El resplandor de lo inútil: Albert Camus y la ternura de resistir

El resplandor de lo inútil: Albert Camus y la ternura de resistir

Laura Duarte

04/06/2025

En medio del invierno, aprendí por fin que había en mí un verano invencible. Albert Camus

Hay días en que el mundo parece inclinarse hacia el sinsentido. El café se enfría sin que lo notemos, las calles están llenas pero el alma se siente vacía. Es en esos días —los más humanos— donde la voz de Albert Camus resuena como una llama pequeña y persistente: no grita, no impone, pero tampoco se apaga. Habla desde un rincón antiguo del corazón, ese que ha mirado al abismo y decidió, aun así, acariciar lo bello.

Camus no vino a ofrecer respuestas, vino a enseñarnos a mirar. Su filosofía no es un sistema, sino un modo de estar en el mundo. Uno que se atreve a decir: sí, la vida puede ser absurda, y sin embargo… sin embargo podemos amarla. Podemos, incluso, defenderla.

El absurdo en Camus no es una maldición. Es una condición. El ser humano busca sentido en un universo que guarda silencio. En esa grieta nace el absurdo, pero también la libertad. Porque si el mundo no tiene un significado preestablecido, entonces podemos inventarlo. Podemos elegir. Podemos rebelarnos.

Y esa rebelión, para Camus, no es violencia ni destrucción. Es una ternura firme. Una manera de resistir sin perder la capacidad de asombro. No se trata de encontrar una verdad definitiva, sino de caminar con dignidad a pesar de no hallarla. De seguir escribiendo aunque el papel tiemble. De amar sabiendo que todo es efímero. De decir “sí” a la vida sin necesidad de justificarla.

Camus hablaba de la necesidad de vivir con las manos abiertas. Aceptar el dolor sin que nos endurezca, sostener la belleza sin necesidad de poseerla. Ser como Sísifo, empujando la piedra una y otra vez, no por obligación, sino como acto de libertad. Porque en el simple hecho de continuar, de no ceder al cinismo ni al nihilismo, hay una forma sutil de victoria.

Hay algo profundamente poético en su pensamiento: una ética que no nace del deber, sino de la compasión. Camus no exige perfección, pide presencia. Nos invita a estar, a mirar con atención, a cuidar lo frágil, a elegir lo humano aun cuando no sea rentable ni glorioso.

Quizá por eso su obra sigue tocándonos. Porque no se alza desde una torre de mármol, sino que camina descalza con nosotros. Nos dice que no estamos solos en nuestra incomodidad con el mundo. Que no necesitamos tener fe en un más allá para ser valientes. Que basta con estar vivos —de verdad vivos— y no dejar que el absurdo nos arrebate la ternura.

En un tiempo donde todo parece orientado a la utilidad, Camus nos recuerda que hay belleza en lo inútil: en la poesía, en una conversación sincera, en la risa compartida con un extraño. En seguir amando aunque duela. En cuidar aunque el mundo arda. En resistir con dulzura.

Es, tal vez, la forma más alta de coraje: no huir del absurdo, no rendirse al vacío… y, a pesar de todo, seguir encendiendo una vela.


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