Y lo encontré.

Encontré las ganas de acabar con todo, de destruir átomo por átomo cualquier mera e insignificante existencia de lo que podría ser el remordimiento y la empatía.

Sentí pena, asco, odio, rencor, repudio, aversión, náuseas, aborrecimiento, estrés. Sentí como todo mi reflujo intestinal se retorcía de la aberración de su existencia y sentía como me quemaba las entrañas, sentí vomitar dentro de mi y como la asfixia me invadida. Soñé con el objetivo de detestar en ficción y sanar en realidad. No pude.

Cada vez que siento cada partícula de su efímera existencia, me vibra la bilis y se me rebotan los cólicos. Tengo hambre de insectos tan venenosos como el odio y tan repulsivos como el vomitar, no es necesario buscarlos porque yacen dentro de mi vientre, colmado de pena y sin una gota de compasión. Listos para devorar la flaqueza del débil. Pero debe haber equilibrio.

Si la cosa muere, una cosa nace. Estoy hastiada de las cosas. Una cosa pasa y por eso se agravan mis cosas. Cosas, cosas y cosas, quiero engullir el alma de esa cosa tan insignificante y repulsiva. Si lo hago ya no se me van a derretir los ojos ni se me calcinara el cerebro. Mi corazón revertirá las cenizas y se suplirá el odio. Porque, no hago más que pensar en el odio.

Odio.

Asco.

Odio.

Asco.

Porquería, simplemente porquería que vive en la espesa flema de la desgracia de su impudorosa vida.

Ojala con solo chasquear los dedos, pudiera acabar con este veneno qué me quema los sesos.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS