Kibräck Tigalo un hombre anciano, uno de los pocos sobrevivientes al holocausto que casi terminó con la humanidad y trajo consigo la destrucción del antiguo orden en el mundo.

Hoy en día se dedica al transporte y comercialización de lana animal. Es la estación de esquila y todo el movimiento de los habitantes del poblado está relacionado con el negocio de las lanas de oveja y otros animales que la producen. El anciano Kibräck y su nieto Taküir. El primero un tipo muy reservado, áspero, seco, se sabe muy poco de él, de lo que hacía antes de la desafortunada guerra que devastó el antiguo mundo; El segundo es un despistado y entrometido muchacho de apenas doce años, pero con una gran curiosidad por saber del mundo de lo que se da allá fuera de los límites de su poblado.

Ambos arreglan las pacas de lana y otras especias sobre el lomo de los bueyes, para realizar su viaje a la no tan cercana ciudad de Torenta. Para el viejo Kibräck este sería uno más de sus continuos viajes entre Kibajä y Torenta transportando lana y algunas otras especies, las que se entregarían en la feria de mercaderes torentinos.

Torenta una de las pocas ciudades que lograron quedar en pie a las conflagraciones bélicas conocida como La Guerra de Dios’’, así llamada por la confrontación entre la teología militar al servicio del santo iglesia estado quienes fueron de un marcado fundamentalismo religioso y pseudo dictatorial, los cuales no llegaron a tolerar las ideas discrepantes de la clase científica con la cual supuestamente compartía el control del estado. Al final terminaron confrontándose abiertamente en una guerra civil. Por otro lado, la clase científica llamados despectivamente ‘’Nigromantes o hechiceros’’, considerados así porque practicaban las ciencias como la alquimia y la taumaturgia, pero principalmente la ciencia sin escrúpulos. Científicos que ponían en discusión la ambigua existencia de Dios, discusión que con el tiempo se tornó violenta por parte de ellos en cuanto se comprobó los indicios de la real existencia de este. Los nigromantes,quienes pasaron años sumergidos en el error de negar la existencia divina, cambiaron de estrategia basándose en las ecuaciones científicas reformuladas, llegaron a la conclusión que recomendaba la factorización de Dios; tras esta conclusión fueron tras la caza de él.

Para acabarlo construyeron en secreto toda una armada de máquinas voladoras y armas desarrolladas por los más destacados científicos, entre ellos el hijo del desaparecido doctor kardesius. Empresa a la que se opuso rotundamente la santa iglesia, el estado y los gobernantes teológicos, quienes decidieron salvaguardar la entrada al paraíso en el cual supuestamente habitaba Dios.

La guerra destruyó el orden y las estructuras de la civilización establecidas, dejó en ruinas, naciones como el reino de Peralta, la Monarquía Sariota, la Corporación del Vaticáncio, sin contar que un poco más de tres tercios de la humanidad perecieron en el transcurso de estaguerra y un continente fue asesinado completamente, quedado inhabitable.

La vida empezaba de nuevo para los sobrevivientes,con algunas excepciones de rezagos del antiguo orden.

Para el joven Taküir era su primer viaje fuera de las fronteras de Kibajä, la tierra que lo vio nacer y lo protegió de la guerra. Su abuelo se quedó a su cargo, después de que sus padres murieran años atrás.

Para Kibräck la muerte de su familia entera, era algo de lo cual jamás hablaba con los demás, era un dolor que llevaba dentro de sí y siempre se negó a compartirlo con alguien más. Los sentimientos del viejo no se dejaban notar, era imperturbable, nada podía atravesar su rostro falto de expresión, esos ojos aguindonados, duros, impenetrables, como guardianes de un alma triste que se seca consumida por su karma.

Llegó el momento de partir, todo estaba listo. Los bueyes ensillados, las pacas cuidadosamente colocadas sobre los animales. Quince bueyes de carga en total. El joven Taküir estaba nervioso y emocionado por este viaje. Se le abría todo un nuevo horizonte de aventuras y posibilidades. Nunca antes había salido de Kibajä, sabía del mundo por lo que había escuchado hablar a los demás. Su abuelo nunca le hablaba del mundo fuera del poblado. Esta vez dejaba el poblado que lo cobija desde que tenía uso de razón. A cada paso se alejaba más de él y veía de forma distinta a sus amigos que dejaba tras de sí, como adelantando una nostalgia aún no vivida.

