Mi adolescencia es un eslabón perdido

Mi adolescencia es un eslabón perdido

Laura Duarte

03/06/2025

Un ensayo personal sobre no haber vivido la adolescencia

A veces escucho dancing queen y me da nostalgia de algo que no viví. no sé si eso tiene sentido, pero me pasa mucho. la escucho y me imagino una pista de baile que nunca pisé, un vestido de graduación brilloso que nunca usé y unas carcajadas en grupo que nunca me salieron del cuerpo. esa imagen de una chica de diecisiete bailando como si el mundo no pesara, con la falda girando, las luces encima y el cuerpo liviano.

you are the dancing queen, young and sweet, only seventeen.

Pero yo a los diecisiete no era dulce, ni reina de nada, ni bailaba. yo era una adolescente callada, con la espalda encorvada, que hablaba poco y le temblaba la voz, que sudaba de nervios en los convivios del colegio, que no sabía qué hacer con las manos. me escondía en los baños del colegio para llorar. no entendía cómo se hacían amigas las otras, por qué sabían qué decir, cómo moverse, cómo reírse. me sentía fuera de todo. una rara, así me dijeron mis compañeros muchas veces.

A los diecisiete me dolía el cuerpo de tanto querer ser invisible, me costaba entender cómo los demás se relacionaban entre sí con tanta naturalidad. yo no era parte de ese universo, lo veía desde fuera, como una película donde no había un personaje como yo.

Desconfío de la gente que dice que su mejor etapa fue la secundaria. no es juicio, es que no los entiendo; para mí fue la peor. ahí empezó el miedo: miedo a hablar, a hacer el ridículo, a gustar de alguien, a ser diferente, a no encajar. la dismorfia corporal también empezó ahí, la ansiedad social, igual. me hubiera gustado hacer muchas cosas y no las hice por miedo. ahora me gustaría regresar el tiempo y escaparme a fiestas, aprender a bailar, tener muchos novios, probar el mundo como se prueba algo por primera vez. me hubiera gustado tener personalidad, tener voz, ser una de esas chicas que hacen cosas sin pensar en las consecuencias; pero no, me quedé esperando a que algo pasara y no pasó nada.

Por eso me da nostalgia una adolescencia que no viví. no es que quiera volver a ser joven, es que me siento como si nunca lo hubiera sido del modo “correcto”. como si no hubiera aprovechado esa etapa que todo el mundo dice que es mágica. a mí me dolió, no fue mágica. fue una espera larga y una soledad silenciosa.

También está el hecho de haber tenido unos padres estrictos, muy estrictos. controladores, severos, paranoicos. crecí autista, en una casa perdida en medio del campo, lejos de todo, lejos de cualquiera. no había vecinos, no había amigas, no había llamadas, no había pijamadas. no tuve internet hasta los diecisiete años. diecisiete. cuando todas las demás ya tenían cuentas de instagram, subían fotos con filtros horribles a facebook, chismeaban en grupos y chats de whatsapp, yo seguía atrapada en un mundo mudo, era como estar encarcelada. algo así como rapunzel, pero sin trenzas doradas ni un príncipe que trepara por la torre. mi hogar era una cárcel de verdad, silenciosa, aburrida, rígida (aunque afortunadamente con muchos libros). nunca tuve permiso para nada, nada. no fiestas, no salidas, no cine, no calle, no amigas, no vida. en toda mi adolescencia salí dos veces. repito: dos y a escondidas. como si fuera un crimen querer tener un poco de libertad. como si yo fuera peligrosa para el mundo o el mundo demasiado sucio y vulgar para mí. y claro que también fue culpa de eso, de todo eso, de ellos, de cómo me criaron, de cómo me aislaron, de cómo me metieron en una caja y luego fingieron que no pasaba nada. a veces me da rabia, mucha rabia, porque me robaron algo que ya no se puede recuperar. me dejaron sola con una adolescencia que no viví y con la culpa encima, como si encima de todo yo tuviera que sentirme agradecida. porque me decían: «algún día nos los vas a agradecer». no, por supuesto que no lo hago.

yo quería salir, al principio me invitaban y me daba curiosidad ver cómo era estar allá afuera, con amigos, con otros, en fiestas, en reuniones, lo que fuera. no es que quisiera volverme una adolescente súper rebelde ni hacer cosas malas. solo quería estar, mirar y ser parte; pero no me dejaban, mis papás no me dejaban. siempre había un “no” antes de cualquier plan. al principio insistía, lloraba, discutía… luego me fui rindiendo y poco a poco, sin darme cuenta, dejé de quererlo. me acostumbré a no salir, a quedarme y me dejaron de invitar. empecé a mirar todo eso (las fiestas, las salidas, los grupos de amigos) como algo ajeno, incluso tonto. me convencí de que era aburrido, de que no era para mí y de que yo estaba mejor sola, leyendo, escribiendo, con mis cosas y puede que en parte fuera cierto, pero también fue una forma de protegerme y estoy segura, de hacer que no doliera tanto el no poder.

esa etapa de mi adolescencia es un eslabón perdido. una parte que no viví y siento que me falta. como si todos siguieran una línea recta predeterminada y yo me hubiera saltado una parte sin darme cuenta. a veces pienso que por eso ahora me cuesta tanto estar en lugares públicos, que por eso me da miedo todo lo relacionado a lo social, porque nunca aprendí del todo, no tuve ese entrenamiento y ahora, en vez de extrañarlo, lo juzgo, como si burlarme de eso y sentirme superior me hiciera sentir menos excluida.

sí, claro.

y es que mis papás tenían miedo también. miedo de que saliera embarazada, de que me huyera con un novio, de que hablara con alguien que no fuera “digno” de su hija, de que manchara su apellido o cometiera errores que ellos no pudieran controlar. por eso me encerraron, por eso crecí como crecí: aislada y sobreprotegida al punto del ahogo, sin saber cómo moverme sola por el mundo y ahora que ya soy adulta, no puedo hacer nada sola. me da ansiedad pedir hasta un café, ir al doctor sola, tomar un taxi, bajarme del autobús. porque toda mi vida me dijeron que era mejor no intentar nada, que era mejor quedarme quieta. que si me movía, me iba a pasar algo y así me criaron: con miedo. un miedo que no era mío, pero que ahora cargo yo.

y ahora, en mis veintitantos, desde esta edad que ya no es nueva pero tampoco vieja del todo, me doy cuenta de que no viví la adolescencia como la prometieron. no fue tiempo de primeras veces bonitas, ni de romances tontos, ni de desobediencias. fue más bien un tiempo de espera, de soportar, de aguantar el bullying disfrazado de “bromas”, de aprender a callar lo que me dolía.

ahora, cuando alguien dice: “ay, quisiera volver a mi adolescencia”, yo no entiendo, yo no quiero volver ahí, no hay nada ahí para mí. cambiaría cualquier cosa fea que tengo por todos los malos recuerdos de mi adolescencia. tal vez por eso me siento vieja a veces. como si nunca hubiera sido joven del modo correcto, como si mi juventud no hubiera cumplido su función. la adolescencia era una promesa y se me escapó. me la perdí o me la quitaron, no lo sé.

me pregunto si se puede recuperar eso. no los años, pero sí una forma más amable de vivir la juventud que me queda, el cuerpo, el deseo, la libertad…

me hubiera gustado vivir aventuras de chica adolescente, equivocarme, enamorarme diez veces, ir a fiestas y regresar despeinada, recibir muchos regaños justificados, tener amigas, ser parte de algo. me hubiera gustado tener recuerdos normales de mi adolescencia. pero no tengo; lo que tengo es una mezcla rara de resentimiento, soledad y vergüenza, de rabia y nostalgia por algo que no viví. crecí rara, aislada, reprimida, temerosa, desconfiando de todo y ahora es muy difícil arrancar lo que sembraron en mí.

qué más quisiera yo, que cerrar este ensayo con una esperanza fingida, pero no puedo mentirme a mí misma. este ensayo es solo una tontería. no aprendí nada y no me hizo más fuerte, solo me robó más tiempo.

ahora ya es tarde.


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