Capítulo I. Keya

El chico se despertó aquella mañana y se lavó la cara como siempre hacía. Luego se levantó a traspiés de la cama cubierta de pieles de animales cazados por los hombres de la tribu y miró a su alrededor. Su madre había encendido las velas que iluminaban tenuemente la tienda forrada de piel de cuero en la que vivían, y eso lo reconfortaba bastante. Ella, la mujer que lo hubiera guardado en su vientre hasta el momento de darlo a luz, le sonrió con benevolencia. Él se acercó a ella, buscando el calor de sus abrazos.

—Keya —dijo su madre—. Cada vez estás más alto y delgado. A veces me olvido de que ya te estás convirtiendo en todo un hombre.

—Madre querida —dijo el chico, y se abrazaron infundiéndose valor y cariño—. No sé qué decirte, porque normalmente no creo estar a la altura. Padre es muy estricto en sus lecciones.

—Tu padre desea que tú lo sucedas en su oficio —le respondió Osäi, pues así hubo sido nombrada, y se recogió su largo cabello oscuro, adornado de cuentas, y sus ojos negros taladraron a su hijo, que la miró no sin cierta reticencia—. Debes hacerle caso y atender a tus deberes. Somos un clan, y no podemos desligarnos de las normas que nos atañen.

—Sal, hijo mío —ordenó Anfer a Keya, y éste se encorvó para poder pasar sin toparse con la tela—. Hemos de ponernos manos a la obra.

Keya era un chico delgaducho, de piel blanca como su madre Osäi y de cabello castaño oscuro y tranquilos ojos marrones. Ya a sus dieciséis años recién cumplidos superaba en altura a su padre, un hombre barbudo y recio, de mandíbula dura y sin embargo bondadoso y talentoso con los suyos; pero a pesar de su envergadura no tenía talento para las armas y jamás había matado una mosca, es decir, nunca había herido a nadie, y si dañaba a alguien se arrepentía inmediatamente después. La apariencia varonil de Keya no engañaba a los adultos de la comunidad, quienes se reían de él llamándolo niño y tratándolo como a uno; porque decían que si no desarrollaba pelos en el rostro se quedaría como un chiquillo para siempre, y él se asustaba de sus comentarios despectivos y de sus particulares bromas.

Durante todo el día el muchacho obedeció a su progenitor en todo lo que éste le dictaba, llevando a cabo las tareas que le hubieran encomendado y agenciado los mayores, y de esta manera se sentía útil. Anfer se lo había dejado bien claro: las mujeres tejían y cosían los abrigos, preparaban la comida y cuidaban de los niños. Si él había nacido como varón, debía comportarse como tal en todo momento. Fingir supuestas cojeras o dolencias del espíritu no servía para escaquearse del trabajo. Osäi ya tenía bastante con ocuparse de cuidar al pequeño Kaja, de apenas siete años, el cual lógicamente no era candidato a liderar el magnífico y aguerrido clan de los cazadores de bisontes, guerreros curtidos en muchas batallas a lo largo de sus vidas. Los ancianos también estaban fuera de las cacerías. Ellos se encargaban de vigilar a los nietos, y no se hablaba más. Su primordial deber era seguir los pasos que Anfer le marcara, y responder con audacia a los desafíos que le pusieran los dioses en el camino.

Kaja llegó corriendo hacia su padre y su hermano mayor en cuanto cayó la noche, y las luces del sol se fueron desvaneciendo trémulas hasta que la luna lo sustituyó en la cúpula celeste, y las estrellas cubrieron el cielo, llenándolo de belleza fosforescente y primitiva.

—Tienes que ser fuerte —Kaja se agarró al espeso abrigo que portara Keya, tirando de él con premura—. Eres mi ejemplo a seguir. No nos decepciones. O la diosa Bendali se te llevará al reino de la sombra.

—No digas esas cosas —replicó Keya, torciendo la nariz, sus largos cabellos oscuros se arremolinaron, tapando parcialmente sus rasgos—. Nadie me conducirá a ninguna parte. Haré lo que me han ordenado que haga, y tú te callarás.

Kaja rio sonoro, pero una mirada fulminante de su padre lo acalló.

—Osäi, acuesta al niño —le dijo, y ella lo tomó de las manos.

—Vamos a dormir, mi niño. Los lobos saldrán de noche y si no estás dormido te raptarán en un abrir y cerrar de ojos.

La amenaza surtió efecto, con lo que el chiquillo se escondió detrás de su madre, temblando de miedo. Keya fue el que se rio en esta ocasión, burlándose de su hermanito.

—Vaya, así que tienes miedo. ¿Ves? Te dije que quien ríe el último ríe mejor.

—Keya, no fuerces la situación —le comandó Anfer, tirando de él.

Cuando llegaron al círculo, Anfer se separó de él, obligándolo a integrarse junto a los otros jóvenes de la tribu. Las chicas estaban con las demás mujeres, los abuelos, los padres, todos ellos los observaban. Debían superar el tradicional rito de iniciación a la adultez. En el centro de la fogata chisporroteaba el fuego, calentando sus cuerpos y embargándolos de frenética expectación. La chamaina, una mujer vieja y sabia, como todas las mujeres ancianas, conocía y aplicaba estos métodos a las generaciones sucesivas. Esta vez no sería distinto, pero no por eso menos memorable y repleto de solemnidad. Algunos varones tocaban música con los toscos instrumentos de piedra, mientras otros cantaban en su lenguaje antiguo, rezando a las deidades y pidiéndoles fervientemente que ayudaran a sus muchachos a completar los sagrados rituales.

—Dejaréis de ser unos niños. Vais a pasar de una manera drástica de la infancia a la madurez —clamó la chamaina, y moviéndose veloz, de modo que sus collares tintineaban, y las cuentas rojas en su cuello despedían luces cobrizas, se untó los dedos de una grasienta pintura roja extraída de las piedras calizas y procedió a ponerles el ungüento en las frentes a los chicos que se habían reunido aquella noche—. Hay que enfrentar tres pruebas. La primera es la unción y la posterior realización de un instrumento que sirva de utilidad a la caza —los marcó de rojo, trazando sendas líneas en sus facciones, y ellos la escucharon atentos—. La segunda prueba —la vieja alzó un dedo, señalando el firmamento brilloso y surcado de puntos de luz— consistirá en hacer un sacrificio que satisfaga a nuestros dioses. Y la tercera prueba es fundamental, y consiste en cazar a un gran y peligroso bisonte.

—Ya lo habéis oído —dijo Anfer, y le indicó a su hijo que empezara a tallar—. Toma esta piedra dura y hazla una herramienta.

Le pasó una roca áspera y fría, y Keya se quedó dudando, pero al final se decidió a gestar lo que le pedían. Con el rozamiento y la fricción de otra roca más pequeña, conseguiría crear una flecha o un cuchillo valiosos. Tenía que hacerla lo más puntiaguda posible; aunque se le estaba antojando complicado, porque por más que rozaba sendas piedras, no se tallaban las muescas con facilidad y los dedos empezaban a dolerle; contempló a sus amigos raspar las piedras rugosas armados de agilidad, una virtud de la que él carecía, y se sintió tremendamente decepcionado y enfadado consigo mismo.

—El tiempo se ha terminado, chavales —sentenció Vakmoru, uno de los amigos de su padre, y lo miró cruzado de brazos, sorprendido—. ¿Cómo? ¿Tú aún no lo has hecho, Keya?

— ¿Te has perdido en tus pensamientos, colega? —Leko, hijo de Vakmoru, se mofó de su torpeza sobresaliente—. A lo mejor no estás preparado para las pruebas.

¿Qué estabas haciendo, hijo? —Anfer lo agarró de los hombros, y Keya se giró, asustado por la regañina que se llevaría dentro de unos cuantos segundos—. Esto no sirve para nada.

Tomó la piedra sin tallar de sus dedos temblorosos y cuajados de sudor, y el adolescente agachó la mirada, cohibido por el enfado de su padre. Los demás se reían indolentes, cachondeándose de su ingenuidad.

—No has superado la primera prueba —dijo Anfer, y lo hizo incorporarse del tronco. Los otros se colgaban sus útiles al cuello o al cinto y se daban sonoras palmadas en la espalda, celebrando su victoria—. Prepárate para lo peor. Demuéstrame que puedes ser mi sucesor.

Pero Keya no quería el destino que le estaban imponiendo. Suspiró largo y tendido y se apresuró a volver a su hogar, suplicando que su madre Osäi supiera entender y perdonar sus innumerables fallos. Quizá debió haber venido al mundo como una niña, pensó abatido. Le esperaban retos difíciles y que exigirían toda su atención. Su vida como adulto no había hecho más que empezar.

Capítulo II. La ley de la selva

Anfer observó a su primogénito con dureza.

—No puedes permitirte fallar en esta misión —le ordenó severamente, mientras le pasaba las flechas y los cuchillos de hueso y de piedra—. Cargas con el peso de todo nuestro clan. Sé el hijo y el líder que yo siempre he deseado. Debes cumplir los requisitos que te hemos puesto.

Keya se quedó callado, yendo por detrás de su padre. No sabría cuándo podría alcanzarlo, o si algún día lo lograría; de momento estar al mismo nivel que Anfer le suponía un sueño inalcanzable. Vakmoru, Mengü y sus respectivos hijos se habían apiñado por fuera del poblado, y los esperaban con ansias.

—Hoy cazaremos a un jabalí —se exaltó Leko, y los chicos silbaron enfebrecidos—. ¿Dejarás que se te escape o lo capturarás esta vez, Keya?

Le dio un codazo en las costillas, y éste se desentendió de replicarle con rabia, desistiendo de enzarzarse en una ñoña disputa con ellos. Estaba quedando en evidencia delante de sus propios camaradas, y sin embargo desconocía cómo reaccionar. El silencio es la mejor respuesta si te encuentras indeciso.

—No, yo creo que saldrá corriendo y el jabalí lo perseguirá —se rio Tidda, otro de los que él consideraba gente afín a su persona, aunque estaba descubriendo que eran unos hipócritas de tomo y lomo—. Y le clavará los colmillos en el culo.

¡Ja, ja, ja! —se rieron Leko y los demás, y él se alejó de ellos, desolado.

Se adentró la avanzadilla en el bosque, y el grupo se fue dispersando. A Keya le parecieron horas, a pesar de que fue cuestión de minutos que Tidda encontró a un jabalí y le apedreó fuertemente el cráneo. El animal hizo ademán de revolverse contra su agresor, lamentablemente en lo que a él respectaba Vakmoru llegó rápido y le hincó una lanza en las costillas. La presa se resistía a que lo mataran, y Anfer les explicó a los chicos, al juntarse rodeando a su víctima, cómo debían matar a un jabalí.

—Desgarradle las tripas —les indicó la zona del abdomen—. Así se llenarán sus órganos de sangre y lo podremos ofrecer a los dioses. Es un sacrificio —señaló a Keya—. Hijo, lo harás tú.

—Hala, te ha tocado —resopló Vakmoru—. No metas la pata esta vez, chavalín. Mátalo como os hemos enseñado.

— ¿Yo? —Keya tragó saliva, escuchando los gritos de agonía del animal, los cuales le rebalsaban en los oídos, ensordeciéndolo—. Padre, yo… No puedo hacerlo.

—No se trata de si puedes o no. No es cuestión de quererlo —Anfer le plantó la cuchilla en las manos, apretándoselas firme, y sus ojos fieros hundieron a Keya dentro de sí mismo, dándole desconsuelo—. Es tu deber procurar la muerte del jabalí. No seas débil y realiza esta prueba. Si no lo haces te apartaremos del grupo de caza y serás denigrado el resto de tu vida.

—Entiendo.

Keya inspiró, recogiendo el oxígeno que necesitaba como aliciente a fin de llevar a cabo tales mandatos, y cruzando una mirada con sus compañeros, se aprestó a liquidar al jabalí, que se retorcía inundado por el sufrimiento, sometido a la crueldad del hombre. Keya sostuvo la piedra en sus manos, levantó los brazos y miró por unos segundos al jabalí, el cual se meneaba histriónico en los estertores de sus gritos agónicos, y aun así no deseaba fallecer. El chico distinguió en sus perspicaces ojos que él no era nadie para decidir el destino y el discurrir de la vida natural. Así pues, nada más alzar los brazos, a punto de lanzar su golpe mortal, se retractó, arrepentido de sus palabras. No era alguien fiable, y no podría cumplir jamás su cometido. Había incumplido la promesa que hubo forjado con Anfer, y eso éste nunca se lo perdonaría.

—No soy capaz, padre… —le temblaron las manos, y la piedra cayó al suelo, y todos se quedaron fijos en su figura reclinada y temblorosa—. Lo siento.

—No lo sientas por mí —repuso Anfer en tono grave, asaeteándolo con los ojos, y remató al desdichado jabalí, que dejó de moverse y se murió, ascendiendo su alma a los cielos—. Ni tampoco te disculpes con ninguno de nosotros. Tú eres débil, y por lo tanto no posees ningún tipo de característica que te lleve a ser un hombre hecho y derecho; no eres fuerte, ni valeroso, ni atrevido, y sólo llorando y lamentándote no cambiarás y te volverás uno de nosotros. Ésta es la ley de la selva. Si no la obedeces serás hombre muerto.

—Vuelve junto a tu madre, niño llorica —se mofó burlón Tidda, y su padre le asestó un codazo.

—No eres sino una niña quejica —comentó Leko con socarronería—. ¿Acaso tienes la menstruación ahora?

Sus continuas burlas le estaban dejando el ánimo por los suelos. Keya se frotó las manos, sucias de tierra al habérselas raspado contra la superficie terrosa, y se incorporó a duras penas, apoyándose en las rodillas.

—Debemos irnos —les ordenó Anfer, y arrastró a Keya de las ropas—. Nos has decepcionado, hijo. Mas no te engañes: a quien más has herido es a ti mismo.

— ¿Y qué puedo lograr? —preguntó el joven, mirándose las manos raspadas, imbuido de desconsuelo—. Los dioses no me han auxiliado en este caso. Si ni siquiera puedo cazar un simple jabalí, ¿qué haré en el futuro?

—Tu futuro te lo labras tú gracias a tu entereza y tu resolución —respondió Anfer, apoyando una mano en su pecho—. Debes pensar usando el corazón, no la cabeza, en estas circunstancias. Ignora a tu temerosa cabeza, que te dice que no lo lleves a cabo, y atente a los mensajes que te mandan tus brazos y piernas. Si corres a por el bisonte, corre de verdad. Nosotros somos cazadores, convivimos con el miedo; esta emoción no puede hacerte un monigote, sino impulsarte a atacar en el instante apropiado. Jamás huyas, u ofenderás a tu propia presa y te volverás un hombre indigno. Volvamos a casa.

Al retornar a su refugio, Osäi y Kaja salieron a su encuentro. Kaja abrazó a su hermano, y sus manitas se movieron espasmódicas.

— ¿Lo has logrado?

¿El qué?

Osäi cruzó una mirada preocupada con su marido. Anfer la besó en la cabeza, volviéndose hacia el hijo que ambos tenían en común.

¿Has superado la segunda prueba? —quiso saber su madre, rozándole la mejilla con las uñas.

Keya no podía mentirle a su querida progenitora. Así que se lanzó de cabeza al abismo que lo engulliría avaricioso, sellando su sentencia de muerte.

—No. He fallado.

Osäi se mordió los labios, y Kaja frunció el ceño y pataleó furiosamente.

— ¡Eso no puede ser! ¡A pesar de que eres tan grande, no tienes la valentía necesaria! ¡No, no y no! ¡Los tigres te comerán!

—Calla, hijo. —Osäi lo cogió de las manos, llevándoselo consigo—. No descargues tu ira en Keya. Estoy segura de que él se ha esforzado mucho.

Keya suspiró agradecido; su madre era la única persona que lo comprendía y apoyaba sus decisiones; la única que depositaba su confianza en él sin importar lo difícil que se pusiera la situación. Todos los demás pensaban que era un cobarde, y no dudaban en tildarlo de llorón y de asustadizo.

—No escondas la cabeza como los conejos —lo amonestó Anfer, golpeándole la nuca—. Mañana saldremos a cazar al alba. Duerme y llénate de energía. Te hará falta.

Su familia se sumergió en los pozos del sueño con poco esfuerzo, pero él no logró conciliar el sueño hasta tarde, y al dormirse tuvo horrendas pesadillas en las que su suerte se truncaba irremediablemente.

Capítulo III. La cacería

Osäi besó a su hijo en las mejillas, poniéndose de puntillas, y su mirada transmitía afecto incondicional, sin límites, y también la fuerza que le era necesaria a fin de sobrellevar las dificultades y los obstáculos que le colocara por delante el caprichoso destino, regido por los dioses, que deseaban que mostrara sus aptitudes, unas que todavía no había descubierto.
—Lo conseguirás, mi niño —le dijo, y él la abrazó cándidamente—. Caminarás junto a tu padre, y serás el orgullo del clan. Confío en que cazarás de maravilla.
—Adiós, Keya —sonrió Kaja, y los dos se fundieron en un cálido abrazo.
Los que se quedaban atrás eran dejados a merced de las inclemencias del tiempo y la naturaleza sellaba su suerte. El sol relucía brillante en el cielo, irradiando calor sobre los seres vivos, y los habitantes más débiles de la tribu se despidieron de ellos. Anfer y Vakmoru esgrimieron un gesto de despedida al cruzar los dedos índice y anular, lo que significaba que volverían dentro de unos días, luego de haber cazado a los bisontes y haberse aprovisionado de sus pellejos y grasas, que les servirían con el fin de mantenerse a flote, pues las carnes grasientas de los bisontes, salvando el hecho de que no eran muy jugosas y sabrosas, eran un alimento indispensable en su dieta por su alto porcentaje de proteínas, que les reforzaban los huesos y los músculos, por cuanto se mantendrían alimentados y sustentados varios meses, y despellejados estos gigantes cuadrúpedos las mujeres tejerían mantas que abrigaran a los infantes y a los que rebasaban el umbral de la ancianidad, y así se salvarían del cruel frío.
—Nos untamos primeramente con la pintura azul de la batalla —señaló Anfer, y se dispuso a trazarles líneas añiles en sus rostros, coloreados por la emoción, y el de Keya por un terror ulterior y profundo que trataba de disimular—. Y ahora marcharemos directos a la llanura, pertrechados a base de nuestras mejores armas.
—No te detengas a mirar atrás —le indicó al chico, cogiendo su brazo—. El pasado no regresará; para enmendar los errores debes mejorar en tus proezas, y dejar de tropezarte en este arduo sendero. Nunca decaigas o será tu fin.
—Lo he comprendido, padre.
Keya cabeceó hacia su figura paterna, asimilando lentamente lo que Anfer le había referido. Leko, Tidda y los restantes jovencitos que componían el clan se estaban pertrechando de sus recién tallados cuchillos, y lucían feroces, aparentando tratarse de guerreros expertos. Vakmoru y sus colegas no eran tachados de pusilánimes o miedosos, puesto que estaban acostumbrados a la caza, envueltos por el fragor de su sangre y los latidos acelerados de sus corazones maduros.
Tardaron más de dos horas y media en arribar a la extensa planicie de hierbas altas y verdosas que se erguían en lontananza, atravesando todo aquel espacio, vasto y plano, cuyas plantas estaban diseminadas por el lugar, que se extendía hasta donde alcanzaba el horizonte. La inmarcesible luz solar les abrasaba el cráneo, y las moscas zumbaban, hiriendo sus tímpanos mediante sus desagradables zumbidos. Se apostaron detrás de unos matorrales enmarañados, respirando pesadamente; los más nerviosos no paraban de exhalar aire, y Keya se estaba desesperando, agarraba su lanza y sus manos rezumaban un pringoso sudor que no le era bien avenido; la apretó decidido para que no se le resbalara.
—Miradlos e imprimidlos en vuestras cabezas —les dijo Anfer a los jóvenes principiantes—. Sois iniciados, inexpertos en el arte de la guerra. Controlad bien los movimientos de vuestras presas. A mi señal, atacaremos.
Los bisontes, mamíferos del orden de los bovinos, son animales enormes y lanudos, aprovisionados de grandes y afilados cuernos en su cabeza, constando de un peso de 1.600 kilogramos en el macho adulto, y asimismo son feroces y agresivos, llegando a acabar con la amenaza de sus depredadores en algunos casos. Keya distinguió a lo lejos a estos seres y se creyó –ingenuamente, ya que no los veía en toda su terrorífica grandeza y magno tamaño- que no serían tan peligrosos como su padre los catalogaba. Sin embargo, aquellos búfalos que pastaban en el prado, rumiantes y herbívoros calmos e inofensivos en apariencia, eran capaces de atravesar con una sola cornada la pierna de un hombre promedio completamente desarrollado, rompiéndole la arteria femoral y desangrando al desdichado en cuestión de escasos segundos.
— ¡Vamos allá! —les gritó Anfer, y Vakmoru, dejando de comerse las hormigas que se deslizaban por su brazo, conminó a sus vástagos a seguirlo, y todos se abalanzaron sobre los bisontes, que se enfurruñaron, molestándose por la inoportuna irrupción en la gesta de su comida, y la caza dio comienzo.
¡Mira al frente y no pares de correr! —mandó Anfer a Keya, empujándolo a continuar corriendo.
La adrenalina se descargó en sus sistemas nerviosos, induciendo a los cazadores a dispersarse, arremetiendo contra los bisontes en un brutal frenesí, empuñando sus lanzas y enarbolándolas a diestro y siniestro.
Tidda, Leko y los demás jóvenes se reían con la tontería que se apropiaba de ellos en la plena adolescencia, mientras Keya esquivaba las patadas de los búfalos que corrían en estampida. Escapando de los despavoridos bisontes a todo correr, se aprestó a poner pies en polvorosa, buscando atemorizado a su padre. Vakmoru alentaba a sus colegas en la profesión, hablándoles con camaradería. Uno de los búfalos se levantó tiesamente enfrentado a Keya, pero su padre acudió en su rescate. Los zarandeos tratando de esquivar la acometida violenta de estos mamíferos habían dejado al joven sin muchas fuerzas y esperanzas de cazarlos, porque se estaba mareando.
¡Cázalo! —le urgió su progenitor, dando énfasis a sus vocablos que traslucían su mandato—. ¡Sé que puedes hacerlo!
El ambiente se estaba enrareciendo, además de que anocheció y la noche se cernió sobre ellos. Empezó a llover con una potencia extraordinaria, y la lluvia impía los llenaba de pavor y originaba resbalones inapropiados. Temblando de puro miedo, Keya agarró su lanza punzada, acercándose al búfalo y lo miró a los ojos, sosteniendo la mirada intimidante de su oponente. Hombre o bestia. ¿Quién ganaría? Nadie podía asegurarlo, pero confiaban en que Keya lo ensartara. Fueron girados de forma vil los engranajes de la tragedia, y él se quitó los cabellos mojados, que le dificultaban la visibilidad. El bisonte se sintió ofendido en gran medida, y se propuso pisotear y aplastar a la cría humana que lo había desafiado. Tomando impulso, bamboleándose adelante y atrás, el búfalo, nunca mejor dicho, le metió una grotesca cornada al joven, lanzándolo por los aires. Los espectadores de la tragedia chillaron a voz en grito, desesperados, no obstante, sus agudos chillidos fueron atenuados por el agua cortante.
Keya notó el verdadero horror arracimándose en su físico descarnado y desollado, y al caer a tierra, congelado y moribundo, gimió de dolor. El búfalo no había terminado su venganza, y se predisponía a pisarlo sirviéndose de sus enormes pezuñas. Keya iba a morir, porque no había sido lo suficientemente inteligente o audaz para salvar su vida. No se sabe si fue por el efecto deslizante de la llovizna cruel, que no cesaba y no le daba un solo respiro, o si, haciendo acopio de sus últimos esfuerzos, Keya se arrastró bocabajo como estaba por la blanda hierba; el caso es que viendo cómo el bisonte airado se cernía sobre él, su instinto de supervivencia, el poco que le quedaba, lo instó a huir; y sin sentir nada bajo sus pies, cayó a las profundidades del inmenso barranco, muriendo al chocar contra una lengua pétrea que había abajo. Evaporada la rabiosa manada, su padre y sus conocidos se aproximaron a donde hubo caído, gimiendo sufrientes.
— ¡¡No!! ¡¡Keya!! ¡¡Voy a recogerlo!! —gritó Anfer, dolorido.
—No cometas esa estupidez —lo paró Vakmoru, aferrándolo de su chaqueta peluda—. Tu hijo ha muerto, y no renacerá. Si tú te caes también por esta abisal cuenca, perderemos al líder que nos guíe. Anfer, entiéndelo. —Vakmoru se tironeó de su barba grisácea, meneando su rapada cabeza—. No podemos hacer más que rezar por la salvación de su alma.
Se dispusieron a orar, implorando a las divinidades que fueran piadosas y recogieran al niño torpe, flaco y huidizo en su seno. Le construyeron un montículo de piedras en su honor. Keya siempre sería recordado como el chico inocente que no estaba adaptado a la hostilidad de la vida; y sería admirado y querido por tratar de sobreponerse, pereciendo en el intento.

Capítulo IV. Alfa

La tarde llameante dio paso a una noche gélida que acaparaba el mundo entero. Las lluvias torrenciales no escampaban en lo absoluto, y las aves y mamíferos carroñeros se abalanzaron sobre la primera presa que vislumbraron, que era ni más ni menos que Keya. Estaba destinado a ser devorado por los limpiadores de cadáveres, que surcaban el cielo y rivalizaban para hincarle el diente o el pico. Keya sería el cazador cazado. Un buitre se posó en la tira pedregosa, replegó sus alas marrones y se preparó para avisar a sus iguales en cuanto comprobara que el humano estaba muerto en verdad.
Keya abrió de golpe los ojos, respirando oxígeno de nuevo, con los pulmones siendo rellenados de aire novedoso que le daba la vida. El buitre le picó la cara, pero él lo espantó y se irguió, congestionado y tieso. Proclamando al mundo que estaba vivo, y que no pensaba desfallecer. Un murciélago se colocó en lo alto del promontorio, escaneando cada movida suya. El joven se sacudió, girándose, y la cintura le dio un crujido. Keya gritó gimiente y se afanó en moverse, pero no podía mover la pierna en lo absoluto, porque el pie se le había dislocado.
Miró hacia abajo, distinguiendo que había por lo menos siete metros hasta llegar al suelo, de forma que si se caía de ese lado se quebraría la columna vertebral y moriría de una manera horrible. Transcurrida la nocturnidad, el amanecer iluminó a Keya, dándole ideas y fuerzas renovadas para poder bajar sostenido por las manos a los salientes de las rocas. El murciélago negro había desaparecido, sin dejar rastro de sí. El muchacho se enganchó en las ramas de los mustios árboles, aterrizó en tierra medio torcido, pero se recompuso y caminó con dificultad por el lodazal, arrastrando sus heridas y sus sueños.
Después de un rato en que anduvo por la depresión del valle, imprimiendo sus huellas en la ancha carretera, siguió las pezuñas de los búfalos, puestas en el barro. Con esta ingeniosa táctica llegó a un terreno más elevado en que no había más que matojos secos, tierras yermas y un sol abrasador que lo achicharraba.

Encontró dónde cobijarse, por fortuna: era una cueva angosta en un lado de la montaña, excavada por las profundas aguas que la habían ido erosionando a través de los milenios. El principal problema era que estaba lejos, a un kilómetro y medio de donde él se hallaba, y le dificultaba llegar su inutilizada pierna derecha. Keya plantó cara al destino, mordiéndose el interior de la mejilla, un gesto que acostumbraba a hacer desde que fuera niño, cuando algo se le torcía. Igual que los lobos, que rasgaban la noche con sus aullidos, él debía sobrevivir para transformarse en un alfa, el jefe de la tribu del que se enorgullecieran sus familiares y vecinos.

Por desgracia en lo que a él atañía, la vida no se lo iba a poner fácil precisamente. Unos cuantos lobos, a lo sumo seis, se agrupaban y tenían acorralada a una hembra, una loba feroz de hermoso pelaje negro. Keya intentó pasar desapercibido; la empresa no salió bien. Él era ruidoso y corpulento, según la visión de los depredadores; en consecuencia estos lo notaron enseguida y le rugieron. Su reacción agresiva lo puso en alerta. El niño humano se movía lento y además estaba mutilado y desarmado, entendieron los lobos. No iban a ser tan tontos como para dejarlo pasar. Guardaban hambre de varios días y las presas accesibles eran una señal de que su suerte había cambiado para mejor. Lo matarían y se nutrirían de su despedazado cadáver.
La loba oscura esquivaba la luminiscencia que se despedía del astro rey, mientras gruñía a los lobos y estos se volvían a ella, irritados por su proceder temerario. ¿Quién era ella para molestarlos? No se llevaría la presa que habían seleccionado. La vimos antes que tú, le dijeron los machos. Y no eres de nuestra camada, no cuentas. El chico se apercibió de su disputa, y se aprovechó de este paréntesis a fin de desplazarse sigilosamente al viejo árbol y trepar por él. Sin embargo, las salvajes bestias no se distrajeron, y sin obviar a la loba, los cachorros, lobeznos de pelo gris y duro, saltaron sobre su indefensa persona.
En ese momento, ocurrió algo extraño. La loba hirió a los machos de un zarpazo, y mordió a los lobeznos en la yugular, matándolos por consiguiente. Los otros tres lobos la miraron asustados a más no poder; cuando ella les enseñó los dientes se marcharon con el rabo entre las patas.
Keya, encaramado a las quebradizas ramas, estaba pavoroso. Ella era la verdadera alfa, y no necesitaba a ningún macho que la controlara, pues ella dominaba a los lobos.

Capítulo V. La bruja

Ella lo estaba abrasando visualmente, y él no podía actuar con sensatez. Harto de quedarse en lo alto del árbol, y rabiando por sus múltiples rasguños y arañazos, Keya trató de bajarse, pero estaba a punto de estamparse contra el suelo. Se dio de bruces en su caída, y con su trasero dolorosamente magullado, rechinó la mandíbula y se esforzó en levantarse antes de que ella lo destripara. Era plenamente consciente de que era un estorbo, sin ninguna duda, pero eso no era un pensamiento positivo y no lo ayudaba a encarar las dificultades que había en todas las circunstancias. Si quería sobrepasar las calamidades, pasarlas por encima, debía hacerse más fuerte. O se ahogaría en pos de alcanzar la libertad y la seguridad.

La loba fue trotando hasta él, lamiendo su boca.
— ¡No te acerques! —chilló Keya, cogiendo un palo que estaba oportunamente tirado por ahí.
Lo zarandeaba ante ella, gesticulando con viveza, mostrando que no se sentía tan debilitado y mustio como aparentase; en tanto ella lo observaba, burlona, casi como si estuviera sonriendo. Él estaba desconcertado por su raro comportamiento. Normalmente un lobo lo habría hecho trizas sin pensárselo dos veces, pues en aquellas llanuras desiertas escaseaban los roedores diminutos y los pájaros habían migrado a áreas más pobladas, llenas de árboles en flor donde establecer sus nidos. Si ella había sido abandonada por su camada, ése no era un asunto que le concerniese. Estaba preparado para continuar viviendo. Incluso si ello lo obligaba a matar a un terrible lobo negro.
—¡No me matarás, lobo! —Keya movió frenético el palo, zarandeado frente al lobo, chillándole de angustia.
Como ella no daba señales de atacarlo, el joven se fue corriendo a refugiarse en la cueva. A lo mejor el lobo se marchaba, si entendía su amenaza y no estaba famélico. Se puso a friccionar unas ramitas dejadas en el umbral de la caverna, y de repente la loba, huyendo de la luz, se ocultó en las sombras de la cavidad rocosa.
—¡Vete de aquí! ¡Ésta es mi casa!

Keya se sentía humillado, ya que no podía luchar contra el animal. Su pierna se resintió, abriéndose más la raja, y se apostó en la superficie rayada, estirando sus miembros adormecidos y rasguñados.

—Estás a un paso de la cuneta, y pese a ello te comportas como si fueras un adulto valiente —sonrió la loba negra, y al escucharla y verla reírse Keya pensó que había visto una visión, señal inequívoca de sus delirios.

Debía de estar volviéndose loco.

La oscuridad envolvió a la fiera, y ésta se transmutó como por arte de magia en una mujer de apariencia juvenil, de piel alba cual la nieve y pérfidos ojos rojos que centelleaban con un fulgor cobrizo. Su pelo era negro como el carbón, estando recogido en dos coletas perfectas, y sus labios eran carnosos y rosados. Vestía una larga túnica negra con mangas largas, y sus uñas pálidas lo apuntaron febrilmente.

—¿Dónde está la loba? —se inquietó Keya.

No estaba por ningún lado, y esa bella aparición, similar a la venida de los dioses, lo estaba desquiciando.

—Yo soy la loba —afirmó la chica, señalándose orgullosa—. Te vi antes, en mi forma de murciélago.

— ¿Eres una bruja? —Keya resolló, verdaderamente aterrado; no le quitaba la vista de encima—. ¿Vas a matarme?

—Un cachorro desamparado e inútil como tú no me vale de mucho —la mujer se encogió de hombros—. Supongo que te han abandonado. Y respondiendo a tu pregunta: no me servirás muerto, sino vivo.

Keya se aceleró, entregándose a la desesperación que cundía por su organismo.

—Por eso, para que puedas vivir, te curaré ahora mismo.

Siendo fiel a lo que hubo dicho, la hechicera cambiadora de formas, poseedora de una infalible y engañosa belleza, se acercó a él, pero el joven retrocedió, muerto de terror.

—Voy a quitarte el dolor todo lo que pueda —respondió ella, y sus ojos centellearon con un brillo rojo—. Tranquilo. Aprende a calmarte, humano.

Sonriendo cruel y despiadada, ella no lograba infundirle confianza, y Keya no se fiaba de que ella dijera la verdad. La chica lo curó, deshaciendo el tajo letal en su pierna, y devolviéndole prodigiosamente la movilidad de sus miembros inferiores, sobre todo del pie, el cual se restableció por completo.

Keya, aunque se sentía agradecido, no se dignó ofrendarle su gratitud. Al final, y considerando todo lo que había tenido que soportar, se rindió al inmarcesible sueño que lo envolvió ululando, apresándolo en sus oscuras alas. La misteriosa muchacha se puso a vigilarlo interesada, ladeando la cabeza, y su sonrisa roja fue deslumbrada, marcándose en las sombras del anochecer.

Capítulo VI. ¿Quién eres?

La vida seguía a pesar de que la gente se muriera, porque el mundo se va reciclando y reseteando; al iniciar desde cero, es más sencillo ir hacia delante. No te puedes permitir mirar hacia otro lado, lamentándote de lo que no has podido llevar a buen término; eso sostenía Keya mientras vacilaba, sopesando los pros y los contras. Ya estaba notando el hambre que agujereaba sus intestinos, y por ello debía comer previniendo que se desmayara del agotamiento y fuera pasto de los fieros felinos o cánidos que amenazaban con matarlo y alimentarse de su carne si no maduraba y crecía, pugnando por abrirse camino en tales senderos espinosos.

Constató con cierto grado de alivio que la muchacha enigmática, de facciones lechosas y turbadora presencia se había ido, y fue impelido por el sentido común a caminar raudo hasta el arroyo, bebiendo agua nada más reclinarse. Observó debajo de las piedras rebuscando ávido de comida los gusanos y los insectos que proliferasen por doquier, enredándose y reproduciéndose con celeridad manifiesta, y los cogió y se los puso en la mano.

Por supuesto, él nunca había sido quisquilloso, comiendo todo lo que trajera su padre a la mesa sin rechistar, pero los gusanillos le inspiraban un poco de repugnancia. Algo asqueado, tomó aire y se los tragó de sopetón, masticándolos como buenamente pudo. Las raíces de las plantas aromáticas tampoco le gustaban porque estaban duras y le costaba masticarlas; sin embargo, agradecía a los benditos dioses estar vivito y coleando y no le importaba de lo que tuviera que nutrirse, si con ello podía alentar, andar y volver con su familia, su deseo más primordial y expreso. Trabajó con sus manos, creando fuego ayudado por los palitos de madera, y para evitar que se extinguiera muy rápido, le echaba más montones de palos, y las chispas volaban calentando el espacio.

Keya se puso las piernas ante el pecho, abrazándose a sus rodillas, y suspiró exhausto volteando sus ojos castaños al cielo estrellado, nocturno y perlado de fosforescentes lucecitas que lo invadían de sosiego y calma. En esos instantes concretos añoraba melancólico a sus parientes y se preguntaba si éstos lo echaban de menos a su vez; como creían que estaba muerto debían de haberse encomendado a los rezos. Él estaba desganado, demasiado cansado para rezar, pero deseaba que la fatiga pasara pronto y una vez recuperado, regresara al lugar que le correspondía por derecho natural.

—Los bebés humanos son los más indefensos de todos los animales —dijo en ese momento la mujer lánguida y oscura, y Keya se volvió a ella, sobresaltado. El corazón le latía a mil por hora—. Incluso ahora no tienes con qué defenderte. Si una hiena decide comerte, serías zampado por ella en poco tiempo.

— ¿Quién eres? —interpeló él, copado y acoquinado por sus ojos fríos y acerados.

— ¿Quién eres tú? —contraatacó ella, y compuso una sonrisa burlona en sus labios—. Un niño dejado a la deriva, en soledad y desconsolado. Morirás tarde o temprano.

Sus cortos y negros cabellos ondearon, movidos por la suave brisa nocturna, y él se quedó mirándola extasiado. Esa hembra era demasiado hermosa, y a la vez tan cruel que no le permitía escapar de sus garras.

— ¡No me han abandonado! —rebatió Keya, levantándose a fin de encararla—. ¡Ocurrió un accidente y me quedé solo! ¡Ya está!

—Sí, vi como un búfalo te dejaba medio muerto —se burló ella, disparando a bocajarro—. Un desastre de hombre, eso es todo lo que eres. No sobrevivirás en este mundo baldío y corrupto si te quedas sentado mirando las estrellas. El sustento no te caerá del cielo. Tal vez te vendría bien mi ayuda, Keya.

— ¿Cómo sabes mi nombre? —él, enfurecido, gestó un ademán virulento hacia ella—. No te atrevas a hablarme con esas confianzas, puesto que no me conoces. Solamente eres una hechicera malvada que quiere comerme el corazón.

—Yo no me alimento de los corazones de los hombres —negó la joven, y le clavó acto seguido una uña curva en el torso, desequilibrando a Keya, que no le apartó su mirar aterrorizado, simulando ser un corzo que se topa con el lobo que lo asesinará—. El mundo tiene que estar provisto de una balanza que lo equilibre. El bien y el mal, el orden y el desorden. Si no estás adaptado a la vida, mejor muere y fertiliza esta tierra. Los fuertes sobreviven matando, robando, superando el padecimiento y la incertidumbre. Te daré mis lecciones de supervivencia. Te superviso para que no te mate ningún otro. Pero no eres tú el que cambiará este mundo; no con esa actitud de niño confundido que va dando tumbos.

— ¡No estoy mal! —dijo Keya con impulso que afloró sobre su piel, enrojeciendo su cutis pálido—. ¡Y tú no eres quien para decirme lo que debo hacer y lo que no! ¡No ejerces presión sobre mí, porque no eres mi familia!

Ella se retiró de él, hirviendo de ira porque la estaba despreciando.

—Entonces, si te las apañas solito, por mí fantástico. No me beneficia sacarte adelante —ella se carcajeó, sacando sus uñas afiladas, y sus colmillos regulares y blanquecinos destellaron, produciéndole temor al muchacho, que reculó espantado por tan ominoso detalle—. Perfecto. A ver cómo estás en un par de horas, cachorrillo.

Keya supo que tenía razón, por más que le pesara. Y entendió al fin, liberándose de su obstinación, que sin ella no sería capaz de permanecer con vida. Primaba su instinto de conservación sobre todas las otras cosas.

— ¡Espera! —exclamó, y ella se volteó, suspicaz—. A lo mejor… Puedo darte comida. Y a cambio…, tú me ayudarás a salir de estos parajes.

La chica ladeó la cabeza, quedándose quieta. Sus ojos rojizos emitieron una luz fantasmagórica. A Keya se le detenía el corazón cada vez que ella lo miraba, traspasándolo y leyendo en su alma todos sus pecados inconfesables, los que nunca hubiera contado a nadie.

—Ni lo sueñes, humano. No me parece un trato justo.

— ¿Por qué? —se desesperó él.

¿Qué había obrado mal ahora?

—Simplemente no puedes domesticarme —repuso la joven delgaducha, y extendió sus brazos lechosos—. No soy una mujer con la que puedas jugar. ¿Lo entiendes? No correré a traerte el palo que me lances.

—No… No pensaba hacerte eso —titubeó Keya, y se ruborizó al ser taladrado por su oscuro mirar—. Vale, estamos llegando a un acuerdo.

—Un frágil pacto de alianza —ella se cruzó de brazos, resoplando—. Bueno, está bien. Duerme y mañana continuaremos la marcha. Nos quedan miles de kilómetros de distancia hasta arribar en tu aldea.

Keya, ya más despreocupado puesto que había logrado convencerla, se recostó en la piedra, apoyándose contra la pared, y se durmió sin prever que ella no iba a dormirse, porque era mucho más astuta, malvada y tenebrosa de lo que nunca hubiese imaginado; una auténtica mujer inhumana, la cual era indómita e insidiosa, y que se erguía incólume, gobernando esplendorosa, como una majestad sangrienta, en la noche de los tiempos, de los albores y de los confines del universo.

Capítulo VII. Madre y padre

Osäi y Anfer se habían conocido cuando él libraba grandes y fieras batallas, acompañado por Vakmoru y otros fieles amigos, contra las feroces bestias que poblaban la Tierra, como los tigres dientes de sable, las hienas, los leones y los bisontes. Ni siquiera los lanudos mamuts, viejos habitantes de los árticos y los polos norte y sur, constituían nada más que un reto para él, que era un guerrero caracterizado por su ferocidad. Sus amigos lo alababan por haber luchado combativo contra estas silvestres criaturas y haber salido airoso de la mayor parte de sus afrentas.
Así pues, como era el lógico discurrir del destino, tras una honorable ceremonia repleta de algarabía y de frenesí a partes iguales se había convertido en el líder de la comunidad, sucediendo a su ya anciano padre, Tegülku, y superando en potencia y virilidad a todos los hombres de su tribu, incluyendo a sus ocho hermanos pequeños, siendo tres de ellos varones. Sus cuatro hermanas se habían juntado con los otros guerreros del clan, entre ellas su hermana Isilu se había desposado con su gran amigo Vakmoru, el cual era su leal compañero de batalla y seguidor y admirador empedernido desde la infancia; en suma, el clan estaba a salvo y con ello todos podían vivir sus vidas y ser felices.
Osäi era ni más ni menos que la cuarta hija del chamán de la comunidad, y al conocerse sus almas se conectaron de inmediato y sus corazones chispearon con el fuego del amor. La ceremonia fue bendecida por supuesto por las deidades y Ogur, el padre de Osäi, bendijo a ambos contrayentes y les auguró un futuro lleno de paz y prosperidad, asegurándoles que vivirían una vida longeva y plena, y que su descendencia sería fuerte y vigorosa. Osäi perdió dos niñas al comienzo de su matrimonio, debido a diversas complicaciones; pero gracias al amor de su esposo y al apoyo moral de sus diversos parientes pudo sobreponerse a la desdicha y al poco tiempo quedó otra vez encinta. El bebé vino al mundo al término de su embarazo, resultando ser vigoroso y sano, y fue nombrado Keya, que en el idioma antiguo de las gentes nómadas significaba: “un viaje afortunado” o “la fortuna está con nosotros”.
Pues tanto su padre como su madre confiaban en que él los sacaría de los aprietos en cuanto llegara la ocasión propicia para ello, ya que se convertiría en un hombre de provecho. Desgraciadamente para él, y mancillando sin desearlo el buen nombre y la reputación de su familia, Keya no daba la impresión de querer aspirar a convertirse en el mejor guerrero de todos, puesto que era débil tanto de mente como de cuerpo, y los sumía en una profunda decepción. Las constantes peleas con su padre y los sermones que su antecesor le soltaba no lo beneficiaban en su calidad de hijo; se encontraba abatido e indeciso la mayor parte del tiempo.
Anfer no sabía de qué modo comportarse con su vástago; para incrementar sus lamentos y sus continuas aflicciones el chico era blando y pueril, y lo peor era que Osäi, tierna como toda madre que ha experimentado las pérdidas de hijos anteriores a Keya, no le perdonaba que fuera tan cruel con el adolescente, diciéndole que lo ponía en evidencia delante de sus amigos y de los niños que fueran compañeros de Keya. Ella se empeñaba en dulcificar en extremo sus maneras hacia su primogénito, el tercero que hubiera concebido que no había fallecido tras el parto, y minimizaba los errores que él cometiera, perdonándolo en todo momento.
Anfer, al contrario que ella, se había criado siguiendo los rígidos principios que establecían la ley del más fuerte, y por eso creía ferviente que el tesón y la constancia lo son todo con el fin de asegurar tu supervivencia en este mundo.
Osäi seguía rezando cuando él llegó hasta ella y la miró.
— ¿Aún sostienes que Keya vive?
—Sí —contestó ella, y se levantó tras colocar el cuenco aromático en la tarima, el cual estaba reservado para ese altar, y cuya función principal era endulzar el ambiente, y observó fijamente la figura tallada del barro de la femenina deidad—. Keya es fuerte, y siempre lo ha sido, por cuanto ha de vivir. Noto que sigue respirando, y ello me alienta a continuar esperando su regreso.
—Los dioses no quieren que seamos felices, Osäi, sino que seamos lo bastante potentes como para sobreponernos a los problemas que nos plantea la naturaleza —replicó su esposo severamente—. Keya no estaba esculpido a la medida de este lugar áspero y sombrío que es la tierra que hollamos. Los dioses se han decepcionado con él, pero más con nosotros que somos sus padres.
Su mujer lo tomó de las manos, transmitiéndole con su suave apretón su calor y sus benignas esperanzas.
—Tengo un pálpito en mi corazón, que me indica susurrante que nuestro hijo mayor sigue con vida, y que regresará con prontitud junto a nosotros. Es lo que la diosa Bendali desea que haga. Ella es la diosa de los nacimientos y la fertilidad, como asimismo la protectora de los niños. Cuando Bendali apague las velas, sabremos que nuestro hijo se ha vuelto un hombre.
—Esperemos que lo que supones sea cierto —repuso Anfer con voz grave y monocorde, aunque se estaba emocionando por dentro de su ser—. Después de verlo caer por el barranco, todos vimos que no se movía y pensamos que estaba muerto, mas tal vez nos equivoquemos. Ojalá tus plegarias sean escuchadas y las deidades nos alumbren, guiándonos en medio de esta oscuridad. Si su corazón late y su cuerpo se mueve, como tú dices, regresará al cabo del tiempo al sitio que le corresponde, a su hogar por derecho legítimo. Tengamos fe en que volverá sonriendo de oreja a oreja.
Osäi lo abrazó, y este gesto logró derretir la dura coraza que Anfer poseyera.
—Lo esperaremos con ansias, querido. Confío en su vuelta, puesto que lo amo con toda mi alma.
—Tus intuiciones suelen ser muy agudas e infalibles —sonrió Anfer, regocijándose por compartir los pensamientos con su esposa—. Mujer mía, he recapacitado y sostengo que puedes llevar la razón. Keya es más fuerte de lo que todos pensamos, y también mucho más arrojado y resistente de lo que él mismo se cree.
Si los dioses creían que él era valioso le permitirían seguir viviendo, y por eso Keya se sentía totalmente contento. Y puesto que le habían ofrendado una segunda oportunidad, quería seguir su camino. Se llenó de curiosidad y asimismo de aplomo, y se lanzó entonces a preguntarle a la chica envuelta en misterio acerca de sus desconocidos y remotos orígenes.
— ¿Acaso tú no tienes familia?
—Soy huérfana de la sociedad —respondió ella de modo siniestro—. Transito por los caminos desolados y oscuros desde hace milenios, sin que nadie se digne ofrecerme su ayuda. De todos modos, soy tan increíblemente poderosa que no necesito el socorro de nadie, me basto yo sola. Mis seres queridos ya no existen, pues se difuminaron en las tinieblas del pasado. Es duro no ser capaz de verlos o conversar con ellos, mas así es la vida. He conseguido un nuevo lugar paso a paso, y me alimento rellenándome de nuevos propósitos. Renací para existir, en otras épocas y en otras partes. No tienes porqué saberlo —concluyó ella vuelta hacia él, abrasando al chico con sus ojos rojo sangre.
Y él se preguntó qué evento oscuro la habría llevado a convertirse en una muchacha extraña como ninguna que él hubiese conocido jamás.

Capítulo VIII. Aqua

—¿Cómo te llamas? —le interpeló Keya a la joven, sin arredrarse lo más mínimo.
Su pregunta fue formulada con tanta naturalidad y genuina curiosidad que ella se fijó en él, aviesa.
—No necesitas saber cómo me llamo, humano.
—Las cosas deben de ser nombradas —replicó él con manifiesta terquedad— para que así podamos reconocerlas. Las personas que carecen de nombre se sienten muy tristes y apenadas.
Ella lo observaba reticente, sin atreverse a soltar prenda, pero al final lo hizo, lo que aumentó la alegría del muchacho.
—Aqua —respondió sucintamente.
— ¿Agua? —se interesó él, sorprendido—. Nunca me lo hubiera imaginado, a juzgar por tu apariencia escalofriante… —ella lo asaeteó con su mirar oscuro y él se calló, enmudecido por el terror—. No te preocupes, no te criticaré. Te llamas agua, como la extensión de los amplios mares, las lagunas, los acuíferos subterráneos, los ríos… Me resulta fascinante.
—Exacto —dijo ella, recalcando sus palabras—. Así soy yo, y este ser voraz y mezquino es cuanto soy.
—En mi lengua, Keya quiere decir “afortunado, dichoso” —contestó el joven mientras iban caminando de noche, alejándose rápidamente del valle y adentrándose en el profundo bosque negro.
—Me enorgullezco de llamarme de esa manera —añadió Keya en un arranque de orgullo y amor propio.
Las súbitas y tétricas carcajadas que ella profirió lo descolocaron, conduciéndolo a pararse en seco y mirarla con el rostro desencajado.
— ¿Qué? ¿Te estás riendo de mí? —cuestionó, a punto de enfadarse.
—No eres sino un desgraciado humano, enclenque y mísero, que no posee nada de lo que pavonearse —se burló Aqua, y sus blancos colmillos distendidos refulgieron cortando la nocturnidad que acaparaba el espacio—. A pesar de que midas 1.87 m, eres demasiado delgado para poder estar fuerte y con una fisonomía trabajada al máximo. No eres de valor.
Keya se cubrió las facciones con las manos, resoplando.
— ¿Vas a ayudarme o sólo sabes criticarme por mis defectos? —se encendió una súbita luz en su mente, y bajó hasta ella la mano, rozándole su oscura cabeza de pelo negro—. Ahora que lo compruebo, tú eres bastante bajita. Como cabría esperar de una hembra.
¡¡No te atrevas a burlarte de mí, osado humano!! —chilló Aqua cogida por la ira, y se rebulló de su contacto, molesta—. Aparta tus sucias manos, me enferman. Yo mido 1.60 m y peso poco más de cuarenta y cinco kilos, pero sé como cazar y ganarme mi sustento, en cambio tú ni por asomo lo lograrías. No te fíes de lo que parezco, ni tan siquiera de mis palabras, pues soy mucho más salvaje y ruda de lo que trasluce este pequeño cuerpo mío, del que estoy dotada por culpa del orden natural y sus malditos caprichos. Lo que a ti te brindó la sabia Madre Naturaleza en altura y corpulencia me lo derivó a mí en valor y ferocidad. Eres como un libro abierto, Keya, en el que puedo leer de todos tus miedos y tus suposiciones. Te enseñaré a matar como es debido. Y como ha de ser.
Ya habían pasado cinco meses bien contados desde que Keya fue derrotado por el búfalo en aquella cruenta cacería, y la primavera se presentaba, las flores florecían y el mundo se regeneraba, cubriéndose con un manto de júbilo y de esplendor. Los animales cuidaban de sus crías procurándoles alimento y Keya se estrenó en la caza, matando con una dosis extra de ayuda por parte de Aqua a unos conejos que permanecían alertas, mirándolo desafiantes y agazapados sobre sus patas traseras.
—Nunca dudes —le aconsejó Aqua—. No te andes con contemplaciones. Tu presa se escapará antes de que puedas atraparla. Éste es nuestro verdadero y sangriento juego de supervivencia. Asesinar o ser asesinado. Comer o ser comido. Es un ciclo en que todo ha de sostenerse con la acción del otro. Te demostraré de lo que soy capaz.
Efectuó una grácil pirueta en el aire y mató de un fuerte golpe al pájaro gordito que se había posado en una rama. Aqua lo atrapó antes de que cayera a la superficie y se lo mostró a Keya. No había mostrado un solo ápice de piedad. Keya lo tomó y se dispuso a desplumarlo y a calentarlo en el fuego junto con los roedores. Los chispazos que emitía el fuego alertaron a Aqua, que se separó de él.
—Tranquila —le aseguró él, sonriéndole—. No te haré daño. Eres mi amiga.
—No te muestres tan confiado —gruñó Aqua, y denegó de comer la comida, fruncido su ceño hacia el muchacho—. De momento tenemos un objetivo común, pero esta alianza no durará eternamente. Tu vida, como la de todos los demás seres humanos, es efímera y está plagada de oscuridad y de dolor. Un día inevitablemente se separarán nuestros caminos, y mi presa serás tú.
Keya tembló ante su oscura revelación, pero se obligó a mirarla a sus ojos, de un rojo impasible y flamígero. Siempre burlones, siempre venenosos y atentos a sus movimientos. Le provocaban un pánico ciego y hondo que se arracimaba en sus intestinos y se los congelaba, pero era demasiado temeroso para pronunciarse acerca de eso.
Empezó a hacer fuego basándose en los palos que friccionaba primorosamente, y Aqua lo ayudó echando troncos gruesos que avivarían la leña, y de esta manera no se extinguiría hasta que el viento gélido de la mañana la apagara cruelmente. En la región boscosa en la que se encontrasen en aquellos precisos instantes abundaban los pinos, olmos y fresnos, cuya madera era dura y buena para procurar calor; y mientras siguieran viajando era fundamental que Keya estuviese tibio, o si no su cuerpo enfriado lo pondría en peligro mortal.
Las llamaradas inmarcesibles se reflejaron en las oscuras pupilas de Aqua, iluminando sus lechosas mejillas.
—El fuego es importante para vosotros —dijo, y compuso una sonrisa artera en la comisura de sus labios, mirando atenta a Keya. Él se sintió anonadado, ruborizándose por el efecto hechizante que ella producía en él—. Gracias al fuego evolucionáis como especie. Con su socorro pudisteis espantar a las bestias, cocinar, calentaros los cuerpos, y desterrar la oscuridad de vuestras mentes convulsas. Os disteis la luz y la protección que os era indispensable.
— ¿Tú le tienes miedo al fuego? —se inquietó Keya.
—No. Nada de eso —negó ella moviendo la cabeza en un gesto que expresaba su negación.
—Ah. Vale. Por cierto —él se enfocó en su figura— me he dado cuenta de que nunca apareces de día. ¿A qué se debe tu extraño comportamiento? ¿Te sucede algo malo?
—Se podría decir que estoy enferma —masculló ella, alegórica—. Pero eso no es del todo correcto. Te convendría no meter las narices en mis asuntos.
—De acuerdo —convino Keya, y se esforzó por mostrarse afable—. No quiero ser un entrometido, y menos con una señorita tan genial como tú, Aqua.
—Serás estúpido… —ella le enseñó sus colmillos albos, pareciendo que se predisponía a enrojecer, aunque nunca lo haría ya que era de naturaleza inhumana—. No me halagues de golpe, me inspira vergüenza.
—Por cierto, Aqua es un bonito nombre —opinó él, desoyéndola deliberadamente—. Corto y fácil de recordar. Eres bella y pequeñita… —comentó, echándose a reír.
Ella le gruñó, avergonzada de sí misma. No podía permitir que los roles se invirtiesen.
—Tú eres el humano al que yo ayudo, y no al revés —objetó, sentando las bases de su relación—. Que te quede bien claro. Nada de juegos tontos de los tuyos.
Keya aseguró que lo entendía perfectamente y acató sus órdenes al pie de la letra, sin volver a molestarla. Más le valía que no lo hiciera, pues de mantener a Aqua de su lado dependía su frágil vida y su suerte, como en tantas otras ocasiones. Porque ella era una pieza clave en su destino.

