Tratado sobre la ética del colapso y las utopías terminales

Tratado sobre la ética del colapso y las utopías terminales

Un breve manifiesto  no lírico para estos tiempos en que no sirven los manifiestos. 

Lo intentamos con diálogo, diplomacia y desarrollo sostenible… y aquí estamos: con incendios, algoritmos y ansiedad colectiva. El diálogo es ahora dos monólogos. El desarrollo no se sostuvo y la democracia es apenas una herramienta discursiva. Retrocedemos en conocimiento y ciencia, mientras las teocracias siguen surgiendo.

Entonces, el humanismo ya no basta, ni el fuego purifica.

En medio de este panorama, propongo una ética extraña, improvisada, lúcida y frágil: la ética del colapso. No es una doctrina, ni una esperanza, ni un proyecto de ley. Es una forma de estar en el mundo sin convertirse en verdugo, aun cuando todo alrededor se deshace. No busca salvar el sistema; apenas se pregunta cómo no ser parte del daño.

El humanismo ha sido, durante siglos, un refugio moral. Hoy parece un lujo reservado para quienes tienen seguro médico y salud emocional. Aunque todavía valoramos la dignidad y los derechos, lo hacemos desde una posición precaria, rodeados de desigualdad normalizada, guerras en alta definición y vidas medibles por productividad.

No es que el humanismo haya muerto, pero sobrevive apenas, entubado en informes vacíos de impacto social. A veces despierta, se levanta a hablar en foros —esos a los que van las mismas veinte personas— y luego vuelve a dormir. La ética del colapso, en cambio, parte de que el mundo no será justo, pero aun así no todo está permitido.

Propongo también a la anarquía como respuesta ética, no solo política. Como un juego de geometría imposible que nos tiene buscando un horizonte por el cual caer al abismo. Cuando el Estado protege más al capital que a la vida, y las leyes se convierten en herramientas de exclusión, desobedecer deja de ser un acto de rabia y se convierte en una elección moral —y técnica—.

No se trata de quemarlo todo por gusto, sino de dejar de fingir que el orden vigente es legítimo solo porque está escrito (y bien diseñado para que usted quiera disfrutarlo). La ética del colapso no romantiza el caos, pero reconoce que, a veces, no queda más que reinventar desde las ruinas.

Dejo algo más como corolario: el gesto más ético puede ser negarse, de forma agresiva o incluso violenta, a obedecer un sistema que premia la crueldad.

Hoy en día, hasta nuestros monarcas y los nuevos dueños del mundo han caído en lo que solo puede llamarse la moral del derrumbe. En tiempos terminales, la verdadera ética no se escribe en manifiestos, sino en gestos cotidianos: compartir el agua, cuidar a quien nadie mira, resistir sin aplastar. Cuando todo empuja al “sálvese quien pueda”, elegir cuidar al otro es un acto radical.

Para terminar: la ética del colapso debe ser silenciosa, casi invisible. Vive en los márgenes, no busca reconocimiento. Es el arte de no traicionar lo que queda de humano, incluso si nadie más está mirando.

No hay redención garantizada ni finales heroicos. Solo la posibilidad de actuar con cierta decencia mientras todo se cae. La ética del colapso no es una solución, sino una brújula sin norte, que apenas señala lo que no queremos ser… y lo que inútilmente intentaremos ser en medio del derrumbe.

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