PILDORAS DE LA ¿FELICIDAD?

PILDORAS DE LA ¿FELICIDAD?

Mar Mioni

25/05/2025

Fueron los meses más horribles de mi vida: la noticia, la incertidumbre, la espera, el dolor, la pérdida y luego, el corroborar que no había sido un sueño. Enloquecí, mi mente se desbordó, los pensamientos se derramaron por todo mi cuerpo hasta nublar la razón y enfermar mi mente de tristeza, de soledad, de una melancolía vieja y perenne que se adhiere a la piel como mosca sobre miel.

Me quedé aullando de dolor adentro de un jarrón de barro, gritando por ayuda, no podía salir y nadie podía entrar, me volví presa de mi propio dolor.

Y quise resistir, quise respirar, hacer yoga y pensar bonito, conocer nuevas personas y hasta cambiarme el peinado, pero mis fuerzas se agotaron.

¿Cómo podré resistir un poco más cuando llevo años con el corazón apretujado? Una también se cansa, aunque resistir se haya vuelto parte de la normalidad para quienes habitamos en el planeta de la depresión.

Y entonces llegó la píldora de la felicidad, esa que promete adormecer todos los sentidos, para que el trauma aparezca borroso y lejano, y que no duela, sobre todo eso, que no duela, porque al alma ya no le cabe un golpe más.

Y desde que tomé la píldora los días se volvieron grises, ya no eran negros, eran grises, neutros, de una tibieza extraña, ajena; tengo la sensación de que el mundo podría explotar ahora mismo y yo seguiría escribiendo estas notas, tan tranquila, indiferente, porque quizá ya habito otro planeta y solo mi cuerpo es el que continúa aquí tecleando, mandando este mensaje dentro de una botella al mundo cibernético.

Sí, se fue la tristeza, pero se llevó también el deseo, las ganas, los motivos. Hay una extraña sensación de calma ficticia que resulta inquietante, la felicidad aún no acude a la cita, sigo esperando, quizá se ha olvidado de que existo, dicen que yo debo ir a buscarla, pero no sé en dónde, ¿alguien sabe?

Pasa por mi mente la loca idea de abandonar el tratamiento y regresar a la otra normalidad, pero me asusta también, porque recuerdo que sentir tanto, escuchar tanto, oler tanto y ver tanto no se siente bien tampoco, los nervios se crispan, la realidad de la vida se vuelve tan evidente que resulta abrumador, los sonidos tienen forma y los colores hacen ruido.

Hoy habito un bardo entre la vida humana y la inercia de una planta. Sonrío, como Monalisa deslavada.

¿Qué hacer entonces?, esto generará opiniones diversas, habrá quien opine que abandone todo fármaco, que opte por afirmaciones positivas y que salga a bailar por las noches con un vestido sexy; habrá quien diga que recurra a las medicinas ancestrales, que los niños santos algo tienen que decirme, que cante mantras, que invoque seres mágicos, de esos que se sienten pero no se dejan ver; habrá quien sugiera que siga medicada, corrijo, anestesiada, porque al menos en mi experiencia esto no ha curado nada, si dejo el fármaco al día siguiente regreso al infierno, y si lo tomo de nuevo, me anestesia, la vida se siente menos, se siente lejos, los escucho a todos desde el fondo de una olla de vidrio y no estoy segura de que esto pueda llamarse vida, es piloto automático.

Solo puedo decir que hoy estoy cansada, llevo años girando en la misma rueda donde la locura va y viene y a veces se queda por temporadas largas. Hoy es de esos días en que me abruma la sensación de culpa y en mi cabeza ronda la pregunta de siempre: ¿por qué me siento mal, si todo está tan bien?, ¿será que esta vez la locura llegó para quedarse?

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