Capítulo IX. Mundo antiguo

Aqua y Keya seguían haciéndose amigos a pesar de las reservas que ella mostrara continuamente, y su apego y su cariño hacia el joven cazador se incrementaban conforme pasaba el tiempo y vivían más experiencias conjuntamente. Inclusive ella le permitió una vez comentar su delicado y bello aspecto, y él se puso a desternillarse de risa al caer en la cuenta de que la muchacha en cuestión, por muy malvada que fuese, también sentía vergüenza. Y metió el dedo en la llaga.
¿De qué te ríes, maldito metomentodo? —protestó ella rugiendo, la rabia que la invadía crecía en su ínterin—. ¡No oses llevarme la contraria o siquiera ponerme en evidencia, pues tú no sabes quién soy! ¡Sólo eres un paliducho bebé humano con el que me topé hace unos días! ¡Agradece que todavía no te haya matado! ¡No me conoces, y por ello ignoras de lo que soy capaz! ¡Puedo matarte sin pestañear, sin apenas inmutarme, y beberme tu cálida sangre!
Juzgando por su postrera reacción, Keya se disculpó en un susurro tembloroso.
—Lo siento, Aqua. No pretendía ridiculizarte…
—Cállate —lo amonestó ella, cortando su torrente de voz de un brusco ademán; su capa negra ondeaba empujada por la brisa del atardecer que estaba envejeciendo—. Ya has hablado bastante. Ten modales, niño malcriado. O me veré obligada a castigarte.
Keya se sentó en el tronco, y durante un momento hubo un incómodo silencio sepulcral que ninguno de los dos se atrevió a rasgar. Hasta que ya al chico le pudo la intriga y quiso saber por cuáles razones ella poseía poderes del ámbito de lo sobrenatural, como transformarse en diferentes animales.
¿Cómo es que gobiernas sobre los lobos? —se interesó, tratando de acercarse a ella, que estaba distanciada y fría.
Aqua volvió a dirigirle la palabra, entonando sus vocablos de forma críptica y estirada.
—Puesto que yo soy la emperatriz de los condenados —contestó gélidamente, y su risa malévola retumbó como un eco en la compacta oscuridad, asustando sobremanera al muchacho, que se quedó congelado, petrificado in situ—. Preferiría que no husmearas más en lo que me concierne a mí en exclusiva, ya que si lo haces supondrá tu perdición. Los hombres no pueden comprenderme ni quererme, pues soy distinta a tu raza. Y digamos que os está prohibido ahondar en esta vía de conocimiento. Los monstruos se quedan escondidos en las cuevas, como han estado desde que el mundo es mundo. En un tiempo ya demasiado antiguo, cuando yo aún era dichosa y feliz y no conocía el alcance de mis grandiosos pero fatales poderes y el mundo perverso que estos podían mostrarme, otrora todo era más gentil y la gracia no me había abandonado y yo no bebía la sangre jugosa procedente de las gargantas de niños inocentes. —Sus ojos del color del cobre se aceraron, despidiendo destellos incandescentes—. Pero el momento de la felicidad se diluyó en los mares tormentosos de una era marcada por la inseguridad. Las penurias me asaltaron, torciendo mi vida, y desfigurando mi rostro, en tanto me transformaban en la encarnación del mal, la bestia gemebunda que soy ahora. Cuando el mundo era joven, yo no necesitaba matar a las personas. Sin embargo, todo el mundo me dio la espalda al entender que yo suponía un peligro exacerbado para ellos, y he aquí que estoy, jugando con tus sentimientos y confundiendo tu mente, engañándote con crueldad inusitada. ¿Cuál es el sueño del monstruo? Oh, solamente anhela con todas sus fuerzas volver a ser humano, siendo un sueño imposible de lograr. Quizás siempre he sido lo que tú ves de mí, esta mujer pálida y marchita, que siembra las tierras de desolación y atenúa y tapa con sus ropajes negros la luz del sol, esa estrella fulgurante que tanto he llegado a despreciar. Estoy muerta, y nada cambiará en mi interior, seco como un lago muerto. No puedo sentir nada en absoluto. Tú creerás que los dioses me maldijeron, pero yo pienso que me labré mi propia desgracia.
“Éstas son las reglas del mundo antiguo. No podemos infringirlas, quebrantarlas, ignorarlas. Yo, que las he quebrado, ahora observo las consecuencias que la metamorfosis tiene en mi cuerpo decadente. Deseo ser testigo de tu caída, Keya, y si te dijera que no te estaría mintiendo. ¿Y qué, te estremece la idea? La gente cae, es trémula como las hojas en otoño. Todo perece…, y todo cambia.
—Pero tú, que pregonas tal mensaje, eres la esencia misma del pasado, te aferras a tus viejas heridas, dejando atrás lo nuevo. Eres la única que no ha cambiado, sigues siendo la de siempre —rebatió Keya su argumento.
—Oh, vamos, ¿acaso eso importa tanto como para estar derrochando saliva? —Aqua sonrió malignamente—. Keya, lo único que ha de preocuparte ahora es que voy a estar a tu lado cada vez que precises de mi asistencia. Estoy aburrida, hastiada de mi tiempo infinito, por lo que lo gasto vigilándote. Ese es el precio a pagar si eres superior a la humanidad y a las otras bestias naturales. Pese a que no soy un ente producto de la naturaleza, debo obedecer sus reglas o si no pereceré.
— ¿Y qué pasa con los muertos entonces? —se extrañó Keya.
—No seas estúpido. Los muertos no lloran, no sienten el dolor, ellos no perciben los giros que da la vida. Es inútil y una pérdida de tu precioso tiempo derramar una lágrima por los caídos, que pronto serán olvidados. Algún día tú morirás de facto, Keya. —Ella lo calcinó con su mirar arrasado de frialdad, deslizándose como la hiel por su físico demudado y aterido—. Y no me lamentaré en el probable caso de que dejes de existir, porque así es el ciclo de la vida. Unos perecen para que otros mueran. Es inevitable e irreparable. Y yo me olvidaré de los días pasados junto a ti, fragmentos de una vida diminuta que no altera nada en el vasto conjunto del universo. Gotas que cuajan rebalsadas en la inmensidad del océano. Mi pregunta es: ¿por qué vives? ¿Por qué te afanas en vencer a la muerte, si todo se compone de ella? Temes a la Nada, cuando es lo único verdadero que existe.
—No, no has cambiado en absoluto, no me lo explico. —Keya denegó meneando el cráneo, y sus oscuros mechones se dispersaron por su rostro contrito—. No te entiendo, Aqua. ¿Quieres decir que yo no te importo nada? En ese caso, ¿por qué me prestas ayuda?
—Estoy interesada en lo que te convertirás en el futuro —la joven de fatal hermosura lo miró, sus ojos se estrecharon hasta volverse dos rendijas de pura llama infernal—. Las presas que maduran son indudablemente las mejores. Seré testigo de tu drástico cambio, niño tonto.
¿Qué me quieres decir con toda tu perorata?
Aqua se irguió, poniendo sus manos tras la espalda.
—No vale la pena entregarse a los rezos. Tus dioses son fantasías, se pierden en la noche ancestral y codiciosa de los milenios, la noche eterna de los eones, en la que viven demonios y vampiros. Las deidades a las que imploras auxilio son inexistentes; sólo te tienes a ti mismo. Yo puedo desaparecerme en cualquier instante y ofrendarte a la tormenta, al mal, y dejar que las criaturas de la noche te devoren. Ya habrás captado que soy incapaz de detener la corrupción que corroe mi alma, así como mi fisonomía. No te escucharé, puesto que no despiertas del todo mi interés. Crece y enfréntate a mí, en una ardua batalla llena de sangre y de sufrimiento perpetuo. No me ames, porque te destrozaré. Ódiame enormemente y desconfía de lo que te comunico. Soy una infame asesina, una manipuladora que quiere controlarte; he nadado en las aguas de los impostores, transmutándome en uno de ellos.
—Sin duda no posees corazón —farfulló el joven, horrorizado.
¿Acaso no lo notas? —ella extendió los brazos, desplegando sus uñas, que le rozaron la cara, abriendo un corte superficial en su tejido cutáneo, y Aqua se inclinó a él, lamiendo de su herida—. Soy una ilusión, el llanto de un alma ahogada en la desesperación. Estoy tejiendo incansable tus sueños y tus pesadillas. Nunca cambiaré mi modo de ver y entender al mundo y a sus gentes.
Keya se removió, componiendo una mueca en dirección a Aqua.
—No sirvo a nadie más que a mí misma —parlamentó ella, degustando el sabor de su sangre, riendo sardónica—. Es la verdad, no hacen falta más palabras con las que expresarlo. Nada de un lenguaje complicado… Cuando dos individuos se entienden, basta una mirada para que ya se hayan comunicado entre sí. Sin embargo, tú antes no sabías mirar en mis ojos. Y continuabas perdido en el laberinto de la incertidumbre… Ah… En resumen, siempre habrá personas a las que manipular, ¿no es eso cierto? Y créeme, no lo hago por mí, sino por ti, el sustituto de los otros cazadores. Es mi deber detener la oxidación, colocándote a ti para que los engranajes no se detengan y todo vuelva a su cauce. Lo llevo a cabo por algo más importante que yo misma. En el momento en que me instale en mi trono de oscuridad, los humanos seréis más avanzados y con ello, vuestra sangre será más intensa y buena. Quiero que seas más fuerte de lo que tus ancestros lo fueron, y así es que te voy a entrenar. La verdad corta el corazón limpiamente, la sangre se coagula…, todo se retuerce… Pero ya no hay nada en mí que pueda estremecerse y sentir alegría. Odio que aún me consideres la niña que aparento ser. Mi horror no conoció límites. Desde una temprana edad, estuve siendo la sirvienta, ocupada en adorar a las sombras, y ahora soy su ama… Afortunada no creo que sea, esto ha surgido gracias a mi tesón. Mi dolor es incomparable…, de ahí que jamás hayas podido compadecerte de quien te habla. No pido tu perdón, no pido que me aceptes, ódiame si es que lo que tus sentidos te reclaman, pero por favor, déjame ayudarte. Ya te habrá quedado claro que esto es un campo de trigo seco. Exporto desolación, pues es lo que no naufragó. Te doy palabras duras como piedras, pero no anhelo destruirte, sino alzarte, que sigas tu misión, porque es lo importante ahora. Este mundo es dos caras de la misma moneda. Yo, que conservo el odio hacia él, no puedo hacer más que eliminar cabos sueltos. Suena cruel, pero dicen que no hay mal que por bien no venga, y eso es lo que te estoy narrando. Más tarde sabrás que estoy en lo cierto. ¿Sabes?… hay ocasiones en las que hace falta destruir para crear. Último deseo: considérame solo extravagante…, no pretendas ahondar más en mí, porque acabarás metido en el fango. Y también…, recuerda que tal vez no todo cambie, pero que aunque la superficie permanezca inalterable, el lago, en su fondo, tiene raíces de plantas que crecen. Seguro piensas que merezco ser despreciada, no en vano te digo esto, lo he sido toda mi vida, estoy acostumbrada…, pero no me importa, he aprendido a no corroerme pensándolo…, y es por lo que me ves tan feliz pese a ser un lago enlodado en su núcleo. Sí, sabes que perdí la esperanza de que todo mejorara hace ya tanto tiempo que me cuesta recordarlo…, y lo primero que hice fue asentarme. Ahora las tornas giran a mi favor, pero quizá no fuera necesario. No me estoy yendo por las ramas, Keya… Espero que tú entiendas ya que hay entidades que no merecen ser comprendidas…, pero de cuya existencia dependen tantos sucesos. Haz lo que te dicta tu racionalidad… Al fin y al cabo, solo camino por tu vida a fin de enseñarte a no ser como yo.

Capítulo X. Vampira y muchacho

Al terminar ella de descargar sobre él su sesudo discurso de tipo filosófico, Keya bostezó y se quedó analizándola, eclipsado por su fulgurante y pérfida belleza.
—A pesar de que seamos diferentes, sé que podemos entendernos —coligió, y le sonrió con afecto sincero—. Aqua, eres la única mujer que conozco a la que se parece mi madre. Eres fuerte y valiente, y tratas de protegerme en las circunstancias más complicadas.
—Ja —se rio ella, apoyándose en el tronco y balanceando sus delgadas y perfiladas piernas—. ¿No comprendes que te estás introduciendo en la boca del lobo? Yo ya te he avisado de que podría liquidarte. No parece que yo te infunda miedo.
—Si quisieras matarme verdaderamente, ya lo habrías hecho —repuso el muchacho, avivando la hoguera, que alumbró la impecable faz de la chica—. Es muy acertado suponer que me ayudas y me das compañía porque te sientes sola. No quiero malinterpretar tu situación ni me compadezco de tu suerte, pero admito que me estaba oliendo algo raro. Desde que me salvaste de aquella manada lobuna me has estado dando lecciones de cacería. Te estoy profundamente agradecido.
Aqua esbozó una ligera sonrisa en su faz blanquecina, esforzada en aparentar toda la amabilidad posible. No le costó sonreír, exteriorizando su cariño. Ese crío humano era demasiado idiota como para no considerarlo adorable. Le gustaba utilizarlo. En algún momento él se rendiría a sus encantos femeninos.
—Bueno, no puedo ruborizarme, pero si pudiera lo haría. —Las dulces palabras proferidas por Keya la hacían arder internamente, y eso era inexplicable en grado sumo. Se estaba encariñando de ese niño—. Sopesaremos los pros y los contras mientras avanzamos juntos. No importan los obstáculos que nos ponga el camino; los pasaremos por encima.
Y así, se reconfortaron mutuamente, porque se habían entendido y querido.
Keya estaba de caza. El sol lucía espléndido, filtrándose por las hojas de los arbóreos, y calentándolo y llenando de adrenalina su sistema corporal. Las neuronas trabajaban engrasadas en su masa cerebral. Definitivamente cazaría el caribú imponente que se había encontrado. El animal rumiaba pastando en la hierba, a unos cien metros del joven, quien le apuntaba con la lanza a los costados. El caribú se sintió observado y se enfadó. Se preparó para atacarlo, vuelto con el morro fruncido, y gruñó en señal de inequívoca protesta. Keya, respirando entrecortadamente, retrocedió, y su objetivo se fue a él con intenciones de matarlo. Aqua apareció de repente, cual un ave voladora sobrevolando el cielo azulado, y pateó al caribú y lo partió en dos mitades iguales y milimétricas, salvando a Keya de una muerte certera. Enardecida, y contrariando sus instintos de suprema depredadora que la impulsaban a extirpar la sangre de sus venas y gozar de ella, Aqua lo rescató una vez más. Sus colmillos inferiores le sobresalían del labio, amenazantes.
— ¿Te tropiezas adrede porque eres imbécil o es que deseas morir?
—No es eso…, Aqua… —se ruborizó él, sin mirarla.
Por desgracia para ella, a plena luz del día era débil, y todos sus flancos estaban abiertos. La luz solar la hirió, impactando en ella de pleno. Repugnada por la potencia del golpe, se fue hacia atrás, escondiendo su lacerada cara entre sus brazos. Keya soltó inmediatamente su lanza y sus cuchillos y se fue a atenderla.
— ¿Qué te ocurre? —se angustió, y le separó las manos, revelando su herida.
—Ésta es mi grotesca naturaleza —dijo ella, atendiendo a cómo Keya se quedaba perplejo y le rehuía la mirada—. Está bien si decides odiarme. Soy una horrible existencia que debería apagarse por completo. —Los gajos sangrantes que colgaban de su cutis despellejado y sanguinolento se fueron reponiendo, y las plaquetas hicieron acto de presencia, taponando los agujeros creados en la piel quemada y abrasada, regenerándose a ojos vistas—. Aún tengo que acostumbrarme a esta debilidad mía. Si sigo creciendo un día el sol dejará de herirme, y podré caminar tranquilamente a tu vera. Suéltame.
El muchacho la obedeció en el acto y la examinó, estupefacto.
— ¿Cómo es que el sol te hace daño?
—Soy una vampira, un ser funesto hecho por los demonios que corretean y brincan efusivos dentro de mi ser cuarteado y tenebroso, heraldo de la penumbra. —Aqua se rascó el cuello rasguñado, arrancándose trozos de vieja piel inservible en el proceso—. Fui creada por el odio, y mis propios deseos egoístas de ser mejor que ninguna otra persona. Deberías aprender a despreciarme, pues no te daré cosas buenas. Siento que tengas que verme en este estado. Por nada del mundo querría preocuparte… —se congestionó y empezó a derramar lágrimas de sangre. Keya se le aproximó y la abrazó—. No, no me des tu amor, porque no servirá de nada. Es la futilidad de esta injusta vida. No hay justicia si los monstruos no mueren y se disgregan en pedazos que no pueden rejuntarse. Soy una desvergonzada niña malvada, y no puedo cambiarme. Las mentiras me han tallado en la altivez, y no recuerdo mis otros nombres… Me desvanezco inmersa en la niebla de todo lo que soy, lo que fui y lo que jamás hube sido. No deseo arrastrarte a la negrura, convertirte en un ser de las tinieblas… ¡Apártate de mí!
Lo empujó con virulenta fogosidad y Keya se sorprendió.
—No te preocupes. Dímelo. Yo te cuidaré. Ahora y siempre.
Aqua se enjugó sus lágrimas sangrientas valiéndose de la manga.
—Mis debilidades son la luminiscencia directa, el ajo, los metales refinados como la plata (pues la he tocado y me ha provocado repulsión) y en general, todo lo que tenga relación con el mundo diurno. En verdad —miró a Keya a los ojos— mi cuerpo inmortal no me permite fallecer, por lo que no guardo temor alguno a la muerte, sólo un sentimiento de rechazo a la vida. Ni siquiera temo de verdad a los elementos naturales; a fin de cuentas lo que más temo soy yo misma.
—Tranquilízate, Aqua —le recomendó Keya, y la cogió en volandas, con lo que ella se desestabilizó—. Tendré cuidado y esquivaré la luz. Eres una señorita dolida, y te quitaré el dolor.
Fiel a lo que hubo contextualizado, Keya dejó a Aqua cobijada bajo la sombra de los árboles.
¿Ahora qué harás? —lo interpeló, volteando sus ojos cobrizos—. No me digas que vas a bañarte.
Él se volteó, sonriendo con picardía. Ella le atraía demasiado, y le costaba horrores controlar sus impulsos, debido a que sus hormonas estaban desquiciadas.
—Creo que sí —le respondió, mirando la límpida superficie acuosa que se extendía hasta donde alcanzaba la vista—. Ha pasado un año y medio desde que no me doy un buen baño.
—Y realmente apestas —se burló Aqua, y torció su pequeña nariz—. Lávate y no me molestes, he de descansar.
— ¿No te apetece darte un chapuzón conmigo? —preguntó Keya, ofreciéndole su mano, pero ella expresó su negativa.
—No. Al ser una no muerta, no puedo cruzar corrientes de agua.
—Anímate. No será para tanto —Keya la agarró del brazo, tirando de ella, y se rio emocionado—. Yo te protegeré y no dejaré que te hundas. Nadar juntos es más divertido.
Se pusieron en lo alto de una roca y saltaron a la vez.
¡Desgraciado! —chilló Aqua, alborotando su melena negra—. ¡Me las vas a pagar bien caro! ¡Ag, se me han mojado las vestiduras!
Keya nadó en círculos en torno de la muchacha. El ocaso transcurrió con gran rapidez, y en la noche Keya se secó frente al fuego.
—Me ha gustado la experiencia. Y vivirla contigo ha sido más emocionante —ella lo aferró de su abrigo de pieles, él se reclinó y ella lo besó en la mejilla. El corazón de él latió acelerado, sumido en la confusión—. Te perdono, guapo.
Aqua, cambiada de ropas, habiéndose colocado un vestido negro estampado de flores azules, provisto de mangas blancas y abullonadas, se estableció a su lado.
¿Tú ya has comido? —quiso sonsacarle Keya, sentado frente al fuego, tostándose y dorándose los conejos cazados.
—Siempre como antes de lo que piensas —dijo ella, juntándose a él—.Capturo algunos roedores distraídos al ponerse el sol por el horizonte. Pero mi cuerpo escasamente desarrollado sólo me deja digerir la sangre, el líquido precioso que recorre tus venas. —Le tocó la cabeza, palpando su espeso cabello castaño—. Mm, te hace falta un corte de pelo para despejarte. Ya estás dejando atrás al niño que una vez fuiste. Es hora de mejorar tu apariencia física.
Configurando una tijera gracias a la magia, Aqua le cortó el pelo, aunque algunos mechones rebeldes se evadieron de ser cortados y permanecieron sobre la frente del muchacho. El cabello innecesario y superfluo fue apiñado en un montón y Aqua lo depositó en la fogata.
—Ya no es necesario. Te ves mucho más atractivo así.
— ¿De veras? —sonrió Keya, sintiendo que el éxtasis se le aglomeraba interiormente, y se le acercó, ansioso—. Tú eres preciosa, Aqua. No sé qué sería de mí sin ti.
—Eh, para el carro. No me metas mano —se puso ella a la defensiva, mas al cruzarse sus miradas el deseo chispeó dentro de ella, y no aguantó más.
Y se besaron, fundiendo sus labios como el sol al amanecer. Sus cuerpos se encendieron, y desearon amarse todavía más… Keya devoró a la vampira con los ojos, sin importarle que ella fuera cientos de años mayor que él.
—Fue mi primer beso —confesó, sonrojado.
—También el mío —sonrió ella, y se montó a horcajadas sobre él, abrazándolo—. Quiero amarte, y que tú me ames. Te elijo a ti, Keya. No me decepciones.
—Jamás lo haré, Aqua.
Siguieron besándose con desenfreno hasta que se cansaron y se separaron, y al dormirse Keya la joven que tenía el don de la inmortalidad veló por cuanto ninguna fiera indiscreta perturbara su sueño. Aunque él hubiera descubierto su secreto, se amaban y sus espíritus estaban enlazados por siempre jamás. Ella amaba a Keya más que a nada en el mundo.

