EJECUCIÓN

En el salón del viejo caserón, frente a la chimenea, en la que crepitaban varios troncos de leña, estaban sentados un hombre y una mujer. A sus pies, sobre la alfombra, dormitaba un gran danés.

Súbitamente, una puerta lateral del salón se abrió y una corriente de aire helado inundó la estancia. La imagen de Elena surgió de la nada y se dirigió a la mujer. Ésta, al verla, se levantó con el rostro demudado en un gesto mezcla de incredulidad y pánico. Elena le dijo: vengo a reclamar justicia. Al oír estas palabras, el hombre se levantó y condujo a la mujer fuera del salón.

Al salir del caserón, el frío de la noche sobrecogió a la mujer. Atravesaron el jardín cubierto de una espesa capa de nieve y se subieron a un coche.

Tras traspasar la verja de salida, transitaron por una estrecha carretera de tierra por la que accedieron a la carretera principal. Al poco, tomaron un desvío por el que desembocaron a una carretera de montaña que culminaba en un amplio llano, en el que se elevaba un albergue situado en las lindes de un gran bosque.

El hombre y la mujer entraron en el albergue, sentándose en una mesa cercana a la chimenea. Poco después entraron dos hombres que se sentaron en una mesa contigua. Uno de ellos, tras hablar brevemente con su compañero, se levantó y se dirigió a la mujer. Ésta, tras hablar con él, se levantó, salió del albergue y se introdujo sola en la espesura del bosque.

Tras ella, salieron los dos hombres que también se adentraron en el bosque.

Poco después, en el caserón, el gran danés levantó la cabeza sobresaltado. Salió al exterior, al frío jardín nevado, y comenzó a aullar lastimeramente.

En el albergue de montaña, había preparada una mesa para una cena, con tres cubiertos. Un tridente había sido el ejecutor.

Elena había muerto, asesinada, seis años atrás.

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