Los primeros rayos de sol comenzaban asomar en aquella fina y clara línea que se dibujaba en el horizonte del este de aquel inhóspito desierto. La vegetación escasa de arbustos salpicados aqui y alla junto con el poco pasto grisáceo formaban aquellas sombras alargadas provocadas por la luz del sol naciente, dándole al suelo atesado por el tiempo un color pardusco. La gracil calidez de estos rayos bañando la vegetación provocaba que la helada de la gelida noche empapará las botas al derretirse de aquel hombre de mirada melancólica empero de paso firme y rostro pétreo. Vestía pantalones cargo, chaqueta de mezclilla con franela por dentro para mantener el calor con un sombrero de cazador; en su espalda una mochila como quien fuese un trotamundos.
El calor acrecentaba, esto impedía que el agua que se derretía del escarcha que se había ido depositando con tal afán por la naturaleza en la superficie grisácea hacia que el pasto moribundo no llegará a embeber aquel valioso elixir.
El hombre de mirada melancólica esbozó una leve sonrisa como si un pensamiento del tiempo pasado donde la alegría era una posibilidad en su vida llegará a su memoria para revivirlo del frío que penetraba por sus nudillos como pequeños imperdibles dejando colorada la piel blanca en los nudillos; inesperadamente la sonrisa se esfumó y un semblante de confusión apareció en su rostro con barba tupida dejando ver un entrecejo fruncido.
«No podré seguir avanzando en cuanto la temperatura comience a aumentar, llevo toda la noche buscando y no encontré ni una pista» pensó.
Sabía que aquella tarea no sería sencilla, pero necesitaba aquellas fotos para el manual de herbolaria que estaba elaborando, donde incluía todo una apartado de alguna de las más curiosas especies de cactus, describía sus usos medicinales y donde encontrarlas a partir del estudio y su investigación así que le había tomado algo de tiempo escribir el manual. Si bien ahora solo faltaba esa foto, pero el se reusaba a usar alguna que no hubiese sido tomada por el mismo, pues creía por algún extraña razón que el hacerlo de esta manera podía conectar más con su trabajo estando en los ecosistemas de las diferentes plantas que había incluido en su manual, aparte que le gustaba hacer este trabajo de campo y no solo investigación desde su laboratorio botánico.
La premura con la que el sol estaba calentando nuevamente le hacían estar vacilante si debía continuaron o no, ya que le tomaría algo de tiempo regresar al campamento que había establecido cercano a la carretera 57, donde no muy a menudo pasaban carros, solo aquellos curiosos que buscaban evocar la belleza de lo abstracto en sus corazones, ya que era un desierto desolador con sus rocas y peñascos regados por doquier daban la sensación de estar naufragados en un lugar de otro mundo.
Cuando decidió volver, su mirada se posó en una saliente de rocas gigantes hacinadas en un espacio tan reducido para su tamaño como si las rocas no quisieran salir de un círculo imaginario que las rodeaba por miedo a ser consumidas por la abrasador calor del desierto. Esto lo animó a continuar, pues por lo menos podría resguardarse bajo la sombra de estos monolitos hasta que el sol comenzará su camino hacia el rumbo del oeste para ocultarse.
El cambio radical que estaba experimentando de temperatura lo incomodaba, su espalda húmeda por el contacto con la mochila, el sudor recorriendo su rostro hasta las comisuras de los labios donde él sabor salobre le recordaban que debía darse prisa para no sufrir las consecuencias atroces de la deshidratación que se avecinaba.
Cuando el tamaño de los monolitos fue claro a medida que se iba acercando, se percató que entre las dos rocas que más sobresalían estaban hendidas por una brecha con la anchura suficiente para pasar un auto, esto lo reconfortó pues la temperatura que la sombra provocaba entre las dos rocas mitigaría considerablemente el calor. Conforme avanzaba con apuro como si lo estuvieran asuzando, notó que el sonido de sus pisadas se iba atenuando por el cambio paulatino de la tierra granulada y compacta por una lisa y más suelta, la vegetación aunque seguía escasa conservaba su color verde sin esa tonalidad grisácea que todo el demás pasto que se encontraba por fuera de los límites de esta zona, lo que permitía saber realmente que este pasto estaba con vida.
