Mi vida en otro mundo

Mi vida en otro mundo

Cartroca

10/06/2025

La Mentira Inocente de Elías Soto

Una tarde calurosa de verano, tras un largo día ayudando a sus padres en la granja, Elías Soto, de 16 años, buscaba una distracción. Su curiosidad lo llevó, como ya era costumbre, hacia el arroyo que marcaba el límite de las tierras familiares. Sabía que Lyra Molino, la hija del molinero, una joven de risa fácil y espíritu vivaz, solía refrescarse allí al abrigo de unos sauces centenarios. Con el corazón latiéndole de emoción y la mente llena de travesuras inocentes, Elías trepó ágilmente a uno de los sauces más grandes, buscando la posición perfecta entre las hojas para «observar la naturaleza en su esplendor».

Se acomodó precariamente en una rama, estirando el cuello y agudizando el oído. Lyra ya estaba en el arroyo, sus risas claras mientras el agua salpicaba. Elías se estiró un poco más para ver mejor, la rama crujiendo peligrosamente bajo su peso. En ese instante de concentración máxima y deseo intenso, algo extraño ocurrió. No fue un gran estallido, sino una sensación de ligera distorsión en el aire. La imagen de Lyra se volvió un poco más nítida, los sonidos del arroyo increíblemente claros, casi dolorosos. Elías sintió una conexión tangible con el aire mismo, una extensión de sus sentidos. Pero la rama no aguantó. Con un chasquido seco, cedió, y Elías se fue de bruces.

No cayó directamente al arroyo, sino sobre algo… ¡blando y sorprendido! Un grito ahogado se le escapó al impactar. Resulta que no era el único observador. Debajo de él, camuflado entre los arbustos, estaba un anciano de barba desaliñada y capa raída, que hasta ese momento había estado tan absorto en su propia observación como Elías. El impacto los dejó a ambos en una maraña de ramas y dignidad perdida.

Elías se levantó como pudo, justo a tiempo para ver a Lyra, completamente empapada y furiosa, que había salido del arroyo ante el estruendo. Sus ojos, ya no tan risueños, se posaron en los dos intrusos. «¡¿Qué creen que están haciendo aquí?!», gritó, su voz resonando por el claro.

Momentos después, la escena era un cuadro de incomodidad y desesperación cómica. Elías y el anciano estaban de rodillas en la humilde pero inmaculada sala de los padres de Lyra. Barlo Molino, un hombre robusto y de rostro severo, y Elara Molino, de brazos cruzados y mirada implacable, los miraban como si fueran dos ratones atrapados en una trampa. Pero no estaban solos. Detrás de ellos, igualmente sonrojados y avergonzados, estaban los padres de Elías, Silas Soto y Mara Soto, quienes habían sido arrastrados allí por la indignada Lyra.

«Y bien,» bramó Barlo Molino, «¡¿Podrían explicarnos por qué mi hija los encontró, sucios y desaliñados, acechando cerca de su baño, y por qué el hijo de mis vecinos estaba con este… este hombre?!»

Elías, con el rostro enrojecido, tartamudeó: «Nosotros… nosotros…» Miró al anciano en busca de ayuda, y luego a sus propios padres, que parecían querer desaparecer bajo el suelo.

El anciano, con una sorprendente calma para alguien que acababa de ser aplastado por un adolescente, se aclaró la garganta. Sus ojos brillaron con una astucia insospechada. «Estimados,» comenzó con una voz que, aunque rasposa, sonaba sorprendentemente digna, «entendemos perfectamente su indignación. Pero hay una explicación… un tanto inusual.» Se volvió hacia Elías con una mirada severa, como si estuviera reprendiendo a un alumno. «Joven Elías, te dije que la discreción es clave en el arte de la observación elemental, ¿no es así? ¡Y tú, por tu inmadurez, casi lo arruinas todo!»

Los padres de Lyra parpadearon, confundidos. Los padres de Elías, por su parte, estaban boquiabiertos, sin entender nada de lo que pasaba. El anciano continuó, tejiendo una red de mentiras con la habilidad de un maestro tejedor: «Soy Maestro Alaric Greymane, un humilde pero experimentado mago. He estado notando una chispa elemental inusual en el joven Elías. Una afinidad natural con el aire y los sentidos, un talento que rara vez se ve en un muchacho de su origen.» Hizo una pausa, mirando a los padres de Elías con una expresión de profunda seriedad. «Y para que pudiera aprender a controlar sus percepciones y ver más allá de lo evidente sin causar… inconvenientes, le estoy enseñando técnicas de observación y concentración. La idea era que practicara a detectar sutiles cambios en el entorno sin ser visto. Es un entrenamiento avanzado, lo sé, y hoy, como ven, ha fallado estrepitosamente.»

Elías, boquiabierto y aún con la vergüenza marcando su rostro, asintió vigorosamente, captando la indirecta. «¡Sí, señor! ¡Maestro Alaric me estaba… entrenando para ser más observador! ¡Para sentir el viento y el canto de los pájaros a distancia! ¡Es un mago muy sabio y solo intentaba ayudarme con mi… sensibilidad!» La mentira era tan descarada como desesperada, pero la convicción de Alaric y la propia torpeza de Elías la hacían extrañamente plausible.

Silas Soto, que no podía creer lo que oía, finalmente encontró su voz: «¿Pero… pero un mago? Maestro, nosotros somos granjeros, no tenemos dinero para pagarle por tales… lecciones.» Mara Soto asintió, su rostro lleno de preocupación.

Alaric sonrió, una sonrisa enigmática que apenas iluminó su barba desaliñada. «Mis queridos,» dijo con una voz suave pero firme, «el talento no se mide en oro. Elías tiene una cualidad innata, un instinto. Lo hago por el bien del muchacho, por el bien de la magia misma. Pocas veces me encuentro con una mente tan… curiosa y con un potencial tan crudo. Siento en mis huesos que este muchacho puede llegar a ser un gran mago, si se le guía correctamente. Considérenlo mi contribución al futuro, sin coste alguno para ustedes.» Su mirada se posó en Elías con una mezcla de reproche y expectación. «Aunque, por supuesto, su discreción y su disciplina deberán mejorar considerablemente para que no terminemos todos tras las rejas.»

Los padres de Lyra, tras un largo e intenso interrogatorio y viendo que los dos parecían más tontos que maliciosos, además de conmovidos por la supuesta «generosidad» del mago, a regañadientes cedieron. «Bien,» dijo Barlo Molino, con un suspiro de resignación. «Pero si lo vemos de nuevo por aquí, Maestro Alaric, o si esta ‘sensibilidad’ de Elías causa algún problema, ¡irán a la cárcel!»

Los dos años siguientes pasaron volando para Elías Soto y Lyra Molino, marcados por el sudor en los campos, la disciplina (o la falta de ella) en los entrenamientos y las inevitables travesuras de la juventud.

Para Elías, la vida era una danza constante entre las exigencias de la granja y las excéntricas lecciones del Maestro Alaric. Silas y Mara, sus padres, ya se habían acostumbrado a la extraña rutina. Alaric seguiría insistiendo en sus «ejercicios de concentración y percepción», mientras Elías seguía pensando en ellos como intuiciones extrañas que a veces funcionaban y otras no.

«Elías,» diría Alaric, con los ojos cerrados bajo la sombra de un árbol, «concéntrate en el trigo. Siente su necesidad. ¿Qué te ‘dice’?»

Elías, a menudo con una expresión de perplejidad, cerraría los ojos. Un día, después de un momento de intensa concentración (y quizás un pensamiento fugaz sobre la cena), Elías sentiría un zumbido en el estómago y, al abrir los ojos, notaría que la cosecha de trigo a lo lejos parecía haber crecido un milímetro, o que las malezas cercanas se habían encogido levemente. «Creo que… está un poco sediento, Maestro, y las malas hierbas están dando problemas,» diría con un encogimiento de hombros.

Alaric, con su habitual tono imperturbable, pero con un brillo en sus ojos, apuntaría algo en una pequeña libreta oculta en su túnica. Lo que Elías percibía como «sediento» o «problemas de malas hierbas» era para Alaric una conexión elemental incipiente con el agua o la tierra. Esos dos años vieron a Elías desarrollar una habilidad para «potenciar» sutilmente el trabajo de sus padres en la granja, haciendo que las cosechas fueran un poco más abundantes o que el arado fuera ligeramente más fácil, todo bajo la justificación de su «buena intuición». Su «magia» se manifestaba como una ayuda en el esfuerzo de los demás, un «empujón» invisible que, si bien él aún no lo entendía, ya estaba afectando a su entorno.

Además de la granja, Alaric empezó a llevar a Elías al pueblo para «practicar sus percepciones» con pequeños trabajos. Elías usaba su «intuición» para encontrar objetos perdidos, desde el anillo de una anciana hasta una llave extraviada del herrero, o para «sentir» la honestidad de un comerciante, ayudando a desenmascarar un par de tratos turbios. Siempre bajo el ojo vigilante de Alaric, que disimulaba sus verdaderos avances bajo el disfraz de «habilidad innata» del muchacho.

Mientras Elías cultivaba su «intuición» y sus padres cultivaban sus campos, Lyra, por su parte, no perdía el tiempo. La hija del molinero tenía una energía inagotable y una aversión por las tareas domésticas. Tras el incidente con Elías y Alaric, Lyra se había obsesionado con la idea de defenderse a sí misma. Resultó que tenía una habilidad innata para la espada y el combate cuerpo a cuerpo. Con la ayuda de un viejo soldado retirado del pueblo (y sin la «observación» de Elías), Lyra entrenó sin descanso. Su esgrima era rápida, su fuerza sorprendente y su determinación implacable. Pasó de ser la inocente chica del arroyo a una joven formidable, con los músculos tonificados y una mirada de acero que contrastaba cómicamente con su antigua reputación. Elías, de vez en cuando, la veía entrenar en el campo de atrás de la herrería, y su «intuición» le decía que era mejor no acercarse demasiado.

Un Enredo en la Taberna: La Magia de Elías Causa Revuelo

Un viernes por la noche, buscando un escape de la monotonía de la granja y de las lecciones «avanzadas» de Alaric, Elías se escabulló al pueblo. La Taberna del Jabalí Gruñón era el corazón de la vida social, un lugar ruidoso y lleno de historias, donde los rumores y las risas fluían como la cerveza barata. Elías se sentó en un rincón, intentando pasar desapercibido, mientras absorbía las conversaciones a su alrededor.

Dos comerciantes, con las caras rojas por el alcohol y la indignación, discutían acaloradamente en la mesa contigua. Uno, un hombre corpulento con una voz atronadora, se quejaba de un cargamento de lana que había desaparecido misteriosamente. «¡Se la tragó la tierra, lo juro! ¡Ningún rastro!» El otro, más delgado y nerviosísimo, asentía con la cabeza. «Y mis especias… ¡desaparecieron del almacén como por arte de magia! ¡Esto huele a brujería barata o a robo descarado!»

Elías, con su oído mágicamente agudizado, no pudo evitar escuchar. El rumor crecía en la taberna, mezclándose con los gritos y las risotadas. Mientras se concentraba en la conversación, una sensación extraña lo invadió. Las palabras de los comerciantes se volvieron increíblemente vívidas, y de repente, una imagen apareció en su mente: un sendero poco transitado que conducía a las afueras del bosque, y un carro cubierto, oculto bajo una lona, con bultos que se parecían mucho a lana y sacos de especias. Un rostro borroso, con una cicatriz distintiva, se asomaba desde la lona.

Elías sintió un escalofrío. Era la misma sensación de nitidez que había experimentado junto al arroyo. Emocionado y con una pizca de su habitual picardía, no pudo contenerse. Se levantó de su asiento y, con más confianza de la que realmente tenía, interrumpió a los comerciantes.

«Disculpen, señores,» dijo Elías, su voz un poco más alta de lo que pretendía. «Escuché su problema. Creo que sé dónde está su mercancía.»

Los dos hombres lo miraron, primero con asombro, luego con desconfianza. El corpulento frunció el ceño. «¿Y tú quién eres, muchacho, para saber dónde están mis bienes? ¿Un ladrón, quizás?»

«¡No, no!» exclamó Elías, poniéndose nervioso. «Solo… tengo una buena intuición. Vi… bueno, no vi, pero sentí… que un carro cubierto está escondido en el sendero viejo, el que lleva al borde del Bosque Susurrante. Y la persona que lo movió tiene una cicatriz justo aquí.» Elías se tocó la mejilla para ilustrarlo.

La taberna entera se quedó en silencio. Barlo Molino, el molinero, que estaba cerca bebiendo cerveza, se giró con una expresión de perplejidad y una pizca de irritación al ver a Elías de nuevo metido en algo. Alaric, que por casualidad también estaba en la taberna, disimuladamente intentando conseguir una cerveza gratis, casi se atraganta con su vaso al oír a Elías.

La audacia de Elías era innegable, y los comerciantes, desesperados, decidieron darle una oportunidad. Bajo la mirada atónita de la gente de la taberna y la supervisión exasperada de Alaric, se formó un pequeño grupo que se dirigió hacia el Bosque Susurrante, guiado por Elías y su «intuición» mágica.

El pequeño grupo, liderado por un Elías sorprendentemente confiado y seguido de cerca por los nerviosos comerciantes, se adentró en el crepúsculo del Bosque Susurrante. Alaric, con un aire de resignación, los seguía a cierta distancia, observando con un interés inusual.

Elías avanzaba, concentrándose. La imagen que había visto en la taberna, ese sendero y el carro oculto, se volvía cada vez más clara en su mente. Era como si un hilo invisible lo tirara en la dirección correcta. A veces, tropezaba con una raíz o una rama, pero cada vez se recuperaba, el rastro en su mente más nítido que el sendero mismo.

«Por aquí, por aquí,» murmuraba Elías, señalando hacia un desvío apenas visible cubierto por maleza.

Los comerciantes intercambiaron miradas escépticas. «Muchacho, ¿estás seguro? Este camino no lleva a ninguna parte,» dijo el corpulento, su voz teñida de impaciencia.

«¡Confíen en mí!», exclamó Elías, con una mezcla de pánico y la convicción de que esta vez, su extraña magia no lo traicionaría.

Alaric, con un movimiento casi imperceptible de su bastón, agitó una rama que, de repente, reveló con mayor claridad el desvío. Los comerciantes dudaron un momento, pero la esperanza de recuperar sus bienes era demasiado fuerte.

Siguieron a Elías por el sendero escondido. No mucho después, la penumbra del bosque se abrió ligeramente, revelando un pequeño claro oculto. Y allí estaba, tal como Elías lo había «visto»: un carro de carga cubierto con una lona oscura, mal escondido detrás de unos arbustos densos.

Justo en ese momento, un hombre emergió de entre los árboles cercanos, frotándose los ojos con fastidio. Era un sujeto desaliñado, con una cicatriz notable que le cruzaba el pómulo. «¡Hey! ¡¿Qué hacen con mis cosas?!» gritó, al ver el carro expuesto.

Los comerciantes no esperaron. Con un grito de indignación, se abalanzaron sobre el ladrón. Elías, que había estado a punto de celebrar su acierto, se quedó pasmado ante la velocidad con la que la situación escaló. El ladrón, sorprendido, intentó huir, pero los dos hombres, motivados por la ira y la euforia del hallazgo, lo sometieron rápidamente.

Mientras lo ataban, el corpulento comerciante se volvió hacia Elías, con una expresión de asombro y gratitud. «¡Increíble, muchacho! ¡Tenías razón! ¿Cómo… cómo lo supiste?»

Elías sonrió, encogiéndose de hombros. «Solo… intuición, señor. Mucha intuición.» Lanzó una mirada rápida a Alaric, quien le devolvió una sonrisa enigmática. El anciano mago se había mantenido al margen, pero sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y una pizca de diversión.

Al cumplir los dieciocho años, Elías y Lyra eran muy diferentes a los adolescentes que habían sido dos años atrás. Elías, con su ingenio rápido, su «intuición» sorprendentemente útil y su tendencia a los comentarios subidos de tono, y Lyra, una guerrera competente y de carácter fuerte. Ambos, por razones muy distintas, estaban listos para dejar atrás la vida en el pueblo y buscar la aventura en el mundo. La ciudad, con su Gremio de Aventureros esperando a los mayores de dieciocho, se alzaba como su próximo destino. Y Elías, con una nueva libertad (y quizás nuevas oportunidades para su «intuición») en mente, ya fantaseaba con lo que encontraría allí.

La noche antes de que Elías cumpliera sus dieciocho años y, con ello, la edad para unirse al Gremio de Aventureros, la pequeña casa de los Soto se llenó de un inusual aire festivo. Silas y Mara, orgullosos de su hijo, habían preparado una cena sencilla pero abundante, con lo mejor de sus cosechas y un guiso de conejo que era la especialidad de Mara. Lyra, ya no la niña del arroyo sino una joven esbelta y fuerte con una mirada decidida, estaba allí, sonriendo y charlando con Elías, quien no paraba de hacer chistes. También estaban Barlo y Elara Molino, los padres de Lyra, que aunque aún recordaban el incidente del arroyo, parecían haberlo perdonado (o al menos, haberse acostumbrado a las rarezas de Elías).

La charla fluía animada, sobre todo entre los adultos. «Ya dieciocho, Elías,» comentó Silas con una sonrisa, mientras servía más sidra. «Un hombre hecho y derecho. Quién diría que este granjero se convertiría en… bueno, en un ‘intuitivo’ tan útil.»

«Sí,» añadió Mara, mirando a Lyra con una chispa en los ojos. «Y Lyra, mírala. Una señorita hecha y derecha también. Deberían empezar a pensar en sentar cabeza, ¿no creen? Las familias necesitan crecer, y el pueblo necesita gente fuerte para el futuro.»

Lyra se sonrojó ligeramente, mientras Barlo y Elara asentían con aprobación. Elías, sintiendo el calor subir a su rostro, interrumpió con su humor habitual, intentando desviar el tema. «¡Sentar cabeza! ¡Si apenas sé dónde tengo la mía, madre! Además, ¿quién dijo que una familia solo se hace con… uh… con…?» Se detuvo, buscando las palabras, y Alaric, que hasta entonces había permanecido en silencio observando la escena con su habitual sonrisa enigmática, intervino con una tos discreta.

«Permítanme un momento,» dijo Alaric, captando la atención de todos. Se levantó con una elegancia sorprendente para su edad y desenvolvió un bulto que había estado apoyado en la esquina. «Elías, joven ‘observador’ de mosquitos y rocío mágico. Has llegado a una edad en la que tu… ‘intuición’ debe ser tomada más en serio.»

Desdobló la tela, revelando un conjunto de ropa de mago. Era una túnica de un verde oscuro profundo, casi musgo, con detalles bordados en un amarillo brillante que formaban patrones que parecían ramas y hojas. Era práctica, pero con un aire de misterio. Junto a ella, había un pequeño bolsito de cuero a juego. Luego, con una sonrisa, le tendió un bastón hecho de madera nudosa, con una gema no muy grande, de un color ámbar opaco, engarzada en la parte superior.

«Esta túnica te ayudará a concentrar tu energía, aunque no sepas cómo,» explicó Alaric. «El bolsito para tus… necesidades. Y este bastón… la gema no es poderosa por sí misma, pero tiene una compatibilidad innata con los elementos. Te ayudará a canalizar esa ‘intuición’ tuya, que, por cierto, es mucho más que eso. Es una conexión con la tierra, el viento, el agua… incluso con el fuego, si te atrevieras a encenderlo.» Alaric le guiñó un ojo.

Elías tomó las prendas, asombrado. La túnica era suave al tacto y el bastón se sentía sorprendentemente bien en su mano. «Maestro Alaric… esto es… esto es increíble. ¡Gracias!»

Silas y Mara, conmovidos por el gesto, se miraron. «Nosotros también tenemos algo para ti, hijo,» dijo Silas, sacando un bolso de cuero marrón robusto de debajo de la mesa. «No es una túnica de mago, pero con los ahorros que pudimos juntar, esperamos que te sea útil en tus aventuras. Para que guardes tus cosas… y quizás alguna que otra merienda.»

«Y para que no se te olvide que, aunque te vayas por el mundo, siempre tendrás un hogar,» añadió Mara, abrazando a Elías con fuerza.

Lyra se acercó, sonriendo. «Bueno, Elías, parece que ya tienes todo lo necesario para ser un gran aventurero. Solo te falta una cosa…» Lyra hizo una pausa teatral, y Elías la miró con recelo, esperando el chiste. «¡Saber usarlo, claro! Porque si sigues haciendo que las moscas vuelen por todas partes con tu ‘intuición’ o que las plantas se mojen por un ‘rocío mañanero’, ¡no llegarás muy lejos!» Lyra rió, y la tensión de la conversación sobre el matrimonio se disipó por un momento.

Mientras la celebración llegaba a su fin y los padres de Lyra se despedían, Alaric se acercó a Elías. Su sonrisa enigmática se había desvanecido, reemplazada por una expresión de seriedad que Elías pocas veces le había visto.

