“Nos enseñaron a buscar un amor que encajara en los cuentos, pero nunca nos contaron que el verdadero se construye sin guion.”
Desde hace tiempo, el ser humano ha intentado comprender las emociones que lo vinculan con los demás. De todas ellas, el enamoramiento ha sido una de las más idealizadas y narradas a lo largo de la historia. En canciones, novelas y películas, se ha configurado como una experiencia arrebatadora, única y casi mágica, reservada a momentos excepcionales y a personas que supuestamente sabremos reconocer de forma inmediata.
En este texto me gustaría reflexionar no solo sobre cómo se ha construido socialmente esta idea, sino también sobre qué ocurre realmente en nuestro cerebro cuando nos enamoramos, y cómo ambas dimensiones han condicionado mi forma de entender y vivir mis propios afectos.
El enamoramiento como relato social

Desde la infancia, crecemos expuestos a historias que nos enseñan que existe un amor verdadero, único e irrepetible. Los relatos populares nos hablan de un “alma gemela” que llega de manera inesperada, provoca una emoción intensa y se convierte en el centro de nuestra existencia. Este modelo cultural insiste en que enamorarse debe sentirse como un arrebato absoluto, acompañado de síntomas físicos: mariposas en el estómago, nerviosismo constante y una felicidad casi irracional.
A lo largo de los años, este relato se ha mantenido vigente gracias a su presencia constante en los medios, perpetuando la idea de que solo existe una manera válida de amar: intensa, incondicional y fulminante. Sin embargo, esta visión resulta limitante y, en ocasiones, dolorosa, porque reduce la diversidad de formas en que las personas pueden vivir sus vínculos afectivos.
Lo que dice la ciencia
Aunque el enamoramiento se ha contado siempre desde el arte, la ciencia también ha intentado explicarlo. Cuando nos sentimos atraídos por alguien, nuestro cerebro libera dopamina, responsable del placer y la motivación, y oxitocina, conocida como “la hormona del amor”, que refuerza el vínculo afectivo. Este cóctel químico provoca ese estado de euforia y deseo de cercanía que muchos asocian a las primeras fases del enamoramiento.
Sin embargo, esta intensa actividad cerebral no es permanente. Con el tiempo, las emociones se estabilizan y el vínculo se sostiene gracias a la confianza, la complicidad y la elección diaria de compartir la vida con esa persona. Es entonces cuando se puede hablar de amor verdadero, no solo como impulso, sino como decisión.
Reflexión personal: desaprender para amar de verdad

Durante mucho tiempo conviví con la duda de si alguna vez había experimentado ese amor desbordante y arrebatador que nos prometen las películas y las canciones. Si no sentía esas mariposas incontrolables o esa dependencia absoluta, pensaba: ¿significaba eso que no estaba enamorada? La presión social por encajar en ese modelo romántico me hizo cuestionar mis propios afectos y desconfiar de mis emociones.
Con los años comprendí que el amor no siempre se manifiesta como un vendaval que todo lo arrasa, sino que, en muchas ocasiones, se construye de manera pausada y consciente. Desde mi experiencia, el amor verdadero es aquel que se edifica con el tiempo, cuando decides elegir a una persona incluso después de haber visto todas sus facetas, luces y sombras incluidas. Es esa calma que permite estar en silencio junto a alguien durante horas sin que sea incómodo. Es admirar la manera en que la otra persona existe en el mundo y sentirse afortunada de compartir espacio y tiempo con ella.
Para mí, el amor es mucho más que deseo o fascinación inicial. Es lealtad, complicidad, confianza y una elección cotidiana. He aprendido que no hay una sola manera válida de amar ni de enamorarse. Que cada vínculo es un territorio nuevo que merece explorarse sin mapas prefabricados. Y que, lejos de ser una emoción reservada a instantes excepcionales o personas únicas, el amor auténtico se descubre y se construye con la voluntad de mirar al otro sin disfraces, aceptando sus cicatrices y celebrando sus virtudes.
Quizás, en esa honestidad llena de expectativas idealizadas, se halle la forma de amor más necesaria y luminosa que podemos ofrecer y recibir.
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