Las piedras en el río

Las piedras en el río

Laura Duarte

03/06/2025

Una breve historia nacida de las piedras que entorpecen el camino

El sol de la tarde se filtraba entre los árboles, tiñendo el agua del río de tonos dorados y verdes. Leo, con las manos en los bolsillos de su chaqueta gastada, caminaba por la orilla. Sus botas crujían sobre la grava húmeda mientras buscaba las piedras perfectas: lisas, redondas, con el peso justo para saltar sobre la superficie.

Tomó una, la sopesó y la lanzó. Plop, plop, plop… Tres saltos antes de hundirse. Sonrió, buscando otra.

—¡Oye!

La voz surgió de la nada, vibrante como el agua misma. Leo dio un respingo y giró sobre sus talones, pero no había nadie.

—¡Dije que basta!

El río… se movió. No con la corriente habitual, sino como si el agua misma se alzara. Y entonces, desde el remolino de gotas y brillos, emergió una figura. Un chico de su edad, de piel translúcida al principio, que poco a poco fue tomando forma humana. Su cabello parecía hecho de agua enredada con musgo, y sus ojos brillaban como la luz reflejada en la superficie.

Leo parpadeó.

—¿Qué…?

—Deja de lanzar piedras —exigió el desconocido, cruzándose de brazos. Su tono tenía un deje de fastidio, pero más que enojo, parecía… diversión.

Leo alzó una ceja.

—¿Y tú quién eres?

—El espíritu del agua. —El chico levantó la barbilla con un aire de importancia.

Leo frunció el ceño, pero luego se le escapó una risa.

—¿Y qué? ¿Me vas a castigar con una ola gigante?

El espíritu arrugó la nariz.

—No, pero cada piedra que lanzas interrumpe la corriente. ¿Sabes lo molesto que es eso?

Leo lo miró con una mezcla de asombro y travesura. Agachándose, tomó otra piedra y la sostuvo entre los dedos.

—¿Y si la tiro con suavidad?

El espíritu lo fulminó con la mirada.

—Ni se te ocurra.

Leo sonrió y, sin pensarlo demasiado, lanzó la piedra.

Antes de que siquiera tocara el agua, el espíritu movió la mano y el líquido se alzó, atrapando la piedra en el aire. Leo abrió la boca, sorprendido.

—Eso fue increíble.

El espíritu sonrió de lado.

—Lo sé.

Hubo un momento de silencio. El río murmuraba a su alrededor, los pájaros cantaban en los árboles. Leo se sintió extrañamente cómodo, como si ese encuentro hubiera estado destinado a pasar.

—Entonces, ¿te molesta si tiro piedras o solo quieres una excusa para hablar conmigo? —preguntó Leo, con un destello de picardía en los ojos.

El espíritu se quedó en blanco, su rostro tomando un ligero tono azul traslúcido.

—¡C-claro que no! Solo… cuida más el río.

Leo sonrió, divertido.

—¿Y si en vez de tirar piedras, vienes a sentarte conmigo?

El espíritu lo miró con suspicacia, pero finalmente asintió. Se dejó caer a su lado, dejando que la corriente de su propia esencia se fundiera con el agua.

Y así, entre el murmullo del río y la luz del atardecer, Leo y el espíritu se quedaron juntos. Lo que había comenzado como una riña juguetona pronto se convirtió en algo más, en miradas furtivas y sonrisas suaves.

Y en ese rincón escondido del bosque, el río guardó su secreto: un romance nacido entre la corriente y la tierra, entre un chico que lanzaba piedras y otro que era el agua misma.

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