«Elías,» comenzó Alaric, su voz más grave de lo usual, «tengo algo importante que decirte. Mañana, debo partir.»

Elías frunció el ceño. «¿Partir? ¿Para dónde, Maestro? ¿Otra de sus ‘prácticas de observación’ lejanas?»

Alaric negó con la cabeza. «No, Elías. El Rey… el Rey de la Capital, en el Continente del Sol Naciente, me ha mandado llamar.» Elías abrió los ojos de par en par. La Capital Principal, un lugar legendario, solo reservado para los más poderosos. «Hay asuntos de gran importancia que requieren mi presencia. Asuntos que un viejo como yo debe atender.»

Elías sintió un nudo en el estómago. El Rey. El Continente del Sol Naciente. Aquello no era un viaje normal. «Pero… pero Maestro, ¿y mi entrenamiento? ¿Y… y quién le dirá a la gente del pueblo que soy un ‘intuitivo’ si usted no está?»

Alaric posó una mano en el hombro de Elías. «Tu entrenamiento real apenas comienza, Elías. Ya has aprendido a confiar en esa chispa interior. Ahora debes aprender a pulirla y a controlarla. Y en cuanto a tu reputación… el Gremio de Aventureros es el lugar donde los héroes se hacen un nombre, no las mentiras de un viejo mago y un joven con demasiado interés en los baños ajenos.» Una leve sonrisa volvió a sus labios. «Debes saber, Elías, que yo… yo soy Alaric Greymane, el Archimago Real de la Capital, o al menos, lo fui hace muchos años. La verdad es que me retiré para encontrar una vida más… tranquila. Pero parece que el deber llama de nuevo.»

La revelación golpeó a Elías como un rayo. Archimago Real. El anciano desaliñado que lo había salvado de una vergüenza pública y le había enseñado, a su manera peculiar, a usar la magia, era una de las figuras más importantes y respetadas del reino. La tristeza lo invadió. Se había acostumbrado a la presencia de Alaric, a sus lecciones crípticas y a sus escapadas juntos.

«Se va a ir… de verdad,» Elías murmuró, sintiendo una punzada de pérdida.

«Sí, muchacho,» respondió Alaric, su voz ahora más suave. «Pero no temas. El mundo es vasto y lleno de maravillas. Confía en tu instinto, Elías. Y recuerda, no todos los misterios se resuelven con un hechizo grandioso. A veces, la mayor magia es la que te permite ver más allá de lo evidente, o la que te da el valor para seguir adelante.» Se volvió hacia la puerta. «Tu camino te espera, Elías Soto. Ve y hazte un nombre, y que tu ‘intuición’ te guíe.»

Y así, con una última mirada y un brillo en los ojos, Alaric Greymane se desvaneció en la noche, dejando a un Elías de dieciocho años con una túnica nueva, un bastón misterioso, y la cruda verdad de que su mentor era mucho más de lo que jamás había imaginado. El granjero ahora era un mago, y su aventura apenas comenzaba.

Un Mes Después: La Llamada de la Aventura

El mes que siguió a la partida del Maestro Alaric fue extrañamente tranquilo. Elías Soto, aunque aún sentía la ausencia de su excéntrico mentor, se había adaptado. La casa de los Soto había vuelto a su ritmo normal, y Elías pasaba sus días entre el trabajo en la granja y la práctica de su «intuición» (que ahora él mismo, aunque en secreto, comenzaba a considerar su incipiente magia). Sin Alaric para justificar sus acciones, Elías se había vuelto más discreto, notando que su conexión con los elementos se hacía más clara, aunque seguía sin entenderla del todo. Se sentía un poco más solo, pero también extrañamente más confiado en sus propias capacidades.

La fecha del cumpleaños de Elías había llegado y pasado, y con ella, la puerta al Gremio de Aventureros se abría de par en par. La emoción, mezclada con el nerviosismo, burbujeaba en su interior.

Una mañana luminosa, Elías y Lyra Molino se despidieron de sus familias. Lyra llevaba una mochila ajustada y la empuñadura de su espada asomaba por encima de su hombro, la determinación brillando en sus ojos. Elías, con su túnica verde oscuro y su bastón de gema ámbar, se sentía más mago que granjero. Juntos, se dirigieron a la ciudad más cercana, no sin antes una última advertencia de los padres de Lyra sobre «mantener la distancia» y una mirada de reojo de Mara Soto hacia el bastón de Elías, como si aún no terminara de creerse que su hijo era un mago intuitivo.

El Gremio de Aventureros era un edificio imponente en el corazón de la ciudad, con un escudo grabado sobre la entrada que mostraba una espada y un mapa cruzados. El bullicio interior los golpeó en cuanto cruzaron el umbral: voces resonando, la risa de aventureros experimentados, el tintineo de copas y el aroma a cerveza y sudor.

Se abrieron paso entre la multitud hasta el mostrador de registro. Detrás de él, una secretaria de aspecto cansado y mirada afilada los recibió con un bostezo disimulado.

«Nombres,» dijo la secretaria, sin levantar la vista de unos pergaminos.

«Elías Soto,» respondió Elías, intentando sonar lo más serio posible.

«Lyra Molino,» añadió Lyra con voz firme.

«Bien, bien,» murmuró la secretaria, llenando los datos en dos pergaminos. «Ahora, la parte importante. Pongan su mano sobre la esfera de cristal. Determinará su afinidad y su rango inicial. No la rompan.» La mujer señaló una esfera de cristal pulida que descansaba sobre un pedestal de madera en el mostrador.

Lyra fue la primera. Con una respiración profunda, apoyó su mano sobre la superficie fría y lisa. La esfera brilló con una luz esmeralda intensa por un momento, y luego proyectó esa luz hacia la tarjeta de Lyra, donde las letras se imprimieron al instante.

La secretaria asintió mientras leía. «Interesante. Lyra Molino, sus estadísticas iniciales son…» La secretaria revisó la tarjeta de aventurero recién impresa.

  • Clase de Aventurero: F

  • Guerrera: Daño: B / Habilidad: C

  • Maná: D (Poco manejo de magia)

  • Vida: B (Resistencia alta)

  • Suerte: F (No hay suerte fácil para los guerreros, ¿eh?)

  • Carisma: D (Un poco ruda, pero eficiente)

«Nada mal para una novata,» dijo la secretaria. «Fuerte y con potencial. El Gremio podría usar más músculo como el tuyo. Tendrá que pulir esa Carisma si espera liderar a alguien más allá de un asalto frontal.» La secretaria marcó algo en la tarjeta de Lyra y se la entregó.

Ahora era el turno de Elías. Su corazón latía con fuerza. ¿Qué revelaría la esfera sobre su «intuición» mágica? ¿Le daría un rango alto, o lo humillaría públicamente?

Lyra recogió su tarjeta de aventurero con una mueca, el ceño fruncido por el rango F. «¡F! ¿Después de todo lo que he entrenado?» murmuró, aunque la secretaria ni se inmutó.

«Todos empiezan en F, señorita Molino,» respondió la secretaria sin levantar la vista. «Es la categoría de ‘Novato Básico’. Hay que demostrar valía para ascender. El Gremio no regala nada.»

Lyra, con un suspiro de resignación, cedió el paso a Elías. Él colocó su mano, un poco temblorosa, sobre la esfera de cristal. Sintió un cosquilleo, no muy diferente a la sensación de hormigueo que precedía a sus «intuiciones». La esfera brilló con una luz esmeralda, pero esta vez, la luz no era intensa. Era más bien difusa, casi como una neblina verdosa que se arremolinaba antes de dirigirse lentamente hacia la tarjeta de Elías, donde las letras se imprimieron al instante.

La secretaria, al ver la luz inusual, por fin levantó la vista, sus ojos entrecerrándose. Tomó la tarjeta y la leyó, su expresión pasando de la indiferencia a una mezcla de sorpresa y confusión, y finalmente, a una mueca de incredulidad que intentó ocultar.

«Elías Soto,» dijo, su voz con un tono que Elías no había oído antes, una mezcla de profesionalismo forzado y genuino desconcierto. «Sus estadísticas son… peculiares.» La secretaria carraspeó y leyó en voz alta, sin mostrar la tarjeta:

  • Clase de Aventurero: F (Novato Básico, por supuesto)

  • Mago Elemental: Maná: A (Control de energía elemental latente)

  • Vida: C (Salud aceptable para un mago)

  • Suerte: S (Extremadamente afortunado… o descarado)

  • Carisma: B (Sorprendentemente, no es un paria)

  • Habilidad Mágica: C (Potencial elemental, aunque inestable)

Un silencio incómodo se cernió sobre ellos. Lyra miró a Elías, luego a la secretaria, y de vuelta a Elías, con una ceja levantada.

«Mago Elemental, Maná A,» la secretaria repitió lentamente, como si no pudiera creerlo. «Pero Habilidad Mágica C… y Suerte S. Esto es… esto es lo más extraño que he visto en años.» Soltó una risa seca y forzada. «Tienes una cantidad asombrosa de maná, joven Soto, un pozo de energía inmenso. Pero tu habilidad mágica es apenas mediocre para la cantidad de poder que posees. Es como tener un barril lleno de vino y no saber cómo abrirlo. Y tu Suerte S… parece que tu conexión elemental, joven Soto, es más un don para tropezar con la buena fortuna que para lanzar hechizos elaborados.»

Elías sintió las mejillas arder. No solo le habían expuesto su inexperiencia en el combate, sino que también habían puesto en evidencia que su principal fortaleza era… la suerte combinada con un maná inmenso que no sabía controlar. Miró a Lyra, quien se mordía el labio para no reír.

«Bien, señor Soto,» continuó la secretaria, deslizando la tarjeta de Elías por el mostrador, «bienvenido al Gremio. Aunque no parezca que vaya a volar cabezas con hechizos elaborados, quizás su fortuna y ese maná lo salven de más de un aprieto. Ambos son ahora aventureros de Rango F. Busquen la pizarra de misiones, lean las reglas y no mueran en el primer encargo. Siguiente.»

Elías tomó su tarjeta, sintiendo el peso de su «extraña» clasificación. Lyra, sin embargo, le dio un codazo. «Bueno, Elías, al menos tienes suerte y mucho de lo que sea esa ‘Maná A’. Supongo que ahora tendré que protegerte para que no la uses toda en el primer callejón con un ataque de ‘rocío mañanero’.» Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. «Vamos, Mago Elemental sin hechizos, veamos qué clase de aventuras nos esperan.»

Los Primeros Pasos: Mascotas Perdidas y Hierbas Curativas

La pizarra de misiones del Gremio de Aventureros de Rango F estaba llena de encargos sencillos, perfectos para novatos que aún no habían demostrado su valía (ni su capacidad de sobrevivir).

«Buscar al gato mimado de la alcaldesa… Cosechar Flor de Luna en el Bosque del Arroyo… Ayudar a la posadera con la despensa…» Lyra suspiró, pasando la mirada por la lista. «Emocionante.»

Elías, sin embargo, parecía más optimista. «¡Hey, todos tienen que empezar por algo! Además, así podemos practicar un poco.» Señaló un anuncio: «Se buscan recolectores de Hierba de Sanación en las Colinas Silenciosas. Paga modesta.»

«Podría servir,» admitió Lyra. «Necesitamos algo para empezar a ganar reputación… y dinero para comprar algo más que pan duro.»

Así, su primera incursión como aventureros los llevó a las Colinas Silenciosas, recogiendo manojos de una hierba de hojas plateadas que brillaba a la luz del sol. Fue un trabajo tedioso pero tranquilo, que les permitió coordinarse un poco y acostumbrarse a moverse juntos en un entorno natural. La «intuición» de Elías resultó sorprendentemente útil para encontrar los parches más abundantes de la hierba. Por este trabajo, cada uno recibió unas cincuenta monedas de cobre, lo suficiente para una comida caliente y un par de jarras de sidra.

Su segunda misión fue aún más trivial: encontrar a «Pelusa», el caniche faldero de la excéntrica Lady Beatrice. Elías, con su carisma inesperadamente útil, logró sonsacar información de los sirvientes y finalmente encontraron al perrito perdido persiguiendo mariposas en el jardín del templo. Lady Beatrice, que amaba a su caniche más que a su propia fortuna, los recompensó generosamente con cinco monedas de plata y una bolsa de galletas rancias.

Estas pequeñas victorias aumentaron ligeramente su confianza, aunque ambos sabían que aún no se habían enfrentado a ningún peligro real.

En su tercera misión, mientras se adentraban en un claro del Bosque del Arroyo en busca de unas setas bioluminiscentes raras, la tranquilidad se rompió abruptamente.

Lyra, siempre alerta, fue la primera en notarlo. «Algo se acerca.» Su mano ya estaba cerca de la empuñadura de su espada de acero, una hoja sencilla pero bien forjada que brillaba tenuemente entre los árboles. Llevaba una armadura de cuero reforzado, ligera pero que ofrecía cierta protección en puntos clave como el torso y los hombros, permitiéndole moverse con agilidad.

Un momento después, un jabalí grande y de pelaje erizado irrumpió en el claro, gruñendo furiosamente. Tenía restos de bayas y tierra alrededor del hocico, y sus pequeños ojos estaban inyectados en ira al ser interrumpido en su festín.

«¡Un Jabalí Salvaje!», exclamó Lyra, desenvainando su espada con un movimiento rápido y poniéndose en guardia. «Parece hambriento… y muy molesto.»

El jabalí embistió hacia Lyra con sus colmillos afilados como dagas. Ella esquivó el ataque con un paso lateral, su espada lista para contraatacar.

Elías, sintiendo la adrenalina, retrocedió unos pasos, recordando vagamente las enseñanzas de Alaric sobre cómo canalizar su magia. «¡Aguanta, Lyra!» gritó, sintiéndose inútil con su bastón en la mano. «¡Estoy tratando de ayudarte!»

Cerró los ojos por un instante, concentrándose en Lyra, en su agilidad, en la necesidad de que fuera más rápida para esquivar los embates del jabalí. Su mente evocó imágenes del viento, de la velocidad de un halcón. Sintió una punzada de energía en su interior, y el bastón en su mano vibró levemente.

De repente, un tenue brillo blanco comenzó a emanar de los pies de Lyra. Ella, que estaba justo a punto de retroceder para evitar otro ataque del jabalí, sintió una ligereza repentina en sus piernas. Era como si el aire mismo la impulsara hacia adelante. Esquivó el siguiente embiste del jabalí con una agilidad sorprendente, moviéndose más rápido de lo que creía posible.

«¿Qué…?» murmuró Lyra, mirando sus pies por un instante, confundida pero aprovechando la oportunidad para intentar un tajo lateral con su espada.

Elías, con los ojos aún cerrados y sintiendo el flujo de su maná, comprendió vagamente lo que estaba sucediendo. Su magia elemental, latente pero poderosa, estaba respondiendo a su deseo de ayudar a su amiga, otorgándole una ráfaga de velocidad imbuida de energía del aire.

La pelea había comenzado, y Elías, el mago con mucho maná y poca habilidad ofensiva directa, había encontrado una forma de usar su magia: potenciando a su compañera.

En un momento de distracción, mientras Elías intentaba pensar en una habilidad útil que sirviera, el jabalí aprovechó. Lyra, por un instante, no fue lo suficientemente rápida. Uno de los colmillos del jabalí, largo y afilado, enganchó el borde de su armadura de cuero liviana. El buf de velocidad de Elías se desvaneció. El colmillo no la hirió directamente, pero rasgó una de las tiras que sostenían la pechera, haciendo que esta se desplazara. De repente, el seno izquierdo de Lyra, voluminoso y prominentemente expuesto, quedó casi por completo a la vista.

Elías lo notó al instante. Sus ojos se abrieron de par en par, y un calor incontrolable le subió por todo el cuerpo. No era solo la vergüenza, ni la necesidad de protegerla; era una oleada de energía primaria que se mezclaba con la excitación innegable de verla tan expuesta en medio de la acción. Esa combinación de instinto protector y picardía hormonal hizo que su maná se disparara. Pensó que lo ideal para detener al jabalí era que sus piernas quedaran atadas, y visualizó raíces emergiendo de la tierra.

En ese momento, la gema ámbar de su bastón brilló con una luz marrón rojiza. Desde el suelo, con un crujido audible, gruesas raíces leñosas emergieron rápidamente, enroscándose alrededor de las patas del jabalí. La bestia bramó, luchando con furia, pero las raíces lo sujetaron con una fuerza inquebrantable, inmovilizándolo por completo.

«¡Ahora, Lyra! ¡Es tu oportunidad!», gritó Elías, su voz ronca por la sorpresa y la concentración.

Lyra, aprovechando la inmovilización, no dudó. Con un rugido, lanzó un golpe final y devastador. Su espada se clavó con fuerza en el cuello del jabalí, y la bestia cayó pesadamente al suelo, inmóvil.

La adrenalina se disipó. Ambos se quedaron de pie, jadeando, mirando al enorme jabalí. Lyra se rió, su voz cargada de la emoción de la victoria. «¡Lo logramos, Elías! ¡Qué pelea! ¡Menos mal que tus… raíces nos salvaron al final! ¿Cómo se te ocurrió eso?»

Mientras hablaba y reía, Lyra no se percataba de la exposición de su pecho. Elías, sin embargo, estaba rojo como un tomate, sus ojos fijos en el seno de Lyra. Intentó desviar la mirada, pero era imposible. Su cara ardía.

Lyra, al ver la expresión de Elías, finalmente siguió su mirada hacia su propio pecho. Sus ojos se abrieron en shock. Con un grito de sorpresa y vergüenza, se cubrió con una mano, su rostro también poniéndose escarlata.

«¡Elías, pervertido!», exclamó Lyra, y antes de que él pudiera reaccionar, le propinó un puñetazo directo en la cara que lo hizo girar sobre sí mismo como una peonza y caer al suelo de espaldas con un «¡Uff!» amortiguado. Por un momento, las estrellas danzaron sobre su cabeza.

Unas horas más tarde, Lyra, con la espada de nuevo en su vaina, se dedicaba a desollar y carnear el jabalí con la eficiencia de quien ha crecido en un molino, donde el aprovechamiento es ley. Elías, por su parte, se encargaba de recoger las setas, con un notorio ojo izquierdo completamente negro e hinchado que apenas le permitía ver bien.

«Bueno, Mago Elemental,» dijo Lyra, sin levantar la vista de su tarea, «parece que tu magia de raíces funciona. ¿Y eso de la velocidad? ¿Cómo lo hiciste?»

Elías se tocó el ojo, haciendo una mueca. «¡Auch! No sé, Lyra. Es como si… como si los elementos me escucharan cuando realmente quiero algo. Lo de la velocidad fue porque quería que fueras más rápida, y lo de las raíces… bueno, quería que el jabalí se detuviera.» Elías se encogió de hombros, evitando la mirada de Lyra. «Parece que la magia es… un poco temperamental. Y mis deseos, a veces, causan efectos secundarios inesperados.»

Lyra le dio una palmada en la espalda (con más suavidad esta vez). «Pues a mí me sirvió. Y si tienes que ver algo indebido para salvarme el pellejo, supongo que tendré que aguantarme. Solo avísame antes de la próxima vez que te venga la ‘inspiración’ y mi ropa empiece a desaparecer.» Un leve sonrojo aún permanecía en sus mejillas, pero la broma aligeró el ambiente. «Aunque te lo advierto,» añadió, «la próxima vez que tu ‘inspiración’ se enfoque en mis ropas, la que te hará desaparecer soy yo.»

Mientras terminaban de preparar el jabalí para el transporte, dividiendo la carne, la piel y los colmillos con esmero para obtener el mejor valor en el Gremio, la conversación continuó con normalidad. A pesar del ojo morado de Elías y la vergüenza inicial, el incidente había demostrado algo crucial: Elías tenía una conexión elemental real, aunque aún descontrolada, y él y Lyra formaban un equipo sorprendentemente efectivo.

Con la carne, los colmillos y el ojo morado de Elías como prueba de su primera victoria real, Lyra y Elías regresaron al Gremio de Aventureros. El bullicio del lugar parecía aún más vibrante después de su enfrentamiento en el bosque. Se dirigieron directamente al mostrador de la secretaria, que los recibió con su habitual expresión de cansancio.

«Misión de las setas bioluminiscentes completada,» dijo Lyra, colocando la bolsa con las setas en el mostrador. «Y también tuvimos un encuentro inesperado con un jabalí. Lo hemos… ‘gestionado’.» Lyra le dio un codazo a Elías, quien hizo una mueca de dolor.

La secretaria, al ver el ojo morado de Elías, levantó una ceja. «Vaya. Parece que su ‘intuición’ no lo salvó de todo, joven Soto. ¿Problemas con las setas, quizás?» Dijo con una sonrisa seca, claramente divirtiéndose a costa de Elías.

«Fue… un accidente,» Elías murmuró, sintiendo el ardor de la vergüenza y el golpe.

«En fin,» la secretaria se encogió de hombros, sin indagar más. Revisó las setas y luego la ficha de la misión. «Muy bien. Misión completada con éxito. Aquí tienen su pago: dos monedas de plata y cincuenta de cobre.»

Elías y Lyra intercambiaron una mirada. No era una fortuna, pero era un buen comienzo. «Y con respecto al jabalí,» Lyra continuó, «traemos la carne y los colmillos para vender, y queremos quedarnos con la piel para reparar mi armadura.»

La secretaria examinó los trofeos del jabalí, que habían dejado en una carretilla cerca del mostrador. «La carne parece de buena calidad, y los colmillos son respetables. El Gremio se los compra por otras tres monedas de plata y cincuenta de cobre adicionales.» Hizo los cálculos en su ábaco. «En cuanto al cuero, es de buena calidad para reparar esa pechera. Parece que tuvieron un encuentro cercano, después de todo.»

Mientras la secretaria procesaba el pago, se detuvo y miró las tarjetas de aventurero de ambos. Una pequeña sonrisa, casi imperceptible, se formó en sus labios.

«Lyra Molino, Elías Soto,» anunció la secretaria. «Dada la complejidad añadida de su misión, y el hecho de que han logrado traer una bestia de tamaño considerable, el Gremio ha decidido que han demostrado suficiente habilidad para ascender de categoría.» Miró a ambos, que contenían la respiración.

«Felicidades, aventureros. Han sido promovidos a Rango D.» La secretaria hizo una pausa, viendo la sorpresa en sus rostros. «Sé lo que están pensando. Pasaron directamente de F a D. Es raro, pero no inaudito. Verán, el jabalí que cazaron, por lo general, es una criatura de Rango C. Que dos novatos F logren derribarlo, y sin muertes ni heridas graves… más allá de ese ojo, joven Soto,» dijo con una leve sonrisa hacia Elías, «significa que sus capacidades están, al menos, a la altura de un aventurero de Rango D. Han demostrado una competencia que excede con creces la de un novato básico.»

Lyra soltó un grito de alegría, y Elías, a pesar de su ojo hinchado, no pudo evitar una amplia sonrisa. Su primera misión ‘real’ había sido un éxito rotundo, y no solo habían ganado un buen dinero para sus bolsillos y para reparar la armadura de Lyra, sino que habían ascendido rápidamente. El camino de aventureros, aunque peligroso y lleno de sorpresas (y humillaciones ocasionales), ya empezaba a parecer mucho más prometedor.

Un Nuevo Horizonte de Misiones

Con sus nuevas tarjetas de Rango D en mano y la satisfacción de su ascenso, Lyra y Elías se sintieron como si el mundo se abriera ante ellos. La secretaria, con una leve sonrisa de satisfacción por su buen desempeño, aclaró algunos detalles de su nueva categoría.

«Felicidades de nuevo, aventureros,» dijo la secretaria, señalando la pizarra de misiones. «Ahora que son Rango D, tienen acceso a las misiones de su propio rango, pero también a las de Rango E y F. Es una política del Gremio: si tienes un rango superior, puedes aceptar misiones de rangos inferiores. A veces son buenas para ganar unas monedas rápidas, o para poner a prueba nuevas estrategias con menos riesgo.»

Lyra asintió, su mirada ya examinando las diferentes secciones de la pizarra. «Entendido. La idea es no estancarse, pero tampoco lanzarse a una muerte segura.»

«Exactamente,» confirmó la secretaria. «Y créanme, para los de su rango, las misiones pueden ser… interesantes. Más que buscar gatitos, eso es seguro.»

Misiones para Afinar Habilidades

Mientras Lyra y Elías se dirigían a la pizarra, ya planeaban su próximo movimiento. La idea de Elías, y Lyra no podía sino estar de acuerdo, era aprender un poco más de combate y de cómo funcionaban sus habilidades antes de lanzarse a misiones más peligrosas. Querían comprender mejor la magia «temperamental» de Elías y afinar la coordinación entre ambos.

«Mira, Lyra,» dijo Elías, señalando una misión de Rango F. «Esta es perfecta para practicar lo que aprendimos. ‘Limpieza de alimañas en la bodega del Tabernero El Gato Negro’. Parece que tienen un problema de ratas gigantes. Paga modesta, pero el tabernero ofrece una comida gratis.»

Lyra leyó el anuncio. «Hmm, Ratas Gigantes. Es un buen ejercicio para mí. No son muy peligrosas, pero sí rápidas y numerosas. Podría practicar mis barridos y ataques de área.» Se volvió hacia Elías con una sonrisa. «Y tú, ‘Mago Elemental’, ¿qué podrás hacer con ellas? ¿Hacerlas explotar con tu ‘intuición’?»

Elías se encogió de hombros, su ojo aún un poco hinchado. «Quizás pueda hacerlas más lentas, o concentrar el aire para que no me huelan. No lo sé, necesito probar. Es lo que digo, hay que practicar.»

Luego, Elías señaló otra misión de Rango E: «Recolección de bayas de Fuego en el Jardín Prohibido. Se requiere sigilo y precaución, las bayas son venenosas, pero muy valiosas para pociones.»

«Ah, sigilo,» Lyra reflexionó. «Eso no se me da tan bien, pero supongo que podemos intentarlo. Y las bayas venenosas… será un buen desafío para tu… ¿’intuición’ para distinguir lo tóxico?» Lyra le guiñó un ojo. «O quizás para tu suerte nivel S si terminas comiendo una.»

Un Detalle Inesperado: La Evolución del Poder de Elías

Mientras discutían las misiones, Lyra se inclinó un poco para señalar una nota en la pizarra, y su brazo rozó accidentalmente el de Elías. Fue un contacto breve, inocente, pero Elías sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo. Su mente, de repente, se inundó con una imagen clara y brillante: el interior de la bodega del Tabernero El Gato Negro, pero no como un simple lugar infestado de ratas. Ahora veía los flujos de aire en los túneles subterráneos, los puntos débiles de las vigas que sostenían el techo, e incluso una corriente de agua subterránea que discurría por debajo del suelo de piedra. Todo se presentaba con una claridad asombrosa, como si él mismo estuviera allí.

Elías parpadeó, su cara de nuevo tiñéndose de un leve rubor. No era la primera vez que algo así pasaba, pero cada vez era más evidente. Cada que la situación se volvía medianamente… íntima o reveladora con Lyra, su magia parecía expandirse y volverse más definida. Era como si la excitación, el asombro o la vergüenza provocaran una especie de catalizador inesperado para sus poderes elementales.

Lyra, ajena a la repentina revelación interna de Elías, seguía hablando de la misión. «¿Entonces, qué dices? ¿Ratas para el calentamiento y luego bayas venenosas para la estrategia?»

Elías asintió, aún un poco aturdido por la claridad de su nueva «visión». «Sí, Lyra… me parece un plan excelente. Creo que… tengo un buen presentimiento sobre la bodega. Y sobre las bayas.»

Lyra, que no se percató del cambio en la expresión de Elías, solo sonrió. «Perfecto. Pues manos a la obra, Mago Elemental. Tenemos un largo camino para llegar a ser leyendas.»

Misión: Bodega del Gato Negro – Descenso Inesperado

«Bueno, Lyra, ¿listos para enfrentarnos a un ejército de roedores?» preguntó Elías, tratando de sonar animado mientras se dirigían a la Taberna del Gato Negro. El tabernero, un hombre regordete con un mostacho imponente, los recibió con una sonrisa nerviosa.

«¡Ah, los aventureros del Gremio! ¡Gracias por venir! Es que… estas ratas gigantes son algo más que una molestia. ¡Han asustado a mis clientes y mordisqueado mis mejores barriles de cerveza!» El tabernero los condujo a una puerta de madera vieja al final del pasillo. «El sótano es por aquí. Es bastante oscuro, así que les preparé unas antorchas.»

Les entregó dos antorchas humeantes y Lyra tomó su suya con un movimiento rápido, encendiéndola de la que ya tenía el tabernero. La luz anaranjada danzó en las paredes mohosas del pasillo. «No se preocupen,» dijo Lyra, con una confianza tranquila. «Somos de Rango D, estas ratas no serán un problema.»

«Eso espero,» masculló el tabernero. «Una vez que terminen, habrá una buena comida esperando arriba.»

Con la promesa de un festín, Lyra y Elías descendieron los escalones de piedra resbaladizos hacia la oscuridad. El aire se volvió más frío y húmedo con cada paso, y un olor a moho y humedad llenó sus fosas nasales.

El primer encuentro no se hizo esperar. Un chillido agudo resonó en la oscuridad, y una rata del tamaño de un perro pequeño salió de la penumbra, sus ojos rojos brillando a la luz de la antorcha. Sus dientes eran largos y amarillentos.

«¡Una!» exclamó Lyra, desenvainando su espada. La rata embistió con rapidez sorprendente. Lyra reaccionó con agilidad, esquivando el ataque y asestando un corte rápido. La rata chillo de dolor, pero aún seguía con vida, intentando otro embiste. Elías, viendo la oportunidad, elevó su bastón. La «visión» de la bodega era clara en su mente, y canalizó su maná hacia la rata, imaginándola más pesada, más lenta. La gema ámbar de su bastón brilló. El movimiento de la rata se volvió perceptiblemente torpe, casi como si el aire alrededor de ella se hubiera vuelto denso.

«¡Ahora, Lyra!», gritó Elías. Lyra, aprovechando la lentitud del roedor, lanzó un golpe final que puso fin a la amenaza.

«Buen trabajo, Elías,» dijo Lyra, envainando su espada mientras la rata caía inerte. «Tu magia la hizo más lenta.»

Elías sonrió, orgulloso de su primer uso consciente de la magia elemental en combate. «Sí, es como si pudiera controlar el aire alrededor de ellos.»

Continuaron adentrándose en la bodega, Lyra al frente con la antorcha y la espada lista, y Elías detrás, su bastón ligeramente elevado, concentrado en el entorno. La oscuridad era casi total, rota solo por el parpadeo de las llamas. Pisaron un charco y Elías sintió un frío húmedo en sus botas.

De repente, un crujido ominoso resonó bajo sus pies. Elías miró a Lyra, su expresión de alarma reflejada en los ojos de ella. Antes de que pudieran reaccionar, el suelo bajo ellos cedió con un estruendo. Las viejas vigas de madera, carcomidas por la humedad y las ratas, colapsaron.

Lyra y Elías gritaron al mismo tiempo, las antorchas cayendo de sus manos y extinguiéndose al instante. La caída fue repentina y desorientadora. Rodaron y golpearon contra algo blando y resbaladizo, sumergiéndose en una oscuridad absoluta. No se veía absolutamente nada. El aire era pesado, húmedo, y el sonido de una corriente de agua era ahora inconfundible, resonando cerca.

