Cuando ya no hay rumbo, pero el cuerpo sigue aprendiendo a sostenerse
No sabes en qué momento sucedió.
Solo recuerdas que antes nadabas.
Y ahora flotas.
El cuerpo suelto,
el alma sostenida por nada,
la mirada vencida contra el cielo.
El sol duele.
El agua no calma.
El pecho se aprieta.
A la deriva —así lo llaman—
cuando no sabes a dónde,
ni por qué,
ni hasta cuándo.
El aire sabe a sal.
La lengua, a metal.
El oído se llena de oleajes que no entiendes.
Y sin embargo flotas.
No es la meta.
No es el rumbo.
Pero es una forma de seguir.
La imagen que acompaña este microrelato es la obra “Impresión, sol naciente” (1872) de Claude Monet, una de las pinturas más icónicas del impresionismo. En ella, una figura flota en un bote bajo un sol rojo difuso, en medio de un puerto envuelto en niebla. Esa atmósfera suspendida en lo incierto dialoga con el texto, donde también se flota sin rumbo, sin certeza, sostenido apenas por la posibilidad de seguir.
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