
Hay días en que uno se levanta con ganas de transformar el mundo.
Y otros, en los que, si el café no se enfría antes de la primera reunión, ya es un triunfo.
En mi caso, viví muchos de ambos.
Pero hay una historia que me acompaña como un tatuaje invisible.
No ocurrió en una oficina llena de tensión, sino en mi interior.
Fueron esos días en los que renuncié —dos veces— a trabajos que me pagaban más de lo que necesitaba, pero que no me ofrecían lo que realmente buscaba: sentido, adrenalina, desafío.
Vida.
Cuando el liderazgo choca con el sinsentido
Dejar un cargo bien pago en una corporación no es una decisión fácil.
Dejar dos, menos aún.
Pero había algo que me carcomía.
Entraba cada mañana con el piloto automático activado.
Los días pasaban entre reuniones eficaces, objetivos cumplidos y métricas saludables.
Cero presión, y hasta sugerencias de la dirección de «hacer la plancha», es decir, no hacer nada fuera de mantener las cosas como estaban.
Pero dentro de mí, el aire se volvía denso.
No había nada que me conmoviera y no había nada que pudiera motivar a mi gente si yo no estaba motivado.
Sentía que estaba hipotecando mis talentos en una cuenta que no rendía emocional ni espiritualmente.
Me miré al espejo y entendí que no podía seguir liderando sin estar vivo.
Lo que me faltaba no era éxito.
Era propósito.
¿Qué significa liderar con empatía real?
Recordé entonces una frase de John Gardner, citada en el libro Fish!:
“El significado no es algo que se encuentra por casualidad… lo construyes con tu pasado, tus afectos, tus talentos, tus creencias, tus valores. Tú eres el único que puede juntarlos en ese modelo que será tu vida.”
La frase me perforó y me revolvió el estómago.
¿Estaba siendo coherente entre lo que creía y lo que hacía?
¿O era un líder de cartón que hablaba de motivación, mientras se apagaba por dentro?
Fue entonces cuando entendí que liderar con empatía no es un «extra».
Ese era mi propósito y era la única manera de que el liderazgo valiera la pena.
Lo aprendí en carne propia
Durante mi primer asignación como líder de un equipo, allá lejos y hace tiempo, corría detrás de resultados como quien persigue el tren de la eficiencia.
Hasta que un día, un colaborador me dijo sin rodeos:
“Tu agenda está llena de cosas importantes, pero vacía de tiempo para nosotros.”
Fue como un corte de luz en medio de una presentación brillante.
Desde ese día, comencé a generar espacios de escucha, sin jerarquía, sin urgencias.
No para hablar de reportes, sino de personas.
Descubrí que detrás de cada profesional había un ser humano que necesitaba ser visto, escuchado, comprendido.
Algunos no sabían qué decir.
Otros se quebraban.
Y unos pocos me miraban con asombro, como diciendo: “¿Y este no era el que gritaba por una planilla mal cargada?”
No se trata de dirigir. Se trata de comprender.
Simon Sinek, autor de Start With Why, lo dice claro:
“Los líderes que inspiran no manipulan a las personas, las inspiran para que actúen por convicción.”
Y para que alguien actúe por convicción, necesita saber que lo que hace tiene valor.
No en un balance, sino en su historia personal.
De eso se trata el liderazgo con alma: de activar en los otros el deseo de dar lo mejor, no por obligación, sino por pertenencia.
¿Por qué nadie dice con orgullo ‘soy un recurso humano’?
La palabra lo dice todo: recurso.
Algo que se usa, se mide, se descarta.
Pero las personas no son piezas de una maquinaria.
Son portadores de historia, de miedos, de sueños.
No vienen por un sueldo (aunque ayuda).
Vienen porque quieren construir algo que valga la pena.
Y eso no se logra con frases motivacionales en la cartelera, ni discursos bonitos pero alejados de la realidad.
Se logra con presencia.
Con líderes que estén incluso cuando no tienen respuestas.
Con jefes que no huyen del conflicto, sino que lo abrazan con humanidad.
Preguntas para líderes que no quieren apagar almas
Si hoy estás al frente de un equipo, o liderando una organización, te invito a hacer una pausa y preguntarte:
- ¿Hace cuánto que no hablas con alguien de tu equipo sin mirar el reloj?
- ¿Cuántas veces priorizaste tareas por encima de vínculos?
- ¿Quién en tu equipo podría estar desconectándose y no te diste cuenta?
- ¿Tu liderazgo genera confianza o tensión?
- ¿Lideras con alma… o con agenda?
Conclusión: liderar con propósito o renunciar con dignidad
A veces, hay que dar un paso al costado para recuperar el rumbo.
Yo lo hice.
Dos veces.
Y lejos de perder (aunque si algo de dinero), gané claridad.
Descubrí que el verdadero liderazgo no nace del poder, sino del propósito.
No está en el cargo, sino en la mirada que enciende otras miradas.
Como dijo Howard Thurman, teólogo y mentor de Martin Luther King Jr.:
“No te preguntes qué necesita el mundo. Pregúntate qué te hace sentir vivo y ve a hacerlo. Porque lo que el mundo necesita es gente que esté viva.”
Hoy, cada vez que hablo con un líder en formación o con un equipo en crisis, vuelvo a esa frase.
Porque liderar no es arrastrar a otros hacia objetivos vacíos.
Es ayudarles a encontrar sentido en cada paso.
A vibrar.
A desafiar.
A vivir.
Y si alguna vez alguien tiene que llorar en tu oficina, que sea por cualquier cosa, alegre o triste, pero no por tu forma de liderar.
¿Te animas a ser un líder con alma, no sólo con resultados?
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