LOS QUE MIRAN EL VERSÍCULO

LOS QUE MIRAN EL VERSÍCULO

javier vázquez

13/06/2025

Me lo pusieron en la celda porque sabían que no lo soportaba. Lo hicieron a propósito. “La Salchicha” me tenía bronca desde hacía tiempo, y los guardias conocen bien la fórmula: cuando dos presos se odian, lo mejor es que se maten entre ellos. Yo salía en pocos meses. Él no saldría nunca.

Le decían así porque había aplastado a un tipo contra el piso, dejándolo como una salchicha reventada. Apenas entró, fue el dueño del pabellón: pedía cigarrillos, drogas, dinero. A veces le conseguía algo. Cuando no, terminábamos a las piñas en las duchas. Una vez lo dejé sangrando; desde entonces me hablaba con más cuidado.

La noche que lo trajeron a mi celda fue extraña, tranquila. Se acostó temprano, sin una palabra. Me llamó la atención que, antes de apagar la luz, sacara una biblia estropeada y leyera una página en silencio. Siempre la tenía encima. Dormía abrazado a ella como un chico.

La segunda semana estalló el problema. Se me tiró encima sin decir una sola palabra. Yo estaba en la litera, dormido. Peleamos. Él era más grande, pero yo me defendí. Afuera, los guardias miraban sentados, como si fuera un espectáculo. Nadie intervino. Habían vaciado las celdas de los costados.

Logró bajarme los pantalones mientras me sujetaba del cuello. Alcancé a ver, en el forcejeo, por los barrotes de la puerta: los dos guardias se tocaban. No supe qué me impactó más, si la fuerza con la que me dominaba o lo que hacían ellos.

Terminó primero él, después los otros dos.

Apenas unos segundos más tarde, yo.

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