De pronto la mirada melancólica del hombre quedó captada por lo que parecía unas huellas de caballo sin herradura, lo sorprendió un poco pues no sabía si por aquí aún hubiese caballos salvajes, no era experto en examinar huellas pero estas sin lugar a dudas estaban frescas puesto que la tierra suelta aún conservaba los bordes bien definidos de la pezuña del animal. De pronto se sintió intranquilo, ya que las pisadas del caballo se dirigían justo a la entrada de aquella brecha que se abría entre las dos rocas, pero a pesar de eso, su preocupación por quedar bajo la luz del sol era mayor así cuando estuvo en el umbral de las dos piedras no dudó en adentrarse solo un poco para quedar resguardado por la sombra que generaban las paredes contrapuestas de las rocas. En cuanto entró no dudó en tumbarse sobre el suelo que ahora estaba cubierto de una fina arena blanca, con el silencio acrecentandose aún más ahí, lo indujo a tomar una siesta para recuperarse un poco, estaba seguro que difícilmente los rayos del sol llegarán directamente donde había decidido tomar la siesta pues la roca de mayor tamaño tenía una inclinación que se sobreponia por encima de la otra simulando una escuadra pero sin tocarse en ningún momento.
El extraño eco de lo que creía el murmullo del agua distante lo despertó apaciblemente, con un aire húmedo y fresco que llegaba del fondo de la brecha en la rocas. La curiosidad se apoderó de él junto con un deseo que lo empujaba a descubrir el origen de este eco. Se incorporó suavemente y comenzó a adentrarse en el laberinto, notó conforme avanzaba que las paredes tomaban una forma ondulada similares a la forma de un río, su superficie iba pasando de algo áspero y tosco a algo más suave y bello, parecía como si alguien se hubiera tomado el tiempo para cincelar y pulir la roca maciza, el color de las rocas era ocre que se iba desvaneciendo en colores más claros conforme se iba acercando a la arena blanca del suelo. Siguió por algunos metros más, conforme el murmullo del agua dejaba de sonar como un eco y el aire fresco llenaba sus pulmones recobrando un poco de la vitalidad perdida durante su travesía de la madrugada. Finalmente en la última curva, la brecha entre las rocas se fue expandiendo hasta formar una gran circunferencia con una cúpula hecha por las mismas rocas, pero en esta ocasión las rocas perdía su inclinación formando una fina línea paralela entre las dos rocas que dejaban atravesar melosamente la luz del sol, que se encontraba ahora en sus cenit.
Siguiendo esta fina línea formada por la luz que terminaba hasta lo que parecia una fuente esculpida enhiesta sobre la roca, en una de sus paredes que estaba en el rumbo al oeste, era una escultura majestuosa, del centro brotaba el agua, se abrían dos espirales con diferentes tonalidades, una más oscura y la otra más clara, en sus dos curvaturas próximas sobresalía un cuadro en cada una formando una cruz invisible, las dos curvaturas siguientes se transformaban paulatinamente en curvas escalonadas, donde nuevamente en cada una de las dos curvas próximas sobresalían ahora un conjunto de cuadros que formaban una pequeña pirámide, saliendo rayos que se abrian en una espiral cada uno, simulando el soplo del viento, todo este diseño formaba nuevamente otra cruz que no estaba esculpida precisamente sino más bien la formaba todo el conjunto de relieve implicitos en la fuente, finalmente las espirales terminaban en sus últimos dos curvaturas en franjas que delimitaba la tonalidad de las dos partes de la fuente formando un círculo. Lo más impresionante de la fuente era el flujo del agua que salía en vertical recorriendo los dos caminos de las espirales hasta que los dos flujos de agua llegaban a unirse en la parte inferior de la fuente para seguir un canal que se abría nuevamente para distribuir el agua por los dos lados de la circunferencia que formaba la cúpula completa.