Su abuelo cabalgaba delante de él, por primera vez observaba lo viejo que era, pero absorbido por la novedad del paisaje que le venía, le preguntó a su abuelo en cuánto tiempo llegarían a Torenta. Tres semanas respondió el viejo, guardando silencio por algunas horas más.

El viaje se presentaba tranquilo, el camino sembrado de árboles con muestras de haber sido afectados por el fuego de la guerra hacen ver que la naturaleza suele recuperarse de sus heridas por más terribles que estas sean. —¿Cómo fue todo esto, abuelo, llegaste a conocer cuando esto era distinto?—preguntó Taküir, pero la pregunta del joven no tuvo respuesta, ni siquiera el anciano disminuyó el paso. El joven Taküir, no perdía ningún detalle de vista: la poca vegetación y la más escasa fauna. Trató de capturarla en su memoria para luego escribirla en su tablilla por la noche o en la hora de descanso; tenía la ingenua idea de escribir un manual de viajero.

La luna en lo alto les hacía sentir que no estaban solos. La segunda semana, el paisaje se hizo completamente distinto. Grandes cráteres, rocas derretidas por exposición al calor intenso, esqueletos y chatarras de armatostes de guerra, ruinas de lo que fueron en antaño ciudades desarrolladas y prósperas que cayeron destruidas por la “Guerra de Dios”. Taküir estaba muy asustado y sorprendido por lo que estaba frente a él. Los restos de naves voladoras, arcabuces abandonados y muchos huesos, demasiados esqueletos. Nunca había visto tal devastación.

—¿Qué son, abuelo?– Se preguntó por dentro, pero sin mediar palabra alguna, pasaron por tan desolador paraje de destrucción. —¿Viste todo eso Taküir?- Dijo el anciano—. —Es
producto de tanta locura y tanta ciencia—.
Taküir le preguntó al viejo si la ciencia era realmente tan mala. Algo sí era cierto, en aquel entonces el anciano vivió la plenitud de esas ciudades ahora muertas, fue parte del antiguo mundo, el anciano lo sabía, pero de esas cosas jamás hablaría con los demás.

A lo largo del viaje se podía observar uno que otro poblado a la lejanía, a los cuales Kibräck quiso evitar. En estos tiempos no se puede confiar en desconocidos. Se corría el riesgo de caer en manos de bandidos o algo peor, en manos de algunos rezagos de nigromantes bandidos atrapados en el pasado, fundamentalistas que solían atacar caravanas de comerciantes por las mercancías o algo peor. Se decía que los nigromantes mataban a los viajeros y descomponían sus cadáveres, para elaborar finos combustibles y aditivos para sus complicadas máquinas. Ellos no tenían moral, solamente se regían por ciencia. Su objetivo principal es seguir las huellas que dejó Dios antes de irse al paraíso.

La comunicación entre el joven Taküir y su abuelo nunca había sido muy fluida. Siempre se mostró como un tipo duro pero de modos amables. Muy meticuloso en el empaque de la valiosa mercancía, el viejo Kibräck revisaba una y otra vez los correajes de los bueyes, las pezuñas, su antiguo arcabuz automático de repetición, siempre listo para cualquier imprevisto, las provisiones de agua y el tomar, sobre todo de este último, indispensable para atravesar el valle dé las fumarolas sin tener el percance de quedar inconscientes por el vapor tóxico emanado de la tierra aún herida por la guerra. –¿Es una vez?—dijo
sorprendido el joven Taküir mirando hacia atrás. Mientras aguantó uno en algo la marcha de su buey, —¡Apura el paso del animal…! —¡Tras las rocas!Fue lo seguido que le gritó su abuelo. —Esa es una máquina de ellos, los trasmutados.—Era definitivo y seguro, esas señales eran de artefactos y máquinas de bandidos nigromantes.

El viaje se hacía cada momento más peligroso, ¡tendremos que rodearnos por el páramo! Sería más difícil, pero más seguro que pasar a campo abierto. El peligro de rodear el páramo era que se hacía algo estrecho por los pasos y cañones. Se sabía que antes el páramo había sido un lugar hermoso y fértil, habitado por cientos de miles de personas, pero que ahora solamente era un gran cementerio. Sabemos que los muertos no son problema, pero en estos tiempos únicamente algo era más terrible que la muerte y los nigromantes y eso eran ‘’las grutas de la ausencia«
las mismas que habían estado allí desde tiempos inmemorables, mucho antes de las guerras. Se sabe que, quien se introduce allí, jamás logra salir de su oscuridad y silencio.

Parecía que los de la nave los habían logrado ver desde los aires y se dirigieron directo hacia ellos. Ambos se refugiaron tras las rocas, apenas y lograron esconder menos de la mitad de bueyes. El viejo, arcabuz en mano, aguardaba a que aterrizase la máquina voladora. Las dimensiones de este aparato desafiaban todo lo conocido por el niño. Un tamaño impresionante, hecho casi en su integridad de madera, poseía grandes aspas y algunas escotillas y tubos que exhalaban vapores.

Taküir estaba asustado y sorprendido del artefacto. Este casi estaba posado sobre ellos, de pronto se detuvo y de él se extendió una especie de escotilla que golpeó el suelo con gran estruendo, por ella salieron máquinas y seres parecidos a humanos, pero aun así no se parecía a nada que haya conocido o imaginado jamás, extendió la vista a donde estaba su abuelo y se sorprendió aún más al ver el rostro de rencor, más que de miedo de su abuelo que les apuntaba con su antiguo, pero bien conservado arcabuz.

No debería perder la carga, a su nieto, ni mucho menos perder el valor, pero el valor es algo que nunca tuvo ni de joven y ahora menos de anciano. Era cuestión de salvar la vida propia. ¿Su nieto? Daba lo mismo. El miedo era algo que, sí conocía, había estado con él desde tiempos en que existía el antiguo estado. Huyó como cobarde, sin disparar un solo proyectil, dejando atrás los gritos de auxilio de su nieto, y miró hacia atrás para ver solamente cómo era masacrado y cómo los bueyes eran sacrificados. Se sabía que los nigromantes no tomaban prisioneros, utilizaban los cadáveres de sus víctimas para transmutar combustible y lubricantes para sus complicadas máquinas, práctica que se volvió más generalizada desde el final de la guerra.

El viejo corrió con todas sus fuerzas como una gallina de carreras y se refugió en una cueva. Y allí esperó que anocheciera

Estaba tan oscura que no se podían ni ver los propios pensamientos, allí pudo llorar y llorar por días enteros. ¿Pero qué tanto podía llorar un viejo tan cobarde, con tan solo dos ojos?

Anduvimos perdido por semanas caminando y adentrándose en la cueva. ¿Cómo saber si subes o bajas en una oscuridad eterna? Hambriento y casi sin fuerzas, empezó a sentir una leve penumbra que, a cada paso que daba, tomaba más intensidad, hasta que se hizo un borrón de luz. Tropezó con algo que se sentía como un charco de agua, cayó sobre sus rodillas y acercó las manos al charco y bebió de él, sin pensar en nada más que saciar su sed.

La cueva se hacía a cada momento más estrecha y la luz más intensa, llegó el momento en que únicamente podía arrastrarse con dificultad para seguir adelante, en ese lugar tan estrecho.

Saliendo por fin del túnel, llegó hasta un pequeño valle. La oscuridad de su prolongado estadio en la cueva hacía fallar su vista, no podía ver con claridad. Le tomó un par de horas en poder distinguir las flores y los árboles que había a su alrededor en ese pequeño valle.

Caminó sorprendido, observando que había árboles llenos de frutos grandes y a simple vista deliciosos, se acercó a un árbol y arrancó una manzana, la cual comió rápidamente con desesperación, dando gracias a su suerte por haber podido salir de aquella oscura cueva con vida.

Pudo distinguir que de lejos algo o alguien se acercaba, definitivamente era una persona de estatura alta, vestida con un traje antiguo como los que no veía desde cuando era tan solo un niño. Se acercó a él y le preguntó de dónde venía, a lo que el extraño no contestó. El viejo contó al extraño que lo habían atacado en el camino, cerca de allí, unos nigromantes y perdió todo. Su nieto, la carga, todo lo demás. Al ver que no podía hacer nada, huyó del lugar y se refugió en una cueva muy oscura y, después de caminar por días enteros sin saber de amanecer o de ocaso, llegó allí con sus últimas fuerzas. —Dígame,
buen hombre, ¿cómo se llama este lugar?—preguntó
el viejo Kibräck. El extraño lo miró con ojos compasivos pero aun de desconfianza, y le respondió: —Este lugar es el reino de Kantöra sígueme extranjero, te asignaré un lugar en donde podrás descansar– El extraño se veía muy amable, por un momento los pensamientos del viejo Kibräck se perdieron en la amabilidad del extraño, quien andaba algunos metros delante de él guiándolo. Sí, era un reino, un hermoso reino, calles principales amplias y empedradas, elegantes carruajes tirados por fuertes y hermosos caballos, desde la guerra que no veía caballos, las calles transitadas en forma muy ordenada por personajes de piel blanca, esbeltos, impecablemente vestidos con ropajes largos de paño, telas finas, regios encajes de seda, vestimentas como se estilaba mucho antes de la guerra.

El extraño lo condujo hasta un gran edificio de muros de roca blanca tallado tan blanco como el marfil. Había dos puertas, una grande y otra pequeña junto a la grande.

Entraron por la pequeña y el extraño dijo: —Aquí podrás descansar y sanar de tus magulladuras—.Dentro
del recinto había muchas camillas con colchonetas muy cómodas y el viejo por fin conoció descanso después de muchas semanas de viaje. Antes de tomar el sueño, el anciano dijo: —Mi nombre es Kibräck Tigalo y ¿El suyo?—Mi nombre es PABLOFERs. Descansa, luego habrá tiempo para conversar–
El viejo se quedó totalmente dormido

Al despertar, se encontró en el mismo lugar. La claridad del día entraba por los cristales multicolores de los vitrales, no era luz de sol propiamente dicho, pero era una claridad lo más parecida a un amanecer de otoño. El anciano dio un vistazo a su alrededor para recordar por un momento de dónde se hallaba realmente. Si bien la habitación no poseía lujo alguno, daba a saber que pertenecía a una clase acomodada. Sobre el pequeño velador de madera finamente tallado estaba un vaso de cristal llenado hasta la mitad agua, las cortinas de encaje de seda y los ventanales adornados con vitrales que ostentaban escudos con emblemas que el viejo Kibräck no podía reconocer.

Un personaje extraño se le acercó, diciéndole que estaban esperando su despertar, por favor que lo acompañase, que él sería su guía al cuarto de baño. Este nuevo personaje no era de apariencia tan gentil como PABLOFERs, más bien estaba lleno de cicatrices y de un aspecto menos delicado. Siguió al extraño por un pasadizo de techos altos y pisos de baldosados, aceras micadas en azules claros, con figuras y escudos adornados con flores en tonos rojizos y violáceos apastelados.

Entraba luz por los ventanales situados en el techo, tenía puertas a ambas partes del pasadizo. Puertas más adelante, estaban los cuartos de baño. Kibräck entró por la puerta de uno de ellos y frente a él se hallaba una bañera de piedra blanca pulida y tan blanca como los colmillos de un elefante. Era abastecida con agua caliente, limpia y transparente. Junto a la bañera un mueble empotrado sobre los que había frasquitos de cristal labrado con aceites, jabones y esencias de delicado aroma.

Tiempo que no se daba un baño, el anciano, no dudó en adentrarse en la bañera, desnudarse y beber de esa agua y bañarse al mismo tiempo. El agua era cálida y de un sabor muy agradable. Por un momento el alma del anciano tuvo algo de sosiego, le vinieron los recuerdos de su niñez, cuando todo era felicidad en el seno de su familia, cuando su sirvienta lo bañaba en una tina con agua caliente y frotaba su espalda. Lo que daría por volver a sentir las caricias de aquella dulce mujer o por lo menos una de sus bien merecidas nalgadas que solía recibir de pequeño por parte de ella.

Todo terminó con el golpe en la puerta, el extraño le trajo las toallas con las que secaría su cuerpo después del baño. Se relajó en forma total, perdiendo por primera vez esa tirantez marcial que a sus largos años aún conservaba. Empezó a observar con mayor interés todo lo que estaba a su alrededor y pudo notar que las estructuras eran mucho más antiguas y de un estilo y lujo del cual no había visto hace mucho tiempo, de cuando estudiaba en la escuela, o tal vez de cuando visitó el otro continente.

Se vistió con lentitud, levantando la cabeza y perdiendo su mirada en el futuro, como queriendo saber, ¿qué vendría después?

Salió del baño y en la puerta lo esperaba otro extraño. Este era de mayor estatura que el anterior, llevaba una gran cicatriz que le corría el centro del rostro de arriba a abajo, cicatriz causada tal vez por algún accidente o alguna guerra. El extraño se mostró amable, pero frío; saludó con un gesto de cabeza y un ademán para que lo siguiese.

El viejo Kibräck caminaba a dos pasos detrás de este. Le siguió por el ancho corredor, todo enchapado de finas maderas. El corredor parecía interminable, decenas de habitaciones, todas con idénticas puertas, idénticas chapas, hasta que llegaron al final, donde se encontraba una puerta de mayor tamaño y elegancia que las demás.

El extraño tomó el picaporte y jaló de él muy suavemente; la puerta se abrió silenciosamente. La atmósfera de esta nueva a habitación, o mejor dicho salón, era de dimensiones muy amplias y techos altos adornados con figuras humanas muy estilizadas en marfil y mármol blanco, con alegorías a las ciencias y el conocimiento.

Dentro de la habitación el sujeto hizo una venia y se retiró. El viejo Kibräck pudo concluir que aquel extraño era un sirviente. Trató de buscar alguna pista que le revelara la identidad del lugar, de donde se encontraba.

—¿Le fascina lo que ve, señor Kibräck-?— Una voz que rompió el silencio, al escuchar pronunciar su nombre, estremeció al viejo que supo disimular su temor preguntando –¿Qué es este lugar?– y la voz le respondió —Aquíse encuentra lo más notable de nuestra civilización, señor Kibräck.

El viejo trataba de rastrear el origen de la voz, pero se dio cuenta de que la voz sonada en su cabeza misma y pudo distinguir a una persona sentada en una esquina del salón así que se dirigió a ella preguntándole —¿Dónde se encontraba realmente?— El anciano nunca había escuchado del reino de Kantöra.

Aquella persona sentada en una especie de trono tallado en madera blanca, una vez más le habló, pero parecía no mover los labios ni hacer gesto alguno —Esperábamos su despertar, Espero que la servidumbre lo haya tratado bien.— La persona sentada se puso de pie y pidió amablemente que lo acompañase a un pequeño paseo por el salón y fuera de este. El anciano Kibräck seguía en silencio al anfitrión, quien lo conducía por los impresionantes jardines, adornados con hermosas esculturas y fabulosas fuentes de aguas, la mayoría de caminos conducían a una especie de plaza mayor en la cual se ubicaban seis edificaciones, según dijo el anfitrión; el cual en un momento seguido se identificó como JANONAZs, de la jerarquía “NAZs”,

Le dijo al anciano, que frente a él se presentaba el orgullo de la nación de Kantöra: Las seis casas que constituyen los pilares fundamentales del reino, son las casas de Kantöra, estas son el estado mismo.

La primera de ellas es la Casa del Conocimiento”, en donde se encuentran almacenadas las más grandes obras escritas por nuestros mejores pensadores y filósofos. En ella está la historia de Kantöra. El extraño acompañante lo guio por fuera de los edificios, más no se pudo entrar en ellos porque la entrada estaba restringida para los recién llegados.

Luego pasaron por otro edificio no menos fastuoso, pero sí de menor dimensión, que era “la casa de las Artes”. Este edificio poseía jardines en los cuales se encontraban algunos artefactos y esculturas muy interesantes; algunas parecían poder elevarse. Lo que pudo ver el viejo Kibräck era que muchos de esos artefactos eran muy parecidos a aquellos que destruyeron el viejo mundo, pero continuó su recorrido con JANONAZs el cual le explicaba la genialidad de aquellas esculturas y el alto desarrollo artístico de su reino.

El viejo Kibräck se encontraba confundido, aún era difícil digerir todo aquello y más aún cuando toda esa belleza se encontraba en un lugar del cual nunca había escuchado hablar. Miraba hacia arriba y no veía un cielo, solamente podía observar la brillantez de una nebulosa que ardía sobre ellos.

