No somos más que historias

No somos más que historias

Laura Duarte

26/05/2025

¿Es la ficción inútil?

Cuando entré a la universidad, dejé de leer ficción. La academia de filosofía y letras estaba llena de pretensiosos como yo, que estaban convencidos de que lo que valía la pena leer era una inmensa lista de vacas sagradas. A la ficción y las novelas de romance había que tirarlos por la borda. Dejarlos de lado, junto con los juegos de la infancia, y las charlas «superficiales» de la adolescencia.

Así que dejé de leer novelas. Nadie me obligó a ello, pero a mí me daba la sensación de que estaba perdiendo mi tiempo, y ese era un lujo que no me podía permitir. A los dieciocho años ya me sentía atrás de mis compañeros que parecía que habían leído las obras enteras de Kant y sabían perfectamente quién era un tal Kierkegaard.

Resuelta a no perder más tiempo en lecturas banales, vendí mis sagas de fantasía adolescente (a quienes les debo mi obsesión con la lectura) a un anciano muy extraño que me dio sesenta pesos por libro, (cené con lujos esa noche, eso sí le debo agradecer a mis libros de Divergente).

Y cuando por fin tuve toda la cabeza llena de datos y cuestionamientos políticos, volví a las novelas. Cual perro con la cola entre las patas.

Dejemos algo claro (eso que yo no tenía cuando comencé la universidad). No hay lecturas mejores que otras, en cuanto dibujamos la línea de lo que vale la pena leer y lo que no, no nos diferenciamos de ningún otro elitista desubicado.

Hay gustos y preferencias, pero trazar esa línea y llamar inútil al género que nos ha nutrido más en esta vida raya en lo absurdo.

¿Cómo no va a ser útil la ficción si estamos hechos de ella? ¿Tiene acaso algo que ser útil para que sea relevante? ¿Para qué le hagamos espacio?

La ficción es un espacio sagrado. Nos permite hablar de lo impronunciable, poner en palabras todo aquello que creemos inconcebible. Para eso sirve la ficción para hacer espacio. Espacio para todas esas partes que no nos gusta mirar.

Estamos hechos de historias, de las que nos cuentan y de las que contamos al mundo.

¿No son acaso historias, todo lo que sabemos del mundo?

Cientos de historias, narradas desde miles de puntos distintos. Llámese religión, ciencia, cosmovisión, cultura, identidad, están todas ellas hechas de hermosas historias.

No importa donde mires, encontrarás ficciones, fantasías, historias que esperan pacientemente ser refutadas por el siguiente gran descubrimiento.

Aprendemos sobre el mundo que nos rodea a través de historias, y comenzamos a construir nuestra identidad a partir de lo que interpretamos de todos esos relatos.

Desde que nacimos, nuestros cinco sentidos son las musas con las que nuestro cerebro fabrica historias. Piezas sueltas que unimos según nuestro ánimo del momento.

No somos más que historias, fragmentos incompletos narrados desde la perspectiva de un otro. Siempre me ha fascinado todo eso que se dice de mí. Habitamos en un limbo extraño entre las historias que se cuentan sobre nosotros y lo que nosotros decidimos contarle al mundo.

Somos un tejido de historias, cuentos incompletos en bocas ajenas. Cuentos incompletos en nuestra propia mente, porque no terminamos de comprendernos, de descubrirnos.

Eso soy, la historia de lo que me cuento que fui.

¿Cuándo comencé a contar esa historia?

Nos narramos todos los días, cuando elegimos cómo vestirnos y el tema a discutir en la sobremesa. Cuando elegimos el café sobre el té, cuando nos dejan hablar por horas de nuestra infancia, cuando nos dejan contar nuestra historia.

Le contamos al mundo quienes somos, una y otra vez, y el día que ya no estemos alguien más nos contará frente al fuego.

¿Cuántas veces les hemos arrebatado a otros el poder de contarse a sí mismos, de permitirles existir fuera de nuestra propia historia? ¿Cuántas veces nos lo han arrebatado a nosotros?

Mi vida es un jardín, uno de esos que alguien más plantó para mí. 
Soy un jardín, uno lleno de historias que fui recolectando por el camino, y ahora que por fin puedo sentarme dentro de él, me doy cuenta de que muchas de esas historias no las elegí, de que muchas de ellas ni siquiera me gustan.
Soy un jardín, lleno de recovecos preciosos. 
Lleno de aire y espacio, un jardín rodeado de habitaciones contiguas.

Un jardín que he comenzado a podar.  
Un jardín que he comenzado a sembrar, a llenar de historias distintas. 

Nos desbordamos de las historias, incluso de las que nos contamos a nosotros mismos.

A eso venimos al mundo, a desbordarnos.

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