Estaba tan embelesado por aquella obra maestra que cuando salió de su asombro se percató que alguien lo miraba. En ese momento el miedo se apoderó de él, quedó inmóvil por unos segundos pues era un hombre mucho más alto que él por lo menos rebasaba los dos metros de altura pero creía que era más, con su test apiñonada, su cabellera negra brillante trenzada hasta la cintura, ojos oscuros como azabache y su rostro impávido ante la presencia del forastero que lo miraba con pánico, parecía un indio con su vestimenta hecha de de piel donde solo le cubría la mitad de sus piernas hasta la cintura. Sus manos grandes y toscas se fueron empalmando una contra la otra en el centro de su pecho desnudo, al mismo tiempo que bajaba la cabeza con tal donosura que se sintió menoscabado por lo que al parecer fue un saludo.
El silencio se interrumpió por las pisadas del indio al comenzar a caminar hacia la fuente haciendo que el crujir de la arena se escuchara como un eco uniforme sobre toda la cúpula de piedra. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, simplemente se sentó, cruzando sus piernas, pero lo hizo de tal forma que le recordó a las hojas al posarse sobre la tierra en una temporada de otoño. Poco a poco se fue recuperando por las emociones tan intensas que le habían provocado la presencia de aquel indio, que probablemente vivía en ese lugar y era responsable por aquella escultura en la fuente. Su actitud inofensiva y el saludo, le habían transmitido cierta confianza que todo estaría bien.
-No era mi intención irrumpir tu hogar. No sabía que alguien pudiera vivir dentro de esta rocas y menos en medio del desierto. Dijo vacilante a modo de susurro, para que no se percatara de su voz temerosa.
El indio permaneció inmutable ante el comentario del forastero.
-Será mejor que me re… Su comentario quedó interrumpido al que el indio contestó con voz imperativa y serena.
-No es mi hogar. Este lugar es el vientre de todo aquel que en su espíritu more el anhelo de transformarse para renacer dentro del cimiento original.
El hombre de mirada melancólica se quedó reflexionando acerca de lo que el indio le había dicho, sin saber que contestar, simplemente quedó en silencio.
-No es casualidad que hallas llegado aquí, desde hacía tiempo estaba escrito en las estrellas, que un forastero de la nueva era encontraría este vientre.
Sintió escalofríos de escuchar aquello pues a pesar de tener una personalidad abierta a ideas y conceptos nuevos, eso rebasaba la flexibilidad de su mente.
– No hace falta que me creas, tendrá sentido todo muy pronto.. Parecía que había percibido sus pensamientos.
– Yo simplemente he venido aquí para completar mi trabajo. Estoy buscando un cactus muy especial…
-Lo sé, esa especie de cactus se encuentran más al oeste donde está tu campamento, cerca del cañón. Pero la razón por la que el entramado te trajo aquí va más allá de ese proyecto.
– ¿Que es el entramado y por qué no me dices de una vez que hago aquí?. Dijo exasperado.
– Voltea a tu derecha.
