Justamente hoy, tres meses.

Hoy hace tres meses desde que te fuiste.
Faltan minutos para que llegue tu hora.
Esa hora exacta, esa maldita, la que quedó clavada en mi memoria como un puñal. La que todavía me duele nombrar. La que convirtió el tiempo en una línea quebrada.

Tres meses.
Y aún no entiendo cómo puede el mundo seguir girando sin ti. Cómo puede amanecer, cómo la gente sigue con sus rutinas, sus risas, sus prisas… mientras a nosotros se nos detuvo algo por dentro.

Hay días en que parecemos funcionar, en que caminamos, hablamos, reímos incluso. Pero por dentro… dentro hay un hueco, un frío, una ausencia que no se llena con nada.
Tu nombre sigue ardiendo en mi garganta. Tu imagen me visita en los sueños.
Y cada vez que me despierto, me golpea de nuevo la misma verdad: no estás.
Y no vas a volver.

Hoy estoy aquí, escribiéndote esto, porque no sabía cómo hablarte.
Porque no puedo enviarte un mensaje, ni llamarte, ni abrazarte.
Pero aún así necesito decirte que te pienso. Que te extraño. Que te lloro. Que a veces te odio un poco por haberte ido, aunque sé que no es justo.
Que te busco en todo: en una canción, en una esquina, en una palabra.
Y que no sé muy bien cómo seguir sin ti.

Más tarde, cuando llegue esa hora, voy a leer esto en voz alta.
Aunque me tiemble la voz. Aunque me quiebre.
Porque quiero que lo escuches, donde sea que estés.
Y después lo voy a quemar.

Porque el fuego purifica, transforma y libera.
Porque quiero que este dolor deje de ser peso y se vuelva humo.
Porque tal vez, en esa ceniza que se quede, haya una forma de despedirme.

O al menos de intentarlo.

Te escribo para recordarte.
Te leo para soltarte.
Te quemo para dejarte ir.

Pero no te olvido.
Eso nunca.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS