Hay palabras que no se dicen, se sienten. “Khen” es una de ellas.
En hebreo, esta palabra se traduce como gracia, pero no esa que se repite sin sentido o se menciona por cortesía. Khen es mucho más que una palabra bonita. Es la expresión pura del favor inmerecido, del amor que llega cuando no lo esperábamos, del alivio que entra justo cuando pensábamos rendirnos.
Khen es el momento en que Dios te mira y te dice: “No es por lo que hiciste, es por quién soy Yo”.
Vivimos en un mundo que mide todo por méritos. Que te dice que vales lo que produces, que mereces según lo que das. Pero la gracia no obedece esas reglas. La gracia sorprende, rescata, levanta. La gracia no exige, regala. Y cuando la recibes, algo se transforma.
Recibir gracia es entender que no estás solo, que a pesar de tus errores, tropiezos, heridas, hay una oportunidad para comenzar de nuevo. Es saber que, incluso en tus momentos más rotos, hay alguien que sigue creyendo en ti.
Khen no cambia las circunstancias. Cambia tu corazón frente a ellas. Y eso… lo cambia todo.
Hoy tal vez no lo puedas ver, pero la gracia te ha sostenido más veces de las que recuerdas. En esa llamada que llegó a tiempo. En el abrazo que no pediste pero te salvó. En el silencio en el que Dios te habló sin palabras.
Que nunca dejemos de asombrarnos por la gracia. Que nunca la confundamos con suerte ni la demos por sentada. Que entendamos que vivir con Khen es caminar sabiendo que, incluso en los días más grises, el cielo sigue apostando por nosotros.
“Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida…”
— Salmo 23:6
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