Por : Carlos Tovar
La cárcel de Babilonia, enclavada en Brasil, era considerada uno de los penales más peligrosos del orbe. Entre sus muros pululaban leyendas del crimen: nombres como Tomasito, Peluca o Chapero inspiraban pavor. Los peores asesinos y violadores yacían encerrados allí, cual siniestra colección en un museo del mal.
Aquel amanecer, los guardias omitieron su ritual: ni abrieron los candados ni realizaron la revista. Un silencio sepulcral ahogaba la prisión. Los reclusos de la celda contigua fueron los primeros en percibir la anomalía. —¡Oigan, los del frente! ¿Saben qué ocurre? —vociferaron. —Ignoramos todo —respondimos—. Nadie ha venido.
La quietud se volvió opresiva.el terror comenzó invadilnos , a nosotros y a los presos vecinos. Sin agua ni alimento, iniciamos los gritos: —¡Auxilio! ¿Hay alguien? ¡Socorro!
Los de la celda adyacente unieron sus alaridos desesperados. Nadie acudió. Al caer la noche, el insomnio se apoderó de todos; la oscuridad y el mutismo tejían una pesadilla tangible.
Con el nuevo día, descubrimos la celda vecina abierta. Los prisioneros habían desaparecido. Solo quedaban osamentas dispersas y charcos de sangre. Comprendimos de inmediato: éramos el banquete de algo monstruoso. Aquella entidad se había hartado con aquellos hombres sin emitir un solo ruido. ¿Acaso había devorado a toda la cárcel? Sus víctimas no tenían escapatoria. La noche era su cacería; entonces, fuera lo que fuese, emergía para saciarse.
Medianoche. Un arrastre reptante resonó en los pasillos. Supimos que era nuestro fin. Cerré los ojos, sintiendo cómo el ser engullía a mis compañeros. Nadie opuso resistencia. Nadie profirió un quejido. Era un horror inenarrable.
Aguardé mi turno para ser devorado… pero el ataque nunca llegó. Al abrir los ojos, la luz matinal reveló el horror: todos habían sido consumidos. La celda era un osario sanguinolento. La criatura se había esfumado, como si la claridad le repugnara. Los barrotes estaban abiertos. Salí. Soledad. Cadáveres desollados. Calles vacías. Ni un alma me llamó.
Mientras avanzaba, una pregunta me taladraba: ¿Por qué me perdonó? ¿Acaso me reserva para esta noche de luna llena?ResponderReenviarNo puedes reaccionar con un emoji en un grupo
Un Festín Suculento
Etiquetas:
terror psicológico
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