La Casa de Sanación— dijo JANONAZs y frente a ellos se erguía un edificio de unos dos pisos de altura en impecable marfil blanco; la fachada constaba de tres puertas de arcos abovedados tallados finamente. Una gran fuente adornaba su patio frontal. El viejo Kibräck se acercó y pudo observar que dentro de la fuente había peces de escamas doradas y recordó el tiempo en que los ríos y los mares tenían peces, en el tiempo antes que las guerras envenenaran y acabaran con la vida de gran parte de las criaturas marinas en el mar. Ahora únicamente habitan medusas y otros seres que lo único que poseen es veneno para atacar y defenderse del hombre y su locura. El viejo se perdió durante unos instantes en sus pensamientos, que fueron realmente años de recuerdos en su mente.

Recorrieron por unos minutos más la casa de sanación y se abrió ante ellos otra edificación, era una cúpula plateada con una brillantez que no dañaba la vista, más bien se podría decir que era un brillo hipnotizador que lo sacó al mismo tiempo de la profundidad de sus recuerdos, —“La Casa de Ciencia” —Como verás es modesta y se diferencia a las demás porque es sencilla como una esfera, pero dentro de ella encierra el desarrollo científico de nuestra sociedad ya habrá mucho tiempo para entrar en ella—. Le dijo su anfitrión mientras apuraba el paso para llegar hacia dos casas más, las cuales eran muy parecidas una a la otra, unidas por un puente; y el viejo Kibräck le preguntó por qué esas casas se hallaban unidas por un puente, a lo cual JANONAZs le respondió que aquella se trataba de una sola casa, “”La Casa de Justicia” y que el puente era lo unía los criterios de ser encontrado culpable o inocente. El viejo Kibräck se quedó perplejo ante aquella explicación. A diferencia de las otras, esta tenía una sobriedad que asustaba, una verticalidad tan compacta que parecería estar viendo un cubo sólido de algún material denso.

El viejo sintió un susurro que lo llamaba, era JANONAZs que le indicaba que lo siguiera y que guardase silencio. Unos metros más adelante se encontraron con una construcción igual de hermosa a las primeras, se parecía más a La casa de las Artes solamente que esta ostentaba artefactos de guerra en sus jardines y plaza; tenía únicamente una puerta delantera con una inscripción sobre ella que rezaba “sarkazen altëm jokinem”. Inexplicablemente, el viejo Kibräck pudo entender el mensaje y el significado de aquel lenguaje extraño, era como si el significado de aquella frase le hubiera sido disparado al cerebro y se repitió a él mismo —¿Que la guerra no enloquezca a los justos?—
Una vez más se sorprendió en medio de tanta sorpresa.

Aquella casa estaba flanqueada por las estatuas de los más insignes guerreros de Kantöra blandiendo espadas, con gestos de sublime orgullo y dignidad, mientras que el viejo se preguntó si habría dignidad y orgullo que valieran en la guerra que él había vivido, sabía que la dignidad era algo que escaseaba en ellas, las guerras solamente traen muerte y desosiego se pensó para sus adentros. –¡No siempre la guerra fue como la conoces!—dijo JANONAZs —Alguna vez hubo algo de decencia—. El viejo Kibräck quedó sorprendido de que también podían oírse sus pensamientos. El viejo pudo observar que una de las estatuas había sido cercenada la cabeza y preguntó y a quién pertenecía aquella estatua, pero no recibió respuesta alguna.

El paseo continuó durante unos minutos. Al final de los jardines que rodeaban la casa de Guerra, se encontraba una estructura de sobria apariencia y de mucha menos altura que las demás, de fachada de piedra oscura. Poseía una sola puerta de entrada sin ventanas exteriores; sobre la puerta aparecía una escritura, la que pudo leer sin mayor problema. “Casa de Trüeque”, decía. El viejo Kibräck pensó: ¿qué era lo que se podría truecar en aquella casa y cuál era su cometido? Miró a JANONAZs, y antes de poder decirle algo, él le dijo que la casa de trueque era uno de los principios de Kantöra. Era una casa mucho más importante aún que la casa del conocimiento, peroestaba restringida la entrada en ella para los recién llegados.

El viejo Kibräck guardó silencio el resto del paseo, trató de no generar pensamiento alguno, pero en realidad estaba lleno de preguntas.

Sentado sobre un confortable mueble el viejo Kibräck recibió la visita de uno de los servidores de JANONAZs quien le indicó que debería seguirlo hacia los comedores porque era la hora de almuerzo el viejo se puso de pie y diligente lo siguió por uno de esos extensos corredores lleno de puertas y salones, puertas más adelante entraron a un pequeño salón con una larga mesa situada en el medio con muchas sillas, el tablero de la mesa estaba tallado en bajos relieves de una talla muy suave muchas alegorías sobre la cocina de Kantöra

Le acercaron un lavatorio de manos hecho de oro puro para que se lavase. Poco después le trajeron una fuente con un ave al horno,el viejo no pudo distinguir de qué tipo de ave se trataba hace mucho tiempo que las aves en el mundo de exterior se habían extinguido. Pero tenía hambre y lo comió tranquilo, disfrutando el sabor de su inusual comida.

En una de las pláticas con JANONAZs el viejo le preguntó cómo es que un reino tan grande y tan desarrollado, se había mantenido al margen de la guerra que destruyó al mundo conocido. JANONAZs sonrió y le respondieron que lo que sucede en el mundo exterior no era asunto de ellos. —¡Kantöra solo se debe a Kantöra!—

Kantöra ha existido por siempre y así será por la línea del tiempo y espacio.

El viejo no pudo evitar en preguntarle sobre las inscripciones en las diferentes casas y sobre un nombre que leyó JHEONAZs.

JANONAZs perdió la tranquila imperturbable de su rostro, se notaba que aquella pregunta había tocado una fibra de su ser. JANONAZs le pidió al viejo Kibräck que lo acompañase en un paseo por los jardines y le narró la historia de Kantöra. Entremuchas cosas, le contó que Kantöra significa lo que siempre existe. Aquí el tiempo transcurre distinto a cualquier otro lugar, las leyes que afectan al exterior aquí no afectan más. El viejo Kibräck escuchaba algo atónito y escéptico las palabras de su anfitrión.

Pues ahora te revelaré lo que sucedió atrás en nuestra historia.

El reino de Kantöra está regido por las dos castas: la casta de los FERTURIANOZs o llamados solamente FERs y la casta de los NAZTURIANOZs al cual yo pertenezco y honro. Hubo uno de nosotros, JHEONAZs quien pensó en alcanzar la perfección de sí mismo. No le bastó con tener la autoridad aquí, en Kantöra pensó es extender el reino y su poder proponiendo leyes inviables que iban en contra de nuestras propias leyes y normas. Por eso fue destituido de su autoridad y, antes que nos diéramos por enterados, él ya había huido con muchos de sus seguidores fuera de las fronteras de este reino. Ascendió al mundo exterior, llevando parte de los conocimientos y la ciencia de Kantöra, allá afuera, en un mundo desierto y hostil. Recreo la vida vegetal, recreo vida en todo sentido, y cometió la peor de las infamias, tomó parte de sí mismo y creo a un nuevo ser que caminó erguido sobre el nuevo mundo, un nuevo ser capaz de pensar por sí mismo capaz de generar inteligencia y sentimientos innobles un ser que supo del bien y del mal por igual, cosa que lo hacía muy peligroso para el equilibrio del cosmos. Pronto JHEONAZs pobló el mundo exterior con su nueva creación y caminó entre ellos y repugnó de su casta NAZs y se hizo llamar JHEOTHá (el dios creador), y entre sus creaciones se contaban híbridos seres alados que tenían el poder de hacernos la guerra y tener victoria sobre nosotros.

Tardamos en decidirnos en actuar al respecto, pero al final fuimos en su busca, para retornarlo y procesarlo por sus delitos contra el reino. Pero la superioridad numérica de sus no impidió derrotarlo, se lucharon batallas que duraron miles de días, que costaron muchas vidas de nuestros ciudadanos y sus servidores, algunos de ellos aún conservan las marcas de aquel acontecimiento. Fue así que JHEOTHá reinó desde aquel día en el mundo exterior, dedicándose a recrear existencia con impunidad absoluta.

El viejo Kibräck escuchaba atentamente la narración, poco a poco se convencía de que aquel lugar no era nada menos que el mismo infierno y que aquellos seres tan bellos y hermosos eran demonios o tal vez todo lo contrario ellos eran de la raza de dios el creador y quien gobernaba allá en el exterior era el mismo demonio. Pero, ¿cómo podrían serlo si lo han atendido tan bien? Apartehasta donde él sabía, los demonios tenían cuernos y cola como se los ha descrito desde siempre, pero aquellos eran seres hermososy solidarios, pero aun así la idea le cruzó por lo más profundo de su mente.

JANONAZs le miró y le dijo: —¡A nosotros nos llamó demonios que significa opositor, pero fue JHEOTHá quien ha hecho todo lo que estaba opuesto a nuestras leyes! —.

El anciano quedó con la idea fija del sacrificio. Su vieja alma era la de su nieto Taküir quien a todas luces era una mejor persona que él.

Recordó como lo había abandonado sin pelear a merced de los bandidos y como a pesar de que el niño gritara en ayuda él lo abandonó a su suerte, el peso de la culpa pudo más que sus débiles piernas, el anciano se desplomó sobre el suelo con los ojos invadidos por un millón de lágrimas y rezó e imploró un perdón, golpeándose el pecho se recriminó ser un cobarde, toda su vida, haber traicionado su fe y la fe de su familia y pidió perdón por sus antiguos pecados, por qué había comprendido los dogmas de la fe y había por fin des comprendido esas falsas creencias que lo habían mantenido ciego ante la verdad de las cosas.

El viejo Kibräck se acercó y le pidió que le hablase sobre el misterio de la casa de trüeque cómo era que funcionaba bajo qué leyes se regía.

—¡Es simple!—le respondió JANONAZs. —En la casa de trueque se intercambian no solamente cosas materiales, sino que también las almas o lo que quieras trüequear. Pero para poder saber que puedes intercambiar, primero debes saber cuál es tu valía y si el intercambio es válido y justo, para eso debemos saber cuánto vales —, —¿cuánto valgo? Se dijo el anciano mientras se rascaba la cabeza con ambas manos, cabeza.

JANONAZs lo condujo ante un altar y sobre este había una balanza pequeña de platos dorados muy bien pulidos tanto así que brillaban a la menor caída de luz sobre ellos, tomó la mano del anciano y con la otra mano un pequeño puñal y pincho la palma de la mano del anciano de la cual brotaron algunas gotas de sangre que hizo caer sobre la balanza JANONAZs consultó las líneas que median el valor del anciano y se sorprendió al ver tan alto valor y se preguntó así mismo —¿Este será el valor de la redención?—JANONAZs le explicó que en la sangre está la información de quienes somos y cuanto valemos.

El anciano estaba decidido a sacrificarse; fue entonces cuando accedió al contrato de que se le presentaba frente a él. Entonces fue sentado sobre por el mismo JANONAZs,una silla en la cual poco a poco sintió perder el conocimiento, fue como un ligero desvanecimiento, pero no duro mucho tiempo y empezó a recobrar el sentido nuevamente, pero esta vez despertó en el páramo a unos cuantos metros de su nieto Taküir justo en el momento en que era masacrado por los bandidos y tan cerca para también ser avisado por ellos quienes le atacaron hiriéndole de muerte mientras que el anciano y el niño eran arrastrados hacia la nave de los nigromantes y aun con un halo de vida en el cuerpo, se le acercó JANONAZs con un gesto sonriente, el anciano le dijo muy débilmente –¿Por qué? Si había sacrificado su propia alma por la de su nieto, ¿por qué había sido enviado a morirse él junto a su nieto? La mirada desorbitada y confundida del anciano Kibräck quien sangraba profuso por la nariz y boca por los golpes asestados por los bandidos.

JANONAZs lo miró con ojos muy piadosos y le dijo: –El intercambio es justo y correcto, pero te diré que antes de ti, muchos pagaron un precio igual de equivalente por tu alma, por qué muchos pensaron en ti y el valor de sus odios contra ti no se compara en nada al valor de tu alma para nosotros, pensaste que no te íbamos a reconocer Jack Kantur?……… el fénix muerto– el infierno nunca olvida

Hubiéramos dicho, he hecho cualquier cosa por tener tu retorcida alma en nuestras manos.

El viejo Kibräck quien en su antigua vida había sido el fénix, sintió cómo la vida lo abandonaba sin remedio y un momento después dejó de ser.

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