Te vas a encontrar con un tornado de emociones poco felices: inseguridades, angustia, arrepentimiento. Vas a sentirte insuficiente, problemática. Te vas a acordar de esas palabras que alguna vez dijo tu mamá: “No seas problemática, que te vas a quedar sola”, o “Hay cosas que hay que hacer aunque a uno no le guste”.

Y entonces te vas a preguntar: ¿se supone que la vida será una sucesión de momentos que no elegís, pero que igual deberías atravesar para complacer a otros?

¿Y el deseo? ¿Dónde queda tu deseo?

¿Al final? ¿Al final de qué?

Te vas a cuestionar cuánto tiempo tendrás para disfrutar de tu momento.

¿Y cuándo llega? ¿A qué o a quién hay que esperar?

¿Hay que sacar turno con alguien que administre el tiempo y tenga sucursales por el mundo?

Esperar, ¿qué?

Y ahí lo vas a entender: no vas a esperar nada.

No vas a esperar más.

Vas a crear la vida que querés, la que merecés, la que ya vas a estar viviendo.

Porque la vida no vendrá con muestra gratis. No vas a poder probarla primero y, si te gusta, pedir otra.

Eso no existe.

Vas a recordar que creciste con la idea de que hablar tenía consecuencias: miedo, represalias. Cuánta carga en una acción tan simple. Pero lo vas a tener claro: callar te condena.

Y sí, muchas veces vas a callarte para no herir susceptibilidades, para no “desarmar vidas ajenas”.

Pero la tuya…

¿cuándo la vas a poner en primer plano?

Vas a querer decir muchas cosas, y no vas a callar por cobardía. Simplemente, no vas a saber bien qué palabras usar.

Vas a sentir que no podés, que no te da la cabeza.

Vas a volver a ser un envase inseguro, y todo lo que lograste en algún momento te va a parecer que se desarma.

Pero vas a salir de ahí también.

La vida como inquilina va a estar llena de ilusiones y desilusiones.

Vas a soñar con tu casa propia. Quizás llegue. Quizás no.

Al principio no va a parecer tan grave, vas a hacer “esfuerzos simples”, vas a justificar todo para acomodar la economía, para armar un proyecto conjunto.

Vas a ponerle amor, tiempo y dinero.

Vas a bancarte muchas cosas, confiando en que ya llegará “tu” casa.

Todo va a parecer fríamente calculado.

Esperá. Aguantá. Ya viene…

Pero los días van a pasar, y cuando te quieras dar cuenta, pasaron años.

Años en pausa. Y te vas a encontrar en el mismo escenario que el primer día.

“Un poquito más…”, te vas a decir.

En el medio, los viajes en solitario que te daban aire también van a desaparecer.

Un comentario fuera de lugar te va a robar esas escapadas que tanto te ayudaban.

Y vas a apelar, como siempre, a tu vieja aliada: la paciencia.

Vas a dudar si es una virtud o un defecto.

Pero ahí vas a estar, de la mano con ella, llevándola a todos lados.

Inseparables.

Hasta que entiendas que van a tener que separarse.

Vas a aprender que la paciencia también desgasta.

Lo vas a saber porque ya te pasó.

Y aún así, te vas a resistir a soltarla.

Mientras tanto, todo lo demás va a seguir parecido.

La vida va a continuar, pero con un nuevo integrante en la familia: vos.

Vas a darte cuenta de que te acoplaste a una vida que no era la tuya.

Te acoplaste por amor.

Y por amor también vas a callarte.

Para no herir egos.

Para no tocar temas que a otras personas no se les pasan ni por la cabeza.

Te vas a preguntar: ¿cómo vas a ser vos la responsable de abrir ciertas puertas que todos prefieren mantener cerradas?

Todo parecía estar bien, en orden.

La familia, unida.

Y vos, callando para no perder a quien elegiste.

Callaste, retrocediste.

No aprendiste.

Te amoldaste para no ser la piedrita en el zapato.

Pero tu cara te va a traicionar.

Lo que no se dice se huele.

Sale por los poros…

Y ahí vas a comprender algo importante: la paciencia y el silencio no solo tienen un límite, también tienen un costo.

Vas a pensar en toda esa gente que enfermó por guardarse lo que sentía y lo que quería hacer y no hizo por diferentes motivos.

Gente que conocés. De tu propia familia.

Y te vas a prometer que no vas a repetir la historia.

No vas a enfermar por no hablar.

Tampoco vas a querer incomodar.

No vas a soportar que te marquen como la oveja negra… otra vez.

Y sin embargo, vas a quedarte.

Vas a seguir esperando.

Vas a ver planos que no son tuyos.

Vas a opinar, a apoyar, a proponer… desde afuera.

Desde un lugar que no te corresponde, desde un proyecto que no te incluye.

Mientras, vas a seguir soñando con construir tu propia casa.

Cuando puedas, como puedas. El deseo es lo que nos mantiene vivos, dicen.

Y te vas a decir: “Esperá un poco más…”

Quizás, en algún momento, te toque la lotería de los proyectos.

Hoy, vas a irte a tu casa.

Y vas a volver en otro momento.

Quizás te llamen.

O quizás no, no te llamen nunca.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS