El 12 de junio, el primer ministro Eduardo Arana llegó al Congreso para solicitar el voto de confianza. Mientras exponía sus políticas, un frío repentino recorrió el hemiciclo. Las luces parpadearon. Algunos diputados murmuraron, inquietos.
En la segunda fila, el congresista Méndez palideció. Entre los papeles de Arana, distinguió un documento antiguo, manchado de rojo, con un símbolo grabado: el mismo que había visto en sueños desde que el gabinete asumió el poder.
Al terminar el discurso, Salhuana anunció un receso. Arana se retiró a una sala privada. Méndez lo siguió y, al asomarse, vio al ministro susurrar palabras en una lengua desconocida frente a un espejo empañado. Dentro, una sombra asentía.
Al día siguiente, Méndez amaneció sin voz. Y el 13 de junio, el gabinete obtuvo su voto de confianza… por unanimidad.
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