Lyra había caído justo encima de Elías. Su peso la empujó más abajo, y él, en su desesperación por recuperar el equilibrio y librarse del aplastante peso, movió sus manos a tientas en la completa oscuridad. Sus dedos se cerraron, sin darse cuenta, alrededor de un par de nalgas firmes y voluminosas.

Elías se quedó completamente inmóvil, una mezcla de confusión y asombro recorriendo su cuerpo. No podía ver nada, pero la sensación era inconfundible. Su cara comenzó a arder en la oscuridad, y la misma oleada de energía primaria que lo había impulsado contra el jabalí comenzó a burbujear en su interior. En medio de la oscuridad, la confusión y la incomodidad de la situación, el maná en su bastón comenzó a emitir un débil y pulsante brillo amarillento.

Luz en la Oscuridad y una Revelación Incómoda

Elías se quedó petrificado en la oscuridad, sus manos aún aferradas a las nalgas de Lyra. Su mente era un torbellino de vergüenza y una explosión de energía. Justo entonces, Lyra, aturdida por la caída pero sin percatarse de la comprometedora situación, se sacudió.

«¡Ugh! ¡Qué golpe!» Lyra se levantó con un gruñido, sacudiendo la cabeza para aclararse las ideas. «¡Qué oscuro está esto! ¿Estás bien, Elías? ¡Menuda caída!»

Elías intentó respirar, pero sentía que el aire se le atascaba en los pulmones. No podía decir una palabra. Solo podía sentir el desborde de maná que recorría su cuerpo, una sensación tan intensa que le hacía cosquillas en los dedos. Por reflejo, apretó con más fuerza el bastón.

De repente, la gema ámbar del bastón de Elías estalló en una luz dorada y cálida, iluminando el pequeño espacio donde habían caído. La luz reveló un túnel estrecho, el suelo húmedo y resbaladizo, y el sonido del agua corriendo cerca era el de un pequeño arroyo subterráneo. También reveló el rostro de Lyra, ahora visible, mientras se giraba para mirarlo.

«¡Vaya! ¡Elías, puedes iluminar con el bastón!», exclamó Lyra, riendo a carcajadas. «¡Podrías haberlo usado antes, ‘Mago Elemental’! ¡Nos habrías ahorrado el susto!»

Lyra no tenía idea de que esa súbita explosión de luz no era una habilidad aprendida, sino el resultado de un desborde incontrolable de la energía de Elías, catalizada por la cercanía de Lyra y la tensión del momento. Elías se limitó a sonreír con torpeza, su cara aún teñida de un rojo furioso por la vergüenza, esperando que la oscuridad no regresara y, sobre todo, que Lyra no volviera a caer encima de él.

«Sí… jeje… la iluminación,» Elías se rió nerviosamente, evitando su mirada. «Supongo que estoy… aprendiendo nuevas cosas.»

El Túnel Subterráneo: Ratas, una Madriguera y un Desafío Gigante

Con la luz del bastón de Elías disipando la oscuridad, Lyra y Elías comenzaron a explorar el túnel. El arroyo subterráneo corría a un lado, su murmullo añadido al misterio del lugar. Caminaron con cautela, los ojos de Lyra acostumbrándose a la penumbra y los sentidos de Elías agudizados por la energía que aún vibraba en su interior.

No pasó mucho tiempo antes de que se encontraran con más problemas. Dos ratas gigantes, sus ojos brillando con malevolencia a la luz del bastón, surgieron de un recoveco. Lyra desenfundó su espada con presteza.

«Dos más,» dijo Lyra, su voz tensa. «Prepárate, Elías.»

Las ratas se abalanzaron. Lyra se enfrentó a una, sus ataques fluidos y precisos, mientras la otra se dirigía directamente a Elías. Él elevó su bastón, su mente concentrada. La gema ámbar volvió a emitir un tenue brillo. Elías esta vez visualizó una barrera de aire denso alrededor de sí mismo. La rata chocó contra una resistencia invisible, frenándose bruscamente antes de poder alcanzarlo. Lyra aprovechó la distracción para acabar con su oponente, y luego, con un grito de guerra, se lanzó a ayudar a Elías, despachando a la segunda rata con un golpe certero.

«¡Esa barrera de aire fue increíble, Elías!», exclamó Lyra, jadeando ligeramente. «¡Nos salvaste de un buen mordisco!»

Elías sonrió, el rubor de su cara atenuado por la satisfacción. Estaba empezando a entender cómo funcionaba su magia. Su «intuición» se manifestaba como un control sutil sobre los elementos, moldeándolos según su voluntad, aunque todavía de forma rudimentaria.

Decidieron seguir el rastro de una de las ratas heridas que se arrastraba por un túnel lateral. El pasaje se hizo más estrecho y tortuoso, y el aire más denso. El rastro de sangre los llevó a un espacio cavernoso, una madriguera principal.

El olor a rata era abrumador. Cientos de ojos rojos brillaban en la oscuridad mientras docenas de ratas de tamaño normal se movían en las sombras. Pero lo que les quitó el aliento fue la criatura en el centro de la guarida. Una rata gigantesca, del tamaño de un caballo pequeño, con pelaje erizado y colmillos más largos que las dagas de Lyra, los miraba con una inteligencia aterradora en sus ojos. Esta no era una rata cualquiera. Era el líder de la colonia, la Rata Reina.

Las ratas más pequeñas se agitaron, listas para atacar a los intrusos, pero un chillido agudo y autoritario de la Rata Reina detuvo a toda la horda. Las criaturas se quedaron inmóviles, como estatuas, esperando la orden de su líder. La Rata Reina, con un gruñido profundo que resonó en la caverna, les hizo una señal a sus súbditos para que no se movieran. Esta pelea era suya.

«Esto… esto no es una rata normal, Elías,» murmuró Lyra, su voz apenas un susurro. La preocupación era evidente en sus ojos. Empuñó su espada con ambas manos, su postura defensiva revelando que, por primera vez, sentía la verdadera amenaza.

Elías se colocó a su lado, elevando su bastón. La luz que emanaba de la gema ámbar fluctuaba con sus nervios, pero la visión de la bodega aún persistía en su mente, revelando patrones de energía en la Rata Reina. Sabía que esta vez, su «intuición» tendría que ser más que un empujón o una luz. Esta sería una batalla por sus vidas.

El Combate Contra la Rata Reina

La Rata Reina, una masa imponente de pelaje erizado y colmillos amenazadores, comenzó a avanzar, sus pequeños ojos inyectados en furia. No era una bestia común; su inteligencia era palpable, y el silencio de su horda de ratas menores era una prueba de su dominio. Lyra, su corazón latiéndole con fuerza, se preparó para el impacto.

Pero antes de que la Rata Reina pudiera dar un paso más, Elías, ya con los nervios a flor de piel, reaccionó instintivamente. Un tenue brillo blanco emanó de los pies de Lyra, la misma ráfaga de velocidad que la había ayudado contra el jabalí. La guerrera sintió una ligereza inmediata, sus músculos tensos y listos para moverse.

La Rata Reina se abalanzó con una velocidad sorprendente para su tamaño, sus garras y dientes buscando a Lyra. La joven, envuelta en la magia de Elías, se movía como un borrón, esquivando los ataques brutales por un pelo. Intentó asestar golpes con su espada, pero la piel gruesa de la bestia apenas sufría rasguños superficiales. La Rata Reina, con una agilidad inesperada, se defendía con fiereza, contraatacando con embestidas y tajos de sus garras.

Los pensamientos de Elías se arremolinaban, una mezcla de pánico y una creciente determinación. ¿Cómo podía ayudar a Lyra a derribar a esta mole? Tenía que apoyar su ataque, encontrar la forma de superar la defensa de la criatura. En su desesperación, mientras Lyra esquivaba por poco un zarpazo que podría haberla destrozado, Elías elevó su bastón. Su maná elemental respondió a su fervor, creando un escudo de viento que se manifestó como una barrera brillante y traslúcida alrededor de Lyra, desviando el golpe inminente de la Rata Reina.

Con cada segundo de la batalla, la mente de Elías se abría más a los elementos que lo rodeaban en la cueva. No solo sentía el aire, sino también la humedad de la tierra, el frío del agua que corría en el arroyo subterráneo. Un plan, crudo pero efectivo, comenzó a formarse.

«¡Lyra, concéntrate en los ataques cuando la veas dudar!», gritó Elías. Su bastón brilló con una luz verde-marrón, y desde el suelo húmedo, gruesas raíces leñosas emergieron rápidamente, enredándose alrededor de una de las patas traseras de la Rata Reina. La bestia chilló de frustración, perdiendo el equilibrio.

Mientras Lyra aprovechaba para un ataque, Elías extendió su percepción. El maná fluyó, y el aire frío que circulaba por el túnel se combinó con la humedad del suelo. El piso de piedra se volvió resbaladizo, cubierto por una fina capa de hielo. La Rata Reina, al intentar recuperar su postura, patinó bruscamente, sus patas buscando agarre en vano.

Cada resbalón, cada enredo con las raíces, cada vacilación forzada por la magia de Elías, le dio a Lyra la oportunidad de asestar un golpe profundo con su espada. La piel que antes parecía impenetrable, ahora sangraba con cada estocada bien colocada, transformando rasguños en heridas serias. La marea de la batalla estaba empezando a cambiar.

Un Combate Desesperado

La Rata Reina, con heridas abiertas en su piel antes impenetrable, lanzó un chillido furioso que resonó por toda la madriguera. No era un grito de dolor, sino una orden. De las sombras, media docena de ratas gigantes más pequeñas, pero igual de feroces, se abalanzaron sobre Lyra y Elías. La situación, ya de por sí precaria, se volvió desesperada.

«¡Elías, concéntrate en la Reina!», gritó Lyra, girando sobre sí misma para enfrentar la nueva amenaza. Su espada se movía en un torbellino de acero, bloqueando los embates de los nuevos enemigos.

Elías, sintiendo la presión de la creciente horda, reaccionó. Su bastón brilló con fuerza mientras concentraba su voluntad en la Rata Reina. Gruesas ramas leñosas emergieron del suelo con un crujido, enredándose alrededor de las patas de la bestia alfa, sujetándola con una tenacidad sorprendente. Quería mantenerla alejada de la acción, al menos por un momento.

Mientras Elías ataba a la Rata Reina, él y Lyra se vieron inmersos en una furiosa batalla contra las ratas más pequeñas. Lyra, a pesar de su velocidad mejorada, comenzaba a sentir el peso de la lucha. Sus movimientos eran menos fluidos, su respiración agitada. Había pasado de ser una guerrera eficiente a una combatiente exhausta. «¡No puedo seguir mucho más!», jadeó, un rastro de sudor y suciedad marcando su frente.

Elías no estaba mejor. Su cuerpo no estaba acostumbrado al drenaje constante de maná. Cada escudo de viento, cada oleada de raíces, cada congelación del suelo, lo agotaba. Sus músculos temblaban y sentía un zumbido constante en los oídos. La luz de su bastón parpadeaba con cada aliento que tomaba.

De repente, con un rugido de rabia, la Rata Reina se liberó de las raíces, que se hicieron astillas bajo su fuerza bruta. Con una velocidad inesperada, se abalanzó sobre Lyra, que estaba inmersa en la lucha contra dos ratas menores. No hubo tiempo para reaccionar. Los colmillos de la bestia se clavaron en el brazo izquierdo de Lyra, rasgando su armadura de cuero y abriendo una herida profunda. Lyra soltó un grito de dolor, la espada cayéndole de la mano por un instante.

«¡Lyra!», exclamó Elías, su voz llena de pánico.

A pesar de la herida y el agotamiento, el instinto de supervivencia los impulsó. Lyra, cojeando y con el brazo sangrando, recogió su espada con la mano derecha. Con la última de sus fuerzas, ella y Elías, luchando con una determinación que rayaba en la desesperación, lograron derribar a las dos ratas pequeñas restantes. Los cuerpos de los roedores cayeron pesadamente al suelo, inmóviles.

Ahora, en la madriguera llena de cadáveres de ratas menores, solo quedaban ellos dos, heridos y exhaustos, frente a la Rata Reina, que los observaba con ojos astutos y sedientos de sangre. Lyra apenas podía sostener su espada, y Elías sentía que cada gota de maná había abandonado su cuerpo. La luz de su bastón se había atenuado a un mero resplandor. Estaban al límite, superados en número y agotados, con la Rata Reina lista para dar el golpe final.

El Último Aliento y el Despertar de un Poder Oculto

La Rata Reina, imponente y herida, los observaba con una inteligencia cruel. Lyra y Elías, exhaustos y al borde del colapso, sabían que sus posibilidades eran nulas. La respiración de Lyra era errática, su brazo sangraba sin control.

«Bueno, Elías…», Lyra jadeó, una sonrisa triste en sus labios. «Parece que este es el final del camino para los ‘Rango D’.»

Elías se arrodilló a su lado, intentando infundirle fuerza con su sola presencia. El bastón apenas emitía un brillo tenue, como si compartiera su agotamiento. «No digas eso, Lyra. Siempre hay… siempre hay algo.»

«¿Qué va a haber, Elías? Estamos acabados», susurró Lyra, su voz cargada de cansancio. Sus ojos se encontraron con los de él, y en esa mirada, Elías vio no solo el miedo, sino también una aceptación tranquila. «Sabes, Elías…», continuó Lyra, su voz apenas audible, «a pesar de todas tus tonterías, de tus ‘intuiciones’ extrañas y de que me hicieras pasar vergüenzas… siempre te he querido, Elías. Desde que éramos pequeños. Eres mi mejor amigo… y la verdad es que… me gustas mucho.»

Las palabras de Lyra cayeron en la madriguera como piedras en un pozo profundo. El silencio se volvió inmenso, pesado, solo roto por el goteo constante del agua subterránea. Los ojos de Elías se abrieron de par en par, su corazón retumbando en su pecho. Quería responder, quería gritar que él también la quería, que ella era su mundo, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta.

De repente, un sonido ahogado llenó la cueva. La espada de Lyra, con un tintineo metálico, cayó al suelo. Lyra se desplomó frente a él, su cuerpo herido cediendo al agotamiento y la pérdida de sangre. Sus ojos se cerraron.

«¡Lyra!», el grito de Elías rasgó el aire de la caverna.

La chica que le gustaba, su amiga de la infancia, la valiente guerrera que lo había protegido y lo había hecho reír, yacía inmóvil frente a él. La imagen de ella, pálida y sin vida, el miedo de que estuviera muerta, hizo que algo dentro de Elías se rompiera. No era solo maná; era dolor, rabia, amor y desesperación. Una oleada de poder primario, incontrolable y cruda, brotó de su ser, una fuerza nunca antes vista.

Inconscientemente, el bastón de Elías estalló en una luz cegadora que inundó la madriguera. La tierra misma tembló. Con un crujido ensordecedor, cientos de pinchos afilados de piedra brotaron del suelo, perforando la tierra y atravesando a las ratas menores restantes. Chillidos agudos llenaron el aire mientras las criaturas eran empaladas sin piedad. Algunos pinchos se elevaron aún más alto, hiriendo profundamente a la Rata Reina, que rugió de dolor y furia.

Elías sintió que el control elemental fluía a través de él. El agua del arroyo subterráneo se levantó, el viento a su alrededor se arremolinó, y ambos elementos se combinaron para formar miles de pinchos de hielo afilados que llovieron desde el techo de la cueva, golpeando a la Rata Reina y a los últimos restos de su horda. Las ramas que antes ataban a la Reina ahora se transformaron en látigos con filo, cortando y desmembrando con una eficiencia brutal.

La Rata Reina, cubierta de heridas, de hielo y de sangre, retrocedió, aullando de agonía. Su piel, antes impenetrable, había sido destrozada por la furia elemental de Elías.

Elías sentía que su cuerpo se vaciaba. Sus rodillas flaquearon. La luz de su bastón comenzó a atenuarse. Había derramado cada gota de su ser en ese estallido de poder. Vio a la Rata Reina, gravemente herida, arrastrándose hacia ellos, reuniendo sus últimas fuerzas para un ataque final y desesperado. Justo cuando la Rata Reina se lanzaba, una serie de voces resonaron desde la abertura del túnel, voces que no pertenecían a las ratas.

Elías apenas tuvo tiempo de registrar el sonido antes de que la oscuridad lo engullera por completo y se desmayara, cayendo junto al cuerpo inerte de Lyra

Elías abrió los ojos lentamente. La luz que se filtraba por una pequeña ventana le pareció cegadora después de la oscuridad de la madriguera. Su cabeza palpitaba, y cada músculo de su cuerpo se sentía como si hubiera sido arrastrado por caballos salvajes. Apenas podía mover los labios, pero lo que más lo sorprendía era que estaba vivo. ¿Cómo? ¿Dónde estaba?

Con un esfuerzo titánico, logró sentarse en la cama. Era un lecho sencillo, pero limpio y sorprendentemente cómodo. La habitación, aunque modesta, no era el húmedo y frío agujero donde había caído. Un pensamiento lo golpeó con fuerza.

«¿Lyra…?», logró murmurar, su voz áspera.

Se escucharon pasos apresurados. La puerta se abrió y una joven se asomó, una cuidadora de aspecto amable y sonrisa dulce, llamada Clara. Llevaba un delantal blanco impecable y un paño en la mano.

«¡Por fin despertó!», exclamó Clara, sus ojos marrones brillando de alivio. Se acercó a la cama con una taza humeante. «Estuvimos muy preocupados por usted. Llevas inconsciente casi dos días.»

Elías, atónito, apenas pudo procesar la información. «¿Dos días? ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?»

Clara le ofreció la taza. «Está en uno de los cuartos de la Taberna del Gato Negro, señor Soto. Usted y su compañera, Lyra, fueron rescatados. Al escuchar el estruendo de la bodega, el tabernero y algunos aventureros que estaban aquí fueron a ayudarlos. Tardaron un poco en llegar porque la entrada se había derrumbado por el mismo estruendo, bloqueando el camino.»

Elías la interrumpió, el pánico creciendo en su pecho. «¿Lyra? ¿Cómo está Lyra? ¿Dónde está ella?» Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, el recuerdo de su cuerpo desplomándose ante él, el miedo de haberla perdido para siempre, invadiéndolo.

Clara, al ver su angustia, intentó calmarlo. «Tranquilo, señor Soto. Ella está bien, afortunadamente. Herida, sí, pero se está recuperando de maravilla. Estaba ansiosa por verlo despertar. De hecho, fue a…»

Justo en ese instante, la puerta se abrió de nuevo. Lyra apareció en el umbral, llevando una bandeja con un plato de pan tostado, huevos y un vaso de leche. Su brazo izquierdo estaba vendado, pero caminaba con una vitalidad renovada. Al ver a Elías sentado en la cama, sus ojos se iluminaron.

«¡Elías! ¡Despertaste, dormilón!», exclamó Lyra, una sonrisa radiante en su rostro. Dejó la bandeja en una mesa cercana y se acercó a la cama.

«Pensé que… pensé que te había perdido,» Elías susurró, su voz rota por la emoción.

Lyra apretó su mano, una expresión de ternura inusual en su rostro. «Tonterías. Soy más dura que eso. Aunque tengo que admitir que esa Rata Reina nos dio una buena paliza. Y tú…» Lyra levantó una ceja, una chispa de picardía volviendo a sus ojos. «…tú te pusiste un poco melodramático, ¿eh? La verdad es que me conmovió un poco verte llorar. Pensé que ibas a empezar a recitar poesía mientras me desangraba.»

Elías se sonrojó, pero la risa de Lyra llenó la habitación, y con ella, la tensión y el miedo comenzaron a disiparse. Estaba viva. Y su amistad, quizás ahora algo más, también.

La puerta de la habitación se abrió de nuevo, y esta vez, el rostro sonriente y bigotudo del Tabernero del Gato Negro apareció, seguido por un pequeño grupo de aventureros que se habían apresurado a la ayuda. Entre ellos, un hombre robusto con un símbolo sagrado al cuello y una mirada amable.

«¡Elías, joven, qué alegría verte despierto!», exclamó el tabernero, su voz retumbando en la pequeña habitación. «¡Y Lyra, me alegro de que estés tan recuperada! Nos tenían a todos con el alma en un hilo.»

Los aventureros se acercaron a la cama, sus rostros mostrando alivio. Elías, aún asimilando todo, hizo la pregunta que lo había estado carcomiendo.

«La Rata Reina…», Elías comenzó, su voz aún un poco débil. «¿La mataron? ¿Qué pasó con ella?»

Una carcajada resonó entre los aventureros. «¡Matarla! ¡Joven, tú la mataste!», dijo uno de ellos, un guerrero con una armadura abollada y una cicatriz en la barbilla. «Cuando llegamos, la bestia estaba… estaba ya muerta a tu lado. Parecía que la habían pasado por una trituradora, ¡y no me refiero a las nuestras!»

«Así es,» añadió otro, un explorador ágil. «Pinchos de tierra, hielo, viento… la caverna parecía un paisaje de pesadilla. Es la magia más salvaje que he visto en años. Tu control fue asombroso para ser un novato.»

Elías y Lyra intercambiaron una mirada de asombro. Lyra aún no había visto el estado de la madriguera, y Elías apenas recordaba la explosión de poder.

«Mientras ustedes estaban inconscientes,» continuó el explorador, «nos encargamos de recolectar todo. Uñas, dientes, mucha carne, y por supuesto, la piel completa de la Rata Reina. Es un trofeo excelente.»

El tabernero asintió con orgullo. «¡Un logro impresionante, muchachos! Una Rata Reina es, como mínimo, una criatura de Categoría C, incluso para aventureros experimentados. Y ustedes, ¡dos novatos de Rango D, lograron derribarla y a todas esas ratas más pequeñas de categoría D! El Gremio les dará una buena recompensa por esto.»

El hombre robusto con el símbolo sagrado se acercó, una sonrisa tranquilizadora en su rostro. «Soy el Clérigo Gareth. Me alegra ver que ya te recuperaste, Lyra. Tuviste mucha suerte. Si no hubiera llegado a tiempo con mi magia de curación, esa herida en tu brazo habría sido mucho peor.»

Lyra le sonrió, agradecida. «Gracias, Gareth. No sé qué hubiéramos hecho sin ti.»

«Miren,» dijo Gareth, mirando a ambos con seriedad. «Son un equipo formidable, y ese poder que demostraste, Elías, es impresionante. Pero les falta experiencia. Son muy buenos, sí, pero arriesgaron demasiado. Les recomiendo, encarecidamente, que consideren sumar al menos un integrante más a su grupo, a su party. Alguien que pueda equilibrar sus debilidades y aumentar sus posibilidades de sobrevivir a esos estallidos de poder incontrolable, Elías, y a los ataques sorpresivos, Lyra.»

Elías y Lyra se miraron. La recomendación era sensata. Habían logrado la victoria, sí, pero casi les cuesta la vida. La suerte y la magia descontrolada de Elías los habían salvado por los pelos.

Elías y Lyra escucharon el consejo del Clérigo Gareth y los demás aventureros. La idea de sumar a alguien más a su grupo tenía sentido, aunque de momento, sus mentes estaban más enfocadas en la gratitud.

«No sabemos cómo agradecerles», dijo Elías, su voz sincera mientras miraba a los rescatistas.

Los aventureros rieron, joviales. «¡Bah, no es nada! Para eso estamos en el Gremio, para ayudarnos entre nosotros», dijo el guerrero de la armadura abollada. «Con unos buenos tragos aquí en la taberna, ¡estamos más que pagados!»

El tabernero, con su mostacho bien erizado, asintió con entusiasmo. «¡Exacto! Y yo les debo una rica comida. ¡Era parte del pago por la misión de las ratas, además del dinero! Así que cuando estén completamente recuperados, pasen por aquí y celebraremos como se debe con todos en la taberna!»

Lyra sonrió, a pesar del dolor en su brazo. «Eso suena perfecto, señor tabernero. ¡Gracias a todos!»

Al día siguiente, con sus cuerpos aún doloridos pero el espíritu mucho más animado, Elías y Lyra se dirigieron de nuevo al Gremio de Aventureros. La noticia de su hazaña en la bodega del Gato Negro había corrido como la pólvora. La historia de los dos novatos de Rango D que habían derribado a una Rata Reina de Rango C y a toda su horda de ratas de Rango D con una explosión de magia elemental descontrolada y una valentía inquebrantable, ya estaba en boca de todos.

Cuando cruzaron las puertas del Gremio, el bullicio habitual se atenuó. Murmullos y miradas curiosas los siguieron mientras avanzaban. Algunos aventureros los señalaban y susurraban, otros les daban palmadas en la espalda, y unos pocos les ofrecían sinceras felicitaciones por su increíble supervivencia y victoria. Elías, con su ojo aún morado y Lyra, con el vendaje visible en su brazo, eran ahora las estrellas de la mañana.

Se abrieron paso entre la admiración general hasta el mostrador de la secretaria, que los esperaba con una expresión que por primera vez no era de cansancio, sino de genuino asombro.

«Con que los héroes de la madriguera», dijo la secretaria, con una leve sonrisa. «La historia ya llegó hasta aquí. ¿Han venido a entregar la misión y esos… trofeos?»

Lyra asintió, colocando la pila de trofeos de rata en el mostrador. «Misión completada, secretaria. Y, aparentemente, un poco más de lo que esperábamos.»

La secretaria examinó los trofeos con una ceja levantada, sus ojos deteniéndose en la impresionante piel de la Rata Reina, que Lyra había extendido cuidadosamente sobre el mostrador. Un leve silbido escapó de sus labios.

«Impresionante», murmuró la secretaria, su tono reflejando un respeto genuino. «La piel de una Rata Reina, aunque… un poco agujereada, es de muy buena calidad. Esto es excepcional. Y la cantidad de trofeos de las otras ratas… realmente se lucieron.»

Con un movimiento fluido, la secretaria comenzó a calcular. El sonido del ábaco llenó el silencio por un momento, un sonido que para Elías y Lyra era música. Finalmente, levantó la vista, una pequeña sonrisa en su rostro. «Por todos los trofeos y la finalización de la misión, el Gremio les pagará… una moneda de oro, cuarenta monedas de plata y setenta monedas de cobre.»

Los ojos de Elías y Lyra se abrieron de par en par. Era una suma colosal para dos aventureros novatos. Una moneda de oro valía más que todo lo que habían ganado hasta ahora.

«Esta es una recompensa enorme», dijo Lyra, apenas creyéndolo.

La secretaria asintió. «Un logro enorme merece una recompensa a la altura. Sin embargo», continuó, su tono volviéndose más serio, «este tipo de encuentros son raros para aventureros de su rango. Sugiero encarecidamente que, por un tiempo, escojan misiones más sencillas, como la recolección o escoltas. Necesitan más experiencia en el campo antes de enfrentarse a algo así de nuevo, por mucha suerte que los acompañe.»

Elías asintió de inmediato. «Seguiremos su consejo. También pensamos en lo que dijo el clérigo Gareth sobre encontrar un compañero más para nuestro grupo.» Miró a la secretaria, con esperanza en sus ojos. «Si llega a saber de alguien que pueda ser un buen ajuste para nosotros, ¿podría avisarnos?»

«Con gusto», respondió la secretaria, una rara sonrisa completa iluminando su rostro. «Un equipo bien equilibrado es clave para la supervivencia en este negocio. Y ahora…» Miró la esfera de cristal en el mostrador con una expresión pensativa. «Después de una batalla como esa, sus habilidades deben haber evolucionado. Pongan la mano de nuevo en la esfera. Veamos cómo les fue con esta ‘experiencia’.»

Lyra fue la primera en colocar su mano sobre la esfera, con una mezcla de nerviosismo y emoción. La esfera brilló con una luz esmeralda más brillante que la vez anterior, proyectando su esencia en la tarjeta de aventurero.

La secretaria tomó la tarjeta y sus ojos se abrieron ligeramente. «Interesante, muy interesante. Lyra Molino, sus estadísticas han mejorado notablemente.» Leyó en voz alta, comparando los datos:

Lyra Molino – Análisis de Atributos

  • Clase de Aventurero: Rango D (Sin cambios en el rango general, pero con una base más sólida)

  • Guerrera:
    • Daño: B+ (Antes B) – Tu habilidad con la espada ha mejorado; eres más letal.

    • Habilidad: B (Antes C) – Tus movimientos son más precisos y eficientes en el combate.

  • Maná: D (Sin cambios) – Aún no tienes una conexión fuerte con la magia, pero tu enfoque sigue siendo la fuerza bruta.

  • Vida: A (Antes B) – Tu resistencia ha aumentado significativamente. Aguantas más castigo.

  • Suerte: E (Antes F) – Aunque no eres la más afortunada, algo debió pasarte para que ese golpe final te salvara. ¡Un pequeño empujón!

  • Carisma: C (Antes D) – La experiencia de liderar en combate y el respeto ganado te han hecho un poco más carismática.

La secretaria asintió con aprobación. «Lyra, tu evolución es la esperada para una guerrera. Te has vuelto más fuerte, más hábil y mucho más resistente. Esa batalla claramente te forjó. Ahora, veamos qué hay de ti, joven Soto.»

Ahora era el turno de Elías. Con una mezcla de nerviosismo y una extraña anticipación, colocó su mano sobre la esfera. Esta vez, la esfera no solo brilló; pulsó con una energía vibrante, una sinfonía de colores elementales que se arremolinaban antes de disparar hacia la tarjeta de Elías con una intensidad que casi cegó a la secretaria.

La mujer tomó la tarjeta, sus ojos muy abiertos. Su expresión de asombro era evidente. Leyó en voz alta, su voz teñida de incredulidad y un respeto recién adquirido.

Elías Soto – Análisis de Atributos

  • Clase de Aventurero: Rango D (Sin cambios en el rango general)

  • Mago Elemental:
    • Maná: A+ (Antes A) – Tu pozo de energía elemental ha crecido significativamente. Un caudal formidable de poder.

    • Habilidad Mágica: B (Antes C) – Tu control ha mejorado drásticamente. Todavía es algo inestable, pero puedes canalizar ese poder con más precisión.

  • Vida: C+ (Antes C) – Tu resistencia física ha mejorado un poco, pero tu fortaleza es tu magia.

  • Suerte: S+ (Antes S) – ¡Increíble! Tu suerte es tal que desafía la lógica. Pareces invocar la fortuna en los momentos más críticos.

  • Carisma: A (Antes B) – Tu acto heroico, tu resurgimiento, y quizás tu emotiva confesión… la gente te percibe ahora como una figura inspiradora y poderosa.

La secretaria bajó la tarjeta, mirando a Elías con una mezcla de admiración y una pizca de temor. «Elías Soto… esto es… esto es extraordinario. Has mantenido tu rango D, pero tus habilidades específicas han explotado. No solo has ganado más maná, sino que tu habilidad mágica se ha disparado. Y tu suerte… ¡nunca había visto un S+! Esto es el resultado de un despertar genuino, de una experiencia al límite de la vida y la muerte. Ese estallido de poder que describieron los rescatistas… fue un momento de transformación.»

Lyra soltó un grito de alegría, y Elías, a pesar de su ojo hinchado, no pudo evitar una amplia sonrisa. Su primera misión ‘real’ había sido un éxito rotundo, y no solo habían ganado un buen dinero para sus bolsillos y para reparar la armadura de Lyra, sino que habían ascendido rápidamente. El camino de aventureros, aunque peligroso y lleno de sorpresas (y humillaciones ocasionales), ya empezaba a parecer mucho más prometedor

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