Lo hizo lentamente sin saber porque, la fuente le había absorbido toda su atención puesto que no había escudriñado por completo aquel recinto en forma de cúpula gigante. Cuando su mirada se posó sobre el lado sur de la cúpula advirtió que uno de los canales de la fuente llegaba hasta un terrario de considerable tamaño, se encontraba incrustado sobre el hueco de una extensión de la propia pared, en el se encontraba un ecosistema único y especial, emulando un bosque de galeria, se encontraba una gran variedad de árboles bonsai que se encontraban ceñidos al curso del canal de agua que ahora serpenteaba a todo lo largo del terrario y que estaba compuesto principalmente por timbos, lapachos con sus bellas flores rosas resaltando su color entre lo verde y la demás vegetación, también las flores amarillas de árboles artigas, el suelo compuesto en su mayoría de musgo fresco con helechos de sombra algunos pequeños arbustos que mantenían la humedad ideal en el pequeño ecosistema. En medio del terrario se dividía el canal de agua adentrandose a lo que era un altozano en medio de la superficie llana donde el agua desafiaba nuevamente la gravedad, subiendo hasta llegar a donde se encontraba una única y solitaria flor que era abastecida de agua ininterrumpidamente. No era ninguna flor que hubiera conocido anteriormente. Era una belleza inefable, el tallo verde, fino y delicado se alzaba sobre el montículo con sus hojas verdes de contornos muy suaves, crecían a lo largo del tallo como si fueran una espiral, para llegar a dos pétalos de color blanco; abriéndose hacia el cielo emulando un cáliz, la punta final de los pétalos terminaba en una extensión de finos hebras que bajaban por todo lo largo del tallo hasta tocar el suelo. Del centro de los pétalos emergian los pistilos en forma de espiral con su polen dorado. El color blanco de los pétalos era tan intenso que reflejaba la luz que entraba por la grieta que se abría en lo alto de la cúpula, por lo que le tomó un momento acostumbrarse al resplandor.
-Esta flor se llama sinvelo, es como muchas flores y plantas que has puesto en tu libro de herbolaria, es medicina. Dijo el indio
-Nunca había leído ni visto una especie de flor como esta.
-Porque no la hay, solo existe una y es aquí, en este lugar donde la simiente creció. Yo soy el guardián de la flor quitavelos.
El hombre pensó que aquello le sonaba absurdo, pues hablaba como si aquella planta estuviera ahí de por vida.
-Así es, esta flor ha estado en este lugar desde que yo comencé ser el guardia, su esencia es eterna inmutable y no tiene muerte ni principio ni final.
-Entonces eso quiere decir ¿que tú has estado desde que esta planta apareció?
-Así es puesto que yo soy uno con la planta la planta es uno conmigo, no soy eterno pero mi edad es mucho mayor a la de cualquier humano en el exterior.
-¿Cuántos años tienes? Dijo el hombre con la curiosidad de un niño.
– Eso no importa ahora, en su momento lo sabras. Por el momento enfoquémonos en la flor sinvelo.
Su mirada del indio se desvio a la flor y así lo hizo también él, haciendo caso a sus palabras.
Se quedaron contemplando por un tiempo la flor, hasta que se percato que los filamentos que descendían del pétalo hacia el suelo emanaba casi imperceptible constantes gotas condensadas que discurrían a lo largo de él hasta depositarse sobre el suelo húmedo, esto lo fascinó aún más, pero no comprendía la razón de aquello. En ese momento el indio depositó una escudilla hecha de un material blanquecino y muy brillante en sus manos, moviendo su cabeza indicandole que la pusiera debajo de estos filamentos; así que se acercó a la flor sinvelo dejando que el agua que discurria sobre los filamentos se acumulará hasta tener lo suficiente para beber, el líquido tenía la consistencia del agua pero había un ligero resplandor que irradiaba sutiles rayos mezclados entre rosa, azul y dorado. Con un movimiento de cabeza y ojos fulgurosos el indio lo incitó a beber, pues probablemente había notado la reticencia del hombre. Dejó de considerar la opción de no hacerlo, pues algo en su interior lo empujaba a beber.
Cuando el líquido tocó sus labios, pudo sentir inmediatamente un sabor melifluo el cual fue vigorizando todo su cuerpo, expandiendo esta sensación desde su garganta a todo su cuerpo como si estuviera vacío y poco a poco se fuera llenando de esta sensación de rejuvenecimiento en todo su cuerpo. Cuando este efecto hubo recorrido todo su cuerpo, pensó que vendría algún tipo de efecto más intenso, pero sus expectativas se vieron frustradas por la ausencia de tales efectos imaginarios. Simplemente sonrió para sus adentros y cuando volteó para preguntar algo al indio, este ya no se encontraba ahí. Todo el vientre como lo había expresado el indio se hallaba en total silencio, tal como lo había encontrado.
La ausencia del indio no le generó ni duda ni asombro, comprendía que así tenía que ser, estaba aceptando de manera imparcial su ausencia sin aviso. No sentía ninguna emoción y pensamiento que lo perturbara.
Quiso hacer una reverencia en agradecimiento a la flor y al espacio en general pues sentía una paz que nunca había experimentado, pero en cuanto inclinó la cabeza algo muy curioso ocurrió, percibió como en su mente se disipaba una neblina que le había omnibulado toda su vida el real sentir, el real pensar, el real hacer, y el real Ser.
Su mundo se hizo añicos en segundos, toda su vida estaba construida sobre falsas creencias de lo que estaba bien o mal, actuando siempre para su beneficio propio, su mente egotista agonizaba con los últimos rescoldos de la muerte de su falso yo. Sintió como si le quitaran toneladas de peso de sus hombros, la envidia, la avaricia, el deseo de poseer, el deseo de ser reconocido, el enojo y la frustración que había sentido durante toda su vida se esfumó como una casa es devorada por un tornado. Pero se sentía bien, pues también desaparecía el desagrado por no ser feliz, incluso la alegría y los momentos felices de su vida también fueron tomados por aquella sensación de desprendimiento pues finalmente eran falsos, noto como esa energía sexual desmedida que lo invadía y distraía cada cierto tiempo hasta que la derrochara, se desvaneció como un puño de arena en medio del mar.
Todo aquello se iba desintegrando le daba sentido ahora, pero sabía que ya no importaba. todo era consumido por aquel torbellino de fuego que iba devorando el juicio, la razón, lo bueno y lo malo todo su mundo de dualidad se estaba destruyendo así mismo, pero se creaba al mismo tiempo en UNIDAD.
Ya no era hombre, ya no era el herbolario del pueblo, las etiquetas formada por su mente, todos los conceptos, su filosofía de vida, su forma de ver el mundo sucumbian ante el colosal poder del cimiento original. Sintió como su alma era una gota de agua que caía al vasto océano haciéndose uno con él. Todo estaba hecho, era como debían ser, solo fue un parpadeo y las cadenas que lo ataban al mundo ya no existían, la libertad verdadera le regocijo el alma.
Su actuar ya no era buscando su beneficio ni placer, sino contribuir a expandir este estado a las personas. Notó que en su puño izquierdo había algo, al abrirlo su palma había una simiente, al instante pasó la mirada nuevamente en la flor sinvelo y esta se encontraba marchita, el flujo del agua había cesado de aquella obra maestra y el terrario paulatinamente fue cediendo a la entropía que se percibía en el aire, en la escultura de la fuente se comenzaron a notar los resultados del tiempo que había permanecido intangible a las inclemencias del entorno, ahora iba en decadencia; pero ya no había en él ni siquiera quiera un exiguo de apego por ninguna cosa ni experiencia ni persona, la sabiduría del universo brotaba en él como el agua de manantial al salir de la tierra.
Sabía que era tiempo de marcharse pues ya sabía cuál era su misión a partir de ahora. Regresó a su campamento con la simiente en la mano, bajo el crepúsculo de la noche y la luz henchida de la luna. El viento frío ya no hacia mella en sus nudillos su rostro permanecía inmutable.
Cuando hubo terminado de empacar todo el campamento en el auto una sensación de calor en su frente lo hizo voltear al horizonte del rumbo del norte, allá bajo la noche estrellada se veía la silueta del indio en su caballo que nuevamente se llevaba las manos al corazón bajando la cabeza al mismo tiempo que su silueta se desvanecia, el nuevo guardián de la simiente de la flor sinvelo hizo la misma reverencia pero ahora comprendía que en ese saludos existía un propósito más elevado. Una muestra de agradecimiento convirtiéndose el mismo en el agradecimiento hacia la otra persona por mostrarle en él todo lo que había en el que ya no era real.
En su conciencia se guardaba todo el propósito que debía realizar para que la simiente germinara y floreciera, pues él era parte de la semilla y ella parte de él en uno solo, se volvían Unidad.
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