El hijo de los jueves

El hijo de los jueves

Lali Diaz

31/07/2025

Todos los jueves, a las tres en punto, ella lo esperaba sentada en el banco de cemento frente al jardín.

Él llegaba con las zapatillas desatadas, el pelo alborotado y esa sonrisa que le partía el alma en dos.

—Llegás tarde otra vez —le decía ella, fingiendo estar molesta.

—¡Mentira! El reloj de la entrada anda mal —contestaba él, y se tiraba a su lado, dejando que su mochila cayera entre los dos.

Los jueves eran de ellos. Lo habían decidido así después de todo. Había sido un acuerdo silencioso. Sin explicaciones. Sin permisos.

Ese día ella le llevó una cajita con galletitas de limón.

—¿Caseras? —preguntó él.

—Obvio. Como las que te gustaban cuando te enfermabas.

—Mentira. Esas eran de chocolate.

—Sí, pero estas son más sanas.

—¿Más sanas para quién? —y se rieron los dos, como siempre.

Hablaron de cosas sin importancia: la maestra nueva, una canción que él había descubierto, una paloma que se metió al aula.

Ella escuchaba como si el mundo entero estuviera en su voz. Le acomodaba el cuello de la campera, le sacaba una pelusa del pelo.

Cuando el reloj del campanario marcó las cuatro, él se levantó.

—¿Ya te vas?

—Siempre me voy a esta hora.

—Pero podrías quedarte.

—Y vos podrías venir más temprano —dijo él, sonriendo. Le dio un beso en la frente y salió corriendo por el pasillo de piedra, sin mirar atrás.

Ella lo siguió con la mirada hasta que se perdió entre los árboles.

Solo entonces se levantó, sacó de su bolso una carta doblada en cuatro y la dejó sobre el banco.

Caminó despacio hacia la salida.

Pasó frente al cartel de la entrada, como cada jueves.

> Cementerio Parque del Sol.

Área Infantil.

Sector 12.

Banco memorial – Familia González.

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