El amor, la liquidez de las cosas y el surgimiento del concepto de «amor liquido» en la filosofía contemporánea.

El amor, la liquidez de las cosas y el surgimiento del concepto de «amor liquido» en la filosofía contemporánea.

Laura Duarte

25/05/2025

Y su relación con la vida y música actual. Porqué el amor es granate, y no rojo.

¿Crees que estás viviendo en un mundo en el que todo se deshace? ¿O por el contrario, eres de los que piensa que tu vida junto a algunas personas será eterna? ¿Piensas mucho en el final, o cuando ocurre te evades de ello iniciando otra actividad igual de liquida?

Cuando alguien me habló por primera vez de la liquidez, de lo rápido y efímero que parece ser todo, era principios de verano y estaba encerrada en una clase de casi dos horas en la que, en realidad, ya habíamos terminado de dar contenido y estábamos entablados en una conversación en la que se notaba más la distancia entre personas, que la que suele existir entre profesor-alumno.

Por primera vez, tras muchas clases de filosofía obligatoria, sentí disfrutar un poco de la corta conversación y sentir como sí podía llevar un poco de ese conocimiento a mi terreno. Días después de tomé la libertad de reflexionar profundamente sobre la fragilidad y la fugacidad de lo que damos por sentado, y leí una de las primeras obras que el sociólogo polaco y el creador del concepto, Zygmunt Bauman, escribió sobre el tema: ‘Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos.’

Me di cuenta de que había estado tan enfocada en lo inmediato, en lo práctico, que no me había detenido a valorar realmente los vínculos que había a mi alrededor hasta que desaparecían.

Por ejemplo, no me di cuenta de lo valorada que me sentía en el deporte que practicaba, gracias a los constantes ánimos de mi entrenador, hasta que tuve clara la idea de que debía dejarlo.

Siguiendo con esta anécdota, cuando me encontré sola con el eco de lo que había sido, me pregunté: ¿por qué lo dejamos todo para después? ¿Por qué tratamos nuestras relaciones, nuestras experiencias, como algo reemplazable, como si siempre hubiera algo mejor esperando en la esquina?.

Hace unos días leí en Twitter una frase que me resonó profundamente: las personas que desaparecen de nuestra vida lo hacen porque ya cumplieron su propósito en ella. Pensando en esto, recordé a mi entrenador y a mi profesor de filosofía, el primero se fue después de enseñarme a valorarme a mi misma, y, mi profesor, desapareció tras hacerme comprender la liquidez de las cosas y la antropología de Nietzsche. Tras estas lecciones, desaparecieron por completo. Vivo en una ciudad pequeña, pero no he vuelto a cruzármelos ni por casualidad. Es como si su misión en mi vida hubiera concluido y el destino nos hubiera llevado por caminos distintos.

Antes de que esa frase apareciera en mi vida, tenía claro que no permitiría que aquello volviera a ocurrir. En primer lugar, no dejaría que nadie más, si me aportaba algo positivo, se fuera de mi vida. En segundo, aprovecharía cada momento, por si acaso, se me escapaba de entre los dedos demasiado pronto.

Tras aquella frase, comprendí que no podía atar a mi lado a quien no deseaba quedarse. Todos éramos seres frágiles frente a un mundo que se desmoronaba, y cada persona llevaba una vida tan líquida e incierta como la mía.

Y si alguien necesitaba separarse de mi para poder respirar, también lo permitiría.

Ahora, hablemos de cómo podemos hacer espacio para respirar, no como una idea de último momento, sino como parte de la base.

Antes de hablar de quien lo impulsó, en la actualidad es un concepto que se busca y se plasma, y por mi parte, lo aprecio en la música. Alba Reche en su último disco (No Soy tu Hombre) se atreve a iniciarlo con la canción Mi Casa, defendiéndose a sí misma y dedicandose, por primera vez en mucho tiempo, una canción a ella misma. ¿Cuantos artistas lo hacen? ¿Porqué parece que siempre hay alguien a quien dedicar, y no se centran en su yo lírico?

