En mi inquietud por buscar más testimonios, reviso mi diarios y entrevisto a mi yo del ayer. Hallo un aliento desesperado entre sus páginas: “Nací horas antes de la aurora, por eso crecí pensando que amar era esperar”. Hace un tiempo melló en mi la posibilidad de cruzarse con la persona correcta en el momento equivocado, considerando como supremo gesto de amor el sacrificio de pausar tu vida y esperarla cual can, con la boca vacía. Quien ama espera, dicen. Pero yo hace mucho tiempo que olvidé este discurso, me desafié a mí misma y partí de la sala de espera: “¿Es amor aguardarte a la vera de las horas?”, pregunté en una entrada más tardía. “¿Lo es sostener un ramito de minutos en tu soportal, esperando a que amaine la lluvia o a que me dejes entrar? ¿O debería marcharme antes de que la arena del reloj me ahogue y no pueda respirar?”. El amor no sabe de horas, mide el tiempo en latidos. No deberías sentarte primavera tras primavera rezando el florecer de un capullo marchito.

Si tú fueras una sala de espera, yo jamás vería al doctor. Me sentaría ahí con mi kit de primeros auxilios y sangraría.
Cierro el diario cuando suena mi móvil. Lola me ha respondido también, recién llegada a Galicia y con los ojos fijos en la mar. Sus deseos hablan de la cuna de Afrodita, ese océano que tanto extraña en Madrid: “Pienso en el amor como olas, que se rompen contra las piedras y, aunque parece imposible, son capaces de cambiarlas.”, remite. “Pienso en el amor como ondas que se deshacen y se vuelven a formar una y otra vez. Pienso en el amor como el mar, que no se mueve de la playa y solo espera a que yo vuelva a verlo.” Recuerda también la entrevista de Manuel Vicent donde alega que, si al nacer prácticamente somos el mar, ¿cómo no vamos a querer ir hacia él? Y se atreve a añadir que, si cuando nacemos somos prácticamente amor, ¿cómo no vamos a sentirnos irrevocablemente atraídos hacia él?: “Una vez más, el amor y la mar son lo mismo. Yo vuelvo a estar hecha de lo mismo”.
Con sus palabras acude a mí el fuego, signo de mis estrellas, y me encuentro a mí misma paralela a Lola, quien piensa en cascadas mientras yo digo falla. Si ella está hecha de agua, mi ser arde en llamas azuladas:
Pienso en el amor como el fénix que se resurge de la pavesa, como la brasa que crepita en la hoguera, que calienta mis venas, y como el artificio de color que, tras la traca, estalla. Pienso en el amor como un haz de luz en la noche más oscura.
Pienso en nuestras ardientes manos, profanadas de ceniza y carbón e, inevitablemente, creo que algo similar debe ser el amor: el candor que irradia un cuerpo cuando es reconocido. Encuentro las palabras precisas en boca de Vicente Aleixandre:
Pero ahora la luna colgada, la luna como estrangulada, un momento brilla.
Y te miro. Y déjame que te reconozca.
A ti, mi compañía, mi sola seguridad, mi reposo instantáneo, mi reconocimiento expreso donde yo me siento y me soy.
Y déjame poner mis labios sobre tu frente tibia —oh, cómo la siento—.
Y un momento dormir sobre tu pecho, como tú sobre el mío,
mientras la instantánea luna larga nos mira y con piadosa luz nos cierra los ojos.
Qué bonito llamar hogar al umbral de la mirada de un extraño, encajar en sus brazos cual pieza faltante; que, con sólo tocarte, sepa quién eres y de dónde vienes. Compartir un código secreto, un léxico personal que descifréis tan sólo con el respirar. Encontrar otro ánima de ojos grises y decir: ah, aquí estas. Te he estado buscando.
Te miro y me encuentro: Amor es cuando ahuecas mi rostro y acunas el ruido de adentro. Cuando cruzan por el firmamento estrellas fugaces con nuestros apellidos. Cuando, serena, en tus brazos me rindo.
La única certeza que conozco en esta vida son tus ojos sobre mi nuca. La lumbre de mi pecho cuando me miras y me ves tras la máscara: eso es amar.
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.

Me gustar concebir el amor como ese nosequé que nos une con el desconocido que aguanta la puerta al pasar, el bebé que acaricia a un caniche, la anciana que nos sonríe en el semáforo. Miro alrededor y ahí está, en cualquier esquina, hoyuelo o lágrima como un espejo que retrata mi humanidad. Como dijo James Baldwin, “el mundo se sostiene, realmente se sostiene, por el amor de unas pocas personas (…). Camina por cualquier calle de cualquier ciudad y mira alrededor: lo que debes recordar es que lo miras eres tú también”.
Es preciso amar para saber, y abrir los ojos para amar. Desplegar los brazos para conocer el mundo y su única verdad: somos el amor que damos.
Ojalá mis manos siempre estén llenas de tacto y mi boca de besos, de preguntas y de te quieros. Que nunca se deje de escribir sobre la ternura, que no pare la música: amad, bajo la pluma y el tintero, amad.
Porque el amor es una palabra tan pasada de moda
Y el amor te desafía a cuidar a la gente al borde de la noche
Y el amor te desafía a cambiar nuestra manera de cuidarnos a nosotros mismos
Este es nuestro ultimo baile:
Esto somos nosotros.
Obras referenciadas (que recomiendo con todo mi corazón):
- In bed, Touluse Lautrec
- La explosión, Vicente Aleixandre
- Entre dos oscuridades y un relámpago, Vicente Aleixandre
- De qué hablamos cuando hablamos de amor, Raymond Carver
- Pequeño vals vienés, Federico García Lorca
- La pequeña muerte, Eduardo Galeano
- Waiting room, Phoebe Bridgers
- Melancolía de funeral, W. H. Auden
- A un muchacho andaluz, Luis Cernuda
- Under pressure, Queen y David Bowie
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