los zapatos del otro no me quedan (la empatía según Susan Sontag)

los zapatos del otro no me quedan (la empatía según Susan Sontag)

En la guerra o en la paz, mirar el sufrimiento del otro sin tratar de entenderlo todo, sin convertirlo en una extensión de nuestra propia experiencia, es un acto de verdadera empatía.

Desde niños nos enseñan que la empatía consiste en ponerse en los zapatos del otro. Entiendo que éramos niños y que necesitábamos una gran simplificación para comprender ese tipo de conceptos. Sin embargo, a medida que fui creciendo me di cuenta de que las personas a mi alrededor continuaban utilizando esta definición. Llegué a la conclusión de que la empatía es una habilidad profundamente compleja. ¿Qué pasa cuando nos damos cuenta de que el otro sufre en un lenguaje que no hablamos del todo? Empecé a entender la empatía no como un acto de identificación, sino como el reconocimiento de la imposibilidad de tal identificación. Yo creo que la empatía real es saber que no hay manera de ponerse en los zapatos de alguien más, lo cual condensa la ética de la distancia: una empatía que no invade, que no pretende entenderlo todo, pero que acompaña desde la conciencia de su propio límite.

En Regarding the Pain of Others, Susan Sontag analiza fotografías de guerra, catástrofes y genocidios, cuestionando la idea de que ver estas imágenes del sufrimiento humano nos permite comprender su peso y el dolor que lo acompaña. Ver no es sentir. El dolor es irreductiblemente personal y, aunque puede compartirse mediante palabras o imágenes, la manera en la que se vive permanece intraducible. Por ende, el espectador tiene una gran responsabilidad: no suponer que lo entiende todo. La empatía no es un disfraz de omnisciencia emocional.

Como dice Sontag, es desde ese lugar (donde el otro no es una extensión de nosotros mismos, sino alguien completamente distinto) donde podemos estar realmente en conexión con el otro. Aunque las imágenes de la guerra tienen un efecto impactante sobre el espectador, este se encuentra en una posición de poder porque quien mira puede apagar la pantalla, cerrar el libro, hacer cualquier otra cosa. Quien sufre, no. No existe una solución explícita para esto por más impotencia que exista. No es un defecto que no suframos lo suficiente, al ver estas imágenes. La fotografía tampoco pretende reparar nuestra ignorancia sobre la historia y las causas del sufrimiento que muestra y enmarca. Estas imágenes no pueden ser más que una invitación a prestar atención, a reflexionar, a aprender, a examinar las justificaciones que los poderes establecidos ofrecen para el sufrimiento masivo. Todo esto, con el entendimiento de que la indignación moral, como la compasión, no puede dictar un curso de acción. No podemos teletransportarnos a ese lugar ni sanar el dolor que sienten esas personas, pero lo que sí podemos hacer es entender y no convertir su dolor en una proyección de nuestra propia experiencia imaginaria.

Susan Sontag no niega el valor de los testimonios ni de este tipo de imágenes, simplemente nos pide que resistamos la tentación de creer que el dolor ajeno puede ser completamente representado. Nos dice que miremos el dolor sin domesticarlo, sin explicarlo, sin hacerlo nuestro. Tal vez ahí es donde nace la empatía más pura de todas, en la conciencia de los límites que separan nuestra experiencia con la del otro, y aún así quedarnos en el borde, acompañando de alguna manera. La forma en que se respeta la experiencia del otro es la misma en la que se honra la singularidad, sin intentar colonizarla con nuestras propias experiencias.

En nuestra vida cotidiana, no hay una pantalla que podamos apagar o un libro que cerrar, la distancia, que en las imágenes de guerra está simbolizada por la pantalla, desaparece cuando nos enfrentamos cara a cara con el dolor de los demás. Es en estos momentos cotidianos, con nuestros amigos, familiares o incluso desconocidos, donde la dificultad de “ponernos en los zapatos del otro” se hace aún más clara. Querer entender todo el sufrimiento ajeno se convierte en una forma de control cuando lo que necesitamos es aceptar la imposibilidad de comprenderlo todo, y acompañar desde ese lugar de respeto.

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