El espacio terapéutico es un lugar de encuentro conversacional,
pero sobre todo, de intimidad.
Como terapeuta, me permito emocionarme.
Y no me lo guardo.
Lo comento, expreso lo que me hace sentir su historia,
sin tomar protagonismo.
Me gusta mostrarme sensible,
porque lo soy.
No voy a esconderme tras un rol serio e impenetrable.
Estoy dispuesta a acompañar el dolor.
No me siento incómoda.
Al contrario, me siento privilegiada de haber sido escogida entre tantos profesionales,
de ser yo quien acompaña.
Acompaño desde el respeto.
Desde la sensibilidad.
Las terapeutas también lloramos.
No por falta de recursos,
sino porque el vínculo nos toca,
porque somos humanas.
Yo no quiero tener todas las respuestas.
Quiero mantenerme humana, disponible, flexible.
Me gusta saberme libre en mi quehacer clínico:
libre, pero con un compromiso irrenunciable.
Estoy lista para no estar lista y, aun así, saberme segura.
Darle espacio a la incertidumbre, con ética y responsabilidad.
Soy una terapeuta novata.
No importa si lees esto cuando tenga cuarenta años de experiencia.
Soy novata porque me considero una eterna estudiante.
Inexperta,
pero profundamente comprometida.
OPINIONES Y COMENTARIOS