Capítulo XI. Los deberes de un hombre

Pasada la primavera, llegó el verano con su ardiente calor y sus tórridas temperaturas, y en tanto Keya se entrenaba afanosamente, centrándose en volverse un cazador experto, Aqua se ausentaba mucho más que antes, debido a que los días eran más largos y el sol no cesaba de irradiar su dañina luz –según su punto de vista- sobre las criaturas que poblaban el planeta Tierra. Así que en todo ese tiempo no se vieron más que para cenar, disfrutando de su mutua compañía.
Cuando el invierno se hizo presente, envolviendo al mundo en una fina capa de hielo y nieve que se volvía cada vez más gruesa, Aqua se quedó permanentemente junto a Keya, protegiéndolo de manera eficaz de eventos inesperados y fieras que rondaran el área nevada.
—El mundo se está helando poco a poco, pero esta vez hay una diferencia notable: será una helada aciaga y permanente.
— ¿Cómo se llama eso? —se intrigó el joven, apoyando el palo en la nieve a fin de poder andar con mayor soltura.
—Glaciación —contestó ella, y su semblante fue sombreado y de sopetón pisoteó un cúmulo de nieve que había ante ella y la bola se fue rodando al otro lado—. Es lo que os espera a vosotros, los humanos y las otras criaturas terrícolas, tanto marítimas como aviares y terrestres.
¿Y tú? ¿Te protegerás bien de la glaciación?
Keya la miró, obsequiándole una sonrisa afectuosa.
—Me resguardaré en una cueva o algo por el estilo —dijo Aqua, y acto seguido se encogió de hombros—. Suelo sobrevivir de esa forma, capturando presas que se esconden en las entrañas de la tierra.
— ¿Cuántos años tienes? Si no es una indiscreción preguntar —agregó Keya, y se acobardó por notar que ella lo fulminaba con su mirar relampagueante.
—Yo existo desde que existen presas que cazar —dijo la vampira entonando su parlamento con voz ahuecada y atemporal—. Al escuchar el llamado de la sangre, el cual no puedo ignorar, toda la cabeza me ruge con su fragor, y derribo a mis víctimas y bebo de sus cuellos, brazos o piernas. Sin embargo, en mi calidad de cazadora experimentada, selecciono bien a mis objetivos y me cercioro previamente a alimentarme de que no guardan contaminantes ni enfermedades. Las bacterias o virus pudren la sangre, y ésta ya no es bebible; además la gente mayor es deficitaria en proteínas y no me gusta el sabor de su fuente de vida, así que normalmente tomaría sangre de un joven en pleno desarrollo como uno que conozco, por ejemplo.
Sus ojos rojos se entornaron siniestros, rezumando desidia y malignidad, y Keya se estremeció de pavor.
— ¿Me vas a matar, Aqua?
—Iluso. No, yo puedo controlar mis impulsos. Además —ella lo agarró del brazo, gorjeando cual un pajarillo cantor— me eres preciado y no te mataría. Nunca. Tienes mi palabra. Es lo más sagrado que te doy, y espero que refuerce nuestros lazos. Estoy de tu lado. Tengo moral, a pesar de que no lo parezca.
—Vale…
Keya se sonrojó al notar que ella lo abrazaba, y deseó besarla cuando la chica le dirigió una hermosa y radiante sonrisa. A pesar de que los tiempos cambiaran, ellos permanecerían juntos, allende el dolor y las penas, cambiando el mundo y mejorándose entre ellos.
— ¡Has de realizar tus obligaciones como hombre! —le exhortaba Aqua a Keya, conforme transcurría el tiempo y se sucedían las estaciones, y él se volvía más mayor y más experimentado—. Incluso si te sangran los dientes y te pitan los oídos, y te percatas de que el miedo te infesta la psique y el cuerpo también, debes superarlo. Debes cazar a tus presas sin fallos. No toleraré tus niñerías. ¡Sólo sintiendo la muerte y confrontándola llegarás a apreciar la vida!
¿Eso es lo que te enseñaron los dioses? —inquirió él, cargando con las nuevas presas abatidas.
Ella bufó hacia él simulando una leona, salvaje y linda, pero más mortífera de lo que él jamás había elucubrado, pensado que sería.
—Mis principios son incuestionablemente míos. Dentro de ellos no encajan ayudas externas. Los dioses no me han socorrido en nada. En primer lugar, porque no son reales, y en segundo lugar, porque he sido y soy autodidacta. Me auxilio y me apoyo a mí misma. No hay nadie más que pueda salvarme del peligro.
—Estás errada —terció Keya, tomándola de las manos—. Yo soy tu guardia, y estoy velando por que estés segura y cómoda.
Aqua se rio, y se abrazaron, y él se quedó dormido con sus pensamientos puestos en ella, y en que la amaba locamente, con toda la fiebre que concede el amor.

Capítulo XII. Ofrenda a los dioses

La luna iluminó con su luz tenue y plateada la figura escasamente curvilínea de Aqua, la cual era inversamente proporcional a su mente brillante. El firmamento estaba impregnado de estrellas que relucían con un bruñido brillo, y el aire se llenaba de deseos y de vivencias futuras que esperaban a ser vividas. Aqua fue caminando hasta pararse frente a Keya, que estaba recostado. La fogata ardía baja, en sus rescoldos las llamitas saltaban de gozo, como si se dispusieran a celebrar el descubrimiento de una bella pasión largo tiempo cultivada, pero oculta a los ojos del hombre que le habló a la mujer inmortal, desconociendo de lo que ella deseaba.
¿Has visto algo raro o amenazador?
El chico se tumbó apoyando su espalda en el tronco, y levantó una pierna. Mordisqueó con fruición el trozo de conejo que le quedaba, y desechó el hueso, arrojándolo al fuego.
—No —negó Aqua, y sus ojos imperturbablemente oscuros continuaron escaneando al muchacho, que se sintió bastante incomodado por su exhaustivo examen—. Es totalmente de noche. ¿Vas a dormir ya?
—Sí, me gustaría hacer eso. Pero no paras de mirarme —Keya enarcó una ceja—. No soy adivino. Dime qué quieres.
Ella resopló. Él nunca entendería lo que ella necesitaba. ¿De verdad podía satisfacer sus necesidades y cumplir con sus expectativas? Hubo una vez en que deseó matarlo, clavarle los colmillos en el cuello y degustar su cálida sangre derramándose a borbotones de sus albos dientes de perla, y aún estaba deseosa de ello, para qué negarlo. No servía de nada encubrir la verdad. Su deseo no había variado en el más mínimo detalle. La lujuria de sangre que sentía no podría ser aplacada con nada…, excepto con un placer antiguo, desenfrenado y poco cordial, en el que él ganaría lo que había estado ansiando obtener. Al fin y al cabo, los chicos siempre serían chicos. Y él, por muy amable y simpático que se pusiera, no podía disimular más que su deseo superaba con creces al miedo que ella le inspiraba. Una criatura de la noche como Aqua estaba habituada a despertar en los hombres pasiones innombrables, pero no se decantaba por amar a ninguno. Nunca les había abierto su corazón a ellos, fueran como fueran. Pues eran furiosas bestias que rapiñaban todo cuanto veían, y luego la matarían nada más vislumbrarla.
¿No te apetecería probar a hacer algo divertido esta noche? —le propuso, tanteando el terreno.
Keya se mostró sorprendido de que ella empleara tanta calidez y suavidad. Hervía por dentro, y su alma estaba en llamas. Quería sentir su suave y tersa piel bajo sus dedos, tocarla y besarla hasta desfallecer…, notarla a su vera cuando todo lo demás se hubiera muerto…, desenvolver su halo de misterio…, y amarla y adorarla, por sobre todas las otras cosas.
—No puedo escapar de ti —musitó, resignado, y ella empezó a desvestirse—. Eres una tentadora mujer, Aqua.
—Si no me amas, no soy nada —susurró ella, y Keya detectó el roce de la tela, y cómo su bonito vestido floreado se le quedaba a los pies—. Dame amor y yo te corresponderé. Ven a descubrir mis secretos, si eres lo bastante valeroso.
—El mundo contigo es más bello —sonrió Keya, ruborizado; le ardía todo el cuerpo—. Entonces, ¿estás segura de hacerlo? Duele mucho, según me han contado mis padres. Además, yo…, estoy muy nervioso —se retorció las manos, y Aqua lo cortó de un ademán—. Te amo tanto que podría morirme si no me dejas amarte…
—Idiota —rio ella, y le sacó la lengua, contoneando sus estrechas caderas—. Si no te arredras luego vendrá el arrepentimiento. Sé un hombre. No me echaré atrás sólo porque no estés seguro de ti mismo. Llénate de autoestima.
Keya, desnudo y tembloroso como un pollito, se aprestó a acercarse a la vampira. Se besaron y se enredaron, y ella se tumbó en la manta de pieles. Su cuerpo delgadito, pálido, surcado de venas azuladas, con pechos redondos y pequeños, fue observado por Keya, quien lo recorrió con la mirada.
—Hazme lo que desees, querido —lo apremió ella—. No estoy miedosa ni nada. Eres un buen hombre, y eso me basta y me sobra para desear que tú me hagas el amor. Te lo digo con confianza.
—De acuerdo —accedió él, y resolló por la estrechez de sus caderas, que no le dejaba entrar adecuadamente—. Seré gentil, amor mío. No te haré daño, o por lo menos lo intentaré.
Aqua se agarró a su espalda, gimiendo, y se entremezclaron sus sudores, sus vapores y la sangre y los fluidos diversos que escaparon de sus cuerpos, y sellaron su pacto de sangre, afirmando que se amaban, unidos por cada golpe y cada latido de corazón de Keya, que estaba conociendo más íntimamente a su amada, y acaeció el acto más complicado y constreñido del coito, en que él se introdujo dentro de ella, y se desperdigaron los amores que se ofrendaban el uno al otro. Al terminar la acción amorosa, habiendo consumado su unión carnal y espiritual, Keya se postró en las pieles, acariciando la espalda de Aqua, y ella pensó que lo mejor era sentirse amada. Dejó que él se durmiera en su regazo, y fueron felices de haber alcanzado juntos la felicidad.
Vakmoru había sido convocado por Anfer, y se habían reunido en la tienda del jefe del clan. Osäi estaba orando junto a Kaja, y Leko se reunió con ellos pocos minutos después.
¿Qué está pasando?
Vakmoru y su hijo miraron a Osäi.
—Creemos que Keya está sobreviviendo por alguna región ignota del mundo —respondieron Anfer y su mujer a la vez.
Los otros los observaron de hito en hito. Una racha de viento entró en la tienda en el momento apropiado, apagando la vela puesta a la diosa Bendali. La estatuilla de la deidad fue ensombrecida por las sombras del atardecer, y ellos pegaron un bote. Kaja señaló la estatua de la diosa, que parecía esbozar una tenue sonrisa.
¡Observa, madre! ¡La vela ha sido consumida!
—Consiste en el deseo de Bendali —dijo Osäi, recogiendo la cera que se había amontonado en el suelo, y se incorporó, yendo hasta Isilu, la tía de Keya, que contemplaba la escena sobrecogida—. ¡Nuestro hijo no ha muerto, Anfer!
Él la abrazó, confortándola, e Isilu replicó:
— ¿De qué modo es tal cosa posible? ¡Es un milagro!
—Tal vez lo sea, mujer —dijo Vakmoru—. Ya que le han concedido una recuperación, podemos estar aliviados. Su vida es una justa ofrenda a los dioses.
¿Significa que volverá?
Leko formuló su retórica pregunta, y todos cabecearon sombríos.
—Keya regresará más raudo de lo que imaginamos —se exaltó Osäi, y Kaja comenzó a dar brincos, exultante—. Lo hemos subestimado, y ahora las deidades nos dan una lección pertinente.
—Qué alegría, mi sobrino está retornando a casa —se alegró Isilu, y ambas mujeres se sonrieron, aliviadas.
Leko no entendía nada, y su padre y Anfer estaban de brazos cruzados, circunspectos y comedidos.
—Me disculparé con él en cuanto vuelva —resopló, apabullado por esta sorprendente revelación—. Me he portado mal con él.
—Es un chico bondadoso que no se merecía ese mal trato por tu parte —lo sermoneó Vakmoru con severidad—. Te disculparás, ya lo creo que sí.
—Aunque regrese, ello no nos traerá venturas precisamente —intervino la chamaina, de nombre Ceymma, y se puso a sacudir los brazos exagerada, barbotando con voz lúgubre y aguda—. Porque sucesos malvados acontecerán debido a su terrible presencia. El joven retornará al hogar, pero estará seguido por la mismísima manifestación del mal, el heraldo de los seres de la noche, engendro de nuestras más turbulentas pesadillas, en suma, ¡el mal manifestado en la humana forma!
— ¿A quién haces referencia, madre? —se preocupó Osäi, y la vieja movió sus largos y blancos cabellos.
— ¡Deberéis observar atentamente, pues se camuflará bajo muchos disfraces de piel! ¡Conoceréis al maldecir más hermoso en todo el mundo, la mujer demoníaca de mirar de sangre, pobladora de vuestros sueños más impíos y desgarradores! ¡Ella no es sino la asesina de nuestras esperanzas y la que planta nuestras desdichas! —Ceymma tomó aire, y expelió rápida y profusamente, anunciando—: ¡Cuidaos de sus palabras ponzoñosas, y atended a sus formas animalescas! ¡Toda la oscuridad de la tierra confluye en ella, hija de los demonios! ¡Ella partirá vuestros cuerpos en dos!
¿Y qué debemos hacer frente a semejante amenaza?
Anfer, Vakmoru y Leko se quedaron observando a la chamaina, y ella movió la cabeza en un gesto negativo.
—Nada, me temo. Los escucháis aullar, y tembláis. Los oís reír, y lo sabéis. Nada puede derrotar a los hijos de la noche, excepto la intervención de la voluntad divina. Será nuestro fin.
¿Por qué? — preguntó Leko—. Si Keya vuelve, lucharemos contra la bestia.
Ceymma se mordió los labios, recogiéndose mechones canosos detrás de la oreja.
—El yugo del vampiro es irrompible una vez que se ha dado. Solamente Keya puede auxiliarnos, si no cae a la oscuridad.
El ambiente se tornó enrarecido, y la noche se abatió sobre el mundo, engendrando y produciendo vástagos perversos y malvados.

Capítulo XIII. Hija de la noche

Nací envuelta en un aura de sobrenaturalidad que me rodeaba. Llevaba conmigo la oscuridad a dondequiera que fuese. A lo mejor piensas que lo he olvidado, pero nada más lejos de la verdad. El tiempo no ha logrado arrancarme el dolor, sino que ha engrandecido mi padecimiento, dado que me estoy volviendo más consciente de mi sangrienta y cruel naturaleza. No es como si yo deseara ser de esta forma, pero tampoco puedo encauzarlo hacia la benignidad. El poder que brota de mis venas desaforadas y congela a las gentes inquietas que me observan; todo dentro de mi ser prieto y consternado se ha roto, es un lastre que me aprieta y me retuerce las entrañas, pero sigo resistiendo. Dicen que los peores crímenes son aquellos de los que no te arrepientes, y yo no tengo remordimientos.
Mis padres me abandonaron cuando sólo era un bebé empalidecido que no había percibido lo que el mundo tenía reservado para él; apenas me acuerdo de ellos ya que no llegué a conocerlos. Por suerte o por desgracia, mi destino se forjó por mi propia mano. Y por eso mismo fui corrompida y adulterada, presa de los engaños de una pavorosa sociedad de la que ya no formaba parte.
Al principio, me acostumbré a escalar por las colinas, subiendo las elevadas montañas, persiguiendo la sensación de sentirme empoderada y audaz. Me desentendía de relacionarme con la gente supersticiosa y apática de mi tribu, que no me comprendía ni me amaba, y estaba hastiada de ellos, puesto que ninguno de esos tontos humanos sabían hacer otra cosa que no fuera cazar, tejer telas y espetarme ásperas palabras. No me consideraban familia suya, y en una ocasión el chamán, representante de los deseos desesperados y soterrados de esas personas, me cogió de la mano y me empujó a ponerme en un círculo frente a frente con ellos.
No paraban de susurrar, y ya me estaba hartando, así que los hice callar de un violento grito que socavó la tierra y les destrozó los tímpanos. Yo era plenamente consciente de lo poderosa que era, y estaba decidida a valerme de mis habilidades prodigiosas a fin de encumbrarme sobre todos ellos, anunciándoles que yo era la entidad superior, la maldad personificada. Los incité a guardar silencio, resistiéndome a sus pedantes interrogatorios; deseando irme de ese lugar en donde nadie era capaz de ofrendarme amor ni consuelo, rompí las cuerdas con una brutalidad tal que el jefe del clan me abofeteó, y en ese momento el chamán dijo de mí lo que se creía que yo constituía, por mi existencia maligna y catastrófica.
— ¡Ella es un heraldo del Mal, viene para liquidarnos y anunciar que el mundo se acabará!
Yo le gruñí, enseñando mis dientes afilados, y la multitud retrocedió asustada, y me echaron al suelo y empezaron a abofetearme y pisarme.
¡Monstruo sin nombre! ¡Vampiro! —enarbolaron ante mí agua bendecida por los dioses, y los ancianos, los niños y los adultos me miraban con odio.
Un odio y un terror auténticos, nada fingidos. ¿Por qué la gente teme aquello que no comprende? Supongo que se debe al asentado instinto de supervivencia.
Los guerreros furibundos me rociaron con llamaradas amarillas y rojas y se distanciaron de mí, preguntándose si yo moriría. Afortunadamente, no desfallecí, a pesar de que eso no me ahorró el tormento indecible que pasaría después. Todavía siendo una niña, mi cuerpo corrompido y negro rechazaba la muerte, se enfrentaba a ella soltando aterradores gañidos, y yo me erguí en medio de las llamas, sintiéndome triunfante y victoriosa. Ellos se dieron cuenta de que yo era una criatura imbatible. Nadie podría combatir contra mí y salir indemne. Mis agudos y amplificados sentidos desde mi nacimiento me permitieron escapar de las confrontaciones muchas veces.
—No podéis hacerme ni un rasguño con esto —les dije, y era verdad.
Un ser impuro como yo no es derrotado con facilidad, y ardiente como estaba, regenerando mis heridas lentamente, cayéndome a pedazos, sangrante y perdida en mí toda cordura y las ganas de negociar, me marché para siempre de la tribu, y crucé los anchos mares plagados de secretos y de bestias de nombres impronunciables, y me hice amiga de ellas, creándome un mundo nuevo.
La oscuridad me acogió en su seno, abriendo para mí las puertas de su casa tétrica y sobrecogedora, y anduve en la noche sombría, cazando humanos y otros seres en todas partes, enraizado el mal en mi interior. He entrenado constantemente con el fin de mejorar mis dones naturales, oscuros como el mismo mundo que me había visto nacer y desarrollarme, y he atisbado en los mayores pozos de la sabiduría ancestral.
Mi aspecto es cadavérico, pues soy blanca, delgada y mis uñas son largas y brillantes y tengo sombras bajo mis ojos. No poseo latido ni pulso cardiaco y no emito calor corporal. Soy capaz, como una hija de la nocturnidad, abrigada por sus sedosas alas, de oír todo lo que quiera en un radio de 100 km, o sea, escucho a las arañas tejer sus telas con suma eficacia, el sonido arrullador del agua del riachuelo, las voces de las personas en la lejanía; sé cosas de mi presa con sólo tomar su sangre, tejo diabólicos sueños para confundir a mis víctimas cuando bebo de éstas, soy un ser cambiador de formas, pudiendo transformarme en diferentes animales (lobo, murciélago, rata) igualmente los comando, y puedo volverme niebla, y asimismo leo el pensamiento de la gente, la hipnotizo con hechizos mágicos, me desplazo con endiablada rapidez por los sitios y me teletransporto, esto es, me aparezco de forma repentina en un lugar.
Sé de nigromancia, y al haberme transmutado en una diosa Vampiro, controlo mi sed de sangre, aguantando semanas sin nutrirme, y puedo caminar durante el día. He vivido por más de quinientos veinte años. Tengo alta resistencia, agilidad, regeneración de heridas, la fuerza de veinte hombres y trepo cualquier tejado o pared semejando una lagartija. Asimismo controlo el flujo de la luna, y las energías oscuras, denominadas Dones Oscuros, los movimientos de las montañas y puedo desatar tormentas si me place. Soy vulnerable al ajo, la plata, el fuego (que me hiere mucho); por otra parte, no puedo penetrar en una casa a menos que se me invite; en ese caso entraré cómo y cuándo lo desee. Además, recientemente, y gracias a mi estancia breve con Keya, puedo mantenerme en corrientes de agua, tales como ríos o lagos, cuando antes no podía.
Ellos, los insidiosos seres humanos, me llaman Hija de las Tinieblas, Reina de Oscuridad, Reina de los Condenados, Emperatriz de las Sombras, Señora del Crepúsculo, Vástago del Mal, Niña de la Sombra.

Capítulo XIV. Una mujer fiera

Las pálidas luces del atardecer se desperdigaron reluctantes sobre Keya, poniendo de color naranja su oscuro cabello castaño en algunos retazos. Aqua se mantenía cercana a él, observándolo encender el fuego.
—Vas bien —dijo ella, y lo besó en la boca.
—Me parece fenomenal —dijo él, alegrándose porque ella lo estaba viendo demostrar sus perfeccionadas habilidades de caza y de supervivencia, desbrozando la naturaleza salvaje y arraigada en su ínterin la necesidad de estar junto a ella por siempre—. Eres la mejor, Aqua, y espero que siempre estés conmigo.
—Hay algo que no me estás contando —ella puso los brazos en jarras, y afiló sus uñas—. Tienes un ruido persistente en tu cabeza que no te permite pensar con claridad. Dímelo. Por favor. Yo te apoyaré, ahora y siempre. Pero te pido que seamos sinceros entre nosotros. Obedezcamos a nuestras mentes, no sólo a lo que dicten nuestros corazones. No más mentiras. O nuestra relación se echará a perder.
—Aqua…, tú… ¿En el instante en que te canses de mí me abandonarás?
—No te desesperes —rebatió ella, gestando un brusco ademán con la mano—. Yo nunca te dejaría solo, tú lo sabes bien. De todos modos, no soy tu niñera o tu madre y no cuidaré en todo momento de ti. Defenderte depende también de tus actos, ¿comprendes? No voy a salvarte la vida si tú puedes lograrlo por ti mismo. Sabías que llegaría el día en que yo sería tu apoyo, sin embargo no soy tu esperanza. El poder de la fe tiene un precio, como todo en este mundo.
—Ah… Aqua, no pretendía enfadarte…
Ella frunció más el ceño, y se aumentó su ira al cien por ciento.
—No te comportes como un niño. Debes de ser un hombre intrépido —le ordenó ella, y Keya se levantó, tratando de cogerla del brazo—. No oses escudarte en mí para sacudir tu miedo. Si estás agobiado, no te ayudaré. Fórmate y reagrúpate en el frente. Eres un niño tonto lleno de miedos. No eres lo suficientemente bueno para resistir las durezas que te pone la vida.
Él no dio marcha atrás, rebatiéndole con fiereza:
—No me insultes, Aqua. Yo he aprendido todo lo que me has enseñado y además de buen grado. Quiero pasar tiempo contigo y hacerte feliz. Sólo dame tiempo para recomponerme.
—Soy una mujer fiera, por si no lo sabías. —Aqua le plantó una uña en la cara, cortándosela adueñada de ferocidad incontenible—. Mejor será que no me lleves la contraria, o lo lamentarás. Sufrirás el destino que más has temido.
—No me digas que estás dispuesta a matarme… Yo te amo, nena. Ya nos conocemos, ¿verdad? ¿Eso no es suficiente para ti?
—No tolero que me menosprecies y cuantifiques mi valía dependiendo de si estoy ausente por semanas o por meses —rugió ella afiebrada, y le suscitó de pronto un terrorífico pavor—. Tenía una vida antes de conocerte y la seguiré teniendo. Mi amor por ti no puede encadenarme ni lastrarme. Nunca me detendrás, pues soy una magnífica estrella que refulge en la nocturnidad. Basta de tanto espectáculo bochornoso; déjame en paz. He de replantearme una serie de cuestiones, niño. No finjas que no sabes que me has herido. Te conoces lo bastante a ti mismo como para hallar la respuesta a tus preguntas. Entiende que me has enfadado.
Pero cuando Keya se dispuso a aproximarse a ella, le chilló, y él fue impelido a recular y a toparse con la amarga, gélida verdad. Nunca sería un igual a sus ojos, porque ella era una vampira y él un ser humano, y por lo tanto había una abismal diferencia entre ambos que no lograba traspasar ni dotado de su mayor arma y la más estimada de todas: la fuerza de voluntad.
¡Largo de mi vista! ¡No quiero volver a verte! —gritó Aqua, y arrancó a llorar, desgajando su alma y partiendo su corazón atravesado por una flecha—. ¡Te odio, Keya! ¡Eres como todos los demás! ¡Me ves como si fuera un burdo monstruo! ¡Y eres tan descarado de afirmar que me amas! ¡Todo lo que me dices es mentira! ¡Mentiroso, mentiroso! ¡Ojalá te mueras!
Keya, llorando de dolor, casi convulsionaba entre espasmos, y le temblaban las manos. No pudo mirar a su amada a los ojos y responderle que efectivamente la amaba, pese a que ella no estuviera en condiciones de calmarse y de ser razonable; porque Aqua puso pies en polvorosa, desvaneciéndose en el aire cuajado de pelusas y de sueños perdidos, difuminada en el ocaso, haciendo odas a lo invisible, como si emulara la triste y solitaria existencia que siempre hubo sido. Y nada ni nadie la rescataría de su pecaminosa oscuridad interna. Ni siquiera Keya, el único hombre que la había entendido y amado y que se había preparado para entregarle su alma y su vida.

Capítulo XV. Reina de oscuridad

Keya miró a Aqua en aquel momento. Ella sollozaba por el hecho de que era un ser muy peligroso, una acechante criatura de la noche, heraldo de la tenebrosa muerte, y no se creía merecedora de tanta fortuna, y sentía que estaba esclavizando su corazón y robándole el alma y el aliento vital… Si él no percibía su malvado influjo, ella seguiría pecando de insaciable y lo arrastraría pérfida a la oscuridad… Porque no había nada que se pudiera hacer contra la voracidad de una oscura bestia como ella fuese… Aqua se separó de Keya, su amado, y le dijo entre quejidos varios que se lamentaba de haberse topado con él.
—Sin duda conocerte ha sido el peor error de toda mi longeva vida —le dijo, sollozante y rugiente a la vez—. Por lo que has visto deberías alejarte de mí. Te mataré en cuanto me descontrole otra vez. Y nadie podrá salvarte de mi deseo de beber sangre. Si no eres consciente de lo que te comunico, la desgracia te vendrá y te destrozará enteramente. Por favor, déjame en soledad.
Estaba desconsolada, y su corazón negro era lacerado violentamente por los sollozos que profiriera Keya, el cual trató fútilmente de agarrarla de las manos, pero ella intentó desasirse.
—Aqua, mi querida amiga, tú eres mi vida, la estrella oscura que me ilumina en la noche, guiándome a que pueda continuar por el camino correcto, tú me indicas si voy bien o no, y si me tuerzo me enderezas. Eres el sol, la luz que necesitaba en mi vida. El aliento que me faltaba a fin de seguir en pie. Si tú no estás el alma se me retuerce y me quedo partido y desangelado, me desquicia que tú vayas a dejarme.
—Te lo diré de sopetón, por mucho que te hiera —soltó ella airada—. Algún día lo entenderás y me lo agradecerás, aunque ahora me odies. Keya, querido mío, yo no puedo seguir con esto. No es tu culpa, sino más bien la mía: debo desentrañar la telaraña de mentiras que llevo tejiendo desde que nos conocimos. Es mejor para ambos que se separen nuestros senderos ahora. No pienso darte más falsas esperanzas. Nunca debimos compartir esos hermosos momentos juntos… Nunca debimos amarnos, por tu seguridad, ya que yo soy una maléfica mujer que sólo sabe liquidar a los seres humanos, y no puedo cambiar esto que soy. Lo siento, de verdad que lo lamento mucho… ¡¡Yo me odio demasiado…!!
Y salió corriendo, esparciendo por su correr lágrimas de sangre que brillaron en la noche fría, repletas de toxinas y de ardor irrefrenable. El daño que Aqua hubo provocado era irreversible, pero Keya no pensaba dejarla ir. Jamás de los jamases. Corrió para alcanzar a la vampira, su tabla de salvación, su única esperanza en un mundo que era a todas luces demasiado áspero para unos humanos que estaban naciendo aún.
—Aqua, que sepas que yo te amaré por siempre —dijo, y ella se paró en seco, volviéndose hacia él, pálida como la cera—. Y nunca te dejaré marchar hacia ninguna parte. Eres la única mujer que me sostiene, que sabe de mis secretos, y por eso estaremos juntos hasta el fin de los tiempos.
—No sabes lo que dices —replicó ella, mas el muchacho le besó la cabeza y la agarró de la cintura, llenándola de besos fervientes.
—Mis besos ya lo dicen todo acerca de lo que estoy pensando sobre ti —dijo él, sonriendo abiertamente, y ella lo abrazó a su vez—. No soportaría que me dejaras, nena.
—Y no lo haría en ningún instante —terció Aqua, y juntaron sus cabezas, llenos de profundo amor—. Volvamos a casa.
Y así, ella no se marchó de su lado, y se imprimiría en la historia del mundo que no lo llegaría a abandonar, pues había sido conquistada por ese joven que se había atrevido a comprenderla y amarla cuando no lo hubiera hecho nadie.

Capítulo XVI. ¿Señor o esclavo?

—No somos ni señor ni esclavo —le dijo Aqua al joven, al que ella había entrenado incansablemente en el arte de la caza— sino dos seres que se aman y que se han encontrado para no volver a separarse. Jamás te menospreciaría.
—Yo tampoco me plantearía hacerlo, Aqua —dijo él en tanto ella se colocaba delante de él y se tomaban de las manos y procedían a hacer el amor—. Tus ojos son como dos hermosas estrellas rojas.
—Te amo, Keya —susurraba la vampira en tono bajo, con gentileza y tacto—. Ámame sin parar ni un segundo.
—Te necesito como el oxígeno que respiro —dijo él mientras ella se ponía a horcajadas encima de su cuerpo sudoroso y excitado—. Me vas a volver tarado de tanto amor como me inspiras.
Sus cuerpos fueron sacudidos por las energías eléctricas que despedía el amor, se friccionaron y se bambolearon adelante y atrás; hasta que cesaron sus amores floridos y ya se quedaron recostados mirando las estrellas que surcaban el cielo ennegrecido.
—Son preciosas, pero ninguna rivaliza con el brillo de tus ojos —la elogió Keya, y ella se abrazó a él—. Estaría perdido si tú no existieras.
—Te protegeré de todos los peligros habidos y por haber, y nuestro amor perdurará en todo momento. No temas, que nunca te dejaré. Y tal vez engendremos algunos hijos.
—Eres fantástica, Aqua. —El joven le acarició suavemente la mejilla—. Sin embargo no hace falta que uses tu encantadora imagen para seducirme. O para persuadirme de que haga algo determinado. Yo te respeto como mujer, pues eres mi compañera y mi confidente, y no podría jamás obligarte a hacer algo que tú no quieres.
—De acuerdo —dijo ella, y se quedaron abrazados y él se rindió al sueño que lo condujo a sentirse pleno, y a pensar que todo lo que necesitaba en su vida lo había tenido delante de su mirada todo ese tiempo.
Aunque sucedieran terribles catástrofes en la Tierra, ellos no se separarían, porque su amor superaba todas y cada una de las dificultades que tuvieran que enfrentar, ya que era la fuerza más poderosa de todas.

Capítulo XVII. Sangre y lágrimas

Vakmoru, acompañado de Leko, Mengü, el hijo mayor de éste, Tidda, quien era amigo de Leko y de su primo Keya, se volvió hacia Anfer mostrando un rostro serio.
—Vamos a cazar —anunció, colgándose sus armas al hombro—. Iremos una partida de diez.
— ¿Quieres ir con nosotros, jefe? —le preguntó Mengü, un tipo alto, forzudo como ellos, y que tenía diversas cuentas de colores diseminadas en su cabello negruzco—. Te vendría bien distraerte del ajetreo de estos últimos días.
—Tienes toda la razón, compañero —Anfer le palmeó el hombro, agradecido por su consejo fraternal y revestido de la más pura cordialidad—. Marchemos juntos hacia la caza.
— ¿Podemos seguiros, esposo? —dijo Osäi, saliendo de dentro de la tienda peluda—. Si no te molesta.
—Podría suponer un severo peligro para vosotros —repuso Anfer, y se mesó su poblada barba castaña—. No quiero que Kaja y tú os enfrentéis a los bisontes. Ya sabéis lo que le sucedió a Keya. Él ha escapado por poco de la muerte, no obstante los milagros no ocurren dos veces.
—No es fortuita nuestra petición, jefe tribal —enunció Ceymma, adelantándose a él, llevando al niño de la mano arrugada y huesuda, y plantando su bastón en la tierra—. Sostengo que el joven Keya se encuentra a poco más de diez kilómetros de nuestra ubicación actual. Como ha amainado la helada y ya no sopla el viento del norte, podemos dirigirnos al oeste y no dudo de que lo hallaremos. Debemos de ir con mucho cuidado, extremando las precauciones. Va junto a esa loba negra. La mujer funesta de mis visiones.
—Comprendo —convino Anfer, y señaló a Vakmoru con una inclinación de cabeza—. Amigo, tú habrás de proteger a mi suegra, mi esposa y mi hijo menor.
—A sus órdenes, jefe —dijo Vakmoru, y se apostó al lado de los susodichos tres—. No os separéis ni por un momento de mí.
— ¿Qué es lo que vais a cazar? —interpeló Kaja, curioseando como era natural en todo niño pequeño—. Los bisontes no están en esa dirección.
—Eres muy listo, pequeño —sonrió Leko, y le acarició su bondadoso cráneo; Kaja se sonrió, exaltado—. Me parece que hoy nos espera algo peor que bisontes o mamuts.
La comitiva se puso en marcha, y atravesó a velocidad acompasada, parando en el camino por alimentar al chiquillo y a Osäi, las altas llanuras de los páramos, desiertos amplios y vacíos en los que no crecía ni una sola flor, y en donde se multiplicaban los insectos venenosos y los arácnidos que tanto le repugnaran a Kaja. Finalmente arribaron a los bosques cubiertos de una pátina de nieve espléndida en los que Keya se estuviera refugiando, custodiado por su leal Aqua, que constituía la vieja y pavorosa guardia contra la que los cazadores pretendían luchar y a la que deseaban derrocar a toda costa.
—¡Keya, hijo mío! —exclamó Osäi de pronto, cuando hubieron aparecido frente a ellos.
Aqua cruzó una mirada de complicidad con su amante, y fue asaeteada por las constantes miradas de ira que le reservaban los guerreros y la mujer que fuese la madre de su amado. El niño se quedó helado al ser notado por ella. Aqua extendió su aura, que se desplegó comiéndoles terreno a sus enemigos.
—¿A quién eliges? —su oscuro mirar pulsó, bañado en una nítida pantalla de rabia—. A ellos en vez de a mí, ¿verdad?
—No lo sé, Aqua —Keya se resistía, y se centraba en su familia, cuyo padre miraba con feroz resolución a la vampira pero con ojos tristones a su vástago—. Ellos alegan que tú eres mala y me tienes controlado, pero yo sé cómo eres en verdad. Tú me has protegido todo este tiempo. Y yo seré quien te proteja esta vez.
—No escuches las palabras de la sierpe —chilló agudamente Ceymma, y repicó con su báculo en la tierra, golpeando con fuerza—. ¡Ella te matará en cuanto hayas cumplido tu papel como mascota! ¡No dejes que consuma tu alma! —Y, enervada, se clavó en Aqua, insultándola a posteriori—. ¡No vas a controlar más a mi nieto, criatura horripilante, sucia chupadora de sangre!
—Es demasiado cruel lo que te ha hecho —se lamentó Anfer, y conminó a sus compañeros a hacer lo propio, esto es, tensar sus arcos y disparar sus flechas sobre la vampira—. Acabemos con ese espectro malnacido que se ha robado el alma de mi hijo y lo está corrompiendo.
—Vuelve con nosotros, Keya —le pidió suplicante Osäi, y Kaja arrancó a gritar usando toda la potencia pulmonar que poseía.
¡Hermano, por favor no nos dejes solos! ¡Te necesitamos! ¡Y te he echado mucho de menos!
—Yo también a ti, Kaja —el chico sonrió débilmente, pero se parapetó frente a Aqua, cubriéndola con su cuerpo—. Pero no puedo permitir que la lastimes, padre. Ella es mi salvadora. Me rescató de los lobos.
—¡Sólo se trata de otra de sus perversas maquinaciones! ¡Sorberá tu sangre y mancillará tu espíritu! ¡La maldición ha anudado en ti por haberte juntado con ella! —chillaba histérica Ceymma.
Osäi cayó a tierra, gimiendo, y Kaja se aferró miedoso a su madre.
—No te perdonaré —sentenció Anfer a Aqua, sus ojos eran dos rendijas de penetrante fuego—. Recuperaré a nuestro Keya.
—Oh, así que os empeñáis en librar una guerra —siseó Aqua, y expandió su aura, afilando sus uñas curvadas, y su negra vestimenta absorbió la luz del sol—. Me ocuparé de reducir a cero vuestras esperanzas. No sirven de nada vuestros esfuerzos y vuestras vidas están vacías de significado. Empieza vuestra tragedia.
El Velo de la Verdad había caído…, revelando a los actores de aquel teatro sangriento. Un duelo mortal entre Aqua y Anfer, o más correcto sería decir entre ella y el chico, sellarían su destino. No descansarían hasta matarla, lo sabía bien, pero había una duda flotando en el ambiente previo a la batalla: ¿el hombre en quien había decidido confiar arriesgaría su pellejo por ella o le volvería la espalda? Estaba a punto de descubrirlo. La música sonaba con una melodía tenebrosa, y comenzaban los actos de la obra ensangrentada y corrupta. Una belleza antinatural y atemporal, bailando en los hilos del tiempo. En su pasado, ella había estado sola. En su futuro novedoso, ella estaba con él. Quizás se había equivocado creyendo que él sólo la tenía a ella. En realidad, Aqua sólo podía contar con Keya. Una mujer despiadada, bebedora de sangre, ser de formas nunca vistas. Ella estaría feliz si él afirmaba que la amaba y que se pondría en un aprieto por rescatarla. La difícil decisión debía tomarse, en ese inesperado instante preñado de sangre y de lágrimas.

Capítulo XVIII. Ámame o mátame

Ceymma exhortó a los guerreros a que se movieran y atacaran a la bestia negra y malvada.
¡Hacedlo con rapidez, antes de que ella nos dañe y nos detenga! ¡No podemos permitir que se escape el ser desolador que ha robado el alma de mi pobrecito nieto!

Entonces cundió una lluvia de flechas que ensartó a Aqua como si ésta fuera un pinchito moruno.
Ella se miró sus ropas agujereadas, apercibiéndose de que sus laceraciones se desperdigaban a lo largo de sus brazos y piernas blancuzcos, produciéndole un dolor agudo que la cortaba parsimonioso, y se enfocó en Keya, que temblaba mientras agarraba su lanza con las manos sudorosas. Su sangre corrupta brillaba fulgurante, recortándose negra contra la blancura imperante en la nieve.

Quería salvarlo a fin de que él utilizara su vida con los mejores propósitos. Y sobre todo porque lo amaba con toda su alma, por más corrompida que esta fuese. No le importaba el costo que tuviera que atravesar por ponerlo sano y salvo. Así que se abalanzó sobre sus enemigos, dispuesta a destrozarlos por completo. Le chilló a su amado, transmitiéndole sus mensajes con la mayor entereza posible.

— ¡Escapa de aquí, Keya! ¡Huye, pues éste no es ya un lugar seguro! ¡Corre con todas tus fuerzas y sobretodo no mires atrás!

Pero él replicó, con el rostro congestionado por la pesadumbre y la voz rota por el tremendo dolor que sentía, que no pensaba dar marcha atrás. Y que nunca la dejaría en la estacada.

— ¡No puedo dejarte, y jamás lo haré! ¡No te dejaré sola frente al peligro!

Anfer repuso en ese instante concreto, desgarrado por la desazón más profunda y auténtica, pues constataba que su hijo no quería reconocer que ella era malvada, y no quería desligarse de sus lazos pecaminosos…

—Keya, hijo mío, piensa con la cabeza y no con el corazón en este caso. Debes matarla y devolverla al polvo y la ominosa oscuridad de la que surgió. Debes hacerlo por tu clan.

Aqua reiteró, sombría y tenebrosamente:

—Debes tomar tal cruda decisión inmediatamente. Ámame o mátame. Si me amas, deja todo lo demás fuera de nuestro espacio. Si, en cambio, decides acabar conmigo, entonces que sea rápido y lo más indoloro posible. Pues si resultas en ser persuadido por tu familia y cambias de opinión con respecto a mí (lo cual es lo más natural y probable), mejor apaga el fuego que caldea en mi pecho, donde guardo todo el amor que siento por ti. Jamás te olvidaría, ni en mil años, porque te amo. Sí, Keya, como nunca he amado a nadie. No tengo igual, no tengo historia, soy una leyenda y una farsa, pero tus hijos contarán de mí que fui el más horroroso de los males que acechó sobre el mundo. Así que termina con esta clase de vida manchada de sangre y de dolor, y deja que mi sangre negra corra sobre la tierra, y perdure algo más perverso que mi sombra desgastada sobre este mundo que a ambos nos ha visto nacer y desarrollarnos. Mi tiempo se acabó hace mucho, querido, pero tú viniste y lograste que la rueda volviera a girar, que yo riera y me alegrara de poder ser sostenida. A veces desearía que todo fuera un mal sueño y pudiera despertar; no obstante la absurda, la irracional realidad maligna es tosca, tan vívida que no puedo escapar de ella. Por eso, te pido lo siguiente: dame muerte y difumina esta mísera existencia cuajada de crímenes y odio, y haz estallar mi corazón negro y cuarteado de gris, porque el amor que tú y yo hemos fraguado pertenece a un tiempo diferente. Hablemos de lo que hemos perdido. Las cosas que se marcharon y nunca regresarán. Fue todo tan hermoso… Que ojalá hubiera durado para siempre… —Aqua se echó a llorar, y sus lágrimas rojas arrasaron su faz trémula, y sus ojos brillaron de espasmos, titilando fervientemente—. No soy capaz de vivir sin tu alegría, tu inocencia, la amabilidad que te caracteriza, las caricias que repartes por mi piel… —Extendió los brazos, y su tela negra colgó en jirones, rajada y agujereada—. Ya estoy preparada para enfrentarme a la muerte. Provengo de un largo linaje de guerreros ancestrales, vampiros que moran en la noche y asedian a los hombres, y por ello me he de fortalecer para mirar de cara al sol. Únicamente tú, con tu luz refulgente, serás capaz de perforar la negritud con tu resplandor. Tú me quitarás la maldición que llevo desde que existo, y gracias a ti mi alma descansará al fin en paz. Simplemente he estado esperando el momento oportuno para confrontar el fin. Gracias por todo, Keya.

Keya supo que sería el final auténtico en lo que a Aqua y a él respectaba si no la detenía. Solamente él podía detener a su querida mujer ancestral, y convencerla de que no procedía de una mugrienta cueva y que su calaña no era tan oscura y proverbial como ella misma se pensaba. Porque ella era Aqua, una mujer inigualable, y por nada del mundo estaba dispuesto a que se la arrebataran, ni que ella se mutilara a sí misma, creyendo que era la raíz del Mal. Por tanto, estaba predispuesto a cambiar el destino de un fulminante tajo. ¿Quién había dicho que no se podía luchar contra la suerte? Si él lograba que sus parientes cambiaran su forma de pensar, entonces todo se resolvería de una buena manera. Así pues, ya era el momento de desterrar los prejuicios y destruir las ponzoñosas mentiras.

Capítulo XIX. La verdad es…

Los guerreros estaban fervientes, lo daban todo con el fin de retener a Aqua y dañarla, y por ello le dispararon más saetas envenenadas, pero no sirvió de mucho. Ella se regeneró pues no le hicieron un daño notable. Keya la estaba protegiendo con su cuerpo, tratando de distraer a sus parientes, pues la amaba de verdad, de todo corazón, y estaba dispuesto a hacer lo correcto. Y todo lo que fuera necesario a fin de asegurar el bienestar de su amada.
Entonces Ceymma saltó fervorosamente, presta a insultar a Aqua, ya que se hallaba herida en lo más hondo de su ser porque no se atrevía a reconocer que su nieto estaba traicionando y quebrantando los valores que les hubieran dado forma a todos y a su cultura milenaria por estar con esa repugnante fémina, hija de los seres de la noche, y que se esforzaría sobremanera en darles el esquinazo.
¡¡Es una terrible mujer repulsiva!! ¡Te ha quitado la vitalidad, te está matando lentamente, Keya! ¿Acaso no eres capaz de verlo ni entenderlo?

Keya ni por asomo se encontraba con ganas de discutir argumentos varios y de índole funesta, de forma que no respondía a las provocaciones de la chamaina, tan sólo suspirando cuando ésta soltaba improperios dirigidos como flechas candentes a la vampira y él blandía la lanza fieramente, intentando que nadie lacerase a la chica.

Ella le replicó, con voz apenada y aun así resolutiva en grado sumo:
¡No es necesario que te sacrifiques por mí, Keya! Yo no puedo ser asesinada, como has atestiguado, pero ciertamente puedo ser destruida. Será mejor que te apartes del escenario de esta pelea y me dejes librar mi guerra particular contra los humanos, la cual aún no ha llegado a su fin. No pienso deponer las armas hasta que ellos se rindan. Y como sé de buena tinta que no lo harán, yo tampoco cederé aunque esté acorralada y ellos deseen cercenar mi cabeza, así como yo las suyas, porque de ello depende mi prestigio y mi honor. No dejaré que partan mi orgullo unos humanos despreciables que afirman llevar tu sangre. Y puesto que tú me ayudas a no decaer, no necesito que des tu valía por mi negra existencia llena de cicatrices. Entiendo tu dolor, pero éste bien podría permanecer impreso como mi final. Estoy de acuerdo con eso si me trae la salvación y la paz que estaba buscando desde hace tanto tiempo. Así que, abandona toda tentativa de llevarme de vuelta a ti, porque ya estoy cercada por la oscuridad, entregué mi corazón a las sombras, y el mundo es oscuro y desolador, perlado de sufrimiento por todas partes. No tengo ya nada por lo que lamentarme, excepto porque tú me estás viendo en tan baja forma.

— ¡Yo daría mi vida por ti, Aqua, muchas veces! —chilló Keya apesadumbrado—. ¡Y nunca me arrepentiría de perseguir tu hermoso halo! ¡No soportaría vivir en un mundo en el que tú no estuvieras presente!
—Keya… —musitó la vampira con el rostro congestionado.
¿A qué estás esperando, hijo? ¡Acaba de una santa vez con ella! —le gritó Anfer.
Keya se secó las lágrimas con la manga del abrigo y se puso en pie, apoyándose sobre las rodillas y el peso de su cuerpo cayó sobre sus piernas.
—No lo haré jamás, padre —repuso, sosteniendo la aterrorizada mirada de su progenitor, quien no daba crédito a lo que estaba oyendo—. La verdad es… Que la amo demasiado para matarla. La respeto y siempre la amaré y la protegeré, por muy difícil que se pongan las cosas.
—Nuestro amor perdurará más allá del tiempo y el espacio, el odio y el dolor, y por sobre todas las dificultades —expresó Aqua en voz alta, dejándolos a todos ellos congelados y paralizados de estupor y asimismo de miedo—. Me da igual si lo entendéis o no. Sabed que esto es serio y real, y no me importa los riesgos a los que me exponga por Keya. Lo amo más de lo que me duelen vuestras constantes negativas. Ahora vayamos a otra parte y tengamos un placentero descanso.

—Sí, mi amor —asintió Keya, y se marcharon cogidos de la mano, y el muchacho no devolvió la mirada a su clan, que se quedó roto, quebrado por la indolencia y la desfachatez, estremecido por la histeria y la pena tan honda que se adueñaba de ellos y se abigarraba gruesa a sus intestinos.

Capítulo XX. Espíritu guerrero

Ya habían pasado tres años y medio desde que Keya había tenido su infructuosa cacería, y el tiempo pasaba más rápidamente conforme él se volvía un hombre hecho y derecho. Ya empezaban a salirle los primeros pelos debajo de la nariz, y algunos más gruesos y negros en la barbilla, y él se los rasuraba porque le desagradaban y porque pensaba asimismo que a Aqua no le gustaban en absoluto.
—Crecer es totalmente normal para un humano —dijo ella, y aseveró su aspecto más experimentado, serio y con un toque más adulto en general—. Es bueno que te desarrolles. Te ayuda a superar las nuevas experiencias de la vida.
—De acuerdo. Me parece bien que te acostumbres a verme feo e indispuesto —sonrió Keya—. Eres la mujer más maravillosa del mundo, nena.
Se besaron, y siguieron andando por la nieve, en la que el muchacho hundía sus botas forradas de gruesa piel de bisonte, mostrando que andaba con dificultad. Pero la vampira acudía a su socorro, prestándole auxilio velozmente; así, evitaba los incidentes que pudieran pasar. La Tierra era cada vez más gélida, y los parajes se hallaban desiertos. No pastaban los herbívoros en las praderas heladas, y los carnívoros se estaban refugiando en las oscuras cuevas, tratando de ponerse a salvo de la helada. La glaciación cubría todo a su paso, arrasando con la vegetación, congelando las plantas y enturbiando el aire; se tornaba en extremo difícil respirar para Keya, y yendo como iba, con varias capas de abrigo echadas sobre su cuerpo a fin de protegerse del inclemente frío, tapado hasta los ojos, caminaba lentamente.
Entonces el destino gestó el giro repentino que habría de desequilibrar a los amantes y poner a prueba cuán irrompibles eran sus lazos afectivos. Porque Keya distinguió a lo lejos, soltando el vaho de su boca y apretando la mandíbula, una tienda solitaria de pieles que se erguía sobre la superficie, destacando sobre el resto de cosas que había diseminadas por aquellos lares desolados, carentes de una sola mota de vida.
—Mira, Aqua —alargó un brazo, señalando la tienda de piel, y ella asintió con la cabeza vigorosamente—. A lo mejor vive alguien aún, y puede echarnos una mano.
—No noto ningún signo de vida —negó ella, y distendió sus caninos blancos, que brillaron al refractar en ellos la luz cadenciosa del sol—. Arriésgate si quieres, iré junto a ti. Sin embargo, no te hagas falsas ilusiones. No espero nada bueno.
Al acercarse vieron a un hombre sentado afuera de su hogar, puesto en una silla.
Agarraba firmemente un trozo de pedernal, y Keya le dijo:
—Hola. ¿Estás bien? —le preguntó, e incluso movió una mano ante su rostro, pero el tipo no se meneó ni un milímetro.
Aqua volteó los ojos, suspirando, y Keya se volvió hacia ella.
¿Acaso no ves que está muerto? —la vampira señaló la faz congestionada, con señales de haber sido congelada, del susodicho hombre, y sus uñas se retrajeron—. Este desdichado se quedó congelado hasta morir. La helada cayó sobre él, y no estaba preparado. Fue tan de improviso que se murió ahí donde estaba, clavado a su sitio. No dejaré que eso te suceda, Keya. Vámonos —haciendo un ademán enérgico, lo conminó a seguirla—. No nos queda nada que hacer aquí. Y sus cosas tampoco nos sirven.
—Un momento. Déjame que haga algo útil en esta ocasión. No te quedes con todos los créditos —masculló él, y se adelantó a dos zancadas, entrando en la tienda tras agachar la espalda—. Voy a verificar qué posee de valor. Seguramente hay algo que nos sirva.
De la tela rajada por el viento y las inclemencias del tiempo colgaban sendas cuentas de colores, como añil, amarillo y rojo, además de que había conchas y utensilios de caza esparcidos por el suelo. Ardía en el interior de la hoguera un pequeño fuego a través del cual el joven calentó sus manos, y al volverse cerró los aleros, decepcionado.
—Tenías razón, no hay nada para nosotros.
—Yo rara vez me equivoco en mis deducciones —reiteró Aqua, y se desquitó de su postura enhiesta, con los brazos en jarras, y estos cayeron a lo largo de los costados—. Hemos de marcharnos antes de que la glaciación nos cubra a nosotros también.

Keya caminó resuelto por el borde del hielo, y se adentró en el lago helado, vigilado por Aqua. Apoyado en su duro bastón, anduvo bien hasta que se agrietó la capa de hielo que lo sostenía.
¡Sal de ahí ya! —lo exhortó ella, agobiada porque su querido hombre sufriría a todas luces un peligro extremo.
Lamentablemente con respecto al chico, no fue tan rápido y ágil por las razones que ya han sido mencionadas, por lo que el hielo se quebró y se precipitó de golpe a la sordidez reinante en el agua, que lo atería y lo ahogaba progresivamente. Keya se puso a nadar frenético, intentando salir del agua fría, y se le escapaban atropelladas las preciadas burbujas de oxígeno; debía, pues, darse prisa, o acabaría ahogado de forma miserable. La capa de hielo era impenetrable, imposible de traspasar sólo rompiéndola a puñetazos, así que rebuscó en sus ropas aguantando la respiración, yendo más allá de su límite, e hizo acopio de todas sus fuerzas con el fin de sacar el cuchillo, pero para aumentar sus desgracias el objeto se le escurrió y se fue al fondo, tan profundo estaba que no pudo alcanzarlo a pesar de que buceó apropiado de su tenacidad y su valor. Aqua se catapultó a él, quebrantó las paredes de hielo y lo sacó al fin, llevándolo en volandas, y Keya estaba helado, tiritaba y se estremecía como un bebé recién nacido que abre sus ojos, descubriendo un mundo enorme y plagado de misterios y secretos por desentrañar, hermoso y fascinante, empero sucio y aterrador. Keya se abrazó a la joven, sollozando preso de terror auténtico. Ella lo rodeó con su amor infinito, enunciando que cumpliría la sagrada promesa de cuidarlo y quererlo, aunque ello implicara salvarle la vida más de una vez. Al fin y al cabo, él era insustituible, irremplazable, y ni siquiera los azares del caprichoso destino y la inmisericordia de la naturaleza lograrían alejarlo de su vera. En ese mundo oscuro, que únicamente tenía como diosas a la Naturaleza y las mujeres de la noche, Aqua sabía que el propósito de su vida era renovarse, y se sentía plena y dichosa si Keya la acompañaba en ese bello y escabroso viaje.

Capítulo XXI. Secretos del corazón

Aqua se ocupó de arropar a Keya con una manta de grueso tejido de piel, posiblemente era de bisonte o de algún otro mamífero lanudo. Keya estaba tiritando, y no se le quitaba el frío, por lo que ella le indicó que se deshiciera de la ropa empapada. Él así lo hizo, y se desnudó y fue tapado por su amada.
—Bien. De esta forma será más sencillo que te recuperes. Ahora procura descansar. Lo mejor será que duermas unas horas. Tranquilo, yo vigilaré.
¿Estás segura de que estarás bien? —preguntó Keya desde su posición tumbada y laxa.
Aqua gestó un afirmativo movimiento que expresaba a las claras su seguridad.
—Sí, querido. Voy a estar bien, porque tú estás junto a mí. Tu amor es incondicional, y a veces siento que no puedo dominarme como me gustaría. —Sonrió de gozo—. Qué irónico resulta si me pongo a reflexionar sobre ello. Yo, que odiaba hasta la muerte a los seres humanos y los consideraba únicamente carne de ganado, ahora me veo rendida a ti. Pues has logrado detener mi corazón por tus ausencias, y que me quede envuelta en tristeza por las penas que a ti te asaltan. Sabes que los problemas nunca avisan. Y siempre estarás rodeado de personas que no te merecen. —Le plantó un beso en la frente y se volteó, sentándose a su lado, y sus botas crujieron sobre la espesa capa de nieve—. Todos ellos no confiaban en ti, no te creían merecedor de la sucesión en el puesto de tu padre, incluso tu madre se sentía extrañada por que no cumplías las expectativas que ellos aguardaban. Eras tímido y con poca o ninguna resistencia, en suma, una presa fácil, y eso me lo dicen tus lágrimas.
¿Cómo sabes todo eso? —se asombró Keya—. No te he contado todo sobre mi pasado. En verdad me avergonzaba extremadamente.
—Lo sé —murmuró la vampira, sonriéndole afectuosa—. Pero no tienes porqué negarlo. No hay nada que necesites ocultarme. Además, con mi visión aumentada puedo saber esas cosas que te esfuerzas en esconder a la vista de todos los demás. Me resultas tan claro y transparente como el cristal. Te dije esa reflexión porque en el fondo sé que sientes que no eres digno de este mundo y que todo lo que hagas acabará en saco roto. Tales estupideces no son tolerables. No dejaré que te denigres a ti mismo. He alcanzado una mente más sabia y abierta, y estoy orgullosa de que me hayas enseñado la luz que puede albergar esta tierra magnífica y mágica. Aguarda, vendrán tiempos mejores y yo estaré a tu vera en todo momento, bajo la luz del sol.
¿Te apetece hacer algo bonito?
Keya se incorporó, apoyándose en los codos, y la miró ansioso, renovado de fuerzas.
—Ya sabía yo que tramabas algo, pillo —rio Aqua, y se aprestaron a amarse sin contemplaciones ni límites.
Amparados por el sol, la luna y las estrellas, eran felices, y su amor no conocía barreras ni un final, pues duraría por toda la eternidad.

Capítulo XXII. Sol, luna, estrellas

Los amantes caminaban apresurados, ya que debían dirigirse a las cuevas oscuras en las que pudieran resguardarse del frío polar que estaba cerniendose sobre ellos a cada rato, incansable e implacable, sin darles una sola vía de escape o un poco de respiro. Cuando se metieron en los angostos pasillos esculpidos de piedra negra y gris, Keya consiguió crear una antorcha para que los fuera guiando, a pesar de que era un elemento añadido puesto que Aqua, como bien le hubo explicado, tenía una excelente visión en la oscuridad, por más impenetrable que esta fuese. Continuaron andando por muchas horas y días, hollando senderos inacabados y pedregosos en aquel laberinto, en ese dédalo en que se confundían hasta las bestias más expertas y se acababan por morir de inanición al no encontrar ninguna presa que cazar; afortunadamente la inmortal mujer conocía esos pasillos recónditos y los recovecos de las profundidades inexploradas como la palma de su mano de haberlos recorrido en cientos de ocasiones, de forma que pudo guiar a Keya a una zona donde confluían todos los caminos y la tierra sonaba que semejaba hallarse hueca.
Aqua volaba en su forma de murciélago a fin de no extenuarse y de usar mejor su aguda vista, y al ponerse a descansar el muchacho retornó a su forma vampírica, más humana que animal, aunque ella no fuera ni de lejos una mujer mortal.
—Debes tener los ojos bien abiertos —le dijo a su amado al sentarse él sobre el suelo liso de la guarida rocosa—. Aquí rondan algunas fieras de gran tamaño, a las que yo he derrotado. Te protegeré, pero debes estar despierto.
—De acuerdo, no me dormiré —respondió el chico, e inmediatamente después soltó un bostezo largo y prolongado—. Perdona, es que tengo sueño. Llevo dos días sin dormir.
—Está bien —cedió ella, y lo besó en la frente—. Descansa por ahora, yo montaré guardia.
El plañidero y completo silencio presente en la cueva ayudó a Keya a cerrar los ojos y quedarse somnoliento y al final completamente dormido, envuelto por el denso sopor que adormeció sus sentidos. Aqua vigilaba, inmutable. Durante un buen lapso de tiempo nada alteró la paz del descanso. Pero la Naturaleza es cruel con el hombre, y siempre lo está poniendo a prueba.
Una pantera se apareció gruñendo, y la vampira le mostró los dientes. Keya se levantó, sobresaltado, e hizo ademán de coger su lanza con la intención de protegerse, sin embargo la bestia no le dio oportunidad y saltó sobre él. Como no podía moverse del terror, Keya estaba paralizado y habría sido fatalmente herido de no ser por su amor, que se precipitó a cubrirlo, llevándose la peor parte en la encarnizada lucha, el duelo sangriento. Pues la pantera negra atravesó con un zarpazo el cuerpo de Aqua, concretamente el pecho, y ella antepuso los brazos y se llevó mayor dolor en estas partes. Rabiosa, hirviendo por dentro, Aqua mató a la fiera salvaje y la sangre del felino manchó sus blancas y bellas facciones. Se quedó postrada en el suelo, tratando de regenerarse, pero últimamente le estaba costando demasiado. Era muy extraño lo que le sucedía a su cuerpo. Keya se preguntó por qué, mas no le dijo nada y la tomó en brazos. Y juntos regresaron sobre sus pasos a buscar un lugar más seguro donde asentarse un tiempo.

Capítulo XXIII. Hilos del destino

Leko se apostó al lado de su padre y esto fue lo que le preguntó:
—¿Acaso Keya no volverá junto a nosotros?
—Eso es algo que ignoro, hijo mío —respondió Vakmoru, y atendió a que Anfer se acercaba a ellos y se volvió a él—. Amigo, tenemos que hacer algo lo más deprisa que podamos.
—Keya no regresará a menos que nosotros vayamos a buscarlo —dijo con énfasis el jefe de la tribu, y su rostro era adusto y sus movimientos enérgicos—. Debemos ir por las cuevas. No hay otra manera de evadirse de tan espantosa helada. Marchemos.
Y se fueron acompañados por Mengü y Tidda, y tanto Osäi como Ceymma y Kaja, seguidos por Isilu, se pusieron a rezar fervientes a los dioses.
—Quieran los dioses que mi niño vuelva a casa —sollozó Osaï, y fue reconfortada por un cálido abrazo de Isilu—. No puedo pensar en lo que esa malvada mujer le está haciendo.
—Es muy difícil que regrese si lo tiene embrujado —negó Ceymma, y Kaja se quedó apenado—. El vampiro es un ser terriblemente astuto y vil. No conoce la piedad ni el amor. No es un ser capaz de amar. La Reina de Oscuridad nunca ama, sólo mata a los nuestros. Nuestro Keya está a merced de sus destrozos y sus funestos deseos. Pido misericordia, que sea salvado.
—Espero que lo encuentren —dijo Isilu—. Ese niño está siendo tan valiente que ya merece ser llamado hombre.
En cuanto a la partida de expedición y caza, se metió en la oscura hondonada, asaltado por la negritud y la malevolencia adherentes a un mundo desquiciado y ensangrentado. Anfer temía que jamás dieran con el paradero de su hijo y éste acabara siendo desangrado por la malvada vampira, mujer sedienta de sangre y de poder. Había soñado en multitud de ocasiones con el día de ese emotivo reencuentro, pero nunca se hubo preparado para lo que tuvieron que enfrentar sus camaradas y él. Los hilos del destino anudan fuerte la suerte que han de correr las personas.
Keya corría dando zancadas sosteniendo a su amada en sus brazos.
—Me voy a recuperar, querido —dijo ella, y trazó una débil sonrisa en su rostro pálido y fino —. Tan sólo me encuentro un poco más debilitada que normalmente.
—He visto que no te estás curando como debería ser, y aun así resistes la luz del sol —constató Keya, mirándola con desconcierto—. Explícame cómo puede ser eso.
—He evolucionado, simplemente —contestó Aqua con sencillez—. Ahora puedo caminar a tu vera y no dejarte solo en medio del peligro natural y la noche. Te aterra perderme, mas no estés inquieto, porque yo no pienso irme. Gracias a ti me siento viva como nunca antes me había sentido. Te amo.
La mirada roja y refulgente de la chica se le tornaba vidriosa, y había adquirido un tinte ceniciento en su faz. Estaba anormalmente mustia, y el joven se preocupó por este detalle. Haría todo lo necesario por salvarla.
Se topó en ese momento con su familia, y todos pegaron un bote, asustados y confundidos. Incluido el propio Keya.
—Por los dioses benditos —expresó Anfer, regocijado—. Has vuelto, hijo mío.
—A buenas horas —dijo Vakmoru, pero ninguno de los cazadores estaba alegre, pues la presencia de Aqua los desasosegaba.
—Necesita cuidado y atención —dijo Keya—, y además de esto es que no tiene a nadie más que a mí, y yo no puedo curarla.
—Yo puedo curarme sola, no necesito la ayuda de unos pedantes humanos —siseó Aqua revuelta, mas no pudo levantarse.
—Si no la aceptáis a ella, olvidaos para siempre de mí —dijo Keya.
Era una sentencia firme. Debían arrepentirse y disculparse con él, y reconsiderar sus opciones. Si mataban a la vampira todo estaría perdido.
—Lo entiendo —dijo Anfer, claudicando para alegría de su hijo—. Vamos a por la curandera. Volvamos a casa.
—Gracias, de verdad.
Cuando Keya pasó a su lado, todos se quedaron asombrados. Estaba más fornido, más moreno, y tenía incluso pelos en la barba, habiendo sido un imberbe prácticamente durante toda la pubertad. Las profecías de la vieja chamaina se habían cumplido de verdad. Keya regresaba a su clan hecho un hombre, pese a que trajera a una mujer perteneciente al séquito de la oscuridad. Las mujeres y el pequeño Kaja, que en todos esos cuatro años había crecido hasta volverse un adolescente afiebrado y espigado, observaron de hito en hito a Aqua, quien fue depositada en la manta de pieles, dentro de la tienda. Ella compuso una sonrisa sesgada en su cara crispada por el sufrimiento.
—En qué extrañas circunstancias nos vemos de nuevo. Me crispa entender que mi futuro se halla en vuestras manos.
¿Por qué empleas esa palabra? —inquirió Ceymma en cuanto los hombres hubieron abandonado la tienda.
—Porque llevo en mi vientre el futuro de la raza humana —sonrió altiva Aqua, y alzó el mentón, enarcando una ceja—. ¿O pensabais que yo era en efecto una criatura incapaz de amar?
Isilu y Osäi se llevaron las manos a la boca, articulando un gemido ahogado, y Ceymma se apostó frente a Aqua, desafiándola con la mirada.
—Si hay que desafiar al destino mismo, se hará. —Se acercó a la muchacha de la nocturnidad, sin decaer en su fogoso ímpetu—. Y si tengo que curarte, lo haré. Por el hecho de que cargas con los hijos de mi nieto. Su descendencia. Y por ende, la tuya propia. Nunca pensé que diría esto a la Señora de la Oscuridad. Bienvenida a casa.
—Si pides respeto, sea. —Aqua cabeceó, poniendo sendas manos sobre su vientre—. Te respetaré y contendré mis ganas de matarte. Te concederé mi piedad, inclusive. Estoy dispuesta a todo con tal de protegerlos. A los niños y a Keya.
Y su modesta y no obstante importante afirmación quedó reverberando como un eco en el espacio, imprimiendo un recuerdo inolvidable e indeleble en las mentes de los humanos que estaban encarados a ella, y de los que dependía su existencia y la de los bebés que se desarrollaran dentro de su cuerpo, viviendo junto a ella.

Capítulo XXIV. Epílogo: la magia del amor

Osäi y Ceymma miraron la efigie de la diosa Bendali, que les sonreía esplendorosa. Habían terminado de atender a Aqua, y ésta estaba durmiendo, como hacían los seres de la noche, durante las horas de luminiscencia. Keya abrazó su padre y a sus primos y a su tío Vakmoru.
—Estoy contento de volveros a ver.
—Has superado todas las pruebas —dijo feliz Anfer, y le palmeó la espalda—. Estás preparado para liderar la tribu. Me sucederás en el cargo cuando menos te lo esperes.
—Todo lo que soy ahora se lo debo a ella. Aqua me ha ayudado a ganar más confianza en mí mismo. La amo por todo lo que ha hecho por mí. Bueno, ahora voy a comprobar su estado.
Y entró en la tienda de pieles en donde se congregaban las mujeres y su hermano.
—Kaja, estás muy alto y fuerte —ambos jóvenes se abrazaron efusivos, y al separarse su hermano mayor le alborotó el pelo—. Ya no puedo reírme de ti.

—Hemos estado esperando que volvieras, hermano —exclamó Kaja—. Y por fin lo has logrado. ¡Es un sueño hecho realidad!
—Madre —Keya besó a su madre en la cabeza, y ella lo sostuvo de las manos—. Cuánto te he añorado. A todos, la verdad. Tía Isilu —ella también lo abrazó, y las lágrimas fluyeron por sus mejillas.
—Te vas a convertir en el líder del clan, ante todo vas a ser el mejor de los guerreros —dijo ella, emocionada, y Osaï asintió febrilmente.
El muchacho se dirigió a su abuela, la chamaina del clan.
— ¿Qué ha pasado con Aqua? ¿Dónde está? ¿La habéis curado?
—Se encuentra allí —Ceymma señaló un rincón medianamente iluminado por las velas—. Hemos realizado una complicada operación. Se está reponiendo de su padecimiento. La hemos cuidado con toda la premura y la amabilidad posible. Su baja curación se debe a un motivo concreto.
Keya la miró sin comprender nada de lo que ella le había comunicado. Nunca se habría imaginado lo que en verdad le ocurría a su amada Aqua.
—Sé más específica, abuela. Necesito saberlo para ir a por ella y cuidarla como debo.
Ceymma suspiró y le sostuvo su sorprendida mirada.
—Verás, tu mujer estaba embarazada. No sabemos cómo, pero la dejaste encinta. Tiene dos bebés, niño y niña. Hace unos veinte minutos que los trajo al mundo. Siéntete regocijado, pues eres padre.
Keya se aproximó al recoveco iluminado por velas; en el aire flotaba una suave esencia de flores. Reconoció la cabeza de Aqua, y ella se había deshecho las coletas y mantenía su cabello negro suelto, y sus labios brillosos se abrieron, prestos a ser besados.
—Conoce a nuestros preciosos hijos, Keya. Aunque aún no les he puesto un nombre.
Él observó glorioso a los bebés, que eran pequeñitos, gorditos, y se parecían enormemente a Aqua, pues tenían los ojos oscuros y el pelo negro. Keya los besó a los tres.
— ¿Puedo cogerla? —preguntó a Aqua, y ella asintió.
—Ten cuidado con Kalia, es muy delicada.
—Es un nombre estupendo —dijo él, meciendo a la niña con delicadeza—. Se me acaba de ocurrir que el niño podría llamarse Niia. Significa «la más grande felicidad».
—Me parece bien —dijo Aqua, y extendió su sonrisa, y sus caninos relumbraron—. Soy una mujer repleta de dicha en estos momentos.
—Y yo soy el hombre más feliz del mundo junto a ti, nena.

Se quedaron por siempre juntos, cuidando de los niños, y nada perturbó su paz. Asimismo la familia de Keya y el clan en su totalidad supo abrir su mente y aceptar a Aqua, dando la bienvenida a los lindos Kalia y Niia.
La magia del amor desterró todas las críticas y los ataques. Keya y Aqua se casaron en una hermosa ceremonia que duró seis días de fiestas y banquetes espléndidos, todo el mundo celebró la buena ventura y todos dijeron enhorabuena a Keya por haber traído la prosperidad a sus gentes, y el sol iluminó la tierra trayendo nuevos tiempos de esperanza y de amor, y él se convirtió en el líder de los cazadores de bisontes, honrando la memoria de sus antecesores, y se dice que a raíz de ese momento de que Aqua fue incluida en la tribu de los cazadores se produjo la alianza entre los lobos y los seres humanos, y comenzó el tiempo del Neolítico, pues los hombres se asentaron en las llanuras irradiadas de luminosidad por el Sol, y cultivaron plantas y criaron animales al domesticarlos, y el futuro de la humanidad fue alcanzando la luz, porque ya estaba en evolución imparable.

Escena extra: la historia detrás de las escenas

Ésta es sobre todo la historia de una promesa. Una promesa forjada entre un chico y la reina de todos los monstruos. Pues la reina tenía un secreto que no quería que el chico descubriera, para que así no se alejara de ella. Pero él descubrió su verdadera naturaleza y aun así no la rechazó y no se aprestó a aniquilarla y cazarla, como habían hecho muchos otros a lo largo de los incontables siglos. El muchacho le demostró a la vampira que era capaz de superar sus miedos y amarla sin reservas, sin limitaciones. A pesar de que ella se reservara todas sus experiencias pasadas en su interior. Porque la reina de los monstruos le dijo al chico: “Yo te protejo, pero tú a cambio me ayudarás a mí, me sostendrás y si es necesario me protegerás”, y así es como se prometieron en alianza, una unión temporal que acabaría por tornarse en eterna, dado que un inmenso e incontrolable amor floreció entre ambos.
Esta historia acontece detrás del telón, de la cual los otros actores no saben nada, pues sólo hay dos partes implicadas en ella. Y ahora contaré de primera mano cómo se desarrolla esta triste pero enternecedora historia…
Érase una vez, hace mucho tiempo, hubo en la tierra del norte, cuando el mundo era más joven que ahora, un niño llamado Keya. Ese niño vivía en los bosques, y estaba acompañado de una niña más mayor que él. No estaban relacionados por la sangre, pero se querían mucho. Ella era una especie de amiga, de consejera, que vigilaba todo lo que él hacía. Keya no sabía que Aqua era una mujer que bebía la sangre de las personas, pero al hacer este descubrimiento tan insólito no se quedó horrorizado, porque después de todo, ella lo había salvado de la muerte y la vergüenza. Aqua y Keya se pelearon pues ella no entendía cómo debía comportarse con ese extraño chico humano que no le tenía miedo y lo que es más, la cuidaba como si le fuera la vida en ello. Estaba acostumbrada a que los seres humanos la odiaran y temieran y se dispusieran a ir en su busca para clavarla en estacas, no a brindarle su amor. Por eso estaba confundida, y trató de pedirle perdón a Keya cuando él se encontraba compungido. Pronto supieron que eran y serían más que aliados, y se enamoraron, quedándose prendados el uno del otro, y por ello derrocaron todas las adversidades que hubiera en el mundo.

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