03/06/2025
Hace unos días alguien me habló sobre una teoría que había inventado. Trataba de hormigas y propósitos. Intentaba explicar que los humanos, al igual que esos diminutos seres, teníamos nuestro papel en este hormiguero.
Recordé en aquel momento el libro de Julia Peró, donde la autora inventaba una especie llamada “hormiga de la piel”, cuyo fin era deshacerse de los cuerpos humanos ya sin vida. O sea, devolver la materia a su origen: la nada.
Luego, he buscado los tipos de hormiga que existían, tratando de encontrarme en alguna de ellas. Más de 2.000 tipos. Prefiero inventarme una, pienso. Pero sigo deslizando mi dedo. Obrera, cosechadora, bala, legionaria, tejedora… Con la esperanza de exclamar en algún momento: “Sí, esta soy yo”.
Miro a mis pies y luego miro hacia arriba. Veo una carretera y una decena de personas caminando una detrás de otra. Un poco hormigas sí que somos, pienso. Se me escapa una sonrisa y un escalofrío me invade de inmediato.
Trato de explicarme por qué no quiero llegar al destino; ni siquiera me atrae la idea de parar. Solo quiero caminar y observar. De repente, soy hormiga contemplativa.
Vuelvo a pensar en él, en su teoría y en la importancia del propósito. Y me pregunto si es la tranquilidad de saber dónde voy a llegar la que me permite ser hormiga feliz. ¿Y qué pasará cuando esta distopía acabe? ¿Qué clase de hormiga seré si tengo claro que este no es mi camino? Ni siquiera sé cuál es mi hormiguero.
Mientras escribí estas palabras, se acercó Andrea, hormiga payaso. Un italiano de 45 años que dibuja mandalas y hace reír a la gente. Antes se sacó un título para ser hormiga contable, pero decidió dejar de lado el ego y seguir a su corazón. Al menos, eso me dijo el.
“Nunca actúes pensando en el dolor de los demás.”
Fue una de las primeras frases de su presentación. Afirmaba que no hay nada peor que las ataduras y los deseos. Volví a pensar en el ego, en todas esas normas, en la moral y en las expectativas. Quizá mañana tendré que cargar con una nueva piedra en la mochila.
Luego hablamos de padres, del Buda de la risa, del amor, del apego a las cosas materiales y todas esas cosas con las que deberíamos hablar con desconocidos mientras obviamos el tiempo.
Cuando acabó el día tenía ganas de llamar al inventor de la teoría y contarle todo lo que había hablado con Andrea. Quería explicarle que también existen hormigas humanas, que se mueven con libertad y contradicción.
Que muy pocas dejan de cargar el ego, pero las que lo hacen pueden llegar a tener más de un propósito. Que somos afortunados porque tenemos la perspectiva para ver los diferentes caminos. Que soltar no es perderse, sino aligerarse. Y que a veces, caminar sin rumbo también es una forma de llegar.
Gracias Andrea.
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