Las frases que más destaco para relacionar con la liquidez, que ocurre tanto en el amor como dentro de uno mismo, y de la que ella parece querer escapar son: ‘Voy a ver / Lo que siempre quise hecho / A tener el control del pecho / Voy a construirlo de cero / Para ser feliz hay que tener menos miedo’.

Bauman habló de la modernidad líquida y de cómo afecta nuestras relaciones. Decía que, en este mundo fluido, donde todo se mueve rápido, buscamos conexiones que no nos aten, que no nos comprometan. Preferimos algo que sea fácil de desechar cuando deje de ser conveniente. Pero, ¿alguien se ha detenido a pensar en lo que eso significa para nosotros como personas? ¿Cómo nos cambia esa manera de vivir? ¿Cómo nos instaura un miedo a otros e incluso a nosotros mismos?.

Quiero que penséis en una relación importante en vuestras vidas. Puede ser una amistad, una pareja, incluso un vínculo con un familiar. Ahora: ¿qué tanto habéis invertido en esa relación? No hablo solo de tiempo, sino de esfuerzo, de vulnerabilidad. ¿Cómo sería si decidierais comprometeros plenamente, sin miedo al fracaso, sin miedo al dolor?.

El sociólogo polaco describe el amor líquido como algo frágil, algo en lo que evitamos profundizar porque tememos perdernos en el otro. Pero, ¿acaso no es en esa entrega donde encontramos nuestro sentido más profundo?.

«El amor puede ser —y suele ser— tan aterrador como la muerte; sólo que, a diferencia de la muerte, encubre la verdad bajo oleadas de deseo y entusiasmo.»

Dentro de este amor, más dirigido hacia la pareja y los sentimientos entre dos personas que de nada se conocen, a excepción del sentir de sus corazones y la atracción entre ambos, podemos ver como se plasma actualmente en distintas canciones.

Taylor Swift, utiliza la canción ‘Maroon’ (Midnights, 2022) como una analogía ante el amor y los tonos rojizos, pero nunca, mencionando el rojo explícitamente. A mi parecer, el color rojo es una visión clara del amor y por ello lo evita; en cambio, si menciona el color burdeos (The burgundy on my T-shirt when you splashed your wine into me), el escarlata y el granate (The lips I used to call home, so scarlet, it was maroon) como forma de una relación pasada, parece ser una evasión del rojo vivido que aunque suele involucrarse con el dolor y la sangre, también lo hace con la alegría del amor. Sin duda, son los colores menos vividos y oscuros los que se convierten en leitmotiv de dicha canción, expresando el fin, el recuerdo y la efusividad de los momentos que recuerda en las estrofas: bailes nocturnos en Nueva York y manchas de vino en el suelo. Refleja más los matices más oscuros y agridulces, y los pone por delante de la pasión, la intensidad y la calidez.

Pero no solo se trata del amor. Esta lógica de lo desechable permea todo: nuestro trabajo, nuestras metas, incluso nuestra identidad. Nos reinventamos una y otra vez, buscando algo que ni siquiera sabemos nombrar. Pero, ¿y si el verdadero sentido no estuviera en lo nuevo, sino en lo que construimos con esfuerzo y constancia?.

He aprendido que combatir esta liquidez no significa rechazarla por completo. Vivimos en un mundo cambiante, y eso tiene su belleza. Pero también podemos elegir qué queremos solidificar. Podemos elegir profundizar, comprometernos. Amar, no como un acto de consumo, sino como un acto de coraje. Crear, no porque sea fácil, sino porque vale la pena.

Por tanto, este texto es también una invitación a actuar. A cuestionarse cómo vivir, qué construir, y cuanto estáis dispuestos a arriesgar por ello. Porque, al final del día, la verdadera pregunta no es qué significa vivir en un mundo líquido, sino cómo elegimos vivir en él.

«Lo ilimitado no puede alcanzarse por medio de la organización […]. Las cosas más elevadas no pueden planearse: hay que estar permanente dispuestos».

De nuevo, formularé otra pregunta: ¿Son las adicciones -a todo tipo de cosas: a la delgadez extrema, a las drogas; lo que sea que evada y sea dañino- un elemento de liquidez pese a perdurar en el tiempo?

Seguramente penséis que no. No tienen nada que ver, unas son largas y duraderas. Bauman expone su liquidez como algo efímero.

Esta aparente contradicción entre la persistencia de las adicciones y la fluidez de la modernidad líquida se resuelve cuando entendemos las adicciones como parte de un proceso más amplio de búsqueda de estabilidad en un contexto social líquido.

En la modernidad líquida, los individuos se enfrentan a un mundo de incertidumbre y cambio rápido, lo que genera un deseo de «anclar» temporalmente el vacío emocional o existencial. Las drogas o una enfermedad mental como un trastorno de la alimentación, en este contexto, pueden ofrecer una sensación de control, consuelo o escape, aunque esta sea efímera.

El sociólogo señala que la liquidez no implica solo la transitoriedad de las cosas, sino también una incapacidad para encontrar una estabilidad duradera. El perderse en uno mismo y en cosas que nos llenan durante un tiempo demasiado corto para perdurar, se convierte así en una forma de intentar lidiar con la inestabilidad de la vida moderna. Las personas pueden recurrir a las drogas, al tener el control de sus cuerpos u otras experiencias dañinas como una forma de manejar el estrés, la ansiedad o el vacío existencial que surge de vivir en un mundo de constante cambio, y en muchos casos, las adicciones perduran porque son respuestas repetidas a esas condiciones sociales de fluidez.

Bauman habla de la liquidez de nuestra época, de cómo las estructuras, los compromisos, todo se disuelve. Pero, ¿qué pasa cuando esa disolución ocurre dentro de uno mismo? Cuando la liquidez se convierte en una forma de perderse en el vacío. Las adicciones, ¿no son también una forma de liquidez lenta y que desgasta? Algo que no tiene forma, que nos disuelve lentamente.

Pero también me pregunto: ¿es posible salir de esa liquidez? ¿Se puede reconstruir lo que se ha disuelto? O estamos condenados a vivir en este estado de flujo interminable, sin forma, sin rumbo.

La liquidez provoca no valorar las cosas, no hasta que no estamos a punto de perderlas del todo. Por eso quiero transmitir la idea de lo mucho que hay que valorar el tiempo, hay que perdurar los momentos con la gente que amamos, con los objetos, con la economía. Hay que hacer que todo, excepto lo dañino perdure, el tiempo de vida útil es más del que plasmamos.

Hoy vivimos en una época en la que todo parece disolverse a nuestro alrededor. La estabilidad que alguna vez conocimos parece desvanecerse, y todo lo que nos rodea se vuelve líquido, inestable. En este contexto, la única forma de resistir a la liquidez, como lo describe Bauman, es hacer un esfuerzo consciente por revalorizar lo profundo y lo comprometido. Esto no ocurre por accidente; requiere de un esfuerzo real.

El filósofo Emmanuel Kant nos enseñó que nuestra responsabilidad hacia el otro no puede verse como un medio para alcanzar nuestros fines. El otro es un fin en sí mismo. Si lo trasladamos al ámbito del amor, entendemos que las relaciones no deben medirse solo por la intensidad del momento, sino por su capacidad de resistir el paso del tiempo, no debemos utilizar a la otra persona como medio, sino visualizarla como meta, como alguien igual. No es la intensidad efímera lo que las define, sino la forma en que crecen en la adversidad, cómo se mantienen firmes incluso cuando todo lo demás se desvanece.

Es fundamental que reconstruyamos comunidades sólidas, que ofrezcan un sentido de pertenencia y estabilidad. Esto no implica rechazar la modernidad, sino integrarla de manera ética, buscando la continuidad, el arraigo y la conexión profunda. No podemos vivir en un mundo sin raíces, sin un sentido de comunidad que nos haga sentir que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos.

En resumen, el discurso de la liquidez nos lleva a un replanteamiento profundo del ser, uno que recorre la historia de la filosofía. Desde Aristóteles y su definición del ser en términos de sustancia, hasta Hegel y su visión del ser como movimiento dialéctico de la historia, hemos llegado a un punto donde Bauman nos muestra que el ser, hoy, es flujo. La modernidad líquida ha erosionado las instituciones que antes definían nuestra estabilidad, y, con ello, nuestras relaciones se han vuelto frágiles.

En la filosofía de Immanuel Kant, se postula una unidad de la especie humana que, aunque puede estar alineada con los propósitos de la naturaleza, no se encuentra «históricamente determinada». Este concepto sugiere que la esencia de la humanidad, a pesar de compartir características comunes, es un fenómeno dinámico y en constante evolución, influenciado por diversos contextos culturales y sociales.

Kant plantea que la unidad humana no es un hecho fijo; en cambio, es susceptible a cambios a lo largo del tiempo. Esto nos lleva a reflexionar sobre cómo la historia y las circunstancias afectan nuestra identidad colectiva. Así, puede que Kant introdujera el concepto de liquidez sin saberlo y años antes que Bauman. Al igual que la unidad humana de Kant, la liquidez de Bauman sugiere que nuestras identidades y relaciones no son fijas, sino que están en un estado de continuo movimiento y adaptación.

Este cambio resuena con las advertencias de Kierkegaard sobre la estatización de la vida, donde se sacrifica la profundidad en favor del placer inmediato. Heidegger, con su concepto del «ser para la muerte,» nos recuerda nuestra finitud, mientras que el amor líquido se presenta como una evasión de esta realidad. Sartre y Beauvoir, al exponer la libertad radical, revelan cómo la modernidad líquida impulsa la constante reinvención personal, aunque también nos enfrenta a la angustia de la ausencia de un sentido fijo. Finalmente, Nietzsche nos insta a vivir con tal intensidad que cada instante sea digno de repetirse eternamente, un desafío en una cultura que prioriza lo efímero sobre lo duradero.

La identidad, en tiempos líquidos, se ha convertido en una tarea constante, tal como lo señalaba Bauman. Heráclito ya nos decía que «nadie se baña dos veces en el mismo río», lo que implica que nuestra identidad está en constante transformación. Las redes sociales, al promover una reinvención constante, solo profundizan esta alienación. Cuanto más intentamos definirnos, más nos alejamos de un sentido estable de ser.

Por eso, el regreso a una ética de la responsabilidad (sostiene que los individuos deben actuar considerando las consecuencias de sus acciones y asumir la responsabilidad por el impacto que estas tienen en los demás y en el mundo), es más urgente que nunca. Debemos asumir al otro como un fin en sí mismo, y no como un medio, y cultivar relaciones que no se midan por su intensidad momentánea, sino por su capacidad de resistir el paso del tiempo y crecer en la adversidad. Sólo así, al recuperar lo que realmente nos hace humanos, podremos encontrar un equilibrio entre lo efímero y lo eterno, entre lo líquido y lo sólido.

Combatir la liquidez no significa negar que vivimos en tiempos inciertos. Significa aprender a solidificar aquello que nos hace humanos: el amor, la comunidad, la identidad, el sentido. Solo aceptando nuestra fragilidad podremos trascenderla. Solo entonces podremos construir un mundo donde lo efímero y lo eterno coexistan en un equilibrio dinámico. No es fácil, pero es el único camino hacia algo verdaderamente duradero y significativo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS