alto como para no descender, entiendo que esta chica que con su imprevisibilidad se ha plantado en mi vida tan de repente, ¿Soy un montañista?, así me siento cuando Tamara está en mi mente, a veces la tengo muy cerca, al menos así lo creo, pero por más que me esfuerce no termino de llegar hasta la cumbre de su alma, ¿Es esto suficiente para saciar mis anhelos de sentido?, cada día que pasa lo discuto más.
Capítulo IV
Es un día caluroso, el sol parece pellizcar la piel, llamé un taxi y al cabo de treinta minutos de trayecto por la urbe me encontré en el edificio administrativo, fue agradable percibir un ambiente fresco con sombra, caminé y entre los pasillos fríos e iluminados con luz blanca, observé a una chica con la que había trabajado hacía casi un año, ella estaba sentada, esperando que las puertas transparentes de las oficinas se abran, yo sabía que no lo harían hasta las 14:00 de la tarde, por su reacción comprendí que fue de su agrado volver a verme, -Hola Dulce, hace bastante tiempo que no te veía-, dije, -Hola Andrés, ¿Cómo estás?-, respondió, hablamos un rato, pero no lograba prestarle la suficiente atención como para hacer que la conversación sea fructífera, me sentía hostigado por la luz blanca artificial propia de los hospitales además de la espera que comprendí se alargó más de lo previsto, le propuse entonces que vayamos a un lugar con ventilación y buena vista, ella accedió.
-Sabes Andrés, hace días, concretamente dos semanas antes pensé en ti, siento que te construyo cuando te pienso y ahora estás conmigo-, decía mientras apretaba con sus manos mis hombros.
-Deberías pensarme más seguido-, la tensión de volver a tenerla junto a mí era tal que no pude resistirla, tocaba su cintura, su voz delicada y fina paseaba en mi cabeza anunciando su presencia, una sensación en exceso placentera, reconocí en ella cierta premura por disfrutarnos y entregarnos por momentos intensos al otro, ahora que estamos juntos aquella premura se delataba intencionadamente.
Como los ciclones tropicales en el sudeste asiático que golpean las costas filipinas, la violencia con la que un caimán negro de la amazonía defiende a sus crías cuando algún otro animal pretende usurpar su territorio, se me presentó una imagen de Tamara, la recordaba tan fresca y llena de vida como la ciudad de Quito en diciembre, hermosa y delicada como un colibrí zunzuncito que vuela libre por la Isla de la Juventud en Cuba, lo intenté pero finalmente no pude separarme de Dulce debido a un sentimiento abstracto e incisivo de mi deseo por terminar con el desierto sin fin que resulta gustar de una mujer como Tamara, cada día que no la veo advierto un pronto olvido que es sofocado a duras penas por un recuerdo amigable, pero una disculpa pública no revive a la flora y fauna muerta por un incendio en Australia, así como un pequeño recuerdo no suple un constante desinterés que se vive a diario.
-¿Qué sucede Andrés?, puedo jurar que no te reconozco, no eres el mismo desde la última vez que estuvimos solos, hace meses no parabas de tocarme, apretabas firmemente pero con cuidado mi piel, ahora te cuesta tanto besarme-, dijo con un tono de voz débil pero claro, tomó distancia de unos diez centímetros aproximadamente y exigió una respuesta de mi parte.
-Sucede que hay alguien que no sale de mi mente-
-Debe ser especial, y dime, ¿Dónde está ahora? ¿Por qué no te acompaña?-, preguntó, aunque intuitivamente ella ya conocía la respuesta.
-No lo sé, hace días que no la veo-, aquello únicamente confirmó la presunción que Dulce tenía sobre la situación actual de mi relación con Tamara.
-Pues vaya relación de uno que tienes, claramente a Tamara no le importas, al menos no tanto como crees, no tiene ningún sentido respetarla como lo has hecho, si ella te estimara como anhelas seguramente no estaríamos teniendo esta incomodísima conversación, ¿Qué haces?, eres un sin sentido, sin más-, expresó de forma desafiante.
-Como la vida misma-, dije con voz sorda.
Dulce leyó mis labios y con risa irónica preguntó -¿La vida es así para ti?-
-Lo es, en cierta medida-
-No me gustan tus respuestas tibias y ambiguas, explícate porque vamos a estar largo rato esperando a los oficinistas-
-Pues mira, entiendo que el mundo no es malo, pero eso no quiere decir que sea bueno, al mundo como tal le da igual lo que me ocurra tal como a mí me da igual lo que le ocurre a otra persona.
Ignorar un problema no lo hace desaparecer, no sé si hoy, mañana o hasta el día de muerte siga manteniendo este dilema, pero confío que dejará de ser relevante, de la misma forma que mi primer amor dejó de serlo, y aunque debo admitir que por momentos muy fugaces e insignificantes pienso en ella, ya no siento nada, ni resentimiento, odio, nostalgia, mucho menos amor, tampoco siento la necesidad de buscarla y hablar, en primer lugar porque no sabría que decir y segundo porque además me fatiga mucho tener conversaciones vacías, las tengo, claro que sí, pero prefiero evitarlas en la medida que me es posible.
El vacío en el gran abismo que llamamos «consciencia del sin sentido» cualquier día de estos nos terminará tragando, nos comerá similar al mito de Cronos devorando a sus hijos, pero la vida real no es un mito griego, no somos Zeus, aquí en la tierra todo lo que sucede cuenta con una explicación pero no necesariamente con un sentido, como un pez que nada en una pecera deseando cada mañana que un día al despertar se encuentre en los arrecifes de las Galápagos, pero que, sin embargo, cada mañana desilusionado vive a merced de sus imposibles ideales.
Se puede tener la ilusión de encontrarle un sentido a la vida, un simple consuelo más no un significado, como aquel pobre desdichado que ama a una mujer que no le corresponde, centra todo su existir en una meta a la que se aproxima pero nunca llega, queramos o no admitirlo es así, la vida, el paso de los días en la mente de una persona que sin cesar y con gran ímpetu busca algo que le represente sentido, el pez confinado a vivir en una pecera de unos lamentables cuarenta centímetros que idealiza conocer el enorme océano pacífico se contenta con esa simple esperanza utópica, todos se aproximan y cuando más cerca se encuentran comprenden que en realidad están demasiado lejos, la vida es una asíntota, a ratos pensamos que al fin llegaremos al punto exacto en el que todo cobrará un significado, un porqué, un sentido pero nunca llegamos, pero no es culpa nuestra, es tan solo entender la naturaleza del mundo-
– ¿Y tú?, De forma vehemente a la vez que condescendiente rayando la arrogancia, ¿Realmente lo entiendes?, hablas desde el resentimiento, a tu novia o lo que sea le das igual, si eres tan afín a tu pensamiento, ¿Por qué entonces te importa?-
-Porque soy humano y estoy condicionado a mis emociones, nada de lo que sucede me puede ser indiferente; por cómo te dije antes, mi condición de ser humano-
-¿No es eso entonces señor «filósofo», un sentido?, según tu lógica eres un pobre desdichado-
-No me consta, no estoy de acuerdo porque hay algo que ignoras en mi situación y es que no puedes dar por hecho mi desdicha si no se cumple con lo básico que ésta demanda, es decir, no ser correspondido por Tamara, pero han pasado pocos días, tampoco pretendo meterme en su piel, ser invasivo o empachoso con ella-
-Claro, hasta que ella se canse, tú estás a su merced confinado en una pecera-
-Cuando ella se canse seré un desdichado, abriré los ojos y despertaré en la pecera pero sólo si para entonces la sigo esperando-
-Entonces, ¿La dejarás de querer?, si ya piensas en algo así, ¿De verdad la quieres en este momento?-
-Como dije antes no puedo ser ajeno a las emociones humanas, por verbigracia: hoy la quiero pero nada me garantiza que mañana continúe queriéndola, las personas cambian demasiado de parecer y voluntad-
-Que nefasto que sientas de esa forma, ¿Siempre fuiste tan cínico?-
-Ahora veo a través del vidrio de la pecera que en realidad eres tú la que está confinada a un ideal imposible, tu consuelo es creer que el amor dura para siempre, aquí te tengo una revelación: no es así. La idea que tienes del amor es fantasiosa, muy romántica pero irrealizable-
-¿Nunca has amado?-
-No de la manera que tu entiendes al amor-
-El amor es un lenguaje universal, es el mismo para todos, con diferentes formas y niveles pero en naturaleza es la misma energía-
-Y Dulce… ¿Tú alguna vez has amado?-
-No, todavía no conozco a nadie que cumpla con mis expectativas, pero sé que hay un hombre destinado para mí y que lo conoceré algún día-
-Eso explica muchas cosas-. Dije aguantándome la risa, cuando Dulce hablaba era como escuchar a una niña relatar que un pequeño cueto maltrecho de arena es un castillo en el que conocerá a su príncipe azul y vivirán juntos alegremente por la eternidad pero al cabo de una hora la marea sube y lo derrumba, la niña se sentirá triste durante quince minutos a lo mucho, luego se levantará, tomará un jugo de coco, reirá y se retirará de la orilla sin apenas recordar su castillo de fantasía.
Dulce se tomó a la ligera mi punto de vista, volvió a abrazarme, susurró a mi oído un par de palabras que no pude entender y las puertas de cristal se abrieron.
El trámite demoró lo esperado, sin mayor novedad, se trataba de cuestiones mínimas, cuando salí caminamos con Dulce por la vereda que daba la impresión de quemar la suela de los zapatos, hablamos unos pocos minutos más sobre cosas sin importancia como el clima, los trámites y la guerra cuyas trincheras estaban al otro lado del mundo en algún país de medio oriente, un auto plateado con vidrios polarizados recogió a Dulce, mientras veía como se alejaba, una nube se posó por encima de mí regalándome una sensación de descanso con su sombra, puedo jurar sentirla como una ducha de agua helada, unas manos frías taparon mis ojos, alguien me pidió adivinar su nombre y una risa conocida me hizo saber que se trataba de Tamara, se lo dije, di la vuelta y la abracé muy fuerte.
-No esperaba ver a un ángel hoy, le pido al sol que me pellizque más fuerte porque esto no puede ser cierto, Tamara que preciosa estás, estos días se me han hecho eternos, ¿Cómo has estado?-
Tamara me pellizcó la piel del brazo y dijo -¿Ves?, no estás dormido-, sonreía y sus ojos, como de costumbre representaban un hogar cálido en el que puedo abrigarme, me hubiese gustado permanecer así por siempre, el mundo dejaba de ser indiferente, al menos ese juicio me mereció en aquel momento, las nubes blancas hacían lucir al cielo como un campo de algodón en el mar, sentí una necesidad enorme, más grande que la galaxia en la que vivo, una necesidad que de no asistirla me terminaría matando, quería besar sus labios, tocar su mano, acariciar su cabello como cuando camino en la mañana por el campo y toco con suavidad las hojas de las plantas, quería conectar mi alma a la suya, olvidarme de todo, de los problemas, de los pendientes, de las guerras, de la muerte, olvidarme del mundo en sí, únicamente servir alegremente a mi nuevo sentido: Tamara.
-Yo también te he extrañado Andrés, no es fácil ignorar como me haces sentir, había planeado escribirte una carta y citarte debajo de nuestro árbol pero no ha sido necesario ya que por los azares del destino hoy coincidimos-
-Que irónico porque yo tengo una carta que escribí para ti-, siempre la traía conmigo por si se presentaba una ocasión como esta, hurgué unos pocos segundos en el bolsillo de mi chaqueta y hallé el sobre donde la había guardado, se la entregué y Tamara tardó cuatro minutos en leerla, su primera impresión fue decirme -Está inacabada-, también dijo -… pero es muy linda, sin embargo, necesito que me expliques la razón por la que sientes que pierdes el control cuando estás a punto de llegar al mar, se trata de una analogía, ello es evidente, pero en este preciso y precioso instante- estoy junto a ti, te veo, te escucho, si me tocas te sentiré, estás en el océano, estás conmigo y yo contigo, tienes pleno control, levántate y toma un baño en el mar-, una vez terminó nuestros labios se saludaron después de unos pocos días eternos sin tocarse, es difícil ponerlo en palabras cuando alguien como yo, es decir, alguien que poco o nada sabe sobre el amor de repente tiene una probada de un sentimiento tal, todo en mi alrededor cambió, las ventanas de los edificios brillaban, el sol todavía fuerte dejó de pellizcar, comenzó a ser benévolo y llegó a un acuerdo con las nubes para regular su radiación, el aire se purificó, las personas que caminaban sonreían, se escuchaba música de fondo, ella combinaba con la nueva belleza del mundo, de improviso, como un flechazo, una bala o una estrella fugaz supe que estaba enamorado de Tamara.
-Creo que te amo-, le dije con un poco de ansiedad y otro tanto de ilusión, por defecto tiendo a ser pesimista pero cuando esas palabras salieron de mi boca hubo un cambio muy significativo, estaba convencido de que todo saldría bien.
-Por fin lo admites, ya lo sabía, y sí yo también te amo-, dijo con ojos contemplativos y una voz aguda melodiosa.
Sonreímos al mismo tiempo, nos tomamos de la mano y empezamos a caminar hasta que llegamos a un parque muy grande, los perros corrían libres, los niños jugaban, los adultos reían, este parque purifica el aire de la gran ciudad parece ser que la naturaleza y la urbe han celebrado un tratado de comunión, los pájaros alimentaban a sus crías en las copas de los árboles, Tamara me enseñó un cuaderno en el que pintaba hermosos paisajes, dibujó al volcán Cotopaxi, dibujó también la Basílica del centro de la ciudad, hermosos dibujos de aves, conejos y flores, por cada dibujo dejaba una carilla en blanco, Tamara dijo que la razón por la que lo hacía era para que yo escribiera un poema.
-Somos tan únicos y complementarios incluso en el arte, tú me has convencido de que pinto bien y yo amo como escribes-, aquello fue mejor que un orgasmo.
Escribí siete poemas y una dedicatoria en prosa para mi Tamara, fuimos por un helado de mora, compramos dos manzanas una roja y una verde, dimos un paseo por el jardín botánico, nos colocamos gafas de sol, navegamos por la laguna, parecíamos navegar por un espejo pues el agua era cristalina. Tamara me contó sobre su infancia, sus heridas, sus sueños y yo la escuchaba muy atentamente, habló de la influencia de Claude Monet en sus obras, le dije que ella pintaba mejor que Monet, ella sonrojada reprobó lo que yo había dicho pero lo tomó como un halago, continuaba hablando y dijo que lo que hace especial a la obra de Gabriele Münter es su simpleza, su manejo del color es maravilloso, escucharla hablar con tanta pasión me hizo amarla más.
Nos sentamos de nuevo en el césped mirando el encaje perfecto de árboles y edificios en Quito, dos corazones sincronizados, dos pares de pupilas dilatadas, dos personas que se aman.
-Esto me recuerda a «Jawlensky y Werefkin”, un cuadro de Gabriele Münter, vivimos en el arte, tú vives en mí lienzo y yo en tus letras-
-Nunca nadie ha apreciado como escribo, supongo se debe a mi despatarrada caligrafía y, en consecuencia, las personas no son capaces de leerme-
-Pero yo sí te logro leer, existe una mujer en el mundo a la que le encanta como escribes, esa mujer te ama, esa mujer soy yo-
Al escucharla decir eso entendí que había recuperado mi sensibilidad, lloré de alegría, la besé y el mundo me pareció en lugar hermoso.
-Contigo soy capaz de sentir, ¿segura que no has pintado tú el mundo?, algo tan perfecto no puede ser obra del azar-
Continuamos hablando durante horas, al caer la tarde Tamara se quedó dormida en mi hombro mientras yo escribí una carta para dársela cuando despierte.
07/09/2025
Besos angelicales
Estoy cerca de ti, muy cerca, y soy testigo de cómo solo con existir desprendes magia, tal como de un árbol se desprenden las hojas que rebeldes se entregan al viento y éste las conduce a flotar en un inmenso río, eres mágica pero eres mucho más que eso, eres una expresión de lo inexplicable, tan hermosa, artística y misteriosa como el espacio infinito, nuestras manos se rozan, es un privilegio poder sentir con mi boca tu piel cálida y suave como la brisa del mar.
Tus labios frescos y rojos.
Me encanta el éxtasis que me haces sentir cuando me besas con tanta intensidad como si el mundo estuviese próximo a desaparecer, besarte es el placer más grande que he sentido, segundos que avivan el fuego en nuestro interior, quiero besarte hasta quemarnos juntos en una eterna llama, seríamos capaces de incendiar nuestras almas para que cuando se terminen de consumir viajemos hasta ser parte del mundo exterior, crear nuestra propia galaxia, morder tu piel, sentir que tus labios se funden a los míos, esos labios hermosos como un crepúsculo de junio, feroces y dulces; empiezo a creer que me falta tiempo para disfrutarte pero tus ojos me dicen en voz baja -tenemos tiempo-, chica angelical, me has engañado, no puedes ser de este mundo, ¿Dónde escondes tus alas que no las veo?, no he caído de la gracia de la suerte, tengo certeza de ello, porque la suerte se encargó de haberte puesto en mi camino, cada segundo de cada minuto y cada minuto de cada hora y cada hora del día pienso en ti, en tu voz, en tu energía, tu figura y tus manos acariciando mi espalda, te despides de mí con un beso.
A.
Tamara abrió sus ojos, al verme sonrió.
-Vamos a otro lado-, dijo suavemente, nos levantamos, le entregué la carta que había escrito, tardó cinco minutos en leerla pese a su brevedad, le dio un beso que dejó la marca de sus labios en el papel y la guardó en el bolsillo.
La luna menguante era dueña de la noche, su hermosa luz atravesaba las ramas de los árboles mientras caminábamos, demoramos un cuarto de hora en agarrar un taxi, mismo que nos hizo un tour por el norte de la ciudad, el conductor dijo: -Me recuerdan cuando con mi mujer éramos jóvenes, no todos tienen la fortuna de encontrar a su alma gemela, disfruten la noche que pronto llegaremos a su destino y del costo del viaje no se preocupen, corre por mi cuenta-, llegamos al centro de la ciudad, el conductor se despidió y se fue.
Yo, cautivado por Tamara le propuse buscar una cafetería para abrigarnos y beber un vino.
-Lo haremos, pero la noche al igual que nosotros es joven así que primero exploremos la magia del centro histórico-, hacía frío pero no me importó y acepté, la ciudad conserva tintes coloniales por lo que causa la ilusión de caminar en el pasado, Tamara capturaba con su cámara imágenes que le servirían de inspiración, yo la veía a ella por el mismo motivo.
Caminamos muchísimo pero no sentí cansancio, Tamara confesó que uno de sus sueños era caminar por Quito durante la noche así que nos decidimos por visitar todos los lugares que nos sea posible.
Nos besamos en las afueras del Palacio de la Exposición, reímos en La Ronda, debatimos la política actual en la Plaza Grande, le declamé un poema en la Plaza de San Francisco, me declaró su amor mientras paseamos por La Catedral Metropolitana de Quito, entramos al museo en la Casa del Alabado, nos prometimos amor incondicional en El Arco de la Circasiana, todos esos lugares se teñían de magia con la presencia de Tamara, palacios, calles, museos y plazas, nada de eso importa cuando ella está a mi lado.
De improviso se hizo presente un extraño momento de lucidez, la existencia se presentó desnuda frente a mí, yo como extraído del momento que estaba viviendo volví a pensar en el abismo de la vida, pensaba en la muerte, en lo ridículo que me resulta el mundo, los sentimientos, las personas y otras nimiedades, pensaba también en Tamara mientras adornada por las estrellas me miraba con una sonrisa, ella vivía y yo también, todo seguía sin tener sentido pero no me interesaba porque ya lo dije una vez, estar junto a ella me significa toda la importancia del mundo, sin embargo, soy traicionado por mis pensamientos que me muestran el vacío que habita en el abismo, sea como fuere no tiene gran relevancia porque en el mundo real no estoy parado ante un abismo, y aunque lo estuviese, me decidiría por ignorarlo, a fin de cuentas el cielo y el infierno no distan tanto uno del otro, también comprendo que si mi vida es un resultado del azar, mi inevitable muerte también lo será, lo que realmente importa es sacarle provecho a lo que vivo, no me suicidaré porque ello sería aceptar sumisión y rendirme ante este mundo, el mayor acto de revolución es mantenerme vivo, que valiente hubiera sido Gabriel si en lugar de convertirse en esclavo de su desgracia hubiera optado por encontrar consuelo en aceptar que la que alguna vez fue su hija lo amó con todo su ser, que pudo al menos conocer a su nieto, duró poco pero sigue siendo mejor a no durar nada.
Sin miedo voy a continuar enfrentado a esta vida, la existencia es pesada, dura y a veces cruel pero no por ello voy a destruirme, prefiero antes ver el fin del mundo, ver como un enorme asteroide choca contra el planeta, ¿nadie escapa al destino?, yo lo cuestiono, el destino no es nada más que la forma en la que las personas justifican sus torpes decisiones, siento tanta rabia contra todo y mi corazón está inyectado por adrenalina.
-Andrés, regresa a mí -dijo mientras se acercaba-, ¿En qué tanto pensabas?
-En nada importante-
-¿Seguro?-
Acabamos nuestro recorrido.
Las calles empedradas, los chubascos espontáneos me hicieron un gran favor al interrumpir el interrogatorio, el cielo brillaba por momentos a causa de los relámpagos en la cordillera, la mirada de Tamara, fría pero tierna me anuncia sin pronunciarse que es hora de ir a dormir.
Llegamos a una cafetería, pequeña pero muy confortante, bebimos una botella de vino tinto y un par de rebanadas de pastel de zanahoria, la encargada del lugar nos ofreció pasar la poca noche que quedaba ahí, nosotros accedimos porque ya era muy tarde, daban las dos de la mañana, escuchamos música y Tamara se quedó dormida abrazada a mí con su mano agarrada a la mía, cerré mis ojos, bastaron veinte segundos de sueño lúcido para asimilar que Tamara ha encontrado la manera más inocente de pertenecer a mi mundo.
En la mañana del día siguiente, Tamara me despertó con un beso, dijo que era hora de desayunar, sentada frente a mí con la luz de los ventanales que la hacían brillar decía alegremente que había sido la mejor noche de su vida, yo al haber sido no solo partícipe sino protagonista sentí una explosión de emociones, un frenesí incalculable; una vez salimos de la cafetería la acompañé a la estación de metro, me besó otra vez y me hizo prometerle que la llamaría y que frecuentemos mucho más.
-Por supuesto, esta misma noche te llamaré, tenemos que hacer costumbre lo de ayer-
-Nos vemos luego Andrés, ya quiero repetirlo-, me besó como despedida, la miré unos segundos mientras agitaba su mano, no podía explicarme como en tan poco tiempo he sentido tanto, me retiré de la estación, tomé al autobús y en el camino a casa no dejaba de revivir la noche que pasé con ella, quise detallarla escribiendo pero preferí disfrutarla a modo de recuerdo, una vez me encontré en la puerta de mi casa saludé a Aurora, a mi abuela y a mi madre.
-¿Dónde estabas?, nos tenías muy preocupadas-, dijeron en una misma voz
-Estaba bien, no se preocupen, lo importante es que ya estoy aquí en una sola pieza-
Entramos a la casa y hablamos un poco. Aurora nos contaba sobre sus proyectos, mi abuela la escuchaba gustosa, aunque quizá no haya entendido nada, le causaba ilusión ver a su nieta hablar y compartir tiempo con ella, mis tíos me preguntaban: ¿Cómo va la universidad?; ¿Por qué ayer no viniste a ver el fútbol?, yo respondí en automático, todo bien, ayer estuve muy ocupado y bla, bla, bla.
En mi mente pensaba que quizá Dulce tenía razón, tal vez el amor es el sentido de la vida, a lo mejor mañana cambio de parecer, quién sabe si más tarde recobre mi indiferencia pero no me importa porque hoy, en este momento, estoy sintiendo una explosión de emociones.
Capítulo V
Pasaron un par de meses, veía a Tamara cada vez más viva, comprendí que pese a que la conocía hace bastante tiempo apenas estaba descubriéndola, ahora la veo con otros ojos, me interesa su bienestar y siento empatía.
Nos acostumbramos a vernos todos los días, a veces nos pasábamos tardes enteras hablando, otras escuchando música y otras sin hacer nada más que existir juntos, me enseñó a bailar, yo le enseñé a tocar guitarra y juntos aprendimos a manejar bicicleta, subíamos montañas, nos bañábamos en el río, dormimos juntos viendo su película favorita, viajamos por la ruta del sol, estuvimos también en la mitad del mundo donde caminamos justo en el medio de la línea que separa a los dos hemisferios del planeta, pasamos unos días en Cojimíes, visitamos Cuyabeno donde pudimos ser testigos de lo hermosa que es la naturaleza y como estamos unidos a ella, tengo muy presente una madrugada cálida y luminosa en la que abrí mis ojos frente a la puerta de la habitación que compartíamos, un poco desorientando y aturdido fijé mi atención en la parsimonia con la que Tamara caminaba descalza hacia el lago; recuerdo muy bien sentir una efervescente felicidad que reinaba mi existencia. Había un contraste muy marcado entre Tamara y el mundo, una diferencia absoluta y hermosa, mantuve mi concentración un rato más, y Tamara, sin verme, pero a sabiendas de mi presencia, se desnudó frente al lago, mi respiración se aceleró bastante en cuestión de segundos, y el calor que sentía en mi piel poco a poco fue despertando mis deseos por celebrar una comunión de cuerpo y alma con Tamara, volver a nacer y morir al mismo tiempo mientras ella se entrega a mí y yo a ella; Tamara sin saberlo seguía nadando en el reflejo del plenilunio sobre el agua, como una estrella fugaz jugando en la órbita de la luna, hasta ese momento no había hallado la oportunidad para desafiar al destino, gritarle a la vida que estoy vivo, y enfrentar el vacío en mí. Me reuní con Tamara en el centro del anfiteatro acuoso abrillantado por los astros diurnos del cielo, rodeados de árboles inmensos y un silencio perfecto; parecíamos flotar en el cielo, levitando juntos de la mano y abrazando el placer de estrechar los corazones a través de nuestra piel, gracias a la transparencia de la capa diáfana de agua en el lago. Luego volvimos a la ciudad.
Cuando Tamara duerme a mi lado, no puedo evitar pensar que inauguro un nuevo mundo cuando me levanto, aunque sé que más tarde le pondré fin cuando me vuelva a acostar pero eso es justamente lo hermoso de estar con ella porque cada día edificamos un nuevo universo hecho a nuestra medida y que siempre es novedoso descubrirlo juntos, es inevitable sentir que algo nos une, confieso que me ha devuelto las ganas de no rendirme y que en realidad no necesito encontrarle un sentido a todo exceptuando los sentimientos que tengo por ella.
Los párpados de mis ojos cansados se convierten en un medio para encontrarnos, soñando le digo cuanto me ha ayudado y cuanto la quiero, entonces despierto y veo su mirada espiando mi corazón, nuestros ojos en un duelo de miradas compiten mientras construyen, como cada amanecer, un nuevo mundo, nuestro mundo, la intensidad nos caracteriza y mi sueño se hace realidad por segundos en el baile de nuestras pupilas que no dejan de crecer. Pero no puedo encerrarme por siempre en una ilusión transitoria, hoy la amo y ella me ama, mañana cruzaremos miradas otra vez pero ya no verá nada más que su reflejo, dejo de pensar, descanso y el mundo muere.
Acariciar el silencio en un momento lúdico sin estar condicionado a rendir cuentas a nada ni a nadie, el mundo se vuelve minúsculo y me convierto en el amo del universo. Me hallo en el vaivén de la decadente ciudad en la que vivo, penumbra junto a luz artificial, lluvia tímida y paredes rayadas.
El viaje, en realidad, había durado poco y no había transcurrido tanto tiempo desde que acabó pero lo recuerdo como si hubiesen pasado décadas, ahora vuelvo a sentirme despersonalizado a la par que desinteresado por todo, me encuentro en el camino de vuelta a casa, dos perros me siguen las pisadas, el gato de Angie me observa de lejos y veo que ha adoptado mi mirada como suya cuando está acostado a sus anchas en lo alto de una casa, los árboles cuya sombra recae en las calles secas me informan que el mundo no ha cambiado nada y sin embargo lo miro tan maravillado sin ninguna razón.
El cielo celeste, la lluvia, el sol, la noche, la gente, Tamara, Angie, Beatriz, el bebé, Arturo, Gabriel, Aurora, mi madre, mi abuela, Dulce, la sangre, los vidrios rotos, la muerte, la vida, todo me resulta ajeno, a ratos el mundo me electrocuta con todas las emociones que sin hacer ruido habitan en mí, las aviva, las dota de poder, siento tanto y navego en el mar conviviendo con la hermosa oscuridad de la noche, el calor abrazador del día, los colores rojizos del atardecer y vislumbro que entre mis estados de ánimo me siento vivo, crecen de los árboles raíces inmensas que saludan a las estrellas reflejadas en espejos brillantes como los ojos de mi musa pero después todo me parece insípido, ella no es la excepción.
No quiero estar en mi casa, tampoco quiero estar afuera, no quiero escuchar a nadie porque no me interesa lo que nadie tenga que decir, podría convencerme de que Tamara y yo fuimos creados para encontrarnos e impactar con nuestro amor al planeta tal como las tormentas solares azotan a la atmósfera, pero no lo creo, somos insignificantes, ¿Qué me importa si para el mundo no soy relevante?, sobre todo cuando el mundo carece de significado para mí, sé que estoy vivo, no quiero morir, estar vivo es extraordinario cuando basas la existencia en uno mismo o en algo que no se ve alterado por la indiferencia, ese algo es mi propia consciencia y sentido de pertenecer pero no le pertenezco al mundo, tampoco a Tamara, me pertenezco a mí, soy mi dueño, sigo mis propias reglas, ahora sé que Tamara aunque se ha aproximado, realmente no es el sentido de mi vida.
Empero, lamento mi actitud apática, extraño cuando lograba llorar abrazado a las personas que amaba o creía amar, ya no siento nada, lo intento pero no logro sentir. Pienso que tengo lejos a Tamara y otra vez brota esa inexplicable emoción vital que pinta de blanco hueso mi desinterés, y siento que mi piel se descose liberando rayos de energía, fuego, sangre y hielo, me elevo con ojos blancos por encima del continente atravesando auroras boreales.
La forma que tengo de sentir y por añadidura de existir no tiene sentido porque esencialmente es una contradicción.
Nada tiene importancia, nada tiene sentido, nada, absolutamente todo lo que ven mis ojos son luces y sombras que interactúan entre sí pero gracias a mí, piezas sin verdadera importancia, el planeta se caía a pedazos, gente no dormía por días enteros, bebés eran atropellados, madres se suicidaron, en la noche el silencio cobra factura, mi mente vive y expresa la explosión de emociones, explosión que como viene se va, como un chasquido, una ráfaga de luz breve que atraviesa el cielo, misma luz que se apaga pero también vive, hoy me he tirado la tarde entera pensando en todo, ese todo sin sentido que en realidad no es todo, es una nada disfrazada de todo pero ese antifaz se lo he colocado yo, porque el mundo es aburrido, prefiero mil veces vivir en un mundo cruel que en uno indiferente, pero el mundo es indiferente entonces creo que el cruel soy yo siendo indiferente con todos porque todos tienen su propia idea del mundo del que yo formo parte.
Angie, feliz de verme, hizo acto de presencia con una sonrisa de oreja a oreja después de algunas semanas desde la última vez que hablamos en el puente donde sustraje su pequeño poemario el cual no lo he leído todavía.
-Cuanto sin verte, ¿Cómo has estado?-, dije mientras se acercaba.
-Todo tranquilo, ahora mismo iba a comer, ¿Quieres venir?-, preguntó.
-Claro-, respondí.
Optamos por caminar para que la conversación fluya de buena manera, Angie, en apariencia, estaba bien pero su forma de hablar con esa voz temblorosa y débil denotaba incomodidad.
-¿Te pasa algo?-pregunté extrañado-, pareces estar cansada y en piloto automático.
-No es el momento para hablar sobre lo que sé- dijo con ligera agudeza-. Al menos no en medio de la calle.
Continuamos el camino sin decir una palabra, veía como el gato negro de ojos amarillos corría por los techos con su mancha blanca en la pata delantera, por momentos volteaba su mirada hacia mi dirección pero en realidad no me estaba viendo directamente sino que se ocupaba de inspeccionar a los dos perros que continuaban siguiendo mis pisadas.
Angie señaló con su dedo índice a un restaurante pequeño con las puertas cerradas.
-Es ahí, entremos-, dijo con un suspiro tímido.
Me pronuncié seriamente y dije.-Entonces una vez que entremos vamos a hablar-
Ya en el restaurante, la atmósfera del lugar era pesada, Angie pidió su comida y yo una bebida fría, los primeros minutos fueron fúnebres, ninguno de los dos se atrevía a romper la incomodidad del silencio. La señora encargada de atendernos nos observaba desde el fondo con ojos saltones y los brazos cruzados, ignorando su presencia me decidí por cuestionar a Angie.
-Y bien… ¿Qué te incomoda?-
-Pensé que ya lo sabías y que lo habías digerido bien, pues te vi como siempre, tal vez un poco serio pero asumí que se debía a tu proceso de superar el duelo pero ni siquiera estás enterado de lo que ocurre-
-Y… ¿Qué ocurre?-
-Tamara-
-¿Qué tiene que ver ella con todo esto?-
-Tamara y yo somos amigas, hemos hablado mucho las últimas semanas, no entiendo por qué no te lo ha dicho ella y tampoco me siento en la posición para decírtelo pero supongo que Tamara tendrá sus razones y yo no me siento cómoda guardando secretos, en especial cuando son así de delicados-
-Entonces dímelo-
-Sucede que Tamara está muriendo; cuando ella era pequeña desarrolló una
rara enfermedad en la sangre, recuerdo una ocasión cuando estábamos jugando, ella dejó de respirar y se desplomó en el suelo, por su nariz salía sangre espesa, mi madre dijo que fue un milagro que no haya muerto aquel día, me preocupaba por Tamara y tuve que aprender a vivir con el miedo de que algo así se repita y ella termine muriendo pero pasaron los años y la enfermedad mermó, eventualmente se convirtió en un recuerdo amargo. Sin embargo, parece ser que ha vuelto a manifestarse-
Angie habla y con cada palabra que dice menos quiero escucharla pero me veo obligado a decir algo genérico que vaya acorde con la situación, sin importar que resulte cliché, luego podré encerrarme en mi mundo y meditar mejor.
-No hay nada que pueda hacer al respecto más que dedicarle mi tiempo hasta que llegue el día de su muerte-, dije sin expresión-. Gracias por decírmelo.
Angie frunció el ceño y sus ojos pintaban una mirada con desánimo.
-¿Eso es todo?, cuando yo me enteré casi me desmayo y lloré durante horas, tú supuestamente la amas ¿Y esa es tu reacción?-
-Cada quien maneja el duelo como puede, yo no soy menos bueno ni menos malo si no reacciono como esperas que lo haga-
-Tamara puede morir en cualquier momento, quizá ahora mismo mientras estamos hablando y a ti parece no importarte en lo más mínimo, si yo fuera tú hubiera salido a buscarla…-
Mientras Angie me sermonea solo puedo pensar que estoy francamente cansado, quiero bajar los brazos y acostarme en el césped, contarle historias al cielo y desapegarme por completo de todo pero aun así resisto, pienso pero nada me convence, tengo la sensación de sentir, sentirla y sentirme pero concluye todo tan rápido, repentinamente las sienes me duelen, los músculos se tensan, mientras sus palabras se acercan a mí describo imágenes no por las imágenes en sí sino por lo que las imágenes producen en mi forma de pensar y asimilar el discurso que mantengo en este momento, ojalá tuviera ganas de explicárselo pero no me comprendería, debí suponer que siempre sería incomprendido pero ¿De dónde viene todo esto?, ¿Por qué doy por hecho que antes ya era incomprendido?, y peor aún ¿Por qué no me considero merecedor de comprensión en el presente?
Amor, tristeza, alegría, odio, ya no puedo diferenciarlos, al principio creía estar bien encaminado, ahora todo es confuso e incluso me doy cuenta que estoy perdido y no logro acabar con esta terrible sensación de creer que voy perdiendo la capacidad de dar rienda suelta a mis sentimientos.
¿Por qué me resisto, entonces?
No lo sé y no me interesa indagar en ello, sólo lo hago.
Cuando estoy a solas conmigo mantengo soliloquios absurdos desprovistos de interés que hacen honor a su naturaleza, de cierto modo comparto su forma de existir, esa idea existe en mi mente, la materializo cuando la digo en voz alta y aunque nadie me escuche sé que eventualmente existirá en la mente de otras personas, mismas que terminarán muriendo pero… ¿Qué más da, si el punto es que en vida convivieron y adoptaron esa idea como suya?
Esto ya lo he pensado antes, he vivido en este laberíntico dilema anteriormente, por consiguiente no me es extraño caminar con los ojos cerrados por los pasadizos estrechos, las paredes espectrales y los pisos falsos que conforman el laberinto de la memoria, caigo dormido con el sonido matinal del viento y los árboles de fondo, sonido que arrulla y me inspira consternación pues presiento estar en un estado Antemortem y me quedo dormido, ahora
me encuentro en otra habitación con una oscuridad cegadora y desesperante, el frío traspasa mi piel mientras se imprime en mis huesos, el cielo no tiene color, salgo a caminar y paso por huertas desérticas, me adentro en una sombría profundidad de este curioso averno en el que me he despertado, escucho miles de grotescos lamentos, plegarias malditas de almas inertes, almas sin propósito, enciendo una vela y a la altura de mis tobillos percibo como cientos de manos diminutas me tocan, pellizcan y arañan, veo caras fusionadas con las paredes que gritan incansables, una enorme hoguera a lo lejos con seres antropomorfos consume en su lava ardiente todos los sueños, planes y esperanzas de la humanidad, un montón de niños de ojos negros y la piel con quemaduras muy pronunciadas se pelean por despedazar a una mujer embarazada, comen su carne y beben su sangre mientras ríen y bromean, dos docenas de arlequines danzan sobre huesos, órganos y ceniza.
La cueva toma forma de metrópoli, un par de señoras de muy avanzada edad tejen abrigos de piel humana, perros con cabeza de cerdo y ojos de gato corren por los pasadizos de la angosta ciudad; apunto con una piedra a la cabeza de una de esas criaturas, la tiro logrando impactar en su cráneo y con sus ojos bañados en cólera me voltea a ver, espuma amarilla saliendo por su hocico, en mis bolsillos guardo una tijera puntiaguda bien afilada, esta vez yo voy en dirección a esas criaturas, encaro a la que aparentemente es el alfa, la tomo del cuello, apuñalo veinte veces sus ojos, desprende sangre negra y espesa como aceite quemado, emite un grito horrible y cómico, volteo su cuerpo agonizante, lo abro por la mitad haciendo un corte que va desde la garganta hasta la boca del estómago, agarro una piedra y rompo su tórax, abriéndome paso por el pecho arranco su corazón aún palpitante.
Segundos, vida; la vida se escapa en segundos, se escurre entre suspiros y dilata sentimientos indescriptibles, indefinibles, imposibles. Abro los ojos y Angie ha terminado su comida, la señora en el fondo del restaurante no me libera de su juicio con ojos que proyectan desconfianza, indaga en los recovecos de mi mente, no me puedes leer -pienso-, le devuelvo la mirada y puedo ver sus miedos, su existencia insignificante y empobrecida tras esa amargura. Angie dice mi nombre, me insulta con desilusión, todo es extraño, solo quiero que desaparezcan, la mesera se acerca -¿Desean algo más?-, pregunta
-No, nada, estamos bien-, responde Angie
Se aleja a pasos torpes, con la cadera desviada, orgullosa y con la frente en alto enciende un cigarrillo que saca de su delantal. Qué triste vida.
-Iré a casa de Tamara, ¿Quieres acompañarme?-
-No te quiero acompañar pero iré igual-, dice Angie mientras se levanta para cancelar la cuenta.
-Te espero afuera-, le digo tocando las llaves en mi bolsillo.
En la calle hay un semáforo que ha dejado de funcionar, unos cuantos estudiantes de colegio combinan licor con jugo de naranja y detrás de ellos la policía se estaciona, un oficial golpea severamente a dos de los chicos, uno logra zafarse y corre hacia mi dirección, escucho como la puerta del restaurante se abre, el estudiante sigue corriendo pero ya nadie lo persigue.
Tres carros a toda velocidad están por impactarlo pero de improviso el semáforo vuelve a funcionar, es casi un milagro y el chico sobrevive, los otros muchachos abatidos y con sus narices rotas gritan de felicidad, se ríen y bromean. La policía no tolera burlas y un oficial desenfunda su arma y dispara siete veces hiriendo al estudiante que minutos antes había logrado burlar los trucos intransigentes de la vida; el estudiante muere al instante y los gritos de sus amigos ahora son de pena, los policías se guiñan los ojos, suben a la patrulla y se pierden en la selva de cemento.
Angie de rodillas toma con sus manos la cabeza del joven y grita por ayuda, yo sin cuidado alguno cruzo la calle y hablo con los otros dos estudiantes.
-¿Puedo?-, pregunto mientras apunto con mi dedo índice la botella de licor, le doy un trago largo y me despido.
Mi caminar es interrumpido por Angie. -Llama a la policía-, me dice
-Pero si ellos lo han matado-, le respondo
Una situación cómica y lamentable como la vida misma.
Al escuchar el alboroto, la mesera sale del restaurante y queda petrificada al ver restos de cerebro regados por la vereda pero fue mayor mi sorpresa al escuchar lo que dijo después -Santo Dios, ¡¡¡es mi hijo!!!-.
-Era-, me recogí de hombros, le di otro trago a la botella y me subí a un taxi.
-¡Joven! Que grata sorpresa volver a verlo, ¿Dónde está la chica que lo acompañaba aquella noche?-
-Muriendo-, le respondí -¿Y su esposa?-
-Muerta-, me dijo cuándo sin darse cuenta atropelló a un perro dálmata que se soltó de la correa aferrada a su cuello sostenida por las manos débiles de una niña, las tripas del animal pintaron de rojo carmesí la avenida, sin duda ello apretó mi corazón mucho más que la muerte del hijo de la mesera.
-Aquí me bajo, gracias-, le di un billete y caminé pensando en lo que le diría a Tamara, algo como: Te amo más que a mi propia existencia…. Contigo siento que la vida tiene valor….. Vamos a superar esto juntos….. Pongamos buena cara a la inminente muerte y démosle un fuerte abrazo….. Caminemos al abismo con una sonrisa…… Juntemos nuestras manos y crucemos la calle con los ojos cerrados….. Te amo y te amaré aun así ya no estés conmigo…. Ya vivimos juntos ¿Por qué no morir juntos?….. Seguiré con mi vida porque así tú lo quieres pero en la profundidad de mi existencia tengo tu nombre escrito, imborrable y vivo…. Muérete de una buena vez…. Nunca te olvidaré.
No sé qué le diré, todas las opciones me parecen de igual significado. No me interesa que Tamara muera, de todas formas sin ella el mundo no tiene valor, nada que no sepa ya, pero con su muerte solo confirmo lo que ya sé, que al mundo no le importa lo que suceda, a todo esto, todas estas divagaciones torpes y vacías, el viento me acaricia la piel, las nubes componen con las montañas una hermosa melodía que hace eco con esta enorme ciudad.
Tamara se veía cansada, me saludó y besé sus mejillas, me invitó a entrar. Su madre, abrazada a un perro sentada cerca de la ventana, feliz de verme aunque casi sin ánimos me dio la bienvenida.
-Abandona la esperanza de seguir viéndome viva-, dijo Tamara después de tocar mi espalda con sus manos suaves, nos recostamos en la cama.
Tamara lloraba y yo tocaba sus brazos fríos, intenté llorar pero tan sólo alcancé a dar un suspiro repleto de falanges que me conectan con el mundo real.
-Te amo-, le dije mientras secaba sus lágrimas con un pañuelo.
-Yo también-, me dijo de vuelta.
En un principio llegué a convencerme de que nos lo decíamos en serio, sin embargo, en el fondo de mí ser como un secreto oculto en el medio del mundo sabía que nos mentimos.
-¿En realidad me amas?-
Preguntó cómo si pudiera leer mi mente.
-Ya sabes la respuesta-, contesté.
-Pero quiero escucharlo salir de tu boca-, insistió.
-¿Por qué te interesa?, estoy aquí ahora y estoy presto a acompañarte hasta el día de tu muerte y si existe algo más después seguiré a tu lado-, evadí pero a los pocos segundos tropecé con una nueva petición ahora más apremiante y repleta de terquedad.
-Dímelo, ten el valor de admitir lo que tú y yo ya sabemos-
Nadie nunca me había increpado de tal manera y le dije -Eres el sentido de mi vida-
-No Andrés, no lo soy-
-Te necesito para vivir y levantarme cada mañana-
-Sabes que no es así, respóndeme, sé valiente y hazlo-
Me vi superado por la situación, me levanté y pude sentir un quebradero de cabeza sumado a un nudo en la garganta. El reloj en la pared me tortura con su Tic Tac….. Pienso y me encuentro otra vez ante el abismo…. Tic Tac….. Tamara, tal vez te amo tan pobremente que no logro distinguir ese sentimiento….. Tic Tac…. Pero de ser así ya se lo hubiera dicho…..Tic Tac…. Estoy vivo gracias a estos segundos en mi mente…. Tic Tac….. Estoy en el océano y me ahogo…… Tic Tac, Tic, Tac, Tic Tac.
Entonces el mundo se detuvo al igual que el reloj y por fin pude decirle a Tamara lo que tanto estaba evitando.
-No, no te amo-
-¡Vaya novedad!, ¿Te acuerdas de lo que hablamos aquella vez en la que me decías que querías saber si comparto la naturaleza del mundo y todas tus ideas raras?-
-Sí, me acuerdo muy bien-, dije con una sonrisa a medias.
-En esa ocasión yo también evité responderte-
-Lo noté, pero estaba tan maravillado por ti que no me importó-
-Decías algo como que la naturaleza del mundo es indiferente…, al final no te importaba saber si yo calzo con tal descripción, querías averiguar tu propia naturaleza, yo era tan sólo una excusa, ni siquiera me escuchabas-
-Eso no es del todo cierto-, dije cuando vi que sus ojos drenaban toda su ilusión.
-Deja de engañarte, deja por favor de engañarte, estoy muriendo y no tengo ni pizca de ganas de soportar tu absurda e injustificada obstinación-
-Pero créeme cuando digo que no lo hacía de forma consciente-
-No soy nada para ti, no te importa que esté muriendo, lo sé porque tus pupilas no saben mentir tan bien como tus palabras, no me amas, eres frío e indiferente a lo que me ocurra, con esto claro, espero hayas encontrado la respuesta a tu pregunta-
-Tamara, mi amor, ¿De qué estás hablando?-
-No comparto la naturaleza del mundo porque yo si te amo, tú si me importas-, dijo con su voz quebrada y continuó -Tú, por el contrario, sí calzas perfectamente con la naturaleza de este mundo indiferente-, concluyó.
Guardé silencio un par de minutos y después decidí que hoy, en este instante al menos, no ha de importarme nada ni nadie más que Tamara, la abrazo y le susurro que tal vez sí la amo, no lo sé pero siento algo que no he logrado sentir por nadie más, quizá mi amor no sea convencional pero es sincero, me recuesto a su costado, toco su mano y beso su frente, entonces ella llora y me dice que todo es tortuoso, que siente frío y tiene miedo, le digo que no desespere. Tamara posa sobre mis labios sus labios al mismo tiempo que yo acaricio su cabello y me sonríe con sus ojos cristalinos.
-Por favor Tamara no dudes cuánto significas para mí, no logro llamarlo ‘amor’ porque comprimir algo tan complejo comprometería su esencia. Aprovechemos que sentimos algo aunque no logremos definirlo y que cada concepto nos resulte ajeno, no puedo decir que te amo pero sí puedo decir que mientras yo existo tú eres aquello que me roba horas de sueño, eres también mis ganas de no apartarme nunca de mi humanidad, tu vida confluye con la mía en el río de almas que vagan por los cielos eternos de este universo, hago frente y pongo resistencia a este torbellino que intenta poner a prueba lo que siento por ti-.
Tamara sigue sonriendo y me pide que me acerque un poco más, fue ese el momento donde desearía no haber ido nunca a buscarla y quedarme en el restaurante escuchando a Angie sermonearme o quedarme a vivir en el infierno que soñé antes de que los policías asesinen al hijo de la mesera.
Ahora mentiras mágicas desprenden sus labios.
-Estaré bien- dice cansada y en simultáneo orgullosa. Me incapacita, me debilita a la vez que su mirada como una flecha disparada por un arco atraviesa mi espíritu, hiriéndolo de gravedad pero no termina por matarlo, la piel morada alrededor de sus ojos actúa al igual que una piscina de sueños en la que quiero ahogarme, ver con desesperación como el aire de mis pulmones escapa por mi nariz formando un enorme pilar que va creciendo mientras me hundo, la vida se me escapa y la muerte camina rápidamente por sus dedos, pierde temperatura, sus labios ahora se secan y sonríe. Sus pulmones se empequeñecen, el tiempo no se detiene y por sus comisuras labiales transita una pequeña frase: -Te amo-…, su existencia termina por apagarse como una fogata bajo la lluvia tan repentina y cruel.
