El Arte de Volver a Empezar

El Arte de Volver a Empezar

Bajo el cielo encendido de octubre, Aissa y Maicol se encontraron por primera vez en una librería de viejo, donde el olor a papel gastado y tinta antigua flotaba como un hechizo. Ella, con sus dedos recorriendo los lomos de los libros, buscaba algo que no sabía nombrar; él, observándola desde el rincón de los poetas malditos, sonrió al reconocer en su gesto la misma sed insaciable que ardía en él. Así comenzó todo: con versos robados de Neruda, con miradas que dibujaban promesas en el aire, con tardes enteras perdidas en cafés donde las palabras fluían como un río indomable.

Pero el amor, cuando es intenso, suele ser también un campo de batalla. Los primeros desencuentros llegaron con el invierno: Maicol, abrumado por sus silencios demonios, comenzó a cerrarse como un libro con páginas pegadas; Aissa, herida por su distancia, aprendió a mentir diciendo que no le importaba. Hubo noches en las que ella lloró frente al espejo, preguntándose si alguna vez había entendido realmente al hombre que amaba; días en los que él vagó por la ciudad, repitiéndose que no merecía la luz que ella era. Se separaron sin ceremonias, solo con un adiós susurrado en una estación de tren.

El tiempo pasó, llevándose pedazos de ellos, pero también enseñándoles que el amor verdadero no se extingue, solo se transforma. Un verano, casualmente, se cruzaron en el mismo lugar donde todo había comenzado. Aissa llevaba el pelo más corto y una cicatriz en la muñeca que hablaba de sus propias luchas; Maicol había aprendido, por fin, a mirar de frente. No hubo reproches, solo un reconocimiento lento y dolorosamente honesto. «Tal vez —murmuró él— podamos escribir un nuevo capítulo». Ella, con lágrimas asomándose, respondió: «Siempre supe que nuestra historia no estaba terminada».

Hoy, años después, construyen su amor sobre cimientos más sólidos, hechos de perdones y de palabras dichas a tiempo. Aissa escribe cuentos en los que siempre hay finales felices; Maicol lee en voz alta cada uno de ellos, como si fueran plegarias. Saben que el amor no es solo un fuego arrasador, sino también el rescoldo que perdura, esperando ser avivado de nuevo. Y esta vez, no dejarán que se apague.

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