El polvo, la sangre y el silencio

COMIENZO DE RUTA
Hubo días, mientras lo leía, en los que tuve que respirar hondo. No por el drama —que también—, sino por cómo me tocó por dentro, sin avisar.
Los cuatro vientos no es un libro amable, pero sí es necesario. No busca consolarte, pero te sostiene.
La historia de Elsa, protagonista de la obra, se presenta como ese tipo de mujeres a las que la sociedad dibuja como frágiles hasta que tienen que sostener el mundo con una sola mano. Y lo hacen. Mientras sangran por la otra.
Una historia con un contexto histórico difícil, tormentas de arena que vuelven estériles a los campos y que condenan a la hambruna a cualquier ser humano que pretenda vivir de sus tierras.
Pero lo que me atravesó fue otra cosa.
Fue esa forma en la que la vida la empuja sin piedad, y ella, en lugar de rendirse, crece hacia dentro. No levanta la voz, no busca venganza.
Solo sigue, continúa.
Por sus hijos. Por un trozo de tierra.
Por no desaparecer.
EL ECO
Hay algo muy poderoso en la forma en la que Kristin Hannah escribe: lo hace sin ostentación, sin necesidad de adornar lo que ya duele por sí solo. Sin buscar la provocación, pero dejando hueco a la herida y al dolor.
El dolor no se muestra, simplemente está. Y la maternidad, ese hilo invisible que atraviesa toda la novela, aparece como lo que realmente es: una entrega constante, como una lucha que en multitud de ocasiones nadie ve.
EL DESVÍO PERSONAL
Mientras leía pensaba en todas las mujeres que no dejaron un diario, ni cartas, ni quejas. Ni tampoco rastro. Invisibles.
Pensaba en las que solo vivieron.
Las que tragaron polvo y miedo por no dejar de amar.
Las que, en definitiva, no están en los libros de historia, las que no se estudian pero sin las cuales no habría una historia que contar.
Pensaba en mi madre.
En todas las madres.
En lo que callan.
LLEGADA A DESTINO
Pienso en si deberíamos hablar más de ellas. O al menos escucharlas, aunque ya no estén.
Este libro me dejó como si necesitara agradecer, pero no supiera a quién.
Y aunque terminé de leerlo hace semanas, todavía lo llevo puesto.
Como una herida vieja. Como una sombra que se asoma sin pedir permiso.
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