Afuera hay un mundo hostil, salvaje;
una realidad que ya no reconozco como mía.
Mi familia siempre fue mi mundo,
y yo, como un atlas moderno, los llevo sobre mis espaldas.
Mientras sus quejidos insoportables
se convierten en murmullos aturdidores.
Ya no tengo ánimos de ponerme una máscara para mi persona virtual.
Quisiera apagarme,
terminar mi existencia
como el fuego sagrado que,
aunque se vuelva a encender,
ya no es el mismo.
De mí, solo quedan cenizas
que ya nadie llora ni recuerda.
No soy nada:
un despojo humano
mezclado con madera y metal.
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