Al salir, la madre de Tamara me dijo que nunca me perdonaría por haber dejado que su hija haya muerto, no respondí nada más que el pésame; la madre de Tamara estalló en cólera y mientras me insultaba, le torció el cuello a su perro, matándolo inmediatamente, en el mismo instante le grité de vuelta, me arrepentí enseguida pero no me disculpé. Cinco cuadras fuera, en una calle de doble vía e intersecciones en ambos extremos, un conglomerado de patrullas policiales cerraron la avenida, me informaron que habían sido alertados de un posible Femicidio, y que debía cooperar, naturalmente lo hice, en el camino al retén policial supe que la madre de Tamara me había acusado, la investigación del caso transcurrió muy rápidamente, para evitar una posible fuga me encerraron durante una semana junto a otras personas que decían ser inocentes, escuchaba sus historias y los supuestos crímenes que habían cometido, los escuchaba mientras que del otro lado de la celda estaban los policías que mataron al hijo de la mesera, jugaban cartas mientras fumaban. Cuando mi familia supo de mi situación, hicieron de todo para conseguir que se me desvincule del caso, lo lograron exitosamente y una semana después el perito forense emitió el respectivo informe en el cual constaba que la muerte de Tamara se debió a un paro cardiaco a consecuencia de sangre espesa, imposible de ser bombeada.
Los días que sucedieron a la trágica muerte de Tamara eran los mismos que cuando ella estaba viva, en las madrugadas veía desde mi ventana como una señora preparaba café para sus hijos, compartían un desayuno matinal con sonrisas y pan fresco, con el amanecer desaparecían, los niños iban a la escuela y la señora a su trabajo, en breves minutos el comedor quedaba solitario, sin embargo, yo seguía mirando, imaginaba una madrugada que nunca podría vivir, una madrugada en la que pudiera besar a Tamara, abrazar a mis hijos y luego ir a trabajar, esperando el atardecer para reencontrarme con mi nueva familia, una familia feliz en la que lo más importante es el amor, abandoné esa idea absurda cuando recordé que no quería tener hijos y que particularmente me gusta estar solo.
Aún veo a través de mi ventana y siento los ligamentos en mis brazos a punto de romperse, siento incapacidad de respirar cuando Tamara camina por mis recuerdos, mi sangre cae en forma de gotas débiles cuando por efecto de fantosmia creo tenerla junto a mí, la salgo a buscar sabiendo que no la encontraré, siento desesperación, las paredes se achican, astillas se afincan en mi garganta, mis huesos tiemblan a la vez que mis labios se marchitan y cada vez existir es más difícil, siento que la inminente muerte toca a mi puerta, las velas se apagan mientras los vidrios se trizan, decido dormir para soñar con ella pero no lo logro así que me conformo con volver a imaginarla, cae la tarde, después le sucede la noche, más tarde la madrugada y algo ocurre, todo mantiene su esencia, su forma y su color pero vuelvo a pensar en Tamara, quien ahora se me figura a una piedra o a un saco de aserrín.
Me deja de importar todo, nada tiene relevancia, dejo de prestarle la misma atención a su recuerdo, lo veo tal como veo como el amanecer asesina a la noche, me siento fuerte, lleno de aire mis pulmones, sus pupilas fueron simples suvenires dilatados, sin buscarla la tengo frente a mí y no me interesa hablarle, no quiero escucharla y aun así su recuerdo me cuestiona, me juzga y me condena.
Capítulo VI
Me veía enfrentando a un gran vacío, me percibía tan minúsculo como un grano de arroz arrojado con vértigo en el torbellino de la infinitud desgraciada que un día me trasladó a un momento feliz en el que miraba con asombro que alguien me amaba; con los años comprendí que llorar no sirve para nada, ni siquiera para acomodar el corazón después de una noche tormentosa en la que fui testigo del desmoronamiento de mi infancia, a la prematura edad de ocho o quizá nueve años.
Tiempo después, cuando acepté que reunificar mi familia era una causa perdida sin sentido alguno, supe también que lo utópico e imposible de lo que parece simple a veces calza a la perfección con la mente torpe de un infante que sueña con viajar por los océanos junto a su pájaro que meses después sería devorado por un perro rabioso, y es que resulta insospechado que detrás de la inocencia característica de los animales, se plante una simiente capaz de poner el mundo al revés, donde el cielo es apenas diferenciable del infierno, ahí estaba yo ocupando felizmente el centro del universo, lleno de una nostalgia irracional y a la vez con fundamentos irrefutables pero inútiles, en suma. Decido deslindar de mi vida todo rastro de lo que alguna vez fui: el niño temeroso pero fuerte; el joven temerario pero noble; el adulto indulgente pero severo.
Soñar es tal vez el acto más poderoso de los jóvenes pero con el tiempo, por desgracia, uno despierta y envejece, sin ningún modo de preverse, fortuitamente las cuencas de los ojos exponen la realidad tal como es y tal como ha sido siempre, de pronto, el mundo es más complicado y esa complejidad ya no despierta el interés de ser descubierta, es algo a lo que no se puede escapar por más que uno lo intente arduamente y con todo el ímpetu que el corazón le proporcione, la consciencia nos llega a todos, algunas personas no son conscientes de sí mismos hasta que están a pocas horas de morir y eso agrava su situación hasta el punto que los conduce a una muerte amarga, digamos entonces que yo ya había muerto cuando vivía en las ensoñaciones de la infancia. El recuerdo de los ojos de la única persona que me amó desde el instante que llegué a su vida, se me convertía en un ideal imposible de volver a vivir y, sumado a la distancia que nos separó, la guardé en el cofre de mis deseos y razones de continuar con mi existencia, entonces una tarde la cual ya la había vivido antes me expuso que dicho ideal tenía grietas irreparables, después de todo, cuando por fin conseguí superar los acantilados de la desesperación y cruzar un bosque en llamas, me volví a encontrar con esos ojos, ya debilitados, con el mismo brillo pero más opacos y un amor afligido.
Se me reclamó por llorar, se me reclamó por amar y, tiempo después se me volvió a reclamar, pero esta vez por mi indiferencia, y como hice antes, respondí con silencio.
Capítulo VII
Hoy debería ser un día especial, pero no lo es, un día como hoy hace siete años vi a Tamara por primera vez, ahora me tengo que contentar con visitar su tumba, en mi oscura habitación aún se cuela el olor a café recién molido que entra por los pequeños agujeros de la gran puerta cobriza, pasa un corto lapso de tiempo y la luz penetra todas las habitaciones incluyendo la mía, comprendo que al sol no le importa que mi alma haya muerto, como de costumbre me levanté sin ánimos para desayunar, tan solo tomé una taza de café, ya no quedaban manzanas, así que salí a caminar por el campo. El césped brilla como esmeralda, los pájaros vuelan y cantan como si no les importara que me siento perdido en esta realidad, me di una ducha de agua fría mientras intentaba llorar, lo intentaba incansable y con todo mi poder pero tal parece que incluso a mis propios ojos les da lo mismo si mi razón de vivir ya no está, me cambié e hice el nudo de la corbata y salí de la casa apenas pude, caminé por el medio de la calle principal esperando que algún automóvil me atropelle, todos se detuvieron, no tuve tanta suerte como el hijo de Beatriz, compré una botella de vino de tinto, mientras caminaba me la iba bebiendo, pero el alcohol no logra saciar la sed de vida que tiene mi corazón, no supe encontrar consuelo en la botella, no tuve tanta suerte como Gabriel, pasé por el puente, miré la gran caída que estaba frente a mí, quise lanzarme pero estaba tan hostigado que no lo hice, no encontré razón en el suicidio, no tuve tanta suerte como Beatriz, saqué mi cuaderno del bolsillo en mi leva, me dispuse a escribir sobre mis sentimientos, sobre Tamara o sobre cualquier cosa que vea a mi alrededor.
24/06/2025
Estoy pensando en ti mi amor, mi preciosa mujer, alguna vez sentado junto a ti debajo de un árbol te dije que mi corazón estaba en tu pecho, no me equivoqué, ahora estás muerta y yo también.
Como deseo que la planta de fuego me apuñale para siempre por no haberte salvado, aún tengo pesadillas cuando cierro los ojos y recuerdo como se apagó tu alma frente a mí….
Dejé de escribir no porque lo haya querido sino porque la tinta negra de mi bolígrafo se acabó, pero ¿para qué comprar uno nuevo?, no encuentro un motivo para seguir escribiendo si nunca me va a leer.
De camino al cementerio me quedaba la universidad, entré para ver si me encontraba con algún recuerdo suyo, en la puerta como siempre estaba Arturo esperando al maestro, me saludó pero lo ignoré por completo. A unos doscientos metros de distancia veía a una pareja riendo, sentados exactamente en el mismo lugar que Tamara me dijo, entre otras cosas,: «…vive», con la diferencia de que el árbol había sido talado, sentí vértigo y mareo repentinamente, quizá fue por el alcohol, quizá porque no había desayunado o quizá porque estoy cansado de buscarla en lugares donde sé que no la voy a encontrar, me recompuse y erguido salí caminando rápidamente hacia el cementerio, con cada paso que daba, el cielo se volvía más grisáceo, faltaba poco para que sobre mí caiga una tempestad, una lluvia que se prolongaría por el resto del día.
Cuando me hallé delante de las puertas del cementerio, la lluvia era tal que las calles parecían ríos desbordados, tenía la sensación de que en cualquier momento la montaña sucumbiría y terminaría por acabar con la vida de gran parte de la ciudad, di unos pocos pasos hasta que me encontré con la lápida de mármol blanco en la que estaba escrito su nombre con una letra cursiva muy hermosa, abajo una pequeña frase “Recuérdenme feliz«, a mi parecer una frase demasiado mediocre para honrar su recuerdo, la lluvia era cada vez más fuerte, la atmósfera pesada, mientras las gotas de la lluvia caían delante de mis ojos como una cascada de plata, se abrieron las viejas puertas de madera de una pequeña bodega donde salió el sepulturero, un hombre muy flaco con un bigote que cubría toda su boca, con un enorme sombrero, y una estatura que rondaba los dos metros, encorvado y viejo, de lejos parecía un saco de huesos, o un muerto viviente, a pesar de su escualidez caminaba de forma pesada, casi arrastrando sus pies, mientras se acercaba decía innumerables cosas ininteligibles, no comprendí ninguna palabra hasta que levantó la voz.
Aseveraba conocerme e impaciente volvió a empezar su diatriba hacia mí, dijo que yo estaba maldito al igual que él, lo contradije señalando que la diferencia fundamental entre ambos es que él se había dado cuenta ya demasiado tarde, mientras que yo, por mi parte, ya tenía conocimiento de ello desde antes de que él lo anuncie, y el sepulturero sin saberlo me había entregado como tributo la clave que evitaría que me convierta en prisionero de mí mismo.
-Menuda vida desgraciada con la que he sido premiado a consecuencia de mis sueños y pensamientos, por ejemplo: sueño con un mundo justo, repleto de esperanza y, ¿qué recibo a cambio?, un mundo putrefacto y sin justicia….-
-Como todo el mundo maldito estúpido-, le grité.
Las montañas que resguardan, o quizá sea más preciso decir, que franquean la ciudad en la que vivo, sucumbieron ante la precipitación de la lluvia, un espectáculo tan maravilloso como horrible, cientos, miles, cientos de miles de personas muertas al unísono, a lo mejor, afortunados y más felices que aquellos quienes sobrevivieron, la ciudad se convirtió en un enorme lodazal con sangre y escombros; en el momento me pareció el peor desastre ocurrido en años, a razón de que no se podía prever su impacto, sin embargo, después supe que en realidad si se conocía la posibilidad de una catástrofe tal desde hace décadas atrás pero la población decidió no darle la importancia adecuada, cuando las montañas enterraron la ciudad creí que no volvería a ver a ninguno de mis conocidos, ni a mi familia, ni a nadie que valga la pena dedicarle tan siquiera unos minutos de mi tiempo, pero no fue así, ya que la mayoría sobrevivió, mi casa y la de mi familia permaneció intacta, con el tiempo comprendí que únicamente el norte de la ciudad fue destruido.
¿Cómo se supone que deba entregarme por entero a la despiadada crueldad indiferente del mundo?, busco una respuesta inexistente. Sin embargo, genuinamente no me importa porque nada logra sorprenderme, si he visto a mi ciudad hundirse en el lodo impasible y azaroso del hado universal y cósmico; ¿por qué ha de ser relevante para una alma como la mía que haya perdido a la única persona por la cual me arrojaría feliz al encadenamiento que me supone sacrificar mi libertad por tener a una mujer a la cual abrazar?, con los años aprendí a aceptar que la mayor parte de las personas están muertas, que caminan entre sombras y espejos, tropezando entre sí con la esperanza ilusoria de un día despertar vivos. Para mí es justo precisar que ahora entiendo el porqué del déjá vu infinito que he sentido estos últimos tiempos, he llegado a la conclusión de que existo en una vida que ya la he vivido, comparo mi realidad con la de unos cuantos años en el pasado y no logro diferenciar nada más que detalles superfluos como el tono de mi voz o las canas prematuras en mi cabello; conocí a Tamara con un presentimiento oscuro, y es que de antemano sabía que conocerla me conduciría al abismo del que he huido toda mi vida, para que por fin pueda morir, todo este tedioso y extenso camino, sólo para que ella lo arruine y se convierta en una mártir cuya muerte constituya una inapelable prueba de su punto.
Y ahora estoy una vez más ante ese gran vacío, el abismo se proyecta en mis córneas, y eso me empuja a sentirme vivo, es extraño porque parece que he encontrado paz, mi tan anhelada paz. El abismo, tal fue mi sorpresa cuando sin una razón justificable y racional, lleno de rabia y nostalgia decidí asomarme más de cerca, cerré los ojos, levanté la mirada y los volví a abrir, para no olvidar el sereno cielo que me acompañó toda la vida, esperaba una muerte rápida, y exactamente ese fue el momento en el que supe que todavía no podía morir, ya que levitaba sobre el gran abismo y su indecible vacío.
Capítulo VIII
Tiempo después aprendí a coexistir con una incertidumbre instaurada en mi realidad, ese desasosiego clavado en el pecho me acosa constantemente en los espacios más fríos de mi ser, es por ello que me pregunto -Si tomar la decisión correcta me terminará matando, ¿realmente es la decisión correcta?-, juzgar la esencia misma de dicha decisión es ridículo cuando no se puede anticipar nada, la única verdad es que escoja lo que escoja naturalmente mi vida terminará, y no estoy buscando apresurar un hecho inevitable. Escojo, pues, vivir sin pensar en la muerte, y escojo también morir cuando ya no piense en mi vida.
Minutos después recordé que era mi cumpleaños, esta mañana incluso me llamó mi abuela y dijo que esperaba con ilusión que llegara pronto a la casa familiar para celebrar, y que podía invitar a algunos amigos, en la universidad recibí más abrazos de los que pude contar, me felicitaron en cada rincón por el que pasé, algunos profesores estrecharon mis manos fraternalmente y dijeron que esperaban mucho de mí a futuro, mi maleta estaba a punto de reventar por tantos regalos, dentro de mí brotó una inmensurable alegría, hace ocho años conocí a Tamara, la recordé contemplando el pasado con nostalgia y gratitud, le di las gracias al cielo por obsequiarme la fortuna de haberla conocido, gracias también por mi vida, por ver surgir a mi ciudad y gracias por mi familia.
A mi parecer era el mejor día que había tenido la enorme dicha de vivir hasta el momento; y, en mi pecho volvió a nacer un corazón dorado, capaz de llenar de amor a todos los que me esperan con ilusión en casa. Mientras camino siento el pálpito de la tierra, mismo pálpito tan dulce y maravilloso como los latidos de un bebé al nacer, sabía que esta nueva vida me continuaría colmando de gloria, tranquilidad y amor, tomaría un rumbo que deleite mi existencia y que a su vez despierte mis ganas por convivir felizmente con mis seres amados. Ya faltan pocos metros para llegar, imagino los ojos de mi querida madre cuando le anuncie que me graduaré con honores, pienso, con una enorme sonrisa, en el júbilo de estar rodeado por todos a quienes amo: mi madre; mi abuela; mis amigos; en suma, mi familia entera.
Con el trinar de los hermosos jilgueros y canarios, con el revoloteo del gato negro de ojos amarillos jugando con una libélula en lo alto de un árbol; y mi sangre tibia acariciando mis venas, comprendo que estoy siendo saludado por quienes amo con sonrisas de entusiasmo, me esperan cuando cruce la calle principal, doy el primer paso y las sirenas de una patrulla policial se escuchan cada vez más cerca, cierro los ojos un segundo aunque sé que nunca más los volveré a abrir.
Fui convertido en carne molida.
FIN
OPINIONES Y COMENTARIOS