Cómo escribir historias dulces en tiempos difíciles

Cómo escribir historias dulces en tiempos difíciles

Laura Duarte

03/06/2025

La leyenda de Sant Jordi jamás contada.

El pergamino cruje entre los dedos del anciano sacerdote cuando su voz resuena en la plaza. Todos contienen la respiración, como si, en un susurro silencioso, estuvieran rogando a los dioses que el nombre que salga de esos labios temblorosos no sea el suyo. Pero cuando pronuncia las palabras que sellan mi destino, un escalofrío me recorre la espalda, helando mi sangre en las venas.

—La ofrenda de este año será la princesa Elara.

Por un instante, el mundo entero deja de moverse. Las casas de piedra y madera parecen más frías, el murmullo de la multitud se atenúa hasta convertirse en un zumbido lejano. Mis propios pensamientos se disuelven en una neblina de incredulidad y traición. Me han abandonado. Mi pueblo, mi gente, aquellos a quienes he protegido en las sombras durante tanto tiempo, me han entregado sin titubear.

Pero lo que ellos no saben, lo que nadie en este reino sospecha, es la verdad oculta tras mi piel. Yo soy el dragón.

No por voluntad propia, sino por una maldición que pesa sobre mí desde que tengo memoria. Con cada atardecer, mi cuerpo se quiebra y se retuerce, mis huesos se alargan, mi piel se cubre de escamas ardientes, y lo que una vez fue una joven princesa se convierte en la bestia que tanto temen. Durante años, he ocultado este secreto, huyendo antes de cada anochecer, dejando que los aldeanos inventaran historias sobre el monstruo que acecha en las montañas, sobre el ser que quema cosechas y se lleva a los animales.

Lo que ellos no saben es que llevo años luchando contra esta maldición, buscando una manera de destruir a la criatura que habita en mí antes de que sea demasiado tarde. Y ahora me han condenado a morir por ella.

Cuando los guardias me escoltan fuera de la muralla, encadenada como si fuera un simple cordero de sacrificio, una ira silenciosa arde en mi pecho. No permitiré que mi historia termine de esta manera.

El aire es fresco cuando el sol se oculta tras las montañas. Estoy sola en el claro, rodeada por la inmensidad de la noche, con las cadenas aún alrededor de mis muñecas. Siento el pulso acelerado en mi garganta, los latidos furiosos en mi pecho. El cambio está cerca.

La luna se alza en el cielo y con ella, el fuego en mis venas. Duele. Cada noche, duele como si fuera la primera vez. Mi piel arde, mis huesos se fracturan y se reconstruyen, mi aliento se convierte en humo y brasas. Elara desaparece. En su lugar, el dragón abre los ojos dorados.

No hay tiempo para pensar. Instintivamente, extiendo mis alas y me elevo en el aire, con el rugido de la bestia escapando de mi garganta. Pero antes de que pueda huir, una voz resuena entre los árboles.

—¡Bestia!

Giro la cabeza bruscamente. En el borde del claro, montado sobre un corcel de guerra, hay un caballero. Su armadura resplandece con la pálida luz de la luna, su lanza está firmemente sujeta en su mano. Pero sus ojos… no son como los de los demás. No están llenos de odio, sino de algo distinto. Algo más profundo.

—He jurado acabar contigo —su voz es fuerte, decidida—. Tu reinado de terror termina esta noche.

No entiende nada. No sabe que quiero lo mismo.

Pero no tengo tiempo de explicaciones. Cuando carga contra mí, no esquivo el golpe. No lo necesito. Su lanza se hunde en mi costado, perforando las escamas con precisión mortal, y el mundo se vuelve fuego y sombras.

El dolor es cegador. Un rugido desgarrador escapa de mis fauces… pero no es el rugido de una bestia. Es un grito humano.

Caigo pesadamente sobre la hierba. Mis alas desaparecen. Mi piel se enfría. Me estoy convirtiendo en Elara de nuevo.

Cuando abro los ojos, el caballero está sobre mí, con su rostro endurecido por la sorpresa.

—¿Quién eres? —pregunta.

Mi voz es un susurro.

—Soy Elara.

Veo la comprensión iluminar su expresión, seguida de un destello de horror. Ahora lo entiende. La bestia que ha jurado destruir no es otra que la propia princesa del reino.

Pero en lugar de alzar su lanza de nuevo, me tiende la mano.

—Soy Jordi —dice con voz firme—. Y creo que tenemos mucho de qué hablar.

La sorpresa da paso a la confianza. Le cuento todo a Jordi: la maldición, las noches de agonía, la búsqueda incansable de una cura. Y él me cree. Por primera vez en mi vida, alguien me cree.

Le hablo de la única forma de romper el hechizo: el Elixir de la Rosa Roja. Un brebaje legendario capaz de deshacer cualquier magia oscura. Y solo hay una persona que lo posee.

Mi madrastra.

Fue ella quien me maldijo cuando era una niña. Y ahora debo enfrentarla.

Jordi y yo trazamos un plan. Nos infiltramos en el castillo al amparo de la noche, deslizándonos por pasadizos ocultos, esquivando guardias. En la torre más alta, encontramos la Rosa Roja flotando en un cuenco de cristal, su luz parpadeante iluminando las paredes de piedra.

Pero la reina nos espera.

—Así que has decidido luchar, pequeña —su voz es un veneno dulce—. ¿Realmente crees que puedes ganar?

Desata contra nosotros su magia oscura. El aire se llena de sombras y fuego, pero no estoy sola esta vez. Jordi pelea a mi lado, su espada cortando a través de la oscuridad.

Finalmente, en un destello de coraje, arrebato el elixir de sus manos y lo bebo sin dudar.

El cambio es inmediato.

Un calor dorado me envuelve. El rugido en mi alma se apaga. Por primera vez en años, la noche cae… y sigo siendo Elara.

Cuando regreso al pueblo, no sé qué esperar. Me han traicionado, han intentado sacrificarme, han celebrado mi muerte. Pero ahora me miran con asombro.

Soy la misma princesa a la que condenaron… y sin embargo, soy distinta.

Miro a Jordi a mi lado, al guerrero que debía matarme pero que, en su lugar, me ayudó a recuperar mi vida.

—¿Qué haremos ahora? —pregunta con una sonrisa leve.

Observo las montañas que fueron mi prisión, las estrellas que han sido testigos de mi lucha. Y entonces, respondo con certeza:

—Forjar un nuevo destino.

Y así, con la Rosa Roja en mis manos, una nueva historia comienza.

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